viernes, 31 de marzo de 2023

Fragmentos de la historia otomí de Aculco

A lo largo de los tres siglos del virreinato, se escribieron en Aculco innumerables documentos en lengua otomí adaptada al alfabeto latino. Desafortunadamente no muchos sobrevivieron en el pueblo hasta nuestros días. El principal corpus de esta clase lo conforman los libros sacramentales de la parroquia de san Jerónimo, que entre 1606 y 1640 utilizaron casi excluivamente esa lengua. Los documentos del cabildo indígena, que debieron formar un acervo aún más amplio, temporalmente más extenso y mucho más variado en sus temas, escrito también en otomí, se perdieron desafortunadamente antes de 1819, lo que nos privó de conocer con más detalle la vida civil del pueblo en aquellos siglos.

Sin embargo, hay un tercer acervo de papeles otomíes de Aculco, poco conocido y menos estudiado. Se trata de los documentos que por azares del destino terminaron en el Archivo General de la Nación (AGN) formando parte principalmente de expedientes relacionados con pleitos de tierras, todos ellos del siglo XVIII. No son ciertamente abundantes, menos de una decena de documentos distintos, pero guardan sin duda muchos detalles de la historia aculquense hasta ahora ignorados. La gran dificultad para sacar provecho de ellos es la propia lengua en que se hallan escritos, pues el otomí de tiempos coloniales es complicado y los hablantes actuales tienen problemas para comprenderlo.

Pero el acervo existe y en el futuro alguien podrá entenderlo, no tengo dudas de ello. Además, gracias al Repositorio Filológico Mesoamericano podemos consultarlo ya en línea, con imágenes digitalizadas y mejoradas para facilitar la lectura. Ahí aparecen estos papeles perfectamente catalogados y lo que les muestro aquí son simplemente las ligas para accder a ellos.

 

1. Petición de tierras por María Juana (1707)

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2. Documentos que presentan información y pruebas respecto al pleito que sigue el pueblo de Santa Ana Motlahata [Matlavat] (1760)

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3. Petición que presenta la comunidad de Santa Ana Motlahata [Matlavat] (1776)

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4. Amparo de posesión que otorgan las autoridades, amparando la entrega de tierras que se hizo con la testificación de Benito Gabriel (1774)

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5. Información que rinde Benito Gabriel sobre la nulidad de una posesión y el amparo que solicitan las autoridades (1773)

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6. Petición presentada por Matías de los Ángeles (1770)

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7. Certificado de la información presentada por Benito Gabriel (1774)

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8. Posesión con la información que rinde Benito Gabriel y Mateo Gerónimo de una tierra a Salvador Pablo (1773)

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9. Dos posesiones de tierras, una a favor de Mateo Gerónimo y otra para Manuel Bartolomé (1773)

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Hasta aquí los documentos del AGN que el Repositorio Filológico Mesoamericano pone a disposición de todos los que quieran adentrarse en este pasado en gran medida desconocido de Aculco, su raíz primera, su raíz otomí. Seguramente podré aprovecharlos, aunque muy limitadamente por mi escasísimo conocimiento del otomí. Pero quizá entre los lectores del blog existe algún verdadero hablante de esta lengua que quiera y pueda vencer la barrera del idioma y de los siglos para develarnos ese pasado. Ojalá sea así.

viernes, 24 de marzo de 2023

¿Aculquense, aculqueño, aculteco?

Quizá los lectores de este blog se habrán preguntado alguna vez cuál es la manera más correcta de llamar a las personas originarias de Aculco, es decir su gentilicio. También habrán notado que yo uso invariablemente el término "aculquense" (que me parece un poco solemne), si bien lo hago más por costumbre que por haberlo pensado seriamente o por seguir alguna norma. Pero incluso podríamos preguntarnos, ¿vale el mismo gentilicio para los que nacieron en el pueblo de Aculco de Espinosa que para los que son nacidos en otra de las comunidades dentro del territorio del municipio de Aculco? Es un tema interesante y vale la pena revisarlo un poco.

El Bando Muncipal de Aculco, en su artículo séptimo, señala que oficialmente "el gentilicio por el cual se conocerá a los habitantes del municipio es 'Aculquense', identidad que se adquiere por el afecto a los símbolos, cultura y sentimiento de pertenencia a Aculco". El bando añade que tal calidad es otorgada tanto a los nacidos en el municipio, como a los hijos de padre o madre originarios del lugar, a los mexicanos de otro origen que se avecinden por más de tres años y también, mediante previo acuerdo del Ayuntamiento, a los extranjeros naturalizados mexicanos que establezcan residencia en el lugar. Tenemos pues que, por ley, el gentilicio "aculquense" corresponde a los habitantes del municipio, no necesariamente a los de su cabecera municipal.

