domingo, 25 de mayo de 2014

Santa María Nativitas: algo de historia y una crítica a la restauración de su capilla

En cinco ocasiones distintas, por lo menos, he escrito en este blog acerca de la capilla de Santa María Nativitas, que como todos ustedes saben se ubica a unos cuantos kilómetros al oriente de la cabecera municipal de Aculco. En esos textos me referí a la importancia de su cruz atrial, que data de 1678, la curiosa situación de su antigua plaza, a espaldas del templo y cómo esta misma plaza por una absurda decisión fue transformada en cancha deportiva, así como a la singularidad de la imagen de la Virgen en su fachada, que aparece pisando una serpiente de cascabel, reptil de origen americano.

Esta vez me referiré a los trabajos que se están realizando en ese templo y que tuve oportunidad de fotografiar al final de la pasada Semana Santa, pero antes de entrar en materia, vale la pena hablar un poco sobre la historia de este pueblo.

Viejas leyendas ligan con la fundación de Aculco a Santa María Nativitas (que recibía antiguamente también el nombre de Santa María Ximiní (probablemente del otomí xi'mini, cardón espinudo, o xaminí, un tipo de maguey). Un documento del Archivo Histórico Municipal fechado el 20 de octubre de 1923, afirma:

Por la tradición se sabe que el pueblo fue fundado por doce españoles que llegaron a lo que hoy es pueblo de Nativitas en donde pensaban fundar el pueblo de Aculco; pero que en vista de que carecían de agua se mostraban indecisos, y al ver una mañana que en punto de este lugar se levantaba una bruma, supusieron que debía existir agua, dirigiéndose en seguida al punto que les había llamado la atención encontraron un pantano. Que pretendieron fundarlo al lado norte del río; pero que, temiendo las inundaciones se decidieron por el lugar que hoy ocupa, habiendo encontrado bastante agua.

En efecto, crónicas mucho más antiguas parecen establecer una relación particular entre este poblado (al que se consideraba a principios del siglo XVIII barrio y no pueblo) y la cabecera. Incluso se le reconocía un origen simultáneo al de Aculco en la etapa de las congregaciones y la evangelización, como se puede entrever en el Expediente de composición de Tierras de Aculco, de 1712, que en copia de 1783 se conserva también en el Archivo Histórico Municipal:

No tenemos instrumento alguno más que la fundación de su asiento como pueblo formal donde fueron congregados muchos pueblos, o la cantidad de naturales de ellos para la educación de la Ley Evangélica en lo primitivo; por cuya razón este dicho pueblo con el barrio de Santa María, mediante el repartimiento que se les hizo de tierras por entonces, para sus labranzas y habitaciones, entrando las seiscientas varas que se asignan a los pueblos, tienen de longitud, como un [...] sitio de ganado menor y dos caballerías de tierra, sin tener demasías algunas.

En ese mismo documento se indica que Santa María Nativitas fue amparado en la posesión de sus tierras en tiempos del virrey marqués de Cerralvo (1624-1635) y que hacia la primera mitad del siglo XVII el "provisor de los naturales" don Manuel Bravo de Sobremonte mandó que sus vecinos reedificaran su iglesia y que ninguna persona se los impidiera. En la "vista de ojos" (es decir, una inspección presencial) llevada a cabo en 1712, la autoridad de la provincia de Jilotepec dio fe de sus condiciones por aquellos años:

... salí de este pueblo [de Aculco] el siete del corriente para efecto de reconocer este pueblo, con el barrio de Santa María, en compañía del Gobernador, Alcaldes y demás oficiales de República de este pueblo, Gerónimo de Medina intérprete, los testigos de asistencia y otras muchas personas, como a las siete de la mañana; y se fue reconociendo el pueblo todo bajando para dicho barrio que dista como media legua, y se llegó a él, donde hay como veinte ranchos de indios, y algunas milpas sembradas de maíz; y se reconoció lindar por el sur con tierras de una principala, por el norte con sitio de los mismos indios...

Sobre su capilla, existe evidencia material y documental de por lo menos cuatro etapas constructivas: el templo original, que debió datar del siglo XVI, su reedificación en la primera mitad del siglo siguiente, la construcción de su cruz atrial, que lleva labrado el año de 1678 y la renovación neoclásica que le dio su aspecto actual en 1850, fecha que aparece en una lápida de la base de la torre.

