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viernes, 26 de abril de 2024

La escalera del convento de Aculco

Después de mucho tiempo retomo en este texto la descripción de los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco, hoy casa cural. Ya antes les he hablado del refectorio, la galería de los novicios, la torre oculta, la sacristía, el bautisterio viejo, la sala de profundis, la loggia de la planta alta de la portería, el claustro, el reloj de sol y algún otro sitio más. Esta vez conoceremos la escalera que permite acceder a la planta alta del edificio. Esta escalera se localiza en un cubo situado hacia el ángulo sureste del claustro, contiguo al salón que fue originalmente el refectorio y a un cuarto que hoy se usa para sanitarios.

Se trata de una escalera de dos tramos con un descansillo entre ellos y otro más en el desembarque. A ella se accede desde un arco escarzano de piedra blanca sin molduras -no muy amplio- que da a la planta baja del claustro, el cual estuvo anteriormente cubierto con aplanados y hoy luce con la piedra aparente después de un reciente y nocivo despellejamiento. La reja de hierro que cierra este acceso es de construcción moderna. La cubierta de la escalera está formada por petatillo y vigas, no es antiguo sino, posiblemente, contemporáneo de la estancia de los frailes agustinos (1951-1964), ya que originalmente debió ser de terrado sobre vigas de madera.

La primera rampa consta de diez peldaños de cantera. La mitad de ellos asciende bajo la bovedita que conforma el descanso superior. A sus costados corre un pasamanos de mampostería de piedra blanca aparente, que en su origen también debió estar cubierto de aplanados de cal y arena. El primer descansillo, con piso de ladrillo, tiene hacia el poniente una puerta que comunica con el refectorio. El muro sur tiene aquí un remetimiento parcial de unos 20-25 cm que no se explica fácilmente, salvo para hacer más ancha dicha entrada al refectorio. En este mismo muro la escalera se ilumina con una ventana semitapiada que anteriormente tuvo un barandal de madera hacia el interior que ya no existe. Esta ventana da hacia los altos de la galería de los novicios.

En el punto de unión del pasamanos de las dos rampas existe una gran piedra labrada que se adosa verticalmente y tiene dos remates a diferente altura. El remate más bajo es curvo, mientras que el alto termina en corte recto y tiene una horadación que quizá sirvió para colocar velas o algún otro tipo de iluminación.

La segunda rampa tiene sólo ocho peldaños de piedra. Sus barandales, a diferencia de los otros, están todavía cubiertos de aplanados. No desemboca este segundo tramo directamente al corredor alto, sino, como hemos dicho ya, a un descansillo que ocupa todo el ancho de la escalera. Desde él, un arco semejante al que da acceso en la planta inferior y colocado a eje con él permite entrar al claustro, sin la reja que estorba al tránsito en la planta baja. Nada más trasponer el arco encontramos, a mano izquierda, una curiosa pila de agua bendita de piedra encalada, forma troncocónica con reborde marcado, alojada en un nicho con cerramiento triangular.

Aunque los aplanados originales de cal y arena de esta escalera han sido removidos parcialmente, es muy importante que los que restan se conserven. No sólo por tratarse de la "piel" que sus constructores le dieron a principios del siglo XVIII, cuando presumiblemente se levantó, sino porque al tratarse de uno de los principales espacios de un convento que estuvo profusamente decorado con pintura mural es probable que conserve aún restos de ella. Y, quizá con un poco de suerte, alguna restauración futura los pondrá a la vista.

