martes, 22 de diciembre de 2020

El blocao de Arroyozarco

Un blocao (palabra procedente del alemán blockhaus) es una fortificación reducida, de madera, tierra y piedra, provisional y a veces transportable, muy usado por los imperios coloniales del siglo XIX y principios del XX en sus incursiones por el continente africano. Durante la segunda guerra de los Boers en Sudáfrica (1899-1902) y la Guerra de España en Marruecos (1911-1927), los blocaos fueron ampliamente utilizados e incluso retratados en varias novelas bélicas. Aunque por su propia naturaleza no tuvieron una fisonomía uniforme, a todos los caracterizaba su reducido tamaño, cierta fragilidad y su condición temporal.

En los años de la intervención francesa en México (1862-1867), existió en la hacienda de Arroyozarco una pequeña fortificación utilizada por el ejército invasor cuyo aspecto evocaba ciertamente al de un blocao africano, de ahí que -salvando distancias- me halla tomado la libertad de llamarlo en el título de esta entrada precisamente así, el blocao de Arroyozarco. Lo primero que llama la atención de este fortín es su tamaño tan pequeño, de quizá unos diez metros de frente por otros cinco de fondo y menos de cinco de altura. Su planta, rectangular, muestra un saliente hacia su frente, como una especie de baluarte. El blocao se desplantaba sobre lo que parece ser una base de adobe, encima de la cual se observa un muro revocado hasta no más de tres metros de altura en el que se abren aspilleras para disparar desde el interior. Por encima de todo, una estructura de vigas de madera y mampostería con mirillas sostiene una cubierta plana.

La rara fotografía en que aparece el blocao, tomda en 1864, muestra nopaleras taladas y dos todavía en pie, junto a lo que parece ser la cerca de un corral. Un soldado francés se apoya en el baluarte portando un rifle y sirve de punto de comparación para dimensionar el fortín. Casi al centro de la imagen, otro militar barbado y aparentemente de mayor rango descansa en el tronco de uno de los nopales cortados. Esta imagen fue publicada por primera vez en el libro Precursores de la fotografía en Querétaro de Guadalupe Zárate Miguel y procede de la Fototeca Constantino Reyes Valerio del INAH. Fue gracias a José Luis Hernández Peña, patrón del blog San Juan Iztacchichimeca, que tuve noticia de la existencia de la fotografía.

martes, 1 de diciembre de 2020

Aculco contra la constitucionalización de las leyes de Reforma

Hace unos días, cuando les hablaba sobre la imagen de la Purísima Concepción de la parroquia de Aculco, tallada en 1874, comenté que existía entonces un sentimiento popular de oposición al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada por la aplicación rígida de las anticlericales Leyes de Reforma. Hoy quiero platicarles acerca de las formas en las que se expresó este descontento en nuestro pueblo.

Tras la restauración de la República en 1867, a un breve periodo de venganzas y represalias contra los conservadores siguió una etapa de apaciguamiento. Ignacio Manuel Altamirano, uno de los liberales más radicales en la lucha contra el Imperio de Maximiliano, fundó en 1869 la revista El Renacimiento, en la que convocó a la intelectualidad liberal y conservadora a la reconciliación e incluyó en sus páginas autores de las dos facciones que apenas unos años atrás habían luchado a muerte. Sin embargo, la muerte de Benito Juárez en 1872 significó la llegada a la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, cuyas ideas eran mucho más radicales y jacobinas que las del propio oaxaqueño.

En efecto, en septiembre de 1873 el presidente Lerdo de Tejada promulgó un decreto que incorporaba a la Constitución de 1857 las leyes de Reforma, aquellas con las que el gobierno liberal había establecido entre 1856 y 1860 la separación entre Iglesia y Estado, así como la nacionalización de los bienes clericales. Esto significaba dar un mayor peso a esta legislación, lo que en términos prácticos se concretó -entre otras cosas- con la eliminación de los permisos para realizar actos de culto fuera de los templos, el apoyo a los misioneros protestantes, la expulsión de los jesuitas y la disolución de las Hermanas de la Caridad, orden esta última dedicada a la atención de hospitales, tan estimada por los mexicanos que ni el propio Juárez se había atrevido a destruir:

El 14 de diciembre de 1874, el congreso publicó el decreto que ratificaba la separación Iglesia-Estado, la libertad religiosa, el carácter nacional de los templos, la clausura de las órdenes monásticas y las clandestinas que se establecieran serían consideradas como reuniones ilícitas que podían ser disueltas por la autoridad civil. También ratificó el matrimonio civil, la sustitución del juramento religioso con la promesa de decir verdad y la protesta, sin reserva alguna de guardar y hacer guardas las leyes y la Constitución, con sus adiciones y reformas y las leyes que de ella emanaran. Prohibía la asistencia de los empleados públicos, con carácter oficial, a las ceremonias religiosas, la instrucción y práctica de cualquier culto en todos los establecimientos de la federación, la celebración de actos religiosos fuera de los templos, la adquisición de bienes a las corporaciones religiosas; limitó el uso de las campanas, anuló las donaciones religiosas, el goce de los privilegios del clero. Declaró que todas las reuniones religiosas eran públicas y serian vigiladas por la policía. (Marta Eugenia García Ugarte, "Reacción social a las leyes de Reforma (1855-1860)", en El estado laico y los derechos humanos en México, 1810-2010, México, UNAM, 2012, tomo I, p.361)

En noviembre de 1873, el descontento por esta legislación llevó a un importante levantamiento armado en lugares como Morelia, Zinacatepec, Dolores Hidalgo, León, Jonacatepec, Temascaltepec y Tejupilco. Al grito de ¡Viva la Religión!, ¡Muera el mal gobierno!y ¡Mueran los protestantes!, los rebeldes, llamados "religioneros", obligaron al gobierno a enviar en su persecución a uno de sus más importantes generales, Mariano Escobedo. El movimiento, sin embargo, sólo se sofocaría con la llegada de Porfirio Díaz al poder en 1876.

Por otra parte, numerosas poblaciones del país publicaron sendas cartas en diversos periódicos protestando por el giro desfavorable que había tomado para los católicos esta constitucionalización de las leyes de Reforma. En el caso de Aculco, su carta, dirigida a los diputados del Congreso de la Unión, apareció publicada el 17 de marzo de 1875 en el periódico católico La voz de México, en conjunto con los vecinos de Jilotepec, Chapa de Mota y Villa del Carbón:

Apenas hemos podido creer que un cuerpo tan honorable como debe serlo el legislativo en las repúblicas representativas populares haya aprobado diversos artículos que en la repetida ley se encuentran, que atacan las más preciosas garantías del hombre en sociedad y son enteramente contrarias a las mismas instituciones libres bajo que estamos constituidos. [...] Al Congreso Constitucional de 1874 cupo la triste suerte de sobrepasar las tiranías y las crueldades de los perseguidores coronados en los primeros tres siglos del cristianismo. Entonces se respetaba el secreto y las tinieblas de las catacumbas, cuyo sagrado se amenaza hoy, estableciendo penas que se aplicarán con sólo que un gendarme lo quiera [...] La asamblea constitucional de 1874, en su odio satánico al catolicismo, no ha reparado en que con tales medidas, principalmente aquella en cuya virtud arroja de nuestro suelo a las Hermanas de la Caridad, ángeles de bendición cuyos delitos no son otros que los innumerables bienes que hacen a esta parte de la humanidad desgraciada, traiciona a la patria y echa sobre ella un negro borrón y un estigma infame que le atraerá el desprecio y la vergüenza, el baldón y la deshonra, en presencia no sólo de los pueblos civilizados, sino aún de las naciones bárbaras y salvajes. (La Voz de México, miércoles 17 de marzo de 1875, p.1)

Esta carta fue firmada por una gran cantidad de aculquenses, cuyos nombres sería muy laborioso transcribir. Por ello incluyo las imágenes de dichos nombres tomados del mismo periódico.