Esta palabra "aculquense", es un híbrido náhuatl-castellano que aglutina el nombre del pueblo con el sufijo -ense. Se formó tardíamente, tal vez en cierta medida por influencia del gentilicio estatal, "mexiquense". Mexiquense, debemos recordarlo, apenas fue aprobado como oficial para el Estado de México en 1985, pues hasta entonces la entidad no tenía un gentilicio claro. Muchos originarios del estado solían decir antes de esos años que eran "doblemente mexicanos", por ser nativos de México-país y México-estado. Pero ciertamente los nacidos en la Ciudad de México -y con mayor razón- podían disputarles esa ingeniosa adscripción.

En fin, fue el escritor Mario Colín quien propuso el gentilicio "mexiquense" en un debate con la Academia Mexicana de la Lengua, que proponía el menos eufónico "mexicanense". Luego, el gobernador Alfredo del Mazo González lo utilizó en 1981 en su discurso de toma de posesión y, como decía arriba, en 1985 se oficializó. Y de ahí alguien seguramente concluyó que, como la palabra México tiene la misma terminación que Aculco, era conveniente copiar la terminación para llegar a "aculquense". Pero pensemos en que habría sido igualmente válido asumir la terminación del gentilicio "mexicano", aunque nos habría dado el feo término "aculcano".

Ahora bien, los gentilicios son quizá las palabras más irregulares de toda la lengua española. Existen ciertas reglas, pero hay tantas excepciones por el uso, la costumbre, el contexto o la temporalidad, que resulta imposible discutir si un gentilicio está o no bien compuesto. Comento esto porque, en sentido estricto, cuando el nombre de un lugar termina en español en -co o en -ca, en su gentilicio regular, si adopta el sufijo -ense, la c debería mantenerse y no cambiarse por qu. Es decir, de México debía derivarse "mexicense", de Aculco, lo correcto sería "aculcense". Incluso se ha usado en latín el gentilicio relacionado aculcensis para nombrar una especie en 1857, el "pino de Aculco" (Pinus aculcensis), si bien se refiere a otro lugar del mismo nombre situado en San Rafael, en las faldas de los volcanes del Valle de México, y no a nuestro Aculco.

De hecho, este gentilicio "aculcense" fue recogido por uno de los libros que primero trató el tema: Gentilicios del Estado de México, de Daniel Huacuja, publicado en 1968 en la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México dirigida por Mario Colín. Pero su autor dio como válidos no sólo "aculquense" y "aculcense", sino también el de "aculqueño". Porque ha sido también habitual en nuestro país que a ciertos lugares terminados en -co se les asigne el gentilicio terminado en -eño, como sucede con Acapulco-acapulqueño. A diferencia de "aculcense", que nunca he oído en el habla común, "aculqueño" sí es bastante usado para referirse a lo que proviene de nuestro pueblo: hay una tienda de quesos llamada "La Aculqueñita", una tortería "La Aculqueña" en El Colorado, platillos como la "cazuelita aculqueña" del restaurante La Terraza, etcétera.

Pero además, "aculqueño" es el gentilicio hasta ahora más antiguamente documentado, pues en 1810 se usó en su versión femenina en el panfleto anónimo titulado el El anti-Hidalgo, en el que el autor imagina al cura de Dolores, diríamos ahora, "a salto de mata" tras su derrota en la Batalla de Aculco, “viviendo en las cuevas de los montes como bestias, y al modo de las bestias”, andando a cuatro pies “parte por necesidad rusoyana y parte por necesidad aculqueña”.

Falta en este breve texto hablar sobre cuál sería el gentilicio para Aculco usando solamente la gramática náhuatl, ya que la palabra proviene de esa lengua. La regla es que los topónimos que terminan en -co mudan para su gentilicio esta terminación por -catl para el singular y -ca para el plural. Así, de México, se deriva mexícatl y mexica (los gentilicios que usamos normalmente para referirnos a los antiguos mexicanos). De Aculco, tendríamos acúlcatl y aculca, palabras que ciertamente no suenan demasiado bien. Incluso hay quien ha propuesto como gentilicio náhuatl el de "acultécatl" y su castellanizacíon la de "aculteca" o "aculteco", aunque sólo los topónimos terimnados en -tlan, -la o -lan adquieren esa forma (como Tlaxcala-tlaxcalteca), de modo que sería el gentilicio de Acula, no de Aculco.

Sobre el gentilicio otomí derivado del nombre de Aculco en esa lengua, Antamehe, no tengo información alguna.

En conclusión, ¿qué gentilicio debería usarse para la gente de Aculco?

