jueves, 24 de diciembre de 2009

Vestigios del siglo XVI

Más allá de la distribución de los espacios del antiguo convento de San Jerónimo Aculco (iglesia de una nave con fachada hacia el poniente, amplio atrio, capillas posas, claustro al sur del templo y huerta), son muy pocos los vestigios materiales del siglo XVI que han llegado a nuestros días. Ello se debe muy probablemente a que la obra primitiva de este recinto debió ser muy sencilla -ya que se trataba entonces de un asentamiento de importancia menor- y fue desapareciendo en las sucesivas construcciones y reconstrucciones que a partir de fines del siglo XVII le fueron dando el aspecto que tiene hoy en día.

A pesar de esto, aún existen algunas pocas piedras que por sus formas o por la calidad de sus labrados se pueden identificar como pertenecientes a la centuria de la fundación del establecimiento franciscano de Aculco. Esta vez llamaremos la atención sobre dos de ellas que se encuentran fuera de todo contexto, tiradas en lo que fuera la capilla de la Tercera Orden.

Almena o remate en forma de flor de lis, en Aculco.

La primera de estas piedras es una especie de remate o almena en forma de flor de lis, de unos 50 centímetros de altura, elaborada en una piedra rosa muy suave, que actualmente se encuentra rota y recargada en uno de los contrafuertes del templo parroquial. Más allá de que evidentemente tuvo una posición vertical y que debió haber estado encajada en una base de piedra o mampostería (a lo cual se debe el estrechamiento de su parte inferior), las posibilidades de su uso concreto son múltiples. Puede tratarse, por ejemplo, de parte de una crestería de aspecto gótico o renacentista como la que todavía conserva la capilla abierta del convento de Epazoyucan, Hidalgo. O quizá sirvió de remate a los contrafuertes del antiguo templo, como las flores de lis que se observan en la fachada del templo de san Juan Bautista de Coyoacán.

Capilla abierta de Epazoyucan. Nótese la crestería formada por flores de lis semejantes a la de Aculco.

Crestería con flores de lis, muy elaborada, del claustro de San Juan de los Reyes, Toledo.

Contrafuerte de la parroquia de San Juan Bautista de Coyoacán, rematado también con una flor de lis.

La segunda piedra es un dintel monolítico de piedra rosada, con una escotadura que le da la apariencia de arco conopial, como aquellos que abundaron en los estilos gótico flamígero y el gótico isabelino, y que en sus versiones novohispanas todavía podemos ver en algunos claustros del siglo XVI de la zona, como los de Huichapan y Tecozautla. A uno y otro lado de la escotadura pueden verse los monogramas de Jesucristo y de la Vírgen María. Seguramente, como los ejemplos coetáneos que subsisten en su lugar original, formaba parte de la portada de piedra de alguna habitación importante en el claustro de aquel viejo convento desaparecido.

Dintel conopial en Aculco.

Portada conopial en la planta baja del convento de San Mateo Huichapan, Hgo.

Portada conopial en una habitación de la planta alta del claustro del convento de Santiago Tecozautla, Hgo.

Aunque estos vestigios aculquenses del siglo XVI son menores, su importancia para la historia del poblado y el estudio de su desarrollo arquitectónico es primordial. Ojalá algún día se les tenga mayor aprecio y se les conserve en un lugar adecuado en el interior del convento, como testimonio que son del origen de San Jerónimo Aculco.

martes, 22 de diciembre de 2009

San Francisco Javier, peregrino



La hacienda de Arroyozarco, en el municipio de Aculco, perteneció entre 1715 y 1810 al Fondo Piadoso de las Californias, una fundación privada administrada por la orden jesuita creada con el fin de llevar el Evangelio a aquellas lejanas tierras. A partir de 1767, con la expulsión de los jesuitas, las misiones fundadas por ellos comenzaron a decaer y el Fondo terminó por liquidarse a principios del siglo XIX.

Aunque los jesuitas abandonaron Arroyozarco hace ya 242 años, aún quedan ahí muchas huellas de su presencia. Entre ellas, el pequeño cuadro que se encuentra a un lado del altar mayor, y que representa a uno de los más importantes personajes de la Compañía de Jesús: San Francisco Javier.

