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lunes, 20 de abril de 2020

La Purísima: un rancho olvidado

En la falda suroriental del cerro del Tixhiñú, a unos metros de la Carretera Panamericana (o, deberíamos decir ya, la nueva Autopista Atlacomulco-Palmillas), se levanta un viejo edificio que pasa casi desapercibido, oculto como está tras altos muros de piedra blanca. Lo poco que se alcanza a ver desde el exterior es el hastial triangular de una troje, ya sin su cubierta de teja y los vanos de algunas ventanas a las que se les arrancó la cantera que las enmarcaba y que se abren a estancias arruinadas. Se trata de la casa de un rancho, antaño próspero, que llevó primero el nombre de "La Loma" y que después -antes de 1901- tomó el de La Purísima, quizá por evitar la confusión con otro rancho aculquense llamado de La Loma Alta, así como por alguna devoción particular de su dueño. En tiempos más recientes se le dio también el nombre de La Rosita, sin que llegara a hacerse popular tal denominación.

Las dependencias de este rancho están delimitadas, como dije arriba, por un muro de piedra blanca de Aculco, que corre rodeando una superficie con la forma de un triángulo (con más precisión, un trapecio) unido a un cuadrado. Es en esta última parte del terreno donde se alzaba la casa habitación, que muestra rasgos que parecen remontarse al siglo XIX. debe haber sido una casa hermosa: con planta cuadrangular y patio central, su particularidad era la galería abierta que adornaba sus fachadas, formada por un vano arcado hacia el noroeste, uno en chaflán en la esquina y tres más en el paramento noreste, que rematan en una especie de torreoncillo que sobresale en su unión con el corral. Además de estos vanos, sólo el de la entrada a los corrales por el suroeste y un par de balcones en la fachada noreste se abrían al exterior.

El rancho de La Purísima era propiedad a principios del siglo XX de don Manuel Merino. Después fue propiedad de Esteban y Cruz Galindo Orozco, quienes en 1939 la vendieron a Albina Infiesta Ochoa y su esposo Alonso Rico Martín. Ellos a su vez la enajenaron a José López Hernández y su esposa doña María del Rosario Velázquez Navarro de López en 1958. De sus manos y apenas 22 meses después, esta propiedad de 133.77 hectáreas pasó a las de los hermanos Armando, Francisco y Horacio Hernández Pérez en 1959. Como ya se habrá dado cuenta algún lector, don Armando Hernández Pérez era entonces el propietario de la vecina hacienda de Cofradía.

Parece ser que los Hernández no tuvieron mayor interés en la propiedad más que sumarla a las tierras de Cofradía, en realidad ya muy mermadas por el reparto agrario y no le quedaban inmediatas, ya que La Purísima estaba rodeada por los ejidos de Gunyó y el Tixhiñú, así como por el rancho Las Vegas. Según se me ha referido, los Hernández mandaron retirar las portadas de cantería y rejas que adornaban el casco del rancho para llevarlas a aquella otra propiedad, mientras lo dejaban perder sus techumbres y caer en la ruina. Las tierras dejaron de labrarse y La Purísima apenas servía para que pastaran algunas cabezas de ganado. En la década de 1980, este abandono sirvió de argumento a los ejidatarios del Tixhiñú para solicitar la dotación de tierras afectando esa propiedad y en 1994 obtuvieron sentencia del Tribunal Superior Agrario a su favor. La vieja casa del rancho -que está catalogada por el INAH como monumento histórico- se convirtió también en parte de ese ejido.

FUENTES: SENTENCIA pronunciada en el juicio agrario número 603/92, relativa a la ampliación de ejido, promovida por campesinos del poblado Tixhiñú, Municipio de Aculco, Edo. de Méx., Diario Oficial de la Federación, 10 de agosto de 1994. Memoria de la V. Exposición y feria regional, agrícola, ganadera e industrial del distrito de Jilotepec, México, Editora agrícola mexicana, 1955, p. 37.