Por lo que hemos visto aquí es un tema altamente discutible. En mi opinión, muy personal, pienso que deberíamos distinguir entre dos gentilicios: uno para los originarios del municipio, a los que creo correcto llamarles "aculquenses" como indica el Bando municipal, y otro para definir a quienes provienen específicamente del pueblo Aculco de Espinosa, donde se puede aprovechar el gentilicio documentado históricamente de "aculqueño". Quizá algunos piensen que es una absurda complicación, pero ampliar el vocabulario de esta manera permite añadir matices que de otra manera requieren de largas explicaciones. Así, desde ahora me propongo distinguir en mis textos lo aculquense-municipal de lo aculqueño-cabecera. Veremos si el tiempo y el uso lo aprueban o lo rechazan.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Don Antonio Magos Bárcena y Cornejo, cacique otomí de Aculco

Varias veces han aparecido en este blog los nombres de don Lucas y don Antonio Magos Bárcena y Cornejo: padre e hijo que vivieron en el siglo XVIII y formaban parte de la vieja nobleza otomí. Porque, contra lo que a veces se supone, el gobierno novohispano respetó los estratos más elevados de la pirámide social de los pueblos indígenas -especialmente de aquellos que colaboraron en la Conquista, como tlaxcaltecas y otomíes- y a esos nobles indios los premió con tierras, exenciones de impuestos e incluso escudos de armas. Estos nobles, llamados casi siempre "caciques" o "principales", continuaron siendo la clase gobernante de los pueblos de indios hasta la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812, ley que al igualar a españoles con los naturales dejó de limitar la participación criolla y mestiza en los Ayuntamientos de los pueblos.

Como los indígenas nobles estaban exentos del tributo, algunos eran ricos y en general gozaban de privilegios, no era raro que algunos españoles buscaran emparentar con ellos. Así, en el siglo XVIII muchos de esos caciques eran ya más bien mestizos, pero reclamaban celosamente su condición indígena para mantener su posición en las comunidades que habitaban. El propio don Antonio Magos se casó en sus dos matrimonios con mujeres españolas. Por estas y otras razones solía haber disputas acerca de quién era o no un indio "principal". Así sucedió, por ejemplo, con los hermanos Juan y Basilio García de la Cruz en la década de 1720, quienes lograron retirar sus nombres de los padrones de indios tributarios alegando que descendían del cacique don Nicolás de San Luis, conquistador de Querétaro. Sin embargo, don Lucas Magos, como parte del cabildo indígena de Aculco, protestó y exigió que los hermanos García continuaran pagando el tributo que les correspondía; argumentaba que don Nicolás no había dejado herederos, por lo que nadie podía reclamar su legado. Los Garcías se defendieron mostrando una reliquia familiar: una vieja copia de la confirmación de don Nicolás en 1557 como "Capitán de los Chichimecas" (Peter B. Villella, Indigenous Elites and Creole Identity in Colonial Mexico, 1500–1800, Nueva York, Cambridge University Press, 2016, p. 165-166).

Algo sobre don Lucas y don Antonio he esbozado ya en mis textos, en particular el tema de la mina que poseyeron, así como su participación en la transformación humana y urbana de Aculco, cuando participaron en la venta a españoles de numerosos solares y casas del pueblo. Ventas que volvieron al lugar un asentamiento dominado por criollos y mestizos, y ya no el pueblo de indios había sido por tres siglos. Pero hace poco hallé un texto de Felipe Canuto Castillo titulado "La adquisición, disposición y defensa de la tierra. El caso de los nobles otomíes de Xilotepec en el siglo XVIII", que resume muy bien el papel de don Antonio y creo importante compartirlo en este blog:

 

Este noble [don Antonio Magos Bárcema y Cornejo] gozaba de poder, prestigio e influencia en su pueblo, por tanto, participaba en las decisiones concernientes a él y se valía de su estatus para obtener beneficios. Don Antonio Magos era originario y vecino de San Jerónimo Aculco. En 1758 ocupaba el cargo de gobernador y en 1760 el de alcalde de los naturales. Dada su condición nobiliaria recibió instrucción escolar; en los expedientes donde se le menciona que era sumamente capaz e inteligente en el idioma castellano, lo hablaba perfectamente y lo sabía leer y escribir; “no necesita[ba] de intérprete” en los procesos, aunque en ocasiones estaba presente alguno de ellos para dar fe del acto que se celebraba.

Su padre fue don Lucas Magos Bárcena y Cornejo (1), cacique y principal de la provincia de Xilotepec, y su madre doña Pascuala de la Cruz y Mota. Este noble indio llegó a acumular una gran cantidad de bienes, pues según se señala, poseía varias propiedades de tierra, mayores y menores, milpas y solares “en términos de toda la dicha provincia”. Según declaró don Antonio Magos, “por propios [derechos] de cacicazgo soy dueño y poseedor de varias tierras que por bienes patrimoniales obtengo habidas desde mis antepasados”, con lo cual se deduce que tanto él como su progenitor las habían heredado a través de esta institución. En su testamento hizo una relación extensa de las propiedades que recibió de su progenitor.

