domingo, 1 de marzo de 2015

La casa de don Juan García o "Casa del Agujero"

La calle que se llamó de "La Estación" o de "La Estación Mayor" (nombre que la relaciona con perdidas tradiciones religiosas, especialmente las de la Semana Santa), que se extiende apenas una cuadra y hoy lleva el nombre de Allende, es una de las más maltratadas en su patrimonio arquitectónico en el área histórica de Aculco. Tal vez a ello lo condenó el que daban a ella las fachadas posteriores de las tres casas que conforman el lienzo sur de la Plaza de la Constitución, lo que significó que todo ese costado careciera de interés arquitectónico y fuera en su origen sólo una sucesión de gruesos muros sin apenas puertas o ventanas, hasta que ya en la segunda mitad del siglo XX la construcción de la casa de don Ismael Martínez Arciniega (después de don Alfonso Díaz de la Vega), la apertura de una serie de ventanas en la casa de Los Arcos y el uso de algunas accesorias en la Casa del Volcán transformaran -caso todo para mal- su antes anodina fisonomía.

El lado sur de la calle, sin embargo, tuvo mucha mayor relevancia. A ella se abrían sucesivamente y de oriente a poniente, la grande y hermosa entrada principal de la Casa de los de la Vega, una entrada secundaria pero de apariencia mucho más antigua de la misma casa (quizá de principios del siglo XVIII), una serie de accesorias muy sencillas, y finalmente las puertas y ventanas de la casa que perteneció a don Juan García, que se conserva en su descendencia, motivo de este post. La calle se cerraba magníficamente al poniente con la bellísima portada de la Casa de don Abraham Ruiz, que fue desmontada en la década de 1980 para levantar en el solar de esa casa nuevas construcciones tan deleznables que me rehúso a describir. Por el oriente, la casa desembocaba hacia la plaza Juárez, si bien el distinto alineamiento de sus casas sugiere que la calle de Allende fue abierta tardíamente, aunque seguramente aún en tiempos virreinales.

Así, la calle de Allende tuvo su gracia, de la que sólo sobreviven ya algunos vestigios que, de continuar la actitud de indiferencia de particulares y autoridades hacia el patrimonio aculquense, no tardarán muchos años en desaparecer. Pero vayamos a la casa que nos interesa, la que hoy lleva el número 11 y hace esquina con la calle -o más bien callejón- de Rivapalacio, que antiguamente llevó el nombre de Calle del Biombo. En la década de 1930, esta casa era habitada por el matrimonio formado por don Isauro Padilla y Concepción del Castillo, con sus dos hijos Jaime y Jorge. Fue hasta tiempo después, quizá en los años 40 o 50, cuando don Juan García adquirió el inmueble. Pero poco después vendió una fracción del mismo hacia el oriente, donde se encontraba originalmente su entrada principal, lo que le obligó a abrir una nueva entrada que, no sabemos si por falta de recursos o simple desidia quedó por muchos años sólo como un gran hoyo practicado en el muro de piedra. De ahí que la construcción recibiera el nombre popular de la "Casa del Agujero".

Extraña en realidad que esto fuera así, ya que don Juan García era cantero, y entre otras obras a él se le encargó la reparación del Portal de la Primavera cuando dos de sus pilares y alguna otra de sus partes comenzaron a poner en peligro la estructura. Aunque es difícil de averiguar, sospecho que muchas de las portadas de piedra nuevas y reparaciones a las antiguas realizadas en el pueblo entre 1940 y 1960 se deben a su cincel. Y decía que, siendo cantero, resulta extraño que dejara sin una entrada más digna a su propia casa por muchos años. Más tarde, empero, se labró en cantera rosa -sobria y limpiamente- no sólo la amplia portada de dintel curvo, sino las ventanas, balcones y repisones que hoy luce.

Se me ha dicho que don Juan García fue originario de la zona del Tixhiñú y que su familia poseyó en las cercanías un rancho llamado El Capulín. No he podido confirmar estos datos y antes al contrario, parece que el censo de 1930 ubica a su familia viviendo bastante apartados de aquellos lugares, en la ranchería de Fondó. O por lo menos existe una coincidencia de nombres con los de él y su hermano Margarito García.

Ser cantero en una época en la que Aculco vivía, por una parte, la depresión económica que obligaba a muchos de sus vecinos a emigrar, en la que por otra poco o nada nuevo se construía y que en esas pocas nuevas edificaciones comenzaban a aplicarse técnicas más modernas, no debió ser el más demandado de los oficios. Por eso don Juan se dedicó a trabajar sus tierras y especialmente al ramo de la carnicería, que con el tiempo se convirtió en su principal actividad.

En su momento, decíamos arriba, el agujero en el muro que le dio nombre a la casa de la esquina de Rivapalacio y Allende dio paso a una portada de cantera rosa con dintel curvo, al estilo de las que se construían en este pueblo a principios del siglo XX. A su derecha, un balcón que no sabemos si ya existía fue enmarcado también cantera y se le dotó de un repisón recto, sin moldurar. La propia esquina del inmueble, que es la parte de la casa que más conocemos por fotografías tomadas desde la Plaza de la Constitución (pues se "asoma" a ella debido al distinto alineamiento de la calle de Rivapalacio con el portal de la casa de don Alfonso Díaz), perdió una antigua ventanilla que iluminaba, descentrada, los trojes con cubierta de teja que debieron existir sobre las habitaciones de esa parte de la casa. A cambio se abrió una ventana mayor, casi cuadrada, alineada con el vano de la planta baja que daba entrada a una accesoria (la cual que permaneció por años sin mayores transformaciones). Hacia la calle de Allende se abrieron algunos balcones de sencillo trazo.

Vista general de la fachada de la casa de don Juan García en nuestros días. Obsérvese la desaparición del tejado del cuerpo esquinero; sólo ha quedado el perfil inclinado del muro como señal de lo que ya no existe.

