sábado, 28 de agosto de 2010

Las Conchitas: otro paraíso perdido

Panorama de Aculco desde Las Conchitas en 1985. A la derecha se observa una parte de la corraleta del lienzo charro y, en descenso, los muros de la huerta.

Al fondo, las lomas donde se formó cerca de veinte años después de tomada esta foto el rancho de Las Conchitas.

El sitio aculquense al que me referiré esta vez no forma parte ciertamente de su patrimonio histórico o arquitectónico. Se trata simplemente de un lugar antaño sumamente agradable, que se fue fragmentando y degradando al paso del tiempo, y que hoy muestra en algunas de sus áreas un abandono y desdén atribuible directamente a las administraciones municipales que las han convertido en un basurero.

No faltará quien opine positivamente sobre las razones que han llevado a dicho estado a este sito, entre ellas la construcción dentro de su perímetro de una escuela preparatoria, un kinder y una clínica del IMSS. Yo, convencido de que el fin no justifica los medios, siempre lamentaré que todo esto se haya hecho a costa de un gran espacio verde, una amplísima huerta que pudo haber tenido un mejor destino, o por lo menos un mejor aprovechamiento de sus espacios.

------------------

Panorama de Aculco desde Las Conchitas en la actualidad. En primer término, la barda y árboles que delimitan el perímetro de la escuela preparatoria.

Una de las situaciones recurrentes en la historia reciente de Aculco tiene que ver con lo que he llamado "los paraísos perdidos": comienzan cuando un hijo de este poblado, que ha logrado hacer fortuna lejos de él, lo escoge para crearse el paraíso con el que ha soñado toda la vida y que habitualmente incluye una casa hecha a la medida de sus deseos, tierras, árboles frutales, ganado o caballos, y hasta algún poder político... A veces, las fortunas involucradas en esta creación de paraísos han sido verdaderamente cuantiosas, como la don Ignacio Espinosa Martínez (filántropo cuyo apellido fue impuesto a la cabecera municipal), pero el final de casi todas, grandes, medianas y pequeñas, ha sido el olvido, el abandono y la destrucción. Dice mi nada optimista primo Octavio, que esa es la prueba de que no hay paraíso posible en Aculco: parece que la misma tierra "dice que no".

Uno de esos paraísos dolorosamente perdidos es la quinta o rancho de "Las Conchitas", el edén que soñó don Cipriano.

Registro del censo de 1930. Aparece "Sipriano" Ortega, de diez años de edad y de ocupación pastor, como habitante de la la "loma llamada o nombrada de La Garita".

José Cipriano Ortega nació en Aculco hacia 1920 y vivió su infancia en una pequeña casa de piedra blanca y cubierta de teja que se hallaba a media subida en el camino que comunicaba la zona de Nenthé con las lomas de Cofradía (que hoy es la calle José Sánchez Lara). No debería avergonzar a nadie decir que su familia era muy pobre pero igualmente laboriosa. Su madre, de nombre Concepción Pérez, se dedicaba a tejer canastas y chiquihuites de jara. En su infancia y primeros años de su juventud, Cipriano fue pastor y efectuaba también trabajos para distintas personas de Aculco. Todavía hay quien lo recuerda acarreando leche en cántaros desde la desaparecida Casa de Nenthé hasta la Casa de don Juan Lara Alva, debido a un accidente en que la leche se derramó, lo que le valió a Cipriano una fuerte e inmerecida reprimenda.

Vista de lo que fue la huerta de as Conchitas, ya despojada de sus frutales y fragmentada en diversos espacios.

Pero Cipriano hizo lo mejor que podía hacer un hombre inteligente como él y sin ninguna posiblidad de crecimiento en el pueblo: irse de ahí a la ciudad de México. Trabajó en la capital en la tienda de ultramarinos de un español (creo recordar que se llamaba "La Sevillana"), donde se involucró en este negocio a cabalidad y después de años de trabajo él mismo se convirtió en empresario. El esfuerzo rindió frutos y hacia la década de 1960, cuando logró acumular una regular fortuna, regresó a Aculco para crear su paraíso.

