domingo, 26 de octubre de 2014

Una cruz entre rejas

El pasado 16 de septiembre tuve la oportunidad de visitar la capilla de Santa María Nativitas, cuya restauración comenté aquí hace varios meses y que ha sido concluida ya. Sobre el resultado de esta restauración escribiré próximamente en este blog, ya que me parece que mi crítica anterior fue excesiva y quienes ejecutaron los trabajos merecen mejores comentarios que los que vertí entonces. Pero lo que quiero destacar ahora es el estado en el que encontré la hermosísima cruz atrial de este lugar, rodeada de una estructura metálica antiestética e innecesaria.

No me cabe duda de que la estructura ha sido colocada con las mejores intenciones, seguramente para proteger con un techo la cruz, junto con su bien labrado pedestal que lleva la fecha de 1678. O tal vez es sólo una protección para evitar que las personas se recarguen, o que los automóviles que a veces acceden al interior del atrio la golpeen. Y lo más probable es que esta estructura metálica cumpla muy bien su función. Pero desde el punto de vista estético, la idea es simplemente lamentable.

A lo largo y ancho del país existen cientos de cruces atriales virreinales de todos tamaños y diseños, algunas casi 150 años más antiguas que la de Santa María Nativitas. Pero, si se han fijado bien, ninguna de ellas (salvo las que están en algún museo) ha sido protegida por una estructura parecida a ésta, aún cuando sean mucho más valiosas en términos de antigüedad, calidad artística, valor histórico, etc. ¿Por qué? Pues simplemente porque no es necesario: la aplicación de un hidrofugante protege la piedra de la humedad y los daños que ésta le pueda ocasionar. Una solución barata, rápida y que permite contemplar este tipo de monumentos tal como sus constructores quisieron que se vieran, sin recurrir a adefesios como el que vemos ahora en el atrio de esta capilla. O si es que la reja es una protección contra los golpes, quizá una reja no tan estrecha y de menor altura, que no afecte su vista, habría sido una aportación mucho más sensata.

Este tipo de soluciones, improvisadas, sin conocimiento técnico, pero de buena fe, sorprenden sobre todo al considerar que la capilla acaba de ser restaurada por profesionales, a quienes habría sido conveniente consultar antes de tomar una decisión que sólo afea la bonita capilla.