miércoles, 2 de octubre de 2019

Los arrieros de Aculco

Entre los 60 sitios incluidos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO como parte del Camino Real de Tierra Adentro, el pueblo de Aculco tiene la singularidad de que dicho camino no pasaba exactamente por él, sino a varios kilómetros de distancia. La importancia del lugar en relación con la vía es, sin embargo, de primer orden por una razón muy concreta: la importancia que sus vecinos dedicados a la arriería tuvieron en la historia del Camino Real durante más de tres siglos. Aculco, en efecto, era reconocido como uno de los llamados "pueblos de arrieros":

Algunos pueblos destacaron porque la gran mayoría de su población se empleaba en la arriería; eran denominados “pueblos de arrieros”; entre los que podemos mencionar a San Gerónimo Aculco, Alfajayucan, Chilcuautla, Huichapan, Jilotepec, Nopala, Rancho del Paye, San Francisco Soyaniquilpan, la hacienda San Jeronimito, San Juan del Río, Tecozautla, Tepetitlán y Tula, entre otros. En esas localidades abundaron los propietarios que poseían más de dos recuas, quienes tuvieron que emplear a uno o más mayordomos como responsables de ellas; todos recurrieron a trabajadores locales encargados de realizar los traslados; su número estaba en relación con la cantidad de mulas que integraban el hatajo. (1)

Ya desde el siglo XVIII se señalaba que los habitantes de Aculco se dedicaban predominantemente a la arriería (2). Los dueños de las principales haciendas de la zona se contaban en esa misma época entre los grandes propietarios de recuas del reino de la Nueva España (3). Antes de la Guerra de Independencia, no menos de ochenta hatajos de mulas pertenecientes a los vecinos de Aculco recorrían el Camino Real de Tierra Adentro (4), y los arrieros aculquenses de la llamada “carrera de tierra adentro” alcanzaban en sus viajes las ciudades de Durango y Chihuahua (5). Pero más allá de estos datos generales que muestran la importancia de la arriería aculquense, ¿quiénes eran, con nombre y apellido, estos personajes, al mismo tiempo viajeros, transportistas y comerciantes?

Hablemos primero de los grandes dueños de recuas en Aculco en los siglox XVIII y XIX. Entre ellos estaba la Compañía de Jesús, propietaria de la hacienda de Arroyozarco entre 1715 y 1767. En este último año, la recua enviada desde esa finca al puerto de Matanchén (Nayarit) con los avíos para las misiones jesuitas de California, bajo el mando del mayordomo Marcelo Garrido, constaba de cinco hatajos de 176 bestias de carga y silla, además de dos recuas de “madres”. Empleaba por entonces la hacienda a no menos de 36 arrieros (6). También era “dueño de recuas” don Antonio del Castillo, uno de los más importantes propietarios de tierras en la Provincia de Jilotepec, quien adquirió la hacienda de Ñadó,también situada en territorio aculquense, en 1726 (7). Don Nicolás Sánchez de la Mejorada, próspero aculquense que obtuvo en remate público la hacienda de Ñadó en 1780, contaba entre sus bienes con ocho hatajos de mulas “del camino real”, “aparejadas de lazo y reata” (8). Precisamente el nieto de don Nicolás, José María Sánchez, se vio en apuros en 1821 a causa de una deuda contraída con don Julio Antonio Aranda, a quien debía seiscientos pesos como importe de un hatajo de mulas por el que tenía como fiador a su padre Eusebio, propietario de la hacienda de Ñadó en aquel entonces (9).

Los nombres de los arrieros específicamente aculquenses que guiaban las recuas por el Camino Real son más difíciles de indagar (salvo las listas correspondientes a la hacienda de Arroyozarco, en 1767 y años posteriores, que no incluiré aquí), aún cuando algunos de ellos eran también propietarios de sus mulas. La mayor parte de los arrieros que hemos identificado proceden de fuentes incidentales (como registros parroquiales y licencias matrimoniales solicitadas al Arzobispado), todos de la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros tres lustros del siglo XIX. Así, aparecen los nombres de los arrieros Antonio Sánchez de Vargas y Joseph Antonio Mondragón en 1743, Salvador Toribio de la Vega en 1749, Joseph Luis de Herrera en el mismo año, Domingo Baptista en 1751 y Francisco Sánchez de la Mejorada en 1758 (10).

