sábado, 27 de noviembre de 2010

Érase una vez un cedro



A veces parece que la destrucción de Aculco es una conspiración. Todos participan y todos callan, nadie se atreve a levantar la voz y protestar contra los desaguisados que se cometen todos los días contra su patrimonio histórico, arquitectónico, urbanístico... y esta vez también contra el natural.

Este de la fotografía era un gran cedro que alegraba con su siempre verde follaje la llegada del viajero a Aculco. Plantado en la milpa de San Isidro quizá cien años atrás por mi bisabuelo, siempre recibió atenciones de la familia: algún abono, un poco de agua cuando se regaban esas tierras, incluso algunos años se le fumigaba. El árbol recompensaba a todos con su fronda y porte.

Pero un buen día llegó la Comisión Federal de Electricidad. Plantó unos postes y una línea eléctrica donde no los había y sin dudarlo ni un poco mutiló todo un costado del árbol, dejando todas las ramas del lado opuesto como testimonio de lo que se le arrebató.

El árbol, medio vivo, sigue recibiendo a los viajeros que llegan a Aculco. Ya no es un árbol hermoso, sino un muñón triste. Un buen símbolo de la decadencia de este pueblo, destrozado por todos, los que aquí viven y los que por aquí pasan.