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viernes, 18 de septiembre de 2020

"Fiestas patrióticas" (1895)

En el pueblo de Aculco, Estado de México, se nota gran entusiasmo por la próxima celebración de las fiestas de la Patria.

La Junta Patriótica, presidida por el Sr. D. Francisco Sánchez y Ramírez, ha acordado que los gastos que se eroguen, sean costeados por la misma, y todos y cada uno de las que la forman han aprontado gustosos sus cuotas con las que han formado un fondo competente.

Se preparan salvas e iluminaciones, discursos alusivos, carros alegóricos, fuegos artificiales, cucañas y jaripeo, no quedándose sin tomar parte las señoras y señoritas de la localidad, pues fueron invitadas por la Junta para sacar el carro de "La Libertad", invitación que aceptaron gustosas, y bajo la dirección de las Sras. Matiana Martínez de Basurto, Austreberta Quintanar de Ruiz y Apolonia Arciniega de Jasso, hacen ya sus preparativos correspondientes.

 

Fuente: El Tiempo, 12 de septiembre de 1895.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Las fiestas patrias de septiembre de 1944

Hace algunas semanas les hablé de la novela Sola (1954) -escrita por la catalana María José de Chopitea Rossell- que retrata de manera novelada los meses que pasó en Arroyozarco en la década de 1940 por invitación del jefe de la brigada de la Comisión Nacional de Irrigación que ocupaba el viejo Hotel de Diligencias. A quienes no hayan leído en este blog la entrada dedicada a presentar esta novela, les sugiero que la lean ahora, por lo menos la parte introductoria y la conclusión, que pueden encontrar aquí bajo el título El ejido de Arroyozarco en la década de 1940 (versión novelada).

Pues bien, aprovechando la coincidencia con estos días festivos retomaré aquella narración justo cuando se refiere a las fechas patrias. Para ilustrar el tema, ya que no poseo imágenes de la década de 1940, utilizaré algunas de las décadas de 1950 y principios de la de 1960, que sin duda les parecerán interesantes, o por lo menos curiosas.

Pues bien, sucede que "Montserrat" (el nombre que adopta Chopitea como personaje de su novela) recibió autorización para organizar una escuela digamos paralela a la ejidal, que permitiera asistir a niños que no podían hacerlo en los horarios de la otra. Aquella escuela fue instalada en una bodega en la planta baja del viejo caserón arroyozarqueño y aunque empezó con apenas seis niños pronto, comenzaron a acudir varias decenas. Al mismo tiempo, Montserrat había recibido de "Poncho" (el ingeniero jefe de la brigada) una declaración amorosa primero brevemente correspondida y después rechazada, lo que empezaba a desmoronar la amistad que hasta entonces habían llevado. En fin, se acercaban las fechas patrias de 1944 y la maestra decidió organizar un festival con sus pequeños alumnos:

Como premio a su aplicación anuncié a mis alumnos que ibamos a preparar los festejos para los días patrios de septiembre. Era necesario impregnarnos del espíritu histórico de la independencia nacional, profundizar los móviles del grito glorioso en aquel 15 de Septiembre de 1810. Para poder mejor explicar, hube de remover las páginas de la historia de México, Francia y España; asimismo, la geografía interna del país para localizar, en en el mapa, los puntos principales adonde llegó el eco de aquel grito. Todo ello requería tiempo y tranquilidad, así es que ahorré la sobremesa, especialmente después de la cena y busqué un rincón donde dedicarrue al estudio. "Poncho" parecía siempre en celo, nervioso, malhumorado; me rondaba a todas horas e intentaba sorprenderme a solas; pero yo aparentaba no darme cuenta y le suplicaba que me dejara trabajar.

[...]

Ya próximos al aniversario histórico, organicé los números de la fiesta con recitaciones alusivas, fábulas y versos clásicos, bailables y canciones. Cecilia ayudó a los menores a memorizar sus parlamentos y, sobre todo, fue muy útil en los coros a varias voces, pues mi falta de entonación entorpecía la marcha y hubiera podido llevarnos al fracaso. Ella tenía una voz muy afinada y un sentido muy despierto para la música. Todo se deslizaba bien. El director y profesor de la escuela del ejido solicitó de mí la fusión de nuestros números en Su programa y, naturalmente; acepté con mucho gusto y nos pusimos de acuerdo. Eso dio un estímulo grande a mis alumnos, pues el amor propio los puso más avispados. queriendo ser los que mejor quedaran.

[...]