Escogió para tal fin los terrenos que limitaban al oriente con lo que había sido la casita de su infancia los que, además, gozaban de una de las más hermosas vistas del pueblo de Aculco. Compró una parte de ellos a don Evodio Ángeles y la complementaria, del otro lado del camino, a don Pablo Padilla (o a sus descendientes). Cercó el terreno con muros de piedra blanca, sembró cientos de árboles frutales, construyó una casa, levantó caballerizas y un gran lienzo charro. Curiosamente, Cipriano dejó sin tocar su vieja casita. No hubo en él esa frecuente actitud de quien nace pobre de borrar las huellas de su antigua humildad. En esa vivienda que todavía yo conocí, parecía haber querido dejar una doble moraleja: para él mismo, el recuerdo y aceptación de su origen; para los demás, el ejemplo de lo que consigue el trabajo.

Vista de las gradas del lienzo charro de Las Conchitas desde el camino que se ha abierto para tirar cascajo en sus terrenos.

El paraíso de Cipriano (a quien ya entonces se le daba trato de "don") fue bautizado como "Las Conchitas" en recuerdo, naturalmente, de su madre. Pero extrañamente su constructor disfrutó quizá por menos de 15 años aquel edén construido a la medida. En algún momento, en tiempos de Carlos Hank González, decidió venderlo al gobierno del Estado de México y se mudó al rancho "Las Vegas" que perteneció a la familia Terreros y se encuentra al extremo opuesto de la larga loma de Cofradía, a unos dos o tres kilómetros de distancia.

El gobierno del Estado entregó después Las Conchitas al gobierno municipal de Aculco y ahí comenzó su decadencia. Primero, la casa fue convertida a principios de la década de 1980 en "posada familiar", destino que podría haber sido su salvación pero que resultó poco afortunado por la poca demanda. En esos mismos años, la huerta principal fue utilizada para guardar las yeguas brutas que utilizaba la Asociación de Charros de Aculco y estos animales acabaron con gran parte de los árboles frutales al roerles la corteza. Más tarde, los terrenos que habían pertenecido a don Pablo Padilla fueron convertidos en la Unidad Deportiva Municipal, transformándose aquellos prados en polvosas canchas de futbol. Luego, la casa fue destinada a acoger las instalaciones del IMSS -uso que conserva hoy en día- pero la gran transformación comenzó a ocurrir cuando se trazó una calle en el extremo oriente del terreno (calle que hoy se llama precisamente Las Conchitas) y se levantó a su vera la nueva Escuela Preparatoria Venustiano Carranza que, por lo menos, ofrece como fachada una agradable barda de piedra blanca. Pocos años después un jardín de niños se construyó también junto a ella.

El redondel convertido en despósito de autos accidentados, basurero y almacén de cascajo. Al fondo, la ostentosa casa edificada donde estuvo la humilde casa de la infancia de don Cipriano Ortega.

Aunque se aceptara como inevitable su urbanización y fragmentación, lo cierto es que en manos de un verdadero urbanista la huerta de Las Conchitas podría haberse utilizado de una manera estupenda, aprovechando sus desniveles, su magnífica vista, su amplitud... Pero simplemente no se hizo así.

Hace unos días regresé a este sitio y comprobé su decadencia. Calles mal trazadas y acabadas, ningún orden en las construcciones, bardas derruidas. Quizá sólo la escuela preparatoria luce un buen mantenimiento. En lugar de la casita humilde de don Cipriano se ha construido una casa ostentosa, de nuevo rico. Y aquel lienzo charro que fuera la construcción más grande y costosa de este paraíso, en cambio, es hoy utilizado como corralón para automóviles chocados, basurero para el cascajo que han producido las recientes obras municipales en calles y empedrados, almacén de todo tipo de trebejos. Las gradas se están derrumbando y ya casi no queda recuerdo de la huerta que lo rodeaba.

Las gradas cayéndose a pedazos.

