viernes, 30 de septiembre de 2011

Un curioso relato de la intervención francesa en México

Hace ya bastante tiempo escribí en este blog un texto sobre el cementerio francés de Arroyozarco, en el que relataba aquella acción en la que -tal como rezaba una lápida ya desparecida- "el 31 de diciembre de 1863, ocho franceses resistieron durante muchas horas a un ataque de más de doscientos enemigos", siendo enterrados en el lugar "los que murieron gloriosamente en ese combate". Eran ellos Charles Bergenstrahl, un oficial sueco, Montfaucon, sargento del 81 de línea, Le Cuilhon, cazador del 18o batallón, Messannot, un zuavo del primer regimiento y Guillemain, del segundo regimiento de cazadores de África.

Curiosamente, encontré un relato desconocido para mí que hace mención de este suceso (y sobre todo de sus consecuencias), si bien lleno de errores y escrito con tan poca precisión que vale más tomarlo como lo que parece ser, sólo un cuentecillo basado en ciertos hechos reales y no una historia verdadera. Los errores comienzan con las fechas, ya que el autor afirma que la matanza ocurrió a fines de enero de 1864, cuando en eralidad sucedió un mes antes. Luego, habla del pueblo de "Nopales" cuando sin duda se refiere a Nopala. Y, aún más grave, cambia el apellido del famoso guerrillero nopalteco Nicolás Romero por "Ramírez", y , pese a retratarlo fielmente en otros rasgos, asegura que era michoacano. Para quienes conozcan algo de la vida y muerte de Nicolás Romero, no quedará duda de que el "Ramírez" de esta historia no puede ser nadie más que él.

De cualquier manera, el texto es entretenido y capta muy bien otros detalles como la naturaleza, orografía y fauna de la región que se extiende entre San Juan del Río, Arroyozarco, Polotitlán, Nopala y Cazadero.

Por cierto, el autor es el conde Emile de Kératry, autor del famoso libro Elevación y caída del emperador Maximiliano. Fue publicado en La revue pour tous, en 1889. La traducción es mía, por lo que pido a los lectores disculpas adelantadas por los errores, aunque el uso irregular de los tiempos verbales proviene en muchos casos directamente del autor.






La Soldadera

Por el conde Émile de Kératry

Hacia fines de enero de 1864, las tropas francesas irradiaban en el interior de México hasta Zacatecas y Guadalajara, sobre la vertiente del Pacífico, con la misión de preparar la elevación al trono del archiduque Maximiliano.
La larga ruta de México a Guadalajara, donde el general en jefe había establecido su cuartel general, estaba resguardada militarmente. En las ciudades principales, grandes destacamentos; en el campo, pequeños puestos intermedios, para prevenirse de las sorpresas de los liberales.
Un oficial francés ocupaba entonces el punto de San Juan [del Río], cerca de Querétaro, de lúgubre memoria, con cuarenta y cinco hombres de caballería, todos voluntarios de África, y una compañía de guardias rurales, mexicana, puesta bajo sus órdenes. Hombres y bestias dormían tranquilamente la siesta en pleno sol, a cubierto bajo unas chozas de rastrojo de maíz, cuando el pequeño campamento se conmocionó. Un indio, cubierto de sudor y polvo, acababa de llegar con una triste noticia.
El correo del general en jefe, pasado la víspera y cargado de adhesiones al Imperio de las provincias sometidas a los destinos de las Tullerías y de Miramar, había sido atacada en los alrededores de Arroyo Zarco, a unas treinta leguas de la ciudad de México, por una fuerte banda de guerrilleros. La diligencia que transportaba una decena de zuavos y un oficial sueco, había sufrido un asalto de muchas horas. La masacre había sido completa. La escolta entera había sucumbido. Solo a la partida del indio, el oficial, aunque tenía once heridas tanto de bala como de lanza, respiraba todavía. Este valeroso oficial era M. Ericsson [Kératry parece confundiar a Bergenstrahl y Ericsson; en todo caso, habrían sido dos los oficiales suecos presentes en este suceso], quien había seguido toda la campaña con nosotros con en el 3o. de cazadores de África. Sobrevivió milagrosamente y fue agregado más tarde a Su Majestad el rey de Suecia como oficial de ordenanza.
Los partisanos mexicanos habían, de cualquier manera, pagado caro su triunfo. Setenta y siete cadáveres de los suyos habían tapado el sol alrededor de la diligencia transformada en fortaleza. El indio, tembloroso todavía, añadió de parte del alcalde "que la guerrilla, una vez dado su golpe, se había lanzado por el campo hacia la hacienda de Nopales [sic, en realidad el pueblo de Nopala, como le llamaremos en adelante], marchando con el fin de regresar y aplastar de improviso el débil puesto de San Juan". El informe de la catástrofe fue transmitido inmediatamente a l general Mejía, comandante en jefe de Querétaro. Al día siguiente por la mañana, llegó la orden de perseguir a los guerrilleros.

La desaparecida lápida del cementerio francés de Arroyozarco

Los informes recientes señalaban que esa multitud de partisanos obedecía a uno llamado Ramírez [¿sic pro Romero?], joven patriota de Michoacán, conocido como uno de los más audaces e infatigables adversarios de la intervención. Ante un enemigo semejante, que disponía de fuerzas superiores, debía actuarse con rigor.
El azar había acomodado las cosas. El capitán V..., que comandaba el puesto de San Juan, aunque con la fuerza de la edad, tenía muchas leguas andadas. Vasco de origen, antiguamente enrolado como voluntario en Argelia, había transcurrido su carrera en los asuntos árabes y nadie era mejor que él para los ardides de la guerra. Alto de estatura, frío, tan enérgico como prudente, se imponía a todos con su cicatriz en plena frente. Lo conocía todo, excepto la suerte. Sólo se le conocían dos pasiones, la de su bandera y la de su caballo, valiente compañero venido con él de las arenas de Djebel Amour. Una vez en la silla, corcel y caballero parecían uno.