Llegó el día 15, aniversario del "Grito de Dolores" y vísperas de nuestra fiesta escolar. Momentos antes de la hora fijada para el ensayo general, se suscitó con "Poncho" una discusión bastante acalorada relativa a mi actitud de olvido al acercamiento amoroso surgido antes de la llegada de Cecilia. Y o le dije que aquello fué una nube de verano. pasajera; una ráfaga de amor sin fundamento. sin raíces. sin ilusión de un porvenir, y no considerándome una mujer para uno o varios ratos. había recapacitado en olvidar el incidente y encerrar los impulsos pasionales. "Poncho" no entendía de razones y, en el fuego de su indignación, me dijo que o cedía yo a su pasión o era necesario que me ausentase por unos días so pretexto de tomar mis vacaciones.

-¿Vacaciones como castigo y no como premio? Eso sí. no. Me quedo tratándonos usted y yo como lo hacíamos al principio, o me voy para siempre.

-Pues váyase y no vuelva.

-¿Qué dice?

-Lo que oye. Y se va hoy mismo mejor que si espera a mañana.

-Pero, ¿usted sabe lo que dice? En primer lugar me echa sin motivo y en segundo, es tanto como privar a mis alumnos de las fiestas patrias.

-El profesor de la escuela rural tiene preparado un festejo. Que lo celebren allí. Usted no hace ninguna falta.

-¿Qué es lo que oigo? Eso es inaudito. ¿Es su última palabra que me vaya?

-Sí: ya no la aguanto más. Váyase hoy mismo.

Salí de la oficina trastabillando; la cabeza me daba vueltas y la vista se me nublaba. Entré a mi cuarto y prorrumpí en llanto. Cecilia se sorprendió al verme en aquel estado y más aún al escuchar de mis labios estas frases:

-Debo hacer mis maletas y, a lomo de caballo, alcanzar el tren de la madrugada en Dañú. Prepara tus cosas y vete con doña Casimira. "Poncho" me echa.

-¡Debe ser una injusticia de ese hombre! Un mal entendimiento, tal vez. No creo otra cosa. Además. tú no puedes irte en este estado y corrió al encuentro del jefe de la brigada.

Regresó al punto, y me dijo:

-Dice "Poncho" que mejor esperes a mañana, que él mismo te acompañará a San Juan del Río en la camioneta.

A fuerza de ruegos logré dominar los ímpetus que, por dignidad, me animaban a partir de inmediato. De pronto, me acordé de que los alumnos me esperaban para el ensayo general.

-Corre, ve con ellos. Cecilia: diles que me siento enferma y que tú me suplirás por esta tarde. Ya mañana inventarás algo. Me iré de escondidas; pero no en la camioneta sino a caballo.

Cecilia cumplió el encargo. No obstante, el desconcierto fué notorio.

Como rayo se aparecieron, en la puerta de mi cuarto, niños y más niños preguntándome qué me ocurría. Me hice la enferma y les dije que necesitaba descanso, que regresaran al lado de Cecilia y supieran agradecer sus desvelos demostrándome, así, que eran mis amigos y que me querían tanto como yo a ellos.

No fuí capaz de acudir a la cena. En el curso de mi estancia en Arroyozarco, era la primera vez que estaba enferma. Las esposas de los ingenieros sólo se dirigieron a Cecilia para informarse más con curiosidad que con interés. Junto a la puerta de mi cuarto se instalaron en cuclillas varias mujeres, pendientes de mi estado de salud. De entre las de la cocina, hubo una que no sólo se puso a mis órdenes, sino que me obligó a tomar un té de hojas y raíces y me aplicó manteca caliente en la parte externa de la garganta y del estómago. También me hizo tomar un baño de pies, con una porción de cosas disueltas en el agua. Me atosigaron entre todas a tantas preguntas acerca de lo que me dolía que, por rehuir explicaciones, hube de inventar dolencias; pero es el caso que acabé sugestionándome de que estaba enferma y, cuando me pusieron el termómetro por orden intencionada de "Poncho", aquél marcó medio grado de fiebre.

Fingiendo pues, estar enferma, Montserrat se dispone a pasar la noche del "grito" encerrada en su habitación de Arroyozarco y pensando en salir definitivamente del lugar al día siguiente:

Convencí a doña Martina de que no era indispensable su compañía ni la de las mujeres que aguardaban, si bien agradecía mucho su gesto, tanto más siendo "noche mexicana", por lo cual no podía permitir que sacrificaran su ambiente de alegría en familia. Al fin se retiraron. Afuera se oía el estruendo de petardos y cohetes que sonaban espaciados y por distintos rumbos. Después de la medianoche todo quedó en silencio. Cecilia y yo nos dormimos.