Pero ya en las décadas de 1980 y 1990 el inmueble vivió alteraciones menos afortunadas. Prácticamente todo el interior fue rehecho entonces. El perfil inclinado del cuerpo esquinero se mantuvo pese a que, tras él, su cubierta de teja a un agua fue sustituida por una losa plana de concreto. Luego el vano de la planta baja se amplió -respetando por lo menos su enmarcamiento de cantera- casi al doble de su anchura original. De tal manera, aunque la casa de don Juan García se mantiene en pie como uno de los pocos hitos de la calle de Allende digno de apreciarse, es ya sólo casi una remembranza de la construcción original.

domingo, 15 de febrero de 2015

19 de febrero de 1825, ¿algo que festejar?

En febrero de 1994, cuando desempeñaba el cargo de Cronista Municipal, recibí la invitación del Ayuntamiento para hablar en la conmemoración de la erección municipal de Aculco, de la que se celebraba entonces el aniversario 169.

Más que simplemente recordar que el 19 de febrero de 1825 Aculco se había convertido en municipio -tal como siempre se ha repetido-, creí que sería mucho más valioso profundizar algo en aquella historia. Buscar, por ejemplo, el decreto de la legislatura del Estado de México que así lo establecía y revisar las Actas de Cabildo del Archivo Municipal, tratando de indagar de qué manera había quedado consignado en ellas aquel momento tan importante en la historia de nuestra localidad. Para mi sorpresa no encontré nada, absolutamente nada que mencionara el hecho. Como si jamás, hasta tiempos muy recientes, hubiera tenido para Aculco y sus autoridades alguna importancia.

¿Cómo era posible?

En aquel momento supuse que la poca atención que se había dado al hecho en 1825 podría deberse a que, en términos prácticos, aquel decreto no habría significado mayor cambio en las instituciones locales. Esto, porque el pueblo tenía alcaldes y cabildo desde el siglo XVI y, aunque subordinado durante casi todo el período virreinal a la alcaldía mayor de Jilotepec-Huichapan, ya desde 1765 sus habitantes habían buscado activamente la separación de su gobierno y lo habían conseguido finalmente hacia 1803. Más tarde, el 28 de septiembre de 1820, el ayuntamiento de Aculco había adquirido el adjetivo de "constitucional" cuando se juró en las casas curales del pueblo la Constitución española de Cádiz. Tras la consumación de la independencia y la proclamación de la República Federal, la Ley Orgánica Provisional del Estado de México, promulgada en 1824, reconoció a los ayuntamientos bajo los mismos términos de la constitución gaditana. De tal manera, la erección de Aculco como municipio en 1825 habría tenido en todo caso el valor de que, a partir de ese momento, contaba con acta de nacimiento en el México independiente y republicano, por más que sus antecedentes municipales se remontaran mucho tiempo atrás y los efectos prácticos del decreto de erección fueran escasos o inexistentes.

Por algún tiempo dejé este asunto de lado (aunque me seguía intrigando la ausencia de documentos al respecto), pues me interesaba más profundizar en otros temas anteriores y posteriores de la historia de Aculco. Frecuentemente, a pesar de todo, volvía a encontrar en los libros referencias al hecho y a la fecha, si bien nunca mencionaban la fuente documental primaria de la que procedía tal información. Pasaron los años y en algún momento traté de llenar aquel vacío histórico. Fue entonces cuando me percaté de que la referencia más antigua a la erección municipal de Aculco databa apenas de 1973 y sólo aclaraba:

Según tradición que conservan las autoridades municipales, este Municipio fue creado por el Congreso Constituyente el 19 de febrero de 1825, aunque no se conoce el decreto respectivo.(1)

Es decir, el hecho procedía de la tradición oral y aparentemente nunca se había sustentado en documentación histórica. Esto resultaba muy extraño también ya que la labor legislativa de los Congresos del Estado de México se encuentra recopilada en publicaciones bien conocidas por los historiadores, y un decreto no puede simplemente extraviarse, pues se les numera desde su expedición. Cuando consulté estas colecciones de decretos, hallé que sencillamente no existía ninguno que correspondiera a esa fecha del 19 de febrero de 1825. Así que, o la fecha estaba equivocada, o el supuesto decreto de erección municipal de Aculco nunca había existido.

Fue entonces que me percaté de que eran varios los municipios del estado que daban como fecha de su creación una muy cercana a la supuesta para Aculco, el 9 de febrero de 1825, y citaban un decreto específico, el número 36. Al revisar ese decreto, que lleva por título "Para la organización de los ayuntamientos del estado", me encontré con que en realidad no se erigía por medio de él ningún municipio, sino que simplemente se sentaban las bases para su conformación.

Al llegar a este punto llegué a la conclusión, evidente por otra parte, de que el decreto tomado como origen de la erección del municipio de Aculco era este mismo, el 36, y que la fecha siempre había estado equivocada, tomándose el 9 por 19 de febrero. Es decir, se ha venido festejando en nuestro municipio una fecha equivocada de un hecho que, además, no sucedió de manera explícita.

Supongo que esta conclusión no detendrá la conmemoración oficial del próximo jueves 19 de febrero de 2015, pero tampoco tiene importancia. En realidad, es un día que se ha ido volviendo tradicional en el calendario cívico de la localidad y en ese sentido no hay motivo suficiente para cambiarlo. Lo que sería correcto, eso sí, es que no se diga que ese día se festeja un aniversario más de la erección municipal de Aculco porque, como vimos, no corresponde a la realidad.

NOTAS

Aculco. Monografía municipal. Toluca, Gobierno del Estado de México, 1973.

domingo, 1 de febrero de 2015

Un colegio frustrado y un seminario clandestino

Los lectores asiduos a este blog quizá recuerden que en un texto titulado "Los cuatro padres Basurto" hablamos ya de la estrecha relación que unió a la familia aculquense de ese apellido con la orden de los Misioneros de San José y con su fundador, el sacerdote catalán José María de Vilaseca. Por supuesto, dicho vínculo tuvo efectos en Aculco más allá de los límites familiares, comenzando por aquella primera "misión" celebrada en el pueblo en 1859, en plena Guerra de Reforma, cuando el padre Vilaseca formaba parte aún a la Congregación de la Misión (u orden de San Vicente de Paúl), de la que se desprenderían más de una década más tarde la orden de los josefinos (como se les conoció popularmente). Pero mucho menos conocido es que Aculco fue escenario en dos momentos del establecimiento de sendas fundaciones de la nueva orden religiosa: la primera, un colegio dirigido por la rama femenina de los josefinos; la segunda, un seminario clandestino durante la Revolución Mexicana.

