martes, 23 de julio de 2024

El paso de los constitucionalistas por Arroyozarco (1914)

A mediados del año de 1914, era evidente que el usurpador Victoriano Huerta no podría mantenerse en el poder. El Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza había obtenido importantes victorias sobre el Ejército Federal y el avance de los revolucionarios desde el norte del país hacia la capital del país era ya imparable. Huerta decicidó renunciar el 15 de julio y partió enseguida al exilio. El 28 de julio, los constitucionalistas ocuparon la ciudad de Querétaro y desde ahí emprendieron el avance final con 14 mil hombres sobre la ciudad de México.

Uno de los primeros cuerpos del Ejército Constitucionalista en acercarse a la capital fue la 21a. Brigada de la 2a. División del Centro, comandada por el Gral. Jesús Agustín Castro, militar duranguense que llegarí a ser secretario de Guerra y Marina de 1917 a 1918 durante la presidencia de Venustiano Carranza y como secretario de la Defensa Nacional de 1939 a 1940 durante la presidencia de Lázaro Cárdenas. En su trayecto hacia la Ciudad de México en julio-agosto de 1914, Castro tomó el viejo Camino Real de Tierra Adentro puesto que sus tropas se deplazaban a caballo y naturalmente pasó por la hacienda de Arroyozarco, que hasta finales de julio estuvo ocupada por los federales. Desde ahí, el 3 de agosto envió una carta a su superior al Gral. Jesús Carranza en la que da cuenta de las novedades que halló hasta ese momento:

Ejército Constitucionalista

Brigada Veintiuno

2a. División del Centro

Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted que el día terinta y uno de julio próximo pasado, salí de Querétaro a las nueve de la mañana con la columna a mis órdenes, compuesta de la "Brigada Veintiuno", Regimiento "Pedro Antonio Santos", Regimiento "Larraga" y regimiento 1o y 2o de la "Brigada Caballero"; llegando el mismo día a el pueblo "Pedro Escobedo" a las tres de la tarde sin novedad.

De este lugar, proseguimos la marcha a las cuatro de la mañana del siguiente día son dirección a San Juan del Río, llegando al indicado punto a las seis y media de la mañana; como en esta ciudad a nuestra llegada no había autoridad política, se instaló inmediatamente en la misma forma como se hizo en Dolores Hidalgo.

El dos de agosto, a las ocho y treinta minutos de la mañana, reanudamos la marcha llegando a Polotitlán a la una y treinta minutos de la tarde. Con fecha tres del mismo mes, salimos de este punto a las siete y treinta minutos de la mañana, arribando a la Hacienda de "Arroyo Zarco" a las once y treinta minutos de la mañana, sin novedad.

Participo a usted al mismo tiempo, para que, por todos los puntos que hemos tocado, queden a la mayor brevedad posible reparadas las comunicaciones ferroviarias y telegráficas con dirección al norte.

En cumplimiento a sus órdenes, continuaré avanzando partiendo rumbo al sur, mañana a las seis de la mañana.

Tengo el honor, mi general, de hacer a usted presente mi subordinación y respeto.

Constitución y Reformas.

Hacienda de Arroyo Zarco a 3 de agosto de 1914.

El General

J. A. Castro

Al Ciudadano

General Jesús Carranza

Donde se encuentre (1)

El 15 de agosto de 1914, los constitucionalistas encabezados por el Gral. Álvaro Obregón firmaron con los restos del gobierno de Victoriano Huerta un tratado en Teoloyucan, ya a las afueras de la capital. El Gral. Castro estuvo entre los soldados que formaron el grupo "marcial y pintoresco" que acompañó a Obregón en su entrada triunfal desde Tlalnepantla hasta Palacio Nacional. Luego, su división sería destinada a proteger la entrada de la ciudad por el rumbo de la vía del Ferrocarril Mexicano.