Sin embargo, las razones de su disgusto por el altercado con el ingeniero se han difundido. Así, al amanecer del 16 de septiembre, los propios niños y los habitantes de Arroyozarco van al encuentro de "Poncho", para exigirle que la maestra acuda a la fiesta que ella misma ha preparado. "Poncho", al final, accede:

-Buenos días, ingeniero: venimos "en bola" a que nos dé razón por qué la españolita no va a la fiesta.

-Porque yo le he ordenado que no vaya.

-Pos usted podrá ordenar en días de trabajo, dentro de Ía brigada; pero a hoy es fiesta y en nada le ocupa su campamento ni tiene derecho a hacerla trabajar pa' la Comisión ni tampoco hacerla que se vaya pa México, si no es por la voluntad de ella. Y no por no rajarse de haberle dicho que sí, nos va a desoír a nosotros porque sería antes rajarse de la fiesta que ha preparado; nuestros chamacos han aprendido lo que les hizo favor de ponerles y han estrenado trapos. Usted dice, ingeniero... ¿ Va o no va la señorita a la fiesta?

La voz de aquella mujer de temple quedó por unos momentos en el aire. Se hizo el silencio. Cecilia corrió a mi encuentro:

-"Poncho" ha dicho que sí: ¡qué vayas!

No le contesté, tomé de la percha mi bata blanca, metí los brazos en las mangas y, en aquel instante, se plantó un muchacho en el umbral y me estiró de la mano:

-¡Que se venga, señorita! ¡Hemos ganado!

Me abrí paso por entre el tumulto y entré al comedor:

-¡Gracias, ingeniero! ¡Por ellos, por mis hermanos de Arroyozarco, gracias!

En el tono de mi voz no había venganza, sino ternura; pero al no oír una respuesta ni un saludo por parte de "Poncho" salí, y grité emocionada:

-¡Aquí están las llaves de la escuela! ¿Quién va por la bandera?

Las llaves me fueron arrebatadas. De nuevo levanté la voz, ya más serena.

-¡Por favor!... Los mayores pónganse a un lado y luego, se forman detrás. ¡Niños y niñas!: en dos filas. Los más pequeños delante. Por orden de alturas.

En un santiamén se formaron las dos hileras. "Chencha" se acercó a mí, con la enseña.

-¡Tomasín! Tú que luces tan majo tu traje de charro y eres el más chiquitín de la tropa, llevarás con dignidad la bandera; "Lencha" y Petrita te harán escolta. Vosotros encabezaréis el desfile, derechito hacia el ejido, todos conservando la distancia, marcando con el de enfrente, al mismo paso, con seriedad. ¡Firmes! ¡Marchen! -y haciendo un esfuerzo inaudito, por la emoción, entoné:

¡Oh Santa Bandera de heroicos carmines!,

suben a la gloria de tus tafetanes,

la sangre abnegada de tus paladines,

el verde pomposo de nuestros jardines

la nieve sin mancha de nuestros volcanes.

La caravana se puso en movimiento, las voces vibraban al aire y mezclan los tres colores de la patria. Yo no cantaba; iba regando el camino con lágrimas de mis ojos; pero iba al paso, con el cuerpo erguido y la cabeza en alto. El aire me parecía suave; el suelo. incrustado de hierbas y flores, era una alfombra blanda en la que se hundían los pies desnudos de mis valerosos zagales quienes no envidiaban, ni mucho menos, mis alpargatas blancas. El agua clara del riachuelo se deslizaba tranquila, salvando los pequeños obstáculos y puliendo las piedrecillas.

El cortejo llegó ante la escuela del ejido. Alli, nos recibieron el profesor y sus asiduos alumnos -que eran menos que los que yo llevaba conmigo, muchos de los cuales estudIaban con él a distintas horas-. Allí rompimos filas y pasamos al interior, en el lugar donde estaban dispuestos, por lotes, los trajes de papel o de manta de colores para los distintos cuadros.

Cuando se abrió el telón y dió principio el festejo, vi en las primeras filas a las autoridades del ejido y a los ingenieros de la Comisión. Mi corazón latía fuertemente y el de mis pequeños artistas creo que también. No hubo el más mínimo fracaso. Salieron airosos y, al finalizar, ellos me sacaron a escena a recibir el aplauso; entonces, yo tomé de la mano al viejo maestro, que llevaba en su cara toda la nobleza de su vocación, y aparecimos ante el público, dándonos un abrazo estrecho en presencia de todos.