I.

En septiembre de 1872, apenas unos días después de que el padre Vilaseca fundara el Colegio Clerical de San José que se convertiría en cuna de los Misioneros Josefinos (orden erigida canónicamente en 1877), la religiosa Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos Rincón Gallardo (1829-1884) fundó por consejo del propio Vilaseca el Instituto -después Congregación- de Hermanas Josefinas, rama femenina de la misma orden, cuya vocación se orientaba principalmente a la educación de niñas, que llegaron a alcanzar el número de 300 menos de seis meses después de la creación del primer colegio.

Pese a tan alentador inicio, eran tiempos verdaderamente difíciles para la Iglesia católica en México: Benito Juárez acaba de morir en el mes de julio de 1872 y lo había reemplazado en diciembre Sebastián Lerdo de Tejada. Aún más anticlerical que aquél, Lerdo tomó la decisión de expulsar del país a las Hermanas de la Caridad, orden religiosa tan estimada que ni el propio Juárez se había atrevido a maltratar. Esta situación, naturalmente, afectaría mucho en los años siguientes la expansión de la orden josefina y así, el 20 de mayo de 1873, fue aprehendido Vilaseca junto con otros sacerdotes, permaneciendo encarcelados durante diez días. Su liberación significó sólo el inicio del camino del destierro y estuvo alejado de México cerca de un año y tres meses.

Empero, la protección del arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos permitió a las hermanas josefinas conservar su Instituto, e incluso establecer su noviciado en la antigua casa de las Hermanas de la Caridad. Las religiosas crearon entonces allí también un internado y un asilo, y pronto sus alumnas alcanzaron el millar. Sin embargo, continuaron las vicisitudes, esta vez del lado de la jerarquía eclesiástica: pese a la bendición de Pío IX a la orden, la aprobación canónica del Vaticano se había retrasado y eso provocó la pérdida de su colegio en Puebla, que alcanzaba ya las 500 alumnas. Las siguientes dos fundaciones josefinas de esta época resultaron también fallidas: una en Huajuapan de León y la siguiente en Aculco.

Las cosas en nuestro pueblo, según las crónicas de la orden, sucedieron de la siguiente manera:

Al pueblo de Aculco fueron también cuatro hijas de María del Señor San José, para fundar un colegio de niñas internas, así como también las clases externas; mas por ciertas dificultades que hubo entre el Señor Cura y sus feligreses, y sobre todo porque un protestante de mucha influencia que hizo cuanto pudo para perderlo, no se consolidó la fundación; y creímos prudente retirar a las Josefinas para que a su tiempo fuesen a trabajar en otros puntos con la debida paz y tranquilidad de espíritu, como de hecho aconteció luego, pidiéndolas de Jilotepec, donde ya están establecidas.* ¡Oh cuántos y cuán grandes eran los obstáculos que sobre todo en aquella época ponían los enemigos de la religión para todo lo bueno! (Pequeña historia sobre los hechos que motivaron la fundación del Instituto de los Hijos de María del Señor San José y el de las Hijas de María Josefinas, México, Imprenta religiosa de M. Trigueros, 1891, p. 37).

*La fundación josefina de Jilotepec, que data de febrero de 1885 y llegó a tener unas 200 alumnas, tendría pese a todo también corta vida. Les muestro aquí un "dechado", muestra de bordado de una alumna del Colegio Josefino de Jilotepec, que estuvo a la venta en la tienda de antigüedades y arte popular Quinta de san Antonio, en la ciudad de Puebla:

Esta historia nos deja en realidad muchas preguntas que quizá algún día podamos responder: ¿En qué fecha precisa sucedió todo esto? ¿Era, como suponemos, el párroco don Antonio Zamudio, que ocupaba el puesto desde 1873, o don Eusebio García que lo era en 1880? ¿Quiénes fueron aquellas cuatro religiosas que intentaron fundar su colegio en Aculco? ¿Qué casa fue elegida para dicha fundación? ¿Cuáles eran esas "dificultades" entre el párroco y sus feligreses que contribuyeron a su fracaso? ¿Era ese protestante influyente a quien tanto molestaba el establecimiento josefino de Aculco don Macario Pérez, como puede desprenderse de su papel en el establecimiento del metodismo en Aculco? De ser así, no dejaría de ser irónico que su hijo, Macario Pérez Romero realizara estudios en 1892 en el Instituto Josefino de la ciudad de Querétaro.

 

II.

En 1910 ocurrieron dos sucesos difíciles para los Misioneros de San José: falleció su fundador, el padre Vilaseca, y estalló la Revolución Mexicana. En el curso de ésta, en el año de 1914, las cuatro casas de formación de los josefinos fueron ocupadas por las tropas carrancistas. Algunos de los misioneros se escondieron y otros, como el propio superior, padre José María Troncoso, tuvieron que exiliarse fuera de nuestro país. El aculquense José María Basurto, quien desde 1911 era rector y maestro del Pequeño Seminario del Espíritu Santo para latín y humanidades creado por los josefinos en San Juan Teotihuacán, decidió trasladarse a su pueblo natal junto con algunos jóvenes seminaristas, buscando con ello apartarse del riesgo de ser hostigados e incluso aprehendidos.

Así, viajaron a Aculco y se establecieron en la casa de su hermana Crescencia Basurto y su cuñado Cirino María Arciniega, ubicada en el número 12 de la Plaza de la Constitución de Aculco. Al fondo del inmueble, en una troje en alto con cubierta de teja (a la que se accedía por una escalera de mano a través de una trampilla practicada en el techo del cuarto inferior) -que a partir de ese momento sirvió lo mismo de dormitorio que de salón de clases- se instaló por un tiempo su seminario clandestino. La troje, aunque muy transformada, existe todavía.

