sábado, 15 de agosto de 2015

Una capilla-oratorio otomí en La Concepción

En los últimos meses he escrito en este blog varios textos acerca de varias cosas interesantes que hallé en mi más reciente visita al pueblo de La Concepción, uno de los más atractivos natural y culturalmente del territorio municipal de Aculco. Esta vez continuaré hablando del mismo lugar, con mayor precisión de un antiguo edificio hoy casi en ruinas que nos refiere a algunas de las tradiciones más características de la cultura otomí en los siglos del virreinato.

Se trata de una capilla-oratorio familiar. Esto es, un tipo de construcción de culto familiar y privado que fue característico de los pueblos otomianos después de la conquista española, y del que podemos encontrar ejemplos en toda la geografía mexicana por la que se extienden las etnias otomí, mazahua, pame, etcétera: un territorio que aproximadamente va del Valle de Toluca al sur hasta el inicio de la Sierra Gorda por el norte, y desde el río Lerma por el suroeste hasta la sierra de Hidalgo por el noreste. Según algunos investigadores, en estas capillas se rendía culto a los antepasados, a los xhitas (viejos), los fundadores de un linaje, y formaban parte del solar en que se levantaba la vivienda. Aunque muy abundantes, solamente en sitios como Tolimán, Querétaro (donde hay más de 250 y se les considera patrimonio inmaterial del estado con la denominación de "capillas oratorio del valle sagrado otomí"), y en las cercanías de San Miguel de Allende, Guanajuato (donde existe un recorrido por la que llaman "ruta de las capillas de indios", que incluye algunos templos de este tipo) se les ha prestado verdadera atención, se les ha inventariado puntualmente y se han sometido a estudio y restauración. En el municipio de Aculco existen todavía varios ejemplos, según nos muestra el Catálogo de Monumentos Históricos del INAH aunque, he de ser franco, nunca he visitado casi ninguno de ellos. Algunas muestran ser casi tan monumentales como las capillas de Tolimán, que son las mejor construidas de todas las que se conocen.

El oratorio del que quiero platicarles no es, ciertamente, una gran construcción. Se levanta aislado a poco más de 500 metros en línea recta al noroeste de la capilla principal del pueblo, en la falda de una loma de suave declive. Es una construcción pequeña, mide quizá unos seis metros de largo por unos cuatro de ancho, de planta rectangular y su técnica constructiva a base de piedra blanca ya amarillenta por los años, lodo, cal y cubierta de teja a un agua sobre vigas de madera, no la hacen destacar mucho de las edificaciones habitacionales más antiguas del sitio. Sólo la entrada (su único vano), que mira aproximadamente al sur, le presta distinción y permite advertir que no se trata de una vivienda sino de un edificio destinado al culto.

Esta portada, de cantera color café claro, de poca altura, se alcanza por medio de tres gradas formadas por piedras burdas que en su momento se hallaban sin duda mejor colocadas que ahora. Sus jambas parten de bases toscamente molduradas y rematan en impostas casi idénticas a ellas. Las jambas no son totalmente rectas, sino que muestran una curvatura que hace más ancho el vano aproximadamente desde un tercio de su altura y que se continúa en el cerramiento con un arco formado por dos grandes piedras que se unen directamente al centro sin que medie una clave.

Como decía antes, el oratorio está actualmente aislado, pero con un poco de observación es posible distinguir los restos de otros elementos que lo acompañaban: a la izquierda de la entrada, por ejemplo, y separada unos metros del muro, se encuentra una roca sobre la que una serie de piedras dan forma a un rústico nicho, lo que recuerda inmediatamente los pedestales de las cruces atriales de la región y los nichos que suelen estar practicados en ellos y en los que se colocan ofrendas. Asimismo, en el muro poniente de la capilla se distinguen los mechinales que apoyaron seguramente un tejado de poca altura.

A simple vista podría parecer que la portada es el único ornamento de la capilla-oratorio familiar, Sin embargo, existe otra piedra labrada colocada en uno de sus ángulos, a baja altura, inmediatamente sobre el cimiento. El relieve que muestra este sillar es difícil de interpretar dada la poca profundidad con que fue elaborado pero también por el desgaste. Aparentemente se trata de un escudo con una cruz incisa, que por su costado izquierdo es atravesado por algo que parece una flecha y que al que por su lado derecho acompaña una figura humana esquemática.