El siguiente acto en los festejos consistía en el juego de basquetbol, precisamente enfrente a la hacienda de la Comisión. Fundidos los alumnos de ambas escuelas, fórmamos de nuevo dos filas, hasta el lugar del juego. Una vez allí. presenciamos 1a entrega de un balón que el propio jefe de la brigada obsequió al equipo. Pensé, entonces, en el balón que me había prometdo aquel alto jefe de ingenieros que vino de México. No sabía yo, a la sazón, que aquél cumplió su palabra y que el balón en cuestión era el que "Poncho" regalaba.

Antes e iniciar el partido, el profesor dirigió la palabra para evocar la fecha histórica y las figuras ilustres la Independencia, Una salva de aplausos se esató a los vientos y entre el chasquido de manos surgió una porra de voces que decía: "que hable la señorita. ..". Me hice de rogar, pues al cruzar mi mirada con la de "Poncho", de momento, me atemorizó la severidad de la suya; pero las voces insistían y empujada por ellas y conducida por manos que me llevaban hacia el centro, frente a la presidencia, me escuché, de pronto, improvisando una sarta de frases sentimentales, dirigida a los hijos de aquella tierra regada con la sangre de los héroes caídos en combate, en el doloroso episodio de Aculco, que no había sido estéril puesto que, a costa de triunfos y de fracasos, México logró su independencia.

Les hablé de corazón a corazón hasta ver latir los pechos y un batir de rebozos y pañuelos enjugando los rostros de mis nobles rudos amigos.

Terminé porque ya la voz me temblaba. Un nudo de lágrimas se deshacía en mi garganta, y más elocuente que mis palabras fué el apretón de manos que di en lo alto, en señal de hermandad. Pasé por en medio de los aplausos, recibiendo besos en la orilla de mi bata blanca, tan blanca, tan blanca como el cariño que me unía a aquella gente. Fuíme a sentar entre un grupo de mujeres y niños y, una vez iniciado el partido y las mentes distraídas con el juego, desaparecí sin ser advertida. A una seña me siguió un chiquillo y le dije que si era demasiado sacrificio privarlo de ver el juego por hacerme un favor.

-Es un gusto complacerla, señorita. Ordene nomás y como rayo lo cumplo.

-Ve con Tomás, el caporal de la finca [se refiere a la "Casa Vieja" de Arroyozarco, entonces propiedad de don Fernando Tornel Ricoy], y dile que, te mando a Bonito ensillado; que quiero irme para Aculco a visitar a los parientes de sus amos, pues me han dicho que está abierta la casa de allí y se encuentran reunidos celebrando las fiestas.

El rapaz corrió como flecha. Mientras, fuí a mi cuarto y me puse los avíos de charra. Me, despedí de Cecilia con un, "¡hasta luego!, si no vengo a dormir no te preocupes. Es probable que me quede en Aculco".

Y dando las gracias al cumplido muchacho, di espuelas a Bonito y arremetí a todo galope, llevándome tras de mí el asombro de todos los que asistían aún al juego de basquetbol.

Plugo al cielo que en la carrera nada se me parase enfrente, pues el coraje me hacía creer que nada era capaz de detenerme y que lo mismo hubiera sido un toro o un ocote, habría embestido de igual modo hasta desgajar lo mismo cuernos que troncos.

No hube bien andado una me una media legua cuando, a un lado del camino, frente a un jacal, vi una gran multitud de sombreros que no parecía sino una enorme sombrilla en medio de la estepa. Tiré de las riendas a Bonito y me fuí acercando al paso y de allí a poco descubrí que lo aquellas gentes reunidas hacían era presenciar una pelea de gallos. "¡Silencio!", gritaba el que hacía de juez de plaza. Al punto eché pie a tierra, amarré el caballo a un árbol y me colé entre el grupo para atender a la pelea.

Dos gallos soberbios abrían las alas y se esponjaban las plumas con hermosos reflejos de turquesa y obsidiana. Los dos a un tiempo, de sun salto se pusieron al suelo, frente a frente. En sus patas brillaban 1as navajas largas y afiladas. Las crestas, como dos banderolas rojas, se erguían sobre sus cabezas, mientras los cuellos crespos se les encorvaban y sus ojos color coral se encendían en una ferocidad casi humana. La lucha se inició: los dos cuerpos se confundieron en uno solo, con los picos y garras hundidos. Todo ocurrió en breves instantes. Los espectadores enmudecieron. Uno de los gallos se desprendió y, embestido por el otro, fue lanzado patas arriba más allá del círculo fijado. Me quedé atenta mirando cómo se cerraban sus párpados, cómo se estremecía su cuerpo bañado en sangre hasta formar un charco. Sin ser advertida de nadie, me separé del grupo, monté de nuevo y me alejé mirando el azul cielo para olvidar aquella escena espeluznante.

