domingo, 17 de mayo de 2015

El Calvario de La Concepción

En el contexto de la actividad evangelizadora de los franciscanos en la Nueva España, no sólo en el siglo XVI sino a lo largo de todo el Virreinato, con bastante frecuencia se construyeron capillas en las afueras de las poblaciones (o, por lo menos, a distancia suficiente del convento local) a las que se dio el nombre de "calvarios", y que evidentemente conmemoraban el sitio en que Cristo fue crucificado en Jerusalén. Algunas veces, el trayecto entre el templo principal y un calvario se marcaba con las estaciones del Viacrucis, reforzando así su intención y significado pues los franciscanos, custodios por orden papal de los Santos Lugares, promovían la emulación material del camino del Mesías por Jerusalén hasta su martirio como una forma de vivir su Pasión y de compartir su sufrimiento en la dureza del recorrido. El culto en estos lugares no era particular de la Semana Santa, pero sí solía tener mayor relevancia en esos días.

Esta reproducción de la Vía Dolorosa, o camino de Jesús hacia el Gólgota, aprovechaba la geografía de los poblados de tal manera que el calvario local solía situarse en una loma, cerro o eminencia natural o artificial inmediata al poblado. En ciertos casos, la distancia del convento a la capilla pretendía ser exactamente la misma que anduvo Jesús con la cruz a cuestas, aunque ésta podía variar según las opiniones desde unos 650 metros hasta más de 900. Con ello, los poblados adquirían también el sentido de una Jerusalén simbólica. Aunque, como decía antes, los calvarios son característicos de la evangelización franciscana, otras órdenes e incluso el clero secular también participaron de su construcción, si bien de manera menos importante.

La arquitectura de los Calvarios iba desde las sencillas cruces únicas o triples, pasando por chapiteles o templetes, hasta iglesias bastante capaces que en el apogeo del barroco alcanzaron gran importancia, y habitualmente respondían a la riqueza de los habitantes del lugar. En la región histórica a la que pertenece Aculco, el mayor de estos calvarios es el de Huichapan, hoy estado de Hidalgo, del que puedes leer el interesantísimo texto escrito por la restauradora Marcela Zapiain aquí, y ver otro texto acompañado de varias buenas fotografías de Benjamín Arredondo acá.

El pueblo de Aculco tuvo también su calvario, que se encontraba en el sitio de la actual capilla del panteón, y del que puede verse todavía la base de la torre así como los muros y pilastras de cantera de un intento fallido de reconstrucción de la década de 1870. Fue por la existencia de esta capilla que a la actual avenida Manuel del Mazo, que corría en línea recta desde la puerta principal del atrio del convento hasta su entrada, se le conoció también como calle del Calvario hasta fines del siglo XIX. Y también uno de los pueblos de la jurisdicción de Aculco tuvo el suyo, que por fortuna se conserva: el de La Concepción, en las cercanías de la cascada que es uno de los principales reclamos turísticos del municipio.

El Calvario de La Concepción se levanta a unos 500 metros al norte de la capilla principal del pueblo. No existe una calle directa por la que se llegué a él, por lo que hay que hacerlo a través de varios caminos de terracería entre casas dispersas, milpas y corrales. Aunque se yergue en el punto más elevado de la loma, la pendiente es tan ligera que sus constructores decidieron realzar su carácter de monte santo con una pequeña plataforma con muros de piedra en talud, que al frente de la capilla, hacia el sur, se convierten en una rampa para ascender a él.

La arquitectura del Calvario es sencillísima: su planta es rectangular, orientada de norte a sur, su cubierta de teja a dos aguas con un entresuelo de vigas que forma un tapanco de madera y el piso de ladrillo. Recuerda por su disposición general a los oratorios familiares otomíes que todavía se pueden encontrar por la zona, de los que deberé escribir aquí algún día.

El único acceso reúne toda la ornamentación exterior de este interesante templo. Se alza sobre un escalón y su cantera está labrada con rudeza y rigidez, pero no sin belleza: es maravillosamente rústica, casi consigue evocar el románico rural. Las jambas, estriadas, llevan en la parte central unas marcas incisas en diagonal (quizá una referencia a las columnas entorchadas del templo parroquial de Aculco) y se levantan sobre basas cortadas sin bisel en cuya parte central se muestra el cordón franciscano. Sus impostas son casi idénticas a estas basas, sólo que ligeramente mayores. El grueso arco que cierra esta portada está formado por cinco dovelas molduradas, adornadas también con el cordón franciscano, en las que el cantero apenas consiguió trazar el medio punto, que parece compuesto de líneas rectas. Ligeramente separado del arco, corre sobre él una cornisa adornada con un motivo semejante a plumas, que simulan estar atadas por otro cordón franciscano. Arriba, un curioso relieve cierra la composición. En esta lápida varias figuras labradas: al centro, una cruz potenzada que evoca probablemente la cruz del Santo Sepulcro de Jerusalén (símbolo usado por los franciscanos en su papel de custodios de ese sitio). Aa sus lados, dos cañas foliadas que podrían representar plantas de maíz. En la parte baja, los relieves adquieren formas, al parecer, abstractas, escalonadas y en zigzag. El relieve está fechado: una leyenda en su parte inferior del lado izquierdo dice "de 1706 años", lo que la convierte en contemporánea de la fachada principal de la parroquia de Aculco, terminada en 1701.

El interior de la capilla es muy austero. El tapanco bajo el tejado hace que el techo sea relativamente bajo, apenas superior a los dos metros de altura. A los lados de la nave se ubican las bancas: un par de vigas bastante largas sobre sillares de piedra blanca. Al fondo, el altar lo compone un banco de mampostería de unos 70 centímetros de altura y, sobre él, otra maravilla: un mural de la Piedad probablemente del siglo XIX, cuyo original quizá pueda rastrearse en las estampas devocionales de la época. La advocación es interesante, pues fue más común que los calvarios se dedicaran a la imagen de Cristo en la cruz. La Piedad lleva un marco en trampantojo que la separa de las escenas laterales, donde cuatro angelillos de carácter mucho más popular se posan en nubes portando algunos de los símbolos de la Pasión, que por lo desvaídos sólo se pueden identificar el martillo, los clavos y la corona de espinas.

Pero volvamos al exterior del templo. Al bajar la rampa (arreglada, según una inscripción hecha sobre el concreto que la cubre, por los "Cruzados de Cristo Rey" en 1981 -otra evocación de Tierra Santa), cierra el espacio sagrado una cruz que podríamos llamar atrial, aunque aquí el atrio es el campo hacia todos los vientos. Su basamento es un cubo de mampostería sobre el que se alza una pirámide trunca. Esta cruz, sumamente singular, muestra al centro, como muchas, el rostro de Cristo, pero aquí con rasgos indígenas: altos pómulos, totalmente lampiño y con una corona de espinas tan esquemática que más parece una banda para el pelo. Bajo el rostro, un corazón traspasado nos recuerda dos escenas de la Pasión: el corazón transido de dolor de la Virgen María y el corazón de Jesús atravesado por la lanza del soldado romano Longinos.

Bien cuidada y conservada, aunque con los naturales daños provocados por el tiempo, formando parte todavía de las festividades religiosas del lugar, con un emplazamiento privilegiado por su aislamiento en un entorno todavía plenamente rural y no contaminado por la "iztapalapización" que vulgariza sin remedio tantos de los poblados aculquenses, el Calvario de La Concepción es sin duda una de las joyas desconocidas de Aculco. Ojalá se conserve, así como está, por muchos años más.