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miércoles, 7 de julio de 2021

Un raro cuadro de tema trinitario

Muchas veces me he referido aquí al patrimonio perdido de Aculco, tanto arquitectónico como inmaterial, lo mismo mueble que inmueble. Pocas veces, en cambio, he escrito sobre el patrimonio agregado o incorporado, es decir, aquellos bienes culturales que se añaden a los que el poblado posee de origen y que enriquecen ese patrimonio. Hoy quiero platicarles precisamente sobre un objeto de este tipo: una pintura al óleo del siglo XVIII que llegó hace poco a una colección particular de Aculco.

La pintura mide aproximadamente 130 por 90 centímetros. Su procedencia original es desconocida aunque quizá proviene de la Ciudad de México o de sus cercanías. A pesar de la pérdida de algunas áreas de capa pictórica se halla en buen estado gracias a una restauración efectuada hace cerca de una década. No tiene marco ni firma. Si bien es obra del periodo barroco, su adscripción a este estilo se sostiene más en la profusión de símbolos y la abundancia de personajes que en una exuberancia ornamental.

A su pie se encuentra una cartela con una inscripción incompleta, que a pesar de todo provee alguna información interesante: "A devoción de don Francisco de Santiago [...] Alejandro Sexto concedió doce mil años de perdón [...] pecados mortales y siete mil de los veniales a los que delante de la estampa de Jesús, María y señor san Joaquín y señora Santa Ana hicieren la siguiente deprecación: [Dios te salve,] Virgen María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, tu gracia sea conmigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito sea mi señor san Joaquín, tu dichoso padre y bendita sea mi señora santa Ana tu madre [de la que naciste] sin mancha Virgen María y de ti nació Jesucristo, hijo de Dios vivo. Amén. [...] Tres padresnuestros y tres avesmarías [...] 27 de 1754 [...] Imagen de Nuestra Señora de Gracia que se venera en el Real Convento de Granada."

Si sólo tomamos en cuenta ese texto, nuestra primera impresión será que se trata de un cuadro que promueve una devoción a través de la indulgencia concedida por el papa (la cual, por cierto, tiene fecha de 1494 y se refiere únicamente a la imagen de santa Ana, no a las de san Joaquín, María y Jesús en conjunto como dice la cartela). A la par de esta devoción está la de la Virgen de Gracia, advocación muy extendida por Andalucía, España. Pero al mirar la pintura resultará evidente que nos estamos perdiendo de algo y que la explicación del texto no alcanza a aclarar toda su particular iconografía.

Veamos, pues, los detalles del cuadro para descifrar su sentido.

En la parte más alta hay un rompimiento de gloria en el que aparecen a la izquierda Cristo -cubierto con una túnica roja y portando una cruz- y a la derecha el Padre Eterno -con túnica blanca, capa roja, cetro en la mano, el orbe que representa al mundo en la mano izquierda y su característica aureola en forma triangular-. Las dos figuras están sedentes sobre nubes. Entre ellos se encuentra la paloma que simboliza al Espítu Santo. Tenemos, pues, representada aquí a la Santísima Trinidad: las tres personas que conforman al Dios único.

También entre Dios Padre y Dios Hijo está, un poco más abajo, la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Se puede advertir que no representa directamente a la persona, sino a la figura escultórica que materialmente se veneraba en Granada. Esta escultura aún existe en aquella ciudad andaluza, si bien se expone sin sus amplios ropajes barrocos. A pesar de ello, los grabados antiguos nos la muestran como la representó en el cuadro el desconocido pintor, con su manto y saya ricamente bordados en oro y el característico resplandor ondulante -en forma de ocho- de esta advocación.

Esta imagen se venera -como bien indica el cuadro- en el Real Convento de Nuestra Señora de Gracia de la ciudad de Granada. El convento estaba a cargo de la orden reformada de la Santísima Trinidad o "trinitarios descalzos", religiosos que tenían como labor el rescate e intercambio de cautivos, especialmente en los países islámicos, y que se habían asentado en la ciudad a principios del siglo XVII. De hecho, esa advocación mariana es particular de esta orden, por lo que resulta así un segundo elemento de este cuadro relacionado con la Trinidad.

