Bajo este título, el Consejo Editorial de la Administración Pública del Estado de México publicó recientemente un volumen coordinado por Héctor Paulino Serrano Barquín, dedicado a la arquitectura de carácter popular en nuestra entidad. Según la propia obra esta arquitectura se define como "una expresión que carece de criterios académicos... un aspecto casi instintivo en términos de edificación".
El libro, que sólo hemos podido hojear hasta este momento en su versión electrónica, es eminentemente fotográfico, aún cuando contiene textos enfocados explicar qué es la arquitectura vernácula, lo difícil que resulta en realidad clasificarla y su acelerada destrucción (sustituida en muchísimas ocasiones por arquitectura moderna que también podríamos llamar vernácula, pero con un valor infinítamente menor). La selección de inmuebles incluidos en el libro, realizada por un grupo de alumnos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma del Estado de México, resulta muy variada, tal vez demasiado variada (aunque afortunadamente no en número): abarca desde obras del Virreinato que denotan sabiduría constructiva, inteligencia en la disposición de espacios y volúmenes, acierto en el uso de materiales locales y calidad de la mano de obra, hasta obras contemporáneas que carecen de todos esos méritos y parecen haber sido incluidas sólo por su extravagente colorido o por su ingenuismo kitsch.
Como es natural, en este libro fueron incluidas también algunas fotografías de inmuebles de Aculco. Aunque este pueblo es ciertamente un excelente ejemplo de arquitectura vernácula acumulada por siglos, el enfoque hacia lo más popular dejó fuera lo que son sin duda las mejores construcciones del lugar, pero permite apreciar ángulos y construcciones rara vez fotografiadas o difícilmente tomadas en cuenta en otro tipo de investigaciones. La falta en Aculco del colorido chillante que algunos consideran propiamente mexicano (como la propia cubierta del volumen reseñado) seguramente decepcionó a los fotógrafos encargados de la investigación de campo, por lo que apenas se incluyeron nueve fotografías de este poblado (dos de ellas atribuidas a otros sitios), que ni siquiera podemos considerar entre las mejores del libro.
La verdadera sorpresa para un servidor, al revisar este libro, fue el observar las fotografías de la hacienda de Buenavista, situada en el vecino municipio de Acambay. La finca, edificada en la típica piedra blanca de Aculco (oscurecida ya por la pátina del tiempo) con sus balcones, portones y ventanas, el frontón triangular de su remate y el torreón cilíndrico de su esquina, parece, en medio de esos campos amarillentos del invierno del altiplano, más un caserón de un pueblo castellano o extremeño que una hacienda mexicana.