viernes, 12 de mayo de 2023

Los pilares del Tixhiñú: los restos mejor conservados del Ferrocarril Cazadero-Solís

En mi libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia (Gobierno del Estado de México, 2009), cuento con bastante detalle la historia del Ferrocarril Cazadero-Solís, la única vía férrea para carga y pasajeros que llegó a tenderse en el municipio de Aculco. Quizá es oportuno recuperar aquí algunos párrafos de esta historia antes de hablarles ahora de los Pilares del Tixhiñú, vestigio de aquella vía:

El interés por construir un ferrocarril en esta zona databa de inicios del Porfiriato. La primera concesión, otorgada al señor Rodolfo Fink el 31 de mayo de 1882, no llegó a concretarse pues se declaró caduca en 1885, tras realizarse sólo algunos trabajos en los que, por cierto, se provocó un desorden y tumulto del que las autoridades de Aculco culparon a Bonifacio Arredondo, empleado del Ferrocarril Central. La construcción definitiva de la vía angosta no fue iniciada sino hasta 1895, cuando la emprendió don Felipe Martell, propietario de la hacienda de La Torre. Su objetivo principal consistía en enlazar las fincas de la zona y facilitar el traslado de la madera, el carbón y otros productos. Debe haberse tratado de una inversión compartida pues el permiso -sin subvenciones por parte del Gobierno- fue concedido a Guadalupe Guadarrama y al sanjuanense T. Melesio Alcántara por decreto del 9 de diciembre de 1893. La línea, que se constituyó ramal del Ferrocarril Central Mexicano, fue conocida comúnmente como “Ferrocarril Cazadero-Solís”, aunque también recibió los nombres de “Ferrocarril Cazadero, La Torre y Tepetongo” y aún “Ferrocarril Cazadero-San Pablo”. Esta variación de nombres obedece a una razón muy simple: aunque proyectado para establecer una conexión entre la estación Cazadero del Ferrocarril Central y la vía angosta del Ferrocarril Nacional (o Ferrocarril Sullivan) en un punto entre las estaciones de Solís y Tepetongo, la línea nunca alcanzó esos lugares y los trabajos se detuvieron en el rancho de San Pablo de la hacienda de La Torre. Algunas fuentes indican que la vía llegó a tener una longitud total de 57 millas (91.71 kilómetros), pero parece que en realidad se extendía por cerca de 59 ó 60 kilómetros, de los que en mayo de 1895 existían 30 y para 1897 se habían construido ya cuarenta y ocho.

Su trazo aproximado era paralelo al que sigue actualmente la Carretera Panamericana entre Ñadó y Palmillas, poco más o menos. La vía se bifurcaba, a partir de Ñadó, hacia el rancho de San Pablo ubicado precisamente al otro lado del cerro (punto alrededor del cual nacían treinta kilómetros más de vías portátiles Decauville que se iban desplanzado conforme el corte de árboles lo exigía) y a Llano Largo en Tixmadejé, Acambay, hacia el sur. Al concluirse su construcción, contaba con las estaciones de Cazadero, Taxhié, La Estancia, Cofradía, Ñadó, La Fábrica, Tixmadejé y San Pablo. De Cazadero a Ñadó, las estaciones daban servicio público de carga, correo y pasajeros, mientras que de Ñadó a San Pablo el servicio era sólo privado.

La producción silvícola del monte incluyó carbón, tablas, duelas, leña, hachas, vigas, morillos, planchones, cintas y pilotes de maderas de encino, ocote, aile y madroño. De la explotación forestal salió el equivalente a más de mil plataformas de vía ancha hacia la ciudad de México, cargadas con los pilotes de madera de pino utilizadas en la consolidación del subsuelo de algunos de los edificios emblemáticos del Porfiriato, como el Palacio de Bellas Artes y el inconcluso Palacio Legislativo, que terminó convertido en monumento a la Revolución.

Durante más de veinte años, los ferrocarriles Central y Nacional fueron dotados también con durmientes de encino y ocote para vías ancha y angosta provenientes de Ñadó. Cuando los grandes árboles se agotaron, comenzó a explotarse en gran escala el carbón de encino, pero de una manera tan salvaje que hubo áreas en las que aún las raíces de los árboles fueron utilizadas para producir carbón de arranque, sin dar oportunidad a que el bosque se recuperara con renuevos de los árboles talados.