Un tercer componente trinitario, como veremos enseguida, es el ángel que aparece en el centro inferior de la composición. Nótese que sostiene en las manos las cadenas de un par de cautivos postrados a sus pies. Este es un elemento frecuente en las representaciones de la orden trinitaria, en el que uno de los cautivos representa a un cristiano (a la izquierda, con una cruz en el pecho) y el otro a un musulmán. La posición de los brazos del ángel, uno sobre otro, indica que al descruzarse se producirá un intercambio que libera a los dos presos, siguiendo el carisma de aquella orden religiosa. Para mayor certeza de esta afiliación, el ángel porta un escapulario blanco sobre el que destaca la insignia de los trinitarios: una cruz formada por una franja vertical roja que se superpone a una franja azul horizontal.

Los tres elementos trinitarios -la Santísima Trinidad, la Virgen de Gracia y el ángel con los cautivos- lucían en el retablo mayor de la iglesia del convento de Nuestra Señora de Gracia que existió hasta principios del siglo XIX y que reprodujo el grabador Juan Ruiz Luengo en 1711.

Hasta aquí se puede decir que el cuadro muestra una composición absolutamente trinitaria. Ahora bien, esta orden religiosa, muy importante en Europa, no tuvo presencia en la Nueva España. ¿Cómo explicar entonces la existencia en México de esta obra que recoge sus símbolos, incluida la cruz tan particular que llevaban al pecho sus religiosos? La explicación está en las cofradías de laicos que se fundaron durante el Virreinato bajo la protección de la Santísima Trinidad, algunas de las cuales existieron en la capital del país, Santa Fe, Guadalajara y Querétaro. A estas hermandades se les autorizó utilizar los símbolos de la orden trinitaria, como se puede ver, por ejemplo, en el templo de la Santísima de la Ciudad de México. Así, creo posible que este cuadro se encontrara colgado en algún templo en que existía una cofradía de la Santísima Trinidad y el donante, don Francisco de Santiago, habría sido uno de los cofrades.

Pero nos falta analizar todavía las figuras que enmarcan la parte inferior de la pintura: san José, con su bastón florecido, san Joaquín, de rodillas y santa Ana, en la misma posición. Vemos además que en el pecho de los dos últimos santos -padres de la Virgen María- arraiga el tallo doble de una azucena, cuya flor sirve como peana a la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Este motivo, relativamente frecuente en el arte novohispano, simboliza la concepción de la Virgen por sus padres, pero corresponde normalmente a la advocación de la Inmaculada Concepción, por lo que su ubicación aquí con una Virgen acompañada del Niño resulta excepcional.

Todos estos personajes carecen de vinculación directa con la tradición trinitaria. Al estudiar otras representaciones semejantes vemos que el lugar que ellos ocupan está con frecuencia destinado a asuntos más cercanos a esa tradición, en especial los santos fundadores de la orden: san Juan de Mata y san Félix de Valois. Asumo, pues, que las figuras de san José, San Joaquín y Santa Ana son una suerte de devociones particulares del donante, sobrepuestas sin mayor sentido iconográfico a un tema general trinitario.

Interesante por la simbología que guarda, este cuadro es en realidad más curioso que bello. Es obra evidentemente de un pintor popular bastante menor y su valor se encuentra más en su componente histórico que en el artístico. Con todo, su integración al patrimonio aculquense es una excelente noticia. Ojalá permanezca allí por largo tiempo.

 

UN APÉNDICE

Hace pocos días encontré en el sitio de la casa de subastas Louis Morton este interesante cuadro, de dimensiones algo mayores al que hemos venido reseñando aquí. Aunque a primera vista resultan muy parecidos, con afinar un poco la vista encontramos notables diferencias. Nótese para empezar, cómo varias de las figuras se encuentran pintadas como en espejo respecto del cuadro original, en sitios opuestos del cuadro y con la cabeza inclinada hacia el lado contrario. Esto provoca errores, como que la Virgen lleve el cetro en la mano izquierda en lugar de la derecha. No aparece además el Espíritu Santo, lo que se aparta de la iconografía tradicional y lo aleja del sentido trinitario del primer cuadro. Para subrayar este hecho, el ángel con los cautivos no lleva ya la cruz trinitaria, sino una cruz patada roja semejante a la de los templarios. Al apartarse del sentido trinitario, no se puede justificar ya la presencia del ángel con los cautivos. Aparecen además las imágenes de los arcángeles Miguel y Rafael, inexistentes en el otro cuadro. San José, extrañamente, porta una vara florida pero no con flores del habitual color blanco, sino rojas.