En 1877, en el contexto de la agitación indígena en todo el Distrito de Jilotepec por la reivindicación de las tierras comunales (privatizadas en 1856) y bajo la influencia socialista de organizaciones como la Sociedad de los Pueblos Unidos y el Congreso Indígena, fue sorprendida una reunión de indígenas en la sacristía de la capilla de Santa María Nativitas. Tanto miedo causó, que el Ayuntamiento de Aculco llamó enseguida a los vecinos a la "defensa de la población en la sublevación que infundadamente están proyectando los indígenas". Lamentablemente esa histórica sacristía fue demolida en la década de 1980 ó 1990.

Después de esta introducción histórica, vayamos al punto: el pasado 14 de abril observé que la capilla de Santa María Nativitas estaba pasando por un proceso de aparente restauración. El día 19 acudí a informarme y tomar algunas fotografías, pero por estar cerrada la reja de entrada al atrio sólo pude tomar algunas desde el exterior y no hubo nadie que me pudiera dar algún dato sobre las obras y quién las realizaba.

A primera vista, la restauración parece marchar por buen camino: se han eliminado agregados impropios, como un megáfono, una lámpara y el medidor eléctrico. La cúpula ha sido limpiada y en lugar de pintura roja luce su enladrillado original. Casi toda la capilla ha recuperado ya su acabado en color rosa salmón (sobre una base blanca) y por su textura parece tratarse de pintura a la cal, como corresponde a un edificio histórico de sus características. En suma: me pareció que la capilla de Santa María Nativitas estaba recuperando su belleza.

Sin embargo, al observar las fotografías a detalle, pero sobre todo al compararlas con otras tomadas en 2009 y antes, empecé a dudar de algunos de los criterios adoptados por los responsables de la obra. Al terminar mi revisión, concluí que son básicamente cuatro los puntos que considero cuestionables en esta restauración:

LA RESTITUCIÓN DE FALTANTES: En su estado anterior, la capilla tenía rupturas en las cornisas, molduras y otros elementos funcionales y ornamentales tanto de piedra como de argamasa. Se aplicó en buena parte de ellos el criterio de restituir estas partes perdidas pero con criterios diversos y creo que no siempre justificados. Por ejemplo, para las cornisas de piedra del remate quizá habría sido mejor aplicar una mezcla de resina y polvo de cantera que les permitiera conservar la apariencia de la piedra; en cambio, se les aplicó alguna clase de cemento y seguramente se les uniformará con pintura. En cambio, un aparente faltante en la parte inferior del nicho (que quizá no era tal, sino evidencia de un trabajo inconcluso) sí fue solucionado con cantera, por cierto deficientemente colocada, mientras las piedras vecinas aparecen malamente resanadas.

LA PINTURA SOBRE LA CANTERÍA: Algo sabido entre los especialistas en arquitectura y restauración es que en la mayoría de los casos los edificios históricos de piedra, incluso aquellos labrados con la mejor calidad, recibían una capa pictórica (a veces un simple encalado) que servía a la vez de protección y muchas veces para darle una policromía que ciertamente choca a veces con nuestro gusto estético actual. Pocos se entusiasmarían hoy imaginando una catedral gótica pintada de rojo y azul o un templo griego en naranja, pero se sabe que edificios así recibieron en su origen esos colores. Así, la aplicación de pintura sobre los elementos arquitectónicos de piedra en la capilla de Santa María Nativitas que tienen evidencia de haberla tenido no es de ninguna manera cuestionable por sí misma. Pero sí lo es la aplicación de criterios distintos. Por ejemplo, tómese la cantería de la torre, que ocupa los pilares de los ángulos, las cornisas, capiteles y arcos. Ahora, nótese que en todos ellos existe evidencia de haber estado cubiertos de pintura. Ahora bien: ¿qué determinó que sólo las basas, capiteles y cornisas conservaran la piedra aparente? ¿Por qué mientras las cornisas del primer cuerpo muestran su piedra en las otras -particularmente en los dentículos- se aplicó una policromía azul? ¿Por qué se dejó libre de pintura la piedra fechada en 1850 de la fachada, simplemente por la fecha aunque tuviera evidencias de pintura como el resto?

LA POLICROMÍA: Si bien, como mencioné arriba, el restaurador mostró cierto interés en recuperar la policromía de la capilla más allá del rosa y el blanco en algunos de sus elementos, no es claro el criterio aplicado. Los dentículos de los dos últimos cuerpos de la torre y el cupulín se han pintado en azul, color que ciertamente aparecía en algunos de ellos pero no de manera uniforme. En cambio, elementos como las guirnaldas de las fachadas que evidenciaban haber estado pintadas en diversos colores (amarillo, rosa, azul) se uniformaron en rosa. La prolicromía en la imagen de la Virgen en el nicho parece haber sido eliminada, aunque quedaban rastros suficientes como para recuperarla. Por fortuna, el fondo del nicho, decorado con adornos vegetales, aparenta no haber sido tocada.

LA FALTA DE ATENCIÓN A ELEMENTOS ESTRUCTURALES O FUNCIONALES CON DAÑO: Antes de emprender la restitución de elementos ornamentales faltantes y de su pintura, debieron atenderse por lo menos dos de los problemas que presenta esta capilla: el primero de ellos, las rupturas en las gárgolas que desaguan su bóveda y que producen escurrimientos que dañan y ensucian sus fachadas; el segundo, la falla estructural en la pilastra suroeste del tercer cuerpo de la torre, que provocó en tiempos anteriores que se cegaran los vanos del mismo para evitar su colapso, pero que aumentó la carga sobre los cuerpos inferiores. De hecho, la torre entera está inclinada en esa dirección.

Así, he llegado a concluir que esta obra, más que la verdadera restauración que merece, es una simple "mano de gato" que le dará un buen aspecto a la vista, pero que ha dejado de lado la oportunidad de recuperar la apariencia original de la capilla de Santa María Nativitas. Esta crítica es, por supuesto, fruto únicamente de la observación de una obra todavía sin concluir y quizá los responsables de estos trabajos puedan disipar mis dudas y cambiar mi opinión. Es, naturalmente, lo que desearía.

domingo, 18 de mayo de 2014

La remodelación del Teatro Municipal

Entre los temas que dejé de comentar durante mi ausencia de este blog está la remodelación del Teatro Municipal, llevada a cabo en 2012, a fines de la administración encabezada por el presidente municipal Marcos Sosa Alcántara.

Este inmueble forma parte del conjunto de la actual Casa de la Cultura -la antigua escuela Venustiano Carranza edificada en 1947- y en su origen fue concebido para cumplir al mismo tiempo una doble función: auditorio de la propia institución educativa y teatro-cine para el público en general. Adosado al costado oriente de la escuela, su fachada principal mira a la calle del Pípila, una vía secundaria pero con gran valor patrimonial, especialmente en ese tramo. Su autor fue el ingeniero Armodio de Valle Arizpe, hermano del famoso cronista de la ciudad de México, Artemio de Valle Arizpe, y constructor de numerosas obras públicas en el Estado de México, como el Monumento a la Bandera en la ciudad de Toluca. Aunque aquel monumento lo construyó en 1941 en un sobrio estilo Art Déco, para el edificio aculquense eligió sabiamente un estilo neocolonial con reminiscencias barrocas y materiales propios de la arquitectura tradicional del lugar, como la piedra blanca y la cantera rosa.

El teatro naturalmente sobresalía por su altura respecto de los inmuebles vecinos, todos de una sola planta, y por encima de la propia escuela. El ingeniero De Valle Arizpe, antes que intentar disimular su elevación, la hizo resaltar aún más con una bella cornisa de piedra blanca con perfil mixtilíneo que corona su azotea por los cuatro costados. Por el contrario, su fachada se ejecutó con gran simplicidad y, más allá de los resaltes de los tres arcos que enmarcaban el acceso principal y dos ventanas a sus lados, no mostraba ornamentación alguna. Algo raro si se compara con la fachada de la escuela, con ventanas enmarcadas en cantera blanca y un gran acceso de cantera rosa que evoca las formas del siglo XVIII. Personalmente, siempre me pareció que había algo de inconcluso en ella, como si los recursos destinados a su construcción se hubieran agotado antes de poder darle un acabado más digno.

Su interior, más que simple, resultaba pobre: la entrada enrejada daba acceso a un pequeño vestíbulo al que se abrían dos puertas por las que se entraba al salón principal, que en suave declive llegaba hasta el proscenio; más allá de alguna molduración en los canecillos simulados en las vigas de concreto, el sitio carecía de toda ornamentación.

La remodelación efectuada en 2012 incluyó tanto el exterior como el interior del teatro. En su fachada principal, los resaltes de concreto fueron sustituidos por otros de cantera laminada que siguen el mismo trazo que tuvieron aquellos: tres arcos rebajados apoyados en pilastras-jambas sobre un pedestal ligeramente más ancho y moldurado. Por encima del acceso principal se colocó un escudo municipal también de cantera, orlado con la leyenda "TEATRO MUNICIPAL H. AYUNTAMIENTO 2009-2012". A sus lados, sobre la clave de los arcos que cobijan las ventanas, se colocaron sendos faroles de agradable factura. La reja del acceso principal también fue renovada, agregándole mayor ornamentación y, principalmente, un gran escudo nacional de lámina calada al centro de la composición.

En el vestíbulo, los accesos al salón fueron enmarcados también con cantera laminada, lo mismo que la entrada a los baños. Se les colocaron puertas de madera entablerada y labrados con formas florales. Una placa de cantera con el escudo municipal y el logotipo del CONACULTA conmemora aquí mismo la "rehabilitación" del teatro en octubre de 2012.

Al interior del salón principal, los páneles de madera de los muros, antes cubiertos de pintura blanca, fueron retocados y se les dio color de madera oscura. Se colocó nueva iluminación con lámparas colgantes y se colocaron balaustres de madera a las escaleras que acceden al proscenio. El arco de éste fue forrado también en madera. Se conservaron las viejas butacas de la década de 1940. El piso fue cambiado por losetas de cerámica comercial.

Probablemente se debió estudiar más la intervención en un inmueble como éste, obra de uno de los constructores más importantes del Estado de México a lo largo de cuatro décadas. Sin embargo, desde el punto de vista estético el resultado es muy agradable gracias al color de la cantera, su colocación cuidadosa y el reemplazo de elementos sin gran valor -barandillas, pisos, lámparas, puertas- por otros más acordes con la arquitectura neocolonial del edificio. La nueva reja, cuyo escudo nacional me parece evoca los viejos teatros de pueblo construidos durante el Porfiriato, en años cercanos al centenario de la Independencia, es también una curiosa muestra de arte popular, naïf, realizada con herramientas industriales, que a mí en lo personal me gusta. Sin duda, el nuevo aspecto del Teatro Municipal de Aculco es un acierto.

sábado, 10 de mayo de 2014

Un fallido Monumento a la Madre

A mediados del año de 1945, por iniciativa de don Mateo Espinosa -hermano de don Ignacio, el accionista del ingenio de San Cristóbal que se convertiría en epónimo de la cabecera municipal- se realizó una solemne ceremonia de colocación de la primera piedra de lo que habría de ser un Monumento a la Madre. El proyecto y estudio le habían costado, según palabras del propio don Mateo, entre 300 y 500 pesos, y los había realizado "el arquitecto Contreras". Quizá se refería Carlos Contreras, afamado urbanista que ya para esos años se había retirado del servicio público -en que se desempeñó brillantemente- y ejercía de forma privada.

La celebración del Día de las Madres había iniciado en nuestro país el 10 de mayo de 1921, por iniciativa del director del periódico Excélsior, Rafael Alducin, y tuvo una gran aceptación que se fue extendiendo paulatinamente desde la ciudad de México hacia todo el país. Años después, en 1944, bajo el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, se decidió construir un Monumento a la Madre en la capital de la República, que sería inaugurado el 10 de mayo de 1949 por su sucesor, el presidente Miguel Alemán. Naturalmente, la iniciativa se replicó en muchas de las ciudades de México en aquella década y las siguientes; en el caso particular de Aculco, parece haber sido uno de los primeros esfuerzos, sobre todo tratándose de un municipio pequeño, por contar con un monumento de esta índole.

El punto escogido para el monumento se ubicaba en lado sur del atrio de la parroquia. Mas no a todos parecía aquél el mejor sitio para levantarlo. Ya en junio de ese mismo año don Napoleón Lara escribió a don Mateo Espinosa para comentarle el costado oriente de la Plaza de la Constitución podría ser un lugar más adecuado. Opinaba que no era conveniente edificar el monumento en lo que todavía entonces era un cementerio, entre lápidas, cruces y construcciones funerarias de todo tipo. La opinión del párroco Pbro. Emilio Reyes era la misma.

Con todo, don Mateo no cambió de opinión. Argumentó que, habiendo consultado con el arquitecto Contreras, creía mejor fincar en el atrio por haberse efectuado allí la ceremonia de colocación de la primera piedra y por ser un lugar donde podía tenérsele mayor respeto, veneración y cuidado a la construcción. Decía además que en la vía pública no faltarían “... irreverencias, muchachos traviesos y gentes sin escrúpulos y sin cultura que, saliéndose de los límites de la moral y del orden no guardarán el culto que merece una obra que debe considerarse como muy sagrada”. Proponía que en el lugar de la Plaza de la Constitución señalado por don Napoleón se levantara un monumento de carácter oficial, pues el sitio era más conveniente para esto.

Decidida así la realización del proyecto en el emplazamiento original, se convocó a un concurso público para seleccionar las palabras dedicadas a la Madre que habrían de grabarse en el monumento. Los premios ofrecidos eran, además del natural orgullo por haber propuesto la mejor frase, 50 pesos para el primer lugar y 20 para el segundo. Una carta anexa a la convocatoria, que fue enviada a todos los aculquenses residentes fuera del municipio, decía así:

México D.F. a 5 de Julio de 1945

Sr. N.

Apreciable conterráneo:

Habiéndose principiado a construir el monumento que se erigirá a la MADRE en el atrio de la Parroquia de nuestro querido Aculco, se ha convocado a los hijos de dicho pueblo existentes allí y a los radicados fuera, para que participen en el Concurso de la frase o pensamiento que deberá inscribirse en el pedestal de la estatua, grabado en bajo relieve y suscrito con el nombre de la persona que emita la mejor idea según el fallo del Jurado a que la misma convocatoria se refiere; me permito dirigirme a usted conociendo de antemano los dotes intelectuales, facilidad de palabras que posee, etc., invitándolo muy atentamente a tomar parte en este concurso, sujeto a las bases relativas a la convocatoria adjunta, esperando que gustoso acepte usted por tratarse de un motivo sublime sobre todos los demás. Por lo tanto, espero que con la debida anticipación remita usted su pensamiento a la siguiente dirección:

Sr. Pbro. Emilio Reyes M.

Aculco, Méx.

A fin de que sea recibida a tiempo de concursar antes de cerradas las inscripciones el día 31 de este mes de julio.

Doy a usted cumplidas gracias y me repito con respeto muy humilde servidor.

Mateo Espinosa.

Las obras comenzaron y para ello fue traída una buena cantidad de sillares antiguos de cantera naranja del molino de la hacienda de Arroyozarco. Se construyó con ellos una especie de podio o pedestal y por encima el desplante del monumento que, por lo poco que puede apreciarse en las escasas fotografías que quedaron de él, parece haber tenido planta triangular. Sin embargo, por razones que desconozco, el monumento no llegó a concluirse y sus sillares estuvieron abandonados en el atrio por casi una década. Luego, hacia 1955, fueron llevados a la Plaza de Toros Garrido-Varela, cuando se llevó a cabo la construcción del lienzo charro anexo a ella. Allí se les utilizó para levantar la barda que separaba la corraleta del partidero, y continúan en aquel lugar, aunque por la construcción de una segunda corraleta en 1985 ya no son visibles desde las tribunas. Los cimientos del Monumento a la Madre acabaron de desaparecer cuando los padres agustinos convirtieron el antiguo cementerio del atrio en jardín, hacia 1959.

domingo, 4 de mayo de 2014

Como era y donde estaba: restaurar el kiosco

En el campo de la restauración arquitectónica existen filosofías muy distintas sobre el alcance que debe tener una obra con ese carácter. No es éste un espacio para profundizar en dichas ideas, pero en términos muy generales diremos que existen dos tendencias principales: la primera, entiende la restauración como la conservación del edificio con la mínima intervención posible, respetando la huella que el tiempo ha dejado en él, evitando incluso la reposición de los elementos que se hayan perdido; cuando la reposición es inevitable por razones estructurales, estéticas o funcionales, se hace dejando siempre en claro que se trata de una incorporación que no era parte de la obra original (llegando a utilizar formas y materiales actuales). La segunda tendencia, en el extremo opuesto, a la que podríamos llamar historicista, y consiste en recuperar las formas de un edificio aunque estas se hayan perdido tiempo atrás, procurando con ello una "lectura" integral del inmueble.

Por supuesto, los defensores de ambas filosofías atacan frecuentemente a la opuesta: los primeros son criticados como "fetichistas de las piedras" o "amantes de la ruina"; los segundos, de "creadores de obras de fantasía". Para mí, la restauración arquitectónica debe quedar a una justa distancia entre ambas y es con gran frecuencia el propio edificio quien calladamente indica de qué manera debe emprenderse su preservación y rehabilitación.

"Com'era e dov'era" -"como estaba y donde estaba", en italiano- es una frase comúnmente aplicada a las restauraciones (o, si el edificio se ha perdido por completo, francas reconstrucciones) historicistas y se remonta a la reedificación del campanario de la basílica de San Marcos de Venecia que se derrumbó en 1912. Los funcionarios que decidieron su reedificación quisieron que ésta se realizara en el mismo sitio donde se había levantado el viejo campanile y que reprodujera exactamente su aspecto original. Esta idea, en realidad, se aplica con mucha frecuencia en las restauraciones aunque normalmente en detalles de poco calado: reconstruir una balaustrada, un pilar, una cornisa, una ventana, de la que se conocen todas características. A gran escala sucede pocas veces en la actualidad. Es el caso de algunos edificios alemanes destruidos durante la Segunda Guerra Mundial y del teatro La Fenice, también en Venecia, consumido por el fuego en 1996, reconstruido y abierto nuevamente al público en 2003.

Uno de los edificios de Aculco que necesita urgentemente una restauración y al que me parece sería válido aplicarle el "com'era e dov'era" es el kiosco de la Plaza de la Constitución, cuya historia ya hemos tratado antes aquí. De la construcción original de 1889 se conserva sólo el pedestal de cantera rosa, con muchas de sus piedras corroídas ya por la humedad procedente de los jardines aledaños y del propio subsuelo, ya que bajo él existe un pozo. De todas ellas se conocen exactamente sus formas y ornamentación, y tienen además función estructural, por lo que quizá deberían ser reemplazadas por piedras sanas, salvo las que contienen alguna inscripción. Sin embargo, lo que supondría un reto mucho más ambicioso sería la recuperación del aspecto original del antiguo templete, desaparecido en la década de 1950 ó 60, del que no se conserva más que un puñado de fotografías pero suficientemente detalladas como para considerar que esto es posible.

Aquí reproducimos una de las mejores y más antiguas fotografías del kiosco original. Fue tomada entre 1901 y 1903. Aunque no se alcanza a ver el pedestal de cantera debido a las plantas que crecían desordenadamente, el templete aparece en todo su esplendor. Por sus líneas generales puede adscribirse a la ornamentación victoriana popular en madera (folk victorian) que tenía gran éxito en Estados Unidos en la época de su construcción, en particular en el sur de ese país. Sus detalles -ajenos por cierto a la tradición aculquense y por ello únicos en nuestro pueblo- parecen copiados de un porche de Savannah o de un gazebo en Charleston.

Sus delgadas columnas, coronadas por un capitelito o trozo de arquitrabe, sostenían unos arquillos calados con profusa ornamentación en las enjutas. En cada pilar colgaba un farol hacia el interior del kiosco. Sobre todo ello, una cubierta de zinc con una pequeña esfera en la cúspide y aleros rematados por gabletes muy apaisados, con adornos torneados en las esquinas. Si algún defecto debe señalársele a este kiosco es su poca altura, que le restaba elegancia.

El actual templete carece de todo valor arquitectónico. Fue una solución demasiado tosca para cubrir la fea estructura de concreto que había reemplazado a la original. Conociendo exactamente cómo era ésta, ¿no valdría la pena intentar reconstruirla?