Desde mediados del siglo XVI, tras la conquista de las islas Filipinas por los españoles y el descubrimiento de la ruta en la que los vientos permitían a los buques retornar desde ahí a la Nueva España, atravesando el Océano Pacífico, se estableció un importante intercambio comercial entre Oriente y Occidente que tuvo como centro al puerto de Acapulco. Ahí se celebraba anualmente una gran feria a la llegada del Galeón de Manila o "Nao de China", en la que se recibían productos como sedas, porcelanas, marfiles, especias, muebles, objetos de concha, carey, etcétera, que eran intercambiados por plata mexicana. Este comercio duró tres siglos e influyó de manera notable en el arte y la artesanía de nuestro país en tiempos del Virreinato. Algunas de estas influencias orientales pueden verse todavía en las cerámicas tradicionales, en las lacas de Olinalá e incluso en los rebozos.
Muchas de esas mercancías, especialmente los objetos suntuarios, se llevaban en recuas de mulas al puerto de Veracruz y de ahí se les embarcaba nuevamente con rumbo a España. Pero también muchas se quedaban en nuestro país, especialmente en las grandes ciudades como México y Puebla. Aquí, esos objetos formaban parte del ajuar de las casas más ricas de la época, así como de los templos que se engalanaban con esculturas de santos de marfil talladas en China o en Filipinas, tibores chinos o japoneses, biombos, rejas, alfombras, ornamentos y lámparas.
De aquellos lujos exóticos, tan apreciados por los novohispanos, quedaron algunas evidencias documentales y un solo objeto material conocido en nuestro Aculco. Sobre las primeras, provienen de los inventarios de la Hacienda de Arroyozarco en 1768 y 1776, por los que sabemos que en la capilla de la finca se encontraba "dos tibores grandes de China" de poco más de media vara (quizá unos 50 centímetros) de altura. Ahí mismo, en el altar mayor, existieron un Cristo de marfil con su cruz engastada en latón y con peana dorada, así como una imagen de la Virgen de la Soledad también de marfil. Estos dos objetos ya habían desparecido del lugar en 1790. En su sacristía se guardaban varios juegos de ornamentos con aplicaciones de seda (que bien pudo venir de Asia), como uno con flores blancas de ese material sobre tela de oro, y otro con flores de seda encarnadas sobre tela de oro y plata. También se guardaba ahí un frontal para el altar bordado en seda. En la tienda que se hallaba instalada en el mesón de Arroyozarco, se comerciaba entre muchos otros efectos con "peines de china" e hilo de seda en el último cuarto del siglo XVIII. (1)
En cuanto al objeto material que sobrevive, sin duda los lectores ya lo habrán observado a estas alturas en las fotografías que acompañan al texto: es una cabecita de marfil y madera de la Virgen María, que por sus características parece ser obra china del siglo XVII inspirada en alguna escultura gótica o renacentista europea. De muy fina factura, esta pieza de unos 15 x 18 centímetros es en realidad sólo un fragmento de una escultura mayor, de cuerpo entero, que pudo haber sido reconstruida varias veces a lo largo de su vida. En su origen, pienso, la imagen era quizá completamente de marfil y pudo corresponder a una Purísima Concepción. Pero en algún momento, seguramente todavía en tiempos virreinales, aquella escultura, quizá a causa de alguna ruptura o deterioro, fue posiblemente cortada en varias partes para reutilizar su material. El fragmento principal habría sido esta cabecita, pero incluso su parte posterior, la menos visible, le habría sido cortada y sustituida, como puede verse, con madera que conserva todavía rastros de dorado, pero con menor calidad en su talla. En esa misma época el cuerpo se le habría reemplazado también por una talla nueva de madera, siendo los restos de cola de la parte inferior evidencias de aquel remiendo.
Más allá del dorado de la cabellera, la escultura guarda todavía restos de policromía en el iris de los ojos y en sus labios que estuvieron pintados de carmín. La corona que luce hoy en día es moderna y de ningún valor, pero la imagen conserva los anclajes metálicos que indican que en efecto lució en cierto momento una corona, seguramente de plata.
Esta bella escultura de marfil, vestigio único en Aculco de las riquezas que venían del Lejano Oriente, se conserva en una colección particular. Aunque en buen estado general, sería deseable que un especialista la revise para evitar su deterioro, pues las uniones entre madera y marfil, hechas con clavos de estos mismos dos materiales, se hallan flojas y el dorado de la madera se está perdiendo. Ojalá su propietario, que tan amablemente me permitió hacer estas fotografías, asegure su conservación por otros siglos más poniéndola en manos de un buen restaurador.
(1) Lara Bayón, Javier, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro, México, Instituto Mexiquense de Cultura, 2003, pp. 73, 75, 98, 105, 359 y 361.
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