El 25 de junio de 1767, las casas de los jesuitas en Nueva España amanecieron rodeadas de soldados. El rey Carlos III había ordenado detener a todos los miembros de la Compañía de Jesús para expulsarlos de los dominios españoles. La operación se preparó con el máximo sigilo para ejecutarse sin tropiezos y de manera simultánea, como había ocurrido meses antes en la metrópoli. Sobre las causas de este decreto se ha especulado y novelado mucho, pero pueden resumirse en una: en tiempos de consolidación del absolutismo monárquico, la creciente influencia de los jesuitas -sustentada en su poder, su riqueza y su voto especial de obediencia al papa- resultaba incómoda y riesgosa para el monarca.
Hubo, sin embargo, jesuitas que lograron escapar en un primer momento de la aprehensión: los destinados a las misiones remotas de Paraguay o California, así como aquellos que administraban las haciendas de la Compañía de Jesús. Aunque no lo sabemos con absoluta certeza, es muy probable que entre ellos se encontrara el hermano Blas Guller y Huarte, penúltimo administrador de la hacienda de Arroyozarco y residente en ella.
Guller había nacido en Estella, Navarra, en abril de 1703. Se le bautizó en la iglesia de San Juan Bautista de ese lugar el día 3 de quel mes y año. Fueron sus padres Blas Guller de Monteagudo y María de Huarte y Gómez (mencionada a veces con el apellido Duarte, Aduarte, Uduarte o Ugarte). Sus padres se habían casado tres años antes en el templo de San Julián y Santa Basilisa de Andosilla, del mismo reino, de donde al parecer eran originarios. Desconocemos cuándo viajó Blas Guller a la Nueva España y a qué se dedicó en su juventud, pues fue hasta pasadas las cuatro décadas de edad, en 1744, cuando ingresó al noviciado jesuita, el 25 (o 23) de mayo de ese año. Ya en 1748 aparece como administrador de alguna de las haciendas jesuitas y se describen sus dotes como "de ingenio y juicio bueno; de alguna prudencia y experiencia; de complexión temperada; de talento para lo del campo y la casa". En 1751 actuaba ya como apoderado del procurador de las misiones de California.
Resulta llamativo que se le confiaran tales responsabilidades cuando aún era novicio, antes de pronunciar sus votos temporales de pobreza, castidad y obediencia, pues no fue sino hasta junio de 1753 cuando se le autorizó a hacerlo. Un año más tarde emitió sus "últimos votos", los definitivos, entre los cuales figuraba el cuarto, propio de los jesuitas: la especial obediencia al Papa. Algunos documentos se refieren a él como "reverendo padre", sin embargo, parece seguro que no se ordenó sacerdote, por lo que el tratamiento correcto sería simplemente el de "hermano".
Desde 1755 Blas Guller se hallaba en Arroyozarco como administrador de la hacienda. Aunque su residencia regular era este lugar, como encargado de una finca perteneciente a las misiones de California se le consideraba adscrito al Colegio de San Andrés de la Ciudad de México (famoso por su hospital), como lo reseñan documentos jesuitas de 1761 y 1764. ¿Cómo era el trabajo de los administradores de las haciendas jesuitas? Sobre eso escribí en mi libro Arroyozarco, puerta de tierra dentro (2003):
El Fondo Piadoso de las Californias tenía como cabeza a un padre Procurador, quien era el supervisor de los padres o hermanos jesuitas administradores nombrados para cada una de las haciendas que pertenecían a la fundación. Él se encargaba de visitar las propiedades, vigilar su explotación y habilitar a los distintos administradores con objetos y mercaderías que les era imposible conseguir en el lugar en que se ubicaban las fincas. Durante ciertos períodos existió un administrador general que ocupaba un puesto intermedio entre el Procurador General y los administradores de las haciendas. Por su parte, los padres administradores estaban directamente encargados de los trabajos de las fincas.