Es lamentable y hasta inexplicable que infraestructura así se esté perdiendo por el abandono. ¿No existen en territorio municipal poco menos de una decena de asociaciones charras que podrían ocupar este lienzo como sede, ya fuera mediante una contribución al erario municipal o, mejor, ocupándose de su mantenimiento y mejoramiento? ¿No es cierto que el Auditorio Municipal es utilizado con frecuencia para eventos inapropiados que mejor sería realizar en un sitio como éste (hablo, por ejemplo, del palenque)? ¿No valdría más conservar la infraestructura que se posee que desembolsar después cuantiosos recursos en repararla?

En fin, Las Conchitas, aquel paraíso rural de don Cipriano Ortega es ya sólo un eco lejano de lo que fue. Al paso que continúa su transformación y su abandono no tardarán en perderse sus últimos recuerdos.

El lienzo en su uso actual. Al fondo se alcanzan a observar las instalaciones del IMSS en lo que fue la casa de Las Conchitas.



Tres vistas del estado actual del lienzo charro de Las Conchitas.



ACTUALIZACIÓN: 22 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Nos comunican que don José Cipriano Ortega falleció el pasado 17 de septiembre en la ciudad de México, donde fue sepultado.

ACTUALIZACIÓN: 2 DE ENERO DE 2014

A finales de la administración municipal anterior, el 9 de octubre de 2012. el Cabildo decidió "por unanimidad de votos la desafectación de 7,352 m2 del predio denominado 'Las Conchitas', propiedad d el H. Ayuntamiento, el cual se destina para la construcción de un hospital". Ello implicó el completo arrasamiento del lienzo charro, del que no quedó piedra sobre piedra. Aquí las fotografías aéreas de la degradación y su final destrucción.

Por cierto, el casino del lienzo charro Garrido-Varela lleva el nombre de José Cipriano Ortega desde el 7 de octubre de 2000.

viernes, 27 de agosto de 2010

Vidó

EL torreón de la casa de Vidó.

Vidó es un topónimo de origen otomí que según Rubén García (Rincones y paisajes del México maravilloso) significa "Piedra Roja", traducción que no nos satisface del todo pues aunque ciertamente "dö" en esa lengua significa piedra, rojo se diría más bien "thëni". A falta de una mejor interpretación conviene dejar abierta aquella posibilidad. Pero, sea cual fuere su significado preciso, lo interesante aquí es que recibía este nombre una milpa con una pequeña casita de piedra que se extendía en el extremo oriente de Aculco, limitada por la Calle del Sol, el camino que lleva al pueblo de Santa María Nativitas, la prolongación de la Calle José Canal y el arroyo llamado también Vidó que desciende desde la Sierra de Aculco a lo largo del Barrio de la Soledad.

El único tramo de la calle del Sol, antaño la vía más oriental de Aculco. Esta calle se prolonga al norte por el Callejón del Sol, que tiene distinto alineamiento.

La milpa de Vidó era -apenas puede creerse hoy en día- uno de los sitios de recreo del Aculco viejo. A orillas del arroyo se formaba una playa de arena fina y en sus pozas nadaba la gente (principalmente los niños) en el calor de la primavera, única época del año en que el frío clima permitía solazarse de esta manera.

La limpieza personal está en razón directa de la cultura de estas gentes, pues las hay que casi nunca se bañan, ni siquiera lavan sus ropas. Las personas de la afueras del pueblo se bañan en el río, las mujeres cubren sus cuerpos con una sábana, o con sus enaguas bañándose por debajo de ellas" (Dr. Enrique Rojas López, "Informe general sobre la exploración sanitaria del municipio de Aculco, Méx.", 1943)

Existía en esa milpa una sola vivienda, como dijimos arriba: una casita de piedra cubierta de teja que tenía la única particularidad de contar con una alacenda donde, asegura la leyenda, su dueño halló dinero enterrado. Sea que el dinero tuviera su origen en este entierro o en su trabajo (en el que debemos incluir el puesto de Diputado local), el propietario edificó allí mismo en la década de 1970 una amplia y hermosa casa moderna con detalles neocoloniales, de piedra blanca, bóvedas esféricas de ladrillo, jardín al frente y un simpático torreón, que si bien no se inspiró directamente en la antigua arquitectura aculquense, por lo menos se adaptó al entorno de manera tersa, sin estridencias.

