martes, 22 de diciembre de 2009

San Francisco Javier, peregrino



La hacienda de Arroyozarco, en el municipio de Aculco, perteneció entre 1715 y 1810 al Fondo Piadoso de las Californias, una fundación privada administrada por la orden jesuita creada con el fin de llevar el Evangelio a aquellas lejanas tierras. A partir de 1767, con la expulsión de los jesuitas, las misiones fundadas por ellos comenzaron a decaer y el Fondo terminó por liquidarse a principios del siglo XIX.

Aunque los jesuitas abandonaron Arroyozarco hace ya 242 años, aún quedan ahí muchas huellas de su presencia. Entre ellas, el pequeño cuadro que se encuentra a un lado del altar mayor, y que representa a uno de los más importantes personajes de la Compañía de Jesús: San Francisco Javier.

San Francisco Javier nació en Navarra, España, en 1506, en el seno de una importante familia noble. En 1525 viajo a París a estudiar en la Sorbona, donde conoció al que sería su mejor amigo, Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita. Con ellos dos y cinco compañeros más de la universidad se formó el embrión de este instituto religioso. En 1537, Francisco fue ordenado sacerdote y en 1540 emprendió su vida misionera, que lo llevó a la India, Japón y otros puntos del sureste de Asia. Murió a los 46 años edad el 3 de diciembre de 1552 y fue enterrado en el enclave portugués de Goa. Fue canonizado en 1622.

A san Francisco Javier se le representa siempre como un hombre maduro, con barba y bigote cortos. Su principal atributo suele ser el ademán de abrir sus vestiduras a la altura del pecho "para dejar paso al ardiente fuego de su corazón apostólico". Aparte de esto, dos son las formas más comunes de retratarlo: la primera, con un sobrepelliz sobre la sotana negra de la orden a la que perteneció, acompañado a veces por el bonete en la cabeza y una cruz en la mano izquierda, atendiendo a su carácter de predicador del Evangelio; la segunda, como peregrino, con una esclavina sobre la sotana, adornada con conchas (vieiras) naturales o bordadas -que son atributo del peregrino de Santiago de Compostela-, bordón de caminante y calabaza para el agua, todo esto en relación a sus largos viajes para llevar el cristianismo a Oriente.

Es bajo esta última versión que fue representado San Francisco Javier en el óleo que existe en la capilla de la hacienda de Arroyozarco, templo que desde hace pocos años adquirió ya el rango de parroquia. En esta obra, realizada según parece en el siglo XVIII, el santo, retratado de medio cuerpo, dirige la vista hacia lo alto al tiempo que lleva las manos al pecho, de donde surge una gran llamarada. Sobre la esclavina porta, a la altura de los hombros, un par de vieiras y bajo el brazo izquierdo recarga su bordón. Sobre la cabeza del santo se esboza apenas una aureola. El fondo es un paisaje poco elaborado, con algunas lomas bajas y un cielo nublado. El marco no es, al parecer, contemporáneo de la pintura; parece ser del siglo XIX o XX y de poco mérito.

A pesar de su pequeño formato (que nos hace pensar que, más que tratarse de una obra hecha para el interior del templo, debió encontrarse en alguna habitación de la hacienda), esta es un pintura importante no sólo como documento histórico del paso de los jesuitas por estos parajes, sino por su apreciable calidad artística.