La capilla perdió en años recientes su techumbre, pues las fotografías tomadas en la década de 1990 para el Catálogo de Monumentos Históricos del INAH nos la muestran todavía en buen estado de conservación. El interior naturalmente ya no guarda objeto alguno, salvo los restos del derrumbe. Más allá del aplanado con cal y lodo, este interior no muestra señal de pintura mural, altares ni elemento alguno que interrumpa la rectitud de los muros. La puerta estuvo formada por dos gruesas y toscas hojas labradas cada una en un solo tablón lleno de nudos, de las que una permanece en su sitio y la otra yace a su lado fuera de quicio.

Al visitar este oratorio platiqué con un hombre que me dijo ser nieto de uno de los propietarios recientes del oratorio. No me dio su nombre -y no lo culpo en estos tiempos de tanta inseguridad- pero me informó que en efecto se trataba de un sitio de culto religioso, al que en determinadas fechas las mujeres del pueblo se acercaban a ejecutar danzas. Y también que no era ése su único uso, sino que se empleaba de igual manera para almacenar el maíz cosechado, lo que explicaría lo alto y pequeño de su único acceso. Un uso que bien pudo estar relacionado con ritos de fertilidad o, sencillamente, se hacía así por puro sentido práctico.

No lejos de este oratorio parece existir otro más, al que desafortunadamente no pude llegar por lo complicado de las indicaciones que me dieron. Se referían a él como "la bóveda", lo que anticipa que su construcción debe ser más importante que la de la capilla que les he presentado aquí. Si alguno de ustedes conoce el lugar o tiene fotografías, le agradeceré me las comparta para poder enriquecer este post.

domingo, 19 de julio de 2015

La cruz más hermosa de Aculco

Todas las antiguas capillas de los pueblos que pertenecen al municipio de Aculco tienen su punto de interés, ya sea por su arquitectura en general, por las obras de cantería o escultura que albergan sus muros, por sus retablos, por sus cruces atriales, por lo pintoresco de su emplazamiento, por las ceremonias que en ellos se realizan y las tradiciones que guardan. A pesar de lo mucho que ha cambiado todo desde los tiempos en que fueron construidas, cada una de ellas sigue siendo el corazón de las comunidades en que se levantan y en todos los casos el edificio más representativo del lugar.

Una de las capillas más interesantes de este conjunto es la del pueblo de La Concepción. Algún día espero platicarles del magnífico retablo dorado en su interior, de las inscripciones que hay en su fachada de sencillo estilo barroco entablerado (las cuales nos señalan el año de su construcción, 1724) y de otros detalles que la hacen única. En esta ocasión solamente les señalaré uno de éstos, que me pareció interesante, desconocido y que sin atender a su pequeño tamaño es sin duda alguna uno de los mayores tesoros de la capilla y de todo el municipio de Aculco.

Se trata de la cruz de cantera que remata el hastial de la fachada principal del templo. Sus dimensiones son bastante menores, pues la cruz propiamente dicha, sin el pedestal, no levanta más allá de unos 60 ó 70 centímetros de altura. Quizá menos. Desde el atrio, el observador apenas alcanza a advertir que está ricamente labrada y sólo gracias a las fotografías ampliadas se puede contemplar la gran calidad de los relieves de esta pequeña cruz.

Efectivamente, cuando revisé las fotografías que tomé en una visita que hice al lugar a principios del pasado mes de mayo, quedé gratamente sorprendido por lo que me mostraban: aquella cruz parecía una versión reducida y "resumida" de una de las más importantes cruces atriales de todo el país: la de Huichapan, estado de Hidalgo. Compartía con ella varias de sus características más importantes que, partiendo de un valioso texto escrito por la restauradora Marcela Zapiain, serían las siguientes:

1. El cuerpo es monolítico, es decir, fue labrado en un solo bloque de piedra.

2. El palo vertical y el travesaño son de sección elíptica, o forma ovalada y muestran los elementos iconográficos en altorrelieve. Estos elementos son una síntesis de la pasión de Cristo.

3. Al pie de la cruz, sobre el palo vertical, se observa el cáliz y la hostia o Sagrada Forma, lo que las distingue de otras cruces.