Muro norte de Vidó, hacia el camino entre Aculco y Santa María Nativitas.

Una vista más extensa de este muro en Google Steetview. A la izquierda, a la orilla del arroyo, se extendían las pequeñas playas que hicieron localmente famosa a esta milpa.

Si de la antigua casita no sabemos si quedó huella, en cambio se conservan a la vista en Vidó otros restos importantes que datan de los primeros años del siglo XX. El más importante de ellos es un gran arco de piedra que libra perpendicularmente el arroyo y que fue construido por don Abraham Ruiz Lara para conducir el agua de riego proveniente de la presa de Ñadó hacia los terrenos que poseía en la margen derecha de esta corriente. El arco nunca llegó a cumplir con su función, de hecho parece ser que nunca llegó a construirse el canal de la parte superior. En cambio, sirvió para que algunos charros de antaño hicieran gala de la habilidad propia y la de sus caballos para transitar por tan estrecho paso; así lo hacía, por ejemplo, don Luis del Castillo.

El arco de Vidó, edificado en piedra blanca.

Las dimensiones del arco resultan verdaderamente notables.

El arco prolonga el muro sur -que sirve de lienzo a la Calle José Canal- al otro lado del arroyo de Vidó.

Sillares del estribo oriente del arco. Aunque están construidos en suave piedra blanca, su desgaste es mínimo.

Hoy en día, Vidó es un terreno cercado por todos sus lados. Aunque la casa construida en los setentas ocupa buena parte de su superficie, en otra sección existen unos baños públicos y una enorme área a orillas del arroyo permanece como espacio abierto, sin edificar. No sé a qué se deba, será seguramente que el camino no lleva a ninguna parte, pero el tramo final de la calle José Canal que corre a lo largo del muro sur nunca ha sido empedrado y, en los últimos tiempos, se le utilizado como excusado, basurero y hasta para descargar cascajo. Todos estos desechos se deben sortear si uno desea acercarse a la orilla del ahora maloliente arroyo (gracias a las descargas del drenaje en el mal urbanizado barrio de La Soledad) para apreciar el grandioso arco de Vidó, quizá el arco exento de mayor radio construido nunca en el municipio de Aculco.

Muro de Vidó hacia la calle José Canal. El remate de lomo de toro con una cornisilla de ladrillo era característico de las construcciones antiguas del pueblo.

La prolongación de la calle José Canal hacia el arroyo de Vidó ha sido respetada por los colindantes como lugar público, pese a no estar empedrada y constituir prácticamente un baldío.

Esquina norponiente de Vidó (Calle del Sol y Avenida Morelos), sitio donde se encuentran actualmente unos baños públicos. Fotografía de Google Street View.

Muro frontero a Vidó, en la esquina de José Canal y Calle del Sol.

jueves, 26 de agosto de 2010

La estación de tren de Cofradía



Uno de los edificios aculquenses que las generaciones futuras más lamentarán haber perdido -porque se habrá de perder en poco tiempo, ¡qué duda cabe!- es la vieja estación de Cofradía del ferrocarril Cazadero-Solís.

Vista general de la antigua estación de Cofradía.

No se trata de un edificio estéticamente relevante. Sin embargo, como hemos insistido muchas veces anteriormente en este blog, el conjunto urbano de Aculco, junto con los edificios patrimoniales de su jurisdicción, destaca principalmente por su integridad, por su variado número de tipologías arquitectónicas, y por la autenticidad de sus edificios. Hablando más claro: lo que vale es sobretodo el conjunto completo y original de sus inmuebles antiguos. Cuando la estación de Cofradía caiga al fin, se habrá perdido la única construcción del municipio que pertenece a la categoría de las estaciones de ferrocarril y con ello el conjunto perderá también parte de su valor.

El camino de Aculco a la estación muestra todavía las huellas de las ruedas de las carretas.

En fin, vayamos a su historia.

