miércoles, 25 de noviembre de 2009

A la venta: Ñadó, un monte una hacienda, una historia.


Hace unos días dimos cuenta de la aparición de la obra Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, de Javier y Víctor Manuel Lara Bayón, libro publicado en la Colección Mayor de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, creada por el Gobierno del Estado de México.

Ahora, les informamos que a partir del próximo miércoles 2 de diciembre de 2009 este título estará ya a la venta en Aculco, en la farmacia veterinaria "La Parcela de San Jerónimo", propiedad del Sr. Octavio Lara Mondragón, que se ubica en la calle de Abasolo, como se indica en el mapa:



Para cualquier duda o informacíón sobre el libro, pueden dejar un mensaje en este blog.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ñadó, un monte, una hacienda, una historia



Después de varios -demasiados- meses de espera, por fin ha salido a la luz el libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, obra ganadora de la Convocatoria de Publicación de Obra 2008, escrito por Javier y Víctor Manuel Lara Bayón y publicado en la Colección Mayor de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Este trabajo es un recorrido histórico de cuatro siglos por la hacienda de Ñadó, la segunda en importancia del municipio de Aculco, que incluye mapas, fotografías y otras ilustraciones, así como un interesante apéndice documental.

Pero no puedo ser yo quien hagamos la reseña de esta obra; por ello, aparte de darles la buena nueva de su publicación, copiamos, para abrir apetito entre los interesados en la historia de esta región, el texto introductorio -sin los errores que le introdujo una desafortunada "corrección de estilo" que no hizo sino trastocar o volver confusos algunos párrafos de esta obra-:

Ñadó en perspectiva

La realidad se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos.

José Ortega y Gasset, El Espectador.

El paisaje no sólo es entorno, sino memoria. Para quien sabe observarlo, el horizonte guarda las huellas del tiempo con enigmática fidelidad, cambiante y permanente. Bajo el acontecer humano, el paisaje ensancha su condición de escenario y se torna causa, circunstancia y efecto, depósito de razones (o de sinrazones) y de consecuencias, fuente, en fin, inestimable para el estudio de la Historia. Con este sentido, lo mismo al otear el paisaje que al estudiar un viejo documento, la exploración de un trozo de la realidad pasada significa, como observaba Ortega y Gasset, percibir prudentemente las escalas y dispensar con cordial sinceridad los acentos.

En Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, dimensión y énfasis se revelan desde el nombre mismo del libro: es el cerro de Ñadó quien brinda al panorama la proporción y el límite, mientras que la profundidad le corresponde a la hacienda y su historia. Como todo atisbo a la realidad, esta obra se funda en una perspectiva personal, conciente además de que sólo puede expresar la parte de verdad que nos corresponde observar a nosotros mismos. Haciendo una analogía, Ñadó es bajo esta perspectiva el cerro tal como se le mira desde Aculco: con la peña y el picacho, con sus grandes cañadas que bajan desde la cumbre, con sus oscuros encinares y el sol poniéndose a sus espaldas. Una imagen sin duda discutible para quien, del otro lado del monte, ni siquiera alcanza a avizorar la peña y ve las luces del amanecer clarear a diario detrás de la silueta de Ñadó.



La perspectiva esencialmente aculquense con la que abordamos esta obra se explica por razones de origen, afectos y una clara intención: es una suerte de hija de Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario (H. Ayuntamiento Constitucional de Aculco, 1996) y hermana por tanto de Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (Instituto Mexiquense de Cultura, 2003). Se trata, pues, del tercer tomo de una breve serie que ha centrado su estudio en una pequeña región al noroeste del Estado de México, vinculada estrechamente a las zonas vecinas de los estados de Hidalgo y Querétaro, que en esta ocasión se ocupa de relatar la vida varias veces centenaria de una hacienda ligada al monte que le dio nombre.