miércoles, 19 de julio de 2023

El chapitel

La palabra chapitel (no confundir con capitel) se refiere al remate de una construcción aislada, por ejemplo una torre, de forma piramidal o cónica. Por extensión, se les llamó también así en la Nueva España a las capillas en forma de templete que se solían cubrir precisamente de esa manera, si bien muchas tuvieron también bóvedas, cúpulas, tejados y terrados de distinto tipo. Existieron capillas-chapiteles en diversos lugares del virreinato. En todos los casos se trataba de sitios dedicados al culto, aunque de formas distintas: mientras el llamado Chapitel del Calvario en Cuernavaca era, por ejemplo, un sitio de devoción para los caminantes que llegaban o salían de esa ciudad (lo que se conocía como "humilladero"), la ubicación del Chapitel de Cocotitlán en alto y a un costado de la plaza permite apreciar que se le usaba para la celebración de misas o por lo menos para la predicación a quienes acudían a comerciar al pueblo (de manera semejante al uso de una capilla abierta). Así, puede decirse que el término "chapitel" define más una tipología arquitectónica que un uso, si bien edificios de construcción similar, como podría ser una capilla posa del tipo de Calpan o Huejotzingo, nunca serían llamados chapiteles.

Aculco tuvo también su chapitel (más cercano al tipo de Cocotitlán) y lo sabemos gracias a dos notables testimonios gráficos. El primero es el dibujo de Plaza Mayor del pueblo en 1838, que nos lo presenta adosado al exterior del muro del atrio parroquial, mirando hacia el poniente, hacia la plaza, justo en el sitio donde está hoy el Portal de la Primavera. Se apoyaba en un ancho basamento con contrafuertes en los costados que lo elevaba al nivel del atrio y se desplantaba ahí como una pequeña capilla cuadrangular abierta con arcos en tres de sus lados. Al frente el arco se inscribía en un alfiz a la manera mudéjar y protegía el vano una barandilla seguramente de madera. El fondo estaba cerrado por un muro en el que se abría una puertita descentrada por la que se accedía desde el atrio. La cubierta era plana, probablemente de viguería y terrado.

El segundo testimonio gráfico que muestra el chapitel de Aculco es un dibujo de 1878, mucho más simplificado que el anterior, en el que la capilla aparece ya tapiada y cercada por el nuevo Portal de la Primavera, cuya construcción inició entonces. Los muretes que ciegan los arcos del chapitel se ven horadados con una serie de ventanitas cuadradas o mechinales cuyo sentido no es muy claro. Lo evidente es que el chapitel había perdido ya su uso original.

En las fotografías posteriores del Portal de la Primavera no se advierte ya ninguna huella del chapitel. Su basamento seguramente estorbaba para la construcción de los cuartos de este inmueble y por ello habría sido demolido completamente aún antes de que se edificara la segunda planta del nuevo edificio, en la década de 1930. Por el interior del atrio, a primera vista parece que tampoco quedaría huella del antiguo chapitel. Sin embargo, una pequeña diferencia en los planos de la fachada quizá indica la supervivencia de por lo menos de una parte de sus muros.

Sin testimonios documentales y con las limitaciones de estos dos dibujos, es difícil deducir la época en que fue construido el chapitel de Aculco. Sin duda databa de tiempos del virreinato, pero poco más se puede decir. En mi opinión, dado que el muro del atrio en esta zona fue construido en 1666, debería ser posterior a esos años y quizá incluso de principios del siglo XVIII. En fin, lo único cierto es que esta pequeña construcción no existe desde finales del siglo XIX y podemos considerarnos afortunados de que dos dibujantes nos hayan permitido saber que existió.

miércoles, 10 de mayo de 2023

La sacristía de la parroquia de Aculco

No sé por qué motivo -quizá por simple distracción- había dejado de describir en este blog los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco, cuando me había propuesto ir mostrándolos con cierta periodicidad hasta formar un recorrido completo por ese edificio. Quisiera retomar esa serie, hablándoles esta vez de la sacristía, que se ubica al lado de la epístola del templo (es decir, del lado derecho) y paralela a la Sala de Profundis, que precisamente se interpone entra aquella y el claustro. El siguiente croquis muestra claramente su ubicación.