Quizá con el objeto de regular su conducta, se recomendaba que, en lo posible, no se dejara al hermano administrador solo, sino que se designara un capellán como compañía. Por debajo del puesto del administrador se encontraban los mayordomos (de campo y de casa) y después toda una escala de empleados menores como escribanos, caporales, vaqueros, arrieros, pasteros, sirvientes de la labor, ayudantes, carpinteros, herreros, albañiles, cocineras, molenderas, cuida pastos, gañanes, sacristán, cuadrillas de trabajadores forasteros y capataces en tiempo de cosechas, veladores, boyeros, peones, ayudantes, caballerangos, muleros, etc.: todo lo necesario para la subsistencia de un grupo más o menos numeroso de gente dedicada al trabajo agrícola y ganadero. Cada hacienda era en sí misma un pequeño mundo con mayor o menor interacción con el exterior, pero autosuficiente en muchos aspectos, lo cual a veces agudizaba su aislamiento respecto a pueblos y ranchos vecinos pero contribuía a la integración de sus habitantes.
[...]
Tal vez los padres administradores de la hacienda hayan tenido como diversión la lectura de libros piadosos y profanos, acompañándose con chocolate caliente servido al uso de la época, en su taza con mancerina o en un coquito encasquillado en plata, pues todos estos objetos se mencionan en los inventarios de la época. Quizá alguno de ellos practicó la esgrima, pues existía una espada vieja de este ejercicio en las bodegas de la finca. Cada año, el padre administrador debía acudir a ejercicios espirituales y entonces dejaba la hacienda a cargo del mayordomo y sus ayudantes. Antes o después de dichos ejercicios debía rendir cuentas a sus superiores. Se recomendaba que el administrador fuera “observante y fervoroso en la soledad de una hacienda donde no hay Superior que cele, ni campana que llame, ni visitador que registre, no ojos que observen, ni censores que noten la vida de un religioso campista”. y que se levantara temprano, pues “desdice mucho que en una hacienda donde todos madrugan antes del alba, sólo el Administrador duerma hasta después de salido el sol”. Por la noche, el administrador “rayaba” las cuentas de los sirvientes para su posterior pago y daba órdenes al mayordomo sobre los trabajos del siguiente día.
Para el padre administrador, el capellán, algunos hermanos jesuitas convalecientes o de vacaciones y huéspedes que se encontraban en la hacienda se tocaba a comer a las doce del día y a cenar a las ocho de la noche. Quizá la visita o el paso de viajeros importantes añadían alguna compañía interesante al administrador.
En sus años como administrador de Arroyozarco seguramente debió atender innumerables asuntos, pero de los que más documentación ha sobrevivido es de los que se relacionan con límites de tierras. Fue el caso del pleito con los naturales del pueblo de Santiaguito Maxdá, Timilpan, en 1762, o los que tuvo por el sitio de San Juan Ashuatepec, que la hacienda había intercambiado con Santiago Navarrete y que los naturales de Acambay reclamaban en 1753.
Acerca de los espacios que habitó don Blas en la Casa Vieja de la hacienda, escribí también en la mencionada obra:
El extremo norte del ala estaba ocupado por la nave de la capilla, su atrio y una troje de dos naves sobre columnas cilíndricas. Esta área era la única que contaba con una planta alta, que rodeaba al patio principal sólo por los lados norte y poniente, y al que se accedía por una escalera de piedra en el lado norte del patio. Ese piso contaba con dos soleados corredores, que miraban hacia el sur y oriente, soportados por pilastras de cantería; debe haber sido el lugar habitado por los jesuitas administradores y residentes en la hacienda, contaba con tres salas, dos recámaras, una sala de huéspedes (adornada con una bella portada de tezontle con la característica forma de H y con su clave en forma de róleo, ricamente esculpida), despensa, palomar, cocina, letrinas y almacén además de varios cuartos. Una de esas salas debió ser la lujosa “Sala del Administrador”, descrita ampliamente en el inventario de 1776, que estaba adornada con varias imágenes de bulto, como un San José con el niño con potencias, diadema y vara de plata, una Virgen de Loreto con corona de plata y un Santo Cristo pequeño de madera con su baldaquino. Los muros estaban cubiertos por grandes pinturas, como las de Santa María Magdalena y Santa Bárbara, de dos varas de alto, y una de los Cinco Señores, de dos varas y media. Los muebles eran de lo más variado: un reloj despertador con su caja dorada y encarnada, una mesa de dos y media varas de largo con cajón, dos bancas con respaldo, una de ellas servía además de cajón, un par de escritorios, un de ellos de madera de sabino con dos cajoncitos y seis huecos para libros, un baulito viejo, una caja de madera de sabino con chapa, un armero, cuatro pequeñas pilas de agua bendita de estaño, dos escopetas viejas cortas “para caminar” y dos bacinicas de cobre. Cubría el suelo una alfombra grande de colores blanco, encarnado y verde, y los vanos un par de cortinas azules de bayeta. Según lo que mandaban las Instrucciones para los hermanos jesuitas administradores de haciendas, el administrador debió tener ahí una tabla con clavos en los que colgaba las llaves de oficinas y aposentos de la hacienda, con un letrero que indicaba el uso de cada una y a donde debían volver una vez terminado su uso.