San Francisco Javier nació en Navarra, España, en 1506, en el seno de una importante familia noble. En 1525 viajo a París a estudiar en la Sorbona, donde conoció al que sería su mejor amigo, Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita. Con ellos dos y cinco compañeros más de la universidad se formó el embrión de este instituto religioso. En 1537, Francisco fue ordenado sacerdote y en 1540 emprendió su vida misionera, que lo llevó a la India, Japón y otros puntos del sureste de Asia. Murió a los 46 años edad el 3 de diciembre de 1552 y fue enterrado en el enclave portugués de Goa. Fue canonizado en 1622.

A san Francisco Javier se le representa siempre como un hombre maduro, con barba y bigote cortos. Su principal atributo suele ser el ademán de abrir sus vestiduras a la altura del pecho "para dejar paso al ardiente fuego de su corazón apostólico". Aparte de esto, dos son las formas más comunes de retratarlo: la primera, con un sobrepelliz sobre la sotana negra de la orden a la que perteneció, acompañado a veces por el bonete en la cabeza y una cruz en la mano izquierda, atendiendo a su carácter de predicador del Evangelio; la segunda, como peregrino, con una esclavina sobre la sotana, adornada con conchas (vieiras) naturales o bordadas -que son atributo del peregrino de Santiago de Compostela-, bordón de caminante y calabaza para el agua, todo esto en relación a sus largos viajes para llevar el cristianismo a Oriente.

Es bajo esta última versión que fue representado San Francisco Javier en el óleo que existe en la capilla de la hacienda de Arroyozarco, templo que desde hace pocos años adquirió ya el rango de parroquia. En esta obra, realizada según parece en el siglo XVIII, el santo, retratado de medio cuerpo, dirige la vista hacia lo alto al tiempo que lleva las manos al pecho, de donde surge una gran llamarada. Sobre la esclavina porta, a la altura de los hombros, un par de vieiras y bajo el brazo izquierdo recarga su bordón. Sobre la cabeza del santo se esboza apenas una aureola. El fondo es un paisaje poco elaborado, con algunas lomas bajas y un cielo nublado. El marco no es, al parecer, contemporáneo de la pintura; parece ser del siglo XIX o XX y de poco mérito.

A pesar de su pequeño formato (que nos hace pensar que, más que tratarse de una obra hecha para el interior del templo, debió encontrarse en alguna habitación de la hacienda), esta es un pintura importante no sólo como documento histórico del paso de los jesuitas por estos parajes, sino por su apreciable calidad artística.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Fraileros

Sillón frailero, modificado, que existe en la notaría de la parroquia de Aculco.


Aunque de antecedentes italianos, el "sillón frailero" es un mueble típicamente español originado durante el Renacimiento, que naturalmente pasó a sus posesiones de América y, por supuesto a la Nueva España. Aunque su uso no fue exclusivo de los conventos, parece ser que sí abundó en ellos y por ello recibe esa denominación. Los primeros ejemplares españoles del siglo XVI eran relativamente pequeños, pues no pasaban de un metro de altura, y su respaldo era más bajo que los modelos italianos.

Con mucha frecuencia, los asientos y respaldos de lo sillones fraileros eran de cuero e iban sujetos con clavos de hierro, latón o bronce, pero esto no es una regla: existen ejemplares lujosísimos con asientos y respaldos acojinados y bordados en seda. Lo que realmente define al sillón frailero es su estructura: son muebles de aspecto ancho, chaparro y sólido, formados por maderos rectos (excepto, a veces, en las prolongaciones de las patas traseras que sostienen en respaldo, ligeramente inclinadas hacia atrás), con chambranas que unen sus patas al nivel del piso o ligeramente más arriba, respaldo estrecho que corre a la mitad de la espalda, brazos rectos apoyados en la prolongación de las patas delanteras, a veces lo suficientemente anchos como para colocar un plato o una taza. "Otra de las características de los fraileros -escribe Luis M. Feduchi- son las chambranas delanteras, con motivos renacentistas de cartelas, tableros tallados o cintas entrelazadas" (Luis M. Feduchi: Antología de la silla española, Madrid, A. Aguado, 1957, pág. 22)