Carga de cazadores de África, detalle de la estampa Guerre du Mexique no. 121, BNF

***

La sopa ha sido comida. El toque de partida suena. La pequeña tropa francesa está jubilosa de correr a la aventura. ¡La larga inacción del vivac es tan pesada! ¡Va finalmente a encontrar al enemigo tan frecuentemente inasible! La columna se estremece, caballeros al frente; los sesenta infantes de la guardia rural les siguen. Las soldaderas cierran ruidosamente la marcha.
La soldadera es la compañera irregular del soldado mexicano. Algunas montan en mulas, la cara cuidadosamente envuelta bajo el sombrero de paja con grandes alas, temerosas del polvo. Otras, las más humildes, llevan en la espalda o sobre la cabeza, normalmente, los utensilios de hogar y sus magras provisiones de la jornada; con la misma frecuencia, tienen un niño en brazos. Fisgonean por todos lados del camino con el fin de aumentar la ración de su soldado. Se lanzan como una nube de langostas sobre los campos de maíz o de cañas de azúcar que despojan, sin que nadie se atreva a quejarse. Es un uso común: es el diezmo de la guerra. Por la tarde, ellas encienden las mil cocinas del vivac, cantan, fuman cigarros, después se acuestan al aire libre, mezcaladas con la soldadesca. En el combate, ellas toman su puesto y marchan con aire resuelto. La soldadera, esa intendencia militar. Sin ella, el soldado mexicano moriría frecuentemente de hambre.
Con sorpresa general, el capitan, que precede a la tropa, ha tomado el camino de Querétaro, volviendo precisamente la espalda a la dirección señalada por la guerrilla de Ramírez. Y es que siempre al partir, con el fin de despistar a los espías, enmascara el verdadero objetivo. Después de una hora de marcha, se lanza a la derecha y retrocede sobre sus pasos. La columna se alarga por la planicie sin ramales por la que corre el camino. Tiene interminables milpas de maíz, medio saqueadas, a las que suceden campos de maguey del que se extrae el pulque, el vino de México.
Después, vastas soledades sembradas de pirules con largas ramas olorosas que se agitan con la brisa. Allí están algunas pequeñas lagunas, verdaderas reservas de este desierto de la altiplanicie, donde con un tiro alzan el vuelo enormes batallones de ocas salvajes. Es ahí donde se detienen para refrescarse y rellenar los bidones de agua salobre. En este país de la sed, el sol quema, el viento es glacial. El campo no se altera más que por remolinos de polvo que se elevan blanquecinos y turbulentos por los aires.
El capitán, siempre al acecho, el catalejo fijo en el horizonte, interroga a los torbellinos, con la duda de si son levantados por una tropa en marcha. A través de esta zona erosionada, las sorpresas son de temerse por la profundidad de las barrancas en que surcan el país. Muchas veces, el reflejo de los grandes quiotes de los magueyes con su resplandor metálico espejean a lo lejos bajo el sol e imitan, hasta confundir, un desfile perpetuo de lanzas, el arma favorita del hombre de a caballo mexicano.

Fusileros franceses, detalle de la estampa Guerre du mexique no. 121, BNF

El tranco ha sido largo y polvoso. A lo largo del camino, el capitán no ha hecho nada más que señalar cierto comportamiento del oficial de la guardia rural, que se demoraba a veces al lado de una soldadera, velada hasta los ojos y montada en una mula de patas nerviosas. El capitán, a quien no le gusta el flirteo bajo las armas, le ha invitado un poco rudamente a regresar a la cabeza de su compañía. El galante Prieto obedeció rápidamente: la soldadera le ha lanzado una mirada de inteligencia.
Prieto es este caballero, de tez morena y cabello medio crespo. Hijo de un sacerdote y de una india, ha combatido bajo todas las banderas, bajo la de Juárez como la de Márquez. Indiferente a la vida y a la muerte, no es sensible más que al pillaje y no conoce más que la razón del más fuerte.
Finalmente, la silueta de un "mirador" se perfila sobre el cielo azulado; es el campanario de la modesta iglesia de Cazadero, pequeño poblado situado a varias leguas de Nopala donde se oculta la guerrilla de Ramírez.

Capilla de la hacienda de Cazadero, Qro.

El capitán, que desconfía de todas las poblaciones, sube a un cerro desde el que se domina el pueblo y planta ahí su campamento. Tan pronto se establece la guardia, se arman las tiendas con defensa absoluta para salir al campo. El montículo no es accesible por la cara que da hacia Cazadero. Por detrás, está resguardado por una inmensa barranca de más de sesenta metros de largo que se hunde a más de cincuenta metros de profundidad. Los indios, con sus cabellos negros y lacios, su nariz aplastada y largo pantalón blanco, acuden a vender mezcal, tortillas de maíz y manteca. Dos vaqueros, vestidos de gamuza de los pies a la cabeza y armados con reatas, han traído un toro que será muerto para alimentar a la columna.
Al momento mismo en que la retaguardia de soldaderas llega al pie del cerro, el animal, que presiente su suerte, escapa. La reata silba en el aire y enlaza una de sus patas traseras. Furioso, el animal embiste y golpea con su cuerno un flanco de la mula montada todavía por la soldadera embozada. La mula, enloquecida, enfila a toda velocidad en dirección a la barranca llevando con ella a la joven mexicana que no puede ya controlar a su cabalgadura. El capitán, todavía montado, se ha dado cuenta del peligro: se lanza al galope en pos de la mula, la alcanza, toma por su brazo izquierdo a la soldadera y con gran esfuerzo, llevando en vilo a la mujer, detiene su caballo al borde mismo del precipicio en el que rueda y se despedaza la mula lanzada a toda velocidad. La mexicana está sana y salva. El capitán, después de dejarla deslizarse en tierra, regresa tranquilamente al campo, aclamdo por la tropa y los indios maravillados.

