martes, 5 de enero de 2010

La tienda de las señoritas Osornio

Casa y tienda de las señoritas Osornio, en Aculco. La fotografía original fue tomada por Keylime Steve y se encuentra en Flickr.

En la esquina sureste del cruce de las calles de Morelos y Matamoros, existe una antigua casa que conserva bien el aire característico de las construcciones vernáculas de Aculco: recia construcción de piedra recubierta con aplanados de cal y arena, un gran acceso para carretas enmarcado en cantera, balcones sin reja en la segunda planta con jambas y dinteles de piedra blanca, así como gruesos repisones de cantera.

No conozco ninguna fotografía antigua de esta casa. En los años que tengo de conocerla, que es toda mi vida, han sido relativamente pocos los cambios que ha sufrido: dos de los balcones que daban hacia la calle Morelos fueron ampliados para convertirse en ventanas cuadradas, completándose su repisón para extender su longitud aunque con cierto descuido; las puertas de madera de los tres balcones que se conservan en su estado original fueron reemplazadas por puertas de metal que las imitan.

En realidad es muy poco lo que puedo decir de esta casa. Sólo que en las dos puertitas cercanas a la esquina existía una tienda que pertenecía, como el inmueble mismo, a las señoritas Osornio y que no sé si continúa operando. Aunque desde que yo era niño la tienda se veía muy mermada, con poca mercancía y menos clientes, la frecuentaba junto con mis hermanos y primos para comprar "palomas" y todo tipo de cohetes. Las ancianas señoritas Osornio atendían aún tras el antiguo mostrador de madera tallada, que conservaba aún su cubierta de zinc y que denotaba que aquel local había pasado por tiempos mejores.

Lucino Mondragón Buenavista. La fotografía original pertenece a la Sra. Carmen Mondragón.

En efecto, la tienda ya existía a mediados de la década de 1930, cuando quedó ligada a un triste recuerdo en la familia Mondragón. Sucedió la tarde del 6 de abril de 1935, cuando Lucino Mondragón Buenavista, gran charro, empleado de la hacienda de Ñadó y de unos veintitrés años de edad, departía con un amigo suyo en ese lugar. Lucino, un hombre de personalidad alegre, "echada pa' lante", coqueto con las mujeres y afortunado en amores, comenzó a hacerle bromas al amigo respecto de su novia. El amigo, pasado de copas y de pocas pulgas, no soportó la burla: sacó de su funda el revólver y, sin más, lo descargó en el joven Lucino.



Sepulcro y lápida de Lucino Mondragón, que comparte con su abuelo Germán y su hermano Pedro.

Eran tiempos muy violentos en la región y por poca cosa se echaba mano de la pistola. No fue este un caso único y ni siquiera el más sonado. El asesino huyó a la ciudad de México y quedó impune.

Como decía arriba, es muy poco lo que puedo decir de la casa donde sucedió este crimen. Aún así, en ella están inscritos dos recuerdos imborrables: el personal, de la tienda en que compraba -a escondidas de mis padres- aquellos cohetes cuando niño, y el familiar de la muerte de mi tío abuelo, Lucino Mondragón.

Lucino, parado sobre un caballo. A la izquierda su hermano Pedro, despúes administrador de la hacienda de Ñadó, y a la derecha su padre Magdaleno.

El cuepo principal de la casa, en cuyos bajos se encontraba la tienda.

ACTUALIZACIÓN

Pero como siempre hay alguien que conoce mejor las cosas y las expresa también mejor, copio aquí el texto que sobre esta casa escribió mi primo Octavio:

"No logro acordarme cuántos años hace que entré a esta casa y de la que había olvidado recuerdos que con tu relato salieron de no sé qué olvidado recoveco de mi memoria. El último recuerdo es la imagen de una barda que, como a las Alemanias en Europa las dividió un muro 20 años, así partía la casa en dos partes: la de mi tía Esther, el lado de la tienda y de la calle ¿Morelos?, y el otro el de la tía China que, si la infiel de mi memoria no falla, en vida se llamó Adelina.
"Y si esta barda no favoreció a la estética mucho menos a la soledad y por las tardes la tía China iba donde su hermana, a la tienda, a ver la vida pasar.
"Pero los mejores recuerdos de esa casa me vienen de la infancia, de cuando aún vivía mi tío Alfredo de quien medio recuerdo que por algún lío de faldas, quedó lisiado de una pierna y usaba muletas. Su recuerdo está invariablemente ligado a las resorteras que hacía. No tengo la menor idea de cuántas me habrá regalado pero debieron ser muchas.
"Y ahora que lo pienso, quizá por eso tengo buenos recuerdos de esta casa, creo que siempre salía de ella con las manos llenas, cada quien daba lo que tenía, así, mi tía Esther, la dueña del negocio, nos dejaba tomar de su tienda de abarrotes lo que quisiéramos, ya te imaginarás lo que eso supone para un niño; mi tía China te daba su alegría, su ternura , su inocencia, su gracia al contar cosas, con unos ojillos negros muy vivos, y que una rancia e indolente educación la hacía vivir acomplejada por tener, como su hermano Alfredo, lisiada una pierna, aunque los motivos debieron ser bien distintos.
"No recuerdo si la lesión de su pierna le llevó a la soltería o es que se trató de una mujer inteligente que sabía que la felicidad y el matrimonio son, como en estadística, eventos mutuamente excluyentes, ja, ja, ja. Pero medio me acuerdo que no fue como la tía Chofi de Sabines o como mi otra tía Esther, Esther Lara (la bondad encarnada), que dejaron que a su rostro llegaran arrugas antes que besos; sino que ese otro añejo defecto de los seres humanos de querer que los demás vivan la vida como a nosotros nos parece, le alejó a los pretendientes que por esa su gracia y sus ojos, seguro fue más de uno. Y no recuerdo si el hermano celoso fue mi tío Alfredo o mi tío Chay, o ninguno. Sabrá Dios (espero).
"En compañía de la tía China recuerdo algunas cosas de la casa pero ya muy, muy lejos, cosas que ahora me pregunto ¿qué hará que se fijen de esa forma en la memoria?...Bueno, pues de la casa recuerdo las ventanas del comedor desde las que se podía ver un inmenso corral (o así me lo parecía) y sólo había aves de corral. Un ave en especial me llamaba mucho la atención y hasta le temía pero no recuerdo si era un gallo, un pato o un ganso y este era el motivo por el que los miraba desde las ventanas.
"Y muy muy vago me llega el recuerdo de un baño o cocina pero muy viejo, sólo recuerdo las piedras viejas, pero no recuerdo qué de estas dos cosas era. Bueno, si bien se mira, es casi la misma cosa, salvo por un proceso digestivo.
Un misterio no resuelto fue lo que creo era la recámara de mi tía Esther, en el segundo piso, un nido de águilas con escalera de ladrillos surcados por el centro de tanto subir o bajar que- como dijera ese genio que fue Juan Rulfo “según se va o se viene”- los escalones. La puerta, siempre cerrada, se hallaba inmediatamente al término de los escalones. Supongo que la ventana que aparece en la foto, esa a la que parece apunta el poste de cemento era su recámara, a la que se llegaba por esta escalera que te cuento.
"Mi tía Esther, con sus ciento y pico de años, vive ahora donde mi abuelita Biga, y la última vez que estuve por allá, no podía yo creer dos cosas: un plato con algo que contenía parece que picante y que si no lo era, al menos se veía bien sazonado; y la otra y que casi me llevó a ponerme de pie y darle una ovación fue cuando quiso compartirme de lo que bebía, que yo suponía refresco, lo que también me asombraba, y al decir que éste me hacía daño, me corrigieron para decirme que no lo era coca-cola,¡sino vino!… ¡Olé el arte, carajo!
"Lo siento si hay algunas cosas inexactas pero “a la final”, como no sé quien dijo, las cosas son como uno las recuerda…
"Agur"

Vista general de la casa, hacia la calle de Matamoros. Nótese el deterioro causado en sus aplanados por la humedad.