La sacristía es el lugar del templo donde los sacerdotes se revisten con las ropas litúrgicas y donde se guardan los ornamentos y otros objetos necesarios para celebrar la misa, como son las hostias sin consagrar, el vino, cálices y otros vasos sagrados, velas, etcétera. Por eso lo habitual es que la sacristía se ubique en un salón cercano al altar. El sacristán es el empleado encargado de mantener en orden la sacristía.

Viejos papeles de esta iglesia de Aculco hacían distinción entre la "sacristía vieja" y la "sacristía nueva" en el siglo XVIII, pero es difícil saber si esta última correspondía ya a la actual. Lo cierto es que aquella sacristía vieja debió ser la que se utilizaba cuando los franciscanos habitaban todavía el convento (edificada en 1708 y descrita como "de costilla", lo que parece referirse a la forma de su bóveda), mientras que la "nueva" sería una construcción realizada después de que se erigió la parroquia de Aculco en 1759. Dado que ambas sacristías coexistieron al mismo tiempo y no hay indicios de que la antigua haya sido demolida, me pregunto si el salón que he identificado como Sala de Profundis del convento habrá sido esa sacristía vieja.

En mi opinión, la sacristía actual de la parroquia de San Jerónimo Aculco data en su mayor parte precisamente de la segunda mitad del siglo XVIII, pero habría sido modificada hacia 1843-1848, cuando en el templo se realizaron la obras de edificación de la bóveda y cúpula. Así lo muestran ciertos detalles, como sus ventanas y la portada de cantera extrañamente oculta tras una alacena.

La sacristía se desplanta sobre un rectángulo de unos cuatro y medio o cinco metros de ancho por nueve o diez de largo en dirección norte-sur. En sus lados cortos, sendas entradas enmarcadas en cantera permiten acceder desde el presbiterio de la iglesia y desde el curato. Al lado oriente se abre un par de ventanas que miran a la antigua huerta, mientras que el lado poniente, salvo por la exigua entrada a la alacena a la que me referí antes, es ciego.

En el lado sur, a la izquierda del acceso hacia el convento, se encuentra el sacrarium: un lavamanos en que se limpian los vasos sagrados y que tiene salida directamente a tierra, con el fin de que cualquier partícula de la hostia o gotas del vino consagrados no se mezclen con el drenaje común. En la pared oriente se encuentra una alacena cubierta con un bonito par de puertas entableradas antiguas que seguramente servía para guardar copones, cálices, navetas, acetres, incensarios y otros vasos sagrados.

La sacristía está cubierta por un par de bóvedas de arista, separadas por un arco toral de cantera. A lo largo de la imposta corre una cornisa con resaltes justo donde se apoya ese arco. La molduración de la cornisa es de orden toscano.

Como mobiliario propio de este espacio hay que destacar la gran cajonera de madera con cerraduras de bronce en que se guardan las vestiduras sacerdotales. Ocupa poco más de la mitad del muro poniente, al que se encuentra adosada. Una cajonera más sencilla y pequeña, pero también de cierta edad, se encuentra al otro extremo del salón. Encima dela cajonera grande se suele colocar un par de atriles neoclásicos de calamina. Arriba, en el muro, se encuentra el magnífico cuadro de La Última Cena de Miguel Cabrera, joya de este espacio y de todo el inmueble. Al centro de la sacristía debió existir una gran mesa como era habitual, pero la que hay ahora es moderna y sin valor alguno. Subsiste sin embargo sobre ella un hermosísimo Cristo antiguo, quizá del siglo XIX.

La sacristía fue el sitio donde tradicionalmente se colgaron los retratos de los antiguos párrocos, de los que quedan seis. En tiempos relativamente recientes, se concentraton también aquí la mayor parte de las pinturas que se hallaban en otras partes del viejo convento.

Desmerece algo en esta sacristía su piso de pasta ajedrezado en blanco y negro de la década de 1950. No sé si el piso original era de madera como el del templo, o de ladrillo, como el resto de las dependencias del convento.