A eso de las cuatro de la tarde llegué al pueblo de Aculco sin la menor molestia; pero en cuanto me hube apeado, las piernas se me doblaban como si fueran de trapo. Sin embargo, no proferí queja alguna y cambié saludos con quienes me recibieron.

El pueblo estaba de gran fiesta y al poco de haberme instalado en una mecedora tras de una reja, la gente joven me estaba diciendo:

-Usted ya no se regresa. Esta noche tenemos baile, que no se puede usted perder.

-A la mano de Dios que con estas botas no habrá quien se atreva a bailar conmigo.

-Pero puede cambiarse de ropa.

-¿Cuál ropa?, si no traigo más que la puesta.

El amo de la casa intervino:

-No se apure, charrita. El mozo puede ir a caballo hasta Arroyozarco y que le traiga lo que necesite para que esté más a gusto; que si no, la vestimos con lo que haya. ¿Usted dice. españolita? ¿Se queda a la fiesta?

-Pues, ni hablar, señores. Que me traigan mis trapos. ¿A quién le hago el encargo?

Ninguno de los presentes dejó de reír al verme tan decidida. Salió el mozo con un papel escrito de mi puño, en el que pedía a Cecilia mis mejores prendas y afeites.

En comer un plato de mole y cuanto más me sirvieron, beber pulque curado y dormir una siesta, tendida boca abajo, se pasó el resto dc la tarde y con ella se fueron mis calladas dolencias.

Entre varias mujeres me plancharon mi traje de "luces", que no me había puesto desde México; en esta ocasión no me importó que fuese el de antaño y calcé mis zapatos de tacón alto.

Aquella noche bailé con los catrines de Aculco, entre ellos el "guapo" del pueblo; y, también, con los venidos de México; algunos eran charros de fama. Se armó un gran jolgorio hasta la madrugada, sin que de "Poncho" me acordara ni de otro mortal que pudiera robarme un poco de alegría.

Al otro día hubo charreada, jaripeo, coleadas, carreras hípicas, palo encebado y fuegos de artificio; todo esto rematado, al anochecer, con el gran baile en la plaza, en derredor del quiosco, animado por la banda municipal.

Terminadas las fiestas patrias lo mismo en Aculco que en todas partes, la gente desfiló a sus lugares y todo quedó tranquilo.

Así concluye la narración de María José de Chopitea acerca de las fiestas septembrinas de 1944 en Arroyozarco y Aculco. Como escribí antes, estas narraciones de la obra Sola, pese a estar naturalmente noveladas, tienen mucho de verosímil al mencionar sitios, costumbres, personas y hechos, por lo que sin duda podemos tomarlas como cercanas a la realidad y quizá todavía viva en el municipio alguien que pueda confirmar sus detalles. En fin, espero que esta crónica sirva para que, también leyendo, disfruten estos días de fiestas en Aculco.

martes, 3 de mayo de 2016

La veneración de la Santa Cruz en San Lucas Totolmaloya

Hace justamente un año, los primeros días de mayo de 2015, me tomé algunos días de descanso que pasé apaciblemente en Aculco. Entre las pocas salidas que hice estuvieron unas breves visitas a los pueblos de La Concepción, Santa Ana Matlavat y San Lucas Totolmaloya, dentro del propio municipio. Sinceramente, el día que conduje a este último pueblo no recordaba que estábamos justamente en vísperas de la fecha que el calendario litúrgico señala como la fiesta de la Santa Cruz, el 3 de mayo. Una fiesta que en México, desde tiempos del virreinato, ha estado ligada al gremio de los constructores (en particular a los albañiles), quienes en esa fecha suelen construir y adornar una cruz en la obra en la que se encuentran trabajando y festejar con cerveza, pulque, barbacoa o carnitas.

