miércoles, 11 de mayo de 2016

La señalización de la nomenclatura de las calles... y algunos consejos

A mediados del año pasado, el Ayuntamiento de Aculco colocó nuevas placas de cantera rosa para la señalización de las principales calles de la cabecera municipal. Debo confesar que este hecho me preocupó, principalmente porque las antiguas placas que existen en el pueblo tienen valor histórico, artístico y algunas de ellas contienen incluso fechas que remontan su origen al siglo XIX. En un conjunto urbano incorporado a la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, como es Aculco, ese tipo de detalles son justamente parte muy importante de su patrimonio y su pérdida -además de ireemplazable- significa el empobrecimiento de los valores por los que obtuvo dicho reconocimiento.

Aunque al principio algunas de las placas antiguas con los nombres de las calles se retiraron, prevaleció después el buen sentido y fueron conservadas en todos los casos. Sin embargo, el resultado de esta incorporación de nuevas señales, debo decirlo, fue muy poco feliz por varias razones.

El primer problema de las placas tiene que ver con su propio diseño: contienen tanta información en tan corto espacio (la denominación completa de la calle, a veces demasiado largo, el escudo del pueblo ocupando mucho espacio, el nombre de Aculco y la entidad federativa, el código postal) que resultan confusas y contradicen el punto esencial de cualquier señalización: la claridad. Además, salvo el nombre de la calle, todos los demás datos no varían en todo el pueblo, por lo que su inclusión resulta más bien inútil. El labrado y dimensiones, por alguna extraña razón, no fue uniforme. La tipografía elegida no parece la más conveniente para efectos de señalización, pero además su ejecución es muy pobre pues parece desalineada y mal pintada. Todas contienen errores ortográficos pues escriben "Aculco Mex" y no lo correcto, que sería "Aculco, Méx." Otras contienen sus particulares errores del mismo tipo, como la que señala la calle de "Ermenejildo Galeana" en lugar de "Hermenegildo". O, de plano, aquella que nombra a una calle "José Riva Palacio", cuando en realidad debió referirse a Vicente Riva Palacio.

A estas deficiencias de diseño y ejecución debe sumarse, cosa sumamente importante, el que la mayoría de ellas fueron colocadas al lado de las viejas placas, compitiendo inútilmente (algunas de manera bastante desfavorable). El resultado, estéticamente hablando, es de lo más desagradable y ahora nuestras esquinas lucen desordenadas e inarmónicas. Inefectivas. La cereza en el pastel: casi puedo apostar que el INAH, instituto que debe normar todo este tipo de intervenciones en un conjunto urbano protegido por ley, no fue consultado al respecto. Y si el propio Ayuntamiento no cumple con las reglas, ¿qué se puede esperar del resto de la gente?

Esto es lo que resulta cuando las cosas se ejecutan por capricho, por ocurrencia, al chilazo, como se dice.

Sinceramente, si estuviera en mis manos tomar una decisión, retiraría todas las placas nuevas, pues antes que aportar algo al conjunto urbano, se lo restan. Sé muy bien que resulta sumamente difícil para nuestras autoridades de cualquier nivel aceptar cuando se comete un error y veo difícil que se corrija esto, por lo menos en el corto plazo. A pesar de ello, quisiera darles algunos consejos para que por lo menos en el corto plazo se subsane algo de este despropósito:

1. Lo primero que se debe evitar es ese contraste tan incómodo a la vista entre las placas antiguas y las nuevas. Sugiero que en los casos en los que sucede esto, las placas nuevas sean retiradas y colocadas a la mitad de la cuadra, donde su presencia puede también tener sentido. En ningún caso, ninguno, se debe retirar la placa antigua.

2. Quitar todas las placas nuevas con errores ortográficos o de otro tipo en el nombre de la calle.

3. En adelante, cuando se requiera colocar el nombre de la calle en una placa, debe procurarse que tengan un diseño mucho más limpio y cuidado en su tipografía. ¿Por qué no tomar como modelo alguna de las propias placas históricas y reproducirlo? Tómese en cuenta que incorporarle información adicional al nombre de la calle no es ni verdaderamente útil, ni práctico. Las placas nuevas deben verse como un complemento de la señalización histórica, no una competencia con ella.