Porque Ñadó, en efecto, tiene historia, tragedia y leyenda. Situado el monte sobre la línea mal definida que separaba al Imperio Mexica de los nómadas chichimecas, la hacienda constituida a sus pies y extendida hacia las cumbres se desarrolló desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII como un latifundio de propiedad indígena. A principios del siglo XIX, la conmoción de la Guerra de Independencia le alcanzó cuando por sus encinares huyeron los hombres de Hidalgo, derrotados por vez primera en Aculco ante el general Calleja. Pocos años más tarde, en sus cimas se peleó nuevamente por la independencia cuando la natural atalaya se transformó por obra del coronel José Rafael Polo en baluarte de la lucha insurgente. Por aquel fuerte de Ñadó pasó el gobierno y la prensa itinerante de la Junta Nacional Americana de Ignacio López Rayón, y en esos mismos bosques Andrés Quintana Roo escribió la proclama de la primera conmemoración del Grito de Dolores, en 1812. Convertidos en vasta explotación forestal al menguar la centuria, de sus bosques salieron en ferrocarril los miles de pilotes sobre los que se erigieron algunos de los edificios más emblemáticos del Porfiriato en la ciudad de México y los durmientes sobre los que se tendieron cientos de kilómetros de vías férreas. Finalmente, más que la violencia de la Revolución de 1910, Ñadó vivió la rabia del agrarismo: hacia 1937, el 80% de sus tierras habían sido ya adjudicadas a los ejidatarios y el último propietario que poseyó la propiedad entera murió, cuenta la conseja, del dolor que le causó su expropiación.

De manera casi espontánea, esta historia es también una evocación de la vieja toponimia de raíz otomí, nahua y española de la zona, que en muchos casos está ya prácticamente perdida y que mucho esfuerzo nos ha costado reconstruir, aunque sea sólo en fragmentos. Intencionalmente, la crónica no se prolonga más allá de los años cuarenta del siglo XX más que para aportar algunos datos que complementan la descripción del fin de Ñadó como gran propiedad rural y para añadir algún suceso anecdótico que aligera la narración. Señalado este límite, han caído fuera de la demarcación temporal y temática varios aspectos de los que en otra ocasión habremos de ocuparnos. Uno de ellos, quizá de los más sensibles, es la supervivencia entre algunos pobladores de Ñadó de prácticas atávicas y supersticiosas que incluso han llegado al crimen: allá todavía se habla de brujas y alguna pobre mujer ha tenido que pagar con su sangre el miedo y la ignorancia de quienes se creyeron afectados por sus supuestas hechicerías. Punto menos que cuatro siglos atrás, Tláloc parecía demandar nuevamente sacrificios hace no más de treinta años, cuando se murmuraba que las obras de la cortina de la presa de Ñadó se habían atrasado porque aún no se arrojaba ningún niño al agua.

Dado que la hacienda de Ñadó no conservó sus archivos (a excepción de un par de libros de contabilidad que guarda cuidadosamente el actual propietario del casco, Arq. Emilio Alemán), las fuentes de las que se nutre esta monografía son por necesidad muy variadas. Por la importancia de la información que aportan, resultaron particularmente valiosos los documentos provenientes del Archivo General de la Nación, del Archivo General de Notarías del Estado de México y del Archivo Histórico del Municipio de Aculco. Algunos documentos existentes en acervos particulares cobraron singular relevancia, como fue el caso de los Libros Diarios de Contabilidad de 1912 a 1919 amablemente facilitados por el Dr. Humberto Mondragón Barragán, que nos permitieron esbozar un análisis de la economía de la hacienda durante la Revolución, y la Reducción del plano de la hacienda de Ñadó (1920), propiedad de la señora Carmen Mondragón Barragán. Especialmente trascendentes resultaron los papeles del archivo particular del Dr. Juan Lara Mondragón, médico a cuya admirable vocación por la historia local debe mucho este libro, así como los que hemos escrito antes y los que esperamos escribir en el futuro. El componente bibliográfico, si bien estimable, no tuvo en el caso de Ñadó la preeminencia que adquirió en nuestro anterior trabajo sobre la hacienda de Arroyozarco. La tradición oral encontró cabida principalmente como una guía para buscar, organizar y dar sentido a las distintas piezas que conforman este gran mosaico.

