martes, 27 de julio de 2021

Santa Ana Matlavat: cuando las cosas se hacen bien

Desde hace varios años me ha llamado la antención el interés que los vecinos del pueblo de Santa Ana Matlavat han venido poniendo en su patrimonio histórico. Tienen, por ejemplo, la intención de restaurar su precioso y sencillo templo, que es quizá el más antiguo del municipio, y se han reunido con varios arquitectos calificados para evaluar el costo de esa obra. También quieren restaurar el retablo salomónico que existe en el interior de la capilla, que representa (junto con el retablo del pueblo de La Concepción) uno de los pocos restos de los altares coloniales que existieron en las capillas e iglesias de Aculco. Pero estas siguen siendo por el momento sólo buenas intenciones y lo que quiero mostrarles hoy es el resultado concreto de una de sus iniciativas: la restauración de la imagen titular de Santa Ana.

Esta imagen es una preciosa escultura estofada que quizá data de fines del siglo XVII o principios del XVIII. Este término, estofado, se refiere a una técnica artística que estuvo en boga en el México virreinal que consistía en aplicar a la escultura una fina capa de oro sobre la que luego se pintaba; más tarde, ciertas partes de la pintura se raspaba formando patrones, dejando a la vista el dorado subyacente con la intención de simular riquísimos ropajes tejidos con oro. Esta imagen de Santa Ana tiene una particularidad poco frecuente en su estofado: el metal precioso aplicado no es oro, sino plata.

La imagen nos muestra a la santa en su edad madura. Cubre su cabeza el pelo partido por la mitad... ¿o es una toca (característica en la iconografía para representar mujeres mayores) como sugieren los plisados a los lados de la cabeza y la falta de detalle en los cabellos?. Un par de agujeros a los lados del cuello indican quizá que alguna vez portó un collar. Viste una túnica rosada ceñida a la cintura, bajo la que asoman unas mangas verdes. Un ancho cuello blanco sobre la clavícula quizá evoca la toca faltante. La envuelve un manto plegado en su brazo izquierdo, con el revés rojo y el frente decorado con flores. Sus rasgos son finos: nariz recta, boca pequeña, pómulos marcados y unos ojos de cristal que parecen dirigir la vista hacia abajo, hacia los fieles. El brazo derecho se eleva en ángulo recto, con la mano entreabierta y el índice extendido (muchas imágenes de Santa Ana llevaban en esta mano un fruto, una flor o un libro, quizá ésta perdió el suyo). La mano izquierda, con la palma hacia arriba, porta una imagen de la Virgen María niña que es por sí misma una pequeña joya: la muestra sentada, con la cabeza sin cubrir, los brazos semiextendidos con las palmas de las manos hacia arriba y vistiendo una túnica rosa y un manto azul con vueltas rojas ricamente adornados con flores; su rostro es menos fino y más redondeado que el de su madre.

El tiempo y las malas intervenciones dejaron su huella en la imagen de Santa Ana. Además de las pérdidas de algunos dedos, el polvo y la mugre de siglos, la dañó muy especialmente una capa de pintura dorada aplicada en tiempos modernos. Esta pintura, por cierto, impidió que en la reciente restauración se pudiera recuperar mejor su vieja policromía. Con toda la buena intención, quienes se la aplicaron provocaron un daño permanente a la imagen.

A pesar de ello el resultado de la restauración es admirable. La escultura ha recuperado su imagen histórica, los valores artísticos de la época en la que fue elaborada, su colorido que contrasta con el lamentable y casi uniforme dorado que tenía hasta hace poco y sus partes faltantes. Incluso su peana luce otra vez sus colores verde y rojo originales. Los vecinos de Santa Ana Matlavat pueden estar satisfechos: han hecho las cosas bien, la escultura de su santa patrona luce recuperada y al mismo tiempo con el aspecto bajo el que la conocieron sus padres y abuelos desde siglos atrás.