Muchas de estas diferencias pueden calificarse, bajo mi punto de vista, de errores iconográficos, pero además la técnica de la obra me parece sospechosa. El conjunto de estas "fallas" me hace dudar de su autenticidad.

domingo, 25 de abril de 2021

San Marcos

Entre las pinturas que alberga la capilla de la antigua hacienda de Cofradía se encuentra la que aquí les muestro, con la imagen de san Marcos evangelista. Se trata de una pintura del siglo XVIII, de pequeñas dimensiones (no más de 70 centímetros de altura) y de carácter popular (es decir, realizado por un pintor sin preparación académica). Su estado de conservación es regular tirando a malo, con algunas roturas del lienzo, una notoria pérdida de capa pictórica y muchas capas de suciedad acumuladas que opacan sus colores. Todo esto, sin embargo, no le resta interés al cuadrito, que amí me parece hermosa e interesante.

El cuadro muestra a san Marcos como un hombre maduro, barbado, con facciones regulares y serenas y el cabello ondulado. Una aureola dorada circular de la que parten rayos rectos y flamígeros alternados rodea su cabeza. Se le muestra sentado, con un manto rojo que cuelga del hombro y se extiende en su regazo, vistiendo una túnica verde adornada con dorados en forma de hojas de acanto que evocan el estofado* de las imágenes escultóricas barrocas. Sostiene un libro y una pluma de ave, atributos de su labor como autor del segundo Evangelio.

La figura de san Marcos se halla al aire libre. El paisaje se limita a una loma azulosa que asoma al fondo y un arbusto a sus espaldas. Frente al santo, un león echado que es su símbolo más característico vuelve el rostro, con facciones casi humanas. De las fauces del león cuelga por medio de una cuerda lo que parece ser una calabaza o cantimplora de peregrino, atributo que no suele aperecer en las imágenes de este santo. Quizá se refiere a sus viajes apostólicos por el Mediterráneo. En todo caso es uno de los misterios de esta obra.

Esta pintura no parece tener firma. Su marco es moderno y bastante burdo, la línea con medias lunas que lo adorna y el título "San Marcos", descentrado, no hacen sino subrayar su pobreza. Se halla colgada en un muro de la nave de la capilla, del lado del Evangelio y cerca de la entrada. Aunque no se puede descartar que perteneciera a la hacienda de Cofradía desde tiempos antiguos, lo más probable es que haya sido llevada ahí en la época en que se construyó el templo, es decir, a mediados del siglo XX.

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*Estofado: Se trata de una técnica ornamental en que cierta parte de una escultura era cubierta con oro de hoja, sobre la que se aplicaban otros colores. Luego, se raspaba ligeramente esa capa pictórica formando figuras para descubrir el dorado subyacente.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Demonios en la parroquia

"Un demonio -escribe uno de los más conocidos exorcistas de nuestros tiempos, el sacerdote español José Antonio Fortea- es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia, sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual". Siendo su naturaleza espiritual, ¿por qué se les suele representar de formas monstruosas? El propio Fortea lo explica así: "El demonio aparece en las pinturas y esculturas deforme, es muy adecuado ese modo de representarlo, pues es un espíritu angélico deformado. Sigue siendo ángel, es solo su inteligencia y su voluntad lo que se ha deformado, nada más. En lo demás sigue siendo tan ángel como cuando fue creado". Más allá de estas representaciones artísticas, ¿los demonios serían capaces de mostrarse en el mundo material de acuerdo con la doctrina católica? Sin duda, añade Fortea: "Dios sólo les permite aparecerse como sombras que se mueven, como engendros monstruosos, como hombres pequeños de color muy negro". (1)

En la parroquia de San Jerónimo Aculco existieron varias representaciones de demonios, algunas que se perdieron por el paso del tiempo y otras que desaparecieron por la excesiva diligencia de párrocos que, en tiempos modernos, vieron con desagrado esas imágenes quizá no sólo por grotescas, sino por considerar -alejándose de la doctrina de la Iglesia- que los demonios no son seres reales, sino "personificaciones míticas y funcionales cuyo único significado es el de subrayar dramáticamente el influjo del mal y del pecado sobre la humanidad". (2) Hoy en día sólo queda a la vista de los visitantes una imagen demoniaca, pero en la sacristía del templo subsisten por lo menos otras seis representaciones pictóricas de ángeles caídos.

