martes, 5 de julio de 2022

Don Ignacio Claudio de Mendoza, segundo cura párroco de Aculco

Entre los retratos que se conservan de los primeros curas que atendieron la parroquia de San Jerónimo Aculco está el de don Ignacio Claudio de Mendoza. Ustedes perdonarán la mala calidad de la fotografía, pero el día que la tomé no pude acercarme lo suficiente ni se me permitió usar flash, y lego como soy en el ajuste de las cámaras fotográficas no pude sacarle más provecho. Como sea, desde que tuve aquel cuadro a la vista pensé escribir una breve biografía para este blog, como lo he hecho con otros sacerdotes de los siglos XVIII y XIX, y también alguno del XX. Pero aquel propósito no pudo cumplirse pronto, pues ha sido muy poco lo que he hallado sobre él. Si ahora me decido a publicar estas notas biográficas es más bien por abandonar una investigación que parece no llevar a ningún lado y dejar por lo menos estos datos sueltos para quien en el futuro pueda aprovecharlos mejor.

 

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Don Ignacio Claudio Buenaventura de Mendoza Reyes, "cristiano viejo, hijo de buenos padres y de públicos honrados procederes", nació hacia 1725. Desde pequeño se inclinó al estado eclesiástico -según aseguró él mismo- e ingresó al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de la Compañía de Jesús de la Ciudad de México. Ahí, "con crédito y plena aceptación y satisfacción de sus maestros", estudió Gramática y Filosofía. Fue alumno del padre Francisco de Cevallos, que fue provincial de los jesuitas y, probablemente fue condiscípulo de sus contemporáneos Francisco Javier Clavijero y Francisco Javier Alegre, quienes pasarían a la historia por sus obras históricas. Obtuvo el grado de bachiller en la Real Universidad de México y, para su fortuna, no continuó con la Compañía de Jesús, pues de haberlo hecho así seguramente habría sido expulsado de la Nueva España con todos los miembros de esta orden en 1767. Ya ordenado presbítero, vivía en la calle de la Acequia de la Ciudad de México, en la casa del médico y bachiller Luis Quijada.

Desempeñó su trabajo pastoral en diversas parroquias del hoy Estado de México, en la zona otomí-mazahua. Hacia 1752 era administrador del curato de Santiago Temoaya y de allí pasó como cura interino a San Miguel Temascalcingo, donde permaneció de noviembre de 1757 a diciembre de 1758. A finales de 1766 se convirtió en cura también interino de San Pedro Tepotzotlán, cargo que desempeñó por muy poco tiempo, apenas un mes. Luego, de mayo de 1768 al mismo mes de 1772, permaneció en la parroquia de Jesús Nazareno de Jocotitlán como cura beneficiado. Finalmente, recibió una parroquia como titular: la de San Jerónimo Aculco, donde estuvo de 1772 hasta su muerte en 1780.

De los "ocho años, cuatro meses y 27 días" que don Ignacio Claudio fue cura de Aculco hay poca información relevante. Al parecer, cumplió con cuidado sus deberes como párroco, pero fuera de los monótonos registros de matrimonios y enterramientos (falta el libro de bautismos que corresponde a su ministerio, por cierto) aparece poco en los documentos de la época. Entre lo poco que vale la pena mencionar, está la ocasión en que unos indios fueron a cortar y labrar una vigas al Xitú, un terreno en disputa entre el pueblo de Aculco y la hacienda de Ñadó. Los empleados de la hacienda se enteraron y acudieron al lugar para expulsarlos y arrebatarles las vigas. Don Ignacio intervino ante el dueño de Ñadó, Lázaro Sánchez de la Mejorada, para que los dejara trabajar y les devolviera las vigas puesto que eran para la parroquia. Otro dato, también menor salvo por su monto económico, es que Mendoza tomó a préstamo al 5% de interés la cantidad de $4,000 pesos del Colegio de San Andrés de la capital del virreinato, en 1773.

El sacerdote murió en Aculco a finales de octubre de 1780 y fue sepultado el día 29 del mismo mes. Tuvo tiempo de recibir los sacramentos y dictar su testamento, donde nombró albacea a su vicario, el bachiller don Juan José Pichardo. Fuera de ese documento, dispuso que se sacaran "de lo más florido de sus bienes" cien pesos para celebrar doscientas misas por su alma, y que se pagara a la mitra la "cuarta episcopal", y "mandas forzosas y piadosas". Desafortunadamente no conocemos el contenido de ese testamento, que seguramente nos habría permitido saber un poco más sobre su vida. Pero sí contamos con algunas de las diligencias que realizó el padre Pichardo, su albacea, para cumplir con lo que Mendoza dispuso en él. Por ejemplo, don Ignacio Claudio ordenó que una casulla de su propiedad, de tisú y forrada de capichola nácar, con todos sus avíos, se entregara a la parroquia.

La "primera y universal heredera" de don Ignacio Claudio lo fue su hermana doña María Michaela Gerónima Mendoza, esposa de don Gerónimo (o Francisco) Cortés y residente en primero en Temascalcingo y después en Acambay. Entre los bienes que le dejó el sacerdote, el principal lo era la hacienda de San Agustín Calderas, en dicha jurisdicción de Temascalcingo, que doña Micaela recibió en febrero de 1781. También era acreedor de varias personas y el padre dejó encargado a su albacea que ejecutara los cobros, pero le pidió que lo hiciera sin intervención dela justicia, "sino que atendiera a todos con caridad". Siguiendo ese ejemplo, su hermana dispuso inclusive que todos los emolumentos que se le debían en la parroquia por misas, entierros, casamientos y primicias no se cobraran. El albacea Pichardo fue haciendo cobros, ejecutando ventas, saldando deudas y realizando pagos parciales a la heredera durante dos años, hasta que el 13 de noviembre de 1783 liquidó el albacezgo. En total, le pagó $12,171 pesos, dos reales, producto de los bienes del difunto.

Y así termina la historia de don Ignacio Claudio de Mendoza. Sólo hay que añadir que en 1807 se mandó pintar su retrato para la parrqouia de Aculco, que nos lo muestra en su madurez, de tres cuartos, mientras mira al espectador. Viste hábitos sacerdotales negros y se halla parado frente a un escritorio. En éste reposa un libro, el sacerdote lleva otro más pequeño en la mano derecha. Su bonete -de tipo español- está colgado en una especie de armario. Al fondo se observa un pequeño altar doméstico con un cristo en la cruz. En el cuadro se colocó además la siguiente leyenda: "El licenciado don Ignacio Claudio Buenaventura de Mendoza dirigió esta parroquia el 1 de junio de 1772 a el 22 de octubre de 1780. En recuerdo. 1807".