A pesar de esto, aún existen algunas pocas piedras que por sus formas o por la calidad de sus labrados se pueden identificar como pertenecientes a la centuria de la fundación del establecimiento franciscano de Aculco. Esta vez llamaremos la atención sobre dos de ellas que se encuentran fuera de todo contexto, tiradas en lo que fuera la capilla de la Tercera Orden.

La primera de estas piedras es una especie de remate o almena en forma de flor de lis, de unos 50 centímetros de altura, elaborada en una piedra rosa muy suave, que actualmente se encuentra rota y recargada en uno de los contrafuertes del templo parroquial. Más allá de que evidentemente tuvo una posición vertical y que debió haber estado encajada en una base de piedra o mampostería (a lo cual se debe el estrechamiento de su parte inferior), las posibilidades de su uso concreto son múltiples. Puede tratarse, por ejemplo, de parte de una crestería de aspecto gótico o renacentista como la que todavía conserva la capilla abierta del convento de Epazoyucan, Hidalgo. O quizá sirvió de remate a los contrafuertes del antiguo templo, como las flores de lis que se observan en la fachada del templo de san Juan Bautista de Coyoacán.



La segunda piedra es un dintel monolítico de piedra rosada, con una escotadura que le da la apariencia de arco conopial, como aquellos que abundaron en los estilos gótico flamígero y el gótico isabelino, y que en sus versiones novohispanas todavía podemos ver en algunos claustros del siglo XVI de la zona, como los de Huichapan y Tecozautla. A uno y otro lado de la escotadura pueden verse los monogramas de Jesucristo y de la Vírgen María. Seguramente, como los ejemplos coetáneos que subsisten en su lugar original, formaba parte de la portada de piedra de alguna habitación importante en el claustro de aquel viejo convento desaparecido.



Aunque estos vestigios aculquenses del siglo XVI son menores, su importancia para la historia del poblado y el estudio de su desarrollo arquitectónico es primordial. Ojalá algún día se les tenga mayor aprecio y se les conserve en un lugar adecuado en el interior del convento, como testimonio que son del origen de San Jerónimo Aculco.