***

Campamento francés. Detalle de la estampa Guerre de Mexique no. 121, BNF

Bajo una espléndida bóveda estrellada donde destaca el brillo de la Cruz del Sur, el campamento descansa, vigilado por sus centinelas. La noche es fría en el altiplano de San Juan cuya altitud alcanza los 1900 metros sobre el nivel del mar. Solo, el capitán, dentro de su capote, atizando el fuego que se apaga, duerme con un ojo abierto. Al contacto de una mano que acaba de posarse en su espalda, se endereza sobresaltado. Tras él, está en pie la soldadera con un dedo sobre sus labios, como la estatua del silencio. La llama de la fogata que se ha reavivado con el viento ilumina su rostro. Estaba encantadora, la soldadera, son sus grandes ojos pardos, llenos de energía y delicadeza, la cabeza encapuchada bajo un rebozo rayado en rojo, formando los pliegues graciosos de la mantilla.
"Señor caballero, murmura ella en voz baja, me has salvado la vida. Quiero pagar mi deuda. Se dice que esta noche quieres ponerte en ruta para sorprender a Ramírez. ¡Cuídate bien de hacerlo! Porque él mismo espera en la barranca frente a Nopala, con cuatrocientos jinetes; fue informado que tu tropa no cuenta más que con cien soldados. ¡Guárdate también de la traición que puede marchar contigo. Créeme y adiós! Me voy". Apenas estas palabras fueron lanzadas en la noche, el capitán estaba en pie. Deseoso de explicaciones más claras, trata en vano de retener a la mujer que se le escapa. La encantadora ha desaparecido tras las tiendas de campaña y se ha perdido en las sombras entre las otras soldaderas.
El misterioso aviso tenía apariencia de sinceridad, pero el viejo jefe de asuntos árabes tenía un alma demasiado desengañada para apartarse un minuto de su deber de soldado. Encararse contra un enemigo superior en número, emboscado, era el oficio de todos los días y su audacia no temía un punto. Pero reflexionaba en la palabra traición. El recuerdo del oficial mexicano a quien había reprendido vino a su memoria. Pensó que debía quizá tomar cierta precaución, porque la defección de nuestros aliados durante la acción estaba ya vista. También resolvió esperar la claridad del día para marchar al combate. Por una parte, los avistaría mejor; por otra, se sentiría seguro por el conocimiento exacto del terreno sobre el que debía operar. Entonces se tendió de nuevo sobre su dura cama; después, los párpados entrecerrados, se puso a soñar en la tierra de Francia. Por un instante, la seductora mexicana, como una sombra, atraviesa los sueños del capitán de corazón de bronce.

Monograma en el acceso contemporáneo a la hacienda de Cazadero, Qro.

***

El alba ilumina el horizonte. El crepúsculo es corto en esta latitud. El toque de diana, jubiloso como el canto de la alondra, ha sonado en el aire, confundiéndose con el sonido argentino de la campana de Cazadero que llama a sus piadosos indios al rezo del Ángelus. Después de una buena noche de reposo, cada uno se siente alegre y listo para trabajar. Jinetes e infantes están ya sobre las armas. El capitán, con aire marcial, inspecciona a la tropa; después se detiene al centro: "Hijos míos, lamentablemente la mañana será caliente. Seremos uno contra cinco. Ustedes están acostumbrados. Hará falta juntar los codos; sangre fría y siempre la vista sobre mí. Saben bien que pueden tener confianza. Y recuerden, pues, que debemos vengar a nuestros pobres camaradas. Ahora, ¡adelante! ¡Y con el favor de Dios!
Un escalofrío sacudió todos los pechos: en el aire se sentía ya la pólvora. La columna se puso en ruta, los ojos de cada soldado penetrando ansiosamente la bruma de la mañana. ¿Quién no ha experimentado ese breve sentimiento de angustia, precursor de la pelea?
Una vez en marcha, el capitan se aproximó sin ser sentido al oficial de la guardia rural. "Y bien, teniente Prieto, ¿está seguro de sus hombres?" -"Como de mí, comandante". -"He tenido un sueño singular, Prieto". -"¿Cuál, comandante?" -"He soñado que te volabas los sesos". Prieto levantó bruscamente la cabeza, como si le hubieran alcanzado en pleno cráneo: estaba pálido, los labios apretados, fijos los ojos en el capitán para saber si hablaba seriamente o bromeaba.
El capitán llamó enseguida a uno de sus jinetes, hercúleo, y le habló en voz baja. El jinete dio media vuelta y se colocó al otro flanco del oficial mexicano. "Teniente, añade el oficial francés, aquí tiene a un caballero a disposición de usted. Se me ha ordenado no dejarlo solo y velar por usted, ...por temor a que se equivoque de camino". Enseguida, el capitán espoleó su caballo hacia adelante, dejando a Pedro aturdido, mientras que el jinete sacaba el revólver de su funda y daba vuelta al seguro, ajustando el arma a su cintura, al tiempo que silbaba plácidamente la cancioncilla "de la casquete à Bugeaud". Esta vez, Pedro había entendido bien: había que andar derecho. Por otra parte, la soldadera había desaparecido de las filas; falta de cabalgadura, sin duda había debido permanecer en la retaguardia de la columna.

Emboscada de mexicanos, detalle de la estampa Guerre du Mexique no. 121, BNF

Se aproximan a la barranca de Nopala. Todos están al acecho. Entonces, dos tiros silban por encima de las cabezas; son las avanzadas de Ramírez, que se repliegan y dan la voz de alerta. Sobre la otra ribera, a esta hora desierta, se despliega una línea rápida de caballería que tirotea. Tras los tiradores, cuyas provocaciones injuriosas se confunden con gritos casi salvajes, aparecen dos fuertes escuadrones de guerrilleros que, lanzas al viento, esperan a pie firme sobre un terreno desnudo y lleno de agujeros.


La plaza y una calle de Nopala, Hgo.

El capitán no duda, ordena a Pedro atravesar la barranca de frente, oponer tiradores a tiradores, ganando el terreno sobre la izquierda para alcanzar una gran hacienda que, en caso de derrota, podrá cubrir la retirada. Mientras que los infantes entretienen al enemigo, el capitán y su medio escuadrón desaparecen en el barranco, lo rodean sin descubrirse, escalan la orilla opuesta y se abaten como un huracán, los sables en ristre, sobre los escuadrones que todavía le vuelven la espalda. El choque tiene lugar. Se escucha un gran ruido de hierro y acero. Los jinetes se entrecruzan y cargan unos contra otros. El desorden de la guerrilla llega al límite. Por su lado, Prieto, que no tiene más elección que vencer o morir, lleva intrépidamente a sus infantes con sólo las bayonetas.
El terreno se cubre de muertos y heridos. Un esfuerzo más y los liberales cederán, a pesar de la "furia" de Ramírez que no deja de concentrar a sus partisanos. El jefe mexicano, de chaqueta negra, bajo un sombrero con una serpiente de plata, se para sobre sus grandes estribos, el sarape ondenando en el arzón de la silla, confiado a la vista, el rostro en fuego, machete y revólver en los puños, en lo más fuerte de la pelea.