Les comparto aquí abajo las páginas del informe de restauración y aprovecho para agradecer a Daniel Cano por haberme proporcionado el documento y las fotografías que acompañan este texto.

miércoles, 14 de julio de 2021

La Sala De Profundis del convento de Aculco

Quisiera continuar la descripción de los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco que empecé hace algún tiempo hablándoles ahora de uno de los recintos más importantes y olvidados: la Sala De profundis. En los conventos novohispanos, esta sala se hallaba normalmente en la panda oriente del claustro y solía estar adornada con pinturas murales u otras decoraciones. Tenía una función similar a la de las grandes salas capitulares de los monasterios europeos, es decir, servía para las reuniones de los religiosos para rezar, leer capítulos de la regla de su orden o para tratar asuntos de la comunidad. Sin embargo, fuera de las grandes ciudades los conventos no albergaban comunidades grandes de frailes (en el caso de Aculco no había más de tres o cuatro al mismo tiempo), por lo que estas salas De Profundis eran casi invariablemente menos importantes y ornamentadas que sus equivalentes del Viejo Mundo.

¿Pero por qué estas salas de reuniones recibían ese curioso nombre en latín, De profundis? Esto se debía a la costumbre de recitar en ellas el Salmo 129 antes de iniciar el encuentro, cuyo primer versículo dice textualmente: de profundis clamavi a Te Domine; Domine exaudi vocem meam, esto es, en español, "de lo profundo de mi pecho a ti clamo Señor; Señor mi grito escucha". Este salmo se recita en los oficios de difuntos, pues sus dolorosas palabras, que provienen de los israelitas exiliados en Babilonia, se interpretan como las de las almas desterradas en el Purgatorio que no pueden todavía entrar al Cielo. El sentido de su rezo en la sala de reuniones del convento sería el recuerdo y oración por los miembros fallecidos de la comunidad. De hecho, la Sala de Profundis servía a veces de lugar de entierro para los frailes.

No es difícil ubicar la Sala de Profundis en el convento de Aculco, pues se encuentra en el sitio habitual: formando la crujía este del claustro en la planta baja. Es un espacio rectangular orientado de norte a sur con unas dimensiones aproximadas de 9 por 4 metros. Su techo es relativamente bajo como todas las dependencias del convento, quizá se alza a unos tres metros sobre el suelo y es de viguería y tablones de madera. Un arco rebajado divide transversalmente la estancia en dos áreas casi iguales. El piso, que debió ser de ladrillo, es ahora de mosaico hidráulico rojo y blanco. La entrada principal se abre al pasillo que conduce del claustro hacia la sacristía. Tiene otros tres vanos: dos pequeñas ventanas (posiblemente de construcción moderna, por sus proporciones) que dan al corredor del claustro y una puerta que da hacia el angosto pasadizo por el que se accedía al púlpito del templo antes de que fuera retirado. Una puertecilla más da acceso a un pequeño trastero o alacena, semejante al que existe en la sacristía (ver "El alabado en la alacena" en este blog). El siguiente croquis explica esta ubicación:

Cuando de niño conocí este salón era simplemente una oscura bodega de trebejos. Luego, hará unos 25 o 30 años, se usó por un breve tiempo como capilla. Ahora es nuevamente almacén de todo tipo de cosas, desde las valiosas e interesantes como la urna del Santo Entierro hasta sillas y muebles modernos. Si bien sus paredes sólo lucen ahora su pintura blanca, creo muy probable que esconda vestigios de pintura mural bajo las capas de encalados. Ojalá algún día lo veamos restaurado, o por lo menos con algún uso menos lamentable; sólo queda esperar a que no se deteriore mucho antes de que alguien decida recuperar su dignidad.

Si quieres conocer otros espacios del convento de Aculco, sigue estas ligas:

* El claustro desollado.

* Malas noticias: el claustro cubierto.

* El refectorio del convento.

* La torre que nadie ve.

* El bautisterio viejo.

* El alabado en la alacena.

* El reloj de sol.

miércoles, 7 de julio de 2021

Un raro cuadro de tema trinitario

Muchas veces me he referido aquí al patrimonio perdido de Aculco, tanto arquitectónico como inmaterial, lo mismo mueble que inmueble. Pocas veces, en cambio, he escrito sobre el patrimonio agregado o incorporado, es decir, aquellos bienes culturales que se añaden a los que el poblado posee de origen y que enriquecen ese patrimonio. Hoy quiero platicarles precisamente sobre un objeto de este tipo: una pintura al óleo del siglo XVIII que llegó hace poco a una colección particular de Aculco.