Cuando en 1764 pasó por la hacienda fray Francisco de Ajofrín en viaje hacia el norte de la Nueva España, conoció a Blas Guller y dejó unas cariñosas palabras en su Diario:
Es Arroyo Zarco hacienda de los misioneros de California, y su administrador, el padre Blas, me detuvo con mucha urbanidad y cariño hasta otro día, que era la festividad de la Encarnación del Señor, que habiendo dicho misa tomé mi camino (...).
En algún momento posterior a esta visita y antes de 1767, el padre Blas Guller fue relevado de la administración de Arroyozarco, quizá por su edad, reemplazándolo el padre Diego Cárcamo. Sin embargo, algunos documentos nos indican que continuó residiendo en la hacienda.
La hermana de don Blas Guller, María Benita, contrajo matrimonio en España con otro navarro, Bernardo de Ecala Lorente, noble con casa solar en Eulate. Fueron ellos padres de Martín Bernardo de Ecala Guller, nacido también en Estella, quien al cabo del tiempo siguió los pasos del tío y emigró a la Nueva España. Cuando en 1767 cayó la orden de expulsión de los jesuitas, en una decisión quizá algo cuestionable por el parentesco con el hermano Blas, don Bernardo de Ecala fue nombrado como administrador interino de la hacienda de Arroyozarco el 11 de julio y permaneció en el cargo hasta 1773.
Si don Blas estaba en Arroyozarco al momento de la aprehensión de los jesuitas, como es probable, pudo tomar alguna de dos determinaciones: la primera, retornar voluntariamente a su casa del Colegio de San Andrés, con la certeza de que ahí sería detenido; la segunda, esperar en la hacienda, donde posiblemente habría sido obligado a unirse a alguno de los grupos de compañeros de su orden que desde el interior del país viajaban por el Camino Real de Tierra Adentro camino de la expulsión. Como haya sido, lo cierto es que la mayoría de los jesuitas llegaron a Veracruz a lo largo del verano de 1767 y en el mes de octubre se embarcaron hacia España, desde donde se les envió a los Estados Pontificios.
Existe en la Biblioteca Nacional de España un manuscrito con la Lista de los jesuitas expulsados de Indias, llegados al Puerto de Santa María. Puerto de Santa María, [hasta el] 30 de junio de 1769, sin embargo el nombre del hermano Blas Guller no aparece, mientras que Diego Cárcamo, último administrador jesuita de Arroyozarco, sí consta en ella. ¿Habrá muerto antes de embarcar rumbo al exilio?, ¿habrá renunciado a la Compañía de Jesús y permanecido en la Nueva España?, ¿su nombre simplemente se omitió y terminó como sus compañeros de orden? Preguntas, hasta ahora sin respuesta.
FUENTES:
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"España, matrimonios, 1565-1950", database, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:C9VL-9CW2 : 13 February 2020), Blas Guller, 1700.
"España, matrimonios, 1565-1950", database, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:C9Q2-Q5MM : 17 February 2020), Blas Guller, 1700.
"España, bautismos, 1502-1940", FamilySearch (https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:HZ5Q-J7W2 : Wed Mar 05 01:06:28 UTC 2025), Entry for Maria Benita Ecala and Bernardo Ecala, 14 Jan 1730.
Zambrano, Francisco y Gutiérrez Casillas, José. Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México, tomo XV, México, Jus, 1961, p. 268, 732.
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Uruburu de Toro, Francisco. "Lista de los jesuitas expulsados de Indias, llegados al Puerto de Santa María. Puerto de Santa María", 30 de junio de 1769, manuscrito, Biblioteca Nacional de España.