Mostrando entradas con la etiqueta sacristía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sacristía. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de mayo de 2023

La sacristía de la parroquia de Aculco

No sé por qué motivo -quizá por simple distracción- había dejado de describir en este blog los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco, cuando me había propuesto ir mostrándolos con cierta periodicidad hasta formar un recorrido completo por ese edificio. Quisiera retomar esa serie, hablándoles esta vez de la sacristía, que se ubica al lado de la epístola del templo (es decir, del lado derecho) y paralela a la Sala de Profundis, que precisamente se interpone entra aquella y el claustro. El siguiente croquis muestra claramente su ubicación.

La sacristía es el lugar del templo donde los sacerdotes se revisten con las ropas litúrgicas y donde se guardan los ornamentos y otros objetos necesarios para celebrar la misa, como son las hostias sin consagrar, el vino, cálices y otros vasos sagrados, velas, etcétera. Por eso lo habitual es que la sacristía se ubique en un salón cercano al altar. El sacristán es el empleado encargado de mantener en orden la sacristía.

Viejos papeles de esta iglesia de Aculco hacían distinción entre la "sacristía vieja" y la "sacristía nueva" en el siglo XVIII, pero es difícil saber si esta última correspondía ya a la actual. Lo cierto es que aquella sacristía vieja debió ser la que se utilizaba cuando los franciscanos habitaban todavía el convento (edificada en 1708 y descrita como "de costilla", lo que parece referirse a la forma de su bóveda), mientras que la "nueva" sería una construcción realizada después de que se erigió la parroquia de Aculco en 1759. Dado que ambas sacristías coexistieron al mismo tiempo y no hay indicios de que la antigua haya sido demolida, me pregunto si el salón que he identificado como Sala de Profundis del convento habrá sido esa sacristía vieja.

En mi opinión, la sacristía actual de la parroquia de San Jerónimo Aculco data en su mayor parte precisamente de la segunda mitad del siglo XVIII, pero habría sido modificada hacia 1843-1848, cuando en el templo se realizaron la obras de edificación de la bóveda y cúpula. Así lo muestran ciertos detalles, como sus ventanas y la portada de cantera extrañamente oculta tras una alacena.

La sacristía se desplanta sobre un rectángulo de unos cuatro y medio o cinco metros de ancho por nueve o diez de largo en dirección norte-sur. En sus lados cortos, sendas entradas enmarcadas en cantera permiten acceder desde el presbiterio de la iglesia y desde el curato. Al lado oriente se abre un par de ventanas que miran a la antigua huerta, mientras que el lado poniente, salvo por la exigua entrada a la alacena a la que me referí antes, es ciego.

En el lado sur, a la izquierda del acceso hacia el convento, se encuentra el sacrarium: un lavamanos en que se limpian los vasos sagrados y que tiene salida directamente a tierra, con el fin de que cualquier partícula de la hostia o gotas del vino consagrados no se mezclen con el drenaje común. En la pared oriente se encuentra una alacena cubierta con un bonito par de puertas entableradas antiguas que seguramente servía para guardar copones, cálices, navetas, acetres, incensarios y otros vasos sagrados.

La sacristía está cubierta por un par de bóvedas de arista, separadas por un arco toral de cantera. A lo largo de la imposta corre una cornisa con resaltes justo donde se apoya ese arco. La molduración de la cornisa es de orden toscano.

Como mobiliario propio de este espacio hay que destacar la gran cajonera de madera con cerraduras de bronce en que se guardan las vestiduras sacerdotales. Ocupa poco más de la mitad del muro poniente, al que se encuentra adosada. Una cajonera más sencilla y pequeña, pero también de cierta edad, se encuentra al otro extremo del salón. Encima dela cajonera grande se suele colocar un par de atriles neoclásicos de calamina. Arriba, en el muro, se encuentra el magnífico cuadro de La Última Cena de Miguel Cabrera, joya de este espacio y de todo el inmueble. Al centro de la sacristía debió existir una gran mesa como era habitual, pero la que hay ahora es moderna y sin valor alguno. Subsiste sin embargo sobre ella un hermosísimo Cristo antiguo, quizá del siglo XIX.

La sacristía fue el sitio donde tradicionalmente se colgaron los retratos de los antiguos párrocos, de los que quedan seis. En tiempos relativamente recientes, se concentraton también aquí la mayor parte de las pinturas que se hallaban en otras partes del viejo convento.

Desmerece algo en esta sacristía su piso de pasta ajedrezado en blanco y negro de la década de 1950. No sé si el piso original era de madera como el del templo, o de ladrillo, como el resto de las dependencias del convento.