4. En todo caso, solicítese siempre la autorización al Instituto Nacional de Antropología e Historia, aunque sean autoridad municipal. Así se corre menos riesgo de tomar decisiones desacertadas en materia de imagen urbana pues ellos se dedican cotidianamente a asesorar en estos temas.

martes, 3 de mayo de 2016

La veneración de la Santa Cruz en San Lucas Totolmaloya

Hace justamente un año, los primeros días de mayo de 2015, me tomé algunos días de descanso que pasé apaciblemente en Aculco. Entre las pocas salidas que hice estuvieron unas breves visitas a los pueblos de La Concepción, Santa Ana Matlavat y San Lucas Totolmaloya, dentro del propio municipio. Sinceramente, el día que conduje a este último pueblo no recordaba que estábamos justamente en vísperas de la fecha que el calendario litúrgico señala como la fiesta de la Santa Cruz, el 3 de mayo. Una fiesta que en México, desde tiempos del virreinato, ha estado ligada al gremio de los constructores (en particular a los albañiles), quienes en esa fecha suelen construir y adornar una cruz en la obra en la que se encuentran trabajando y festejar con cerveza, pulque, barbacoa o carnitas.

Y decía que no recordaba que se trataba de esa fiesta cuando me acerqué a la parroquia de San Lucas Totolmaloya pero, enseguida, los adornos en la cruz que corona la entrada al atrio me hicieron percatarme de ello. Qué mejor día -pensé entonces para mí- que el de la Cruz de Mayo para venir a este lugar, donde uno de sus mayores atractivos es la antiquísima y extraña cruz atrial del siglo XVI que se yergue sobre un sencillo pedestal almenado y a la que ya he dedicado un espacio en este blog. Pero apenas traspasé la puerta pensé que algo andaba mal. Para empezar, el sencillo pedestal ya no lo era tanto: ahora aparecía chapado en cantera de color gris, lo que le había quitado buena parte de su gracia, aunque conservaba su perfil. Por lo menos la antigua peana seguía ahí en lo alto... pero arriba de ella no había nada. ¡Por Dios, la cruz atrial, la joya de San Lucas Totolmaloya no estaba en su sitio!

Esperando lo peor, porque esperar lo peor es casi siempre lo más certero cuando se trata del patrimonio histórico de Aculco, me acerqué al pedestal. Los nuevos jarrones de cantera llenos de flores lo adornaban, pero ni rastro de la cruz. Di una vuelta por el atrio, bastante molesto. Pregunté a un vecino que no me supo dar razón. En la fachada del templo, los adornos de cucharilla sobre los contrafuertes, en los pináculos y la cruz del vértice indicaban que aquel era un día de fiesta, pero ya no me importaba nada de eso, lo que quería era saber qué habían hecho con la antigua cruz monolítica. Entré a la iglesia con el mismo disgusto. Ni los alegres adornos de la nave y del baldaquino neoclásico me llamaron la atención. Llegué muy cerca del altar y tampoco había señales de la cruz atrial por ahí. Entonces di la vuelta hacia la derecha, muy cerca del muro lateral... y ahí en el suelo, recargada contra la pared estaba lo que buscaba.

Creo que nada más encontrarla me arrepentí de mi furia. Me había acercado a buscar aquella pieza de cantera mirándola sólo con ojos de historiador, de amante del arte colonial, y había olvidado que antes que nada es un objeto de devoción. Colocada en ese sitio, sobre un paliacate verde, con unas flores amarillas y blancas en un vaso, cuatro veladoras, al lado de otra pequeña cruz de madera de aire inconfundiblemente otomí, se le estaba rindiendo culto en su fiesta como seguramente se ha hecho en San Lucas desde muchos años atrás, quizá siglos. Al ver aquella cruz tan precariamente recargada en la pared y pensar el riesgo para la obra que implica el retirarla de su peana y colocarla de nuevo días después cada año, se me podrían haber ocurrido mil razones para que se le tratara con más cuidado, con mayores precauciones, que se evitara de plano moverla, pero al presenciar la veneración de la gente que acudía al templo todas mis razones me parecieron vanas.

Hoy sigo pensando que el haber retocado el pedestal de la cruz atrial fue un error, pues antes que ganar algo con ello, perdió. Continúo pensando que debe haber formas de proteger mejor la propia cruz para evitar que se rompa en algún movimiento. Pero en este caso no me atrevería a proponer nada si eso afectara la veneración que le rinden los habitantes del pueblo. Ese culto es tan valioso como la propia cruz.