El mismo periódico, que su enemigo El Monitor Republicano solía tildar de "estúpido" y denigrarlo como "La voz de los mochos", comenzó a publicar con regocijo noticias de procesiones que se habían celebrado en muchos lugares del pais durante la Semana Santa de aquel año, en abierto desafío a la ley. "La voluntad del pueblo soberano", "la más enérgica protesta contra la famosa ley orgánica", publicó en apoyo de estas manifestaciones los días 6 y 9 de abril.

Un afanoso vecino de la ranchería de Encinillas de nombre Marcelo Miranda (posiblemente de credo protestante pues justo por aquellos años empezaba su expansión en ese sitio) envió por aquellos días una misiva a los redactores del periódico liberal El Monitor Republicano para acusar a los vecinos de Aculco de haber celebrado cuatro procesiones durante la Semana Santa, con las que habrían violado flagrantemente la ley. La misiva, que suena a revancha, decía a la letra:

Encinillas, marzo 28 de 1875

Señores redactores del Monitor Republicano.- Muy señores míos: Ruego a ustedes se sirvan insertar en las columnas del periódico que dignamente redactan, el siguiente remitido, cuyo favor les agradecerá a ustedes su atento y seguro servidor.- Marcelo Miranda.

En el bendito y bien aventurado pueblo de Aculco, a cuya municipalidad pertenece este punto, ha habido la semana pasada cuatro escandalosas procesiones, y como esta clase de solemnidades están expresamente prohibidas por las leyes vigentes, nosotros los vecinos de estas comarcas, deseamos saber qué clases de prerrogativas disfruta el pueblo de Aculco para infringir las leyes a su antojo, dando rienda suelta a su entusiasmo religioso y procurando de cuantas maneras le es posible combatir las instituciones liberales, para conceptuar el desgraciado partido del retroceso. Ciertamente, nosotros comprendemos que los esfuerzos de los fanáticos no son sino pálidos resplandores de una lámpara que se apaga, y por lo mismo no los tememos; pero también comprendemos y sabemos, a no dudarlo, que un gobierno legalmente constituido debe hacerse respetar castigando severamente a los infractores de las disposiciones emanadas de él. Ahora bien, si esto no se hace, ¿a dónde vamos a parar? Vergonzoso nos parece que un puñado de fanáticos cometan tales abusos y que el gobierno pueda tolerarlos, confirmándose de esta manera lo que tantas veces han dicho a voz en cuello los vecinos del indicado pueblo, esto es, que ellos no respetan más leyes que su voluntad soberana; y, en efecto, tal aserto ha tenido verficativo, así como lo tendrá probablemente el castigo que merecen por su falta de acatamiento al gobierno de la nación; a no ser que ñas leyes sigan siendo como antes, hojas de papel escrito, de cuya duda se servirá sacarnos la apreciable redacción del Diario Oficial.- Marcelo Miranda (El Monitor Republicano, 4 de abril de 1875, p.3)

Dos días después, el diario La Voz de México hizo eco de esta carta y publicó una respuesta en tono más bien burlón hacia las preocupaciones de Miranda:

En un remitido que publica El Monitor Republicano, suscrito por D. Marcelo Miranda, encontramos amargas quejas porque en el pueblo de Aculco hubo cuatro escandalosas procesiones (¡Jesús mil veces!). Pues bien, al buen don Marcelo (pobre hombre) llama la atención que haya esa clase de solemnidades que están prohibidas por la ley. Vaya, señor Marcelo, que de muy poco os asustáis, cuando lo que debería asustaros era la prohibición de los actos de culto externo, porque tal prohibición pugna con la carta constitucional de 57. Pero vamos, ¿qué entiende el buen don Marcelo de constituciones, de leyes, de libertad de cultos ni de nada de semejantes cosas. Habrá aprendido el buen hombre el vocabulario moderno y por eso nos ensarta en su remitido la libertad, la paz, el fanatismo, el retroceso, las instituciones, las leyes, la filantropía, la voluntad del pueblo, la soberanía del mismo, el oscurantismo, etc., etc. Bien por don Marcelo que se escandaliza por quítame allá esas pajas. ¡Pobrecillo, no sabe lo que dice! (La voz de México, 6 de abril de 1875, p. 2)

Las cosas no terminaron ahí. Con sincronía -o intención- La voz de México publicó dos días más tarde una carta firmada el 30 de enero anterior por "las señoras de Aculco y Jilotepec", en la que se adherían a la protesta que habían enviado a los diputados las señoras de Guanajuato, contra la ley orgánica de las adiciones constitucionales:

Nosotras, católicas, apostólicas, romanas, como las expresadas señoras, protestamos también con toda la energía de la palabra contra esa ley anticatólica, que sin respeto a Dios ataca brusca y bárbaramente nuestra sagrada religión privándonos aún de la verdadera libertad de conciencia para esclavizarnos al error y a la impiedad; y como consideramos que de aqui resulta a nuestra desventurada patria un mal incalculable, deseosas de evitarlo nos unimos a las señoras guanajuatenses que con tanta franqueza, con tan ardiente patriotismo y con tanta heroicidad y firmeza defienden los sacrosantos derechos de la Iglesia y la sociedad, ultrajados con tanta barbaridad y descaro en la mencionada ley. (La voz de México, 13 de abril de 1875, p.2)

De nueva cuenta seguía a la carta una buena cantidad de firmas, mismas que copio aquí:

El 6 de mayo siguiente, el mismo periódico publicó una nueva y extensa carta enviada a la redacción por mi tatarabuelo Cástulo Arciniega como respuesta a Marcelo Miranda, en la que se califica de "ranchero católico que no puede permanecer en silencio a la vista de los ultrajes de sus enemigos en creencias religiosas":