4. Por encima de las imágenes eucarísticas aparecen uno de los clavos y un chorro de sangre con un tratamiento muy interesante que revela la iconografía y la mano de obra indígena.

5. Una característica particular, es la generosa corona de espinas que rodea el palo vertical y descansa sobre de los brazos de la cruz, a manera de flexible guirnalda: se trata de una corona con espinas de inverosímiles dimensiones. Por encima de ésta, aparece el rostro de Cristo, también coronado con espinas y de proporciones más normales.

6. En los brazos del travesaño, uno a cada lado, aparecen los clavos de la crucifixión sobre abundantes chorros de sangre. Las puntas del travesaño (cantoneras) fueron rematadas con decoración fitomorfa.

Por supuesto, son también varios los relieves que existen en la cruz atrial de Huichapan y que no tiene la de La Concepción (el resto de los símbolos de la pasión o arma christi - armas de Cristo). Esto se explica fácilmente por las pequeñas dimensiones de la cruz aculquense y de ahí que yo la llame una versión "resumida". Asimismo, es evidente que le falta la cartela del INRI, pero por el remate irregular del palo vertical se puede deducir que sí la tuvo y la perdió por acción del tiempo.

Ahora bien, ya antes varios historiadores de arte han señalado que la cruz atrial de Huichapan guarda mucha semejanza con otras cruces mexicanas, hasta el punto de que se ha propuesto la existencia de un taller (o quizá un único artista) del que habrían salido todas ellas, hacia el segundo cuarto del siglo XVI. Sobre este grupo de cruces muy similares, Constatino Reyes-Valerio escribió:

…algunas cruces de atrio como las de Atzacoalco, México, y la Villa de Guadalupe, Distrito Federal, así como en las de Jilotepec y Huichapan, en Hidalgo, guardan estrecha semejanza, como si hubiesen salido de un solo taller…

(Reyes-Valerio, Constantino. Arte Indocristiano, INAH, México, 2000. p. 329).

Pienso yo que Reyes-Valerio no debió incluir la cruz atrial de Jilotepec en el grupo, pues resulta muy diferente de las otras. En cambio, las de Huichapan, la Villa de Guadalupe y la de Atzacoalco sí guardan un parecido indudable en sus proporciones, iconografía y ejecución. Sólo las distinguen las dimensiones, pues las de Huichapan y la Villa son grandes esculturas, mientras la de Atzacoalco es menor. Vistas las semejanzas que guardan también todas ellas con la de La Concepción, incluso la calidad del labrado, creo que debe considerarse de ahora en adelante como la hermana más pequeña y discreta de este grupo de cruces "tipo Huichapan" y quizá en la que mejor se esculpió el rostro de Cristo.

Hay un detalle particular de esta obra, en comparación con las cruces más grandes del grupo, que no quiero dejar de mencionar: el tamaño de la cruz aculquense obligó al escultor a prácticamente encimar el clavo que correspondería a los pies de Cristo y su correspondiente chorro de sangre, con el cáliz y la Sagrada Forma. Algo que, como opina Marcela Zapiain tiene mucho sentido:

"Queda decir que el clavo casi dentro del cáliz con su derrame de sangre-vino me parece de lo más consecuente, una perfecta unión entre eucaristía y pasión, algo que no se le hubiera ocurrido a ningún copista reciente".

Finalmente, también el pedestal sobre el que se levanta la cruz llama la atención, aunque la calidad del labrado es muy distinta y más rústica. Su forma y el relieve geométrico de su frente recuerda lejanamente a los tepetlacallis, las cajas de piedra prehispánicas en que se guardaban ofrendas.

Agradezco mucho a Marcela Zapiain por sus comentarios, que me fueron de gran utilidad.

domingo, 5 de julio de 2015

El aculquense cura Soria, ¿insurgente o realista?

El domingo 27 de octubre de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla arribó al pueblo de Ixtlahuaca después de una largo recorrido -casi paseo triunfal- por el Bajío y Michoacán, durante el cual el ejército insurgente había cobrado fuerza por el número de sus seguidores y calidad de su armamento. En aquel momento de gloria, los pueblos por los que pasaba se le rendían, lo recibían triunfalmente bajo palio, se cantaban Te Deums a su llegada y los pobladores se sumaban a sus huestes, mientras los realistas escapaban o eran cruelmente asesinados.