El ferrocarril cesó operaciones y la vía comenzó a ser levantada en 1928 para reaprovechar el hierro. Sin embargo, quedaron a lo largo de su trazo algunos vestigios de piedra en diverso estado de conservación. De la estación de Ñadó quedaron sólo los cimientos, en la loma del Caxthí subsiste un puentecito esviajado, en Cofradía todavía existe la estación (semioculta por construcciones modernas), pilas de agua y otros restos, así como el Puente Piedad (cuyos pilares estaban completos, pero fueron mutilados por el Ayuntamiento de Aculco en 2001 a pesar de tratarse de un monumento histórico catalogado por el INAH). Y en una de las cañadas que descienden del cerro de Ñadó hacia el oriente, sobrevive lo mejor conservado de todo: Los Pilares del Tixhiñú, restos de un puente cuyo nombre original desconozco, pero que ahora se nombran así al encontrarse en tierras ejidales de esa comunidad.

Según los planos que se conservan de la construcción del ferrocarril, los Pilares el Tixhiñú corresponden al tramo de la vía que corría entre la hacienda de Ñadó y San Pablo, reservado sólo al transporte de carga. Si observamos con cuidado estos planos, veremos que al llegar a esa hacienda la vía, que hasta entonces corría de norte a sur daba una vuelta en U y comenzaba a ascender al monte virando poco a poco hacia el poniente. Es en este trayecto, en el punto en que debía atravesarse una cañada profunda, donde se construyeron hacia 1897 estos pilares que conformaban un viaducto ferroviario. Por cierto, parece ser que quien determinó el trazo sobre el que después se construyó la vía fue el renombrado ingeniero R. R. Swisher (ca. 1856-1906), según informa el Engineering News, vol. LVI, no. 24, 13 de diciembre de 1906, p. 630.

Se trata de cuatro pilares prismáticos de mampostería de cantera con los ángulos reforzados por sillares bien cortados. Casa uno consta de dos cuerpos, el inferior más ancho y de mayor altura, y el superior coronado por una cornisa recta. En la cara que da aguas arriba, cada pilar tiene su tajamar angular para cortar la corriente de agua en caso de una crecida. En ambos extremos, sendos estribos o contrafuertes edificados también con mampostería y sillares se unen a las paredes de la cañada. La distancia entre los pilares es mayor al centro y se va estrechando hacia los lados. Por encima de ellos corría una estructura muy ligera de vigas de hierro ya desaparecida, que soportaba los durmientes y los rieles. A simple vista, los Pilares del Tixhiñú semejan una versión en pequeño del Puente Piedad del mismo ferrocarril, pues aquel tenía doce pilares

Estos pilares se encuentran dentro del Ejido Tixhiñú, en la zona en que se realiza el aprovechamiento autorizado de recursos forestales maderables. Con muy buen sentido, actualmente se realiza el mantenimiento de la estructura, así como la limpieza de maleza en el sitio. La inicitiva de esta obra que realiza el propio ejido es de John Alexander, asesor técnico forestal, quien propuso esta actividad dentro de un programa de servicios ambientales que apoyan PROBOSQUE y CONAFOR para predios que tienen bosque. Desde hace pocos años el sitio ha comenzado a recibir algunas visitas turísticas y sin duda con estas acciones serán más las personas las que se acercarán al sitio a conocer este interesantísimo vestigio histórico en medio del bosque.

Si quieres ver en el mapa de Google la ubicación de los pilares, pincha aquí.

Y en este mismo blog encontrarás más información sobre el Ferrocarril Cazadero-Solís si pinchas acá.

Agradezco las fotografías de los pilares que me envió John Alexander.

 

ACTUALIZACIÓN, 7 DE JUNIO DE 2023

John me ha enviado más fotografías que muestran el avance de los trabajos de consolidación de los pilares, así como unas imágenes de clavos de riel y pernos que han sido hallados en sus inmediaciones por los ejidatarios del Tixhiñú. Les comparto aquí estos testimonios del gran trabajo que se está haciendo en ese lugar.