No me meteré en escudriñar y decir si hubo o no dichos actos religiosos, ni a denunciarlos tampoco aun suponiendo que los haya habido, porque estoy muy distante de aparecer como tal y de echarme a cuestas la enemistad de mis hermanos los vecinos de esta municipalidad, porque en ella nací y a ella le debo los beneficios de que disfruto, ni mucho menos serle ingrato con causarle un mal.Pretende dicho don Marcelo con los títulos que nos da en su citado remitido hacernos una grave injuria, pero nosotros no lo recibimos así y toda persona sensata y bien acondicionada, que sea católica y verdaderamente liberal, que tenga algunos ligeros antecedentes de este pueblo, creerá en unión nuestra que dichas expresiones nos honran demasiado, porque ellan revelan desde luego que somos católicos, apostólicos, romanos, de lo cual nos gloriamos; así es que, por el buen concepto en que nos tiene de benditos y bienaventurados le damos un millón de gracias. [...] Está muy equívoco don Marcelo Miranda al comprender que los esfuerzos de nostros los católicos por conservar intactas nuestras creencias religiosas son "pálidos resplandores de una lámpara que se apaga". No, no lo crea así porque nuestros esfuerzos no son vapores que hoy se elevan y a pocas horas se disipan. Ellos son y serán constantes en nosotros y en los que nos sucedan, para mantener ilesa en nuestro corazón esa antorcha luminosa que resplandece majestuosa por todo el mundo, a pesar suyo. [...] Sólo sí le haremos notar que, si no le teme al "desgraciado partido del retroceso", ¿por qué tanto afán en perseguir al catolicismo y a sus creyentes?, ¿por qué tanta obstinación en tiranizar a los ministros de culto?, ¿por qué tantos desvelos en oprimirlos y no dejarlos en libertad para que moralicen al pueblo y le inculquen doctrinas verdaderamente civilizadoras?, ¿por qué deterrar a los ilustrados y pacíficos jesuitas y a las humildes y benéficas hermanas de la caridad? ¿Será acaso porque no ensalzan las aberraciones del dicho partido avanzado? (La voz de México, 6 de mayo de 1875)

Al final parece no haber habido represalias contra los aculquenses que participaron en aquellas cuatro procesiones prohibidas, ni para los sacerdotes, ni aún para las autoridades municipales que fueron consecuentes con estas manifestaciones de culto externo. Además de la lucha contra los religioneros, el gobierno de Lerdo de Tejada estaba ocupado con asuntos más importantes, como la organización de las elecciones en que el presidente pretendía reelegirse y, desde principios de 1876, en combatir a Porfirio Díaz, sublevado con el Plan de Tuxtepec. La llegada de éste último al poder a fines de ese año significó el inicio de una nueva etapa de conciliación entre el Estado y la Iglesia, a pesar de que las leyes anticlericales continuaron vigentes en la Constitución.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Lo útil no está peleado con lo bien hecho

No voy a cuestionar en absoluto la necesidad de cámaras de vigilancia en Aculco. Por el contrario, su instalación significa un avance importante en medio de la situación de inseguridad que vive nuestro municipio, que a todos nos preocupa y a todos nos afecta. Ojalá muy pronto se instalen las cámaras necesarias no sólo en la cabecera, sino en todos los lugares del municipio que sufren cotidianamente los daños de la delincuencia. Muchas cámaras bien ubicadas seguramente serán un disuasivo para las actividades ilícitas, como ha ocurrido en otras poblaciones del país.

Sin embargo, lo necesario no debe estar peleado con lo bien hecho. Hace unos días, vimos la instalación de un enorme poste plateado en la esquina sureste de la Plaza de la Constitución para una cámara de vigilancia que, por sus proporciones, materiales y ubicación, lastima muy desagradablemente el principal activo de Aculco en el ámbito turístico y patrimonial, que es su cuidada imagen urbana. Es más, sus cimientos de concreto se colocaron en pleno arroyo cerca de un cruce importante, con el riesgo que esto implica para los automóviles. Es muy lamentable que la instalación de este sistema tan útil maltrate un espacio emblemático como es ese, al lado de los portales, en la unión entre las dos plazas, junto al reloj público. Sin duda deben existir opciones de ubicación menos agresivas con el entorno arquitectónico. Me atrevo a decir que una instalación discreta en la torre del reloj habría sido igual de efectiva, menos desafortunada y mucho más económica.

Con mucha frecuencia, cuando se ejecutan obras que, como esta, desentonan con lo que Aculco es y ha sido, me han comentado que "es que así se hace en otras partes". Debemos empezar a entender que aunque algo se haga de cierta manera en otros lugares de México, no tiene por qué hacerse igual en nuestro pueblo. De hecho, si algo distingue a Aculco es justamente que es diferente: que las modas que acabaron con la imagen de innumerables pueblos del país convirtiéndolos en lugares mas parecidos a los barrios pobres de la Ciudad de México, no tuvieron eco aquí y eso lo ha mantenido bello. Entendámoslo: Aculco es diferente y se deben abordar sus problemas de manera diferente.

Somos muchos los que nos preocupamos por la imagen de Aculco. Son muchos los propietarios que, con el fin de mantener la armonía del pueblo, sacrifican comodidades y evitan adiciones modernas, sabiendo que conservar el pueblo con su aspecto tradicional nos beneficia a todos. Cuando desde la autoridad se daña dicha imagen, representa casi una ofensa a los esfuerzos de todos los demás interesados en esa conservación.

Ojalá en un futuro no muy lejano las autoridades rectifiquen este despropósito. Hoy Aculco es posiblemente un poco más seguro gracias a esa cámara, pero sin duda alguna es también un poco menos hermoso.

viernes, 27 de noviembre de 2020

La imagen de la Purísima Concepción, su historia y su autor

Entre las esculturas de santos más hermosas de la parroquia de Aculco está una imagen de la Virgen colocada en el primer altar lateral del lado izquierdo del templo (el que al hablar propiamente de estos temas se llama el lado del Evangelio). Se trata de una imagen "de vestir" del último cuarto del siglo XIX y, no siendo su atuendo ni antiguo ni interesante, normalmente pasa desapercibida para quien visita el lugar. Sin embargo, con detenerse un momento ante ella se aprecia a través los cristales el cuidado y la belleza con que fueron labrados su rostro y sus manos.

Esta imagen fue en su momento muy venerada por los aculquenses. Aunque su advocación -la Purísima Concepción- tiene profundas raíces en la iconografía católica (de hecho en la propia parroquia de Aculco hay dos representaciones anteriores), su reconocimiento como dogma data apenas de 1854, convirtiéndose entonces en símbolo de la oposición de la Iglesia al materialismo del siglo XIX. Por ello, el que los aculquenses decidieran en 1874 encargar una nueva imagen de la Purísima Concepción respondió muy probablemente a un sentimiento de oposición al gobierno liberal y de resistencia a la aplicación rígida de las Leyes de Reforma que llevaba a cabo el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

Hoy quiero mostrarles una carta dirigida al diario La Voz de México por don José María Sánchez, publicada el 13 de abril de 1875. En ella se relatan el origen de la escultura y los festejos que se llevaron a cabo al colocarla en su altar, que por cierto sigue siendo el mismo de entonces, pues por fortuna no se ha movido a la imagen de su sitio como sucedió con muchas otras. Esta carta refuerza mi idea de que, a la par de motivos simplemente religiosos, había también una intención de los aculquenses por ostentar su catolicismo ante el Estado jacobino y la "situación azarosa" que éste había creado:

Señores redactores de la Voz de México- Muy señores míos y de mi aprecio.