 

FUENTES

1. Carta de Jesús Agustín Castro dirigida a Jesús Carranza, se le informa sobre su avance hacia al sur. Fondo Manuscritos del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920. Centro de Estudios de Historia de México Carso, Fundación Carlos Slim.

martes, 16 de julio de 2024

El superintendente del ferrocarril de Arroyozarco y sus conflictos laborales

Es tan poca la información que he encontrado sobre el ferrocarril de Arroyozarco (es decir, el tren de la Bucio Timber & Railway Co., empresa formada por los dueños de la hacienda), que me siento obligado a copiar y mostrarles cualquier pequeña información que hallo sobre él. Así me ha sucedido ahora, tras leer unos párrafos acerca del conflicto laboral que tuvo con la empresa José García Pichardo, superintendente de este ferrocarril, a causa de atrasos en el pago de sus salarios y malos tratos. Aunque no se trata de información de relieve y en buena medida carecemos del contexto en el que se desarrolló dicho conflicto, mejor es consignarlo aquí que dejar que se pierda olvidado en la tesis de la que extraigo los siguientes párrafos:

Aquellos problemas que, de acuerdo con la apreciación de alguno de los actores, se convertían en motivo de demanda ante la junta de conciliación respectiva y cuyo resultado no era satisfactorio para cualquiera de ellos, eran resueltos en última instancia por la oficina del gobernador a petición de la parte inconforme. Así, de los asuntos que conoció la Junta de Conciliación y Arbitraje del Distrito de Tlalnepantla entre 1929 y 1931, veinte de ellos fueron resueltos en apelación, en forma favorable para los trabajadores en un 50 por ciento y en la otra mitad se otorgó la razón a los dueños de los centros de trabajo.

De los primeros, es decir, aquellos que favorecieron a los trabajadores, las evidencias del procedimiento ejercido por el patrón contra el asalariado eran tan claras para los integrantes de la junta que, lógicamente, daban la razón a los demandantes, pero debían enfrentar estrategias de patrones o gerentes, para lo cual se declaraban incompetentes y turnaban el caso a la decisión del poder ejecutivo. Esa situación pudo advertirse en la demanda que José García Pichardo, superintendente del ferrocarril de The Bucio Timber and Railway Co., S.A., hizo contra la empresa por separación injustificada del trabajo y adeudo de salarios.

García Pichardo denunció que la empresa utilizaba el procedimiento de separar a los empleados y obreros con el pretexto de reajuste, sobre todo cuando la deuda por salarios alcanzaba una cantidad regular, pues los pagos se retrasaban hasta por ocho o diez semanas, como en ese momento sucedía con él. El proceso de arbitraje se hizo conforme al reglamento, pues al no presentarse la parte demandada para procurar una avenencia se presentaron las pruebas por ambas partes: el ofendido presentó documentos de la empresa que lo probaban como un maquinista cumplido, competente y laborioso, por tanto se le encargaba manejar el ferrocarril de Bucio y atender todos los servicios; por su parte, José María Rodríguez, apoderado de la empresa Bucio Timber, presentó informes que no negaron haber tenido como empleado y haber despedido a Garcia Pichardo, pero que señalaban quejas por una supuesta actitud altanera, por constantes fricciones que el maquinista había tenido con el administrador general de la Hacienda de Arroyo Zarco, así como porque había utilizado a los trabajadores de la empresa para construir muebles propios.

En contrapartida, el trabajador separado compareció con notas de buena conducta y responsabilidad laboral de empresas como Tampico-Pánuco Valley Railway Company Limited, Compañía Terminal de Veracruz, S.A., Ferrocarril de Desagüe del Valle de México, Ferrocarriles Nacionales, División Querétaro; inclusive de la misma empresa a la que demandaba, porque entregó una carta donde aquélla certificaba que era cumplido en sus obligaciones. Como prueba testimonial entregó un cuestionario que fue respondido en su momento por el tesorero del ferrocarril de Bucio, José Henríquez Guzmán, quien mostró amnesia ante todos los señalamientos hechos por el demandante; pero reconoció que había sueldos pendientes y que se le había separado por reducción de personal.