Corredor de la casa en que se estableció el seminario josefino clandestino en 1914. En la fotografía, don Cayetano Basurto, padre del Pbro. José María Basurto.


No debió ser largo el tiempo que estuvieron ahí los seminaristas, pero el propio carácter secreto de su estancia dificulta precisar el momento de su llegada y de su partida. Sin embargo, una curiosa anécdota que ya he referido antes puede ayudar a situar por lo menos un día preciso en el que se encontraban en Aculco: el 22 de noviembre de 1914. En esa fecha arribaron sorpresivamente al pueblo tropas carrancistas que se dirigían de Aguascalientes a Veracruz, hostigados por los villistas.

Al llegar los revolucionarios, el padre José María Basurto paseaba tranquilamente con su grupo de seminaristas por el pueblo. Al verlos, los soldados se percataron inmediatamente -pese a no portar sus hábitos- de que se trataba de religiosos. Fueron detenidos, amenazados con ser pasados por las armas y conducidos al improvisado cuartel de aquella fuerza. Cuando entraron, el miedo y la sorpresa del rector subieron de grado al darse cuenta de que el oficial era un viejo compañero del seminario, que no sólo había renunciado a la carrera eclesiástica sino que había adquirido -como casi todos los carrancistas- fama de comecuras. El militar reconoció también inmediatamente al padre Basurto, pero en lugar de desquitarse con ese testigo de su devoción juvenil, ordenó que liberaran inmediatamente al grupillo y le expresó que él era uno de los pocos compañeros de estudios de quien guardaba un buen recuerdo. **

Pasados los momentos más duros de la Revolución los josefinos regresaron a su casa de Teotihuacán. Allá estaban ya en 1922 cuando otro gran anticlerical, el arqueólogo Manuel Gamio, se refirió a ellos de esta manera:

Al presente, el acervo de ideas religiosas de la población conserva el mismo carácter híbrido y extravagante del catolicismo pagano a que antes nos referimos. Las órdenes religiosas habían desaparecido de la región; pero últimamente han comenzado a establecerse en ella, pudiéndose citar el conventículo de la villa de San Juan Teotihuacán, en el que frailes josefinos siguen prácticas monásticas, amén de hospedar a numerosos novicios; hasta hoy, sin embargo, no es apreciable la influencia desfavorable que más tarde ejercerá en el valle ese convento, que los frailes han llamado colegio, si no se pone el remedio oportuno. Periódicamente visitan a los habitantes los llamados misioneros, que a su salida llevan consigo millares de pesos que les han sido pagados por confesar a los fieles, casarlos, etc., etc.

Manuel Gamio, La población del Valle de Teotihuacán, México, Dirección de Antropología, 1922, p. xlvii.

Hoy en día, tanto el colegio como el seminario josefinos son capítulos olvidados de la vida de Aculco. Al evocarlos se recupera un poco más de la gran riqueza histórica que aún en sus construcciones más humildes guarda este antiguo pueblo.

 

** En febrero de 1919 se registra también la presencia de un regimiento de caballería acuartelado en Aculco bajo el mando del capitán Francisco Mercado y el capitán segundo Rafael Valencia, pero es una fecha tardía para coincidor con esta historia: "México, México, Registro Civil, 1861-1941," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:33S7-9P1W-9CSL?cc=1916244&wc=MDPW-9PD%3A205545901%2C205664401 : 20 May 2014), Aculco > Defunciones 1918-1923 > image 213 of 606; Direccion del Registro Civil y Notarias de Estado de Mexico (State of Mexico Civil Registry State Archives). Copy Citation

domingo, 18 de enero de 2015

En buena hora adiós, reloj

Para los visitantes de Aculco, e incluso para sus más jóvenes habitantes, posiblemente resultaba intrigante advertir aquella extraña e inconclusa torre de reloj que se levantaba en el antiguo convento franciscano, justo a espaldas de la capilla posa sureste. Extraña, porque a pesar de tener cuatro carátulas y manecillas no tenía maquinaria y por lo tanto un funcionaba, pero también porque apenas a unos 50 o 60 metros, en el mismo atrio de la parroquia, se yergue otra torre de reloj mucho más antigua, la del reloj público que ha estado trabajando -con las naturales interrupciones por su edad- desde 1904.

Y bien, ¿quién y por qué se construyo aquella torre de block, tabique y concreto que tan desagradable contraste hacía con el edificio conventual? Todo sucedió hace 18 años, en 1996. El reloj antiguo había tenido varios períodos más o menos largos de inactividad y quizá por ello el sacerdote que administraba la parroquia por aquel entonces decidió construir un reloj nuevo. La idea resultaba no demasiado buena pues siempre sería más sencillo, barato y conveniente reparar el viejo reloj. Pero lo que escapó por completo de lo razonable fue su ejecución, ya que se levantó una torre de similares proporciones a la de aquél al extremo opuesto del atrio, de modo que ambos relojes podían ser vistos simultáneamente desde buena parte del centro del pueblo. Además, antes de que se le diera un acabado digno a aquella construcción, se instaló el reloj electrónico con unos buenos altavoces que cada quince minutos hacían sonar las notas del Ave María a todo volumen.

Yo traté de razonar personalmente y por escrito con el párroco señalándole, más que lo malo de la idea, lo inconveniente del sitio, pues se trataba -y se trata- de un espacio catalogado como monumento histórico sobre el que no se deben tomar decisiones como aquélla, que afectan su traza, volúmenes, apariencia, etcétera. Fue inútil. Así, presenté después ante el INAH una denuncia por daños al monumento histórico y, tardíamente como siempre, el Instituto suspendió la obra unos meses después. Pasó un tiempo y el sacerdote fue enviado a otra parroquia, llevándose entonces la maquinaria y dejando la ya inútil e inacabada torre como monumento a un capricho.

Por algún tiempo llegué a pensar que el remedio había sido peor que la enfermedad, pues a pesar de que el INAH podría haber ordenado su demolición, la torre quedó ahí por largos 18 años mostrando sus materiales aparentes, sin que por lo menos un aplanado mitigara su vulgaridad. Con ese sentimiento escribí una entrada en este blog a la que le agregué el subtítulo "derrota para todos". Pero como dice mi primo Octavio, hay triunfos que tardan en llegar y a este reloj le llegó su hora: gracias a las obras de restauración que actualmente se realizan en la parroquia se eliminó el adefesio, librándonos por fin de algo que nunca debió haber existido.