He de agradecer a ustedes se sirvan dar cabida en las columnas de su apreciable periódico a las siguientes lineas. El señor cura de este lugar y el que suscribe, tenemos la honra de participar a ustedes que el día 8 del próximo pasado diciembre, tuvo lugar la colocación en el altar del sagrario de esta parroquia de la imagen de la Purísima Concepción, Madre tiernísima de todos los católicos, hecha por el hábil escultor don Diego Almaraz residente en Querétaro.

La imagen tiene dos varas de alto, su vestido es de raso blanco, magníficamente bordado con hilo de oro, su manto es azul claro, igualmente adornado, sus manos y cuello están adornados con piezas de oro y perlas finas, su aureola tiene doce estrellas blancas, su corona es una magnífica imitación de azahares.

El día 7 del dicho diciembre por la tarde, fue adornado el templo hasta donde fue posible, se iluminó con quinientas luces de todos tamaños, se colocó la imagen en un dosel en el presbiterio, la bendijo el señor cura, se cantaron unas solemnes vísperas y, terminadas, comenzaron los repiques a todo vuelo, las iluminaciones en la fachada del templo y de las casas, se quemó un número grandísimo de cohetes. El día siguiente a las ocho de la mañana se expuso el Santísimo y se cantó una misa solemne en la que predicó un magnífico sermón el señor cura; siendo de advertir, que tanto la víspera como el día, en todos los actos, estuvo lleno el templo, en la hora de la misa se repartió la Sagrada Comunión a multitud de personas. Se veía un entusiasmo general de piedad en todos los semblantes de las personas de esta población.

En fin, señores redactores, fue un día de gloria para todos los vecinos de Aculco, sin embargo de la situación azarosa de que nos hayamos circundados los que tenemos la honra de pertenecer al catolicismo. El bordado del vestido ya dicho fue encomendado por el señor cura a la maestra de niñas de este lugar quien lo desempeñó con todo el esmero que fue posible bordándolo ella y las niñas, quienes todo lo hicieron gratis.

Al tener noticia el Ilustre Ayuntamiento de esta obra, dispuso mandarla al jefe político de Jilotepec, a donde pertenece esta municipalidad, dicho jefe mandó que dos señoras de aquella villa, inteligentes en la materia, examinaran el bordado, y habiéndolo ejecutado, dijeron en su dictado que no sólo era bueno, sino excelente.

Me anticipo señores redactores a dar a ustedes las más expresivas gracias como su más adicto y seguro servidor que atento besas sus manos - José María I. Sánchez.

Vale la comentar que el autor de la imagen de la Purísima, Diego Almaraz y Guillén, fue un escultor queretano reconocido que dejó una vasta obra. Alumno de los afamados escultores Mariano Arce y Mariano Perusquía, discípulos a su vez de Manuel Tolsá, Almaraz labró -entre otras piezas- la estatua del marqués de la Villa del Villar del Águila que preside la Plaza de Armas de Querétaro, la estatua de Cristóbal Colón en la misma ciudad, y la bellísima imagen de la Purísima Concepción que se venera en el templo de San Francisco de Celaya.

Decía antes que la imagen sigue en el sitio en que se colocó en 1874, el altar del sagrario. La identificación de este retablo de estilo neoclásico con la función de resguardar las hostias consagradas es evidente por dos de sus rasgos: El primero es el relieve del Cordero de Dios que aparece en la predela y que representa a Jesús como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, y por tanto a la Eucaristía. El segundo rasgo es la huella que dejó el tabernáculo en la mesa del altar y las molduras de su primer cuerpo, que indican que existió, aunque ya no lo tenga.

Por supuesto, todos los adornos de oro y perlas, así como las vestimentas bordadas de la Purísima Concepción se han perdido. Las ropas que viste actualmente no son ni de buen gusto, ni de buena calidad. ¿Qué habrá sido de aquellas otras con "excelentes" bordados en hilo de oro hechos por las niñas aculquenses de hace casi 150 años?, ¿estarán por ahí, pudriéndose en un rincón, o serán ya polvo?

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Las máquinas del ferrocarril Cazadero-Solís

Varias veces les he platicado aquí acerca del ferrocarril Cazadero-Solís, también conocido como ferrocaril Cazadero-La Torre y Tepetongo o aun Ferrocarril de Cazadero y San Pablo, nombres que reflejan, por una parte, la ambición de que sus vías llegaran desde Cazadero hasta la hacienda de Solís, cosa que nunca sucedió, y la realidad de que alcanzara algunos otros sitios pertenecientes a la hacienda de La Torre. Les he mostrado en estas páginas la estación de Cofradía, el sitio donde se ubicó la estación de Ñadó, los restos del Puente Piedad, el llamado puente esviajado, los viejos rieles que se colocaron como refuerzos del acueducto de Ñadó y algún otro vestigio que en este momento no recuerdo.

Ahora quiero contarles acerca de las máquinas que se emplearon en este sistema de transporte, algunas de las cuales, por cierto, existen todavía.

Según las publicacione especializadas en los antiguos ferrocarriles de vía angosta (en este caso, de 610 mm de ancho), el Cazadero-Solís contó con siete locomotoras, seis de ellas de la marca Baldwin Locomotive Works y la otra de marca desconocida. Sus características aparecen en el siguiente cuadro, basado en los libros Best, Gerald M. (1968). Mexican Narrow Gauge. Howell-North, y Moody, Linwood W. (1959), The Maine Two-Footers, Howell-North:

 

No Marca Tipo (ruedas) Fabricación No. Serie Notas
1 0-6-0T
2 Baldwin 0-4-4T
3 Baldwin 2-6-2T 8/1896 14992
4 Baldwin 2-6-2T 4/1896 14798 vendida a Ignacio San Francisco #4 reconstruida para 762 mm ancho
5 Baldwin 2-6-2T 4/1896 14799 vendida a Ignacio San Francisco #5 reconstruida para 762 mm ancho
6 Baldwin 2-6-2T 8/1896 14976 vendida a Compañía La Primavera #1
7 Baldwin 2-6-0 5/1897 15327 diseño similar a la Sandy River Railroad #6 y #7

 

En esta tabla, el "Tipo" se refiere a la llamada notación Whyte, que explica la ordenación de las ruedas. Es decir, una máquina 2-6-2 tendría dos ruedas al frente, un grupo de seis ruedas al centro y dos ruedas más en su parte trasera. En esta misma notación, "T" que aparece en el caso de las máquinas aquí mostradas significa que estaban equipadas originalmente con un par de tanques de agua a los lados de la caldera. En la obra Mexican Narrow Gauge aparece justamente una fotografía de estas locomotoras, la de la número 7, construida en mayo de 1897, y de la que no se conoce el destino final:

Una obra mucho más antigua, el libro titulado Toluca antigua y moderna. Álbum descriptivo del Estado de México, publicado en 1901 por el editor Francisco Zárate Ruiz, nos muestra otra fotografía, aunque desafortunadamente no es posible identificar la locomotora por su número debido a lo deficiente de la impresión. Sin embargo, resulta evidente el parecido de su silueta con la locomotora número 7:

Una tercera imagen de las locomotoras del Cazadero-Solís es ésta, procedente de una colección particular de Aculco, en la que se observa el tren transportando productos de la tala del monte y al personal encargado de ello. Quien está sentado al frente, junto al quitavacas, parecer ser el señor Primitivo de la Vega. El ángulo con que fue tomada la fotografía impide también conocer el número de la máquina pero es casi con certeza la misma número 7, aunque se le había cambiado ya la chimenea.