Con esta última respuesta emitida por el tesorero, la empresa se dio cuenta de que prácticamente había aceptado los motivos de la demanda en su contra, por lo que el gerente mismo de la compañía Enrique Landa Berriózabal, con la intención de arreglar el entuerto que había provocado su tesorero, entró al quite y pidió a la junta que toda diligencia se practicara con él y no con otra persona. De esa manera quiso ganar y mediante su representante legal insistió en que la junta de Tlalnepantla era incompetente y que el problema debía tratarlo la junta central de Toluca.

Presionada porque se trataba de una empresa grande, la junta se declaró incompetente pero el demandante anunció su inconformidad y el asunto fue turnado al gobernador para ser visto en apelación. El titular del poder ejecutivo analizó el asunto y lo regresó a la junta de Tlalnepantla, al tiempo que la declaraba competente, toda vez que los problemas se había suscitado en su jurisdicción y la empresa tenía oficinas en la Hacienda de Arroyo Zarco, ubicada en el municipio de Aculco, Con el respaldo del poder ejecutivo y las pruebas que se habían recabado durante el proceso, la institución laboral condenó a The Bucio Timber and Railway Co., S.A. a pagar al demandante $525.00 como indemnización por separación injustificada y $118.75 por concepto de salarios no satisfechos.

Como puede verse, la actividad de la junta de conciliación y arbitraje no era tan fácil, pues tuvo que enfrentar situaciones que negaban su papel como instancia de concordia y justicia laboral, como en el caso descrito o, bien, afrontar otras circunstancias como las que aparecieron durante el proceso que se inició contra Ramón Sierra, dueño de la casa de comercio El Pabellón Mexicano, situada en Tlalnepantla, por uno de sus dependientes, Jesús Taboada, quien denunció que fue despedido por haberse encontrado enfermo, a pesar de que había trabajado en esas condiciones durante el período de altas ventas en Semana Santa.

Sólo vale la pena anotar aquí que José Henríquez Guzmán y Enrique Landa Berriozábal, tesorero y gerente respectivamente de la compañía de Bucio, eran los esposos de María y Guadalupe Verdugo Rozas, hijas de la ya entonces difunts doña Dolores Rozas viuda de Verdugo y por tanto herederas de la hacienda de Arroyozarco.

 

FUENTE:

Jenaro Reynoso Jaime. Conflictos laborales y sindicalización en el Estado de México, 1929-1934, tesis para obtener el gardo de maestro en historia, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005, pp.107-109.

viernes, 12 de julio de 2024

Fernando Benítez y la remodelación de Aculco en 1974

En noviembre de este año se cumplirá medio siglo de la conclusión de las obras de remodelación de Aculco bajo el "Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos": un proyecto tripartita (federación, estado y municipios) que buscaba embellecer la imagen urbana de 114 de las cabeceras municipales del Estado de México al tiempo que introducía los servicios esenciales de las que muchas carecían todavía entonces: agua potable, electricidad, drenaje, telefonía, etcétera.

El programa -encabezado por el arquitecto Francisco Artigas- tuvo la virtud de recuperar el aspecto de los centros históricos tradicionales en muchos pueblos que apostaban entonces por una modernidad arquitectónica lamentable, destructora, sin guía ni recursos. También tuvo defectos, como la uniformidad con la que trató entornos urbanos muy distintos, de manera que resulta reconocible en los pueblos intervenidos de toda la entidad la marca del arquitecto Artigas, en lugar de reconocerse el sello local. Tampoco fue tan respetuoso del patrimonio edificado, pues muchos detalles valiosos de los pueblos se perdieron entre las prisas, el descuido, la poca supervisión y la falta de atención al detalle. En Aculco, por ejemplo, la antigua Casa del Quisquémel, que había pertenecido a la esposa de Francisco I. Madero, fue demolida para construir el nuevo Palacio Municipal.