Como pueden observar en las fotografías que aquí les muestro, la torre del infame reloj de 1996 ya no existe. Quedó sólo parte de la base (no sé por qué razón), convenientemente encalado para evitar que desentone con el resto del edificio. Podemos ya, con satisfacción, decirle adiós, ¡en buena hora!

domingo, 4 de enero de 2015

Cincuenta años de la partida de los padres Agustinos Recoletos

Tenía la intención de publicar este post antes de que concluyera el 2014, ya que no quería dejar pasar la ocasión de conmemorar el cincuentenario de la salida de los padres Agustinos de Aculco, que ocurrió en 1964. Desafortunadamente no tuve mucho tiempo disponible el pasado diciembre y por ello me resigno a publicarlo en estos primeros días del año, antes de que se cumplan los 51 años cabales de ese hecho. Para poder concluirlo he tenido que recortar algunas partes algo extensas que se referían a aspectos particulares de la presencia agustina en Aculco, que espero poder tratar en otro momento.

En efecto, el 12 de febrero de 1964, el padre fray Ricardo del Camino Jarauta entregó formalmente la parroquia de Aculco a su sucesor -con calidad de encargado-, el Pbro. Filiberto Sánchez Ayala. Fray Ricardo era el último de los párrocos de Aculco perteneciente a la Orden de Recoletos de San Agustín (O.R.S.A.), misma que desde 1951 habían tenido a su cargo esta jurisdicción eclesiástica. Al dejar constancia de su partida en los libros parroquiales, escribió que entregaba "por orden del Sr. Arzobispo", que lo era entonces monseñor Miguel Darío Miranda. Esta pequeña anotación permite entrever cierto desencanto hacia la decisión del cardenal, o por lo menos algo de contrariedad por tener que dejar nuestro pueblo.

Los agustinos, como ya dije, habían llegado a Aculco casi trece años atrás, el 1o. de agosto de 1951. La razón principal de su presencia en el pueblo fue que por un largo período esta parroquia había estado "abandonada espiritualmente por falta y ausencia de sacerdote" (1). La encomienda a una orden religiosa de una parroquia secularizada desde el sigo XVIII y que había estado desde entonces a cargo del clero diocesano era una situación ciertamente poco frecuente, pero las circunstancias en que se dio fueron todavía más extraordinarias: apenas un año antes, el 4 de junio de 1950, había sido erigida la Diócesis de Toluca, separando para ello una amplia extensión antes perteneciente al Arzobispado de México en la que se encontraba nuestro municipio. Sin embargo, con el envío de los agustinos, la parroquia de San Jerónimo Aculco quedó en una situación excepcional, dependiendo directamente de nueva cuenta del Arzobispado. El acuerdo, sin embargo, tenía fecha de caducidad: duraría sólo tres años y los agustinos tendrían que retirarse el 20 de agosto de 1954.

La Orden de Recoletos de San Agustín, a diferencia de la Orden de San Agustín -de la que se separó en 1588 con el fin de que sus miembros vivieran una vida más humilde- no tuvo una presencia importante en el México virreinal. Contaban en la ciudad de México únicamente con un "hospicio" (es decir, un lugar de albergue), donde los frailes recoletos descansaban después de llegar de España y antes de embarcarse en Acapulco hacia las islas Filipinas, donde sí realizaban una importante labor misionera. Después de la independencia, en 1828, los superiores de la orden en México fueron expulsados y sus pocos bienes confiscados por el gobierno. En España, en 1835, se les despojó también de 35 conventos y se les dejó únicamente como casa de formación de los misioneros de Filipinas el convento de Nuestra Señora del Camino en Monteagudo, Navarra (por eso no les extrañará advertir que muchos de los apellidos de los frailes agustinos españoles que estuvieron en nuestro pueblo son de origen vasco). Fue hasta 1941 cuando los agustinos recoletos regresaron a nuestro país y diez años después, como ya se dijo, tomaron posesión de la parroquia de Aculco.

El día del arribo de los miembros de la orden fue de día de fiesta en Aculco: ".. día dichoso que recordarán muchas generaciones, para este católico pueblo, donde podemos decir volvió a renacer el espíritu religioso y de nuevo se oyó predicar el Evangelio" (2). Ya antes de llegar a nuestro pueblo, en 1950, los agustinos habían establecido un compromiso de administración de la no lejana parroquia de San Felipe del Progreso, también en el estado de México, donde el 27 de mayo abrieron un Colegio de Vocaciones. Al año siguiente decidieron dar un paso más en la constitución de un seminario agustino y crearon el noviciado en Aculco: "un Colegio de Vocaciones hacía pensar seriamente en el futuro. Y ese futuro, urgente necesario, era una Casa Noviciado. La Providencia, llevándonos de la mano, nos condujo al pueblo de Aculco, Estado de México" (3). La Casa Noviciado fue inaugurada en efecto el 9 de diciembre de 1951. Al día siguiente el pueblo entero festejó el hecho con una velada literario-musical. El día 11 (algunas crónicas afirman que el 12, día de la Virgen de Guadalupe), en ceremonia solemne, ocho seminaristas pidieron ser admitidos al noviciado ante el padre comisario provincial, Fabián Otamendi (4).

Es probable que los agustinos hayan pensado que la buena administración que llevaron en la parroquia en sus primeros tres años en ella, su gran ánimo y la buena recepción de los habitantes de Aculco, así como las cuantiosas inversiones que se realizaron en la reparación del templo y sus anexos, harían que el arzobispo concediera una extensión al plazo en que se había determinado estarían a cargo de la parroquia. Sin embargo, a mediados de 1954, al acercarse la fecha que señalaba su salida del pueblo, el arzobispo don Luis María Martínez no parecía interesado en mantener su presencia. Fue entonces que se formó una comisión de vecinos encabezada por don José Díaz (personaje de gran importancia política en el pueblo por esos años) que pidió la mediación de don Isidro Fabela, conocido político y diplomático, ex gobernador del Estado de México y gran amigo de don José, para que suplicara a las autoridades eclesiásticas la permanencia de los agustinos.