La pintura mide aproximadamente 130 por 90 centímetros. Su procedencia original es desconocida aunque quizá proviene de la Ciudad de México o de sus cercanías. A pesar de la pérdida de algunas áreas de capa pictórica se halla en buen estado gracias a una restauración efectuada hace cerca de una década. No tiene marco ni firma. Si bien es obra del periodo barroco, su adscripción a este estilo se sostiene más en la profusión de símbolos y la abundancia de personajes que en una exuberancia ornamental.

A su pie se encuentra una cartela con una inscripción incompleta, que a pesar de todo provee alguna información interesante: "A devoción de don Francisco de Santiago [...] Alejandro Sexto concedió doce mil años de perdón [...] pecados mortales y siete mil de los veniales a los que delante de la estampa de Jesús, María y señor san Joaquín y señora Santa Ana hicieren la siguiente deprecación: [Dios te salve,] Virgen María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, tu gracia sea conmigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito sea mi señor san Joaquín, tu dichoso padre y bendita sea mi señora santa Ana tu madre [de la que naciste] sin mancha Virgen María y de ti nació Jesucristo, hijo de Dios vivo. Amén. [...] Tres padresnuestros y tres avesmarías [...] 27 de 1754 [...] Imagen de Nuestra Señora de Gracia que se venera en el Real Convento de Granada."

Si sólo tomamos en cuenta ese texto, nuestra primera impresión será que se trata de un cuadro que promueve una devoción a través de la indulgencia concedida por el papa (la cual, por cierto, tiene fecha de 1494 y se refiere únicamente a la imagen de santa Ana, no a las de san Joaquín, María y Jesús en conjunto como dice la cartela). A la par de esta devoción está la de la Virgen de Gracia, advocación muy extendida por Andalucía, España. Pero al mirar la pintura resultará evidente que nos estamos perdiendo de algo y que la explicación del texto no alcanza a aclarar toda su particular iconografía.

Veamos, pues, los detalles del cuadro para descifrar su sentido.

En la parte más alta hay un rompimiento de gloria en el que aparecen a la izquierda Cristo -cubierto con una túnica roja y portando una cruz- y a la derecha el Padre Eterno -con túnica blanca, capa roja, cetro en la mano, el orbe que representa al mundo en la mano izquierda y su característica aureola en forma triangular-. Las dos figuras están sedentes sobre nubes. Entre ellos se encuentra la paloma que simboliza al Espítu Santo. Tenemos, pues, representada aquí a la Santísima Trinidad: las tres personas que conforman al Dios único.

También entre Dios Padre y Dios Hijo está, un poco más abajo, la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Se puede advertir que no representa directamente a la persona, sino a la figura escultórica que materialmente se veneraba en Granada. Esta escultura aún existe en aquella ciudad andaluza, si bien se expone sin sus amplios ropajes barrocos. A pesar de ello, los grabados antiguos nos la muestran como la representó en el cuadro el desconocido pintor, con su manto y saya ricamente bordados en oro y el característico resplandor ondulante -en forma de ocho- de esta advocación.

Esta imagen se venera -como bien indica el cuadro- en el Real Convento de Nuestra Señora de Gracia de la ciudad de Granada. El convento estaba a cargo de la orden reformada de la Santísima Trinidad o "trinitarios descalzos", religiosos que tenían como labor el rescate e intercambio de cautivos, especialmente en los países islámicos, y que se habían asentado en la ciudad a principios del siglo XVII. De hecho, esa advocación mariana es particular de esta orden, por lo que resulta así un segundo elemento de este cuadro relacionado con la Trinidad.

Un tercer componente trinitario, como veremos enseguida, es el ángel que aparece en el centro inferior de la composición. Nótese que sostiene en las manos las cadenas de un par de cautivos postrados a sus pies. Este es un elemento frecuente en las representaciones de la orden trinitaria, en el que uno de los cautivos representa a un cristiano (a la izquierda, con una cruz en el pecho) y el otro a un musulmán. La posición de los brazos del ángel, uno sobre otro, indica que al descruzarse se producirá un intercambio que libera a los dos presos, siguiendo el carisma de aquella orden religiosa. Para mayor certeza de esta afiliación, el ángel porta un escapulario blanco sobre el que destaca la insignia de los trinitarios: una cruz formada por una franja vertical roja que se superpone a una franja azul horizontal.

Los tres elementos trinitarios -la Santísima Trinidad, la Virgen de Gracia y el ángel con los cautivos- lucían en el retablo mayor de la iglesia del convento de Nuestra Señora de Gracia que existió hasta principios del siglo XIX y que reprodujo el grabador Juan Ruiz Luengo en 1711.

Hasta aquí se puede decir que el cuadro muestra una composición absolutamente trinitaria. Ahora bien, esta orden religiosa, muy importante en Europa, no tuvo presencia en la Nueva España. ¿Cómo explicar entonces la existencia en México de esta obra que recoge sus símbolos, incluida la cruz tan particular que llevaban al pecho sus religiosos? La explicación está en las cofradías de laicos que se fundaron durante el Virreinato bajo la protección de la Santísima Trinidad, algunas de las cuales existieron en la capital del país, Santa Fe, Guadalajara y Querétaro. A estas hermandades se les autorizó utilizar los símbolos de la orden trinitaria, como se puede ver, por ejemplo, en el templo de la Santísima de la Ciudad de México. Así, creo posible que este cuadro se encontrara colgado en algún templo en que existía una cofradía de la Santísima Trinidad y el donante, don Francisco de Santiago, habría sido uno de los cofrades.

Pero nos falta analizar todavía las figuras que enmarcan la parte inferior de la pintura: san José, con su bastón florecido, san Joaquín, de rodillas y santa Ana, en la misma posición. Vemos además que en el pecho de los dos últimos santos -padres de la Virgen María- arraiga el tallo doble de una azucena, cuya flor sirve como peana a la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Este motivo, relativamente frecuente en el arte novohispano, simboliza la concepción de la Virgen por sus padres, pero corresponde normalmente a la advocación de la Inmaculada Concepción, por lo que su ubicación aquí con una Virgen acompañada del Niño resulta excepcional.

Todos estos personajes carecen de vinculación directa con la tradición trinitaria. Al estudiar otras representaciones semejantes vemos que el lugar que ellos ocupan está con frecuencia destinado a asuntos más cercanos a esa tradición, en especial los santos fundadores de la orden: san Juan de Mata y san Félix de Valois. Asumo, pues, que las figuras de san José, San Joaquín y Santa Ana son una suerte de devociones particulares del donante, sobrepuestas sin mayor sentido iconográfico a un tema general trinitario.

Interesante por la simbología que guarda, este cuadro es en realidad más curioso que bello. Es obra evidentemente de un pintor popular bastante menor y su valor se encuentra más en su componente histórico que en el artístico. Con todo, su integración al patrimonio aculquense es una excelente noticia. Ojalá permanezca allí por largo tiempo.

 

UN APÉNDICE

Hace pocos días encontré en el sitio de la casa de subastas Louis Morton este interesante cuadro, de dimensiones algo mayores al que hemos venido reseñando aquí. Aunque a primera vista resultan muy parecidos, con afinar un poco la vista encontramos notables diferencias. Nótese para empezar, cómo varias de las figuras se encuentran pintadas como en espejo respecto del cuadro original, en sitios opuestos del cuadro y con la cabeza inclinada hacia el lado contrario. Esto provoca errores, como que la Virgen lleve el cetro en la mano izquierda en lugar de la derecha. No aparece además el Espíritu Santo, lo que se aparta de la iconografía tradicional y lo aleja del sentido trinitario del primer cuadro. Para subrayar este hecho, el ángel con los cautivos no lleva ya la cruz trinitaria, sino una cruz patada roja semejante a la de los templarios. Al apartarse del sentido trinitario, no se puede justificar ya la presencia del ángel con los cautivos. Aparecen además las imágenes de los arcángeles Miguel y Rafael, inexistentes en el otro cuadro. San José, extrañamente, porta una vara florida pero no con flores del habitual color blanco, sino rojas.

Muchas de estas diferencias pueden calificarse, bajo mi punto de vista, de errores iconográficos, pero además la técnica de la obra me parece sospechosa. El conjunto de estas "fallas" me hace dudar de su autenticidad.