Finalmente, para concluir con esta pequeña introducción, sólo nos resta comunicarle al lector que hallará mucha información adicional al texto en las notas al pie, por lo que le convendría no evitar su lectura. Para nosotros es esa, de alguna forma, la manera de acompañarle en los pasos difíciles a lo largo del recorrido histórico por Ñado, monte y hacienda.



La distribución de este libro, como ocurre con todas las obras de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, es deficiente y se limita a ciertas librerías de la ciudad de Toluca. Sin embargo, próximamente informaremos aquí mismo del sitio en que podrá ser adquirido en Aculco. Mientras tanto, se puede obtener la versión electrónica de Ñadó, un monte, una hacienda, una historia en el sitio de internet del Consejo Editorial de la Administración Pública del Estado de México.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los nombres de Aculco

Yo pedía alguna cosa especial y perfecta para mi ciudad,
Cuando he aquí que surgió su nombre aborigen.
Ahora veo lo que hay en un nombre, en una palabra diáfana,
vigorosa, indócil, musical, arrogante,
Veo que la palabra de mi ciudad es la palabra antigua...

Walt Whitman





El nombre náhuatl de Aculco y su escudo municipal actual

El nombre de Aculco, según los especialistas en etimologías mexicanas, proviene del náhuatl Acolco o Acocolco, cuyas raíces serían las palabras Atl-agua, coltic-torcido y co-lugar, lo que significaría en conjunto "en el agua torcida", "en donde tuerce el agua" o quizá, con un significado menos literal, "donde el agua corre formando meandros". La primera interpretación es la más conocida localmente, y los lugareños la explican por la presencia de agua dulce y salada en mantos freáticos del subsuelo de la cabecera municipal, con lo que la "torcedura" de agua tendría un sentido metafórico. Existe una versión más, poco difundida, según la cual el significado etimológico sería "lugar del cuculin del agua"; el cuculin es el nido esponjoso comestible compuesto de celdillas de la larva del insecto axayácatl (ahuautlea mexicana), especie común de los lagos del centro de México.

Desde la época colonial y hasta 1954, el pueblo de Aculco llevó además el nombre del padre y doctor de la Iglesia San Jerónimo. A partir de ese año, por decreto no. 1 de la XXXIX Legislatura del Estado, el nombre fue cambiado por Aculco de Espinosa en honor a don Ignacio de ese apellido, filántropo originario del lugar. Años después comenzó a escribirse, incorrectamente, Aculco de Espinoza (con "z"), sin tomar en cuenta la ortografía original usada por don Ignacio al escribir su nombre, aunque de cierto tiempo para acá se ha venido recuperando el uso correcto. Cabe recalcar que solamente la cabecera lleva el apellido de este benefactor, por lo que resulta equivocado hablar, como llegan a hacerlo aún las autoridades, del "Municipio de Aculco de Espinosa".







Fig. 1 Escudo del muncipio de Aculco basado (según Mario Colín) en un glifo de del Códice Moctezuma. Tomado de Robelo, Cecilio et. alt. (1966) pág. 233.


Hace poco más de cuarenta años, las autoridades culturales del Estado de México estimularon la adopción de símbolos que habrían de constituirse en importantes factores de identidad local. Acorde con esta idea, fue publicado en 1966 el libro Nombres Geográficos Indígenas del Estado de México, como parte de la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México dirigida por Mario Colín. Además de proporcionar información sobre la etimología de diversos pueblos, villas, ciudades y comunidades de nuestro Estado, en el libro se incluyó un interesante anexo en el que mostraba los glifos topográficos prehispánicos que le corresponderían a cada entidad municipal de acuerdo con su nombre indígena, e iba incluso más allá al proponer glifos nuevos para aquellas cabeceras que carecían de un pictograma conocido proveniente de los códices. Los municipios mexiquenses se apresuraron a aceptar estos glifos como escudos municipales, sin mucha reflexión.





Fig. 1 bis. Diseño actual del escudo municipal de Aculco. Obsérvese la estilización del escudo original propuesto por Mario Colín y con ello la pérdida de claridad en algunos elementos, como los caracoles que rematan las corrientes de agua.