Hacia el exterior, la sacristía sólo tiene fachada hacia el oriente. Es de piedra blanca aparente, con tres contrafuertes del mismo material. Esta fachada se prolonga hacia la izquierda en una composición parecida, pero que se nota inconclusa. Malamente, esta prolongación de la fachada fue cubierta por una aborrecible construcción reciente, que en tiempos de mayor cuidado al patrimonio de Aculco deberá ser demolida. En el contrafuerte del extremo izquierdo de la fachada se incrusta el canal de cantera con ménsula que desagua la bóveda, pero que ahora, a causa de aquella misma construcción moderna, tiene un tubo de pvc en la boca para desviar los escurrimientos. Las ventanas se cubren con rejas del siglo XIX, adornadas con nudos de plomo.

Hace no muchos años y con muy mal criterio, se abrió un agujero en la bóveda de la sacristía para pasar una cuerda y tocar desde ella la campana que se encuentra a un lado de la cúpula de la iglesia. Esta cuerda puede verse en alguna de las fotografías que incluyo aquí.

viernes, 17 de junio de 2022

El cura que donó a Aculco su mayor tesoro artístico

El bachiller don Nicolás María de Arroyo (cuyo nombre algunos han escrito equivocadamente como Nicolás Marín de Arroyo) fue un sacerdote del clero secular que ejerció su ministerio en el Arzobispado de México en la segunda mitad del siglo XVIII. En 1759, cuando era juez eclesiástico y teniente de cura en la parroquia de Chapa de Mota, el arzobispo Manuel Rubio y Salinas le encomendó "reconocer el estado de la iglesia de Aculco, pueblos, ranchos y haciendas de su distrito, número de personas, ventas y demás bienes, que han estado a cargo y administraron, con separación de la cabezera Jilotepec, los religiosos observantes de san Francisco, para proceder a la erección de Parroquia" (1). Dos años antes, Rubio y Salinas había confirmado la presencia de una abundante feligresía en Aculco, lo que favorecía su plan de secularizar esa jurisdicción y elevarla a rango parroquia (2). Arroyo cumplió eficazmente con su cometido y la parroquia de Aculco quedó formalmente erigida el 14 de mayo de 1759.

Fue después de ello que don Nicolás recibió una nueva comisión de parte del arzobispo: debía ser él quien se ocupara de recibir el templo de manos de los franciscanos y se encargaría provisionalmente de la nueva parroquia. Así, el 4 de julio de 1759 tomó posesión del cargo de cura interino.

Aunque los habitantes de Aculco estaban acostumbrados a los franciscanos -no en vano habían permanecido en el pueblo por más de 200 años- parece ser que recibieron con agrado al padre Arroyo. Es más, pasados unos meses elevaron una petición al arzobispo para que este sacerdote permaneciera en la parroquia pero ya no solamente como interino, sino elevado a la posición de cura párroco (3). Pero Rubio y Salinas desestimó la petición y decidió que el bachiller don Lorenzo Díaz del Costero se convirtiera en cura propietario, el primero de la parroquia de san Jerónimo Aculco. Arroyo, por su parte, se retiró de Aculco el 9 de marzo de 1761. Moriría muchos años después, hacia 1796 (4).

La presencia de menos de dos años del bachiller Nicolás María de Arroyo en nuestro pueblo habría quizá quedado en el olvido de no ser por un hecho afortunado y muy especial: fue él quien donó a la parroquia el hermosísimo cuadro de la Última Cena (o "el apostolado", como se le llamaba antes) pintado por Miguel Cabrera, que adorna desde entonces su sacristía. Una leyenda inscrita en la parte media baja de esta obra da fe precisamente que fue pintada a devoción del sacerdote. Así fue que el padre Arroyo logró escapar del olvido de los siglos y hoy, más de 260 después, recordamos todavía su generosidad, gracias a la cual Aculco obtuvo el mayor de sus tesoros artísticos.