Y decía que no recordaba que se trataba de esa fiesta cuando me acerqué a la parroquia de San Lucas Totolmaloya pero, enseguida, los adornos en la cruz que corona la entrada al atrio me hicieron percatarme de ello. Qué mejor día -pensé entonces para mí- que el de la Cruz de Mayo para venir a este lugar, donde uno de sus mayores atractivos es la antiquísima y extraña cruz atrial del siglo XVI que se yergue sobre un sencillo pedestal almenado y a la que ya he dedicado un espacio en este blog. Pero apenas traspasé la puerta pensé que algo andaba mal. Para empezar, el sencillo pedestal ya no lo era tanto: ahora aparecía chapado en cantera de color gris, lo que le había quitado buena parte de su gracia, aunque conservaba su perfil. Por lo menos la antigua peana seguía ahí en lo alto... pero arriba de ella no había nada. ¡Por Dios, la cruz atrial, la joya de San Lucas Totolmaloya no estaba en su sitio!

Esperando lo peor, porque esperar lo peor es casi siempre lo más certero cuando se trata del patrimonio histórico de Aculco, me acerqué al pedestal. Los nuevos jarrones de cantera llenos de flores lo adornaban, pero ni rastro de la cruz. Di una vuelta por el atrio, bastante molesto. Pregunté a un vecino que no me supo dar razón. En la fachada del templo, los adornos de cucharilla sobre los contrafuertes, en los pináculos y la cruz del vértice indicaban que aquel era un día de fiesta, pero ya no me importaba nada de eso, lo que quería era saber qué habían hecho con la antigua cruz monolítica. Entré a la iglesia con el mismo disgusto. Ni los alegres adornos de la nave y del baldaquino neoclásico me llamaron la atención. Llegué muy cerca del altar y tampoco había señales de la cruz atrial por ahí. Entonces di la vuelta hacia la derecha, muy cerca del muro lateral... y ahí en el suelo, recargada contra la pared estaba lo que buscaba.

Creo que nada más encontrarla me arrepentí de mi furia. Me había acercado a buscar aquella pieza de cantera mirándola sólo con ojos de historiador, de amante del arte colonial, y había olvidado que antes que nada es un objeto de devoción. Colocada en ese sitio, sobre un paliacate verde, con unas flores amarillas y blancas en un vaso, cuatro veladoras, al lado de otra pequeña cruz de madera de aire inconfundiblemente otomí, se le estaba rindiendo culto en su fiesta como seguramente se ha hecho en San Lucas desde muchos años atrás, quizá siglos. Al ver aquella cruz tan precariamente recargada en la pared y pensar el riesgo para la obra que implica el retirarla de su peana y colocarla de nuevo días después cada año, se me podrían haber ocurrido mil razones para que se le tratara con más cuidado, con mayores precauciones, que se evitara de plano moverla, pero al presenciar la veneración de la gente que acudía al templo todas mis razones me parecieron vanas.

Hoy sigo pensando que el haber retocado el pedestal de la cruz atrial fue un error, pues antes que ganar algo con ello, perdió. Continúo pensando que debe haber formas de proteger mejor la propia cruz para evitar que se rompa en algún movimiento. Pero en este caso no me atrevería a proponer nada si eso afectara la veneración que le rinden los habitantes del pueblo. Ese culto es tan valioso como la propia cruz.

jueves, 2 de junio de 2011

Los festejos por la consumación de la independencia en Aculco (1821)

Una celebración neoclásica: festejo cívico en la Plaza Mayor de México (ca. 1821-1827), Acuarela de Theubet de Beauchamp, Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid (detalle del tablado en el centro de la plaza).

Muy pocos días después de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la ciudad de México y de la firma del Acta de Independencia, la Regencia del Imperio Mexicano emitió el 6 de octubre de 1821 un decreto que dispuso el "juramento y solemne proclamación de la independencia, el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba" en todas las ciudades del país, lo que debería llevarse a cabo por los ayuntamientos con "toda la economía que no dañe acto tan gustoso".





Decreto de la Regencia del Imperio Mexicano del 6 de octubre de 1821.

No sólo las grandes y medianas ciudades mexicanas de la época acogieron con entusiasmo la realización de dicha ceremonia: aún pueblos como Aculco, con una población que no llegaba en toda su jurisdicción a los siete mil habitantes, de los que quizá sólo medio millar vivían en la cabecera, mostraron un especial empeño y regocigo en celebrar la independencia, acompañando lo ordenado en el decreto con peleas de gallos, corridas de toros, fuegos artificiales, bailes y serenatas. Todo esto, por fortuna, quedó referido en un documento que existe en el Archivo Histórico del Estado de México, que bajo el título "Juramento otorgado por esta jurisdicción" relata con detalle esta fiesta cívica celebrada en Aculco, que inició el 11 de diciembre de 1821 y terminó casi una semana más tarde:




JURAMENTO OTORGADO POR ESTA JURISDICCIÓN [DE ACULCO]

El 11 del corriente se anunció al público el Solemne Juramento que este Ilustre Ayuntamiento tenía dispuesto para el día siguiente, que fue el día de la Patrona Universal del Imperio Nuestra Señora de Guadalupe, con repique general de campanas a vuelo, en la tarde las solemnes vísperas por todo el venerable clero, y en la noche una lucida iluminación por todos los habitantes, quienes a porfía se dedicaron con empeño a solemnizar las vísperas de tan venturoso día.