Don Antonio Magos se casó por primera vez con doña María Efigenia de Burgos, española (2), vecina de la jurisdicción de San Juan del Río. Su segunda esposa fue doña Inés Gertrudis Sánchez de la Mejorada, española también, y con ella no tuvo hijos, pero adoptaron a José Joaquín y María Josefa. De su primer matrimonio nació un hijo llamado José Antonio, “mestizo de calidad”, quien a su vez estaba casado con doña María Antonia de Miranda, española. Uno de los aspectos que destaca en lo que se conoce de la biografía de don Antonio Magos es que parece haber comprendido y actuado de acuerdo con la lógica imperante en su tiempo, a la manera española, respecto de la tierra y su posesión como un bien del cual se podía disponer según conviniera y que generaba riqueza, pues se le menciona en varios documentos notariales comprando, vendiendo o dando permiso a su esposa para que pudiera proceder una venta, como sucedió en 1759 cuando don Manuel Sánchez de la Mejorada, primo de doña Inés, le compró un solar.

Los caciques y los principales disponían de los bienes de la comunidad según les parecía conveniente, pero siempre en el marco de la legalidad y dando visos de que la transacción se hacía por el bien del pueblo. En uno de estos casos, don Antonio Magos y don Manuel de la Cruz, quienes en 1760 fungían como alcaldes primero y segundo de los naturales de Aculco, respectivamente, procedieron a la venta de un solar, “que por común poseen en este pueblo”, de 30 varas de largo y 22 de ancho, fronterizo a la plaza principal, con el argumento de que el dinero que obtuvieran se emplearía para suplir ciertas necesidades y comprar algunos objetos que requería la comunidad.

Para proceder según la ley presentaron tres testigos españoles, entre ellos don Manuel Sánchez (cuñado de don Antonio Magos), quienes dijeron que sabían que por causa del precio alto del maíz en ese tiempo los indios se encontraban en la pobreza y no tenían “lo preciso” para la comunidad ni para satisfacer los gastos de la parroquia; además, señalaron que el solar que se pretendía vender era infructífero, tepetatoso y que “no les sirve de cosa alguna y ni les ha servido” y “nunca jamás” habían tenido provecho de él; por tanto, con la venta a “alguna persona española” podrían obtener dinero para cubrir sus necesidades y sería “de mucho lucimiento y se adelantará el comercio en beneficio de los naturales”.

El solar se vendió en veintidós pesos a don Antonio Morales, español, “con quien tienen celebrado pacto de venderle las varas de tierra de dicho solar”. Estuvieron presentes en el acto don Agustín Magos, don José Magos (¿parientes de don Antonio?), don Manuel Díaz de Tapia, don Agustín de los Ángeles y don Juan García, caciques de Aculco, quienes habían sido alcaldes y oficiales de república; junto con don Antonio Magos y don Manuel de la Cruz se presentaron “en nombre de su común por quien prestan voz y caución”. Todos eran “muy capaces e inteligentes en castellano [...] los más lo hablan, entienden, saben leer y escribir”.

Pero no fue la única ocasión que los caciques y principales de Aculco vendieron un solar que tenían “por propio de la comunidad”; dado que contaban con otro de 24 varas de latitud por 22 de fondo, también procedieron a su venta argumentando, de igual manera, que el terreno era tepetatoso e infructífero y necesitaban el dinero, puesto que por “la carencia y precio subido del maíz padecían algunas necesidades el común de los indios”; además, debían cubrir los gastos de la parroquia y el real tributo. La propiedad pasó a manos de don José Francisco García, español, en “venta real para ahora y para siempre jamás”, en veinte pesos, “por haberse apreciado [en esta cantidad] por peritos”.

Un modo como obtuvo tierras don Antonio Magos fue a través de una “donación” que le hicieron los alcaldes, oficiales y principales de Aculco. Un solar de 26 varas en cuadro de tamaño (que era lo que quedaba después de la venta en partes del terreno “que tenían por propio de la comunidad” en la plaza principal y colindaba con la parroquia) le fue concedido en 1764 para que dispusiera de él “a su arbitrio y voluntad”. Debido a que “por verse urgido” y “porque verdaderamente no lo era, ni es, de ningún valor a él, ni a la república [de indios]”, lo vendió en 1766 a don Antonio Morales en veinticinco pesos. Cuando se realizó la venta, éste ya tenía casa en el terreno, pero por seguridad pidió escritura del mismo.

En diciembre de ese mismo año, don Antonio Magos obtuvo autorización para vender un solar de 30 varas en cuadro que pertenecía a don Lorenzo de los Ángeles, su tío, quien falleció en Huayacocotla en 1721. Don Antonio compró éste y otros “solaritos” al albacea, el bachiller don Bernardino Pablo López, quien era cura del pueblo citado. Para acreditar la propiedad no presentó las escrituras correspondientes (que se escribían en otomí en ese tiempo, según consta en los expedientes consultados), sólo una carta escrita por el mencionado párroco, en 1744, que contenía una copia del testamento, pero ésta no estaba firmada. Sin embargo, dado que legalmente se le otorgó la posesión de las tierras, procedió a venderlas en veinticinco pesos a don Ramón y don Salvador de Morales, vecinos de este pueblo (lo cual había realizado de facto en 1764). El primero de ellos ya tenía una casa construida allí.