Hace muchos años alguien me comentó que en la parroquia de Aculco existían dos de estos sillones fraileros. Al recorrer el templo, la sacristía y los aposentos del antiguo convento yo sólo había llegado a observar un par de sillones, bastante elegantes, de brazos curvos y muy probablemente del siglo XIX, sin duda interesantes pero de ningún modo clasificables como fraileros. Por ello, di por hecho que la persona que me había informado de su existencia simplemente se había equivocado.


El par de sillones fraileros en la notaría de la parroquia de Aculco.


Pero no es así: Hace algunas semanas observé que la notaría parroquial había sido trasladada al sitio aledaño a la portería del covento en el que antiguamente estuvo situado el bautisterio y que después se convirtió en habitación de los párrocos. Con curiosidad me asomé al interior para ver la nueva distribución y mi sorpresa fue grande al descubrir ahí el par de fraileros de los que me habían hablado antes.

Como se puede ver en la fotografía, estos muebles han sido muy restaurados, rectocados, repintados y, al parecer, hasta reconstruidos en algunas de sus partes. Esto es particularmente notable en los respaldos, cuyas tablillas verticales, de madera de menor calidad, se hallan fijadas con clavos de manera muy poco habilidosa. Incluso el calado mixtilíneo que sobre el respaldo muestra una sola de las sillas no parece ser original. Lo mismo puede decirse del asiento en vinil azul.

En cambio, la estructura de las patas y brazos sí es auténtica. Así lo demuestra el hermoso relieve en la chambrana delantera que tienen las dos sillas, y los brazos: curvados "ergonómicamente", diríamos ahora, y no rectos como en un frailero tradicional, pero anchos como en éstos y bellamente moldurados.


Detalle de la chambrana delantera de uno de los sillones, labrada con motivos barrocos.


Hay noticia de la presencia de otros sillones fraileros en casas particulares en Aculco, pero el único del que puedo asegurar que existió desapareció hace muchos años, después de estar expuesto a la intemperie. En cambio, subsiste un sillón frailero en muy buen estado de conservación y con su estructura íntegramente conservada en la sacristía de la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, en la jurisdicción de Aculco.


Sillón frailero en la sacristía de la capilla de San Pedro Denxi.


Como se observa en la fotografía, este sillón cumple mejor con las características formales de los fraileros. La chambrana delantera está también decorada, aunque de una manera muy austera, lo mismo que los remates tras el respaldo. Aún así, es un bello ejemplo de un tipo de mueble que debió ser común en la zona de Aculco en los tiempos coloniales y que, junto con el par de la parroquia, es uno de los pocos entre los que que subsisten en el municipio que podemos clasificar sin gran duda como auténticamente coloniales.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El Privilegio Sabatino

Cuadro de Ánimas, de la Virgen del Carmen o del "Privilegio Sabatino", de autor anónimo, que se localiza en la parroquia de Aculco

Uno de los temas que dio a la pintura novohispana algunas de sus obras más interesantes -sobre todo por su abundancia, por las grandes dimensiones que alcanzan, así como por la gran cantidad de personajes retratados en ellos- es el de las Ánimas del Purgatorio. De ahí que en muchos lugares de la geografía mexicana sea posible encontrar todavía ejemplos notables de estos "cuadros de ánimas". Aculco no es la excepción.

El Purgatorio, según enseña el catecismo de la Iglesia católica, es el lugar o estado en que "los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo." Según el propio catecismo, se trata de un "fuego purificador", de ahí que en las pinturas que representan al Purgatorio éste aparezca en la parte inferior como un lugar cavernoso, humeante y pleno de llamas, de manera muy similar a como podría ser representado el Infierno, con excepción de los demonios.

