Hace 16 años, en uno de los primeros textos publicados en este blog titulado El claustro desollado, criticaba la pésima decisión que se tomó hacia la década de 1960 de retirar los aplanados decorados con pintura mural que cubrían los arcos del patio del viejo convento de Aculco. Me referí en este escrito a la ponencia Los acabados de los monumentos novohispanos y la petrofilia al final del siglo XX, donde el autor, David Charles Wright Carr, escribe:
Los aplanados de mortero de cal, los enlucidos finos y las capas de pintura son eliminados de los elementos arquitectónicos pétreos con demasiada frecuencia, con el pretexto de descubrir la piedra. Curiosamente, muchos monumentos son agredidos por los mismos profesionales de la conservación que tienen como misión la protección de la integridad física de los inmuebles. Justifican sus intervenciones con la teoría estética moderna y los gustos populares actuales, de tendencia marcadamente petrófila (es decir, que gusta de la piedra a la vista). [...] En la Nueva España era usual aplanar los elementos pétreos con mortero de cal y arena, en el caso de los elementos formados con mampostería de piedras irregulares. [...] En muchos monumentos esta piel protectora fue tratada de manera bicroma o policroma. Los constructores novohispanos utilizaban un lenguaje de formas y colores. Mediante sillares fingidos, figuras geométricas, cenefas, frisos grutescos, fajas fitomorfas y elementos figurativos, enfatizaban y jerarquizaban los elementos dentro de las composiciones.
Precisamente este tipo de decoración en forma de sillares fingidos pintados sobre el aplanado es el que tenía el claustro del convento. Todo, salvo algún "testigo" pictórico que dejó prudentemente el encargado de retirarlo, se perdió irremisiblemente en aquellos años, arrebatándole así parte de su historia arquitectónica al edificio.
Sinceramente creí que esa nociva idea de retirar los aplanados del convento era cosa del pasadao y no continuaría, ya que se había abandonado hace 60 años. Es más: pensaba que llegado el momento, una restauración del edificio revelaría nuevas pinturas murales en paredes que hoy sólo lucen encaladas en blanco, pero que por su ubicación es muy probable que estuvieran originalmente decoradas: el antiguo refectorio, la escalinata, la sala de profundis, la sacristía. Sin embargo, hace unos días descubrí con sorpresa y disgusto que en los corredores que comunican el claustro con la sacristía y con el patio de los novicios se ha llevado a cabo una nueva obra de remoción de aplanados, y con ello quizá también de destrucción de pintura mural que podría haber existido oculta bajo el encalado.
Debo aclarar aquí que no se trata de una cuestión estética, sino histórica y patrimonial. Yo he sido un gran defensor de la piedra blanca de Aculco, que es uno de los principales signos de identidad de la arquitectura local, incluso por encima de la cantera rosa. Sin embargo, no se trata de arrancar los aplanados de los edificios históricos, que tienen un valor por sí mismos, para dejar expuesta la piedra porque así nos parece más hermosa. Como dice la cita que copié líneas arriba, ese gusto por la piedra expuesta es un gusto moderno, que no corresponde a la época en la que se construyó este convento.
Este nuevo atentado contra la integridad del convento de Aculco debió realizarse en algún momento en los últimos cinco o seis años, ya que cuento con fotografías de 2014 y 2018 que muestran esa zona del inmueble todavía intacta. Hoy la piedra blanca irregular ha quedado al descubierto. Por su corte descuidado es evidente que sus constructores nunca quisieron verla así. ¿A quién se le habrá ocurrido tamaña tontería?, ¿por qué abundan los tontos con iniciativa?
En fin, ya lo había escrito en otro post, pero lo repito: el patrimonio de Aculco se pierde de poco en poco todos los días. Cuando nos demos cuenta no nos quedará nada.
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