La petición a don Isidro fue entregada en su casa de la Plaza de San Jacinto, en San Ángel, ciudad de México, por un grupo de aculquenses entre los que estaba don Alfonso Díaz de la Vega. Fabela, con el interés hacia los asuntos de Aculco que siempre le caracterizó y viendo que ya era 17 de agosto y el plazo estaba por cumplirse, decidió no solicitar una audiencia al arzobispo, sino enviarle un telegrama escrito en estos términos:

UNA COMISIÓN DE CONTERRÁNEOS MÍOS RESIDENTE ACULCO PÍDEME SUPLICARLE SU EMINENCIA EN SU NOMBRE AUTORICE QUE PADRES AGUSTINOS RECOLETOS DIRIGEN SEMINARIO ACULCO NO SEAN RETIRADOS VEINTE DEL ACTUAL FECHA TERMINARÁ PLAZO CONCEDIÉNDOLES SU EMINENCIA punto CIERTO QUE ELLOS PIDIERON DICHO PLAZO, PERO HABIÉNDOSE CONSTRUIDO SEMINARIO CON SACRIFICIOS PUEBLO Y ESTANDO DISPUESTOS CONTINUAR SU NOBLE MISIÓN, ELLOS Y LA POBLACIÓN ENTERA AGRADECERÁN SU ILUSTRÍSIMA DEJARLOS CONTINUAR IMPARTIENDO SUS ENSEÑANZAS EN FORMA PERPETUA punto NO SOLICITAMOS AUDIENCIA SU ILUSTRÍSIMA POR SER ANGUSTIOSO PLAZO PERENTORIO punto POR ESO PERMÍTOME DIRIGIRLE ESTE MENSAJE SUPLICATORIO AGRADECIÉNDOLE INFINITAMENTE NOMBRE PUEBLO DE ACULCO Y MÍO PROPIO LA MERCED QUE LE PEDIMOS punto RESPETUOSAMENTE ESPERAMOS SU RESPUESTA PLAZA SAN JACINTO QUINCE SAN ÁNGEL punto AGRADECIÉNDOLE FAVOR SOLICITAMOS PUEBLO ACULCO Y HUMILDE SERVIDOR. Isidro Fabela.

La respuesta del arzobispo fue muy escueta, pero favorable: "EXCELENTÍSIMO PRIMADO CONCEDE PETICIÓN EN FAVOR PADRES OBLATOS [sic] ACULCO." (5).

El original de este telegrama y su respuesta lo puedes ver aquí.

Para diciembre, sin embargo, los agustinos no habían sido informados todavía oficialmente de la determinación del arzobispo y se encontraban de nuevo haciendo maletas, por lo que don Isidro insistió, a petición de don José Díaz, en que se emitiera dicho documento. Lo más probable es que en efecto se haya prolongado la estancia de los agustinos explícitamente a través de un documento oficial de la curia diocesana, ya que permanecieron en Aculco por diez años más (no en "forma perpetua" como habían solicitado sus habitantes). Pero esa situación de inestabilidad hizo pensar a los agustinos que, pese al renovado ambiente monacal que se respiraba en el viejo convento de Aculco, no debían hacer planes para su futuro en ese sitio: "Aculco no podía ser la sede definitiva de nuestro noviciado. Allí se vivía de prestado y se sostenía con dispensas de la Curia Generalicia" (6). Así, emprendieron la edificación de un edificio propio en la ciudad de Querétaro y crearon allá el Colegio de San Pío X, que fue inaugurado el 17 de febrero de 1955. Se trasladaron primero a él los estudiantes de San Felipe del Progreso y, meses después, llegaron los últimos profesos procedentes de Aculco, quedando cerrado así el noviciado aculquense el 25 de julio de 1955 (7).

Esto no significó sin embargo que los agustinos disminuyeran su actividad en lo relacionado directamente con los habitantes de Aculco. Prueba de ello fue la edición a partir de 1959 el periódico Aculco. Órgano de la Voz y Espíritu de un pueblo, que llegó a publicar varios números. En septiembre de aquel mismo año, les correspondió llevar a cabo la magnífica celebración del bicentenario de la erección parroquial de Aculco. De su obra pastoral da idea un interesante texto escrito en 1961, mismo que detalla varios aspectos de la organización y administración parroquial de aquellos años, del que hago este breve extracto:

El pueblo en sí es pequeño, pues cuenta con unos 500 o 600 habitantes... Los feligreses, la mayor parte de raza otomí, dedicados a la agricultura, son algo más de 13,000, diseminados en rancherías o pueblos formando un total de 12 con sus respectivas capillas, en una extensión de 476.86 kms. A todos los pueblos, aunque no con pocas dificultades, se puede llegar con el jeep, vehículo apropiado para estos menesteres. Los caminos en general son malos, casi ni se les puede dar el nombre de tales; más bien son brechas abiertas por los mismos nativos con el fin de facilitar la llegada del sacerdote a sus pueblos. Esto naturalmente entorpece el ejercicio del ministerio sacerdotal. Otro de los obstáculos con que uno tropieza es la distancia, pues casi todos los pueblos están a más de una hora de camino en jeep. Además las casas no se hallan agrupadas, sino separadas unas de otras, por lo que muchas veces ni se enteran si en alguna de ellas se halla algún enfermo o necesitado de sacerdote. Obligando con frecuencia a éste a caminar bien sea a caballo o a pie por cerros y barrancos para llegar a donde solicitan su presencia.

En la cabecera, como es obvio, se vive más intensamente la vida espiritual. En ella se celebra todos los días el Santo Sacrificio de la Misa. Los domingos y días festivos son cuatro las que se celebran, predicando en cada una de las mismas, siendo muy numerosa la concurrencia de fieles. Por la tarde se reza el Santo Rosario con algún punto de meditación o de lectura espiritual y algunos días se tiene hora santa y bendición con su Divina Majestad.