 

FUENTES:

1. Decreto de erección de la parroquia de Aculco, periódico Aculco, septiembre de 1959, p. 2

2. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “La geografía eclesiástica del arzobispado de México, 1749-1765”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Francisco Javier Cervantes Bello (coordinación), La iglesia y sus territorios, siglos XVI-XVIII, México, UNAm, 2020, p. 279-314.

3. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “Los curas en el Arzobispado de México, 1749-1765”, en Felipe Castro Gutiérrez e Isabel M. Povea Moreno (coordinación), Los oficios en las sociedades indianas, México, UNAM, 2020, p. 348.

4. AGN, Indiferente Virreinal, caja 4842, exp. 60.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Demonios en la parroquia

"Un demonio -escribe uno de los más conocidos exorcistas de nuestros tiempos, el sacerdote español José Antonio Fortea- es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia, sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual". Siendo su naturaleza espiritual, ¿por qué se les suele representar de formas monstruosas? El propio Fortea lo explica así: "El demonio aparece en las pinturas y esculturas deforme, es muy adecuado ese modo de representarlo, pues es un espíritu angélico deformado. Sigue siendo ángel, es solo su inteligencia y su voluntad lo que se ha deformado, nada más. En lo demás sigue siendo tan ángel como cuando fue creado". Más allá de estas representaciones artísticas, ¿los demonios serían capaces de mostrarse en el mundo material de acuerdo con la doctrina católica? Sin duda, añade Fortea: "Dios sólo les permite aparecerse como sombras que se mueven, como engendros monstruosos, como hombres pequeños de color muy negro". (1)

En la parroquia de San Jerónimo Aculco existieron varias representaciones de demonios, algunas que se perdieron por el paso del tiempo y otras que desaparecieron por la excesiva diligencia de párrocos que, en tiempos modernos, vieron con desagrado esas imágenes quizá no sólo por grotescas, sino por considerar -alejándose de la doctrina de la Iglesia- que los demonios no son seres reales, sino "personificaciones míticas y funcionales cuyo único significado es el de subrayar dramáticamente el influjo del mal y del pecado sobre la humanidad". (2) Hoy en día sólo queda a la vista de los visitantes una imagen demoniaca, pero en la sacristía del templo subsisten por lo menos otras seis representaciones pictóricas de ángeles caídos.

La primera de estas imágenes, la que está a la vista de todos, es la que aparece en el cuadro de Nuestra Señora de la Luz, del que ya he hablado antes en este blog. Esta advocación mariana de origen siciliano -que tuvo una gran difusión de mano de los jesuitas- muestra un ser monstruoso al que se suele referir como "dragón" o "boca del Infierno". La Virgen María, que toma con su mano a un joven que figura un alma, impide con su gesto que ésta se precipite al fuego eterno. Esta representación infernal provocó algunas molestias a las autoridades eclesiásticas, que vieron en ella una posible malinterpretación: que los fieles creyeran que la Virgen era capaz de sacar las almas del Infierno, cuando lo único posible para ella sería evitar que entraran a él. En la Nueva España, donde la advocación de Nuestra Señora de la Luz alcanzó una gran difusión, las discusiones en torno a la imagen llegaron hasta las sesiones el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, celebrado en 1771, en donde se le llegó a calificar de "herética" y "negocio de jesuitas". Al final, la resolución del Concilio no llegó al extremo de prohibir esta devoción -como pedían los teólogos más radicales- sino que simplemente ordenó borrar “con prudencia y sin escandalo el dragón, y el cestillo o chiquihuite de corazones”. (3)

Con todo, La imagen aculquense conservó lo mismo el "chiquihuite de corazones" que el "dragón". Éste aparece con un rostro humano deformado por el odio, la tez oscurísima, los ojos inyectad0os de sangre muy abiertos y sus fauces mostrando los colmillos entre los que se ve el fuego del Infierno. Unos cuernos de pequeño tamaño adornan su cabeza.