De la máquina número 3 (que era semejante a la 4, 5 y 6) sobrevive también por fortuna una fotografía cuando estaba recién salida de la fábrica Baldwin:

Locomotora número 3 del ferrocarril Cazadero-Solís, fotografía cortesía de Joaquín Ch. Srt.

Ahora bien, una base de datos sobre locomotoras de vapor en el mundo nos ha permitido saber que cierta máquina con arreglo de ruedas 0-6-0 del Cazadero-Solís, y que por ello podríamos identificar como la número 1, fue vendida a la compañía calera de Jasso (no es, desafortunadamente, la que actualmente se muestra en el exterior del Estadio 10 de Diciembre de Ciudad Cruz Azul, como alguna vez creí). Esa misma fuente la describe como fabricada en Berlín, Alemania, por Orenstein & Koppel en 1936, con el número de serie 12854. Hay detalles extraños en esto: ¿cómo podía la máquina número 1 ser más moderna que las otras numeradas en orden ascendente?, ¿reemplazó a otra anterior que nos es desconocida?, ¿por qué su fecha de fabricación es tan tardía? De acuerdo con Joaquín Chávez, a quien mencioné arriba, esa máquina número 1 sería casi con certeza la que aparece en este par de fotografías:

Una máquina más fue vendida por el Cazadero-Solís al ingenio de San Pedro, en Lerdo de Tejada, Veracruz. Su arreglo de ruedas 2-6-2 y su identificación como una locomotora Baldwin con el número de serie 14798 nos permiten advertir fácilmente que es la máquina 4, que como ya dije antes parece haber sido idéntica a la 3, 5 y 6. De la máquina 4 se conserva una fotografía antigua, de cuando ya había pasado a manos de Ignacio San Francisco, y por fortuna también ha sobrevivido y se encuentra en Veracruz.

Ahora bien, el ferrocarril Cazadero-Solís tenía una vía fija, perfectamente construida, que requirió de obras importantes de ingeniería, pero en Ñadó existía otro sistema ferroviario particular, formado por vías desmontables, portátiles, de sistema Decauville, que se internaban hacia el cerro para transportar la madera y el carbón que explotaba la hacienda. Estas vías se iban desplazando según cambiaban las zonas de tala y para su instalación no se necesitaban grandes trabajos, sino apenas lo indispensable para poner en marcha un medio que necesariamente era temporal. Este sistema utilizaba su propio conjunto de locomotoras de vapor, mucho más pequeñas, de las que desafortunadamente no tengo ninguna información. Para hacernos una idea, estas locomotoras pequeñitas tendrían más o menos la longitud de un automóvil.

Para terminar esta entrada, quiero mostrarles un vestigio histórico de otro tipo, aunque relacionado también con el ferrocarril Cazadero-Solís: se trata del recibo de un envío que hizo mi bisabuelo Cirino María Arciniega al Sr. A. Muñoz en 1903, desde la estación de Cofradía a la de Cazadero. Firma como jefe de estación Donato Díaz.

También, esta imagen ilustrativa del trazo que seguía la vía del Ferrocarril Cazadero-Solís en la región, tomada de la Carta Postal de la Republica Mexicana. Hoja No. 7. Estados de Michocan, Queretaro, Mexico, Hidalgo, Morelos, Guerrero, y D.F. (Distrito Federal). Direccion General de Correos Seccion de Transportes. Litografia de la Secretaria de Comunicaciones y Obras Publicas. Mexico, 1908.

Y, finalmente esta pequeña nota en The Massey-Gilbert blue book of Mexico for 1903 (México, Massey-Gilbert Co, 1903), que aporta un dato interesante: la ubicación de las oficinas del ferrocarril en la Ciudad de México, en Bajos de San Agustín número 1, que corresponde ahora a La tercera cuadra de la calle 5 de Febrero, entre República del Salvador y república de Uruguay.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Día de muertos

Se acerca el 2 de noviembre, el Día de los fieles difuntos en el calendario de la Iglesia, el Día de muertos en la tradición popular. Ya se sabe que cada año aprovecho la fecha para renegar del falseamiento de las tradiciones ligadas a este día que vienen desde la década de 1930, cuando el Estado revolucionario, bajo el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, procuró alejarlas de su raíz católica y Occidental, vestirlas con supuestas tradiciones prehispánicas que en realidad ya estaban para entonces olvidadas, homogenizarlas como si hubieran sido idénticas de un extremo al otro del país e incluso inventarles significados que nunca tuvieron.

Este año, más que subrayar esa lamentable mistificación de tradiciones auténticas, quiero presentarles una hermosa narración que da cuenta de la forma en que en realidad se llevaban a cabo los ritos y ceremonias de este día en un pueblo en la segunda mitad del siglo XIX. Verán en ella cómo la tradición estaba profundamente imbuída de catolicismo y no de supuestas supervivencias indígenas. También, que no era una fiesta alegre, ni se trataba de reirse o burlarse de la muerte, sino de recordar con tristeza y melancolía, con recogimiento, a los que ya no estaban aquí. Nada había de disfraces, esa novedad tan reciente que algunos despistados ya creen tradición. Por supuesto, algunas particularidades de la narración seguramente se alejan de la manera exacta en que el Día de muertos transcurría en Aculco por las mismas fechas, puesto que el autor, Victoriano Agüeros, era nativo de Tlalchapa, Guerrero, y a ese pueblo colindante con el sur del Estado de México se refiere su relato. Pero su sentido general debe haber sido indudablemente muy parecido.

Para adornar el relato, me ha parecido interesante incluir fotografías de algunas piezas históricas, éstas sí propiamente aculquenses: los diez ornamentos litúrgicos antiguos que para la celebración de las exequias y misas del Día de los fieles difuntos existen en la parroquia de San Jerónimo. Ornamentos a los que caracteriza su color negro con adornos dorados y que, lamentablemente, se conservan en muy mal estado, pero fue posible fotografiarlos por un buen amigo en la última transición entre párrocos.