domingo, 8 de junio de 2014

El rancho de Chapala

El rancho de Chapala, situado a poco menos de seis kilómetros al sureste de la cabecera municipal de Aculco y en su territorio municipal, no tuvo vida independiente sino a principios del siglo XX, pues hasta entonces formó parte de la inmensa hacienda de Arroyozarco. Sin embargo, a partir de 1917 la dueña de esta finca decidió -se dice que por consejo del propio presidente Venustiano Carranza- fraccionar y vender a particulares los terrenos que conformaban la orilla de su finca, pretendiendo con ello crear una especie de "escudo" que la protegiera de reclamaciones agrarias y de su reparto en ejidos, como anunciaba ya la nueva Constitución promulgada en aquel año. La estrategia tuvo para los compradores resultados diversos: algunas de esas fracciones terminaron por ser expropiadas y entregadas a los agraristas -lo que, por lo menos en un caso, provocó el suicidio del propietario-, pero muchas otras se convirtieron en efecto en pequeñas propiedades y así subsisten, a veces completas y otras reducidas en extensión, hasta nuestros días. Fue el caso de la fracción 103, que dio origen, precisamente, al rancho de Chapala.

Esa fracción era una de las más extensas, pues superaba un poco las 250 hectáreas, y sus linderos eran los siguientes: "de la mojonera junto a la casa de J.M. Sánchez por la orilla de la barranca hasta un encino en línea recta, hasta un fresno en la orilla opuesta de la barranca llamada de Fondó. Se sigue al poniente teniendo por lindero hasta encontrar la cerca del lindero de Arroyozarco, se sigue por la cerca en setenta metros más o menos hasta encontrar una mojonera desde la que se miden, siguiendo la cerca, cuatrocientos noventa metros Norte dicienueve grados, cuarenta y dos minutos Oeste, en seguida una línea de dos mil quinientos treinta metros Sur, veintidós grados tres minutos Este, hasta ese punto se comienza una cerca que en una longitud de doscientos cincuenta metros en dirección sinuosa más o menos al Suroeste encuentra la cerca que limita el potrero de la Ciénega de la Hacienda de Arroyozarco; esa cerca sigue muy sinuosa de Noreste al Suroeste y se termina en el lindero de la Hacienda de la Loma; de ese punto al de partida hay una distancia de seiscientos diez metros, teniendo esa línea el rumbo Norte, dos grados veinticinco minutos Oeste".

El comprador de esta fracción fue el sobrino de la dueña de Arroyozarco, don Macario Pérez Romero (o Macario Pérez Jr., como acostumbraba firmarse para distinguirse de su padre), que como sabemos era hermano de doña Sara Pérez, ya para entonces viuda de don Francisco I. Madero. El precio de venta fue de $3,000 pesos, de los que doña Dolores recibió enseguida 600 y el resto sería pagadero en cuatro anualidades. La operación se formalizó ante el notario Agustín Montes de Oca el 4 de septiembre de 1918. Tiempo después, el 9 de septiembre de 1919, don Macario compró otra propiedad por el rumbo de Fondó que constaba de una casa "con una faja de terreno en forma triangular" en $1,500 pesos a los hermanos Patricio y Epifanio Sánchez y Ruiz, de la que desconocemos su ubicación pero probablemente era inmediata a su otro rancho.

No he podido encontrar indicios de que el nombre de Chapala haya sido anterior a la compra de Macario Pérez. Tampoco que la presa construida dentro de sus terrenos haya existido antes. Y, por cierto, tampoco que el rancho contara con construcciones más antiguas a 1918. Creo que lo más probable, a reserva de encontrar más datos sobre el tema, es que el mismo don Macario eligiera el nombre de Chapala y construyera la porción más antigua de la casa y sus anexos. Su siguiente propietario, don Miguel Valdés Acosta, seguramente mandó edificar también buena parte de las construcciones del rancho.

