sábado, 20 de diciembre de 2025

Zocaleros

Hasta mediados del siglo XX, a los empleados municipales encargados del cuidado del jardín de nuestra Plaza de la Constitución se les llamaba con el curioso nombre de "zocaleros". Esto se debía, naturalmente, a la costumbre tan arraigada de llamar "zócalo" a las plazas centrales de todas las poblaciones del país por extensión a la de la Ciudad de México, nombrada así informalmente por el fallido monumento a la Independencia que se empezó a levantar en 1843 y del que sólo se llegó a construir precisamente el zócalo, es decir, su basamento o desplante.

El zocalero no sólo se encargaban de la limpieza del lugar, sino también de la atención y riego de las plantas, de su iluminación (cuando era uno de los pocos sitios públicos que tenían lámparas), y de evitar que niños y perros destrozaran los prados o derribaran la citarilla que rodeaban el jardín.

A principios de la década de 1940 era zocalero de Aculco el señor Mauro González González, originario de Gunyó y vecino del barrio de La Soledad. En aquel entonces se utilizaba todavía el pozo que existe en el cuarto situado bajo el kiosco para regar las plantas del jardín. Antes de 1901 se había colocado una bomba para extraer el agua y alimentar una fuente, pero ya en esa época lo que había ahí era un gran tinaco de lámina. Es un sitio de poca altura, oscuro pues solo lo ilumina la puertecilla que se abre al norte y en ese entonces muy inseguro, pues el pozo carecía de brocal y se cubría apenas con unas tablas viejas. En ese mismo sitio se guardaban las escobas, cubetas y herramientas que usaba el zocalero para su trabajo cotidiano.

En el otoño de 1946, tuvo don Mauro un día la mala fortuna de pisar las tablas y romperse éstas con su peso, de manera que fue a dar al fondo, que en ese punto debe estar unos 15 o 20 metros bajo la superficie. No se sabe si por ahogo o por el golpe, el pobre zocalero murió. Uno de sus hijos se hallaba entonces trabajando muy cerca, en la casa de don Napoleón Lara Rodríguez y allí fueron a avisarle de la tragedia. Esto ocurrió a mediados de octubre de 1946. Después del accidente, el pozo fue cubierto con una plancha de concreto. Como dice el refrán, "ahogado el niño, a tapar el pozo". Como ya el tinaco de lámina no tenía utilidad, el Ayuntamiento lo vendió al señor Napoleón Lara y éste a don José María Silva, quien lo llevó a su rancho llamado El Judío.

Después de él, hacia 1949 o 1951, bajo la presidencia municipal de don José Díaz Herrera, fue zocalero don Celestino Chávez. Don Celestino había sido antes capataz en el ingenio de San Cristóbal, Veracruz, y mantenía entonces su severidad en su nueva ocupación: con una vara de membrillo acometía con dureza contra los niños que se atrevían a pisar los prados. Otro zocalero fue don Leocadio Correa Osornio (fallecido en 1953), de quien no tengo ninguna historia que contarles referida a ese oficio.