Resulta común también en estas obras la presencia de ánimas en el Purgatorio que, a través de sus vestimentas u otros objetos, representan a personajes de todos las clases sociales, poniéndose muchas veces especial énfasis en aquellos de mayor categoría: papas, cardenales, obispos, sacerdotes y reyes, como expresión de la igualdad natural de los hombres ante Dios. El resto de la pintura varía mucho de una obra a otra, aunque en general muestra la intercesión de los santos, la Vírgen María o los ángeles en favor de las almas.

En esta vieja fotografía se puede observar la ubicación original del cuadro de ánimas de la parroquia de Aculco, en su presbiterio.

El cuadro de Aculco sigue bien esos lineamientos. La obra, de muy grandes dimensiones (4.75 x 2.70 metros: se trata de la obra pictórica más grande de la parroquia), se localiza en el primer tramo de la nave del templo, en el lado de la epístola, si bien las fotografías más antiguas muestran su ubicación original en el muro norte del presbiterio. Rodea el cuadro un bello marco de calamina cincelada con uvas y vides, que es quizá artísticamente superior a la obra pictórica. En su extremo inferior derecho se encuentra una inscrpción que nos brinda muy interesantes pistas sobre su origen:

Inscripción en la parte inferior del cuadro. Obsérvese también el hermoso marco de calamina con sus decorados, algunos ya abollados.

Siendo Cura y Juez Eclesiástico
Dn. Luis José Carrillo Comisario del
Sto. OFicio de la Ynquisición Deste
Reyno y Mayordomo Dn. Antonio de
Garfias se hizo este Retablo Aculco
y febrero 16 de 1799.


Don Luis José Carrillo fue uno de los párrocos más notables de Aculco y lo fue por largos años en el último cuarto del siglo XVIII. Como ya lo hemos mencionado antes en este blog, de él se decía en 1793 que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 145). Este gran cuadro, junto con el reloj de sol del claustro (de 1789) y la campana mayor (de 1788) se cuentan entre lo que le debemos todavía en nuestros tiempos al buen don Luis.

El otro personaje que aparece en la inscripción, don Antonio de Garfias, era precisamente el mayordomo de la Cofradía de las Ánimas Benditas y ya había ocupado ese cargo un cuarto de siglo antes, en 1775 (AGN, Grupo Documental Tierras, Vol. 2704, Exp. 18, Foja 9v). Esta cofradía había sido fundada por los vecinos españoles de Aculco en el siglo XVIII, ya que las dos cofradías originales de esta jurisdicción, la del Santísimo y de la Purísima, eran exclusivas para indios. Hacia 1794, la Cofradía de las Ánimas Benditas contaba entre sus bienes "un pedazo de tierra en que se siembran 5 fanegas de maíz, mil pesos impuestos al 5% y como trescientas cabezas de ganado bueyar y caballar” (Relación de Cofradías, en el Informe que presenta el Arzobispo de México sobre las cofradías y hermandades de las iglesias y capillas de la Nueva España, 1794. AGN. Grupo Documental Cofradías y Archicofradías. Vol. 18. Exp. 7. F. 270v-271).

Ánimas en el Purgatorio.

En la parte inferior del cuadro, donde se ve el Purgatorio con llamas ciertamente no muy vivas, aparece una decena de personajes -un niño, dos mujeres, y siete hombres- representando almas en purificación. Cuatro de ellos destacan por los tocados que cubren su cabeza y por los que se les puede identificar como un cardenal con gorro rojo, un obispo con su mitra (y con las manos atadas), un papa con su tiara y un monarca con su corona. Todos ellos portan escapularios de la Virgen del Carmen, pues precisamente la parte central del cuadro está dedicado a ella como intercesora de las ánimas a través del "Privilegio Sabatino" (como se puede leer en el papel sellado con el escudo del Carmen que porta un angelillo destinado, al parecer, a sacar al papa del Purgatorio).