Monumento a Nicolás Romero en Nopala, Hgo.

Más he aquí que un rugido de júbilo se extiende por la línea mexicana. El caballo negro del capitán, golpeado a muerte por una lanzada y desangrándose, acaba de desplomarse sobre su jinete. Los liberales regresan con rabia. El círculo se estrecha. El capitán, levantado y sano y salvo, pero desmontado, comprendió lo comprometido de la situación, hizo sonar el toque de concentración y no tiene más tiempo, con aquellos de sus compañeros que sobreviven, de lanzarse al corral de la hacienda, donde las puertas se cierran a tiempo, a pesar del esfuerzo de los asaltantes.
Se pasa lista rápidamente; de los cien combatientes, ¡no quedan más que 63! Caballeros e infantes suben a las azoteas de la hacienda, que no tiene aberturas exteriores.
Protegidos por las almenas de adobe (ladrillos cocidos al sol), rápidamente comprometen una nutrida fusilería por los cuatro costados que hace retroceder fuera de su alcance a Ramírez y su banda.
Pero el capitán no se hace muchas ilusiones. ¡El respiro no durará mucho!Mientras lanza una mirada melancólica a su pobre caballo, ese bravo compañero caído allá en el campo del honor, Prieto le grita, desde la azotea opuesta, que los liberales regresan en gran número, seguidos de indios cargados de grandes bultos de paja. Es claro que el enemigo va a tratar de incendiar la hacienda, como en otro tiempo en Tierra Caliente, en Camarón, donde fue quemada viva la gloriosa compañía de la Legión Extranjera. Se da la orden de dejarlos aproximarse a buena distancia, de modo que no se tire sino a la segura. Si se les logra detener hasta la tarde, hasta que caiga la noche, se arriesgará una salida para ganar la barranca.
El fuego de fusilería comienza de una parte y otra. Los incendiarios ganan terreno. Las trompetas mexicanas, con notas chillonas mezcladas con vociferaciones de vencedor, resuenan en las cuatro esquinas de la hacienda. Bajo el ardor del suelo que transforma en braceros la blancura de las azoteas, el cansancio vence poco a poco a los defensores. Mas el capitán, cuya energía no ha vacilado, acaba de estremecerse. Su oído ejercitado ha captado en el aire un coro que le es grato. Una nube de polvo aparece en los límites de la planicie. Una tropa de caballería formando torbellinos atraviesa el campo arrasando todo a su paso. Los liberales alarmados se dispersan como bandadas de aves al grito de "¡Los carniceros azules!" Este era el sobrenombre de los cazadores de África después de nuestros sangrientos encuentros de Cholula y Atlixco. Uno de nuestros escuadrones, lanzado la misma mañana desde Tula en persecución de Ramírez, tomando hacia San Juan, había acudido a la carga al primer ruido de fusilería que resonó en la montaña. Al aproximarse, el capitán y su tropa diezmada hicieron una vigorosa salida fuera de la hacienda. Los guerrilleros, tomados entre dos fuegos, caen o huyen. Pero su jefe Ramírez acaba de ser hecho prisionero. De nuestra parte hay abrazos y expresiones de gratitud y felicidad. Después, comienzan a recogerse los muertos y los heridos.

Derrota de la caballería mexicana, detalle de la estampa Guerre du Mexique no 121, BNF

***

El sol declina. El capitán, herido de bala durante la salida, reposa tumbado sobre una cama en la hacienda. Sólo la carne de la pierna ha sido afectada. El aposentador ha venido a darle cuenta que la corte marcial se ha reunido para juzgar al jefe Ramírez. Éste ha comparecido frente a sus jueces, fieramente embozado en su sarape hasta medio rostro, y ha rehusado hablar para defenderse. Ha sido condenado a ser pasado por las armas. Por el momento, es asistido por el cura de La Soledad [Polotitlán], villa vecina de Nopala, y la ejecución tendrá lugar a las seis, frente a la hacienda.

Parroquia de San Antonio Polotitlán, sitio frecuentemente nombrado desde tiempos antiguos como "La Soledad".

Al momento en que el suboficial se retiraba, el padre apareció en el umbral de la habitación, y, sin esperar la invitación para entrar, se precipitó hacia el capitán. "Señor caballero, dijo, me dirijo a usted porque se me ha dicho que es usted el comandante de la tropa francesa. Los deberes de mi ministerio me obligan a suplicarle clemencia. El capitán protesta. Sí, señor, cuando usted haya entendido la revelación que la confesión me ha hecho conocer y cuyo secreto la humanidad me ordena violar para evitar un verdadero crimen, estoy cierto de que concederá su gracia. El oficial que acaba de ser condenado a muerte, bajo el nombre de Ramírez... es una mujer. Después de haber visto masacrar frente a sus ojos a su padre y su hermano, en Morelia, la desesperación la ha extraviado. Desde hace seis meses, Anita Palon... se bate contra usted, ella lo declara. En muchas ocasiones, disfrazada, ha atravesado sus líneas, según se gloria. Pero es una mujer, señor, y los franceses no asesinan mujeres". Todo ello era dicho en un largo sollozo. Viendo la emoción penetrar en su interlocutor, el padre insiste. "Le suplico, comandante, no hay un minuto que perder. En nombre de su madre, de aquellos que ama, déjese convencer!"
El capitán, a pesar del sufrimiento que traicionaba su rostro, se levantó; apoyado en el brazo del buen cura, se dirigió a la puerta de la hacienda.
A doscientos pasos en el campo, estaba ya formado el pelotón de ejecución. Diez pasos al frente, la condenada, con los ojos vendados, esperaba, fieramente plantada. Al momento mismo en que el capitán, con su voz más fuerte gritaba "¡Deténganse!", el ayudante había levantado su sable; el fuego del pelotón desgarra el aire y la mexicana. después de gritar "¡viva la libertad!" cae de una sola vez, cara en tierra.
El médico se aproxima al cuerpo y constata que no late el corazón. A la vista de la joven, el capitan vacila sobre sí mismo al verle los ojos. La muerta era la soldadera. El ministro de Dios misericordiosamente salmodia el de profundis con voz angustiada.
Al recuerdo de la lealtad caballeresca de la joven patriota. caída como heroína por la independencia de su país, el capitán, mudo, se descubre lentamente, y una gruesa lágrima cae de los ojos del viejo soldado.