Esta casa del rancho de Chapala fue levantada en un sitio muy pintoresco, a unos metros de la barranca de Fondó. Tal como estaba principios de la década de 1990, constaba de una casa habitación de dos plantas cubierta de teja a dos aguas que se extendía de norte a sur, con un pequeño anexo de una sola planta adosado en su fachada meridional. Inmediato asimismo a la casa por el lado norte, un cuerpo de construcción alargado también de norte a sur y con techo de teja de dos aguas, más extenso e igualmente de dos plantas pero de menor altura y con muros sin revocar, parecía ser un agregado posterior. A su frente se levantaba un portal sobre columnas de piedra blanca quizá más reciente aún y en la parte posterior existía un corral de no grandes dimensiones. No lejos de la casa se levantaban pequeñas construcciones que quizá habían sido habitación de los empleados, formando vagamente en conjunto el contorno de una plaza. Un pequeño acueducto conducía el agua hasta una fuente circular (o pila, que tanto monta) ubicada precisamente en este sitio. Algo más retirada, ya junto a las milpas, se encontraba una era para trillar el trigo. Las fotografías satelitales recientes parecen confirmar que todo se halla igual hoy en día.

Más que por otras razones, muchos aculquenses saben del rancho de Chapala porque en la década de 1940 el actor y cantante Pedro Infante estuvo muy cerca de comprarlo. Ya para entonces don Macario Pérez lo había vendido, como mencionamos arriba, a don Miguel Valdés y, tras la muerte de este señor, había quedado en manos de su mujer. Además, su extensión se había reducido de 250 a sólo 60 hectáreas, posiblemente por las afectaciones agrarias. Pero dejemos que sea un testigo de los hechos, don Miguel Lara Guerrero, gran amigo de Pedro Infante, quien nos relate esta anécdota:

Al año siguiente, en la primavera de 1947, regresamos a Aculco en varias ocasiones por el interés de Pedro de comprar un rancho cercano. Tenía unas sesenta hectáreas, algunos cultivos, tierras de pasteo, establo con un medio centenar de vacas de ordeña, una casa pequeña tipo hacienda, etc. La dueña, una señora viuda de "no muy malos bigotes" -con quien obviamente el comprador hizo muy buenas migas-, en cada visita para tratar el asunto, nos daba siempre muy buena acogida, invitaciones a comer, a almorzar, y en ocasiones era solamente Pedro, el "interesado" en asistir, y por supuesto lo hacía con plena libertad, poniendo así en práctica lo del "onceavo mandamiento", el de no estorbar. Se llegó en un principio al acuerdo sobre el precio al que Pedro un puso obstáculo alguno. Se fijó en el mismo que la señora había pedido desde un principio, la cantidad de $32,000.00 y aceptó otorgarle un anticipo equivalente a la mitad del precio, mismo que se cubrió a las primeras de cambio, pero la única condición que ponía el "nuevo dueño", era la de que ella permaneciera viviendo ahí, en fin, todo igual y nos recibiera ahí cada vez que llegáramos nosotros y nos atendiera como la primera vez. No se diga si él llegara solo, pues con toda seguridad se trataba ya de otra de sus innumerables conquistas. Hasta ahí aquel trato se seguía cumpliendo adecuadamente, pero la liquidación total de la "compra" del rancho, se alargaba cada vez más y más, aunque a nadie parecía importarle mucho el asunto, sin embargo los recibimientos que tuvimos ahí, al menos las veces que acompañé a Pedro, siempre fueron de lo mejor, pero supongo que no se comparaban con las otras donde únicamente llegaba él solo. [...] Nunca se llevó a cabo la compra total del rancho [...].

Miguel Lara Guerrero, Antes de que se me olvide, México, 2013, S.P.I., pág. 85.

En lo que fueron tierras del rancho no sabemos si lo siguen siendo) se construyeron dos presas: la mayor, conocida como presa de Chapala y una de menor capacidad llamada Juanita. La cortina de esta última habría sido comenzada por Valdés y concluida por su viuda. Una derivación de ella conducía el agua hasta la pila frente a la casa.

sábado, 28 de agosto de 2010

Las Conchitas: otro paraíso perdido

Panorama de Aculco desde Las Conchitas en 1985. A la derecha se observa una parte de la corraleta del lienzo charro y, en descenso, los muros de la huerta.

Al fondo, las lomas donde se formó cerca de veinte años después de tomada esta foto el rancho de Las Conchitas.