La segunda representación demoniaca que veremos aquí se encuentra en un óleo de la Purísima Concepción que se halla en la sacristía de la parroquia. Es una obra de carácter popular fines del siglo XVIII o principios del XIX. Como es habitual en esta advocación, la Virgen María aparece posada en un orbe que representa el mundo, pisando a la antigua serpiente: bestia que es imagen de Satanás en el Génesis y el Apocalipsis, primer y último libro de la Biblia, respectivamente. "El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás, fue expulsado; el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él". En la iconografía de esta advocación, María es identificada con la "mujer del Apocalipsis": "Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza".(4) Se le añaden también otros rasgos provenientes de otros textos, como el Génesis ("Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón") (5) y la Letanía Lauretana (el ciprés, la torre de David y el templo del Espítu Santo) (5)

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En al pintura, la serpiente se ve en una postura poco natural -corta, rígidamente curvada sobre el orbe y la cabeza vuelta arriba- seguramente por la impericia del pintor. No hay ningún realismo en ella: la cabeza parece más la de un monstruo o un dragón mítico que sin girar el rostro vuelve el ojo al espectador, las fauces muestran abundantes dientes que no corresponden a un ofidio y la lengua, en lugar de ser bífida, tiene forma de flecha, lo mismo que su cola.

Las otras cuatro representaciones de diablos que existen en la parroquia de Aculco proceden de un solo cuadro: la imagen del "Alma en gracia" que antiguamente se hallaba colocada sobre el cancel de ingreso al templo y hoy se guarda en su sacristía. Este es un óleo de 1.85 x 1.40 m., presuntamente ejecutado por el pintor José Jacob (personalmente nunca he visto su firma), que hace pareja con el de un alma condenada, obras a las que ya me he referido antes en este blog por lo curiosos de su iconografía y los interesantes versos escritos en ellos. El alma en gracia aparece como mujer vestida con una túnica blanca, con el Espíritu Santo responsando en su corazón. A la derecha, un ángel coloca su mano izquierda en el hombro de la mujer mientras señala a lo alto con la diestra. Cuatro figuras demoníacas se despliegan en el lado izquierdo del lienzo.

La primera de las figuras de demonios -mirándolas de arriba hacia abajo- es poco visible en la foto que poseo y por eso evitaré describirla, aunque no es difícil advertir que se le pintó en figura de bestia y con la cola en forma de flecha. El segundo demonio es una serpiente con alas parecidas a las del murciélago, con cola también en flecha y ganchudo pico de ave. Debajo de ella, el tercer demonio es una figura igualmente monstruosa pero más semejante a un mamífero que a un reptil. Su rostro es semejante al de un perro, las alas son las de un ave y sus garras semejan las de un felino. La cola termina también en flecha. El tercer demonio es el más singular de todos. Su color es oscuro, como todos, su figura humanoide, andrógina (tiene pechos de mujer). Tiene un par de alas de murciélago, una larga y sinuosa cola y unas patas de gallo, incluyendo los espolones. Parece apartarse derrotado de la escena, hacia la cual vuelve la vista: lleva en la mano izquierda un báculo y en la derecha un papel que quizá representa la lista de pecados del alma, que no han sido suficientes para condenarla. Los versos a su lado aclaran su postura: "Huye el Demonio en nube tenebrosa / desterrando a sus vicios con presteza".

Posiblemente hay por ahí otras imágenes de demonios en la parroquia que ahora no recuerdo. Con un poco de cuidado al observar, quizá alguno de los lectores de este blog pueda encontrarlos.

 

NOTAS

(1) José Antonio Fortea, Summa daemoniaca, Editorial Dos Latidos, Tomo I, pp. 16, 19, 53.

(2) Ecclesia II (1975) 1057 (13) – 1065 (21).

(3) Cristina Ratto, "Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano", H-ART. No. 3. Julio-Diciembre de 2018, p.25.

(4) Apocalipsis, 12.