El interés por construir un ferrocarril en esta zona databa de inicios del Porfiriato. La primera concesión, otorgada al señor Rodolfo Fink el 31 de mayo de 1882, no llegó a concretarse pues se declaró caduca en 1885, tras realizarse sólo algunos trabajos. La construcción definitiva de la vía angosta no fue iniciada sino en 1895 (al mismo tiempo que se otorgaron los primeros permisos de explotación forestal del cerro de Ñadó), por don Felipe Martell, propietario de la hacienda de La Torre. Su objetivo principal consistía en enlazar las fincas de la zona y facilitar el traslado de la madera, el carbón y otros productos. Debe haberse tratado de una inversión compartida pues el permiso - sin subvenciones por parte del Gobierno- fue concedido a Guadalupe Guadarrama y al sanjuanense T. Melesio Alcántara por decreto del 9 de diciembre de 1893.

La estación con las construcciones parásitas edificadas a su lado en los últimos años.

Algunas fuentes indican que la vía llegó a tener una longitud total de 57 millas (91.71 kilómetros), pero parece que en realidad se extendía por cerca de 59 ó 60 kilómetros, de los que en mayo de 1895 existían 30 y para 1897 se habían construido ya cuarenta y ocho. Su trazo aproximado era paralelo al que sigue actualmente la Carretera Panamericana entre Ñadó y Palmillas, poco más o menos. La vía se bifurcaba, a partir de Ñadó, hacia el rancho de San Pablo ubicado precisamente al otro lado del cerro (punto alrededor del cual nacían treinta kilómetros más de vías portátiles Decauville que se iban desplanzado conforme el corte de árboles lo exigía) y a Llano Largo en Tixmadejé, Acambay, hacia el sur. Al concluirse su construcción, contaba con las siguientes estaciones:

Cazadero, a 29 km. al sur de la ciudad de San Juan del Río, Qro.
Taxhié (Polotitlán, Méx.), a 12 km de la anterior.
La Estancia (Aculco, Méx.), a 5 km de la anterior.
Cofradía (Aculco, Méx.), a 11 km de la anterior.
Ñadó (Aculco, Méx.), a 8 km de la anterior.
La Fábrica (Aculco, Méx.) a distancia desconodida de la anterior.
Tixmadejé (Acambay, Méx.), a 17 km de Ñadó.
San Pablo (Amealco, Méx.), a 23 km de Ñadó.

La casa de la izquierda se adosó a la fachada principal de la estación, ocultándola por completo.

La estaciones de Cazadero a Ñadó daban servicio público de carga, correo y pasajeros, mientras que de Ñadó a San Pablo el servicio era sólo privado.

De todas estas estaciones, la única que parece haber llegado a nuestros días es la de Cofradía. A pesar de ser diminuta, como se puede advertir en las fotografías, se convirtió en un importante punto de partida hacia la capital y norte del país para los habitantes de la región: hacia 1897, mientras el Camino de Tierra Adentro caía en el abandono, las autoridades municipales de Aculco cuidaban de construir un puente y empedrar el camino ella, al empezar a prestarse el servicio de transporte de pasajeros.

Muro surponiente de la estación. Adviértase el diseño inciso sobre el aplanado que simula sillares.

Detalle del piñón que remata el muro lateral. El terminado del muro en forma de lomo de toro y con una cornisilla de ladrillo era característico de las construcciones antiguas de Aculco. Muchas de ellas lo perdieron al sustituírseles por cornisas de tres hiladas de ladrillo en 1974, durante el "Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos".

En 1923, la distancia de tres kilómetros entre Aculco y Cofradía se cubría en una hora a través de carros tirados por mulas, con tarifa de 2 pesos por tonelada transportada entre ambos lugares. Los pasajeros que tomaban el tren en esa estación solían hospedarse en los mesones y casas particulares de Aculco, donde pagaban un peso por noche. El costo del pasaje entre Cofradía y Cazadero era en 1919 de un peso con ocho centavos.


Otra vista de la estación y de la casa adosada quie oculta su fachada.

La estación de Cofradía constaba de un solo edificio de piedra blanca, de planta rectangular de unos diez por cuatro metros y cubierta de teja a dos aguas, orientado de suroeste a noreste. En su fachada principal, que miraba hacia el noroeste (en dirección al Puente Piedad), destacaba la puerta de entrada y un par de angostas ventanas, vanos todos que mostraban marcos acodados labrados en cantera. El piso era de ladrillo colocado en "petatillo". Todos los muros exteriores se hallaban cubiertos con aplanados de cal y arena y mostraban un diseño inciso que simulaba sillares. El edificio destacaba al hallarse aislado de cualquier otra construcción inmediata.