“Entre otros pedazos de tierras que hubo y compró de los bienes que que-daron por fin y muerte de Don Lorenzo de los Ángeles”, don Antonio Magos poseía un solar de 30 varas en cuadro, al lado norte de la iglesia de Aculco, el cual vendió a don José de Legorreta, vecino del partido, en cuarenta y cinco pesos (en el expediente aparece testada la cantidad de treinta). Para llevar a cabo la transacción presentó la misma carta y el testamento simple, sin firmar, hechos por el bachiller mencionado. También en este caso, ya había hecho el trato hacía más de un año y sólo se hizo la escritura de la venta para darle legalidad.

Don Antonio Magos necesitaba urgentemente dinero y se vio precisado a vender parte de sus bienes, entre ellos varios solares heredados por su padre que “quedaron en este pueblo”, los cuales “compuso [su padre] con su Majestad”. Uno de ellos era un terreno baldío que se encontraba entre su casa y la de don José de Alcántara (la de éste se encontraba en un sitio que le había comprado con anterioridad), y dado que no le era “de ninguna utilidad” la vendió a éste mismo en ochenta y cuatro pesos; las medidas de la propiedad eran 28 brazas frente a la plaza y “de fondo todo lo que cómodamente pueda ocupar”. También tenía el cacique otro “pedacillo de sitio que en el mismo solar quedó baldío”, el cual vendió al citado don José en veintidós pesos y cuatro reales. Para seguir en la misma tónica, también hacía más de un año que habían hecho el trato y recibido el dinero, y sólo dieron validez jurídica al trato.

El cacique don Antonio Magos estaba cercano a la muerte debido a una gra ve enfermedad que padecía desde hacía largo tiempo y a su “avanzada edad" (3); por tanto, quería dejar sin pendientes a sus herederos y determinó acerca de estos asuntos. Uno de ellos era una deuda que había contraído en 1752 con la cofradía de la Soberana Virgen de la Concepción, fundada por españoles, cuando le fue entregado en “depósito irregular” dinero perteneciente a la mencionada institución.

En 1767 don Antonio Magos solicitó licencia para vender medio sitio de tierra y media caballería, que había heredado de su padre en Aculco como parte del cacicazgo, que estaban afectos y gravados en cuatrocientos veintiún pesos (que debía a la cofradía), además de los réditos que había acumulado en más de cinco años. Debido a esta situación, el cacique dispuso que se vendieran las tierras mencionadas a Miguel de la Cueva, español vecino del pueblo y mayordomo (de la cofradía), a quien le debía también más de trescientos pesos que le había prestado “para socorrer sus urgencias” debido a sus distintas enfermedades. De acuerdo con lo dispuesto en el testamento del cacique, llevado a cabo después de su muerte, se determinó que se pagara a sus acreedores y “habiendo cantidad sobrante se adjudique al hijo legítimo y heredero forzoso”.

[...]

El caso de don Antonio Magos, quien en ocasiones actuaba en conjunto con los caciques y principales de Xilotepec, muestra cómo para los nobles indios la tierra se había convertido en un medio de producción que generaba riqueza que podía acumularse. Las frases “[la tierra] no les sirve de cosa alguna y ni les ha servido” o “porque verdaderamente [la tierra] no lo era, ni es, de ningún valor a él, ni a la república [de indios]” evidencian el carácter utilitario que le daban. No se descarta que haya habido presiones por parte de vecinos españoles para apropiarse de los terrenos y que las compras sólo fueran para dar visos de legalidad a un despojo, pues de otra manera no hubieran adquirido supuestos sitios infructíferos y tepetatosos. Debido a las irregularidades que se presentaron durante la Colonia en diversas partes de la Nueva España, se considera que la venta de tierras por parte de los caciques es un capítulo oscuro, ya que a veces la documentación no aclara la naturaleza de las propiedades y bienes del cacique; además, en ocasiones las pertenencias del cacicazgo se vendían sin las formalidades de la ley.

 

NOTAS:

(1) En el testamento de doña María González de la Cruz que presentó Margarita Villafranca como prueba de su “entroncamiento” con don Juan Bautista de la Cruz se menciona como testigo a don Lucas Magos Bárcena y Cornejo. El documento data de 1678. Aún no tengo los datos para afirmar si este cacique (que fungía como gobernador ese año, según el testamento) es el padre de don Antonio Magos, si es un homónimo o si es uno de los anacronismos de las falsificaciones de Pedro Villafranca.

(2) Los matrimonios de don Antonio Magos con doña Efigenia y doña Inés son de los muchos que se realizaron entre nobles indígenas de la provincia de Xiquipilco y españoles.

(3) Don Antonio Magos murió antes del cinco de agosto de 1769, pues en esta fecha sus herederos y albaceas se presentaron ante las autoridades para disponer de los bienes “que quedaron por fin y muerte” del cacique y “cumplir la última voluntad de dicho difunto”.

 

Tomado de: Felipe Canuto Castillo, "La adquisición, disposición y defensa de la tierra. El caso de los nobles otomíes de Xilotepec en el siglo XVIII". Estudios de cultura otopame 9, UNAM, IIA, México, 2014, p. 65-84.

viernes, 17 de marzo de 2023

La casa de don Federico Castillo (ahora de la familia Narváez)

En el número 8 de la calle de Morelos se levanta una construcción que quizá poco ha llamado la atención a los lectores de este blog, pero que en su sencillez es una digna casa típica de Aculco, antigua y con elementos arquitectónicos valiosos que dan fe de su origen a principios del siglo XVIII. Es, además, una de las afortunadamente muchas casas que contribuyen a darle a este tramo de la calle un aspecto uniforme, agradable y original, que la hacen quizá la mejor conservada del pueblo.

Esta casa perteneció en las primeras décadas del siglo XX a don Federico Castillo, que probablemente no llegó a habitarla, pues vivió en la casa número 15 de la Plaza de la Constitución (hoy Hotel Jardín), en cuyas accesorias tuvo su negocio de venta de abarrotes, mercería y botica. Se cuenta que don Federico usaba una larga barba, que solía mesarse con las manos mientras mezclaba esencias, aceites y bálsamos, con el resultado de que al cabo del tiempo esa barba tomó una curiosa tonalidad rosada.

Por lo menos desde 1903, Federico Castillo contaba ya con su "tienda mixta", botica y mercería. El censo nacional lo empadronó como "comerciante de abarrotes" en 1930. Fue también agricultor, pues a la muerte del padre José Canal, en 1906, compró sus terrenos en el barrio de La Soledad que formaban el rancho de Casellas.

Aunque don Federico aparece en numerosos registros parroquiales, el registro civil y el censo nacional de 1930, las fechas que aportan esos documentos son contradictorias. A pesar de ello, se puede concluir que nació entre 1856 y 1859 en Yuririapúndaro, Michoacán, hijo de don Pedro Castillo y doña Jesús Ruiz. Se estableció primero en Arroyozarco (donde nacieron algunos de sus hijos) y quizá fue parte de la gran emigración de vecinos de esa hacienda hacia Aculco a finales del siglo XIX, provocada por el administrador Macario Pérez cuando se convirtió al protestantismo. Se casó con la aculquense Felipa Garrido, hija de Pomposo Garrido y Eufemia Basurto, pero el matrimonio civil sólo se registró hasta 1896. Las fechas de nacimiento y hasta los nombres de sus hijos son igualmente contradictorios en las fuentes disponibles, pero aproximadamente son los siguientes: Federico Julio, eclesiásticamente bautizado como José Federico, nació en Arroyozarco en 1887; Esperanza nació hacia 1894; Herlin (extraño nombre quizá alemán) nació alrededor de 1895 y murió en 1955; Aurora nació cerca de 1905. Dos pequeños, Guillermo Castillo, de siete años, y Federico Castillo, de nueve, vivían en su casa en 1930, pero no está claro si eran también sus hijos, o como creo más probable, sus nietos.

Su hija Esperanza Castillo fue maestra, como cuenta mi prima Socorro Osornio en su folleto Aculco a través de sus personajes (2022):

A principios de siglo [XX], don Federico Castillo, hombre avanzado en años pero dueño de un pensamiento moderno, envió a la Ciudad de México a su hija Esperanza para que se preparara como profesora en una escuela especial, convirtiéndose en la primera normalista, maestra de sus numerosos hermanos y más tarde de los niños del pueblo.

Por otra parte, en el censo de 1930, su hijo Herlin Castillo Garrido está registrado como "doctor en medicina", aunque ningún otro papel refiere esa profesión. Por el contrario, su acta de defunción únicamente refiere como ocupación suya la de comerciante. En 1931 se casó con Oliva Guerrero, también aculquense, y se establecieron la Ciudad de México.

La casa que es motivo de este texto es sencilla y hermosa. Su solar se extiende desde la calle de Morelos, donde tiene su fachada principal, hasta la de Corregidora, donde un solo vano -ahora tapiado- permitía la salida de los animales que se criaban en su gran corral. La puerta de acceso, ubicada al centro de la fachada principal sobre Morelos, enmarcada en cantera, tiene basas áticas en sus jambas muy al estilo de principios del siglo XVIII en la región. Su cerramiento es curvo, quizá por una modificación del siglo XIX o principios del XX para hacerla más ancha. Una reja de herrería cubre esta entrada, aunque antiguamente tuvo un grande y antiguo portón de madera.

Al lado izquierdo de ese acceso se abren las puertas de dos accesorias. La más cercana, que actualmente alberga una tienda de artesanías, tiene un marco parecido al del acceso principal, tallado en cantera y con sus jambas apoyadas también en basas áticas, por lo que debe datar de la misma época. Aquí su cerramiento es recto, como debió ser el de aquella entrada, y su vano más estrecho. La puerta de la otra accesoria, donde se encuentra actualmente "Castillo's Pizza", es más pequeña y sin enmarcamiento alguno.

Del lado derecho de la entrada se abren en cambio más vanos: dos puertas en su parte inferior y dos ventanas en la alta. Esta parte de la casa fue construida tardíamente en la década de 1940. Las puertas de la planta baja parecen sin embargo más antiguas, especialmente por su pequeño tamaño, aunque solamente la del lado izquierdo posee un enmarcamiento de cantera. Las ventanas de la planta alta son modernas y se disponen horizontalmente, aunque por su sencillez no demeritan el conjunto. Tienen un sencillo respisón de mampostería y sendas rejas de herrería. A las habitaciones de la planta alta se accedía por una escalera de piedra.

En su interior, la casa se distribuye en forma de escuadra alrededor de un patio como casi todas las viejas casas de Aculco, con una crujía principal a lo largo de la fachada y otra secundaria que corre por su costado oriente. Construcciones menores y bardas separan esta área habitacional del corral, bastante extenso y cubierto hoy en día por árboles. En ese corral, que baja formando desniveles hacia la calle Corregidora, existieron dos cuartos de construcción antigua con tinas excavadas en la piedra, por lo que se puede deducir que exitió ahí una curtiduría. No he tenido oportunidad de recorrer a fondo esta casa y seguramente tiene más detalles interesantes de los que recuerdo, pero lo que es definitivamente precioso es el arco escarzano que separa al cubo del zaguán del patio. Desde el interior este arco está simplemente repellado, pero al exterior muestra su antigua y hermosa fábrica de mampostería de piedra blanca envejecida, con dos hiladas de dovelas, una ventanilla cegada en lo alto y pilares moldurados en la basa. Es uno de esos elementos arquitectónicos que en su edad, materiales y formas pareciera resumir los valores patrimoniales de Aculco. Según un lector que vivió en esta casa, lleva inscrito el año de su construcción: 1757.

La fachada posterior de la casa, hacia la calle Corregidora, es también muy interesante. Como otros muros de esa calle, no esta construido en la tradicional piedra blanca de Aculco, sino en tezontle y "piedra maciza". Siempre me he preguntado las razones por las que muchas de las construcciones más antiguas del pueblo están construidas con estos materiales, que era necesario traer desde sitios más apartados, en lugar de la piedra blanca que se extraía del propio subsuelo del lugar. Un recrecimiento -este si de piedra blanca- nos indica que en una segunda etapa constructiva el muro fue igualado en altura a las paredes vecinas y se le colocó entonces una delgada cornisilla de ladrillo de una sola hilada.

Cuando don Federico Castillo falleció, el 15 de enero de 1943, don José María Silva compró parte de sus bienes, entre ellos la casa de la Plaza de la Constitución, ésta de la calle de Morelos y una más también situada en aquella plaza, donde después se levantó la casa de don Ismael Martínez Arciniega que ahora conocemos como la casa de don Alfonso Díaz. Ya en la década de 1940, don Chema vendió la casa de la calle de Morelos 8 al profesor Napoleón Lara Rodríguez. Después de habitarla unos años, durante los que hizo ciertas modificaciones (como la construcción de las habitaciones de la planta alta de las que hablé antes), don Napoleón la vendió a la señora Carmen Narváez, en cuya familia se conserva.

martes, 14 de marzo de 2023

Profanación

Debo comenzar por decir que no tengo nada en contra del dueño del nuevo bar El Aguaje, situado en la Avenida Manuel del Mazo de Aculco. Es más, como en todo emprendimiento en el que alguien arriesga su capital para crear valor y riqueza, mi deseo sincero es que prospere y vea crecer su inversión.

Dicho esto, quiero expresar mi indignación porque precisamente ese bar ocupe el predio en el que se levanta desde hace 50 años la capilla de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Este pequeño templo fue construido por la señora María de Lourdes Mondragón de Lara a principios de la década de 1970 y su intención fue mantenerla abierta siempre al culto público. Pero como pasa siempre que las cosas se dejan sin concretar y quedan finalmente al arbitrio de otros, al fallecer su dueña la capillita entró en un largo periodo de abandono del que hablé en este blog, cuando la llamé Nuestra Señora de la Desolación. Ahora, del abandono ha pasado al uso como bar a cielo abierto, con muros de pintados de colorinches, figuras tales como calaveras y luces de neón. Un uso que su antigua dueña difícilmente habría imaginado y que menos aún habría aprobado.

No estoy en contra de que los inmuebles, incluso los que tienen un mayor valor patrimonial o simbólico, se "ganen la vida" con usos que permitan su aprovechamiento y conservación. Pero como en todo, creo que hay excepciones y límites que en este caso considero que se rebasaron.