Hacia el exterior, la sacristía sólo tiene fachada hacia el oriente. Es de piedra blanca aparente, con tres contrafuertes del mismo material. Esta fachada se prolonga hacia la izquierda en una composición parecida, pero que se nota inconclusa. Malamente, esta prolongación de la fachada fue cubierta por una aborrecible construcción reciente, que en tiempos de mayor cuidado al patrimonio de Aculco deberá ser demolida. En el contrafuerte del extremo izquierdo de la fachada se incrusta el canal de cantera con ménsula que desagua la bóveda, pero que ahora, a causa de aquella misma construcción moderna, tiene un tubo de pvc en la boca para desviar los escurrimientos. Las ventanas se cubren con rejas del siglo XIX, adornadas con nudos de plomo.

Hace no muchos años y con muy mal criterio, se abrió un agujero en la bóveda de la sacristía para pasar una cuerda y tocar desde ella la campana que se encuentra a un lado de la cúpula de la iglesia. Esta cuerda puede verse en alguna de las fotografías que incluyo aquí.

domingo, 2 de noviembre de 2014

El alma gloriosa y el condenado

Los lectores asiduos a este blog saben bien que no me agrada la celebración del Día de Muertos -ese "invento de antropólogos... ocurrencia de Sergei Einsenstein y el Indio Fernández... puchero de Frida Kahlo"- como escribió el genial Guillermo Sheridan. ¿Por qué? Sobre todo por su falsedad y por la adulteración que hizo este "festejo" (no veo otra forma de llamarlo) de las auténticas costumbres mexicanas relacionadas con el Día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos:

Desde una perspectiva crítica, la antropóloga mexicana Elsa Malvido sostiene que el Día de los Muertos no tiene raíz prehispánica, sino que es una invención cultural que conjuga costumbres católicas y romanas, además de expresiones estadounidenses e irlandesas, y que fue redescubierta en el gobierno de Lázaro Cárdenas por intelectuales, comunistas, anticlericales y masones que querían subrayar la identidad prehispánica de los mexicanos. Juan Antonio Flores Martos, "Transformismo y transculturación de un culto novomestizo emergente".

Por ello algunos años, si es posible, me gusta aportar textos relacionado con la muerte, pero alejándome de ese nefasto festival -supuestamente "tan mexicano"- y haciéndolo más cerca de la verdadera forma como nuestros antepasados la veían. Si quieres, puedes leer aquí los textos sobre el tema publicados en 2010, otro de 2010 y 2011.

Dicho lo anterior, vayamos al asunto. Esta vez voy a platicarles de un par de interesantísimas pinturas que existen en la parroquia de Aculco y que se refieren precisamente a la idea principal bajo el dogma católico detrás de las conmemoraciones de estos días: la vida eterna. Estos óleos representan a un alma gloriosa y a un alma condenada. Las obras se hallaban antiguamente sobre las puertas del cancel inmediato a la entrada del templo y fueron retiradas de ese sitio en tiempos de los padres agustinos (entre 1951 y 1964). Por mucho tiempo rodaron por distintas estancias del antiguo convento, hasta que hace ya varios años fueron colocadas en su actual ubicación en la sacristía.

Por su estilo, las pinturas parecen ser de principios del siglo XIX. En todo caso se trata de obras de marcado carácter popular, que por lo mismo resultan más difíciles de datar que los que se deben a los mejores pintores de cualquier época. Según recogió el cronista de Aculco Domingo Gaspar Sampayo (1), fueron ejecutadas por un artista prácticamente desconocido de nombre José Jacob. Las dos pinturas cuentan todavía con sus marcos, muy sencillos, de madera dorada. Sus medidas son aproximadamente de 1.85 x 1.40 m.

En el primer cuadro, sobre un fondo claro, el alma gloriosa aparece representada en figura de mujer, descalza, con las manos juntas en actitud de oración, la vista dirigida al cielo y vestida con túnica blanca. Sobre el pecho lleva una especie de escapulario rojo en forma de corazón. Al lado derecho un ángel, de corta túnica azul y manto rojo, la toma por el hombro y señala al cielo. Del lado izquierdo aparecen una serie de motivos algo confusos, pero que parecen representar las tentaciones del mundo y las vanidades a las que ha renunciado el alma para alcanzar la salvación, o es quizá una vista del Paraíso.

En el segundo cuadro el alma condenada aparece, por el contrario, sobre un fondo oscuro y tenebroso. Es un hombre con la barba crecida, la mirada baja, vestido con harapos y sujeto con cadenas. Del lado izquierdo, la muerte representada en forma de esqueleto corta el hilo de su vida. Del lado derecho y por lo bajo, un demonio se apresta a apoderarse de él y sumirlo en las llamas eternas del Infierno que asoman bajo sus pies.

Unos malos versos acompañan a las figuras en grandes cartelas; los del alma gloriosa no han sido transcritos y se los debo a mis lectores. Los de su compañero, el condenado, más largos e interesantes, rezan así, según la transcripción que hizo de ellos el propio Sampayo (a la que corrijo la puntuación):

Mira de tu alma un dechado,
pecador endurecido,
que estás de culpas herido,
en el más mísero estado.
De obstinación el candado
te echas, sin apelación,
pues sin tener contrición
no encuentras el asilo.
Cortando la muerte el hilo
para tu condenación,
asido en fuertes cadenas,
de los demonios cercado,
te miras en mal estado,
presito en eternas penas.
Advierte que tu condena, que tu vida
de ese incierto letargo despierta
haciendo gran penitencia,
porque la suma clemencia,
te abra del perdón las puertas.

Y en la otra inscripción se revela el sentido de la iconografía:

Relega en que a este hombre
con cuidado mortal viviente,
al verlo tan herido,
entre vicios y culpas sumergido,
que su mala conciencia lo ha llevado.
Para que no confiese es el candado,
que en sus labios le son tan oprimidos,
en grillos y cadenas tan asido
que al infierno se va precipitado,
la muerte corta el hilo de su vida,
que enmiéndate, que puede que te suceda
el que vayas a la cárcel tan temida,
en el que entra, para siempre queda.

El Catecismo del padre Jerónimo de Ripalda (1591), que sirvió durante siglos para educar a los católicos en el conocimiento de su fe, menciona entre los "artículos de fe que pertenecen a la santa humanidad":

El séptimo, creer que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, conviene a saber, a los buenos para darles gloria, porque guardaron sus santos Mandamientos; y a los malos pena perdurable, porque no los guardaron.

Estos cuadros servían, pues, para recordar al creyente ese artículo de fe y con él las consecuencias que en la vida eterna tendrían sus actos de la vida mortal. Vistas con respeto (y aún algo de miedo) por muchas generaciones de aculquenses, fueron ambas almas al cabo condenadas, pero al olvido, por alguien que pensó, quizá, que con su crudeza herían la sensibilidad de los feligreses.

Ofrezco una disculpa a mis lectores por la mala calidad de las fotografías. Espero que en un futuro no muy lejano pueda cambiarlas por otras mejores.

 

NOTAS

(1) Sampayo, Domigo Gaspar. Aculco. Monografía municipal, México, Gobierno del Estado de México, 1987, p. 81.

domingo, 28 de septiembre de 2014

El Alabado en la alacena

Hace varios años, después de mucho insistir, se me permitió tomar algunas fotografías en la sacristía de la parroquia de Aculco. Después de fotografiar dicho espacio con sus dos bellísimas bóvedas de arista, los cuadros que se encuentran ahí y todos esos detalles que hacen de este lugar uno de los más evocadores de todo nuestro pueblo, el encargado me dijo que había algo más, una sorpresa oculta: en el muro poniente me abrió la puerta de madera -sin gracia alguna- de una alacena. Al fondo sólo había viejos estandartes y algunos trebejos amontonados que parecían no tener mayor importancia.

La verdad es que me aquello me decepcionó, y más por compromiso que por verdadero interés tomé una fotografía de la mínima covacha. Eran todavía los tiempos de los rollos de película y esa fue la última exposición de las 36 con las que entré a la sacristía. Apenas había sonado el click, cuando me advirtieron, No, no: mira arriba. Entonces entré como pude a ese lugar y con la escasa luz que penetraba pude advertir que por donde había entrado era en realidad un acceso semitapiado, y que por dentro de la alacena se encontraba una excelente portada de cantería cuyos rasgos apenas se podían adivinar.

Pedí una lámpara al encargado para poder ver mejor, pero me dijo que no la había. Más bien creo que no me quería dejar solo. El rollo de la cámara se me había terminado y no podía ni siquiera intentar tomar una foto con flash para más tarde verla, ya impresa. Lo único que pude hacer fue disparar varias veces en vacío el flash de la cámara, y así a intervalos, casi como si estuviera a la luz de los relámpagos, recuerdo que pude ver una cornisa, una cruz y algunas letras.

Apenas el pasado miércoles 27 de agosto accedí nuevamente a aquella alacena misteriosa. Ahora ya tiene luz eléctrica y admirar la vieja portada resulta por tanto mucho más sencillo. Pero el espacio es tan pequeño en verdad, que tomar una fotografía resultó algo complicado, ya que ni siquiera podía arrodillarme para que cupiera completa en mi toma. A pesar de ello tomé varias fotografías que son las que ahora les muestro aquí.

Lo que se observa de esta portada es solamente una parte de ella, ya que no se advierten las jambas por estar empotradas en el muro y la oración labrada en su dintel se encuentra cortada por los extremos. Este dintel es monolítico, circunstancia extraña para la época a la que, por su estilo neoclásico, parece pertenecer el conjunto. Ello, junto con una casi imperceptible diferencia de color en la piedra me lleva a pensar que quizá el marco es más antiguo y sólo el entablamento se le añadió a mediados del siglo XIX.