Pronto, y casi sin excepción, estos glifos-escudos se convirtieron en símbolos conocidos y aceptados localmente. Ciertamente hubo -y aún las hay- discusiones sobre los escudos de municipios como Acambay y Polotitlán, pero en la mayoría de los casos los glifos antiguos y los de nueva factura propuestos por Mario Colín fueron adoptados oficialmente sin problema alguno e incluso su uso fue restringido en los respectivos Bandos Municipales a los órganos del gobierno local. Sin embargo, la selección de glifos no fue en ciertos casos particulares la más acertada. Tal sucedió con el escudo del Municipio de Aculco.

En primera instancia, el encontrar un escudo municipal para Aculco a partir de los dibujos de los códices no fue tarea ardua para el equipo de Mario Colín, pues los glifos para Acolco y Acocolco aparecen en bastantes ocasiones en dichos documentos y las glosas en letras latinas invariablemente certifican que se hace referencia a lugares con esos nombres. En la mayor parte de los casos (como en el Códice Mendoza [foja 28r] y la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini [foja 19r], por citar algunos ejemplos) el diseño es casi el mismo: el glifo atl-agua, con sus usuales gotas y caracolillos, que se curva fuertemente una o dos veces (figs. 1 y 2), dando una impresión de sinuosidad. En otras ocasiones se presentan pequeñas variantes, como es el caso del glifo del Códice Osuna, cuyo diseño es similar pero más sencillo y aún hay casos excepcionales en los que el glifo es totalmente diferente al descrito, como sucede con el Acolco casi borrado del Mapa de Tepechpan, en donde aparece una cabeza humana acompañada de tules, y restos del signo atl, lo cual podría relacionarlo quizá con el significado de "lugar del cuculin de agua" del que hemos hablado líneas arriba.



Fig. 2 Glifo de Acocolco del Códice Boturini. Foja 19r. Nótese la doble curvatura del glifo.




De entre las diferentes versiones existentes del glifo, se adoptó como escudo de Aculco, quizá debido a su elegante dibujo, uno procedente del Códice Moctezuma, según anotó Mario Colín (Fig. 1). Sin embargo, la asignación fue de carácter ciertamente hipotético, pues es casi seguro que este glifo, lo mismo que los demás Acolcos y Acocolcos de los otros códices, no se refiera al Aculco del norte del Estado de México, sino a un pueblo que tributaba en la cabecera de Atotonilco (hoy de Pedraza), que los especialistas dan por desaparecido, o a otros pueblos del Valle de México. De haberse hallado un Aculco perteneciente explícitamente a la cabecera tributaria de Jilotepec no existiría esta duda y podría afirmarse con razonable certeza que el glifo utilizado como escudo de Aculco es el correcto, pero no es así.








Fig. 3 El nombre otomí-español de Aculco, San Jerónimo Atamêhe, escrito en la foja 1r del libro de bautizos 1606-1651 del Archivo Parroquial. Este documento se halla signado por el venerable padre fray Francisco del Saz, de la orden franciscana.Atamêhe (Antämehe según las convenciones actuales del otomí) significa "Gran Manantial"




A pesar de esto, podemos decir en gracia a Mario Colín y a su equipo que, de acuerdo con la información con la que contaban en aquel momento, su elección fue la más conveniente, aunque a la postre resultó no ser acertada como veremos más adelante. Es importante hacer notar que quien busque actualmente el buen dibujo del glifo original propuesto por Colín en el escudo de Aculco no lo hallará, pues fue rediseñado hace pocos años estilizándolo, con lo que perdió en gracia y estética (fig. 1 bis).


¿Y el nombre otomí de Aculco?

Los primitivos habitantes del territorio comprendido hoy en día por el municipio de Aculco pertenecieron a la nación otomí. Es natural, por lo tanto, que los pobladores dieran un nombre en su propia lengua a este asentamiento, y el náhuatl Aculco sería más bien una versión "extranjera" de dicho nombre, que sin embargo se habría convertido en el más común al correr del tiempo. Caso parecido es el de Querétaro, que tiene un nombre tarasco distinto del que le daban sus primeros habitantes otomíes: Andämaxëi.