¿Qué es este "Privilegio Sabatino"? Según la tradición, la Virgen María se apareció al Cardenal Jaime Duesa, muy devoto de ella, y le anunció que sería papa con el nombre de Juan XXII, y añadió: "Quiero que anuncies a los Carmelitas y a sus cofrades: los que lleven puesto el escapulario, guarden castidad conforme con su estado, y recen el oficio divino, -o los que no sepan leer se abstengan de comer carne los miércoles y sábados-, si van al Purgatorio yo haré que cuanto antes, especialmente el sábado siguiente a su muerte, sean trasladadas sus almas al cielo".

Así pues, en la parte central y principal del cuadro de ánimas aculquense se observa a la Virgen del Carmen, con el niño de pie sobre su regazo (ambos coronados) y con un escapulario pendiente en su diestra, en su trono de nubes y ángeles. Al lado izquierdo se observa a San José, identificable por su vara florida, y a la derecha la doctora de la Iglesia, Santa Teresa. Sobre ellos, multitud de ángeles forman un círculo de gloria y, por encima de todo, desciende el Espíritu Santo en forma de paloma.

Desde el punto de vista iconográfico, se explica con facilidad la presencia de Santa Teresa, una monja de la orden carmelita, en este óleo. No así la de San José. Creemos que hubo una sustitución de la iconografía que debió tener el cuadro o grabado original en el que se inspiró esta obra, en el quizá aparecía en lugar de San José el santo inglés Simón Stock. Según la tradición, Stock, superior de la orden carmelita, recibió de manos de la propia Virgen, el 16 de julio de 1251, el escapulario del Carmen que es símbolo de la protección a sus devotos y signo de consagración a ella. A San Simón Stock se le suele representar con una azucena de tallo largo en la mano (símbolo de la Virgen María), de ahí que quizá el autor de la obra que existe en Aculco lo confundiera con .San José y su vara florecida y decidiera plasmar a éste de manera, para él, menos equívoca.

Aunque esta gran pintura es una obra de interés artístico e histórico, lo cierto es que su calidad es sólo mediana. Las figuras de los santos están elaboradas con rigidez y son casi inexpresivas; en las ánimas se ve mayor movimiento, pero los defectos en el dibujo de su anatomía son más evidentes al encontrarse desnudas; y, por último, esa abundancia de querubines y ángelotes regordetes rescatando almas le da un aire (para mí molesto) amanerado, más cercano ya quizá al romanticismo que al portentoso barroco que moría junto con el siglo.

Una fotografía de esta obra fue incluida en el notable libro Pinturas coloniales de ánimas del purgatorio: iconografía de una creecia, de Jaime Ángel Morera y González, publicado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM en el 2001.

Cuadro dé ánimas de San Pedro Denxi.

Por cierto, no es éste el único cuadro de las ánimas del Purgatorio que existe en Aculco. Por ejemplo, en la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, dentro de su jurisdicción parroquial y municipal, existe otro óleo con el mismo tema, aunque de dimensiones mucho menores y de factura popular, quizá del siglo XIX. Desafortunadamente no lo hemos podido observar completo, ya que en nuestra visita a aquel templo se encontraba cubierto con un lienzo como se acostumbra en la Semana Santa y no quisimos retirarlo por respeto. Pero, por lo que se puede advertir en la fotografía que aquí incluimos, en ese Purgatorio aparecen también varios eclesiásticos: un obispo, un cardenal y una monja. La parte superior, la de los santos intercesores, parece estar dividida en seis partes no integradas, sino prácticamente independientes, incluso con fondos individuales. Dos de esas partes contienen a San Lucas con su toro (arriba) y San Pedro con las llaves (abajo) y es posible que, por simetría, en las secciones del lado derecho estén representados otros apóstoles o evangelistas. La sección central superior parece contener a Cristo en la cruz, ya que es visible parte del travesaño, pero ignoramos completamente qué imagen está representada en la sección que queda bajo él.

Cuadro de Ánimas en la capilla de San Lucas Totolmaloya.