El falso "Ramírez", ilustración de la La revue pour tous


Agradezco las fotografías de Nopala y Cazadero a Víctor Manuel Lara Bayón.


ACTUALIZACIÓN, 14 de diciembre de 2011:

Según publicó el diario La Época, de Madrid, del 5 de marzo de 1864

Del ejército de Uraga quedaron algunas partidas gruesas como las de Canales, Toro, Riva Palacio y Pueblita. La primera de esas partidas, después de saquear algunas haciendas, vino a atacar a una de las diligencias del interior entre la Soledad y Arroyozarco, dando muerte a dos oficiales y algunos soldados franceses que venían en ella y que se defendieron heróicamente , lo mismo que un correo del mariscal Bazaine.

El general a quien este periódico atribuye el ataque a la diligencia era Servando Canales, nacido en Carmargo, Tamaulipas, en 1830, que participó en importantes batallas a lo largo de la guerra de intervención y que años después se adhirió al Plan de Tuxtepec que llevó a Porfirio Díaz a la presidencia.Fue después gobernador de Tamaulipas y, reconocido como benemérito de su entidad, el aeropuerto de la ciudad de Matamoros lleva su nombre.

El general Servando Canales

viernes, 9 de septiembre de 2011

La bandera insurgente de Aculco

Recreación de la bandera de Aculco, de acuerdo con las descripciones e imágenes conocidas. La sucesión de los colores de la orilla es dudosa y no ha sido verificada con la bandera original.

El 7 de noviembre de 1810 las tropas insurgentes del cura Miguel Hidalgo y Costilla perdieron en Aculco, además de la batalla contra las fuerzas de Calleja, varias de sus banderas, estandartes y guiones. Entre ellos, de manera notable, la imagen de la virgen de Guadalupe que el sacerdote había tomado del Santuario de Atotonilco el mismo día del inicio de la insurrección.

Las noticias sobre estas banderas capturadas por las realistas proceden de diversos documentos. Por ejemplo, la relación anexa al parte de guerra del propio general Calleja especifica que fueron siete las enseñas tomadas a los rebeldes, entre ellas dos que representaban a la Virgen de Guadalupe, dos pertenecientes al Regimiento de Celaya y una del de Valladolid (1). El juez de Aculco, Manuel Perfecto Chávez, envió el 15 de noviembre una bandera más, "hallada en el monte" (2). Parece ser que esta última era la imagen de Atotonilco, que días más tarde, el 7 de diciembre, el brigadier José de la Cruz remitió al virrey Venegas por conducto de su ayudante Agustín de Iturbide desde Huichapan y al que llama "el estandarte oficial de los rebeldes, que se reduce a un cuadro al óleo de la virgen de Guadalupe con las expresiones favoritas de la insurrección. Este cuadro ha sido arrancado de un marco, según manifiesta por sus extremos" (3).

Algunas de las banderas capturadas por los realistas a lo largo de la Guerra de Independencia (1810-1821) fueron a parar a fines del siglo XIX al antiguo Museo de Artillería. Otras más habían sido enviadas como trofeos de guerra a España -como fue el caso de las banderas de Allende capturadas en la batalla de Puente de Calderón, descubiertas en años recientes por la Dra. Marta Terán y que se encuentran ya de regreso en México-. Entre las que se hallaban en la Ciudadela en 1895, estaba una bandera de muy particular forma y colorido conocida como la "bandera de Aculco" o la "bandera Aculco", sin que existiera desafortunadamente alguna referencia que aclarara su nombre, fecha de su captura y procedencia, más allá de su nombre.

Casasola, el conocido fotógrafo, tomó una placa en blanco y negro de aquella bandera tal como se encontraba entonces. Aunque muy maltratada, se alcanza a percibir el cuadriculado multicolor de su orilla y del marco central, así como los dos elementos simbólicos que la caracterizan: la macana indígena o machuahuitl y un cometa rojo.

Bandera de Aculco fotografiada por Casasola, Fototeca Nacional, INAH.

Existe otra imagen más antigua de la bandera de Aculco que procede de la obra monumental México a través de los siglos, en cuyo volumen dedicado a la Guerra de Independencia, se colocó una cromolitografía titulada "Objetos de la Guerra de Independencia". Ahí, semioculta por la famosa bandera rojinegra "El Doliente de Hidalgo" y el respaldo de una silla que perteneció al cura de Dolores, asoma la enseña con su macana y la cola del cometa. Pero, para sorpresa nuestra, aparece una leyenda bordada sobre la enseña que parece decir [AC]ULCO y la cifra del año 1810. Dicha leyenda nunca se menciona en las descripciones y no sabemos si la llevaba desde su origen, si fue colocada posteriormente y luego retirada, o si se trata simplemente de una licencia del autor del grabado para aclarar de qué bandera se trataba. El pie del grabado no aclara gran cosa, sólo indica que ésa y otras bandera "existen en el parque general de la Ciudadela de México".

"Objetos de la guerra de independencia",cromolitografía de México a través de los siglos.

Detalle de la imagen anterior en la que se observa, asomando tras el Doliente de Hidalgo, la bandera de Aculco, con una inscripción que parece decir ACULCO 1810.

Como todas las banderas del Museo de Artillería, la de Aculco pasó a formar parte de las colecciones del Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec hacia 1944. La ficha del museo especifica sus características:


Campo: Raso de seda; cuadros de colores alternados rojo, azul, dorado, crema, verde, café y anaranjado, aplicados con costura.
Leyenda: Sin leyenda
Escudo: Macana y cometa. Bordados con hilos de seda; sólo se conservan fragmentos.
Fecha: 1810-1815
Dimensiones: 149 x 135 cms.
Procedencia: Museo Nacional de Artillería.
Inventario: 10-137601.
Notas: Bandera que perteneció a José María Morelos (4).


Curiosamente, cuando el muralista Juan O'Gorman llevó a cabo su obra Retablo de la Independencia, entre 1960 y 1961, en el propio Castillo de Chapultepec, incluyó una interpretación de la bandera de Aculco y la ubicó entre el famoso estandarte guadalupano frecuentemente confundido con el de Atotonilco, y el "Doliente de Hidalgo".