La primera de estas imágenes, la que está a la vista de todos, es la que aparece en el cuadro de Nuestra Señora de la Luz, del que ya he hablado antes en este blog. Esta advocación mariana de origen siciliano -que tuvo una gran difusión de mano de los jesuitas- muestra un ser monstruoso al que se suele referir como "dragón" o "boca del Infierno". La Virgen María, que toma con su mano a un joven que figura un alma, impide con su gesto que ésta se precipite al fuego eterno. Esta representación infernal provocó algunas molestias a las autoridades eclesiásticas, que vieron en ella una posible malinterpretación: que los fieles creyeran que la Virgen era capaz de sacar las almas del Infierno, cuando lo único posible para ella sería evitar que entraran a él. En la Nueva España, donde la advocación de Nuestra Señora de la Luz alcanzó una gran difusión, las discusiones en torno a la imagen llegaron hasta las sesiones el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, celebrado en 1771, en donde se le llegó a calificar de "herética" y "negocio de jesuitas". Al final, la resolución del Concilio no llegó al extremo de prohibir esta devoción -como pedían los teólogos más radicales- sino que simplemente ordenó borrar “con prudencia y sin escandalo el dragón, y el cestillo o chiquihuite de corazones”. (3)

Con todo, La imagen aculquense conservó lo mismo el "chiquihuite de corazones" que el "dragón". Éste aparece con un rostro humano deformado por el odio, la tez oscurísima, los ojos inyectad0os de sangre muy abiertos y sus fauces mostrando los colmillos entre los que se ve el fuego del Infierno. Unos cuernos de pequeño tamaño adornan su cabeza.

La segunda representación demoniaca que veremos aquí se encuentra en un óleo de la Purísima Concepción que se halla en la sacristía de la parroquia. Es una obra de carácter popular fines del siglo XVIII o principios del XIX. Como es habitual en esta advocación, la Virgen María aparece posada en un orbe que representa el mundo, pisando a la antigua serpiente: bestia que es imagen de Satanás en el Génesis y el Apocalipsis, primer y último libro de la Biblia, respectivamente. "El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás, fue expulsado; el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él". En la iconografía de esta advocación, María es identificada con la "mujer del Apocalipsis": "Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza".(4) Se le añaden también otros rasgos provenientes de otros textos, como el Génesis ("Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón") (5) y la Letanía Lauretana (el ciprés, la torre de David y el templo del Espítu Santo) (5)

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En al pintura, la serpiente se ve en una postura poco natural -corta, rígidamente curvada sobre el orbe y la cabeza vuelta arriba- seguramente por la impericia del pintor. No hay ningún realismo en ella: la cabeza parece más la de un monstruo o un dragón mítico que sin girar el rostro vuelve el ojo al espectador, las fauces muestran abundantes dientes que no corresponden a un ofidio y la lengua, en lugar de ser bífida, tiene forma de flecha, lo mismo que su cola.

Las otras cuatro representaciones de diablos que existen en la parroquia de Aculco proceden de un solo cuadro: la imagen del "Alma en gracia" que antiguamente se hallaba colocada sobre el cancel de ingreso al templo y hoy se guarda en su sacristía. Este es un óleo de 1.85 x 1.40 m., presuntamente ejecutado por el pintor José Jacob (personalmente nunca he visto su firma), que hace pareja con el de un alma condenada, obras a las que ya me he referido antes en este blog por lo curiosos de su iconografía y los interesantes versos escritos en ellos. El alma en gracia aparece como mujer vestida con una túnica blanca, con el Espíritu Santo responsando en su corazón. A la derecha, un ángel coloca su mano izquierda en el hombro de la mujer mientras señala a lo alto con la diestra. Cuatro figuras demoníacas se despliegan en el lado izquierdo del lienzo.

La primera de las figuras de demonios -mirándolas de arriba hacia abajo- es poco visible en la foto que poseo y por eso evitaré describirla, aunque no es difícil advertir que se le pintó en figura de bestia y con la cola en forma de flecha. El segundo demonio es una serpiente con alas parecidas a las del murciélago, con cola también en flecha y ganchudo pico de ave. Debajo de ella, el tercer demonio es una figura igualmente monstruosa pero más semejante a un mamífero que a un reptil. Su rostro es semejante al de un perro, las alas son las de un ave y sus garras semejan las de un felino. La cola termina también en flecha. El tercer demonio es el más singular de todos. Su color es oscuro, como todos, su figura humanoide, andrógina (tiene pechos de mujer). Tiene un par de alas de murciélago, una larga y sinuosa cola y unas patas de gallo, incluyendo los espolones. Parece apartarse derrotado de la escena, hacia la cual vuelve la vista: lleva en la mano izquierda un báculo y en la derecha un papel que quizá representa la lista de pecados del alma, que no han sido suficientes para condenarla. Los versos a su lado aclaran su postura: "Huye el Demonio en nube tenebrosa / desterrando a sus vicios con presteza".

Posiblemente hay por ahí otras imágenes de demonios en la parroquia que ahora no recuerdo. Con un poco de cuidado al observar, quizá alguno de los lectores de este blog pueda encontrarlos.