El sitio aculquense al que me referiré esta vez no forma parte ciertamente de su patrimonio histórico o arquitectónico. Se trata simplemente de un lugar antaño sumamente agradable, que se fue fragmentando y degradando al paso del tiempo, y que hoy muestra en algunas de sus áreas un abandono y desdén atribuible directamente a las administraciones municipales que las han convertido en un basurero.

No faltará quien opine positivamente sobre las razones que han llevado a dicho estado a este sito, entre ellas la construcción dentro de su perímetro de una escuela preparatoria, un kinder y una clínica del IMSS. Yo, convencido de que el fin no justifica los medios, siempre lamentaré que todo esto se haya hecho a costa de un gran espacio verde, una amplísima huerta que pudo haber tenido un mejor destino, o por lo menos un mejor aprovechamiento de sus espacios.

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Panorama de Aculco desde Las Conchitas en la actualidad. En primer término, la barda y árboles que delimitan el perímetro de la escuela preparatoria.

Una de las situaciones recurrentes en la historia reciente de Aculco tiene que ver con lo que he llamado "los paraísos perdidos": comienzan cuando un hijo de este poblado, que ha logrado hacer fortuna lejos de él, lo escoge para crearse el paraíso con el que ha soñado toda la vida y que habitualmente incluye una casa hecha a la medida de sus deseos, tierras, árboles frutales, ganado o caballos, y hasta algún poder político... A veces, las fortunas involucradas en esta creación de paraísos han sido verdaderamente cuantiosas, como la don Ignacio Espinosa Martínez (filántropo cuyo apellido fue impuesto a la cabecera municipal), pero el final de casi todas, grandes, medianas y pequeñas, ha sido el olvido, el abandono y la destrucción. Dice mi nada optimista primo Octavio, que esa es la prueba de que no hay paraíso posible en Aculco: parece que la misma tierra "dice que no".

Uno de esos paraísos dolorosamente perdidos es la quinta o rancho de "Las Conchitas", el edén que soñó don Cipriano.

Registro del censo de 1930. Aparece "Sipriano" Ortega, de diez años de edad y de ocupación pastor, como habitante de la la "loma llamada o nombrada de La Garita".

José Cipriano Ortega nació en Aculco hacia 1920 y vivió su infancia en una pequeña casa de piedra blanca y cubierta de teja que se hallaba a media subida en el camino que comunicaba la zona de Nenthé con las lomas de Cofradía (que hoy es la calle José Sánchez Lara). No debería avergonzar a nadie decir que su familia era muy pobre pero igualmente laboriosa. Su madre, de nombre Concepción Pérez, se dedicaba a tejer canastas y chiquihuites de jara. En su infancia y primeros años de su juventud, Cipriano fue pastor y efectuaba también trabajos para distintas personas de Aculco. Todavía hay quien lo recuerda acarreando leche en cántaros desde la desaparecida Casa de Nenthé hasta la Casa de don Juan Lara Alva, debido a un accidente en que la leche se derramó, lo que le valió a Cipriano una fuerte e inmerecida reprimenda.

Vista de lo que fue la huerta de as Conchitas, ya despojada de sus frutales y fragmentada en diversos espacios.

Pero Cipriano hizo lo mejor que podía hacer un hombre inteligente como él y sin ninguna posiblidad de crecimiento en el pueblo: irse de ahí a la ciudad de México. Trabajó en la capital en la tienda de ultramarinos de un español (creo recordar que se llamaba "La Sevillana"), donde se involucró en este negocio a cabalidad y después de años de trabajo él mismo se convirtió en empresario. El esfuerzo rindió frutos y hacia la década de 1960, cuando logró acumular una regular fortuna, regresó a Aculco para crear su paraíso.

Escogió para tal fin los terrenos que limitaban al oriente con lo que había sido la casita de su infancia los que, además, gozaban de una de las más hermosas vistas del pueblo de Aculco. Compró una parte de ellos a don Evodio Ángeles y la complementaria, del otro lado del camino, a don Pablo Padilla (o a sus descendientes). Cercó el terreno con muros de piedra blanca, sembró cientos de árboles frutales, construyó una casa, levantó caballerizas y un gran lienzo charro. Curiosamente, Cipriano dejó sin tocar su vieja casita. No hubo en él esa frecuente actitud de quien nace pobre de borrar las huellas de su antigua humildad. En esa vivienda que todavía yo conocí, parecía haber querido dejar una doble moraleja: para él mismo, el recuerdo y aceptación de su origen; para los demás, el ejemplo de lo que consigue el trabajo.