La capilla de San Lucas Totolmaloya tiene también su propio cuadro de Ánimas, y lo curioso es que, más allá del Purgatorio mismo, difiere en su composición tanto del cuadro de Aculco como del de San Pedro Denxi. Incluso parece aún más reciente que este último y de factura más deficiente. Doce ánimas aparecen aquí en el Purgatorio, formadas prácticamente sin ninguna perspectiva. Se distinguen, también, un papa, un clérigo con bonete, un rey y un obispo. Seis de los purgantes son hombres y seis son mujeres. Al centro de este Purgatorio, en un espacio delimitado por un círculo, se observa una escena del Paraíso: Adán y Eva, ya cubiertas sus desnudeces con hojas, se encuentran a los lados del árbol de la ciencia del bien y del mal. Eva lleva aún el fruto prohibido en la mano, mientras que Adán se lleva la mano a la frente.

Por encima de esta escena se observa el cráneo y las canillas de Adán, que según la tradición estaba enterrado en el Gólgota, en el mismo sitio en el que se crucificó a Jesucristo. En efecto, sobre este cráneo se yergue la cruz en la que está clavado el Mesías, que tiene por fondo un paisaje desolado. A los lados de la cruz se ven las figuras de una Virgen de los Dolores (izquierda) y del arcángel San Miguel, con la espada flamígera y la balanza que son sus atributos. Aún más arriba se observan el Sol y la Luna con rostros afligidos, y un rompimiento de Gloria en el remate deja ver a Dios Padre entre nubes, con el orbe en la mano.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El apostolado o la última cena

La Última Cena, de Miguel Cabrera, en la sacristía de la parroquia de San Jerónimo Aculco.

En la sacristía de la parroquia de San Jerónimo Aculco -hermoso recinto cubierto con una doble bóveda de arista desplantada sobre una arquitrabe que sigue la molduración de los capiteles toscanos que soportan su arco central- se ubica la que es quizá la obra artística más relevante de todo el municipio. Se trata de un óleo de gran formato (2.30 x 4.50 metros aproximadamente), del siglo XVIII, pintado por devoción del bachiller don Nicolás Marín de Arroyo (como reza una inscripción), que reproduce la última cena de Cristo y sus doce apóstoles (de ahí que, en los viejos inventarios parroquiales más que nombrarse como la "Última cena" lo haya sido como "Apostolado"). Tradicionalmente se ha escrito que se atribuye al famosísimo pintor oaxaqueño Miguel Cabrera (1695-1768); lo cierto es que su autoría está comprobada ya que se encuentra firmada por el propio artista en un punto cercano al centro de la escena, ligeramente hacia la derecha y abajo. Dado que la pintura utilizada para realizar esta firma es oscura, resulta un poco difícil hallarla.

Vista general de la sacristía, en la que se observa la ubicación del cuadro de "La última cena", arriba de la antigua cajonera para las ropas litúrgicas.

El historiador de arte Francisco de la Maza, al que frecuentemente nos referimos en este blog por haber sido uno de los pocos investigadores de lo novohispano que se ocuparon de Aculco, calificó tajantemente a esta obra como "una de las mejores telas de Miguel Cabrera" (Francisco de la Maza, La Ruta del Padre de la Patria, SHCP, México, 1960, pág. 286). Sin duda se trata de una pintura importante, como veremos con clairidad más adelante al compararla con un par de óleos con el mismo tema realizados por Cabrera para la sacristía del antiguo colegio jesuita de Tepotzotlán.

Miguel Cabrera fue uno de los pintores más prolíficos de la Nueva España, tanto, que se cree que muchas de sus obras eran elaboradas por los oficiales y aprendices de su taller, cada uno de los cuales se especializaba en algún objeto (manos, rostros, telas, etc.). El maestro Cabrera se encargaría sólo de acabar los cuadros antes de entregarlos al cliente. De ahí que, junto con obras magníficas que sin duda son plenamente obra suya, se encuentren otras que más bien deberían atribuirse a su taller ya que se observa en ellas la participación de pinceles menos diestros.