[...] A los ranchos y poblados se va casi todos los días. Algunos de ellos tienen sus miras fijas, cada mes, como son los domingos o domínicas qye se llaman, de tal forma que al terminar el mes en casi todos los pueblos se ha celebrado el Santo Sacrificio de la Misa el domingo, continuando al mes siguiente en la misma forma [...]. Todos los pueblos tienen su misa mensual dedicada al santo Patrón, a la Divina Providencia, a la Ssma. Virgen de Guadalupe. Además se va a ellos siempre que lo piden a celebrar la Santa Misa, ora por los difuntos, ora por alguna devoción especial, ora en acción de gracias o rogativas. Al llegar se oyen confesiones, consultas, problemas que puedan tener. Se les predica en la misa. Se convive con ellos por unos minutos y se trata de hacer mejoras a las capillas según las posibilidades económicas, para que tengan todo lo necesario destinado al culto. También se pregunta si hay algún enfermo y si se responde afirmativamente se le visita [...]. En todos los pueblos existen centros de catecismo, siendo los mismos fieles los encargados de enseñarlo... El sacerdote supervisa estos centros y les proporciona libros adecuados. (8)

En lo que respecta la obra material, a los agustinos se debe la restauración de la fachada de la parroquia que dejó a la vista los relieves y nichos que habían sido tapiados anteriormente; construyeron también la galería de los novicios y el nuevo altar mayor; retiraron los sepulcros del viejo cementerio del atrio y lo convirtieron en jardín y en sus tiempos se colocó el actual altar mayor, que tiene una imagen del santo titular de la orden.

Tras su partida, los agustinos dejaron un enorme hueco en el corazón de los aculquenses y pasó mucho tiempo antes de que se olvidaran de los años en que estuvieron encargados de la parroquia. Con gratitud, los vecinos les dedicaron una placa que se colocó en la fachada de la parroquia y que estuvo ahí hasta hace unas cuantas semanas, en que fue retirada debido a las obras de restauración que se realizan actualmente en ella (se supone que será reubicada en algún otro lugar). También hace unos meses, por una decisión absurda, se borró el escudo agustino pintado que aún se veía sobre el arco del presbiterio. Cambios que contribuyen al olvido, a la pérdida de la memoria.

 

NOTAS

(1) "Parroquia de Aculco. Memoria de 1961" en Boletín de la Provincia de S. Nicolás Tolentino de Filipinas, año LII, número 586, octubre-diciembre de 1962, p. 519.

(2) Ídem.

(3) F. Manuel del Val y F. Ricardo Zugasti, Los padres agustinos recoletos en México, México, s.p.i., 1972, p. 19.

(4) P. Jesús Pérez Grávalos OAR, El ayer y hoy de los agustinos recoletos seglares en México, México, s.p.i., 1998, p. 194.

(5) Acervo Isidro Fabela, Clasificación IF/I.3-041.

(6) F. Manuel del Val y F. Ricardo Zugasti, Los padres agustinos recoletos en México, México, s.p.i., 1972, p. 19.

(7) P. Jesús Pérez Grávalos OAR, El ayer y hoy de los agustinos recoletos seglares en México, México, s.p.i., 1998, p. 194-195.

(8) "Parroquia de Aculco. Memoria de 1961" en Boletín de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Filipinas, año LII, número 586, octubre-diciembre de 1962, p. 519.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Lo que la Nao de China trajo a Aculco

Desde mediados del siglo XVI, tras la conquista de las islas Filipinas por los españoles y el descubrimiento de la ruta en la que los vientos permitían a los buques retornar desde ahí a la Nueva España, atravesando el Océano Pacífico, se estableció un importante intercambio comercial entre Oriente y Occidente que tuvo como centro al puerto de Acapulco. Ahí se celebraba anualmente una gran feria a la llegada del Galeón de Manila o "Nao de China", en la que se recibían productos como sedas, porcelanas, marfiles, especias, muebles, objetos de concha, carey, etcétera, que eran intercambiados por plata mexicana. Este comercio duró tres siglos e influyó de manera notable en el arte y la artesanía de nuestro país en tiempos del Virreinato. Algunas de estas influencias orientales pueden verse todavía en las cerámicas tradicionales, en las lacas de Olinalá e incluso en los rebozos.

Muchas de esas mercancías, especialmente los objetos suntuarios, se llevaban en recuas de mulas al puerto de Veracruz y de ahí se les embarcaba nuevamente con rumbo a España. Pero también muchas se quedaban en nuestro país, especialmente en las grandes ciudades como México y Puebla. Aquí, esos objetos formaban parte del ajuar de las casas más ricas de la época, así como de los templos que se engalanaban con esculturas de santos de marfil talladas en China o en Filipinas, tibores chinos o japoneses, biombos, rejas, alfombras, ornamentos y lámparas.

De aquellos lujos exóticos, tan apreciados por los novohispanos, quedaron algunas evidencias documentales y un solo objeto material conocido en nuestro Aculco. Sobre las primeras, provienen de los inventarios de la Hacienda de Arroyozarco en 1768 y 1776, por los que sabemos que en la capilla de la finca se encontraba "dos tibores grandes de China" de poco más de media vara (quizá unos 50 centímetros) de altura. Ahí mismo, en el altar mayor, existieron un Cristo de marfil con su cruz engastada en latón y con peana dorada, así como una imagen de la Virgen de la Soledad también de marfil. Estos dos objetos ya habían desparecido del lugar en 1790. En su sacristía se guardaban varios juegos de ornamentos con aplicaciones de seda (que bien pudo venir de Asia), como uno con flores blancas de ese material sobre tela de oro, y otro con flores de seda encarnadas sobre tela de oro y plata. También se guardaba ahí un frontal para el altar bordado en seda. En la tienda que se hallaba instalada en el mesón de Arroyozarco, se comerciaba entre muchos otros efectos con "peines de china" e hilo de seda en el último cuarto del siglo XVIII. (1)