Anastasio de García, mestizo y “arriero con mulas propias”, es mencionado hacia 1754. De la misma categoría era Joseph Atanasio Romero, “dueño de recua”, que transportaba cargas de lana en 1755. José María Alcántara, reclamaba el pago de ciertos fletes en 1796, por lo que probablemente era también dueño de sus bestias de carga. José Miguel Monroy, mayordomo originario de Aculco, participaba en el año de 1800 en la distribución de tabaco desde México. Aparece también en los registros Victoriano Jaso, vecino de Aculco que transportaba cargas de "tela de Ypres" al puerto de Veracruz y retornaba a la ciudad de Puebla con más de mil pesos en metálico, en 1806. Debe mencionarse también a José Dionisio Vergara, conductor de cargas, quien reclamó a Joaquín Aguiñaga el alterar el costo del flete y despojarlo de 23 mulas y otros efectos en 1810. Finalmente, ya en el curso de la Guerra de Independencia, es mencionado el aculquense Marcelino González como conductor de metales preciosos desde la ciudad de San Luis Potosí en 1810, e Ignacio Reyes, vecino de Aculco, como propietario de recuas que transportaban pólvora al puerto de Acapulco, en 1811. Se señala también los arrieros Nicolás García de Figueroa, Matías de Perca y Francisco Martín, dueño de mulas propias, en 1815 (11).

Ahora que mencionamos a Monroy, es interesante comentar que conocemos sus itinerarios del año 1800 en la distribución de tabaco, así como sus ganancias. Ese año hizo dos viajes desde la Ciudad de México, de los cuales dos fueron directos y otros dos con escalas. De los directos, el primero fue a Querétaro hacia donde salió el 28 de marzo con 25 mulas; tardó en llegar 16 días y se le pagaron 75 pesos. El segundo de los viajes directos inició el 25 de abril con 24 mulas y tuvo por destino San Luis Potosí; el viaje tomó esta vez 26 días y recibió a cambio 156 pesos. El 15 de julio inició el primer viaje con escalas, que lo llevó a Aguascalientes (30 días, 12 mulas, 84 pesos) y Sombrerete (48 días, 16 mulas, 240 pesos). El segundo viaje con escalas comenzó el 30 de octubre y se dirigió a Durango (60 días, 9 mulas, 171 pesos), Sombrerete (48 días, 12 mulas, 180 pesos) y San Juan del Río, Durango (64 días, 9 mulas, 171 pesos). (11a)

Otra lista de arrieros aculquenses, compilada por la historiadora Clara Eugenia Suárez Argüello, incluye a los siguientes: José Mariano Barrientos, quien por sus propias mulas llegaba hasta Real de Catorce y Parras. El mayordomo Alexo Sánchez, que conducía la recua de doña Lucía de la Hacienda de Ávalos a Querétaro. José Felipe Vega, mayordomo de la recua propiedad de don Gabriel García, que la guiaba a Guadalajara. José Miguel Monroy, mayordomo del huichapense don Luis García, que en su compañía las llevaba sitios como Querétaro, San Luis Potosí, Aguascalientes, Sombrerete, Guadalajara, Durango, San Juan del Río y Rosario. José Cayetano González, propietario de mulas que llevaba a Querétaro. José Manuel Ledesma, mayordomo de don Francisco Olabarrieta, que iba a Guadalajara. (12)

Cada hatajo de mulas constaba usualmente de entre 25 y 60 animales. En total, no más de doscientas mulas formaban una recua. La recua de 176 mulas de Arroyozarco, por señalar un ejemplo, era atendida por 17 arrieros: un mayordomo, que se encontraba al mando de los otros, cinco cargadores, que se ocupaban de cargar las mulas, cinco aviadores, que vigilaban la carga, cinco sabaneros, encargados de llevar a pastar a los animales al terminar la jornada, y un refaccionero, como reemplazo de quien moría o caía enfermo. Los sueldos en dinero y en especie de estos muleros variaban, en 1767, entre los 8 pesos al mes y 3 cuartillos de maíz semanales del mayordomo de la recua grande, 6 pesos y 1 cuartillo de los cargadores, 5 pesos y 8 cuartillos de maíz de los aviadores, 4 pesos y 8 cuartillos de los sabaneros y los 2 pesos sin ración de los atajadores. Esto los ubicaba entre los empleos mejor pagados entre los trabajadores rurales de la zona, pues un caporal, jefe de los vaqueros de una hacienda, ganaba 6 pesos y tres cuartillos (13).