Pero fue así, con errores, omisiones y aciertos, que este programa definió en gran medida el aire urbano de nuestro pueblo. Porque, en el imaginario local, el Aculco remodelado -completamente blanco, con sus cornisillas de ladrillo, con sus faroles de hierro en pedestales cortos, todo empedrado, con hermosos jardines en sus plazas- es el que aprecian por bello, armónico y coherente, mientras que el Aculco anterior, aunque era más auténtico, les resultaría hoy quizá algo feo, destartalado y pobre. Por otra parte,la remodelación le dio a Aculco un sentido de la conservación del patrimonio, la imagen urbana y arquitectónica, que antes no se tenía, y que a pesar de innumerables destrucciones y desaciertos en estos 50 años transcurridos ha permitido que hoy nuestro pueblo no sea tan feo. Algo de lo que ya no pueden presumir la inmensa mayoría de los pueblos remodelados, por cierto.

Precisamente cuando se estaba llevando a cabo la remodelación, el escritor y editor Fernando Benítez escribió un libro sobre el Estado de México al que tituó Viaje al centro de México (Fondo de cultura económica, 1975). Se trataba en efecto de un recorrido por tierras mexiquenses, que entonces gobernaba el profesor Carlos Hank González. Con su libro, Benítez pretendía demostrar las bondades de ese gobierno y del régimen del presidente Luis Echeverría, por lo que obviamente elogia todas sus obras. La remodelación fue el tema principal con el que abordó su paso por Aculco y se advierte que entre todos los poblados del estado fue éste sin duda el que más le llamó la atención por su belleza. En contraste, de otros lugares cercanos, como Jilotepec, escribió que vivían ya la "nueva edad del concreto en escala ruin". Una edad que ya hoy vive también, lamentablemente, nuestro Aculco.

En fin, quiero compartirles hoy el texto de Fernando Benítez acompañado de algunas fotos tomadas durante la remodelación de 1974. En muchas les soprenderá ver cómo el Aculco de entonces ya era exactamente el de hoy, pero en otras les dolerá ver cómo se ha desvirtuado su imagen desde aquel año.

 

Muerte y resurrección de Aculco

(Fernando Benítez. Viaje al centro de México. Fondo de Cultura Económica. México, 1975. Pág. 278 y ss.

 

Aculco, que en lengua otomí [sic pro náhuatl] significa "en el agua muy trenzada", durante la colonia no debió su auge a la presencia de esta agua enrevesada, sino a su posición geográfica, ya que fue el lugar de tránsito obligado a los reales mineros de Aguascalientes, Zacatecas, Durango y a toda esa región mal delimitada que los antiguos bautizaron con el nombre de Tierra Adentro.

Por Aculco salían centenares de gambusinos y de aventureros en busca de El Dorado, frailes misioneros y partidas de soldados encargados de fortalezas y presidios y por Aculco regresaban los nuevos Cresos a quienes los santos habían favorecido y sus recuas cargadas de oro y plata, los que habían jugado a las cartas su fortuna, los derrotados y los perdonavidas. El pueblo rebosaba de historias de milagrosos hallazgos, de riñas descomunales, de combates contra los indios bravos y de hazañas evangelizadoras.

Al estallar la guerra de Independencia, Hidalgo, después de obtener una serie de victorias fulminantes avanzó sobre la Ciudad de México. En la Sierra de las Cruces logró derrotar a las últimas fuerzas de que disponía el virrey, pero entonces, teniendo a sus pies la indefensa capital de la colonia, lejos de tomarla, decidió retroceder. Este hecho debía serle fatal. Mientras su gente se abastecía en la hacienda de Arroyo Zarco, el realista Calleja que había terminado de ejercitar a sus soldados, le cayó encima y lo desbarató. De cada 5 prisioneros uno fue fusilado en la plaza mayor de Aculco para escarmiento de rebeldes y seguridad de comerciantes y hacendados españoles.