María Mondragón era mi abuela y por eso me duele tanto que su capilla haya terminado de esa manera, incumpliendo sus deseos y mercantilizando lo que ella sólo quiso como lugar de culto religioso. No sé quién entre mis parientes posee el terreno, o si ya lo vendió y pertenece a otras personas. Pero sin duda hay un responsable moral de este despropósito, alguien que en última instancia simplemente decidió que había que ignorar los deseos de la fundadora de la capilla y hacerle ganar pesos al terrenito, sin importar el carácter del edificio y sin tocarse mucho el corazón sobre el negocio que podía instalarse ahí.

A esa persona, a ese responsable moral (que, repito para evitar malentendidos, no es el dueño del bar) sólo puedo decirle una cosa: maldito seas por propiciar esta profanación.

lunes, 13 de marzo de 2023

Historias de un sacristán

Poco conocí al buen Sabás García. Lo recuerdo ya anciano, cuando con alguna frecuencia visitaba la casa de mis tías abuelas, y en verdad era simpático ese hombre de rostro lampiño y amable sonrisa. ¡Cuánto podrá haber contado de sus largos años de trabajo en la iglesia, al final de los cuales fue injustamente despojado de su cargo!, pero ya ha muerto y quizá pronto se pierda su recuerdo, que hoy aun conserva la gente de Aculco.

Sacristán desde muy joven, su vida era la iglesia. Madrugaba diariamente para tocar las campanas al alba, y a esa hora comenzaban sus funciones cotidianas: Tener listos y limpios los vasos sagrados, llenas las vinajeras, doblados y en orden los ornamentos, limpia y barrida la parroquia. Al mediodía subía a la vieja torre y daba el toque del Angelus. Si uno caminaba por el campo podía ver cómo la gente que trabajaba la tierra detenía las yuntas y descubría su cabeza al escuchar las campanas que con voz ronca recordaban la anunciación. A las ocho de la noche el toque de ánimas daba fin a sus obligaciones, a menos que ocurriera algo fuera de su rutina; tal vez el doble por un difunto, o el acompañar al padre a confesar a un moribundo.

Las fiestas religiosas le proveían de nuevas ocupaciones: El adorno de los altares y de la iglesia el Viernes de Dolores, los trajines agotadores de la Semana Santa, la preparación de ceniza previa al miércoles primero de la Cuaresma.

Pero Sabás, el buen Sabás, trabajaba en ocasiones horas extras, y lo hacía con verdadera caridad y sin queja de sus labios, aun cuando el sacerdote al que ayudaba a celebrar misa a veces era una aparición y no un hombre de carne y sangre.

Así es, aquellos fantasmas salían de la sacristía atravesando la pared, cercana la hora al toque del alba. Vestían ropas extrañas y hermosas, ornamentos sacerdotales de otros tiempos. Sin decir palabra alguna, le indicaban al sacristán que les ayudase y él se acercaba. El padre comenzaba la misa en latín como era costumbre, y Don Sabás respondía y ayudaba al espíritu. La misa terminaba, en palabras del sacristán, “con oraciones muy raras”, rezos quizá en desuso desde siglos atrás.

Para la misa empleaban los mismos cálices, copones y patenas que Don Sabás preparaba para los sacerdotes vivos, y al final entraban de nuevo a la sacristía atravesando el muro, y no se les veía más.

No sucedió esto sólo una vez y para el sacristán no parecía demasiado extraño. Incluso aseguraba haber asistido a una misa espectral, en la que los fieles arrodillados frente al altar eran también fantasmas, vestidos con ropas antiguas. Sabás García deducía que Dios Nuestro Señor exigía el cumplimiento de una misa mal celebrada al sacerdote culpable y a los asistentes, sacándolos con tal fin de la paz de sus sepulcros.

Otras veces preguntaba con toda seriedad a mis tías:

-Señoritas, ¿no oyeron a la Llorona anoche?

-No, Sabás - respondía tía Esther.

-Pues si, se oyó por la calle de la alberca. Ustedes no la escucharon porque están en gracia de Dios.

-¿Y tú no, Sabás?, terciaba tía Rosa.

-Si, pero uno oye cosas por la calle y la pierde.

Bécquer, genio y poeta, levantó de su sepultura a monjes de otros siglos para crear su inmortal leyenda: "El Miserere", fruto de su privilegiada imaginación y creatividad. Pero Sabás Gracía, en su honrada humildad, insistía en que sus propias historias eran realidad, y era un hombre que no mentía. No se si ese mundo de seres intemporales, espectros y espíritus va dentro o fuera de nosotros, pero quisiera tener ojos como los del fallecido sacristán de la parroquia de Aculco, para verlos como él los vio.

 

 

Este texto forma parte del libro Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario, H. Ayuntamiento de Aculco, 1996.