 

EL DÍA DE MUERTOS EN MI PUEBLO

(FRAGMENTO)

En las aldeas, donde se mantiene vivo y es más espontáneo el sentimiento religioso, esta fiesta de los Muertos tiene una manifestación tierna y conmovedora; se liga á las más íntimas y hondas afecciones del alma; porque allí donde todos forman como una sola familia, ¿quién no ha sufrido el dolor de perder a un ser querido? ¿quién no tiene una sepultura que regar con lágrimas? ¿en qué corazón no ha penetrado el frío que se siente cuando se oye caer lúgubremente la tierra sobre las tablas del féretro? ¡Ah! el día de Difuntos..! ¡qué recuerdos tan dolorosos se levantan del fondo del alma ante esta palabra! ¡qué sucesión de tristes reflexiones, de melancólicas memorias, de renovadas heridas, calmadas ya por el tiempo o por el bálsamo de la resignación! La muerte, cuando elige una víctima, no la hiere á ella solamente: hiere también a todos los que la aman, a los que la rodean, a los que conocen sus virtudes y se sienten bien con su amistad; por eso en este día los que viven al abrigo del mismo valle, los que habitan un mismo lugar, los que trabajan y cultivan los mismos campos, recuerdan a todos los que no pueden ya ocupar su asiento en el modesto banquete del día de Todos Santos; ya son el compañero de trabajo, el amigo de la infancia, el que vivía en la casita de arriba o el que sembraba en tal cañada, los que faltan esta noche; ya es la venerable abuela o el amable anciano, que no pueden responder al llamamiento de sus nietos ni acallar sus llantos con caricias; ya es la tierna esposa que dejó en luto un hogar, y en él huérfanos y desamparados a sus hijos; ya es, en fin, la candida y amorosa doncella que se huyó al cielo, y que era en otro tiempo la gala del pueblo, la joya de sus padres, el encanto de los niños y la dulce esperanza de su amante... ¡Todos descansan ya en el seno del Señor, y exigen de sus deudos y amigos recuerdos y oraciones, piadosas ofrendas y lágrimas de gratitud y de cariño!

En los hogares del pobre, en las calles y plazas de mi pueblo, en los senderos que conducen a la huerta y a la montaña, hay, antes de llegar el Día de Muertos, un movimiento inusitado y extraordinario: diríase que se prepara una gran fiesta en la cual deben tomar parte todos los corazones. Por donde quiera se ven ramos y coronas de flores, cirios de blanquísima cera, tiendecillas donde se venden frutas secas, pan blanco sin levadura salpicado de manchitas ro- jas y azules, foqueres de maíz y pastas dulces de leche, para las ofrendas que deben ponerse en los sepulcros el día 2 de noviembre: el ambiente se perfuma con las rosas y esencias traídas de los bosques, y en el atrio de la parroquia, en las puertas de las casas, enormes ramas verdes indican que allí va a rendirse culto á la memoria de algún muerto. No se ve en todo esto un solo adorno de lienzo; y al observar tales preparativos parece que los bosques, las selvas, los árboles, la naturaleza entera, envían á las familias aquellas galas de que se despojan, y con las cuales quieren que se adornen únicamente las tumbas de los que fueron sus hijos y sus amigos predilectos...

Entre tanto, levántase en la humilda nave de la iglesia el carafalco para la misa de difuntos: monumento fúnebre, triste y severo, que servirá para avivar más y más en los corazones de los asistentes el fervor piadoso y la unción de que han menester en sus oraciones...

Llega el día 2: el olor de la cera; las rosas de los campos; los colores de algunas, vistas este día solamente en los altares, y sobre todo, los ornamentos negros con que oficia el sacerdote y los oscuros paños de que está revestida el ara, dan á las ceremonias de este día una expresión de tristeza indefinible. Todos callan y rezan, inclinado el cuerpo, lloroso el semblante, atentos sólo a los pensamientos que se agitan en su mente: van con su oración hasta el trono de Dios, y allí ruegan por personas amadas, cuyos nombres no se atreven los labios a pronunciar, temerosos de que se desaten con estrépito las fuentes de las lágrimas. Hay momentos en que solo se oye el chisporroteo de la cera, la llama de los cirios que se agita al impulso de un aire sutil, el murmullo que allá en el atrio forman los que no han entrado al templo.

La voz del sacerdote turba este silencio, y saliendo los fieles de su honda meditación, les parece ver entre las nubes del blanco y oloroso incienso la imagen de la Religion que los consuela y los llena de esperanza ¡Dichoso momento en que una voz secreta les dice que sus ruegos han sido oídos!

Tal es la misa de finados en la iglesia de una aldea: toda de recogimiento, de dulce tristeza, de penosos recuerdos mezclados de cierta piadosa resignación, que lleva al alma el celestial rocío de la fe, y que la alienta y la fortifica.

Mas no termina con esto el homenaje tributado a los muertos: para ver cómo aman los campesinos la memoria de sus deudos, hay que salir de la iglesia y observar todo lo que hacen en la intimidad de sus hogares y en las tumbas del camposanto.

Las ofrendas: he aquí la costumbre que da un carácter particular al Día de muertos en mi pueblo. Aquellas velas de limpia cera, aquellos panes en forma de muñeca, aquellas coronas, aquellas pastas exquisitas que durante seis días han estado expuestas en las tiendecillas de la plaza, van a depositarse sobre los sepulcros del cementerio, de tal manera, que cubierto el banco de mezcla con un paño de algodón finísimo, toma el aspecto de una mesa cuidadosamente preparada, llena de los más ricos y delicados manjares. Allí se colocan tarros de almíbar, tazas con miel de panales silvestres, panecillos de maíz tierno azucarados y perfumados con canela, flores, conservas, vasos de agua bendita y cuanto de más fino puede fabricar en su casa la madre de familia: es el banquete que los vivos dan á los muertos...

Desde las tres de la tarde, en que la campana de la parroquia comienza a doblar triste y lentamente, como son siempre los dobles en los pueblos, las familias salen de sus casas y se dirigen al camposanto, o al atrio de la iglesia, donde también hay algunas tumbas. Allí recorren las callecitas que éstas forman; y viendo las cruces (no los nombres ni los epitafios, porque no los hay) recuerdan el lugar donde descansan sus parientes o amigos... Colocan en seguida los objetos que llevan para la ofrenda, se encienden los cirios, se arrojan sobre ésta algunas gotas de agua bendita, y poco después sólo se oye en aquel recinto de la muerte el murmullo de las oraciones que se elevan al cielo... Así pasa la tarde: ni la curiosidad, ni el afán de ver, ni otro pasatiempo profano, distraen la atención de los pobres campesinos, que recogidos en el santuario de sus recuerdos íntimos, rezan y suspiran con tierna y honda tristeza.

Cuando las sombras de la noche los arrojan de allí, trasladan las ofrendas al interior de las casas. Se renuevan las luces, se improvisa uno a modo de altar, y colocados en él los objetos que antes estaban sobre los sepulcros, comienzan otras oraciones y otras tristezas. No es raro ver en lo alto de un árbol del bosque, o en un sitio retirado y solitario, una lucecilla que arde a pesar del viento de la noche: es la ofrenda del ánima sola, es decir, de la que en el pueblo no tiene ya ni un pariente, ni un amigo que la recuerde y le adorne su sepultura. Un panecillo y un pequeño cirio, y una oración que se rece por ella, he aquí lo que cada familia dedica al alma de aquel desconocido.

De este modo honran las pobres gentes de mi pueblo la memoria de los muertos.