El uso del nombre otomí de Aculco se perdió con el transcurrir de los siglos, por lo menos entre los habitantes de la cabecera municipal, aunque no es imposible que se conserve entre los otomíes de los pueblos de su jurisdicción. Al respecto, en 1987 el entonces Cronista de Aculco, Domingo Gaspar Sampayo, escribió en su Monografía Municipal que, gracias a ciertas investigaciones, se sabía que el nombre que daban los indígenas otomíes al pueblo era Dogme, palabra a la que atribuía el significado de "Dos Aguas" con la ya conocida explicación del agua dulce y salada del subsuelo. Esta equivalencia me pareció entonces poco sustentada (especialmente porque "Lugar de Dos Aguas" se diría Yondehe o algo parecido en otomí), pero por carecer de otra la incluí en el libro Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario (1996).

Aunque la duda sobre el nombre otomí de Aculco subsistía y quien esto escribe frecuentemente indagaba al respecto, tuvieron que pasar cuatro años más para poder encontrar nuevas pistas importantes sobre ese nombre desconocido. Afortunadamente, a mediados del año 2000 di por casualidad con el libro La conquista del Bajío y los orígenes de San Miguel de Allende, en el cual aparece la transcripción de dos interesantes documentos: la "Relación de Méritos de Pedro Martín de Toro" (o "Manuscrito García"), que ya conocíamos gracias a la edición del doctor Ayala Echávarri y, sobre todo, el documento original en otomí del que deriva aquél ("Manuscrito Martín"). En el primer documento se menciona explícitamente el pueblo de "San Gerónimo Aculco" y en el original otomí se lee "San Gerónimo Andanmemahini", por lo que pensé se podría tratar de los nombres del mismo lugar en sus versiones náhuatl-española y otomí-española y quizá entonces habría hallado finalmente el dato que buscaba. Con gran interés por dilucidar el asunto, me comuniqué con el autor del libro, el especialista en cultura otomí y arte virreinal David Charles Wright Carr, entonces investigador y docente de la Universidad del Valle de México, campus San Miguel de Allende.




Fig. 4. Glifo de Antämehe del Códice de Huichapan. Foja 5r. De acuerdo con su nombre otomí, este debería ser el escudo municipal de Aculco.




En comunicación personal del 6 de mayo de 2000, David Wright me expuso que "Andanmemahini podría ser un nombre otomí de Aculco; también podría ser un pueblo distinto de ‘San Gerónimo’, viendo el uso errático de los signos de puntuación en el manuscrito". Asimismo, me indicó que no le había sido posible todavía traducir esta palabra, a excepción del prefijo Anda-, que significa lugar grande. Con manifiesto interés por el asunto, David Wright me informó haber encontrado para Aculco en un texto de Henrietta Andrews el topónimo otomí Ndamjë, con la traducción "Tepalcates Quebrados". También me comentó que López Yepes, en el vocabulario anexo a su Catecismo de 1826, apunta como traducción de Aculco la voz otomí, muy similar, Dämfe. Con esto, aunque el asunto del nombre otomí de Aculco permanecía sin aclarar plenamente, había logrado reunir tres candidatos con sustento documental: Andanmemahini, Ndamjë y Dämfe, y uno sin él: Dogme.






Fig. 5. Glifo de Acocolco del Códice Mendoza. Foja 28r. Hace referencia a un pueblo desaparecido que tributaba en Atotonilco de Pedraza. Es de hecho el mismo símbolo usado actualmente como escudo municipal.



El misterio de un nombre y un símbolo

Meses después de mi primera comunicación con David Wright obtuve unas copias fotostáticas de las fojas iniciales del Libro de Bautizos 1606-1651 de la parroquia (entonces asistencia, doctrina o vicaría franciscana) de San Jerónimo Aculco, tomadas a partir de microfilmes resguardados en el Archivo General de la Nación. En este documento, el primer registro legible, escrito en otomí, dice:

Queya mapa a martes na 18 juliius 1606 años nugua pithai [roto] a s. jheronimo atamêhe copita tapi o ma magatahu o fray [roto] nihmi o fiscal antogar xin. miguel de s. luis Anlonso [roto] gabriel de los angls. totaopho lucas gara. (versión paleográfica de D.W.)

