miércoles, 22 de julio de 2020

Una de franceses

Hace muchos años, suando comenzaba a interesarme en la historia local, los hechos que más me llamaban la atención eran siempre los que mayor importancia tenían en el panorama nacional. No alcanzaba a notar la evidente contradicción de creer que la historia de Aculco era importante en tanto significara algo para México, no para el pueblo mismo. Con el tiempo fui aprendiendo que la verdadera riqueza del pasado de un sitio minúsculo de la geografía mexicana está en lo cotidiano, lo irrepetible, la experiencia personal, y que todo esto es mucho más difícil de hallar, de entender y de divulgar que los "grandes hechos" de la historia.

Este comentario explica en buena medida por qué les traigo hoy este texto. Se trata de un relato en primera persona de J. F. Elton, militar inglés que recorrió el país en 1866, en plena intervención francesa. De hecho, su libro publicado al año siguiente lleva el nombre de With the French in Mexico ("Con los franceses en México") pues buena parte de su recorrido lo realizó en compañía de soldados de esa nacionalidad. Elton pasó por Arroyozarco en mayo de 1866. Lo interesante de su narración no es lo que lo liga con el "gran relato" de la intervención, sino los detalles simples como la descripción de los juegos de los soldados franceses en ese lugar, tras la fatiga de un día de camino entre el lodo y bajo la lluvia.

En la sección en la que habla de este viaje, el autor incluyó además un par de dibujos que bien se pueden identificar con su paso por Arroyozarco. Seguro los disfrutarán tanto como yo.

 

Por la mañana, mucho antes de que México despertara, avanzábamos ya por el camino del norte y estábamos a medio trecho de nuestra primera parada, Tlalnepantla. Afortunadamente no tuvimos lluvia hasta la tarde, pero alrededor de las cuatro cayó en torrentes. A la mañana siguiente los caminos tenían una gruesa capa de lodo, a través de la cual los carros muy cargados rodaban con evidente dificultad y las mulas necesitaban una constante descarga de maldiciones lanzadas en español y francés para mantenerlas avanzando. La marcha fue corta, pero ya era tarde cuando llegamos al pequeño pueblo de Cuautitlán. Era dolorosamente evidente para todos que si el clima húmedo duraba unos pocos días más, era inevitable una crisis. Sin embargo, tuvimos un pequeño y agradable alboroto juntos Dupeyron, comandante del convoy, Carrère (ambos capitanes del Batallón de África), De Colbert y yo mismo. Como cocinero Carrère era infatigable. Estaban también una centena de hombres del cuerpo belga agregados a nuestro convoy, pero sus oficiales se mantuvieron apartados y no los vimos mucho. Una línea sin fin de carros y una fuerza de cerca de cien hombres de diversos regimientos -convalecientes y hombres que se reunían con sus compañías- completaban el conjunto bajo el comando de Dupeyron, uno muy molesto para él, me supongo. Creo que nadie le envidiaba el cargo.

El día 20, con gran dificultad, la lluvia precipitándose en torrentes, nos arrastramos por cinco leguas de negro, tenaz y arcilloso lodo, y llegamos a la posta de Arroyo Zarco justo antes del anochecer. Fuimos más afortunados que nuestra retaguardia: ellos pasaron la noche en una desvencijada y vieja fonda, y no llegaron sino ya tarde a la mañana siguiente. Por supuesto una pausa era inevitable y pasamos en el Hotel de Diligencias un largo y tonto día, sólo soportable escribiendo cartas para el próximo correo y fumando innumerables pipas del inestimable tabaco restante del que habíamos tomado de la tienda de La Habana.

El soldado francés es realmente admirable en las malas circunstancias; a pesar de la mucha lluvia, lodo o polvo que provocan su enojo durante la marcha del día, una vez que ha terminado es de nuevo divertido y alegre, fuma su pipa negra, bebe su trago de aguardiente y se burla de todo. Durante todo el día, entre el caer de la lluvia, los "céfiros"*, desvestidos hasta la cintura, se bañaron en el río poco profundo que corre a través de Arroyo Zarco y mantuvieron una incesante serie de bromas entremezcladas con fuertes carcajadas que asombraban a los mexicanos, entumecidos, de aspecto deprimente, temblando bajo sus sarapes, que se congregaban bajo el refugio de las paredes del hotel en espera de la llegada de la diligencia.

*Así se llamaba a los soldados del Batallón de Infantería de África.

Las fuentes del Río San Juan

Hace unos días hallé un libro bastante extenso titulado Descripción de los ríos principales del mundo, publicado en 1902 por el diputado Ángel M. Domínguez. Sinceramente no esperaba mucho de esta voluminosa obra zalameramente dedicada al presidente Porfirio Díaz: el prejuicio me inclinaba a suponer que se trataría de una mediocre obra recopilatoria, con poca información aprovechable para mis propósitos. Para mi sorpresa, el libro aborda con mucho detalle el tema de las fuentes del Río de San Juan (cuenca a la que pertenece el municipio de Aculco), aportando variada información hidrográfica, algo de histórica e incluso anecdótica.

Desde el virreinato, se identificó a la laguna o presa de Huapango como lugar de nacimiento del Río de San Juan. Una de las referencias más antiguas de este origen es la del franciscano fray Agustín de Vetancurt, que en 1697, en su obra Teatro mexicano , escribió: "De Guapango que es en la [Provincia] Otomí de una laguna hermosa nace el río que va a dar a San Juan del Río, tan caudaloso que a veces lo pasan en canoa". Domínguez explica que según tradición el río se originaba en unos manantiales que, sin embargo, cuando se vació el vaso de Huapango no se pudieron encontrar. Dentro del territorio aculquense son también tributarios los ríos de Aculco y de Ñadó, como explica el autor prolijamente. Añade también una idea que escuché hace muchos años atribuida a Isidro Fabela: la posibilidad de desviar parte del caudal del río Lerma hacia esta cuenca para aprovecharla mejor. Gracias a Domínguez, hoy sabemos que esa propuesta es muy anterior al político mexiquense.

En fin, no me detengo más en explicaciones y copio aquí la parte del texto donde se refiere a las fuentes del Río San Juan y su trayecto hasta las inmediaciones de esa ciudad queretana. Las ilustraciones que lo acompañan están tomadas de un plano hidrográfico de la Mapoteca Orozco y Berra.

 

EL SAN JUAN.

(Afluente del Pánuco.)

En una de las más elevadas alturas de la Mesa Central, correspondiente la región al Distrito de Jilotepec del Estado de México, á 2,500 metros sobre el nivel del mar, existe una gran presa conocida con el nombre de “Laguna de Guapango,” en terrenos de la hacienda de Arroyozarco; lo asentado de su vaso, permitió que con la sola construcción de una cortina de mampostería relativamente pequeña, se formara el depósito de agua tan considerable que ha merecido el nombre de laguna por la extensión de su superficie, que mide 28 kilómetros de longitud, por 4 de latitud en su punto más ancho.

Existe la tradición de que en el fondo de este vaso brotaban antes unos ricos manantiales que eran los generadores del rio de San Juan; pero en nuestros días, cuando por haberse dejado abiertas las compuertas del dique, la laguna ha quedado completamente vacía, se ha visto que no existen esas fuentes que refiere la tradición, ignorándose si la presión del agua allí represa, ó el azolve natural que se ha depositado, impidieron la salida de los manantiales que, á consecuencia de esto, adoptaron otra dirección, ó si hay que relegar las tradiciones á la categoría de consejas, por más que algunos pequeños ojos de agua que á orillas del lago existen, parezcan confirmar lo que de antaño se decía. Sea de esto lo que fuere, lo cierto en la actualidad es que los derrames de la presa forman el principal origen del Río de San Juan, y que á este vasto depósito lacustre llevan su tributo las vertientes de las montañas de Jilotepec y de otras circunvecinas.

La gran cordillera de la serranía de Jilotepec, prolongación de la del Ajusco y la Bufa, que mantiene hacia el N.O. la línea de separación de las aguas entre las vertientes tributarias del Pacífico y del Golfo, desprende una ramificación hacia el N., constituida por la cordillera de los elevados montes de Calpulalpan, los cuales dividen á so vez las cuencas del lecho troncal del Pánuco en la región de Tula y la de su tributario el río de San Juan. La caudalosa corriente de éste, el que su origen lo tome en la línea divisoria de las aguas, su dirección acaso más en línea recta que la del Tula respecto de la general del Pánuco, y ese “algo de provincialismo” tan común en todos los pueblos, hizo que por mucho tiempo los ribereños de San Juan sostuvieran que su río era la línea troncal del caudaloso tributario del Golfo; pero el mayor volumen de agua que el Tula arrastra; la mucha mayor longitud de su trayecto, y hoy sobre todo, el que el San Juan interrumpe su corriente en determinada época del año, no dejan ninguna duda de que es el Tula el tronco principal del gran río mexicano.

Los derrames de la presa de Guapango que se verifican por las compuertas del dique, son suficientemente abundantes para dar el tributo necesario á los riegos y demás necesidades de la rica hacienda de Arroyozarco, y para mantener constante la corriente del río de San Juan; pero disputas sobre derechos á la propiedad de la corriente, surgidas entre los propietarios de la hacienda y los pueblos de Polotitlán y San Juan del Río, dieron motivo á que la hacienda desviara el curso de los derrames para vender el sobrante á algunos propietarios de las cercanías, ó que durante la seca no diera salida á mayor cantidad de agua que la necesaria para las exigencias de la finca. Desde entonces se interrumpe la corriente del río todos los años, como por el mes de Febrero hasta que comienzan las lluvias, verificándose tal interrupción desde la presa hasta Tequisquiapan, pues allí recibe el tributo de riquísimos manantiales que aseguran la vida constante del río para todo el resto de su curso.

La gran cantidad de agua que despide la presa en tiempo de lluvias y sus derrames naturales en la época de secas, se desliza rápidamente por una cañada que va variando de profundidad según lo requiere la naturaleza del terreno sujeto á fuertes y continuas ondulaciones; la dirección general de la corriente hasta llegar á San Juan del Río es la del O., con tendencias á ganar terreno en sus diversas curvaturas inclinándose hacia el N-; la corriente en lo general es muy violenta por tener que descender 250 metros en un tramo relativamente corto para salvar la diferencia de altura que existe entre la presa de Guapango y el Cazadero. A un lado de Encinillas, rumbo al S., forma el río un bonito salto de 5 metros de altura, el cual es conocido con el nombre de “Taxtó” y muy inmediato á él construyeron los vecinos de Polotitlán un dique de mampostería con el objeto de desviar una parte de la corriente para uso de los habitantes del pueblo, aprovechándola á la vez en la irrigación de algunas propiedades particulares. Esta construcción dió origen á serías disensiones con el Ayuntamiento de San Juan del Río, y á la actitud más marcadamente hostil de los propietarios de Arroyozarco.

Después de este dique, el río que ha atravesado ya por terrenos de Encinillas y Ruano, continúa su curso de una manera menos rápida por la extremidad meridional del hermosísimo valle que genéricamente se conoce con el nombre de “Llanos del Cazadero,” aun cuando sólo una parte de la planicie pertenece á la hacienda de ese nombre. A la margen derecha del río, rumbo al N. y á bastante distancia, se formó en época reciente y con sorprendente rapidez, el pueblo de Polotitlán, al lado de una casa aislada que en el llano existía y que á causa de su mismo aislamiento se llamó “Venta de la Soledad” pero ese movimiento ascendente del pueblo se vió contenido de improviso por la falta de tráfico en la vía carretera á consecuencia del establecimiento de ferrocarriles, y como por la misma época se acentuó mucho más la falta de agua por haberse exacerbado las diferencias con Arroyozarco, la declinación y el agotamiento del pueblo fué tan rápido como había sido su desarrollo. En cuanto al rio, pasa en esta parte de su trayecto al S. de la población atravesando terrenos de las haciendas de San Antonio y de Taxié, sin impartirles ningún beneficio por lo más bajo del lecho respecto á las tierras de ambas riberas y recibiendo á su paso los fuertes escurrimientos de todo el llano en tiempo de aguas, así como por la margen izquierda recibe los arroyos y riachuelos que forman las últimas colinas y laderas correspondientes á la vertiente septentrional de la serranía de Ñadó.

En los limites de Taxié forma el rio un pequeño salto de unos tres metros de altura aproximativamente, y comienza á servir de línea divisoria entre los Estados de México y Querétaro, dejando á un lado los terrenos del rancho de la Cofradía y al otro los del pueblo de San Sebastián de la Barranca ó de los Cajetes; la corriente desde este punto vuelve á ser muy rápida, porque se acentúa el descenso de 360 metros que es preciso salvar para ponerse á nivel de la ciudad de San Juan del Río, hacia la cual camina con velocidad extrema por el fondo de una barranca que va profundizándose en proporción de lo que el río desciende. Después de los terrenos de la Cofradía, la margen izquierda del río va lamiendo la orilla de la barranca que corresponde á la “Estancia de Dosocuá,” predio que por el costado opuesto rumbo al S., también está limitado por profundísima barranca en cuyo fondo corre precipitadamente otro río, el San Ildefonso, que se acerca para depositar su tributo en el San Juan, con el que se une en la extremidad de los terrenos de Dosocuá, que forman allí como el cabo de una península entre las haciendas de la Laborcilla y de la Cueva, desde cuyo punto la corriente unida entra ya de lleno al Estado de Querétaro.

La hermosa serranía de Ñadó, que como un desprendimiento de la cordillera de Jilotepec se extiende por el S.O. basta los cerros de San Ildefonso, pertenecientes al Distrito de Amealco del Estado de Querétaro, da origen á tres corrientes que forman el río de San Ildefonso sub-afluente del Pánuco y poderoso tributario del San Juan. La primera de esas corrientes se forma de los escurrimentos de una extensa altiplanicie que al reunirse forman lo que se llama río de Aculco, por ser el nombre de la población hacia la cual se dirige, dejándola á su margen derecha y siguiendo después su curso rumbo al O. basta donde se le une la segunda corriente llamada “Río de Ñadó." Este tiene su origen en los manantiales de una cañada formada por el cerro grande de Ñadó y por un contrafuerte de la misma serranía llamado el “Cerro Colmilludo,” el cual limita por ese rumbo al bonito valle de Acambay que queda hacia el S. del Colmilludo, Esta garganta y toda la región es muy notable, porque de algunos reconocimientos que se han practicado se ha adquirido la convicción de que el valle de Acambay puede regarse con aguas tomadas en el río do Lerma, y una vez llevadas esas aguas a Acambay, bastaría cavar un túnel de 300 metros de largo para enviarlas por el Ñadó hasta San Juan del Río, con lo cual se salvarían las grandes necesidades de la ciudad. El rio de Ñadó toma en la garganta donde nace la dirección N.; pero en seguida va practicando una curva como ciñendo el gran cerro por su base, hasta adoptar al fin la dirección del O. que cambia al alejarse de la serranía, por la del N.O. que lo lleva á unirse con el río de Aculco, tomando en este punto de unión el nombre de río de Ávalos con el que es conocida la corriente unida. La tercera corriente que genera ese sistema de montañas nace en los cerros de San Ildefonso, teniendo por origen unos manantiales que, como los que forman el Ñadó, no son suficientes para mantener la corriente todo el año; pero que en la época de lluvias son tantos los arroyos tributarios que alimentan estas tres corrientes, que cada una de por si presenta un caudal considerable, mientras que se agotan completamente durante la sequía.

Ese río de San Ildefonso, tan pronto como acaba de descender de los cerros donde nace, toma la dirección N. inclinándola después al N.O., hasta que al llegar al cerro del Tepozán en terrenos de la Cofradía se une al río de Ávalos, y conservando de preferencia el nombre de “San Ildefonso,” adopta la corriente unida el rumbo del O., continuando su curso por el fondo de una barranca muy profunda que va correspondiendo á les haciendas de la Muralla y de la Laborcilla, del Estado de Querétaro y al rancho de la Cofradía, pueblo de San Pedro Denshi y Estancia de Dosocuá, correspondiente al Estado de México, uniéndose al San Juan en el extremo de Dosocuá, en un punto llamado “Las Adjuntas,” en terrenos de las haciendas Laborcilla y Cueva, pertenecientes las dos al Distrito de San Juan del Río del Estado de Querétaro. En este punto de la confluencia el terreno se asienta lo bastante para prestarse á la construcción de una gran presa que daría la vida á la ciudad de San Juan, distante todavía catorce kilómetros y la que por su importancia llegó á dar su nombre á todo el río.

En el lugar donde re reúnen las dos corrientes, la barranca parece haber adquirido su mayor grado de profundidad y anchura; el río en sus crecidas es muy caudaloso pues adquiere un volumen que puede estimarse en más de cien metros cúbicos de agua por segundo, y aun cuando la corriente continúa rápida por el fuerte desnivel de so lecho, los bordes superiores de la barranca van disminuyendo su altura y el río á su vez va adquiriendo una corriente más tranquila hasta formar frente al rancho “Soledad de Pichardo” un remanso bastante considerable que podría aprovecharse también para obtener un gran depósito de agua al servicio de la ciudad de San Juan.