(5) Génesis 3:15.

viernes, 27 de noviembre de 2020

La imagen de la Purísima Concepción, su historia y su autor

Entre las esculturas de santos más hermosas de la parroquia de Aculco está una imagen de la Virgen colocada en el primer altar lateral del lado izquierdo del templo (el que al hablar propiamente de estos temas se llama el lado del Evangelio). Se trata de una imagen "de vestir" del último cuarto del siglo XIX y, no siendo su atuendo ni antiguo ni interesante, normalmente pasa desapercibida para quien visita el lugar. Sin embargo, con detenerse un momento ante ella se aprecia a través los cristales el cuidado y la belleza con que fueron labrados su rostro y sus manos.

Esta imagen fue en su momento muy venerada por los aculquenses. Aunque su advocación -la Purísima Concepción- tiene profundas raíces en la iconografía católica (de hecho en la propia parroquia de Aculco hay dos representaciones anteriores), su reconocimiento como dogma data apenas de 1854, convirtiéndose entonces en símbolo de la oposición de la Iglesia al materialismo del siglo XIX. Por ello, el que los aculquenses decidieran en 1874 encargar una nueva imagen de la Purísima Concepción respondió muy probablemente a un sentimiento de oposición al gobierno liberal y de resistencia a la aplicación rígida de las Leyes de Reforma que llevaba a cabo el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

Hoy quiero mostrarles una carta dirigida al diario La Voz de México por don José María Sánchez, publicada el 13 de abril de 1875. En ella se relatan el origen de la escultura y los festejos que se llevaron a cabo al colocarla en su altar, que por cierto sigue siendo el mismo de entonces, pues por fortuna no se ha movido a la imagen de su sitio como sucedió con muchas otras. Esta carta refuerza mi idea de que, a la par de motivos simplemente religiosos, había también una intención de los aculquenses por ostentar su catolicismo ante el Estado jacobino y la "situación azarosa" que éste había creado:

Señores redactores de la Voz de México- Muy señores míos y de mi aprecio.

He de agradecer a ustedes se sirvan dar cabida en las columnas de su apreciable periódico a las siguientes lineas. El señor cura de este lugar y el que suscribe, tenemos la honra de participar a ustedes que el día 8 del próximo pasado diciembre, tuvo lugar la colocación en el altar del sagrario de esta parroquia de la imagen de la Purísima Concepción, Madre tiernísima de todos los católicos, hecha por el hábil escultor don Diego Almaraz residente en Querétaro.

La imagen tiene dos varas de alto, su vestido es de raso blanco, magníficamente bordado con hilo de oro, su manto es azul claro, igualmente adornado, sus manos y cuello están adornados con piezas de oro y perlas finas, su aureola tiene doce estrellas blancas, su corona es una magnífica imitación de azahares.

El día 7 del dicho diciembre por la tarde, fue adornado el templo hasta donde fue posible, se iluminó con quinientas luces de todos tamaños, se colocó la imagen en un dosel en el presbiterio, la bendijo el señor cura, se cantaron unas solemnes vísperas y, terminadas, comenzaron los repiques a todo vuelo, las iluminaciones en la fachada del templo y de las casas, se quemó un número grandísimo de cohetes. El día siguiente a las ocho de la mañana se expuso el Santísimo y se cantó una misa solemne en la que predicó un magnífico sermón el señor cura; siendo de advertir, que tanto la víspera como el día, en todos los actos, estuvo lleno el templo, en la hora de la misa se repartió la Sagrada Comunión a multitud de personas. Se veía un entusiasmo general de piedad en todos los semblantes de las personas de esta población.

En fin, señores redactores, fue un día de gloria para todos los vecinos de Aculco, sin embargo de la situación azarosa de que nos hayamos circundados los que tenemos la honra de pertenecer al catolicismo. El bordado del vestido ya dicho fue encomendado por el señor cura a la maestra de niñas de este lugar quien lo desempeñó con todo el esmero que fue posible bordándolo ella y las niñas, quienes todo lo hicieron gratis.

Al tener noticia el Ilustre Ayuntamiento de esta obra, dispuso mandarla al jefe político de Jilotepec, a donde pertenece esta municipalidad, dicho jefe mandó que dos señoras de aquella villa, inteligentes en la materia, examinaran el bordado, y habiéndolo ejecutado, dijeron en su dictado que no sólo era bueno, sino excelente.

Me anticipo señores redactores a dar a ustedes las más expresivas gracias como su más adicto y seguro servidor que atento besas sus manos - José María I. Sánchez.

Vale la comentar que el autor de la imagen de la Purísima, Diego Almaraz y Guillén, fue un escultor queretano reconocido que dejó una vasta obra. Alumno de los afamados escultores Mariano Arce y Mariano Perusquía, discípulos a su vez de Manuel Tolsá, Almaraz labró -entre otras piezas- la estatua del marqués de la Villa del Villar del Águila que preside la Plaza de Armas de Querétaro, la estatua de Cristóbal Colón en la misma ciudad, y la bellísima imagen de la Purísima Concepción que se venera en el templo de San Francisco de Celaya.

Decía antes que la imagen sigue en el sitio en que se colocó en 1874, el altar del sagrario. La identificación de este retablo de estilo neoclásico con la función de resguardar las hostias consagradas es evidente por dos de sus rasgos: El primero es el relieve del Cordero de Dios que aparece en la predela y que representa a Jesús como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, y por tanto a la Eucaristía. El segundo rasgo es la huella que dejó el tabernáculo en la mesa del altar y las molduras de su primer cuerpo, que indican que existió, aunque ya no lo tenga.

Por supuesto, todos los adornos de oro y perlas, así como las vestimentas bordadas de la Purísima Concepción se han perdido. Las ropas que viste actualmente no son ni de buen gusto, ni de buena calidad. ¿Qué habrá sido de aquellas otras con "excelentes" bordados en hilo de oro hechos por las niñas aculquenses de hace casi 150 años?, ¿estarán por ahí, pudriéndose en un rincón, o serán ya polvo?

viernes, 15 de mayo de 2020

"Archivo de Aculco"

En la actual notaria parroquial de Aculco -un espacio que antiguamente fue usado como bautisterio- existe un armario de madera que data probablemente de principios del siglo XIX con un letrero pintado en sendas filacterias en sus puertas: "Archivo de Aculco". En él se guardaban naturalmente los libros sacramentales del templo, en que se registraban bautizos, matrimonios, defunciones, etcétera. Los más viejos entre ellos datan de 1606 y están escritos aún en lengua otomí. También servía para resguardar documentos de otro tipo: información matrimonial, los libros "de fábrica" y "de providencia" del templo, inventarios, bandos, cédulas, etcétera.

La verdad es que el armario no parece tan grande como uno imaginaría para resguardar el archivo de un templo con casi 500 años de existencia... lo más probable es que muchos de los documentos hayan sido destruidos o se perdieron a lo largo de los siglos. El mueble debe tener unos dos metros de altura, un metro de ancho y menos de medio metro de fondo. Lo cierran dos grandes puertas que ocupan todo su frente y son muy sencillas, con molduras pequeñas en la parte interior de sus largueros y peinazos. Los costados tienen igual ornamentación. La tosca cerradura de hierro forjado certifica su antigüedad. En la parte superior el armario hay una moldura corrida y sobre ella quizá lo más interesante: un copete de inspiración barroca semejante a una guardamalleta invertida. A sus lados, un par de pináculos torneados completan la composición. El acabado del mueble es barnizado, con el color natural de la madera ligeramente oscurecido por la edad.

Por cierto, en la década de 1960 la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (los mormones) microfilmaron los libros sacramentales de cientos de parroquias de nuestro país, entre ellas los de Aculco. Una copia la llevaron a su sede en Salt Lake City, Utah, Estados Unidos, y actualmente se puede consultar en línea en el sitio www.familysearch.org, mientras que otra copia está depositada en el Archivo General de la Nación de la Ciudad de México.