Como se puede apreciar en esta foto, los marcos de cantera que rodean los vanos de la fachada principal permanecen en su sitio, aunque ocultos por la nueva construcción. En la imagen, se puede ver el costado del marco acodado que corresponde a la ventana del lado izquierdo.

La venta del lado derecho, por el interior. Sobrevive la obra de carpintería en regular estado de conservación.

Increíblemente, la estación de Cofradía se mantiene hoy en día en su originalidad constructiva, utilizada como vivienda (como seguramente lo ha sido los últimos 82 años, desde que se levantó la vía del ferrocarril en 1928). No podemos decir lo mismo en cuanto a su concepción espacial, ya que una casa moderna de reciente construcción fue edificada muro con muro sobre su fachada principal, ocultando a la vista los enmarcamientos de cantera que, pese a todo, permanecen en su sitio. La cubierta se muestra ya muy deteriorada, con las vigas combadas, soportadas al interior con pies derechos de madera, las tejas desacomodas y rotas, aunciando todo una cercana ruina.

Actualmente, esta entradilla en la parte posterior del edificio es su único acceso. Quizá no corresponde al diseño original.

El conjunto luce tan destartalado que quizá no soportará una temporada más de lluvias. O, acaso, el dinero para edificar en su sitio un cuarto de tabicón llegue antes y sus muros caerán a golpe de barreta. Sea que desaparezca por los embates de la naturaleza o a manos del hombre, la vieja estación de Cofradía parece tener -como tantos otros edificios históricos de Aculco- el tiempo contado.

En este muro se advierte también el diseño de sillares, inciso y remarcado con negro.

Estaciones de tren de dimensiones parecidas y valor arquitectónico equivalente han sido restauradas recientemente en algunos lugares del país. Es el caso de ésta, la estación Casa Blanca en Jojutla.

ACTUALIZACIÓN: 12 DE NOVIEMBRE DE 2019

El Catálogo de Monumentos Históricos del INAH en línea presenta este par de fotografías de la estación cuando estaba en proceso de construcción la vivienda vecina, pero todavía era posible apreciar parcialmente los vanos de la fachada. Los planos proceden del mismo acervo.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El Puente Piedad

El Puente Piedad antes de 1928, año de desmantelamiento de la vía del ferrocarril.

El Puente Piedad en la actualidad.

Hace unos días, al hablar del puente esviajado del Ferrocarril Cazadero-Solís, comentaba mi intención de escribir algunos posts acerca del estado de conservación de algunos de los ya escasísimos testimonios materiales de aquella vía férrea. Pues bien, toca el turno de hablar del Puente Piedad, edificado en el año de 1896, según podía leerse en una lápida ubicada en su base.

El Ferrocarril Cazadero-Solís se construyó con la intención de ligar transversalmente las rutas del Ferrocarril Mexicano y del Ferrocarril Central a través de una vía angosta que comunicaría precisamente las estaciones de Cazadero, Querétaro y la Hacienda de Solís, en el Estado de México, y a la vez para permitir la explotación forestal del cerro de Ñadó y otros montes aledaños, que hasta entonces -fines del siglo XIX- conservaban en estado prístino su riqueza natural. El proyecto no llegó a concretarse en su totalidad, pues las vías nunca llegaron a Solís, sino sólo a los ranchos de San Pablo y Tepetongo en la hacienda de La Torre (municipio de Amealco, Querétaro); de ahí que también sea conocido como Ferrocarril Cazadero-San Pablo o Ferrocarril Cazadero, La Torre y Tepetongo. En cambio, se construyó un ramal no proyectado en principio, que comunicaba a la hacienda de Ñadó con el pueblo de Tixmadejé, en Acambay.

Los tajamares del Puente Piedad y la nueva calzada, desde la cortina de la Presa de Cofradía.