 

Victoriano Agüeros

(Recogido en Artículos literarios (1880).

lunes, 19 de octubre de 2020

Un viajero de diez años en Arroyozarco

José Rosas Moreno, el llamado "poeta de la niñez", nació en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1838. Aunque sus intereses políticos lo llevaron a ser varias veces diputado federal, se le recuerda sobre todo por su obra escrita en la que cultivó la poesía, la fábula, los relatos fantásticos e instructivos y el teatro infantil. Entre sus obras está Un viajero de diez años. Relación curiosa e instructiva de una excursión infantil por diversos puntos de la República. Se trata de una especie de novela didáctica, en la que un padre de familia, don Juan, viaja en diligencia con sus hijos Carlos y Luis, enseñándoles sobre los más variados temas -geografía, geología, ciencia, arte, política, historia- aprovechando los incidentes del camino. Esta obra se publicó por primera vez antes de 1873, pero su versión más conocida es la de edición de 1881, actualizada y enriquecida por el autor.

En este viaje por México, don Carlos y sus hijos paran una noche en el Hotel de Diligencias de Arroyozarco. Por aquellos días, después de la intervención francesa, el tránsito había disminuido y el mesón ya mostraba signos de decadencia. Pocos años después las diligencias dejarían de hacer alto en este punto y luego dejarían de correr por el viejo Camino de Tierra Adentro, cuando el ferrocaril atrajo a casi todos los viajeros y comerciantes que transitaban desde la Ciudad de México hacia el Bajío o el norte, o en sentido contrario. Por eso no sorprende su descripción del hotel, triste, sucio y con mal servicio. Sin duda estas impresiones se basan en la experiencia del autor, quien incluso agregó una nota que señala como "histórico", es decir, verdadero, el pasaje en que la familia conoce al cantante ciego José María Rubin en Polotitlán.

Vayamos pues a la parte del texto de Rosas Moreno que sitúa el viaje entre Calpulalpan y San Juan del Río:

 

A las cinco de la mañana del dia siguiente se dirigieron á Arroyozarco.

Luis dormia profundamente sobre las rodillas de D. Juan y Carlos perfectamente envuelto en su capa, se entretenía en contemplar, al través de los vidrios, la vaga luz del crepúsculo que comenzaba a colorar con tiritas de púrpura y de oro, los lejanos bordes del horizonte.

El carruaje caminaba lentamente.

El silencio era apenas interrumpido por el monótono ruido de las ruedas, al chocar contra las piedras.

Al fin llegaron á la cumbre de la cuesta. Después de algún tiempo, Luis despertó sonriendo.

En ese momento el camino pasaba, por una especie de hondonada y a uno y otro lado se elevaban grupos de cerros, coronados de encinos y de otros árboles.

Luis bajó el vidrio para ver mejor, pero tuvo que subirlo en el acto, porque el frío era muy intenso.

—¿Qué punto es este, papá? preguntó.

—La sierra de Calpulalpam, contestó D. Juan: el pueblecito que pronto vamos a ver es célebre por la memorable batalla de Calpulalpam, donde fue derrotado el general reaccionario D. Miguel Miramón.

No bien habia acabado de hablar D. Juan, cuando algunos centenares de indios de todas edades, rodearon el carruaje, extendiendo las manos en ademán suplicante.

—¿Qué quieren, papá? preguntó Luis.

—Estos infelices que estás viendo, casi desnudos, enflaquecidos por la miseria y embrutecidos por la ignorancia, viven de la caridad pública y han hecho una profesión de la mendicidad. Ellos no tienen la culpa de su envilecimiento. Los gobiernos que embellecen las ciudades, que levantan estatuas, que gastan inmensas sumas en fiestas, han abandonado a estos desgraciados en su desventura. Seguro estoy de que en este pueblo, cuyo aspecto debía hacernos ruborizar, nadie ha pensado en establecer una escuela, ni en dar protección al trabajo. ¡Y estos infelices son ciudadanos mexicanos! ¡Oh! en vez de despedazarnos en inútiles contiendas, deberíamos estar pensando continuamente en regenerar, por medio de la educación, a estos pobres hermanos nuestros, que imploran nuestra piedad, pálidos y macilentos, cuando podrían levantarse erguidos como nosotros, grandes por la ilustración y poderosos por el trabajo.

Hubo un momento de silencio.

El grito plañidero de los pobres indios quu corrían tras del carruaje, llevando a la espalda a sus pequeños hijos volvió a escucharse más próximo.

Carlos tomó algunas monedas de cobre y se las arrojó.

D. Juan dio a Luis dinero para que lo distribuyera entre aquellos infelices.

Al caer las monedas al suelo, todos los mendigos se precipitaron sobre ellas, y se presentó a los ojos de los viajeros un espectáculo repugnante.

Un anciano de más de setenta años habia logrado tomar una moneda de plata, y se levantaba gozoso, cuando tres o cuatro indios completamente desnudos, emprendieron con él una terrible lucha para arrebatarle su tesoro.

El anciano se defendía heroicamente. Al fin sucumbió, cayendo entre las piedras, ensangrentado y lleno de contusiones.

La india que habia triunfado corrió con su moneda y los demás la siguieron dando gritos horrorosos.

Carlos y Luis estaban profundamente conmovidos.

—Os he llamado la atención, hijos mios, sobre este triste cuadro, dijo D. Juan, para que si algún día llegáis a tener influencia en los negocios públicos, no os olvidéis de estos infelices, como lo hacen en la actualidad muchos de nuestros grandes hombres.

El carruaje siguió caminando con rapidez.

A las diez y cuarenta y dos minutos, llegaron a Arroyozarco.

Esta hacienda es bastante extensa; pero tiene un aspecto triste.

El mesón y hotel de las diligencias, es un viejo edificio, de dos pisos, feo y desaseado.

Nuestros viajeros fueron alojados en el segundo piso. Inmediatamente pasaron al comedor, que es un gran salón que se calienta en invierno por medio de una chimenea antigua.

El apetito de los niños era excelente; pero el almuerzo estaba verdaderamente detestable.

El mal servicio de esta posada es proverbial entre los viajeros. La empresa de diligencias sirve mal pero cobra bien.

Después del almuerzo, D. Juan se dirigió a la oficina del telégrafo.

—¿Papá, preguntó Luis, las cartas pasan por el alambre?

—No, hijo mío, le contestó D. Juan.

—¿Pues explícame qué es el telégrafo?

—Grande dificultad tendré para hacerlo porque careces de algunos conocimientos que son indispensables; sin embargo, procuraré darte una idea de esta maravillosa invención, que hará eterna la memoria del célebre profesor Morse.

La electricidad es un fluido invisible, cuya velocidad es asombrosa.

—¿Pero si no han visto nunca la electricidad, ¿cómo saben que existe? preguntó Carlos.

—Porque se sienten sus efectos, contestó D. Juan. El viento no puedo ser visto y sin embargo nadie duda de su existencia.

—Y qué ¿la electricidad corre más de prisa que el viento? preguntó Luis.