Vista de las gradas del lienzo charro de Las Conchitas desde el camino que se ha abierto para tirar cascajo en sus terrenos.

El paraíso de Cipriano (a quien ya entonces se le daba trato de "don") fue bautizado como "Las Conchitas" en recuerdo, naturalmente, de su madre. Pero extrañamente su constructor disfrutó quizá por menos de 15 años aquel edén construido a la medida. En algún momento, en tiempos de Carlos Hank González, decidió venderlo al gobierno del Estado de México y se mudó al rancho "Las Vegas" que perteneció a la familia Terreros y se encuentra al extremo opuesto de la larga loma de Cofradía, a unos dos o tres kilómetros de distancia.

El gobierno del Estado entregó después Las Conchitas al gobierno municipal de Aculco y ahí comenzó su decadencia. Primero, la casa fue convertida a principios de la década de 1980 en "posada familiar", destino que podría haber sido su salvación pero que resultó poco afortunado por la poca demanda. En esos mismos años, la huerta principal fue utilizada para guardar las yeguas brutas que utilizaba la Asociación de Charros de Aculco y estos animales acabaron con gran parte de los árboles frutales al roerles la corteza. Más tarde, los terrenos que habían pertenecido a don Pablo Padilla fueron convertidos en la Unidad Deportiva Municipal, transformándose aquellos prados en polvosas canchas de futbol. Luego, la casa fue destinada a acoger las instalaciones del IMSS -uso que conserva hoy en día- pero la gran transformación comenzó a ocurrir cuando se trazó una calle en el extremo oriente del terreno (calle que hoy se llama precisamente Las Conchitas) y se levantó a su vera la nueva Escuela Preparatoria Venustiano Carranza que, por lo menos, ofrece como fachada una agradable barda de piedra blanca. Pocos años después un jardín de niños se construyó también junto a ella.

El redondel convertido en despósito de autos accidentados, basurero y almacén de cascajo. Al fondo, la ostentosa casa edificada donde estuvo la humilde casa de la infancia de don Cipriano Ortega.

Aunque se aceptara como inevitable su urbanización y fragmentación, lo cierto es que en manos de un verdadero urbanista la huerta de Las Conchitas podría haberse utilizado de una manera estupenda, aprovechando sus desniveles, su magnífica vista, su amplitud... Pero simplemente no se hizo así.

Hace unos días regresé a este sitio y comprobé su decadencia. Calles mal trazadas y acabadas, ningún orden en las construcciones, bardas derruidas. Quizá sólo la escuela preparatoria luce un buen mantenimiento. En lugar de la casita humilde de don Cipriano se ha construido una casa ostentosa, de nuevo rico. Y aquel lienzo charro que fuera la construcción más grande y costosa de este paraíso, en cambio, es hoy utilizado como corralón para automóviles chocados, basurero para el cascajo que han producido las recientes obras municipales en calles y empedrados, almacén de todo tipo de trebejos. Las gradas se están derrumbando y ya casi no queda recuerdo de la huerta que lo rodeaba.

Las gradas cayéndose a pedazos.

Es lamentable y hasta inexplicable que infraestructura así se esté perdiendo por el abandono. ¿No existen en territorio municipal poco menos de una decena de asociaciones charras que podrían ocupar este lienzo como sede, ya fuera mediante una contribución al erario municipal o, mejor, ocupándose de su mantenimiento y mejoramiento? ¿No es cierto que el Auditorio Municipal es utilizado con frecuencia para eventos inapropiados que mejor sería realizar en un sitio como éste (hablo, por ejemplo, del palenque)? ¿No valdría más conservar la infraestructura que se posee que desembolsar después cuantiosos recursos en repararla?

En fin, Las Conchitas, aquel paraíso rural de don Cipriano Ortega es ya sólo un eco lejano de lo que fue. Al paso que continúa su transformación y su abandono no tardarán en perderse sus últimos recuerdos.