Entre 1898 y 1912, aproximadamente, este tren vivió su época de esplendor. Cientos de plataformas cargadas de carbón, dumientes, vigas, etc., pasaron por sus vías. Se dice incluso que los pilotes extraídos de estas serranías fueron empleados en la consolidación del subsuelo de los edificios emblemáticos construidos a fines del Porfiriato, como el Palacio Postal, El Palacio de Comunicaciones, el Palacio de Bellas Artes y la frustrada Cámara de Diputados, actualmente Monumento a la Revolución.

Obsérvese el trazo curvo que señalan los pilares.

Pero no sólo era un tren de carga: entre la hacienda de Cofradía(municipio de Aculco) y Cazadero también se prestaba el servicio de transporte a pasajeros. Precisamente frente a la pequeña estación de Cofradía -de la que hablaremos después en otro post- y casi paralelo a la cortina de la presa del mismo nombre, se construyó el puente más alto y peligroso de toda la ruta: el Puente Piedad. Curiosamente fue en otro de los puentes, el de Taxhié, que era recto y no ofrecía mayor riesgo, donde se registró el peor de los accidentes en la historia de este ferrocarril, cuando un autovía se precipitó al abismo el 5 de septiembre de 1927. Esta tragedia constituyó el epílogo de su historia, ya que la vía que comenzó a ser levantada al año siguiente.

Ficha del Puente Piedad en el Catálogo de Monumentos Históricos del Estado de México (INAH, 1986)

En 1985, cuando el Instituto Nacional de Antroplogía e Historia (INAH) integró el Catálogo de Monumentos Históricos del Estado de México, el Puente Piedad quedó incluido en él. Sobrevivían entonces sus doce pilares de planta rectangular de 2 por 4 metros que se desplantaban -como es posible observar en las fotografías- en dos cuerpos, el superior ligeramente más angosto, rematado en la parte superior por una imposta. Describían estos pilares una suave curva que el dibujante del Catálogo ignoró en sus esquemas.

Pilares del puente como se encontraban en 1985. Nótese que se conservaba el segundo cuerpo, lo que los hacía sobresalir del terreno.

Así precisamente conocí aquel puente por esos mismos años, y hace unos días me dirigí al lugar en el que se halla para fotografiarlo, esperando encontrarlo en el mismo estado. Pero fue mucha mi sorpresa al advertir que los pilares habían sido reutilizados para construir sobre ellos una calzada de concreto para el paso de automóviles. En principio es una excelente idea que este monumento histórico catalogado recupere su utilidad, y mejor que sea en su uso original como puente, aunque ya no transite por él un tren. Sin embargo, al observar con más detenimiento me percaté de que los pilares habían sido mutilados: todo el segundo cuerpo de ellos fue demolido para rebajar la altura y, seguramente, hacer que los transeúntes a pie o en coche sientan menos vértigo al cruzarlo. Con ello perdió buena parte de su grandeza y se vio reducido prácticamente a la mitad de su tamaño original.

El puente desde el cauce del río. Obsérvese el daño adicional provocado por el grafiti.

Vista del puente desde aguas abajo.

¿Era necesario destruir una parte importante de esta construcción para recuperar su utilidad? Seguramente no: podrían haberse hallado muchas alternativas para conservar los pilares del puente en toda su integridad. Faltó imaginación, inteligencia, aprecio por los vestigios históricos, conocimiento, visión. Una nueva lápida en la que se rebautiza a este paso con el nada original nombre de "Puente Presa Cofradía" refuerza estas ideas: se intentaron borrar con ello más de cien años de historia. Lo peor es que aparecen en esa inscripción los nombres de un gobernador, diputados locales y federales, delegados municipales y hasta un padrino. Así,lo que tuvo la intención de ser testimonio de progreso resulta ser más bien un padrón de ignominia.

El "padrón de ignominia"

Del mismo entorno del puente se extrajo la cantera rosa que sirvió para su construcción. Al fondo, el cerro de Ñadó (izquierda) y el Tixhiñú (derecha).

Esta pequeña pila de piedra blanca seguramente servía también al Ferrocarril Cazadero-Solís.