 

NOTAS

(1) José Antonio Fortea, Summa daemoniaca, Editorial Dos Latidos, Tomo I, pp. 16, 19, 53.

(2) Ecclesia II (1975) 1057 (13) – 1065 (21).

(3) Cristina Ratto, "Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano", H-ART. No. 3. Julio-Diciembre de 2018, p.25.

(4) Apocalipsis, 12.

(5) Génesis 3:15.

viernes, 2 de febrero de 2018

La Candelaria de Arroyozarco

En el calendario católico, el 2 de febrero señala la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora o de la Presentación de Jesús en el Templo. Conmemora el día en que, transcurrida la cuarentena señalada por las leyes judías en el Levítico (su "purificación" después de haber dado a luz), María se dirigió al templo de Jerusalén para presentar a su hijo, momento en que Simeón el anciano y Ana la profetisa lo identificaron ahí como el Mesías. Desde la Edad Media se acostumbró celebrar la fecha encendiendo y bendiciendo velas -candelas- para iluminar profusamente las iglesias, evocando el cántico de Simeon en que llamó al Niño "luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel", de ahí que popularmente se conociera a esta festividad como "la Candelaria".

En el arte, la representación pictórica de la Purificación de Nuestra Señora suele formar parte de los ciclos o series relacionados con la Navidad, que incluyen también temas como los desposorios de José y María, la anunciación, la adoración de los pastores, la adoración de los magos, los santos inocentes, la huida a Egipto y la circuncisión. También es muy frecuente encontrarla de manera aislada, respondiendo seguramente a devociones particulares del lugar para el que fue pintada.

Este último parece ser el caso de un óleo de regulares dimensiones que se encuentra próximo al presbiterio de la capilla (hoy parroquia) de Arroyozarco, en nuestro municipio de Aculco, pues si bien en el mismo sitio existe otra pintura que muestra la adoración de los pastores no pertenecen a la misma época y no forma conjunto con aquella. El óleo en cuestión data sin duda alguna de mediados del siglo XVIII y es obra de un pintor cercano al circulo de Miguel Cabrera, lo que se advierte en el uso del color, en los rostros, manos y actitudes de los personajes. Aunque el fuerte deterioro sufrido por escurrimientos de agua no permite apreciarlo en todo su valor, se perciben en él algunos detalles que denotan un buen pincel, como es el rostro del sacerdote, en tanto que otros elementos como los pies del propio levita o las manos de la Virgen María son más bien de mediana calidad (aunque pueden ser fruto de un mal retoque). Muy probablemente esta obra llegó a Arroyozarco todavía en la época en que la hacienda pertenecía a los jesuitas.

La escena que muestra la pintura está enmarcada por un cortinaje rojo que se despliega a espaldas de José y María; ella arrodillada, con la mirada hacia su hijo, extendiendo las manos (en una de ellas lleva las cinco monedas con que se le redimía de servir en el templo) y él de pie, con las palmas de las manos cruzadas sobre el pecho y sosteniendo su vara florecida. Frente a ellos, un sacerdote judío lleva en brazos a Jesús y eleva la mirada. Asoman a sus espaldas un par de niños que portan velas (las candelas que le dan nombre a la celebración). En un segundo plano, a espaldas del sacerdote, se ven los rostros de dos ancianos, hombre y mujer, a los que se puede identificar con Simeón (al parecer con un libro) y Ana, de los que habla el Evangelio de San Lucas:

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Tras Ana y Simeón, y flanqueando el óleo en su lado derecho, se alza una columna estriada (los elementos arquitectónicos como parte de la composición eran frecuentes en las obras de Miguel Cabrera, como puede verse incluso en la Última Cena que existe en la parroquia de san Jerónimo). Al fondo y en un plano más alejado se observan varias personas que permanecen fuera del recinto en que sucede la escena, entre ellas una madre que carga a un niño. El marco de madera dorada no es el original, pues parece ser del siglo XIX o incluso más reciente.

Aunque el estado de conservación de esta hermosa pintura no es el mejor, se trata sin duda de una obra de importancia que, junto con otras obras del mismo templo de Arroyozarco, refleja la riqueza que alcanzó éste en el siglo XVIII, durante el esplendor barroco. Es, además, expresión de una devoción varias veces centenaria que muchos ya sólo identifican con los tamales del 2 de febrero o, acaso, con la tradición de levantar el "nacimiento" ese mismo día, pero cuyo origen toda persona de mediana cultura general y religiosa debiera, al menos, conocer.