Las minas, a causa de la prolongada guerra, se inundaron o se perdieron; los campos estaban asolados, los caminos se llenaron de bandoleros o de facciones enemigas y Aculco inició su lenta agonía. A fines de siglo era un pueblo más dentro de la jurisdicción política y económica de la gran hacienda de Arroyo Zarco. Más tarde, la distante vía del ferrocarril y en nuestros días la construcción de la supercarretera a Querétaro, situada a 15 kilómetros, le asestó el golpe final convirtiéndolo en un pueblo fantasma. En las mansiones de 10 ó 20 cuartos y enormes patios o en las viejas hospederías, flotaban algunos viejos pensionados y algunas viudas que sostenían a sus hijos. Todo el comercio, de acuerdo con los patrones coloniales, estaba acaparado por 4 ó 5 comerciantes y todas las buenas tierras regadas eran propiedad de un solo hombre.

Hoy volvemos a la ciudad en que se refugiara Hidalgo, como volvimos en los treintas al Taxco de Borda o al San Miguel del insurgente Allende. Edificados con una piedra blanca y una piedra rosa que los canteros trabajaron y aún trabajan cerrada y limpiamente, los muros de los huertos y de las fachadas, establecen una pureza de líneas y una severidad no vistas en otros lugares mejor abastecidos. En Aculco ciertamente todo es noble y espacioso, grandes las puertas de los mesones, como para dar entrada a las recuas y a las carretas y las ventanas estrechas porque los arrieros y caporales acostumbraban dormir en camastros improvisados o sobre la paja de los macheros.

Aquí también la traza de la ciudad sufre violaciones y permite adornarse con plazuelas y callejas de casas pequeñitas que llevan entre arcadas y florones del neoclásico al atrio elevado donde se levantan 4 capillas y una iglesia de piedra rosa consagrada a San Jerónimo. Sus columnas de doble capitel corintio y el remate labrado representando las bodas místicas de Santa Rosa de Lima, componen una cálida muestra del arte popular mexicano que hace resaltar el doble soportal y el maderamen del antiguo convento.

A la gran plaza se le ha devuelto su perdida dignidad al eliminarse los añadidos grotescos de su larga decadencia y construir un nuevo ayuntamiento integrado a un conjunto de residencias, tejados pajizos y portales oscuros, ora sostenidos por pilastras de piedra, ora por columnas de madera de fuste abombado. Se advierte el lápiz de Artigas, borrando el pegoste, el adefesio, acentuando una línea, recomponiendo el dibujo, el sentido de un pueblo de tránsito perdido en los desiertos del norte, hasta lograr un escenario que reclama el paso de los arrieros vestidos de cuero haciendo sonar las espuelas de plata en los empedrados, el desfile de las carretas y hasta el fusilamiento de los seguidores de Hidalgo.

No sabemos si Aculco es hoy más rico de lo que fue en 1810, pero sí sabemos que con el hierro, el cemento o los vidrios somos incapaces de construir algo -un alero, un portal, un dintel esculpido, una callecita- de dibujo tan puro y gracioso como el que nos dejaron los fundadores de los antiguos pueblos. Ni siquiera logramos hacer menos agresiva la fealdad o someter el enredo de los hilos y los postes de la corriente eléctrica. En materia de estética y de convivencia humana hemos retrocedido al horrible balbuceo de una época que se inicia con el rompimiento de todo lo que constituyó nuestra cultura. Y el que no sabe cómo emplear el cemento y el hierro tampoco acierta a emplear los dones del radio y de la televisión, las fábricas más activas de la prostitución espiritual. Por ello en la reconstrucción de una pobre aldea descubrimos otro mundo que nos permite medir lo que fuimos y lo que somos. Se ha evaporado la esencia de lo que constituyó un género de vida y debe preocuparnos nuestra incapacidad para igualar o sustituir lo que perteneció a un remoto pasado.

Si quieres ver algunas otras fotografías de Aculco tomadas durante la remodelación, pincha aquí.