Al centro del dintel aparece labrada, incisa, una cruz, y a sus lados se despliegan las frases [ALAB]ADO SEA EL SANTISIMO SACRAM[ENTO Y] LA CONCEPSION [sic] SIN MANCHA DE LA [VIRGEN MARÍA], que componen el Alabado, una oración o jaculatoria muy común en otros tiempos, que servía de preparación para las labores cotidianas y se utilizaba con frecuencia, rezada de rodillas, para dar principio a las reuniones no sólo de carácter eclesiástico, sino también civil e incluso particular. Al grabarla en este sitio, seguramente se hacía con la intención de que el celebrante y su sacristán recitaran la jaculatoria antes de la celebración de los primeros oficios litúrgicos del día.

Sobre este dintel está un entablamento sostenido en los extremos por un par de ménsulas muy parecidas a las que se pueden ver los balcones de varias casas aculquenses, como la Casa de don Juan Lara Alva, similares a los triglifos del orden dórico. Entre ellas se despliega una serie de ocho relieves inspirados sin duda en las metopas circulares de la arquitectura griega y romana, pero dispuestas con muy poco clasicismo en dos niveles distintos y sin estar alternadas con triglifos. Bajo estas pseudometopas corre un relieve todavía menos clasicista de óvalos continuos en bajorrelieve muy probablemente basados en las ovas que suelen adornar las molduras en el orden jónico. Corona la composición una cornisa de poco vuelo y escasa anchura.

De tal manera, aunque inspirada sin duda alguna en el arte neoclásico, esta portada resulta en realidad muy poco clásica por el desorden de sus elementos. Podríamos hablar, quizá, de un estilo neoclásico popular. Ello no le resta ningún interés como testimonio histórico, tanto por su elaborada talla que nos habla del gusto de la época en que se construyó, como por su inscripción que nos remonta a los usos de mediados del siglo XIX, y especialmente por su anómala ubicación.

Sobre esto último cabe, naturalmente, preguntarse, ¿qué hace ahí esta portada, guardada en una alacena? Es evidente, en primer lugar, que se trata de un acceso perdido a la sacristía, ya que se encuentra a eje con el centro de la bóveda norte de este espacio y mirando hacia el convento. Es decir, no parece ser un vestigio de alguna otra construcción. Es, además, con toda probabilidad, el acceso principal hacia el edificio conventual, ya que ni la entrada actual, ni la que da hacia el templo, tuvieron ornamentación semejante a la suya.

Pero, entonces, ¿por qué se bloqueó y ocultó? Creo que existen dos posibilidades: la primera, que al labrarse esta portada se tenía la intención de hacerla visible rompiendo el muro del salón contiguo, que probablemente era la sala De Profundis del cenobio. Al decidirse finalmente no hacerlo así, la puerta quedó sin uso y, en un arranque de practicidad, se decidió convertir el espacio en simple alacena. La otra posibilidad es que la comunicación con dicho salón sí haya existido en el pasado, incluso que haya durado muchos años, hasta tiempos relativamente recientes. Pero algún cambio en su uso determinó que se cerrara la comunicación y se condenara esta portada a dormir oculta, casi sería mejor decir escondida, por los siglos de los siglos.

 

ACTUALIZACIóN: 5 DE MAYO DE 2025:

Una fotografía publicada en Facebook en 2021 por Antonio Rogel Carreño me ha permitido ver mejor algunos detalles de esta portada, confirmar algunas de mis teorías y corregir ciertos errores en el croquis y en la transcripción de la oración inscrita en el dintel, que hasta donde se puede observar sería así: [ALAB]ADO SEA EL SANTISIMO SACRAMEN[TO Y LA LI]MPIA CONCEPSION [sic] SIN MANCHA DE PECADO OR[IGINAL]. En la fotografía también es posible observar que bajo las últimas dos palabras está inscrita una fecha algo difícil de leer, que el autor interpreta como es 1699, lo que es plenamente factible pues por aquellos años el templo estaba pasando por una reconstrucción completa. Esto confirmaría que el entablamento superior es un añadido posterior, como decía de mediados del siglo XIX, pues además de su estilo neoclásico popular, el color de su piedra y sus dimensiones son distintas a las del dintel. Por otra parte, la porción rugosa al extremo derecho inferior de este dintel indica que el vano fue originalmente menor, pues en esa parte se unía a su jamba. Finalmente, podemos ver que a la derecha del entablamento existe una metopa que no incluí en el croquis original y que resulta un tanto difícil de explicar en esa ubicación.