—Mucho más, hijo mío; su velocidad es tal, que en un segundo recorre algunos millares de leguas.

—Y qué ¿la electricidad lleva los partes?

—Ella misma nos sirve de idioma para comunicarnos con los amigos distantes. Las corrientes eléctricas pueden hacerse pasar por el alambre voluntariamente, o interrumpirse cuando sea necesario; ahora bien, estas interrupciones sirven de señales, y con ellas se ha formado un alfabeto. El empleado en la oficina de Arroyozarco interrumpe una, dos, tres o más veces la corriente eléctrica; estas interrupciones son notadas en México, y como ellas significan una letra o una palabra, comprenden perfectamente los oficinistas en la capital lo que nosotros pretendemos decirles.

—¿Y hay muchos telégrafos en el mundo, papá?

—En 1867 existían en las varias partes del mundo, las siguientes líneas telegráficas: en Europa 188,072 kilómetros con 517,074 de alambre; en América 105,646 kilómetros de línea, con 260,290 de alambre; en Asia 35,146 kilómetros de línea con 40,100 de alambre; en Australasia 13,670 con 16,800; en África 11,160 kilómetros de línea con 16,800; y submarino 11,816 con 16,697 de alambre.

Suma total 365,476 kilómetros ó 49,255 millas geográficas de líneas, con 866,555 kilómetros de alambre que equivalen á 116,786 millas geográficas. En la república mexicana existían en 1870 catorce líneas telegráficas con 4,152 kilómetros y estaban abiertas al público ochenta y dos oficinas. De 1870 a la fecha se han construido nuevas líneas, que se extienden en diversas direcciones.

La extensión de todas las líneas telegráficas que existen en el mundo seria casi suficiente para hacer una comunicación telegráfica entre la tierra y la luna, mientras que la longitud de los alambres no solamente bastaría para esa comunicación dos veces, sino que sobraría un pedazo que podría rodear la tierra casi tres veces. Con todos los alambres telegráficos que están en servicio en la actualidad, se podría circular la tierra veintidós veces.

—¿A qué hora nos vamos, papá? preguntó Luis.

—Hoy nos quedamos aquí, contestó D. Juan.

—Pues vamos a dar una vuelta, dijo el niño, abrazándose de las rodillas de su padre.

—Yo tengo necesidad de poner unos telegramas y esperar la contestación; pero Carlos te acompañará.

Los dos niños salieron del hotel, radiantes de alegría.

— Mucho juicio, hijos míos, les dijo D. Juan, cariñosamente.

—¡Qué portal tan feo! exclamó Luis: este debe ser el de Mercaderes.

—Aquí no hay mas que una tienda, dijo Carlos, apuntando en su cartela, y sin fijarse en lo que decía su hermano.

—Mira, mira allí la sierra; qué alta es y qué llena de árboles.

—Es la sierra de Calpulalpan que acabamos de atravesar.

—¿Y por qué se llamará esta hacienda Arroyozarco?

—Yo cre, contestó Carlos, que le dieron ese nombre por el riachuelo que hemos visto desde el balcón.

—Efectivamente, dijo Luis, allá voy yo a hacer torrecitas en la arena. Ya verás qué bonita catedral voy a construir.

—Corrió el niño dando saltos de alegría y su hermano a pesar suyo tuvo que seguirle. Allí, forjando frágiles edificios, recogiendo piedrecitas y conversando amigablemente pasaron algunas horas.

En la tarde D. Juan los llevó a ver la fábrica de casimires que existe en la hacienda.

A las siete, comieron e inmediatamente se fueron a reposar.

A las seis de la mañana del dia siguiente continuaron su viaje.

El mal estado del camino hacia a D. Juan temer otra catástrofe y se mostraba inquieto. Luis y Carlos dormían profundamente.

Al fin el carruaje se detuvo frente a un extenso portal.

—¿Cómo se llama este punto, papá? preguntó Carlos, despertando.

—La Soledad o Polotitlán, contestó D. Juan. Este pueblo comenzó a formarse hace veinte años y creció con asombrosa rapidez al principio; desgraciadamente de algún tiempo a acá ha permanecido estacionario.

—Allá enfrente veo una capillita, exclamó Luis.

—En este momento lo que debemos buscar son las fondas, dijo D. Juan, sonriendo.

—Sí, papá, sí, vamos á almorzar, gritó Luis, aplaudiendo.

El apetito de nuestros viajeros les hizo calificar el almuerzo de excelente. No valía gran cosa; pero para ser justos, debemos decir que en la Soledad se come mejor que en Arroyozarco.

Al salir de la fonda, vieron á un pobre anciano ciego, que cantaba con triste voz algunas coplas populares. La extraña y dulce expresión de su canto, indefiniblemente melancólico, llamó la atención de los dos niños.

El viejo bardo del pueblo comprendió que había excitado la curiosidad y la compasión de los viajeros y para mejor cautivarlos comenzó a tocar en la jaranita una alegre sonata nacional.

En el campo, el sonido de la música causa siempre una profunda impresión, y es natural: en la agitación de las grandes ciudades, los mas dulces acordes se pierden entre los mil rumores de las multitudes; en la soledad, al pie de las montañas, o al borde de los caminos, cada una de las armonías arrancadas á un instrumento, nos conmueven tiernamente porque nos revelan la existencia de un corazón que palpita en el goce o en el dolor, inspirado por el magnífico espectáculo de la naturaleza.

Al ver a aquel anciano ciego, cubierto de harapos, y que con santa resignación sonreia, exhalando en dulcísimos ecos sus pesares, D. Juan tuvo que ocultarse para enjugar una lágrima.

—¿Está vd. muy triste, cieguito? le dijo Cárlos, acercándose.

El anciano preludió una canción, y derrepente, como inspirado, contestó cantando:

 

Estoy triste por lo proben;

por lo ciego no lo estoy;

que usté mira con los ojos

y yo con el corazón.

 

Carlos dio una moneda de plata al pobre poeta de los campos, que se llama José María Rubín.

Entonces el ciego, agradecido, haciendo pasar su aliento por el hueco de las manos, y modulando su voz de una manera extraña, imitó con admirable propiedad el sonido de la flauta y el armonioso canto del cenzontle.

Luis manifestaba su admiración y su entusiasmo con gritos de alegría y con aplausos.

—Vámonos, dijo D. Juan, dirigiéndose al carruaje, y procurando disimular su emoción.

Los dos niños le siguieron. El bardo ciego volvió á cantar:

 

En un camino de flores,

feliz y perfecto el día,

les desea con alegría,

el cieguito á los señores.

 

El coche se alejó rápidamente, dando saltos entre las piedras de la única calle de la Soledad.

Durante algún tiempo los viajeros percibieron de una manera vaga las lejanas y dulcísimas armonías del admirable ciego.

—¡Cuán bellas inteligencias hay ignoradas y oscuras en nuestro pueblo, exclamó D. Juan. El desarrollo de la instrucción pública hará la felicidad y la grandeza de nuestra patria.

Los dos niños guardaron silencio.

A las once y cincuenta y dos minutos llegaron a San Juan del Río.