En cuanto al objeto material que sobrevive, sin duda los lectores ya lo habrán observado a estas alturas en las fotografías que acompañan al texto: es una cabecita de marfil y madera de la Virgen María, que por sus características parece ser obra china del siglo XVII inspirada en alguna escultura gótica o renacentista europea. De muy fina factura, esta pieza de unos 15 x 18 centímetros es en realidad sólo un fragmento de una escultura mayor, de cuerpo entero, que pudo haber sido reconstruida varias veces a lo largo de su vida. En su origen, pienso, la imagen era quizá completamente de marfil y pudo corresponder a una Purísima Concepción. Pero en algún momento, seguramente todavía en tiempos virreinales, aquella escultura, quizá a causa de alguna ruptura o deterioro, fue posiblemente cortada en varias partes para reutilizar su material. El fragmento principal habría sido esta cabecita, pero incluso su parte posterior, la menos visible, le habría sido cortada y sustituida, como puede verse, con madera que conserva todavía rastros de dorado, pero con menor calidad en su talla. En esa misma época el cuerpo se le habría reemplazado también por una talla nueva de madera, siendo los restos de cola de la parte inferior evidencias de aquel remiendo.

Más allá del dorado de la cabellera, la escultura guarda todavía restos de policromía en el iris de los ojos y en sus labios que estuvieron pintados de carmín. La corona que luce hoy en día es moderna y de ningún valor, pero la imagen conserva los anclajes metálicos que indican que en efecto lució en cierto momento una corona, seguramente de plata.

Esta bella escultura de marfil, vestigio único en Aculco de las riquezas que venían del Lejano Oriente, se conserva en una colección particular. Aunque en buen estado general, sería deseable que un especialista la revise para evitar su deterioro, pues las uniones entre madera y marfil, hechas con clavos de estos mismos dos materiales, se hallan flojas y el dorado de la madera se está perdiendo. Ojalá su propietario, que tan amablemente me permitió hacer estas fotografías, asegure su conservación por otros siglos más poniéndola en manos de un buen restaurador.

(1) Lara Bayón, Javier, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro, México, Instituto Mexiquense de Cultura, 2003, pp. 73, 75, 98, 105, 359 y 361.

domingo, 14 de diciembre de 2014

De paso por Arroyozarco en 1850

Muchas son las crónicas de viajeros que, desde fines del siglo XVIII y hasta fines del XIX, dejaron constancia de su paso por Arroyozarco en narraciones sueltas, cartas o libros que hoy nos permiten conocer, fragmento por fragmento, diversos aspectos de esta antigua hacienda aculquense. Entre estas crónicas hay una que hallé hace muy poco tiempo, la que se debe a la pluma de Bayard Taylor: un poeta, crítico literario, traductor y escritor de viajes estadounidense que hizo un viaje a California en 1849 (poco tiempo después de que ese territorio pasara a dominio de Estados Unidos tras la guerra con México) y de ahí continuó su travesía hacia nuestro país. Sobre su experiencia escribió un libro, Eldorado, or Adventures in the Path of Empire (Londres, 1857).

En su libro, Taylor narra su breve estancia en la hacienda de Arroyozarco, paso obligado de los viajeros que transitaban por el Camino Real de Tierra Adentro en dirección a la ciudad de México. A diferencia de muchos otros viajeros que dejaron apenas escuetas descripciones del lugar, y que al describir sus edificios se concentraban, si acaso, en el Hotel de Diligencias en el que pasaban la noche, este autor escribió unos interesantes párrafos sobre otra construcción que le pareció interesante: el Despacho, o "bodega principal", como él la llama. Vayamos pues al texto de Taylor:

[Tras salir de Querétaro] Viajamos en coche hasta el pueblo de San Juan del Río, a once leguas de distancia, para el desayuno. En cada puesto de vigilancia del camino se nos dio una escolta fresca, para lo que se nos impuso una nueva contribución de dos reales por cada pasajero. Hacia la tarde, dejando el Bajío, nos encontramos con un amplio y árido llano, plano como una mesa, situado a los pies del monte de Calpulalpan. Una recua de mulas, que acarreaba piedra de las montañas, se extendía a través del valle hasta casi perderse en la perspectiva. Una a una retornaban de la distancia, después de descargar las piedras que habían transportado sobre sus espaldas en toscos marcos de mimbre, para repetir el viaje. La recua pertenecía a la finca del señor Zurutuza, [Arroyozarco] propietario de las líneas de la Diligencia de México, que muestra tanto su prudencia y habilidad en el cultivo de sus tierras como en la disposición de sus puntos de remuda y hoteles. La finca que compró al gobierno mexicano, a un costo de 300,000 dólares, contiene treinta y siete leguas cuadradas, casi todas las cuales son tierra cultivable. Los edificios se levantan en un pequeño valle, a nueve mil pies sobre el mar. La bodega principal [el Despacho] es un cuadrado de 200 pies de lado y sólido como una fortaleza. Una entrada arcada, cerrada por puertas grandes, conduce a un patio empedrado, alrededor de la cual corre una galería elevada con pilares de madera de roble que descansan en bloques de lava [tezontle]. Bajo su protección se almacenan pilas inmensas de trigo y paja picada. En el exterior, un grupo de personas se ocupaban de limpiar los granos en una gran piso circular de mampostería [una era], donde había sido trillado por las mulas y se le separaba de la paja arrojándolo con fuerza al viento. El hotel para el alojamiento de los viajeros [el Hotel de Diligencias], es nuevo y elegante, y una mejora decidida respecto a otros edificios de su tipo en México.

Dormimos profundamente en las varias salas asignadas a nosotros, y al amanecer de la mañana siguiente estábamos en la cumbre del paso de Calpulalpan, cerca de once mil metros sobre el nivel del mar. El aire era delgado y frío; los bosques eran principalmente de roble, de crecimiento lento y madera resistente, y el aspecto general del lugar desolado en el extremo. Aquí, donde las corrientes que bajan hacia los dos océanos se dividen, la primera vista de Popocatépetl, a más de un centenar de millas de distancia, saluda al viajero.

Hasta aquí la narración de Taylor. So quieres saber algo más sobre el edificio de El Despacho, puedes pinchar aquí.