El lienzo en su uso actual. Al fondo se alcanzan a observar las instalaciones del IMSS en lo que fue la casa de Las Conchitas.



Tres vistas del estado actual del lienzo charro de Las Conchitas.



ACTUALIZACIÓN: 22 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Nos comunican que don José Cipriano Ortega falleció el pasado 17 de septiembre en la ciudad de México, donde fue sepultado.

ACTUALIZACIÓN: 2 DE ENERO DE 2014

A finales de la administración municipal anterior, el 9 de octubre de 2012. el Cabildo decidió "por unanimidad de votos la desafectación de 7,352 m2 del predio denominado 'Las Conchitas', propiedad d el H. Ayuntamiento, el cual se destina para la construcción de un hospital". Ello implicó el completo arrasamiento del lienzo charro, del que no quedó piedra sobre piedra. Aquí las fotografías aéreas de la degradación y su final destrucción.

Por cierto, el casino del lienzo charro Garrido-Varela lleva el nombre de José Cipriano Ortega desde el 7 de octubre de 2000.

lunes, 12 de abril de 2010

El Bosque

Acceso principal de la casa del rancho El Bosque.

Desde fines del siglo XVIII, varios miembros de una familia de origen criollo, los Mondragón, comenzaron a adquirir extensas propiedades al sur de la hacienda de Ñadó que, sin embargo, nunca llegaron a conformar una hacienda en el sentido estricto de la palabra. De hecho, tras alcanzar su mayor extensión en tiempos de don Eduardo Mondragón (cerca del último cuarto del siglo XIX), estas tierras fueron fraccionadas entre sus descendientes a lo largo de las siguientes generaciones, antes incluso de que la reforma agraria llevara a la desaparición de las grandes propiedades en el campo mexicano. Conforme se iba dando esta disgregación, las fracciones adquirían algún nombre particular, a veces distinto de aquél con que eran conocidas en tiempos anteriores, lo que dificulta mucho rastrear su origen e historia. Es el caso de la fracción conocida como rancho El Bosque.

Retrato de don Germán Mondragón en su vejez, fines del siglo XIX.

En el plano de la hacienda de Ñadó de la década de 1880, el límite con estas posesiones se refiere a ellas como "Tierras de don Eduardo Mondragón / Rancho de las Trojitas". Es posible que su hijo, Germán Mondragón, haya sido quien segregó esta herencia del resto de las propiedades a fines del siglo XIX o principios del XX. Para las primeras décadas de éste último, formaba ya parte del patrimonio de la rama familiar que encabezaba don David Mondragón.

Detalle de la Reducción del Plano de la hacienda de Ñadó de 1920, en el que aparece su límite con las tierras del rancho de don Eduardo Mondragón.

La carretera Panamericana en las inmediaciones de El Bosque. Al fondo, la peña de Ñadó. Fotografía de Google Streetview.

Dedicado a la cría de ganado mayor y a la explotación de carbón, sin mayor pena ni gloria, opacado por su carácter de pequeña propiedad por los grandes latifundios de Ñadó, Cofradía, Totó y Arroyozarco, que marcaron la historia de esta región, El Bosque languideció lentamente en los años que siguieron a la Revolución. Sus tierras fueron fraccionadas entre los descendientes de don David, algunas vendidas por ellos a extraños e incluso los ejidatarios del pueblo de Santiago Toxhié obtuvieron alguna tajada de sus potreros. Hasta la casa principal del rancho, de la que hablaremos enseguida, tiene actualmente varios propietarios, todos ellos parte de la familia, sin que esto último garantice que habrá de conservarse íntegra e indivisa en el futuro.

Fotografía satelital de la casa del rancho El Bosque. En la parte inferior, la carretera Panamericana.