La importancia de los arrieros aculquenses a fines del siglo XVIII era tal, que don Francisco Javier Ramírez, asentista conductor de reales azogues solicitó en 1780 que no se les enlistara en las milicias de Toluca, pues “por experiencias anteriores, estos arrieros harán falta a la llegada de este ingrediente para su conducción a México.” Sin embargo, el inicio de su declive puede situarse poco después, hacia 1795, cuando una epizootia provocó tanta mortandad de mulas que algunos arrieros de Aculco, Huichapan y San Juan del Río perdieron hasta la mitad de su recua (14). Quizá tuvo que ver también la gran sequía de 1794-1795, que dificultaba los viajes por la falta de aguajes para las mulas, con lo que se arriesgaba su vida, razón por la cual los arrieros de Aculco se negaron a aceptar cargas de tabaco del Real Estanco hacia el interior del país, a pesar de ofrecérseles un flete más alto al común (14b).

Los efectos de la Guerra de Independencia (1810-1821) en la arriería aculquense fueron también enormes. En un informe que las autoridades del pueblo enviaron a sus superiores de Huichapanen los últimos años del conflicto, se afirma que:

Este pueblo es carente en todas sus partes de tránsito, comercio, artes y agricultura, pues lo que se obtenía en los tiempos anteriores, eran ochenta hatajos de mulas al camino real, que servía a este país, de lo que ahora carece (15).

Asi, la guerra prácticamente acabó con las recuas de Aculco, que habían constituido su mayor riqueza a lo largo del siglo anterior. Pese a ello, un año después de consumada la Independencia, en diciembre de 1822, un padrón del pueblo (que es necesario recalcar no incluye otras localidades del municipio) nos muestra que dentro de una población total de 437 individuos de todas edades y sexos, existían 100 adultos varones mayores a 14 años, de los que 30, casi una tercera parte, todavía se dedicaban a la arriería. Su número sólo era superado por quienes se dedicaban a la labranza, 43 individuos. De estos arrieros, doce (casi la mitad), eran mayores de 50 años, y once más tenían 25 años o menos, lo que parece reflejar cierta pérdida en la población adulta en los años más duros del conflicto. Estos arrieros -que podríamos llamar a unos “sobrevivientes a la guerra” y a buena parte del resto “de nueva generación”- eran don Antonio Sánchez (de 56 años), José María Jiménez (56), Cristóbal Sánchez (62), José Francisco Sánchez (22), José María Castañeda (18), Domingo Morales (50), Marcelino Ronquillo (23), José y José Luis Ríos (70 y 20 años), Don Gabriel Euribe (35), José María Reséndez (49), Guadalupe Reséndez (46), José Reyes Muñoz (60), José Agapito Muñoz (18), don José Antonio Varela (77), José Cándido Díaz (71), don Julián Díaz (25), don Julián Ledesma (69), José Francisco Jaso (18), don Ignacio Dorantes (36), José Francisco Reséndez (18), Ramón Ledesma (22), don Ignacio Díaz (62), José Rafael Díaz (24), don Jerónimo Ronquillo (61), Dionisio Vergara (32), José Guadalupe Jesús (22), don Albino Reyes (35), don Martín Reyes (40) y Cástulo Godoy (50 años) (16).

Aunque la arriería de la región se recuperó a lo largo del siglo XIX, seis décadas después le llegó la muerte junto con la del propio Camino Real de Tierra Adentro. Esto sucedió con fecha exacta: el 22 de marzo de 1882, cuando el primer tren del Ferrocarril Central Mexicano en su trayecto México–Querétaro pasó por las estaciones de Dañú y Polotitlán, las más cercanas a Aculco. El maltratado Camino Real no significaba ya para entonces mucha competencia a los tres trenes diarios de este ferrocarril (uno para 250 pasajeros, y dos de carga de 300 toneladas, todos en viajes de ida y vuelta), y éste se convirtió rápida e indudablemente en “el mejor medio de transporte”, como fue llamado ya en 1897. Como muestra de esta decadencia del transporte en mulas, en 1901 ya no había más que 15 arrieros aculquenses de un total de 2,981 personas económicamente activas en el municipio (17).

 

NOTAS

1. Montaño Lucero, Leandro. "Los arrieros y la cultura popular: una introducción", en revista Navegando, número 1, nueva época, p. 87.

2. Clara Elena Suárez Argüello, Camino Real y Carrera Larga: la arriería en la Nueva España durante el siglo XVIII (México: CIESAS, 1997), 231.

3. Javier Lara Bayón, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (México: Instituto Mexiquense de Cultura, 2003), 83; Javier Lara Bayón y Víctor Manuel Lara Bayón, Ñadó, un monte una hacienda, una historia (Manuscrito; libro seleccionado para su publicación por la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario en el 2009), 54, 111.

4. Javier Lara Bayón y Víctor Manuel Lara Bayón, Ñadó, un monte una hacienda, una historia (Manuscrito; libro seleccionado para su publicación por la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario en el 2009), 109.

5. Clara Elena Suárez Argüello, Camino Real y Carrera Larga: la arriería en la Nueva España durante el siglo XVIII (México: CIESAS, 1997), 159.

6. Javier Lara Bayón, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (México: Instituto Mexiquense de Cultura, 2003), 83-84, 89-90.

7. Javier Lara Bayón y Víctor Manuel Lara Bayón, Ñadó, un monte una hacienda, una historia (Manuscrito; libro seleccionado para su publicación por la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario en el 2009), 47-48.

8. Archivo General de Notarías del Estado de México (AGNotEM). Distrito de Jilotepec, notaría 1, caja 2, legajo 6, f. 81v.

9. Archivo particular del Dr. Juan Lara Mondragón, Aculco (AJLM). “Carta de Rafael Godoy al Lic. Ignacio Ruiz Peña”, San Juan del Río, 15 de septiembre de 1820; AHMA. “Carta de Andrés de Quintanar al alcalde constitucional de Aculco”, San Juan del Río, febrero 1º de 1821. Justicia, caja 1.

10. AGN. Matrimonios, vol. 51, exp. 14, f. 49; AGN. Matrimonios, vol. 51, exp. 12, f. 43. AGN. Matrimonios, vol. 65, exp. 94, f. 379. AGN. Matrimonios, vol. 221, exp. 45, f. 155. AGN. Matrimonios, vol. 178, exp. 34, f. 6.

11. AGN. Matrimonios, vol. 85, exp. 48, f. 104. AGN. Indiferente virreinal, caja 5151, exp. 99, f. 1. AGN. Consulado, vol. 19, exp. 10, f. 167. Clara Elena Suárez Argüello, Camino Real y Carrera Larga: la arriería en la Nueva España durante el siglo XVIII (México: CIESAS, 1997), 277. AGN. Indiferente virreinal, caja 6513, exp. 38, f. 1; AGN. Indiferente virreinal, caja 6563, exp.56, f. 1. AGN. Consulado, vol. 130, exp. 23, f. 1. Carlos María de Bustamante. Cuadro histórico de la Revolución Mexicana. (México: Imprenta de J. M. Lara, 1843). Tomo I, 56. AGN. Indiferente virreinal, caja 067, exp. 20, f. 1. AGN. Matrimonios, vol. 2, exp. 2bis, f.66.

11a. Clara Elena Suárez Argüello, Camino Real y Carrera Larga: la arriería en la Nueva España durante el siglo XVIII (México: CIESAS, 1997), p. 277.

12. Suárez Argüello, Clara Elena, Camino real y carrera larga : la arriería en la Nueva España a fines del siglo XVIII, Tesis (Doctor en Historia), Universidad Iberoamericana, Apéndice II, pp. 363-370

13. Gerardo Sánchez, “Mulas, hatajos y arrieros en el Michoacán del siglo XIX” en Relaciones, vol. V, no. 17 (invierno 1984), 41. Javier Lara Bayón, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (México: Instituto Mexiquense de Cultura, 2003), 89.

14. AGN. Minería, vol. 194, exp. 3, f. 145r. Clara Elena Suárez Argüello, Camino Real y Carrera Larga: la arriería en la Nueva España durante el siglo XVIII (México, CIESAS: 1997), 92.

14b. Suárez Argüello, Clara Elena, "Sequía y crisis en el transporte novohispano en 1794-1795", en Historia Mexicana, Vol. 44, No. 3 (Ene.-Mar., 1995), p.390.

15. AHMA. “Respuesta a un cuestionario sobre estadística, 1820”. Secc. Estadística. Caja 1. Exp. 1

16. AHMA. “Padrón de los individuos de ambos sexos de que se compone este vecindario en el referido año, expresivo del estado, edad, ocupación, empleo o profesión de cada uno...” Aculco, 20 de diciembre de 1822. Secc. Estadística. Caja 1.

17. Censo y división territorial del Estado de México (México: Oficina Tipográfica de la Secretaria de Fomento, 1901).