Al centro, la Bandera de Aculco en el mural de Juan O'Gorman

¿De dónde procede esa bandera? ¿A qué año corresponde? ¿Se llama "de Aculco" por haber tenido su origen en este pueblo, por haber encabezado un grupo de insurgentes aculquenses, o tal vez sólo por conmemorar la batalla del 7 noviembre? ¿Acaso estuvo presente en aquel encuentro entre Hidalgo y Calleja, o quizá era portada por las tropas del coronel José Rafael Polo y llegó a ser izada en el Fuerte de Ñadó? ¿La perdieron los insurgentes en algún otro de los encuentros con los realistas, como aquél del paraje de Las Ánimas en 1812? ¿A qué grupo insurgente perteneció, a los hombres de Morelos como dice la ficha (lo cual es muy dudoso), a Hidalgo, a Rayón que fue quien controló toda esta zona en los años de 1812 y 1813?

Intentando conocer algún dato más sobre esta bandera, me dirigí al Dr. Moisés Guzmán Pérez de El Colegio de Michoacán, quien ha llevado a cabo muy interesantes estudios sobre la simbología de las banderas insurgentes, entre ellos el del Doliente de Hidalgo y otras banderas rojinegras de la época de la independencia. En comunicación personal, el Dr. Guzmán opina:


Es una bandera que desde mi punto de vista corresponde a la primera etapa de la insurrección, y no a la de Morelos, como dice la ficha.**

El orden de sus colores no concuerda con el blanco y el azul, o el encarnado, que caracterizaron a las primeras banderas insurgentes. Tampoco lleva la imagen de la virgen de Guadalupe,que por lo general portaban las banderas rebeldes. Los cuadros y el orden de los colores no corresponden a los cuadrilongos de ordenanza, ni a las que Morelos mandó manufacturar a Oaxaca el 22 de enero de 1814. En ese sentido es atípica.

Como verá por la ficha técnica, no se le pone leyenda, empero el testimonio publicado en México a través de los siglos es muy clara. Se trata de la bandera de Aculco que perdieron los insurgentes en noviembre de 1810.

En cuanto a la simbología, la macana es un arma típica del pueblo mexica y en general de los "antiguos mexicanos", al igual que el arco, la flecha y la onda; lo que es más complicado de explicar es lo relacionado con el "cometa". Tomando en cuenta que casi la totalidad de las banderas de esta época comportaban símbolos indígenas, religiosos y de la realeza española, soy del parecer que esta pieza bien pudo ser asesorada en sus motivos por algún eclesiástico, posiblemente el cura de San Jerónimo Aculco. Si fue así, entonces el cometa empalma muy bien con la tradición religiosa de la época con la que se trataba de representar la estrella de Belén, que en la tradición cristiana, la estrella de ocho picos representa los bienaventurados.

Por otro lado, en muchas culturas de la Antigüedad, en la Edad Media y también entre los americanos y africanos, el cometa no era otra cosa que un heraldo de desgracias (hambres, guerras, pestes, catástrofe universal), que en este caso era lo que sufrirían los insurgentes si no tomaban las armas para defender la religión, el rey y la patria, sus valores más preciados.

Esta idea de que el cometa representa un "presagio funesto" lo podemos observar claramente en el libro La visión de los vencidos, del Dr. Miguel León Portilla.


Podría tratarse, pues, de una de aquellas siete banderas capturadas por Félix María Calleja del Rey en la acción de Aculco del 7 de noviembre de 1810. Quizá, como dice el Dr. Guzmán, asesorada incluso en su elaboración por algún eclesiástico aculquense aunque, cabe decirlo, varios de los curas de Aculco en esos tiempos mostraron mucha hostilidad hacia los insurgentes.

Si bien todavía hacen falta muchas investigaciones para llegar al fondo del asunto y precisar la relación de la bandera con nuestro pueblo, no deja de ser interesante y afortunado que exista una bandera de la época de la Independencia que lleva su nombre. ¿No sería un acto inteligente de recuperación del pasado y de sus símbolos que el municipio de Aculco adoptara esta bandera -oficial o semioficialmente- como enseña propia?

ACTUALIZACIÓN, 22 de diciembre de 2011: Algunas novedades sobre la bandera insurgente de Aculco pueden leerse en este post.


ACTUALIZACIÓN, 23 de diciembre de 2013:

En su libro Imágenes de la Patria II: segundo recorrido por la historia (2003), J. Jesús E. Vázquez Leos afirma que "La Bandera de Aculco se representa con una macana, un cometa en cauda roja y una estrella de color negro. Este símbolo fue usado por las tropas insurgentes en la célebre batalla de Aculco por las tropas de Torres, Matamoros y Coss", sin desafortunadamente, citar su fuente.

 

ACTUALIZACIÓN, 23 de febrero de 2014:

Gracias a José Luis Hernández, lector de este blog y con el suyo propio en iztacchichimeca.blogspot.mx dedicado a San Juan del Río, tuve acceso a nueva información sobre la bandera de Aculco procedente del libro México a través de sus hombres y banderas, de Carlolina Baur Arenas (Cámara de Diputados/Fundación Cultural Baur/Plaza y Valdés, 2010). En esta obra, la autora informa haber tenido la bandera de Aculco en sus manos y haber descubierto que en efecto tuvo las leyendas "Aculco" y "1810" con que aparece en la cromolitografía de México a través de los siglos, lo que es perecptible todavía por las puntadas sobre el lienzo. Baur identifica la bandera de Aculco no con las capturadas directamente por Calleja, sino por la encontrada por el aculquense don Manuel Perfecto Chávez en el monte, cuando envió gente a explorar el campo de batalla. De manera no explicada, la autora atribuye la bandera "quizá" al regimiento de Valladolid. Finalmente , su descripción de la bandera es la siguiente: "Por aquel entonces [cuando la encontró Manuel Perfecto Chávez] tenía una inscripción a la Virgen de Guadalupe... Tiene por escudo una macana azteca, una [sic] cometa con su estrella de ocho puntas, y repartidas en el mazo ajedrezado, unas rositas de organdí". La fotografía publicada en dicha obra es la que mostramos a continuación:

 

Si quieres saber algo más sobre esta bandera, publiqué en este mismo blog el texto "Algunas viejas novedades cobre la bandera insurgente de Aculco".

 

 

NOTAS

1. Bustamante, Carlos María de. Campañas del General Calleja. México, 1826. Imprenta del Águila Pág. 23. Terán, Marta. “La Virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte. La defensa de la religión en el Obispado de Michoacán entre 1793 y 1814”, en Estudios de Historia Novohispana. Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Vol. 19. Pág. 91

2. Cavo, Andrés. Suplemento a la historia de los tres siglos de México, durante el gobierno español. México, 1836. Imprenta de la testamentaría de D. Alejandro Valdés. Tomo III. Págs. 287 y 288

3. Romero Flores, Jesús. Banderas históricas mexicanas. México, 1958. Libro Mex Editores. Pág. 25.

4. Catálogo de la Colección de Banderas. Museo Nacional de Historia, INAH, México, Secretaría de Gobernación, 1990. Pág. 36.

** La confusión proviene seguramente del uso de banderas ajedrezadas por el Ejército de Morelos, de acuerdo con un decreto publicado en Puruarán.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La casa de los Alcántara Terreros: una lamentable transformación

Inútil sello de suspensión del INAH en la puerta del corral de la casa.

De la casa que perteneció a la familia Alcántara Terreros, situada en la esquina de la Plaza Juárez y la calle del mismo nombre, hemos hablado en este blog varias veces: la primera, para hablar de los curiosos remates barrocos que tuvieron algunos de sus balcones, perdidos durante la remodelación de 1974; la segunda, cuando el inmueble fue puesto en venta y se extendió el rumor de que el Ayuntamiento la compraría para convertirla en "Museo Bicentenario"; la tercera, al hablar sobre la Plaza Juárez, hacia la cual despliega su fachada principal; la cuarta, en un artículo sobre puertas y portones de Aculco, ya que el suyo es el más importante que subsiste en la arquitectura civil; la quinta cuando supimos que había sido un particular quien la había adquirido.

Ahora nos referiremos una vez más a ella, pero para comentar su desastrosa transformación, que debe contarse entre las que más han dañado el patrimonio arquitectónico aculquense en los últimos años.

Quizá lo peor del caso es que, al comentar un vecino de Aculco con alguna autoridad municipal lo notoriamente dañina (e ilegal) que resultaba esta remodelación para el patrimonio aculquense, ésta le respondió que con los nuevos dueños de la casa "ni meterse", velada advertencia respaldaba por la presencia ocasional de una patrulla estatal a las puertas del inmueble y que explica por qué el Ayuntamiento se rehusó a detener la obra pese a que rebasa notorialmente el límite de seis metros de altura establecido por el Bando Municipal.

Ante esta situación, levanté en abril de 2010 una denuncia por violaciones a la Ley Federal de Sitios y Monumentos Arqueológicos, Históricos y Artísticos. Más de un mes después, se presentaron los inspectores del INAH y colocaron sellos de suspensión de obra en las puertas del inmueble. Pese a los sellos, las obras continuaron sin pausa y prosiguen hasta el día de hoy, en que ya poco se puede hacer por detener el daño provocado.

Así, pues, lo que perdió a esta casa fue el influyentismo y la corrupción en las autoridades de todos los niveles. ¿De qué tamaño ha sido la pérdida? Enorme: se trataba de una de las casas mejor conservadas de Aculco y el único ejemplo de lo que podríamos llamar "casa rica" al que no se le habían hecho modificaciones importantes. Ahora, ya no queda ninguna casa así en Aculco. Y esta pérdida se dio, casi completamente, cuando Aculco formaba parte ya de la Lista del Patrimonio Mundial.

ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: En este dibujo de 1838 es posible apreciar la casa de los Alcántara Terreros en su estado original. La hornacina, la cruz, los remates y las canales que desaguaban las azoteas desaparecieron hace mucho tiempo.

Al momento de ser puesta en venta, la casa era el ejemplo mejor conservado de "casa rica" en Aculco.

Poco tiempo después de ser adquirida por nuevos propietarios, apareció en la azotea de la casa este castillo de varilla que indicaba la transformación que se iniciaba.


Las obras se fueron desarrollando con sospechoso sigilo, cubriendo incluso la obra negra con pintura inmediatamente después de cada avance que se daba en ella, para hacerla menos notoria. Sin embargo, al alcanzar este grado el INAH se decidió finalmente a intervenir.

Los sellos de suspensión de obra del INAH fueron colocados en la entrada del corral de la casa, hacia la calle Juárez. Esto no detuvo la transformación.

Como se aprecia en esta foto tomada el 21 de agosto de 2011, aún con los sellos de suspensión continúa la obra. Las construcciones de los corrales de esta casa, antiguos y en perfecto estado, desaparecieron ya totalmente.

Nótese en esta fotografía la alteración de los niveles antiguos de la azotea de esta casa, señalados por los canales de piedra. Adviértase también la pésima calidad de la obra moderna, que ni siquiera se molestó en igualar los planos.

Vista de las deplorables obras de la azotea de la casa desde la Plaza Juárez. Nótese la falta de orden y plan en un detalle: la trabe de concreto del lado izquierdo, que aparece concluida en fotos anteriores, está siendo demolida.

Esta columnita de madera con su zapata del mismo material parece anunciar una galería que vendría a transformar aún más la fachada de esta casa. Pero lo que causa alarma es que pueda tratarse de los restos de alguna de las columnas que rodeaban su patio, ¿también habrán sido destruidas?

jueves, 1 de septiembre de 2011

El Hotel Jardín

Fachada del Hotel Jardín, hacia la plaza de la Constitución.

En abril del año 2010, escribíamos respecto a una casa de la Plaza de la Constitución de Aculco que comenzó entonces a ser intervenida para convertirla en hotel:


La antigua casa de la Plaza de la Constitución no. 15, conocida también como casa de don José María Sánchez Silva, fue adquirida hace algunos años, después de que sus dueños anteriores vendieran a un anticuario queretano lo que era quizás su mayor atractivo: el bello y vetusto mueble de la tienda, el único que se conservaba íntegro en el pueblo. Por lo demás, la casa ya había sido muy alterada en su interior a mediados del siglo XX, y después en la década de 1980. A pesar de ello, conservaba su sobria fachada (transformada por la ridícula construcción de un nuevo portal por disposición del Ayuntamiento) y numerosos vestigios de la obra colonial y del siglo XIX. Ahora, la casa está siendo convertida en Posada Familiar, obra muy loable, pero surge la duda: ¿el proyecto cuenta con la aprobación del INAH? Yo no apostaría por ello.


Al poco tiempo quedó claro que el INAH no había aprobado el proyecto, cuando fueron colocados los sellos de clausura en las puertas de la antigua tienda (cuyo piso estaba siendo excavado para construir una cisterna), sellos que aún permanecen en su sitio. Desafortunadamente, dicho instituto no detuvo entonces lo que a mi parecer constituía un atentado mayor contra la arquitectura tradicional aculquense protegida por la ley: la sustitución de los tejados de la casa por cubiertas de lámina metálica pintada de rojo que vinieron a cambiar profundamente una de las más hermosas vistas del pueblo, la que se tiene desde el Ojo de Agua.

El hotel desde el Ojo de Agua. Nótese la cubierta metálica pintada de rojo. Fotografía de noviembre de 2010.

Detalle de uno de los sellos de suspensión del INAH. Fotografía cortesía de Víctor Victoria Posadas.
Las puertas de la antigua tienda con los sellos de suspensión del INAH. Fotografía cortesía de Víctor Victoria Posadas.

La remodelación del edificio ya ha concluido y con el nombre de Hotel Jardín abrió sus puertas en este mes de agosto de 2011. Hace unos cuantos días pude recorrer el interior del inmueble y, vistos los antecedentes que quedaron explicados en los párrafos anteriores (además de mi natural pesimismo), seguramente sorprenderá a los lectores de este blog mi opinión: el resultado es en verdad bastante afortunado.

El patio del hotel desde el cubo del zaguán.


Dos vistas más del patio

Sí, así es: entre los hoteles de Aculco no dudaría un segundo en elegir éste para hospedarme, no sólo por su limpieza y comodidad, sino por el respeto con el que fue tratada la casa: la disposición de las habitaciones, variadas en sus dimensiones y alturas, se conserva. Lo mismo varios de los entrepisos de vigas y tablones. Los pilares de piedra de la planta baja se conservaron (lo mismo que un arquito del mismo material anexo a ellas) y las de la planta alta, que creo recordar eran ya de concreto, fueron reemplazadas con esbeltos pilares de mampostería. La herrería existente, irregular de poca calidad, fue sustituida por herrería negra, sencilla y adecuada. Se renovó la madera de puertas y ventanas, dándole un acabado bastante correcto para un inmueble antiguo. El cuerpo constructivo del fondo del patio, mucho más reciente que el resto de la casa, ha quedado mejor intergado a ella al uniformar los acabados y quizá sólo habría sido conveniente ocultar ese par de columnas de concreto que lo demeritan. Incluso el viejo pozo fue destapado y hoy es completamente utilizable. En sus interiores, la casa fue pintada de un color crema muy parecido al que tuvo en alguno de los momentos de su larga existencia y del que se conservaban bastantes vestigios. Este color, además, resulta correcto para el tipo de inmueble histórico del que estamos hablando (si bien contrasta con el blanco uniforme del pueblo). Discretas plaquitas de talavera señalan el nombre de cada habitación: Arroyozarco, Ñadó, Toxhié... El patio, que tenía por pavimento una confusión de antiguos empedrados, lajas y, sobre todo, cemento, recibió un piso uniforme de cantera que presta una agradable y ligera nota de color.

Detalle de los corredores de la planta alta del hotel. Nótese que se colocaron varias hiladas de teja, en un posible esfuerzo por mejorar el aspecto de la cubierta de lámina.

¿Negritos en el arroz? Los hay, y bastante serios: En primer lugar, la sustitución de los tejados tradicionales por lámina metálica, que nunca debió ser permitida ni por el Ayuntamiento ni por el INAH y cuya apariencia disonante por lo menos debería mitigarse. En segundo lugar, el antiguo corral de la casa fue rellenado para que no resultara tan pronunciado el desnivel con el resto de la casa, lo que en sí mismo no es criticable pero esta acción resultó en tres importantes problemas: a) la fachada de casa hacia la calle Corregidora está siendo atacada por la humedad, lo que amenaza su conservación; b) para desaguar el patio, se abrieron tres grandes agujeros con tubos de cemento que maltratan severamente el aspecto de esa misma calle, que en su sencillez es una de las más bellas y mejor conservadas de Aculco; c) la más grave: la pequeña fachada de mediados del siglo XVIII que constituía la entrada trasera de la casa (de la que ya hemos hablado antes en este blog) se está literalmente deshaciendo por efecto de la humedad. Dicha portada, aunque no perteneció originalmente a este inmueble, es un vestigio de muchísimo valor que no debería perderse por simple descuido. Ya que no es éste su sitio original, ninguna pérdida habría si el propietario, con buen sentido y si no existe otra opción, la retira de ese sitio y la coloca en el interior. Ojalá así lo haga y la casa conserve una de sus mayores joyas.

En el piso superior, el restaurante del hotel, que goza de una magnífica vista del valle que se extiende entre Aculco y Gunyó.

Placa que nombra una de las habitaciones.

Antiguo corral de la casa, rellenado y transformado en jardín.

Los nuevos desagües de la casa hacia la calle Corregidora. Uno de las deficiencias de la remodelación.

El muro antes de ser perforado por los desagües de concreto.

La portadita de hacia 1750 que mira hacia la calle Corregidora. Nótense las filtraciones y la humedad presente en el muro a causa de la elevación del nivel interior.

Detalle del deterioro de la jamba derecha de la portada.

Si quieres ver cuál era la apariencia de esta portada hasta hace unos meses, pincha aquí.

Si quieres ver algunas fotos del aspecto original del interior de la casa que ahora ocupa el Hotel Jardín, pincha aquí y busca el subtítulo "LA INCÓGNITA".

Si quieres ver cómo se transformaron las cubiertas de esta casa, reemplazando la teja por lámina, pincha aquí.



ACTUALIZACIÓN: 6 DE DICIEMBRE DE 2011



Compárese la primera foto de este post con ésta, tomada hace unos días. Como es fácil observar, la tercera ventana de izquierda a derecha ha sido convertida en puerta para acceder al techo del portal y para ello se ha elevado su dintel, perdiéndose la uniformidad de esta área del edificio, ya muy maltrecha en su sentido original debido a la construcción del portal en 2008.

Contra leyes, declaratorias, discursos, sentido común y demás, Aculco no deja de transformarse... para mal.