Esta casa se sitúa en un altozano que forma parte de las estribaciones del cerro de Ñadó, a unos 200 metros de la Carretera Panamericana y a tres kilómetros al suroeste de la hacienda de Ñadó. Los restos de vegetación en las cañadas aledañas permiten ver claramente las razones por las que recibió su nombre, pues antiguamente se formaba aquí un bosque cerrado en el que predominaban los ocotes, más que los encinos habituales en los montes de la región. En el edificio parecen identificarse varias etapas constructivas, la última de fines del siglo XIX que fue la que le dio su aspecto actual, con elegantes y a la vez sencillos detalles neoclásicos en sus áreas más importantes.

Fachada principal de la casa.

Como otros ranchos de esta zona de Aculco, el edificio y sus anexos forman un conjunto compacto y se distribuyen alrededor de un patio o jardín central rodeado por corredores en los costados sur y oriente, cuya cubierta de teja está soportada por hermosas columnas octogonales de piedra encalada con capiteles cuadrangulares que seguramente pertenecen al siglo XVIII. El resto del patio está formado por construcciones nada homogéneas, con aire rústico y aspecto encantador, entre ellas dos corredores con techumbre soportada por pilares de mampostería y una curiosa construcción de dos plantas a cuyo primer piso se accede a través de una escalera doble con pasamanos de madera.

Vista del patio de la casa, hacia el noreste.


Pórticos del patio sostenidos por columnas octogonales.



Tres vistas de los lienzos norte y oeste del patio. Adviértase la interesante "torrecilla", con la escalera de madera adosada para acceder a la planta alta.

La cruijía principal del edificio, que mira convenientemente hacia el sur (lo óptimo debido al frío clima de la zona), es de construcción más reciente (fines del siglo XIX) y muestra una fachada tan digna como austera, con detalles ornamentales labrados en cantería, en la que destaca el acceso principal con portón de madera original, cerramiento curvo y moldura en la parte superior sostenida por ménsulas. Las tres pequeñas ventanas que se distribuyen a los lados de este acceso muestran parecida composición, aunque su moldura es de menor vuelo y sus ménsulas exageradamente sencillas, casi como esbozadas. Esta fachada presenta algunos restos de pintura mural, entre ellos una cenefa con rombos en color amarillo inmediatamente por debajo del tejado que sobresale ligeramente del plano, y la leyenda el "El Bosque" en amarillo y castaño en el espacio que se halla entre el arco de la entrada y la moldura que la remata.

Frente a esta fachada existe un espacio rectangular que bien pudo haber sido un patio de trabajo o simple jardín, como lo es ahora, y que forma parte del mismo terraplén sobre el que se desplanta la casa entera. A él se accedía a través de una escalinata en el ángulo sureste, la que ahora se halla flanqueada por un cuerpo de construcción reciente en el que se reutilizaron sillares antiguos de piedra blanca, material con el que está edificada la casa entera con excepción de ciertos muros levantados con adobe. Otras dependencias menores y muros rodean limitan también este supuesto patio de trabajo.

Construcción que limita el costado oeste del patio de trabajo.

Construcción moderna en que se han reutilizado sillares antiguos. Cierra el patio de trabajo por su costado sur.

El rancho El Bosque, uno de los edificios antiguos menos conocidos del municipio de Aculco, conserva su arquitectura, como se puede apreciar por las fotografías, en un estado en buena medida prístino. Algunas de sus cubiertas comienzan ya a requerir una intervención para evitar su desplome y sería de admirarse que esos trabajos se realicen pronto, pero conservando esa apariencia original que presta a esta casa un especial encanto, ya perdido en la mayoría de los edificios históricos de nuestra región.


Dos vistas de la fachada de la casa.

Vista general del rancho

Las fotografías de la casa del rancho El Bosque pertenecen a la señora MTMM.

 

ACTUALIZACIÓN, 20 de abril de 2014:

 

Aunque no contamos con planos del rancho El Bosque, sí existen mapas de las haciendas de Ñadó y El Jazmín que muestran claramente cómo esta propiedad se introducía como una cuña entre los terrenos de estas haciendas. Aquí, un montaje de estos mapas, con la zona correspondiente al rancho de don Eduardo Mondragón dentro del cuadro rojo.

ACTUALIZACIÓN, 3 de septiembre de 2020:

Unas fotografías recientes del rancho, tomadas de la cuenta de Twitter de @lau_huerta: