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martes, 29 de noviembre de 2022

De María Manuela a José Ignacio: dos cartas de amor de 1782

Escribía aquí, hace poco más de un mes, acerca de cuatro cartas de amor escritas en el Aculco del siglo XVIII. Quizá es muy pronto para repetir el tema, pero confío en que mis lectores serán indulgentes y me disculparan al contarles hoy de otras dos cartas amorosas de la misma época y procedencia. Éstas nos hablan de un amor más juvenil y sencillo, sin los enredos de la historia que les conté entonces, pero que narran de igual manera un amor finalmente frustrado.

 

***

 

El joven aculquense José Ignacio Morales se hallaba prendado desde hacía dos años de María Manuela Olloqui, criolla nacida en Acambay.

Los jóvenes habían intercambiado cartas y la madre de ella, Florencia o Florentina Ríos, parecía estar de acuerdo con aquel amor. Siguiendo la costumbre, el padre del muchacho, don Antonio Morales, pidió su mano al progenitor de la novia -don Joaquín García de Olloqui- y éste le respondió por escrito con su aceptacion. Cosa de año y medio después, sin embargo, Olloqui se desdijo argumentando que "la niña no quería" casarse y no sólo eso, sino que procuró alejarla enviándola desde su casa de Acambay a la de un yerno suyo que vivía en Atlacomulco.

Don Antonio se inconformó, pues sospechaba que aquel cambio de opinión de María Manuela no era tal, sino que el padre la presionaba para evitar el matrimonio. Por ello decidió denunciar la situación ante el cura y juez eclesiástico de Aculco, el bachiller don José Moreno, pidiéndole que se investigara si en verdad era Olloqui quien no la dejaba casarse a pesar de que era su voluntad.

Como prueba, Morales presentó al sacerdote una carta enviada por Olloqui el 12 de julio de 1780, en la que decía haber consultado "la libre inclinación" de su hija y que ésta era favorable al matrimonio, añadiendo que de su parte celebraba "la unión que nos ofrece este sacramento, para que con más satisfacción, mi esposa, familia y principalmente a mí nos contemplen suyos y a todo su arbitrio".

Mostró también don Antonio dos cartas que María Manuela le había escrito a José Ignacio, en las que quedaba claro que le correspondía. La primera, que transcribo a continuación y no tiene fecha, revela ya algún descontento de parte de su padre. Es interesante la firma, en que la joven juega con su apellido Olloqui llamándose "Olla Prieta". Es de notarse asimismo el uso excesivo de las abreviaturas Vmd. (vuestra merced)y Vg. (vuestra gracia). Finalmente, hay en ella una posdata que no es sino una copla española que al parecer se había popularizado en la Nueva España:

Mi más venerado negrito de mi corazón:

Yo estoy buena y siempre para servirte, pues el que no hubiera escrito en estos días es por no haber habido ningún lugar. Pues sabe mi negrito lo que lo quiero y lo estimo, que por ti perdería la vida y no te olvido hasta el morir. Y no ha habido ningún motivo en mí pues p. mi padrecito lo dijo, porque nomás se le puso en la cabeza y así no pierda Vmd. las esperanzas de mí y puede Vmd. creer que que desde que supe lo que había pasado en estos días, pues todos los días lloro más que niña chiquita y así no tenga Vmd. que sentir de mí pues soy suya, espero en Dios y en María Santísima mi señora y no molesto a Vmd. más, sabe Vmd. que lo quiero y sin más, Dios Guarde la vida de Vmd. mía para que nos veamos juntos de con [ilegible].

Su criada, Manuela María de Olla Prieta.

Y dónde estás prenda querida, cielos de mis pensamientos, en dónde que no escuchas mis suspiros y lamentos.

La segunda carta tampoco está fechada. Su redacción es mucho más confusa que la anterior y por momentos es imposible seguir el sentido de las palabras de María Manuela, lo que deja ver su instrucción deficiente, a pesar de que pertenecía a una familia acomodada. Menciona, por ejemplo, alguna enfermedad de José Ignacio, pero no se entiende si se trata de una enfermedad del cuerpo o del alma:

Mi estimado y querido negrito de mi corazón:

No sé cómo explicarle a Vmd. el dolor que tuve cuando supe que Vmd. se había ido muy malo pues puede creer que por de qué se diría no fui yo esa noche, pues no ha de ver Vmd. si yo ya estaba vestida y salí hasta la puerta ya puede considerar Vg. a cuánto puede llegar de amor que le tengo a Vmd., pues ya no atendía a ver si mi padre estaba, pues ya me iba saliendo como una loca, y me alegraré que ésta halle a Vmd. muy aliviado y juntamente muy contento y que ya no se vuelva Vg. a enfermar, que siga adelante del alivio. Yo me hallo media buena, porque he estado un poco indispuesta. Yo tengo con Vmd. un sentimiento de ver cómo le ha enseñado a Vg a su compadre la esquela que le envié a Vmd. y a su padre y le dijo Vg. que yo le había enviado a que por un camino Vg. y yo por otro yo había de ver a Vg., eso porque me habían dicho quitaban la tienda, ahí puede considerar nos habiamos de vera bien fácil, ya no oñi no. A Vmd. le han hecho creer por otros [ilegible] yo le daba a entender a Vg. que yo me quedaba en Acambay porque me ha dado a entender mi padre que sí me quería ir allá, pero puede creer Vg. que primero la vida, no lo ha de creer Vmd. que es tanto el amor que tengo a Vg. que cuando Vd. estaba a enfermo [ilegible] de Vmd. hasta tenía yo un dolor que si mi madre me hubiera preguntado con ánimo le hubiera respuesto, pero en cuanto Vmd. [ilegible] se acaba el ánimo y no más. Dios guarde la vida de Vmd. muchos años, como de su segura servidora que sus manos besa.

María Manuela García de Olloqui.

Vmd. ha de enmendar las mentiras porque ya sabe Vg. que yo no sé escribir a bien que Vmd. como capaz lo ha dispensar.Y adiós, sola me quedo en la [ilegible].

La queja de don Antonio Morales fue enviada por el cura de Aculco al Provisor y Vicario General de Españoles, es decir, al máximo juez eclesiástico del Arzobispado de México, para que determinara qué debía hacerse. Éste ordenó se interrogara a María Manuela para que declarara bajo juramento si las cartas eran suyas y si su deseo era contraer matrimonio con José Ignacio. En caso de que así lo quisiera y su padre mostrara oposición, la niña sería depositada en una casa respetable en tanto se resolvía cualquier recurso legal que interpusiera su progenitor. En caso de que no quisiera contraer matrimonio, el caso simplemente concluiría.

Se ordenó en efecto a don José Joaquín que enviara por María Manuela desde Atlacomulco para que fuera interrogada en su casa de Acambay, y el 6 de marzo de 1782 se llevó a cabo la diligencia. María Manuela declaró lo siguiente:

Que la primera [carta] la mandó escribir y la segunda la escribió de su mano y la firmó de su puño, que en orden así de su libre y espontánea voluntad quería casarse con don José Ignacio Morales. Dijo que antes quería casarse y era su gusto y voluntad porque quería su padre; que no queriéndolo ahora no quiere, por no hacerlo contra su voluntad, porque su intención ha sido siempre darle gusto. Que aunque la que declara le ha mandado algunas cosas como es un rosarito de oro y el dicho don José Ignacio le ha correspondido con otras como un rebozo y dos eslabones, pero que esto no lo ha tomado por vía de prenda y que apreciaría que el dicho don José le mandara lo que le ha enviado para devolverle lo que éste ha dado.

Concluyó así el caso, diríamos que casi anticlimáticamente. Aquella frase "no te olvido hasta morir" escrita por María Manuela a su pretendiente quedó sin más en vana e incumplida promesa. Pero las cartas de aquel amor sobrevivieron y nos permiten hoy asomarnos, aunque sea sólo un poco, a la vida cotidiana de nuestros antepasados aculquenses de hace casi 250 años.

 

NOTAS

"México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:9396-1QS8-2V?cc=1837908&wc=MGX1-3TG%3A164300601%2C164305102%2C165945503 : 21 May 2014), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Información matrimonial 1759-1782 > image 529 of 591; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

* Las cartas de María Manuela están escritas con muchas fallas gramaticales y ortográficas, e incluso parecen revelar su dislexia. La que mandó escribir a otra persona tiene además una letra muy difícil de leer. Hice lo posible por interpretarlas y transcribirlas con correcciones para que sean legibles para los visitantes de este blog.

sábado, 25 de junio de 2022

"Grandísima puta arrastrada": la historia de José María Aguilar y su infiel mujer (1803-1804)

Perdonarán los lectores de este blog que encabece el texto con tan escandaloso título. Algo hay de curiosidad por saber si el uso de palabras altisonantes atraerá más o menos personas que vengan a enterarse de lo que aquí escribo, aunque también es cierto que de todo lo que voy a contarles son quizá esos insultos los que mejor describen la historia, o por lo menos cómo la vivió el infortunado José María Aguilar. En fin, pido nuevamente me disculpen y no se ofendan por una historia que es completamente real y sucedida en nuestro Aculco hace casi 220 años.

 

El escándalo comenzó a mediados de septiembre de 1803, cuando el criollo José María Aguilar, nacido en Huichapan y avencidado en Aculco, se presentó ante el teniente de justicia de este último lugar, Félix Buentostro, para exponer su caso:

Hace algunos días anduve sospechoso que don Agustín Rivero tenía ilícita comunicación con mi esposa doña María [Encarnación] Villanueva. De tal modo que llegué a hacerle ver a uno y a otra que no me gustaba que dicho don Agustín entrase a mi casa como con efecto se retiró y no frecuentaba visita. Pero de nada me sirvió porque se iban a juntar en casa de Ana María Castañeda que los tapaba por interés. Que tenía esto no sólo yo lo advertía, aún hasta mi hijo pues éste me ha dicho que cuando yo salía se llevaba la dicha Ana María las botellas de vino y tras de ella iba mi mujer a juntarse.

Aquel hijo de Aguilar, llamado José María Porfirio, tenía suficiente edad para percatarse del comportamiento de su madre pues contaba ya con doce años. Además, el cómplice de su progenitora era nada menos que su maestro, quien supuestamente le estaba enseñando a leer. Había sido el propio José María Aguilar quien le había buscado profesor a su hijo, e incluso había alentado en un principio que su mujer le sirviera el chocolate o el almuerzo para que de esta manera cuidara los adelantos del niño. Hasta el día, claro, en que Aguilar notó que se su esposa lo miraba de otra manera.

Una noche oscura, estando yo en el pueblo de Acambay, salieron de mi casa ambos dos y le dijo mi mujer a mi hijo que ya iba a dejar a su señor maestro, que no siguiera. El muchacho empezó a llorar y los siguió hasta que entraron a la casa del prenotado don Agustín. Como quiera que no podían efectuar el destino se considera iban, despacharon a los dos muchachos -a mi hijo y al suyo- a pedir unas pajuelas a la tienda de don Santiago Guerrero para encender velas. Esta estratagema de las pajuelas sólo condujo a quedarse solos como se quedaron a efecto de incontinencia. No se puede negar lo conforme que este se hallaba en mi sospecha pues aún un día de los de la semana pasada lo hallé viendose en la casa de Ana María. Pero en fin, volví a mi casa y le dije a mi mujer "me corto una oreja si no fuere tu alcahueta Ana María".

Si las sospechas de la infidelidad de María Encarnación eran ya para entonces muy grandes, lo que pasó poco después fue para él ya la evidencia indiscutible de que su mujer se entendía con el maestro de su hijo:

El día domingo próximo pasado me fui a las Encinillas a encaminar a mis hermanos y no volví hasta el día martes de esta semana corriente. Llegué a mi casa y hallándola cerrada me pasé a la casa de la mencionada Ana María, como que allí tenía la sospecha de que había de estar. Y al llegar a la casa me columbró su mismo hijo de don Agustín y arrancó para adentro a avisarles, como que lo tenían a prevención. Y mirando yo la acción, arranqué sobre el muchacho y al entrar a la puerta me la tapó don Agustín. Saludándonos me entré adentro asomándome por dónde estaría mi mujer, y no estando arriba de la cama, alcé un petate que la cubría y la hallé debajo en el rincón de la cama escondida.

Ya se imaginarán los lectores la indignación y furia de don José María al encontrar ahí a su mujer. En la declaración judicial que he venido transcribiendo, sin embargo, el ofendido no fue tan elocuente al describir la escena que siguió, por lo que me remito ahora a una declaración posterior que hizo ya ante las autoridades de Huichapan, más de un mes después:

Le dijo "grandísima puta, ya ves cómo eres una arrastrada", y volviendo a ver al otro le dijo "grandísimo cabrón, macuteno, ya ve cómo anda con esa grandísima puta, no había de ver sino que me debe favores" y quréndole dar a su mujer se metió el maestro entre ellos, y entonces salió el que depone [es decir, declara] para afuera a buscar una piedra, y habiendo salido también el otro, cogió una piedra y le dió con ella al deponente en la cabeza de modo que cayó fuera de sí. Y siguiendo a darle le desconchabó una mano y le hizo otras lastimaduras de suerte que ya le suplicaba que por Dios lo dejara con vida.

Mientras Encarnación corrió a refugiarse a la casa del padre don José María Basurto, José María Aguilar, molido a golpes, se levantó como pudo. A la escena llegó don Martín Aranda, primo del maestro y a su pregunta de qué había sucedido le contestó "que había hallado a su mujer con el grandísimo carajo de su primo".

Pero María Encarnación Villanueva no habría de aceptar de ninguna manera que cometía adulterio con el maestro Agustín. Por el contrario, en sus declaraciones afirmó que su comportamiento era por completo inocente, y sólo había ido a aquella casa por la necesidad que tenía de empeñar unas hebillas para mantenerse, ya que el esposo la había dejado hacía días sin medio de sustento:

Habiendo salido dicho Agustín a hacer su diligencia, dejando a la que habla sin medio para mantenerse, por cuyo motivo fue a la casa de Ana María Castañeda, viuda de Pablo (cuyo apellido ignora) a suplicarle fuera a empeñar un par de hebillas de plata a casa del padre don José María Basurto, y no habiéndola hallado entró, y allí estaba el citado maestro, y una cojita llamada Catarina de parte de afuera. Y habiendo oído decir que venía su marido, la deponenta se metió debajo de una cama, de donde la fue a sacar agarrándola de los cabellos. Entonces le suplicó al maestro que la defendiera, lo que hizo éste suplicándole a José María la dejase. Y que le dio una guantada, por lo que el maestro le correspondió con unos puñetazos de tal modo que lo descalabró y le desconcertó una mano, y que viendo la que habla esto se fue a ver al padre don José María Basurto a decirle que su marido había armado un escándalo gravísimo.

La cojita Catarina, india "bastante ladina" y que por ello no necesitó traductor para declarar, respaldó esas aseveraciones. Sólo agregó como detalle dos cosas: que el maestro estaba ahí esperando que le preparan un chocolate para desayunar, y que el hijo del maestro había entrado para avisar que venía don José María no para alertar a la pareja, sino para avisarle al padre en caso de que tuviera aún algo que cobrarle a aquél por sus servicios. Ana María Castañeda, la presunta alcahueta que resultó ser además la nana de José María y estaba ausente cuando sucedieron los hechos, sólo aclaró que Agustín Rivero se encontraba en esa casa para permanecer ahí por ocho días "ínterin se transportaba a la hacienda de Arroyozarco a un acomodo".

Pero en contra de María de la Encarnación hablaba el pasado. Aguilar relató a las autoridades una serie de infidelidades que su mujer había cometido antes, y que él le había perdonado creyendo que podría enmendarse:

Casi desde el principio de nuestro matrimonio, ha correspondido la citada mi mujer a mi amor y buenas advertencias con infidelidad adulterina, pecados y hechos tan públicos que han dado escándalo a los vecinos de los lugares donde hemos vivido y han ofendido a mi honor en los términos más afrentosos.

Habrá cuatro años que estando yo ausente del partido de Aculco (en donde ha sido mi residencia tiempo de diez años), encontré a mi regreso a mi mujer bien golpeada y quebrada la puerta, cuya acción ejecutó la noche anterior un amasio y socio, como consta de las diligencias practicadas en dicho Aculco y remitidas a Xilotepec a pedimento de aquel subdelegado a quien me remito; cuyo agravio por cristiandad y por buenos oficios de dicho subdelegado le remití y condoné, remitiéndome con ella y olvidando la injuria.

Habrá un año estando yo así mismo ausente en mi trabajo, sin fundamento alguno pues tenía por mi orden tiendas abiertas (como haré constar) para abrir mandé lo necesario a expensas de mi trabajo, se extravió con un vinatero de esta tierra según estoy informado, ausentándose en un tiempo de nueve meses, al cabo del cual habiéndola éste largado se apareció en Aculco con sumisión e interponiendo sus mayores respectos con el señor cura vicario, no pudiendo negarme accedí a sus súplicas juzgando cierta la enmienda por lo que no se procedió a proceso en forma.

Ante esta evidencia las autoridades de Aculco dispusieron, tal como solicitaba José María, que se detuviera al maestro Agustín Rivero "con un par de grillos y como hombre extranjero se destierre para que así tenga yo mi vida segura". En efecto, después de estar preso por quince días, Rivero obedeció y se marchó "por la mala nota que daba de su persona y para que por ese medio se evitase disturbio".

Para su esposa, Aguilar exigió darla "en perpetuo depósito, que así lo tiene merecido por las muchas ocasiones que se han practicado diligencias en el juzgado de este mismo tenor". Este "depósito" significaba que la mujer fuera internada en la casa de una familia honorable en tanto se arreglaban sus pleitos o se procedía al divorcio eclesiástico (trámite que no disolvía el vínculo, pero sí ejecutaba la separación de cuerpos y establecía el cese de las obligaciones matrimoniales). El subdelegado de Aculco, atendiendo también esta petición del esposo ofendido, determinó que se depositara a María Encarnación primero provisionalmente en la casa de don José Rivera, comerciante, y después en la de don Miguel Arcaute, donde su esposo la socorrería con lo que adquiriera de su trabajo "para ver si de este modo se reduce a nueva y virtuosa vida, para que siendo satisfecho si así lo verifica trate de proceder a reunirse con ella". Aguilar accedió a darle 6 reales semanarios para su manutención, pero después de cumplir con el pago por dos semanas se ausentó al viajar a Huichapan con su madre para terminar de restablecerse de los golpes que había recibido del amante de su esposa. Según él mismo declaró, le avisó a Arcaute del viaje y le aseguró que si le faltaba alguna cosa a su esposa, se la enviaría.

Cuál no sería su sorpresa cuando, quince días más tarde, el 20 de octubre de 1803 y mientras continuaba en Huichapan, fue llamado a la oficina del escribano público Manuel Peimbert, donde se había presentado su esposa acusándolo de que "la había largado" y abandonado en Aculco. Aseguraba la mujer que, al ver que nada le mandaba su marido, había pedido licencia de buscar un medio para mantenerse. Con autorización del subdelegado, afirmaba, se habia mudado a la casa de su compadre Bruno Millán "a arrimarse", hasta que se acomodó en la casa de don Santiago Legorreta. De ahí había salido para presentarse a las autoridades de Huichapan a exigir justicia.

Aguilar estaba furibundo. Sopechaba que las historias de la mujer eran falsas y que simplemente había huído del depósito, por lo que merecía la cárcel. Más de dos horas gastó el escribano en "persuasión cristana" a fin de reunir al matrimonio (como que no conocía los antecedentes del caso), pero Aguilar se negó rotundamente. Exasperado, dijo que su mujer, "a más de ser una puta, era intolerable su genio, y que por esa razón estaba expuesto hasta a matarlo y que no quería perderse, por lo que suplicaba al juez de esta causa que mejor lo despachara a él a un presidio por delito que no tiene, que no remitirlo a su matrimonio".

Al comprobarse que Encarnación había huido del depósito, fue apresada y mantenida con grillos "para asegurar el que no haga fuga". Pero José María no tuvo mejor suerte y fue también se le aprehendió. No queda clara la razón con la que los jueces reales justificaron la prisión del marido, pero hablando de ellos y quizá otros jueces anteriores, los acusó de haber "patrocinado a los adúlteros por servirla a ella y abochornándome a mí hasta con capturaciones" y que con esos patrocinios "ha tenido dicha mi mujer más libertad y desvergüenza para sus adúlteros excesos, repitiéndolos con diferentes personas, atropellando a su marido y haciendo fuga de mi lado y compañía por un tiempo hasta que a fuerza de mucho trabajo la he encontrado".

El juez de Huichapan, visto que Aguilar se resisitía firmemente a juntarse nuevamente con su esposa, ordenó que las autoridades eclesiásticas señalaran un plazo para que el agraviado presentara formalmente la demanda de divorcio. A principios de enero, se enviaron las diligencias del caso a don Luis Carrillo, cura de Aculco, así como la persona de María de la Encarnación Villanueva (Aguilar había llegado ya con otra conducta). Justificando que en Aculco se carecía "de letrado, defensores y demás" para encargarse de un caso así, el 15 de febrero Carrillo envió los documentos y la mujer al juez provisor general del Arzobispado de México, en la capital del país. Parece broma, pero Encarnación era tan recurrente en sus extravíos, que cuando se le condujo a la Ciudad de México, "con sus conductores anduvo embriagándose y cometiendo excesos", según acusó más tarde su esposo.

Por esos mismos días, Aguilar solicitó finalmente de manera formal el divorcio eclesiástico:

Que se estorben los pecados gravísimos que contra Dios se están cometiendo, que viva con seguridad mi persona, y que se castigue a los reos declarándose el divorcio formal de mi matrimonio, que es el fin al que conspiro con suficientes méritos, para vivir con quietud y lograr la salvación de mi alma.

Pedro José de Fonte (que en 1816 llegaría a ser arzobispo), recibió en la capital a Encarnación. Pero el 21 de febrero la envió de regreso junto con los papeles del caso, comisionando al padre Carrillo para que todo se resolviera en Aculco "hasta ponerla en vía de sentencia". Nuevamente parece broma, pero el conductor Miguel Ramos y su acompañante llegaron al pueblo con las manos vacías: la Villanueva se había fugado al pasar por Arroyozarco.

Hasta mediados de marzo seguía sin ser hallada, pero de los papeles del caso parece desprenderse que en abril María Encarnación había regresado y vivía en la casa de su suegra en Huichapan. Su marido tuvo que ausentarse otra vez por esos días y cuando regresó el 14 de mayo, su madre le informó que 24 días antes su mujer había huído de la casa "y no se supo por dónde".

No se sabe tampoco si alguna vez retornó.

 

(Toda esta historia se puede seguir con detalle en los documentos anexados al libro de Informaciones Matrimoniales de 1712 a 1808 del archivo de la parroquia de San Jerónimo Aculco, marcado con el número 4.)