¿Es la pintura de Aculco una obra de Cabrera o una obra de su taller? Aunque la presencia de su firma puede dar un buen indicio ya que el pintor no dudó en validarla como suya, esto no es definitivo. Lo que realmente nos puede dar más información es la comparación de esta composición con otras del mismo Cabrera, especialmente las dedicadas al tema de la última cena de Jesucristo. Afortunadamente, en el Museo Nacional del Virreinato de Tepotzotlán existe un par de óleos de Cabrera que nos servirán para este propósito. De dimensiones algo menores, muestran los episodios de "La institución de la Eucaristía" y la "Institución del Vino Sacramentado", ambos ocuridos en la última cena y que en el cuadro aculquense quedan sintetizados.

En la pintura de Aculco, de traza rectangular, los apóstoles se despliegan sentados alrededor de una mesa oblonga cubierta por un mantel blanco, en una disposición semejante a la de la muy conocida Última Cena de Leonardo da Vinci. Al centro, Jesús bendice el pan que toma con su mano izquierda, mientras a su derecha se encuentra la copa de vino. A lo largo de la mesa, se pueden ver un salero, otras piezas de pan delante de algunos de los apóstoles y cuchillos. Casi sobre Jesús aparece una lámpara de cuatro luces que se sobrepone a un fondo arquitectónico formado por las bases de unas columnas sobre pedestales y unas ventanas. Al centro de la obra, la sucesión de lámpara, rostro de Cristo y mantel blanco le dan una luminosidad que se extingue rápidamente hacia los extremos, que quedan en penumbra. La composición resulta equilibrada y muy bella. La anatomía de los personajes, especialmente apreciable en sus rostros y manos, se encuentra trazada con realismo y minuciosidad

La Institución de la Eucaristía, óleo en la sacristía del colegio jesuita de Tepotzotlán (Museo Nacional del Virreinato)

Las obras de Cabrera en Tepotzotlán tienen un perfil rectangular en su parte inferior y curvo (aunque recortado) en su parte superior. Aquí los apóstoles fueron dispuestos por el pintor, seguramente para aprovechar mejor el espacio disponible, alrededor de una mesa circular. Aunque tienen también un fondo arquitectónico, resulta poco notable y en cambio cobra importancia un gran cortinaje rojo. En uno de los cuadros aparece sobre Cristo una lámpara de más de cinco luces, que inexplicablemente ya no está en el otro, del que se supone continuación. De la misma manera, el sitial con respaldo en el que se halla sentado el Mesías en la "Institución de la Eucaristía" ha desaparecido en la "Institución del vino sacramentado".

La institución del Vino Sacramentado, óleo en la sacristía del colegio jesuita de Tepotzotlán (Museo Nacional del Virreinato).

Estos y otros aparentes "descuidos" (el orden de los apóstoles, los objetos sobre la mesa, el color de las vestiduras, la forma de los asientos) en dos cuadros que debieron presentar una secuencia nos ponen en alerta sobre el verdadero autor de la obra: sin duda, no fueron realizados en su traza general por la misma mano, aunque ambos procedieran del taller de Miguel Cabrera. ¿Pero, el maestro sería el autor directo de alguno de los dos? Podría serlo del de la "Institución de la Eucaristía", ya que muestra una mejor calidad. Pero aún al comparar éste con el cuadro existente en Aculco, resulta evidente que el aulquense es muy superior, no sólo por el equilibrio y composición de la obra, sino en sus detalles, colorido, anatomías, expresiones de los rostros de los apóstoles, difrerencias en sus fisonomías y tratamiento del claroscuro. Si alguno de estos tres cuadros es producto del pincel del propio Miguel Cabrera y no de los pintores secundarios de su taller, es sin duda el de la sacristía de la parroquia de Aculco.

Por cierto, hace algún tiempo una persona muy cercana, interesada en la preservación de nuestro legado aculquense, me comentó que le parecía riesgoso que se publicaran textos como éste, que podrían ser utilizados por ladrones para saquear los objetos artísticos e históricos más valiosos de la localidad. Aunque el riesgo siempre existe, lo cierto es que la difusión del patrimonio mexicano ha probado ser una de las mejores herramientas para combatir su tráfico, ya que al tratarse de obras perfectamente identificables disminuye su valor en el mercado negro y, lo que es mejor, resulta más frecuente su recuperación en caso de robo.