El solemne juramento en la ciudad de México, el 22 de octubre de 1821, óleo del siglo XIX.

A la mañana del día 12 las campanas a vuelo, las bombas cámaras y cohetes anunciaron la gloriosa alba de día tan festivo. A las diez de la misma se reunió el Ilustre Ayuntamiento en cuerpo y, precedido de la música, de dirigió a la Iglesia Parroquial donde lo salió a recibir el Venerable Clero con sobrepelliz, cruz y ciriales, conduciéndolo a sus bancas que estaban adornadas al intento. Luego que pasó el Evangelio, subió el Señor Cura Párroco don Antonio Martínez Infante al púlpito, en donde explicó la grandeza del Plan de Iguala, la utilidad y beneficios de nuestra religión, independencia y unión, las admirables y nunca bien ponderadas virtudes de nuestro Serenísimo Señor Almirante de Mar y Tierra don Agustín de Iturbide, con otras exhortaciones anexas al día, en que brilló su celo y patriotismo a favor de la justa causa, concluyéndose la función de iglesia a las doce del día, saliendo el venerable clero a dejar al Ayuntamiento hasta las puertas del templo, desde donde se dirigió el Ayuntamiento a la casa del Alcalde de Primera Elección precedido de la música y con innumerable concurso de toda clase de gentes, que lo llevaban en medio de los vivas y aclamaciones con el mayor orden, la que estaba preparada al efecto, en donde se dio un corto refresco a los concurrentes por el mismo Alcalde.

El tablado real de los festejos celebrados por D. Felipe Bartolomé Ramírez, cacique de la Villa de San MIguel el Grande, con motivo de la proclamación del Rey Carlos IV el año 1791, Archivo General de Indias (detalle).

A las cinco de la tarde del mismo día se reunió al Ayuntamiento en la misma casa y con las puertas abiertas y a vista de todo el Pueblo, en las manos del Alcalde Primero prestó el Juramento, habiéndose antes leído el Plan de Iguala y Tratados de Córdoba como se previene en el Bando. Concluido este solemne acto que por los vivas y aclamaciones del Pueblo fue percibido de la torre [de la parroquia], se soltó el repique a vuelo que duró largas dos horas. Enarbolado el estandarte en manos del Primer Alcalde, se ordenó el paseo conforme a lo prevenido; al llegar a las puertas de la misma casa, ya estaba reunido el Venerable Clero esperándole allí para incorporarse. El Alcalde ofreció el estandarte al Señor Cura, quien lo admitió a nombre de la religión, y asido de el con la mano derecha y el Alcalde con la izquierda se continuó el paseo por las calles que estaban dispuestas al efecto, que son las nombradas Estación Mayor. Concluido se dirigieron a un tablado que al propósito estaba formado de antemano en la Plaza Mayor, en el que se distinguen cuatro frentes: en el primero, al oriente, se mira al Serenísimo Señor Almirante con una dama que demuestra la América encadenada y su Alteza rompiéndole las cadenas; al sur, un indio y un español estrechándose las manos en sus corazones demostrando la unión; al poniente, un mundo dividido y la mano del Señor Almirante con la espada desenvainada dividiendo un león de un águila, en demostración de que su Alteza dividió el Imperio Mexicano del Español; al norte, una estatua demostrando al Sumo Pontífice enarbolada una cruz, siginificando que es y será nuestra religión la católica apostólica romana. En lo alto se mira un nopal, en donde está colocada un águila real que tiene afianzado con el pie derecho el cetro del Imperio. Colocado en él el Ayuntamiento con todo el Cuerpo Eclesiástico, pronunció el Primer Alcalde estas palabras: Fiel Pueblo de Aculco, es llegado el día de nuestra felicidad, nuestro Almirante nos ha puesto en libertad, rompiendo las cadenas de la esclavitud que nos oprimían, en cuya vista prestó el Juramento el Pueblo con demasiadas demostraciones de Júbilo y con arreglo al Bando; lo mismo fue repitiendo en los cuatro frentes en los que se tiraron algunas monedas, pero el Señor Cura, después de haber tirado lo que traía, mandó traer de su casa platos de plata y en demostración de su júblio se los arrojó al Pueblo.