Hasta el cuartel general insurgente de Ixtlahuaca llegó ese mismo día un sacerdote, el bachiller Francisco de Soria y Cisneros, párroco del cercano pueblo de Jiquipilco. Se presentó con respeto ante el líder de la rebelión dándose cuenta que "poseía y dominaba los corazones de los indios", quienes formaban el grueso de su ejército (1). Precisamente se había dirigido a Hidalgo debido a los excesos que cometían los indios de la tropa, que mataban a cualquier europeo al que encontraran en su avance; Soria había protegido y tenía escondidos a unos españoles, para los que pidió al cura de Dolores un pasaporte que les permitiera retirarse. Además, le informó, había encontrado en su camino desde Jiquipilco a otros tres españoles asesinados (uno de ellos, su compadre Antonio Íñiguez), a quienes los indios no le habían permitido enterrar diciendo que eran judíos, y por ello solicitó una escolta de lanceros para darles cristiana sepultura. Don Miguel Hidalgo accedió a ambas peticiones, muy probablemente convencido de que Soria era partidario suyo. A pesar de esto último, los indios de la tropa insurgente no le perdonaron al cura Soria su intercesión por los españoles y destruyeron su coche a pedradas, al tiempo que le llamaban "alcahuete de gachupines" (2). Y si bien le permitieron enterrar los cuerpos, no pudo hacerlo en tierra consagrada y fueron sepultados en el mismo campo por disposición del comandante insurgente José Ignacio del Valle.

Lo interesante para nosotros es que aquel padre Soria y Cisneros era aculquense: "natural del pueblo de Aculco, hijo legítimo de legítimo matrimonio de D. Felipe de Soria y de doña Josefa Cisneros, españoles de limpio nacimiento y de notoria honradez", como él mismo relata en una pequeña autobiografía en tercera persona que mandó imprimir en 1818 (3). Su padre, sabemos por otras fuentes, era oficial de granaderos del regimiento de Celaya (3.1). El ejemplar del impreso autobiográfico al que he tenido acceso está incompleto, pero a través de él conocemos muchos detalles interesantes de su vida, como el que respecta a sus estudios para alcanzar el sacerdocio:

Que baxo la dirección del Br. D. Ignacio Ochoa estudió Gramática con aprovechamiento hasta lograr la preferente estimación de su Maestro: Filosofía en el Real y Pontificio Tridentino Seminario con el Señor Dr. y Mtro. D. José María Alcalá, a quien debió un relevante concepto por su aplicación y virtud: sustentó muchas conclusiones, arguyó en otras, hasta nombrarlo su Catedrático Presidente de Academias, e hizo una oposición general a todo el curso de Artes: sustentó un acto en la Real y Pontificia Universidad, por el que, y actillo de costumbre para el grado, mereció segundo lugar, logrando que los Señores Sinodales lo aprobasen para todas las facultades. En el mismo Tridentino Seminario estudió leyes con el Señor Dr. F. José Cisneros: residió seis meses de estatuto en el Real Seminario de Tepotzotlán, y en él para las órdenes de Subdiácono, a más de las materias asignadas, explicó y defendió la de Matrimonio, mereciendo en éste y los demás Sínodos de moral e idioma las mejores calificaciones, hasta ascender al Sagrado Sacerdocio el año de 1793.

Ya en el desempeño de su labor sacerdotal, Soria y Cisneros estuvo "ocho años de Vicario en Alfaxayucan, Tecosatutla, Huichapam y Xilotepec; diez y ocho de Cura propio en Sierragorda y Xiquipilco; dos interinatos en Escanela y Alfaxayucan; y veinte y siete de administración en idiomas Otomí, Pame, Jonas y Masahua". Por cierto, en su interinato en Escanela (lugar inhóspito "cuya situación e intemperie la hacen impenetrable e intratable, ya por sus copiosas y continuas lluvias, ya por sus caminos llenos de malezas, asperidades y peligros... y ya finalmente por estar siempre cubierta de una espesa niebla") tuvo como vicario ni más ni menos que al que sería famoso caudillo insurgente, don Mariano Matamoros, con quien "en 1801 reparó iglesias, predicó, promovió escuelas y 'estuvo pronto a la administración de los sacramentos'". En la Sierra Gorda, específicamente en el poblado de Bucareli, Soria "consiguió que en su tiempo se redujesen a pueblo aquellos mecos, pames y jonases", es decir, logró que se asentaran aquellos grupos chichimecas antes nómadas. En 1807 participó en el concurso y oposición para la provisión de una canongía de idioma otorní vacante en la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, por fallecimiento del licenciado don Miguel Caseta (3.5).

Soria, por otra parte, "reedificó la Iglesia del Pinal y construyó la de Xiquipilco". Sobre este último templo, levantado por Soria y Cisneros en plena Guerra de Independencia, él mismo describe las circunstancias de su edificación de esta manera:

Construyó la iglesia que hoy tiene, amplia, hermosa, y capaz para su feligresía, sin haber gravado a la Real Hacienda en cosa alguna; y debe aquel Pueblo a su actividad y constancia tener un Templo en qué celebrar los divinos oficios y funciones parroquiales con la decencia posible, sin que le sirviesen de obstáculo la espantosa insurrección y trastornos de los indios, pues en medio de los sustos y conmociones procuró tener reunidos, quietos y empeñados en la fábrica de la iglesia a los indios; medio que tomó para distraerlos de las turbaciones públicas; de modo que en el tiempo más calamitoso, y en que se experimentaba la desolación, él animando a sus feligreses con su trabajo y dinero, construyó y levantó la iglesia en que ahora al Dios de la Majestad se tributa las debidas adoraciones; construido en medio de las revoluciones y trastorno, que es lo que más le lisonjea...

Fue también durante sus años como cura de Xiquipilco que se presentó ante Miguel Hidalgo, como decíamos al principio de este artículo, reunión de la que salió apedreado por los insurgentes aunque con los salvoconductos que había solicitado. Pero aquel encuentro con el cura de Dolores le acarreó un grave problema que ya habrán advertido algunos de ustedes en la cita anterior, en la que parece deslindarse de cualquier cercanía con la rebelión: se le acusó ante las autoridades de ser partidario de Hidalgo. Así se explicaba, seguramente pensaban sus acusadores, el respeto con el que había acudido con el jefe de la insurrección y los favores que éste le había dispensado. Además, su antigua colaboración con Mariano Matamoros también resultaría sospechosa a la vista de los sucesos del momento. "Todas las apariencias condenaban al párroco de Xiquipilco, Br. D. Francisco de Soria, como adicto a la causa que proclamó el Padre Hidalgo en el pueblo de Dolores", escribió el historiador don Nicolás León, "y era porque la suspicacia del gobierno español con respecto al bajo clero mexicano, le hacía temer que en cada cura de almas de los pequeños pueblos, hubiera un insurgente. (4)

El 23 de febrero de 1811, Soria y Cisneros tuvo que comparecer ante los jueces en la ciudad de México. Las acusaciones concretas que se hacían incluían haber enseñado a los indios de su parroquia, en compañía del colector de diezmos de Ixtlahuaca, licenciado Cardoso, “el manejo del garrote para defenderse de los sables de los europeos”, y haber predicado “que el cura Hidalgo venía a redimir este reino, porque los europeos querían entregarlo al inglés” (5). Mas las acusaciones eran sólo "de oídas" y el cura Soria, al cabo, logró convencer a las autoridades de su inocencia y su lealtad a la Corona, que en su autobiografía de 1818 argumenta de esta manera:

En [1]810 ofreció su persona y 100 pesos al Exmo. e Ilmo. Señor Lizana [Arzobispo de México] para que dispusiese todo en beneficio de la paz, y dio también puntual aviso a su Prelado de las conmociones que empezaba a causar el rebelde Hidalgo, y S.E.I. le mandó que se mantuviese en su Parroquia tranquilizando a sus Pueblos, lo que ejecutó a costa de riesgos, incomodidades y peligros; habiéndose visto en el triste momento de intimarle sentencia de ser fusilado por no querer acoger a los rebeldes; y franquear generosamente todos los auxilios que le proporcionaba su ministerio y carácter a las tropas del Rey;

Además, sobre el encuentro con Hidalgo y la defensa de los españoles que tenía escondidos, escribe:

Acreditó su fidelidad acompañando al Subdelegado de Ixtlahuaca en la noche que invadieron aquella villa, facilitándole y cooperando a tomar providencia para que se salvasen sesenta europeos que se habían reunido allí, que libraron todos con el mismo Subdelegado.

En los años subsiguientes Soria tuvo cuidado de continuar demostrando su lealtad al rey, por ejemplo informando de los movimientos insurgentes. Así lo hizo en noviembre de 1813, cuando escribió que al salir las tropas realistas de Jiquipilco los insurgentes habían entrado y salido del pueblo, interceptando y salteando los caminos. (6) Pese a estas muestras de fidelidad, seguramente la inocencia de Soria siguió siendo cuestionada y de ahí la publicación del folleto autobiográfico en 1818, año en que el movimiento insurgente había caído en una etapa de casi total extinción. Pero ni aún con esto logró acallar las murmuraciones, tanto así que todavía se acostumbra consignarlo hoy en día como partidario de la insurgencia, como lo hace uno de los grandes biógrafos de Hidalgo, don Carlos Herrejón Peredo, en su libro Hidalgo, maestro, párroco e insurgente (Clío, 2014). En realidad, resulta imposible penetrar en lo que pasó por la cabeza del cura Soria en esos momentos; si frente a Hidalgo se mostró plenamente favorable a la insurgencia, o si sólo fingió serlo, o si tal vez nunca dejó de ser leal a la Corona ni de palabra ni de obra es, en realidad, un misterio.

El bachiller Franciso de Soria y Cisneros continuó administrando la parroquia de Jiquipilco muchos años después de consumada la independencia y falleció hacia 1840.

(1) "Averiguaciones acerca de la conducta del bachiller don Francisco de Soria, cura de Xiquipilco, durante el paso de los insurgentes por Toluca e Ixtlahuaca y de los indios de su parroquia", en Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1930, 1, 2, p. 223-224.

(2) Castillo Ledón, tomo II, p. 85

(3) AGN, Indiferente Virreinal, Expediente 029 (Clero Regular y Secular Caja 1069).

(3.1) Berenise Bravo Rubio y Marco Antonio Pérez Iturbe, Una Iglesia en busca de su independencia: el clero secular del Arzobispado de México, 1803-1822, tesis, UNAM, marzo de 2001, p. 54n.

(3.5) Berenise Bravo Rubio y Marco Antonio Pérez Iturbe, Una Iglesia en busca de su independencia: el clero secular del Arzobispado de México, 1803-1822, tesis, UNAM, marzo de 2001, p. 54n y 55n.

(4) "Averiguaciones...", p. 212.

(5) "Averiguaciones...", pp. 223-224.

(6) AGN, Indiferente Virreinal, Expediente 031 (Operaciones de Guerra Caja 4134).

viernes, 19 de junio de 2015

Arroyozarco en venta

Hace unos días me encontré con que la mitad de la "casa vieja" de Arroyozarco se encuentra a la venta, ofrecido como "terreno comercial". Este edificio, como lo he explicado ya en un artículo anterior que les invito a leer, pertenece al primer cuarto del siglo XVIII y fue levantado por los jesuitas cuando controlaban la hacienda como parte de las propiedades del Fondo Piadoso de las Californias que estaba bajo su administración.

De la construcción subsisten los planos de 1768 que nos permiten conocer con la mucha precisión el uso al que estaban destinadas sus distintas habitaciones y espacios. Así, por lo que vemos en las fotografías que sirven para anunciar la venta del inmueble, parece ser que la fracción que se ofrece es la que corresponde al viejo "patio de la matanza", donde eran sacrificados los borregos que constituían una parte importante de la producción de Arroyozarco, el área del obraje que incluía la vivienda del maestro tejedor, las bodegas de la lana, los cuartos de telares y las pilas para teñirla, la troje de caballerizas (que a principios del siglo XX se transformó en la galera en la que se guardaban las máquinas del ferrocarril de la Bucio Timber and Railway Company) y una sección de la huerta que estaba a espaldas del edificio. Un total de 12,936 metros cuadrados de terreno con 3,883.50 metros cuadrados de construcción

Ahora que se ha puesto de moda en esta región todo lo relacionado con el Camino Real de Tierra Adentro, este es precisamente uno de sus más significativos vestigios en el territorio municipal de Aculco. No sólo por la relación profunda de la hacienda de Arroyozarco con esta vía hacia el norte de México, sino en específico la sección ahora a la venta porque se relaciona directamente con el tránsito y aprovechamiento de los rebaños trashumantes que eran trasladados entre las haciendas jesuitas en distintas épocas del año. A continuacikón, las 17 fotografías que acompañan al primero de los anuncios.

Por el grado de abandono que tienen todas estas áreas es difícil pensar que su comprador quiera y pueda emprender una restauración adecuada, pues resultaría muy costosa. Aún así, no debemos perder de vista que se trata de una construcción declarada Monumento Histórico y por lo tanto protegida, por lo que aún estando sólo en pie los viejos paredones, cualquier obra realizada ahí debe contar con los permisos del INAH. Toca sobre todo a los vecinos de Arroyozarco vigilar que sea así y evitar que la ambición acabe por privarles de parte de su patrimonio histórico.

Si quieren ver los anuncios de la venta pueden pinchar aquí o aquí. Y si tienen los seis millones que piden quizá se animen a comprarlo.

domingo, 7 de junio de 2015

Un cerrojo forjado en 1797

Muy pocos ejemplos quedan ya en Aculco de buena herrería antigua como complemento de la arquitectura: escasas rejas de balcones y ventanas, unas pocas chapas y llamadores, algunas piezas sueltas ya sin uso. Quizá nunca abundaron realmente las piezas de este material -el hierro era relativamente caro durante el Virreinato y sólo en el siglo XIX empezó a usarse masivamente- pero lo cierto es que la destrucción de las viejas puertas de madera en la mayoría de las casas del pueblo se llevó consigo también casi todas las antiguas cerraduras, aldabas, fallebas, llamadores, chapetones y pasadores que con certeza existieron en ellas y que debieron ser los ejemplares más frecuentes y seguramente también los más interesantes.

El cerrojo que quiero mostrarles hoy subsiste colocado en un gran portón de metal moderno en el inmueble marcado con el número 24 de la calle de Morelos, una fracción del predio que todavía conocido por algunos como "el mesón". Desconozco si perteneció originalmente a ese sitio o si fue llevado de alguna otra parte, lo cierto es que por lo menos desde principios de la década de 1990 ha estado ahí, aunque por mucho tiempo estuvo colgado por la parte interna de la puerta, imposible por lo tanto de admirar para los transeúntes.

Ahora luce mirando hacia la calle y gracias a ello he podido fotografiarlo para mostrárselos en el blog. Como es fácil advertir, se trata de una gran pieza de hierro forjado con la habitual forma en T de los cerrojos del virreinato, donde la barra horizontal, sostenida en uno de sus extremos por un gozne mientras el otro está libre, sirve para atrancar las dos hojas del portón. La barra vertical permitía fijar el cerrojo a una chapa o a un candado, pero en este caso particular no podemos saberlo con certeza ya que esa parte parece haber sido alterada para poder cerrarse con un candado moderno.

Lo particular de este cerrojo es su ornamentación, que nos remite al barroco del siglo XVIII: la barra horizontal luce bandas vegetales grabadas sobre el hierro, y en el extremo izquierdo una leyenda cronológica: "Año de mil setesyentos [sic] 97". La barra vertical, por su parte, combina tres formas de trabajar el hierro: la forja ornamental, el grabado sobre su superficie y el calado. Así, su parte superior se adorna con una hermosa figura calada cuyo centro es ocupado por una forma inspirada quizá en la flor del granado, a los lados de la cual se despliega un par de animales -quizá perros- rampantes pero con la cabeza volteada hacia afuera, con grandes orejas y los costillares marcados. Entre esos "perros" que parecen guardarla, y la parte superior que afecta un poco la forma de una corona, esta figura parecería haber sido copiada de un escudo de la época. En la parte inferior, se une a este calado un segmento de sección cuadrangular torcido, que después se abre para formar un círculo adornado con grabados que semejan escamas en su cara visible y calabrotes en sus vértices. Continúa la barra vertical un segmento recto, grabado, que termina en una especie de tope trabajado de igual manera, tras el cual se encuentra la parte final del cerrojo, más aplanada y ya con menos adornos (entre los que sobresale un "clavo" piramidal).

No conozco en Aculco otra pieza de este tipo que pueda equiparársele en antigüedad, valor histórico y artístico, y mucho menos que siga en uso, como ésta. Es uno de tantos pequeños tesoros que guarda nuestro pueblo y que puedes apreciar si caminas por él con los ojos bien abiertos.