Para los visitantes de Aculco, e incluso para sus más jóvenes habitantes, posiblemente resultaba intrigante advertir aquella extraña e inconclusa torre de reloj que se levantaba en el antiguo convento franciscano, justo a espaldas de la capilla posa sureste. Extraña, porque a pesar de tener cuatro carátulas y manecillas no tenía maquinaria y por lo tanto un funcionaba, pero también porque apenas a unos 50 o 60 metros, en el mismo atrio de la parroquia, se yergue otra torre de reloj mucho más antigua, la del reloj público que ha estado trabajando -con las naturales interrupciones por su edad- desde 1904.
Y bien, ¿quién y por qué se construyo aquella torre de block, tabique y concreto que tan desagradable contraste hacía con el edificio conventual? Todo sucedió hace 18 años, en 1996. El reloj antiguo había tenido varios períodos más o menos largos de inactividad y quizá por ello el sacerdote que administraba la parroquia por aquel entonces decidió construir un reloj nuevo. La idea resultaba no demasiado buena pues siempre sería más sencillo, barato y conveniente reparar el viejo reloj. Pero lo que escapó por completo de lo razonable fue su ejecución, ya que se levantó una torre de similares proporciones a la de aquél al extremo opuesto del atrio, de modo que ambos relojes podían ser vistos simultáneamente desde buena parte del centro del pueblo. Además, antes de que se le diera un acabado digno a aquella construcción, se instaló el reloj electrónico con unos buenos altavoces que cada quince minutos hacían sonar las notas del Ave María a todo volumen.
Yo traté de razonar personalmente y por escrito con el párroco señalándole, más que lo malo de la idea, lo inconveniente del sitio, pues se trataba -y se trata- de un espacio catalogado como monumento histórico sobre el que no se deben tomar decisiones como aquélla, que afectan su traza, volúmenes, apariencia, etcétera. Fue inútil. Así, presenté después ante el INAH una denuncia por daños al monumento histórico y, tardíamente como siempre, el Instituto suspendió la obra unos meses después. Pasó un tiempo y el sacerdote fue enviado a otra parroquia, llevándose entonces la maquinaria y dejando la ya inútil e inacabada torre como monumento a un capricho.
Por algún tiempo llegué a pensar que el remedio había sido peor que la enfermedad, pues a pesar de que el INAH podría haber ordenado su demolición, la torre quedó ahí por largos 18 años mostrando sus materiales aparentes, sin que por lo menos un aplanado mitigara su vulgaridad. Con ese sentimiento escribí una entrada en este blog a la que le agregué el subtítulo "derrota para todos". Pero como dice mi primo Octavio, hay triunfos que tardan en llegar y a este reloj le llegó su hora: gracias a las obras de restauración que actualmente se realizan en la parroquia se eliminó el adefesio, librándonos por fin de algo que nunca debió haber existido.
Como pueden observar en las fotografías que aquí les muestro, la torre del infame reloj de 1996 ya no existe. Quedó sólo parte de la base (no sé por qué razón), convenientemente encalado para evitar que desentone con el resto del edificio. Podemos ya, con satisfacción, decirle adiós, ¡en buena hora!
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