Cuando lo leí, no lo podía creer: finalmente tenía en las manos una evidencia clara del nombre otomí de Aculco, en un documento que reunía todas las características posibles de autenticidad: casi 400 años de antigüedad, redactado en lengua otomí, escrito quizá por un fraile franciscano o más probablemente por un escribano indígena local, dados los errores en palabras que quizá un español no habría cometido como "Anlonso" por "Alonso" y "juliius" por "julius". Era muy probable que el Atamêhe que claramente se ve en el documento (fig. 3) fuera en definitiva el nombre otomí de Aculco. Para confirmar mis suposiciones, basadas solamente en el sentido común y no en un conocimiento de la lengua y toponimia otomí, del que ciertamente carezco, envié copia del documento a David Wright, quien pudo traducir el párrafo de la siguiente manera:

Año y día martes 18 de julio de 1606, aquí [...] en San Jerónimo Atamêhe [Antämehe - "Gran Manantial", Antä-grande, mehe-manantial, pozo] [...] fray [...] el fiscal Antonio García y Miguel de San Luis, Alonso [...] Gabriel de los Ángeles, el escribano Lucas García.

Como lo suponía, David Wright opinó que habíamos hallado el nombre otomí de Aculco. Y no solamente quedó determinado así que dicho nombre era Antämehe (escrito de acuerdo con las convenciones ortográficas actuales del otomí), sino que el maestro Wright agregó un dato sorprendente: el topónimo Antämehe, con su glifo correspondiente, aparecía en la foja 5 recto del único códice con glosas en otomí conocido hasta el momento: el Códice de Huichapan, documento colonial de mediados del siglo XVII, es decir, contemporáneo del Libro de Bautizos 1606-1651 de la parroquia de Aculco. El glifo de Antämehe de este códice (fig. 4) consiste en el símbolo del agua, pero no en la forma sinuosa del glifo de Acolco, sino en una espiral erizada de corrientes que nacen de ella y terminan en gotas o caracolillos. Curiosamente, el glifo no corresponde al de su más cercana traducción al náhuatl: Ameyalco (Lugar del Manantial) o Huey Ameyalco (Lugar del Gran Manantial)(fig. 8) y resulta evidente que guarda mayor proximidad con el de Acolco, lo cual parece no ser ciertamente una casualidad.




Fig. 6. Remate fitoforme de la fachada de la iglesia parroquial de Aculco (lado izquierdo). El relieve central, en forma de espiral, podría estar relacionado con el glifo de Antämehe.





Ahora bien, Huichapan fue sede, después de Jilotepec, de la Alcaldía Mayor a la que perteneció Aculco en el virreinato. El convento mismo de Aculco mantenía una estrecha relación con el convento de San Mateo Huichapan. Por ello considero muy probable que el glifo y su glosa se refieran a San Jeronimo Aculco o quizá, aunque la posibilidad es más remota, a San Juan Aculco, pueblo desaparecido que se localizó a poca distancia de San Jerónimo hacia el oriente y que fue congregado con él antes de 1610 (que por lo tanto no existía ya cuando se dibujó el Códice de Huichapan, terminado ca. 1632). Estaríamos entonces ante el verdadero glifo particular de este pueblo del Estado de México, que por razones naturales de autenticidad, antigüedad y orígenes étnicos debería ser su escudo municipal, con preferencia sobre el glifo náhuatl de Aculco (fig. 5), del que no sabemos a ciencia cierta si alguna vez fue utilizado para señalar a nuestro municipio antes del siglo XX.

A la luz del hallazgo del nombre Antämehe fue posible para David Wright comprender el significado del topónimo Andanmemahini (o Andämemahnini, usando los signos fonéticos modernos), pues se trata del mismo nombre al que se le han agregado la partícula locativa ma- y la palabra hnini, que significa pueblo, perdiéndose por síncopa la sílaba -he. Andanmemahini significa, por lo tanto, "El pueblo de Antämehe", es decir, "El pueblo del Gran Manantial".

Como dato adicional, debemos mencionar que existe un glifo de Antämehe tallado en piedra que se encontraba antiguamente en los muros del convento de Jilotepec, junto con otros glifos de poblados cuyos pictogramas aparecen igualmente en el Códice de Huichapan(Fig. 9). Estas piezas, de posible origen prehispánico, fueron llevadas a principios del siglo XX al Museo Nacional por don Andrés Molina Enríquez y allí continúan embodegadas. Otro relieve en piedra que podría estar relacionado con el glifo de Antämehe es la espiral que aparece al centro de los remates fitoformes que coronan los cuerpos de columnas apareadas de la fachada parroquial de Aculco (fig. 6), que data de entre 1685 y 1708. Sin embargo, Wright nos ha hecho notar que estas espirales carecen de los signos diagnósticos del glifo agua (caracolillos, conchas y cuentas o gotas que afectan la forma de una dona), por lo que su semejanza con el glifo Antämehe puede ser solamente accidental.


Fig. 7. El otro nombre otomí-español de Aculco, San Jerónimo Amonttadehe (Anmõnttãdehe), en dos versiones. La versión superior corresponde al registro del 6 de noviembre de 1625 y la inferior al del 6 de septiembre de 1626, ambas provenientes del Libro de Bautizos 1606-1651 del Archivo Parroquial de Aculco. Anmõnttãdehe fue traducido por Ecker como "Corvo Río."






Aculco - Antämehe ... ¿o Anmõnttãdehe?

Develado aparentemente el nombre de Aculco en otomí - casi prodríamos decir su nombre original - y su verdadero glifo, subsisten varias dudas sobre este tema. La primera de ellas proviene precisamente de la misma fuente que permitió conocer ese nombre: el Libro Parroquial 1606-1651; sucede que en ocasiones (muy contadas, por cierto) se muestra en estos registros otro topónimo muy distinto del inicial Atamêhe y sus variantes normales, que suelen intercalar la letra n quizá para señalar ciertas nasalizaciones. Este extraño topónimo es San Jerónimo Amonttadehe (fig. 7).

En opinión de David Wright (comunicación personal del 20 de diciembre de 2000) este topónimo podría estar relacionado con el Anmonttodehe del Trasunto de Diego García Mendosa de Motecsuma, del Códice de Pedro Martín del Toro, escrito por Francisco Martín de la Puente. En dicho documento se expresa que Anmonttodehe significa "Río con Abrevaderos". Creo más probable, sin embargo, que ese nombre sea el mismo Anmônttâdehe que aparece en el folio 53 del Códice de Huichapan. Para suponer esto me apoyo en la evidente semejanza que estos topónimos guardan entre sí, pero más significativamente me baso en la traducción que Lawrence Ecker hizo de este vocablo: "Corvo -Río", es decir, "Río con Curvas". Compárese esta interpretación con el sentido de "Río Torcido" que se puede dar a Acolco y se verá que no es más que una traducción literal de dicho nombre náhuatl.



Fig. 8. Glifo del equivalente náhuatl de Antämehe: Ameyalco, tomado de la lámina 23 del Códice Mendoza.



El hecho de que ambos nombres, Atamêhe y Amonttadehe aparezcan dentro de los mismos folios en registros inmediatos en el libro parroquial 1606-1651 no hace sino complicar la situación, pues nos indica que se usaban simultáneamente. Esto abre la posibilidad de que se trate de dos poblados distintos que llevaban el mismo nombre de San Jerónimo (tal vez dos pueblos congregados como ocurrió con San Juan Aculco, o quizá solamente dos barrios contiguos con habitantes del mismo o diverso origen étnico, pues de hecho aún existe en el pueblo de Aculco un barrio llamado de San Jerónimo). Nosotros nos inclinamos a creer que ambos son nombres válidos para el mismo lugar como podría ser el caso de Madenxi y Amadontäxi, nombres otomíes de Jilotepec que, aunque posiblemente relacionados, no tienen un significado idéntico. En todo caso, Atamêhe y Amonttadehe, aún como pueblos distintos, podrían considerarse como origen del poblado actual de Aculco de Espinosa.







Fig. 9 Glifo de Antamehe en piedra. Proviene de la barda del atrio de la parroquia de Jilotepec y fue enviada al Museo Nacional a principios del siglo XX por don Andrés Molina Enríquez.




Si bien es aventurado especular sin mayor profundización sobre las razones del uso de estos dos nombres otomíes de Aculco en la primera mitad el siglo XVII, existen ciertos puntos evidentes de especial importancia que debemos recalcar:

- Los nombres de San Jerónimo Atamêhe (Antämehe) y San Jerónimo Anmontadehe (Anmõnttãdehe) provienen de una misma fuente confiable, por lo que no podemos señalar a alguno de ellos como incorrecto.

- Ambos nombres otomíes se encuentran dentro del mismo campo semántico lugar-agua. Lo mismo sucede con el náhuatl Acolco, del que además es traducción literal el nombre Anmonttadehe (Anmõnttãdehe).

- Los glifos de Atamêhe y Acolco muestran el mismo concepto de "agua torcida", el primero afectando la forma de una espiral y el segundo como una corriente con meandros. Las teorías que intentan demostrar la existencia de un lenguaje semasiográfico que habría sido comprensible por los distintos grupos indígenas prehispánicos del centro de México, a pesar de su lengua distinta, y que sería el lenguaje propio de los códices, demostrarían que Aculco y Antämehe son simplemente las traducciones náhuatl y otomí de un mismo glifo de uso común entre éstas y otras naciones indias.

- Los topónimos Atamêhe (Antämehe) y Anmontadehe (Anmõnttãdehe) aparecen en otra fuente histórica confiable: el Códice de Huichapan. No sería extraño que, al igual que sucede en los libros parroquiales de Aculco, los dos nombres se refirieran a un mismo lugar, que muy probablemente sea el Aculco que hoy conocemos.

- El resto de los pretendidos nombres otomíes del pueblo de Aculco se puede desechar de momento, hasta no hallar evidencia histórica de su uso real en este lugar (con excepción de Andanmemahini, que como ya vimos es el mismo Antämehe).


A pesar de lo señalado en el último inciso, hay que aclarar que permanece el problema de la relación entre los nombres otomíes históricamente aplicados al lugar y los que aportan otras fuentes como traducciones de Aculco. En opinión de David Wright, Ndamjë y Dämfe podrían ser simplemente formas sincopadas de Antämehe, pues evidentemente tienen la misma cadencia y pronunciación cercana pero, entonces, ¿por qué el extraño significado de "Tepalcates Quebrados", tan ajeno a "Gran Manantial" y aún a "Río Torcido"? La palabra Dogme podría ser igualmente, según creemos, una forma sincopada transcrita incorrectamente por alguien que desconocía el otomí, pero que pudo haberlo escuchado directamente de hablantes de esa lengua. Lo que parece estar sin duda alejado de toda realidad es el significado de "Dos Aguas" que se quiso dar a Dogme.

Y bien, dadas las evidencias aquí presentadas, ¿sería conveniente reemplazar el escudo municipal de Aculco por el glifo de Antämehe? Por razones de autenticidad, quizá debiera hacerse, aún a costa de dañar la identificación que ya existe con el glifo actual y no sin antes consultar con especialistas en la materia para evitar que se cometa un nuevo error. Sin embargo, no es en absoluto algo necesario. Lo verdaderamente importante es que se tenga conocimiento de los antecedentes del actual escudo de Aculco, de las razones aquí expuestas que demuestran que se actuó con cierta ligereza al asignarlo a este municipio del Estado de México y que se logre recuperar en la memoria de sus habitantes su antiguo nombre otomí-español de San Jerónimo Antämehe / Anmõnttãdehe con su glifo característico en forma de espiral de agua.



Bibliografía Básica


Andrews, Henrietta . "Otomí place-names in the state of Mexico", en REVISTA MEXICANA DE ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS, tomo 14, primera parte, 1956, pp. 161-167


Ecker, Lawrence. CÓDICE DE HUICHAPAN.Paleografía y traducción México, 2001. Instituto de Investigaciones Antropológicas. UNAM


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