La fiesta barroca: festejos celebrados por D. Felipe Bartolomé Ramírez, cacique de la Villa de San MIguel el Grande, con motivo de la proclamación del Rey Carlos IV el año 1791, Archivo General de Indias.

Concluido este solemne acto se dirigió el Ayuntamiento en la forma dicha a la Iglesia Parroquial, en donde se cantó un Tedeum en acción de gracias al Todopoderoso. De allí se dirigió -cosa de las ocho de la noche- todo el Ayuntamiento a la referida casa (habiéndose quedado el estandarte en el Templo), donde el referido Alcalde dio un solemne baile a toda la concurrencia y un refresco bastante amplio en cuanto lo proporcionó el País, el que duró hasta el día siguiente.

Alegoría de la Patria Mexicana, óleo del siglo XIX.

A las nueve del día trece, reunido el Ayuntamiento, se dirigió a la Iglesia para solemnizar la magnífica función que estaba preparada, la que se solemnizó con el famoso sermón pronunciado por el Bachiller Don Ignacio Ruiz Peña en la que sobresalió el patriotismo y afecto a nuestra causa de este venerable eclesiástico.
Concluida la función de Iglesia, se dirigió el Ayuntamiento al tablado que el Pueblo le había puesto y adornado para que con el golpe de música gustaran de los toros -que duraron cinco días las corridas con el mayor regocijo y sin el más leve desorden, cinco de música, tres de fuegos e iluminación y dos días de gallos-.

Todo lo que este Ayuntamiento participa a V.S. para que si fuere de su agrado, lo mande dar a la imprenta y para satisfacción de este fiel vecindario.

Dios guarde a V.S. muchos años. Juzgado Nacional de Aculco diciembre 17 de 1821.

[Rúbricas]

Victorino de Bulnes José Felipe de la Vega
Alcalde Primero Alcalde de Segundo Voto

José Estanislao José María Beltrán de la Cueva
Regidor Primero Regidor Segundo

Pedro García José Hilario García
Regidor Tercero Regidor Cuarto

Francisco Ronquillo Nicolás Sánchez
Regidor Quinto Regidor Sexto

José Mauricio González Félix de la Cruz
Regidor Séptimo Regidor Octavo

Cayetano Basurto José Tomás de Chávez
Síndico Primero Síndico Segundo

Luis Ronquillo
Secretario

Alegoría de la Independencia, óleo del siglo XIX.

Nota
El benemérito vecino de este pueblo don José María Álvarez, a quien este Ayuntamiento comisionó para que corriera con los gastos, desempeñó su comisión con tal desinterés y economía que sólo se gastaron trescientos veinticinco pesos en el lucido tablado, composición de la Plaza Mayor, calles del paseo, plaza de toros, banderillas de fuego y corrientes, juegos que estuvieron muy lucidos, música por cinco días que permanecía hasta las once de la noche en que se acababa la serenata, sin que por todo el trabajo quisiese recibir medio real por su paga a pesar de su mucho trabajo y pobreza, cuyo mérito recomendamos a V.S.

[Rúbricas]

Victorino de Bulnes

Francisco Ronquillo

Mauricio González Félix de la Cruz

José Tomás de Chávez
Síndico Segundo

Luis Ronquillo
Secretario




Fuente: Archivo Histórico del Estado de México. Intendencia de México. 1821, Caja 24. EXp. 24. Fojas 81-84v.


Este interesantísimo documento proporciona una gran cantidad de información para la historia de Aculco: nombres de calles, la aparente falta de casas de cabildo ya para ese entonces, usos festivos, emblemática local, la existencia de un estandarte (¿sería propio del pueblo o relativo al Imperio?), etcétera. Casi cada línea de esta narración podría glosarse entretejiéndola con otros datos interesantes: que el bachiller don Ignacio Ruiz Peña tuvo que ver en el caso del matrimonio de uno de los insurgentes del Fuerte de Ñadó; que el alcalde Victorino Alonso de Bulnes, por ser peninsular originario de San Vicente Barquera, Santander, estuvo contemplado en la Ley de expulsión de los españoles de 1827... Por ahora sólo tengamos a la vista este papel, que sin duda será de gran utilidad para otras entradas del blog Aculco, lo que fue y lo que es.

Festejo cívico en la Plaza Mayor de México (ca. 1821-1827), Acuarela de Theubet de Beauchamp, Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid.