domingo, 16 de noviembre de 2014

Una cruz que se desgasta

Hace apenas unos días hablaba aquí de la estructura que le fue colocada a la cruz atrial de Santa maría Nativitas con el fin de protegerla, un objetivo que ciertamente se pudo haber cumplido con soluciones más baratas, menos invasivas y con un mejor resultado desde el punto de vista estético. Pero si en el caso de aquella cruz quienes deseaban protegerla pecaron por exceso, en el caso que les presento hoy... ni siquiera existen tales protectores.

La cruz atrial que existe en el Santuario de Nenthé es quizá la única del siglo XVI que se conserva en el municipio de Aculco y la única, por cierto, en la cabecera municipal. Seguramente estuvo situada al centro del atrio de la vieja capilla de Nenthé -como corresponde a una cruz de sus características- pero por su aparente antigüedad es posiblemente anterior a la fundación de dicho templo a principios el siglo XVIII, lo que sugiere que pudo haber sido llevada de algún otro sitio, quizá de la parroquia. Lo cierto es que fue colocada en su ubicación actual, junto al muro norte del Santuario, en 1949, cuando también se le agregó el banco y la peana sobre los que se yergue.

Hace ya varios años alerté en este mismo blog sobre el lento desgaste que iba borrando los relieves de la cruz, alusivos a los símbolos de la Pasión de Cristo. Pero después de visitarla hace algunas semanas me ha quedado la impresión de que el daño que le causa la humedad se acelera y que el aumento del nivel de los terrenos inmediatos, a causa del escombro que se depositó en ellos, es en buena medida el causante del reciente deterioro.

Si no se actúa con rapidez, los años de esta cruz pueden estar contados. El daño en su parte superior es tal que en el brazo izquierdo prácticamente ya no se distingue el relieve en forma de chorro de sangre, con el clavo, que tenía ahí. La cruz necesita urgentemente de una intervención, pero una intervención con conocimiento, de un restaurador profesional, no una solución improvisada como las que tan frecuentemente se ven por ahí, que pueda causarle aún más daños. Ojalá no tengamos que lamentar algún día su pérdida.

Por lo pronto, hagamos por lo menos un recorrido por los relieves de esta cruz, los símbolos de la Pasión a los que me refería líneas arriba, que también son conocidos como las "armas de Cristo".

La parte central de las cruces de este tipo -es decir, donde se cruzan el asta y el travesaño- solía estar reservada para representar el rostro de Cristo. Sin embargo, no parece haber sido el caso de la cruz de Nenthé. El deterioro no ayuda a la hora de identificar los símbolos que fueron tallados en ésta, pero en parte por su forma y en parte por la exclusión de otros símbolos que aparecen en distintas partes de la cruz, se puede suponer que el relieve cuadrado del fondo puede representar la sábana con la que se cubrió el cuerpo del crucificado; la forma estrellada de la parte superior es sin duda una corona de espinas; el relieve abolsado puede ser la bolsa de las 30 monedas por las que Judas vendió al Salvador, o quizá una jarra de vino; un poco más abajo está otro "paño", esta vez más pequeño y rectangular, que puede ser uno de los vendajes del cuerpo de Cristo o el paño de la Verónica.

Bajo los relieves anteriores aparece ya con mucha claridad el gallo, símbolo que se refiere a las tres veces que Pedro negó a su señor antes de que cantara este animal. Está parado sobre la columna a la que fue amarrado el Nazareno para ser azotado. En diagonal, sobre la columna, se muestra precisamente un haz de varas para azotar.

En la parte inferior del asta los relieves están mucho mejor conservados. Arriba podemos ver el clavo que sujetó los pies de Jesús al madero de la cruz y abajo la calavera con las canillas cruzadas que en la tradición pertenece a Adán y que daba nombre al sitio de la crucifixión: el Gólgota/Calvario.

Vayamos ahora a los brazos de la cruz. Aquí vemos el derecho (izquierdo para quien la ve de frente), en el que se distingue otro de los clavos y el chorro de sangre como el que vimos antes. Compárese dicho chorro con el de la fotografía anterior y se verá el grado de desgaste que tiene la cruz en esta zona. A la derecha de este símbolo está lo que parece ser el martillo, aunque el desgaste de la cabeza le ha dado forma de baqueta.

Es esta parte de la cruz en particular la que muestra mayor deterioro. El relieve del clavo de este lado y su correspondiente chorro de agua es prácticamente ya ilegible y sólo por su ubicación podemos asegurar que se trataba de él. A su izquierda, gracias a su forma tan particular, las pinzas que aluden a aquellas con las que habría sido desclavado el cuerpo de Cristo pueden interpretarse sin problemas.

Al costado izquierdo de la cruz aparacen tallados, ya no con tanto relieve como las figuras del frente, la escalera que se refiere al descendimiento de Cristo. En la parte baja podemos ver los clavos con los que los soldados romanos jugaron a la suerte sus vestiduras.

Una escalera, compañera de la del costado izquierdo, podemos encontrar en el costado derecho de la cruz; en efecto, en muchas representaciones de los símbolos de la Pasión se pueden ver dos escaleras. Bajo ella, están dos figuras alargadas y cruzadas de no fácil interpretación, si bien parece ser que se trata de la espada que Pedro sacó en el Monte de los Olivos para defender a Jesús y quizá un látigo con los que Cristo fue torturado.

La cara posterior de la cruz tiene también relieves, aunque muy inferiores a los del frente y los costados. En la parte superior están dos lanzas, una con la hoja descubierta (la que fue clavada en el costado de Jesucristo) y la otra con la esponja (con la que se le dio de beber). Abajo está la copa o cáliz que nos remite al que se usó en la Última Cena, pero que según la tradición sirvió también para recoger la sangre del Crucificado.

domingo, 9 de noviembre de 2014

El bachiller don Luis José Carrillo y Troncoso, cura de Aculco (1753-1830)

Pocos sacerdotes de tiempos pasados dejaron tan honda huella en la parroquia de Aculco como el padre Luis José Carrillo, cura de este lugar de 1785 a 1812. Gracias a la existencia de un retrato que hoy se encuentra en la sacristía de este templo, dedicado por la gratitud de doña María Antonia Basurto en 1832, es posible conocer algunos datos esenciales sobre su vida:

Br. D. Luis José Carrillo, Cura propio y Juez Ecco. [Eclesiástico] que fue de esta parroquia de San Gerónimo Aculco, desde el 5 de Febrero de 1785, hasta 18 de junio de 1812, en que pasó por permuta a la de Tequixquiac. Nació en México a 25 de Agosto de 1753 y murió en el segundo de sus referidos Curatos el 28 de febrero de 1830, de edad de 76 años, seis meses y cuatro días; habiendo comenzado su carrera de Cura beneficiado en el de Xichú Mineral: circunstancia que eleva su mérito a mayor concepto.

Por medio de este texto me fue posible encontrar el registro de su bautismo en los libros de la parroquia de la Santa Veracruz de la ciudad de México, donde recibió el sacramento el 31 de agosto de 1753. Según este documento, Luis José fue "hijo legítimo, de legítimo matrimonio" de Joaquín Carrillo y Francisca Javiera Troncoso.

En 1787 don Luis solicitó y obtuvo el cargo de comisario del Santo Oficio de la Inquisición de la jurisdicción de Aculco (AGN, Inquisición, vol. 1216, exp. 2, f. 115-119 y vol. 1217, exp. 15, f. 198-199). Para tramitar esta solicitud, se pidió al licenciado y maestro don Juan Antonio Bruno, examinador sinodal del arzobispado, un informe sobre sus antecedentes y conducta, donde se expresó así del padre Carrillo:

El bachiller don Luis Carrillo, cura párroco del pueblo de San Gerónimo Aculco, es de sana doctrina, de una regular ciencia e instrucción, se halla bien conceptuado en la secretaría arzobispal, y amado de sus feligreses, a que se ha hecho acreedor por su buena conducta y exacto desempeño en las obligaciones de su ministerio; y por lo mismo me parece puede Vuestra Señoría Ilustrísima acceder a la pretensión que tiene establecida de comisario del Santo Oficio. (AGN, Inquisición, vol. 1216, exp.2 116-116v)

En el ejercicio de su tarea como comisario del Santo Oficio le correspondió investigar diversos asuntos interesantes, por ejemplo el de Petra, una esclava denunciada por doña Xaviera Basurto en 1795 por decir que no había infierno, cuyo caso no llegó a concretarse porque la acusada falleció (AGN, Inquisición, vol. 1380, exp. 19, f. 378-381). O el de fray José de Lima, religioso mercedario que en la cuaresma de 1786 fue a Aculco para ayudar en los servicios de la iglesia y más tarde se le acusó por "solicitante", es decir, por pedir favores sexuales en el confesionario (AGN, Inquisición, vol. 1272, exp. 1, f. 1-7). Pero quizá el caso más interesante fue el del negro, ciego y manco José Manuel, esclavo de doña Micaela de Terreros, a quien se tenía por difusor de supersticiones y que por ello fue denunciado en 1792 en Aculco, aunque los hechos habían tenido lugar diez años atrás en Púcuaro, Michoacán (AGN, Inquisición, vol. 1358, exp. 8, f. 195-196). Según José Antonio González, quien ha profundizado en este caso, se trata de un caso sumamente interesante de "magia amorosa, donde se combinaron las técnicas de la ventriloquía, el empleo de la chuparrosa como amuleto erótico, la ingestión de un alucinógeno para tener visiones y potenciar poderes espirituales y que se concretaron en una seducción mágica". Te recomiendo mucho que leas lo escrito por González en su blog sobre este asunto inquisitorial, pues ayuda a conocer mucho de las supersticiones de la gente de esa época. Lo puedes encontrar aquí: "La chuparrosa parlante del ciego José Manuel".

A don Luis José le tocaron tiempos difíciles en lo que se refiere a la relación entre la Iglesia y el poder civil. La tendencia absolutista de los reyes de la casa de Borbón había ido eliminando paulatinamente privilegios y fueros, y desmantelando el corporativismo que caracterizaba a la sociedad española y novohispana para hacerse de un control más directo y, naturalmente, mayor sobre sus súbditos. En el caso concreto de Aculco, esta situación se expresó en 1796 en la disputa por la supervisión de las cofradías que estaban fundadas en la parroquia y que significaban un importante capital de 40,000 pesos de la época. Don Luis se quejó vigorosamente ante las autoridades por la intervención del teniente del subdelegado en los asuntos de las cofradías, citando los decretos del Concilio de Trento y del Tercer Concilio Provincial, según los cuales sólo los curas podían supervisar las cofradías, controlar las cuentas de los mayordomos y presidir sus elecciones.

El teniente respondió que el párroco estaba usurpando la autoridad real al mantener el control del capital de las tres cofradías, por lo que solicitaba a la Audiencia la confirmación su derecho a administrar las propiedades y a emitir el voto decisivo en las elecciones de estas corporaciones. La Audiencia, en efecto, respaldó la postura de la autoridad civil y rechazó la del sacerdote: sólo los jueces reales debían presidir las reuniones de las cofradías; las cofradías podían administrar sus bienes ellas mismas, pero el teniente debía controlar la elección de sus mayordomos, ejerciendo un voto igual al de los cofrades. De éstos no conocemos su opinión, aunque es muy probable que les disgustara esa sujeción al poder civil en lugar del religioso. Además, según parece, el teniente era poco querido en el pueblo: desde diciembre de 1792 una carta anónima enviada a la Audiencia lo había acusado de adulterio con su cuñada, del arresto de algunos vecinos por cargos ya olvidados con el pretexto de cobrar multas y del despilfarro de grandes sumas de dinero como administrador de las fundaciones piadosas de la parroquia (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 313).

Según la Descripción geográfica del Arzobispado de México de 1793, los ingresos de la parroquia de Aculco en ese año representaban por colecturía de diezmos 1,450 pesos anuales. Ese mismo año, se decía de don Luis que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 145). Debido a la transformación de la nave del templo al gusto neoclásico, entre 1843 y 1845, la mayor parte de lo que don Luis Carrillo construyó, incluyendo aquellos altares colaterales, se ha perdido. Sin embargo, subsiste la huella de su obra en muchos notables vestigios, como las campanas fundidas en 1788, el reloj de sol del claustro, que lleva la fecha 30 de abril de 1789 y el enorme Cuadro de Ánimas o del "Privilegio Sabatino", pintado en 1799. En el muro norte de la parroquia se advierten también las señales de las obras constructivas de don Luis, en las numerosas ventanas mixtilíneas tapiadas, detalles que por su estilo parecen corresponder a su época (pues, aunque por entonces se introducía el estilo neoclásico, detalles como la guardamalleta del reloj de sol dejan ver que las obras de don Luis tuvieron todavía carácter barroco). Para sufragar en parte estas obras, se vendió la antigua huerta donada al convento en el siglo XVI por el indio cacique Gerónimo López de los Ángeles. En 1805, todavía bajo el curato de don Luis José, los ingresos de la parroquia de Aculco habían crecido hasta los 3,880 pesos ((William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 479).

En el año de 1805, el padre Carrillo recibió una comisión muy delicada de parte del padre provisor y vicario general del Arzobispado de México, años después arzobispo, Pedro José de Fonte: se trataba de investigar sobre una acusación anónima de sodomía (homosexualidad) contra el vicario de Acambay:

La demanda contra el cura coadjuntor de San Miguel Acambay, José Méndez, era anónima. Fonte comisionó al cura de Aculco, bachiller Luis Carrillo, para realizar la sumaria. De la anterior diligencia se desprendía no "haber causa alguna justificada contra el cura", pero por ser un "asunto de la mayor gravedad", el provisor Fonte pidió más información "secreta" a otra persona para proveer lo que conviniese. El cura de Jilotepec, bachiller Andrés Benosa, respondió el 9 de junio de 1805 al provisor que había tenido otras dos comisiones por parte del fallecido arzobispo, Alonso Núñez de Haro y Peralta, y por el cabildo sede vacante.

En aquellas ocasiones el cura de Jilotepec también había investigado a Carrillo por denuncias de malversación. Las denuncias también habían sido anónimas. Después de haber examinado a cinco testigos "de los más idóneos, imparciales y racionales de aquel partido" por cada sumaria a más de otras pesquisas secretas, el cura de Acambay había quedado "indemnizado y justificado". No hubo feligrés quejumbroso y antes bien, "si todos mil bienes, agregándose a esto que jamás he oído haya dado la menor nota de su conducta en su persona, ministerio, ejercicio o administración."

El doctor Fonte decidió archivar los autos y sobreseer el asunto no sin dar noticia al arzobispo "para su superior gobierno". El ocurso no pudo ser continuado por no existir un demandante y no hallar evidencias de la "sodomía" del cura de Acambay. La continuada serie de anónimos con un tono ascendente en cuanto a la gravedad de las acusaciones parecía indicar la existencia de un enemigo no declarado del bachiller Luis Carrillo. (Berenise Bravo Rubio y Marco AntonioPérez Iturbe, Una iglesia en busca de independencia: el clero secular del arzobispado de México, 1803-1922, tesis colectiva para obtener la licenciatura en historia, México, UNAM, campus Acatlán, marzo de 2001, p. 114)

En 1807, don Luis era suscriptor foráneo del Diario de México (Diario de México, Tomo VI, mayo-agosto de 1807, imprenta de don Juan Bautista Arizpe, p. 4). Posiblemente al año siguiente, cuando contaba con 55 años, su salud comenzó a resentirse, pues pidió se le nombrara un coadjutor para que le ayudara en su parroquia de Aculco y pudiera seguir disfrutando así de su "beneficio" -es decir, de los ingresos propios del curato- sin tener que retirarse (AGN, Indiferente virreinal, caja 4543, exp. 17).

Para el otoño de 1808, aunque a los 54 años no era todavía un anciano, algunos indicios indican que su salud había comenzado a declinar. El arzobispo le puso cura coadjutor en su parroquia de Aculco para que la ayudara, pero Carrillo comenzó a pensar en mudarse "a un lugar donde encuentre temperie acomodada a mi salud". En efecto, a principios de enero del año siguiente, justificándose en la busca de un mejor "temperamento", residía ya en el pueblo de Tepeji (AGN, Inquisición, vol. 1216, exp. 2, f. 117-118)

Don Luis José Carillo fue enviado a la parroquia de Santiago Tequixquiac en 1812, por permuta que hizo con el cura de aquel lugar, el bachiller don Manuel Toral. En plena época insurgente, Toral se mostraría como gran enemigo de los independentistas que amagaban frecuentemente a Aculco y terminaría por exiliarse en San Juan del Río y Querétaro, donde continuó con sus prédicas contra la rebelión e incluso levantó denuncias contra varios sospechosos de apoyarla. De don Luis no hemos podido obtener mayor información después de dejar la parroquia de Aculco y ni siquiera hay noticias de cuál fue su actitud frente a los insurgentes que peleaban por la independencia de México y frente al propio Hidalgo, a quien debió haber visto, quizá incluso tratado, durante su estancia en Aculco en noviembre de 1810. Solamente sabemos que falleció el 28 de febrero de 1830 y fue sepultado al día siguiente en su última parroquia de Tequixquiac.

domingo, 2 de noviembre de 2014

El alma gloriosa y el condenado

Los lectores asiduos a este blog saben bien que no me agrada la celebración del Día de Muertos -ese "invento de antropólogos... ocurrencia de Sergei Einsenstein y el Indio Fernández... puchero de Frida Kahlo"- como escribió el genial Guillermo Sheridan. ¿Por qué? Sobre todo por su falsedad y por la adulteración que hizo este "festejo" (no veo otra forma de llamarlo) de las auténticas costumbres mexicanas relacionadas con el Día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos:

Desde una perspectiva crítica, la antropóloga mexicana Elsa Malvido sostiene que el Día de los Muertos no tiene raíz prehispánica, sino que es una invención cultural que conjuga costumbres católicas y romanas, además de expresiones estadounidenses e irlandesas, y que fue redescubierta en el gobierno de Lázaro Cárdenas por intelectuales, comunistas, anticlericales y masones que querían subrayar la identidad prehispánica de los mexicanos. Juan Antonio Flores Martos, "Transformismo y transculturación de un culto novomestizo emergente".

Por ello algunos años, si es posible, me gusta aportar textos relacionado con la muerte, pero alejándome de ese nefasto festival -supuestamente "tan mexicano"- y haciéndolo más cerca de la verdadera forma como nuestros antepasados la veían. Si quieres, puedes leer aquí los textos sobre el tema publicados en 2010, otro de 2010 y 2011.

Dicho lo anterior, vayamos al asunto. Esta vez voy a platicarles de un par de interesantísimas pinturas que existen en la parroquia de Aculco y que se refieren precisamente a la idea principal bajo el dogma católico detrás de las conmemoraciones de estos días: la vida eterna. Estos óleos representan a un alma gloriosa y a un alma condenada. Las obras se hallaban antiguamente sobre las puertas del cancel inmediato a la entrada del templo y fueron retiradas de ese sitio en tiempos de los padres agustinos (entre 1951 y 1964). Por mucho tiempo rodaron por distintas estancias del antiguo convento, hasta que hace ya varios años fueron colocadas en su actual ubicación en la sacristía.

Por su estilo, las pinturas parecen ser de principios del siglo XIX. En todo caso se trata de obras de marcado carácter popular, que por lo mismo resultan más difíciles de datar que los que se deben a los mejores pintores de cualquier época. Según recogió el cronista de Aculco Domingo Gaspar Sampayo (1), fueron ejecutadas por un artista prácticamente desconocido de nombre José Jacob. Las dos pinturas cuentan todavía con sus marcos, muy sencillos, de madera dorada. Sus medidas son aproximadamente de 1.85 x 1.40 m.

En el primer cuadro, sobre un fondo claro, el alma gloriosa aparece representada en figura de mujer, descalza, con las manos juntas en actitud de oración, la vista dirigida al cielo y vestida con túnica blanca. Sobre el pecho lleva una especie de escapulario rojo en forma de corazón. Al lado derecho un ángel, de corta túnica azul y manto rojo, la toma por el hombro y señala al cielo. Del lado izquierdo aparecen una serie de motivos algo confusos, pero que parecen representar las tentaciones del mundo y las vanidades a las que ha renunciado el alma para alcanzar la salvación, o es quizá una vista del Paraíso.

En el segundo cuadro el alma condenada aparece, por el contrario, sobre un fondo oscuro y tenebroso. Es un hombre con la barba crecida, la mirada baja, vestido con harapos y sujeto con cadenas. Del lado izquierdo, la muerte representada en forma de esqueleto corta el hilo de su vida. Del lado derecho y por lo bajo, un demonio se apresta a apoderarse de él y sumirlo en las llamas eternas del Infierno que asoman bajo sus pies.

Unos malos versos acompañan a las figuras en grandes cartelas; los del alma gloriosa no han sido transcritos y se los debo a mis lectores. Los de su compañero, el condenado, más largos e interesantes, rezan así, según la transcripción que hizo de ellos el propio Sampayo (a la que corrijo la puntuación):

Mira de tu alma un dechado,
pecador endurecido,
que estás de culpas herido,
en el más mísero estado.
De obstinación el candado
te echas, sin apelación,
pues sin tener contrición
no encuentras el asilo.
Cortando la muerte el hilo
para tu condenación,
asido en fuertes cadenas,
de los demonios cercado,
te miras en mal estado,
presito en eternas penas.
Advierte que tu condena, que tu vida
de ese incierto letargo despierta
haciendo gran penitencia,
porque la suma clemencia,
te abra del perdón las puertas.

Y en la otra inscripción se revela el sentido de la iconografía:

Relega en que a este hombre
con cuidado mortal viviente,
al verlo tan herido,
entre vicios y culpas sumergido,
que su mala conciencia lo ha llevado.
Para que no confiese es el candado,
que en sus labios le son tan oprimidos,
en grillos y cadenas tan asido
que al infierno se va precipitado,
la muerte corta el hilo de su vida,
que enmiéndate, que puede que te suceda
el que vayas a la cárcel tan temida,
en el que entra, para siempre queda.

El Catecismo del padre Jerónimo de Ripalda (1591), que sirvió durante siglos para educar a los católicos en el conocimiento de su fe, menciona entre los "artículos de fe que pertenecen a la santa humanidad":

El séptimo, creer que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, conviene a saber, a los buenos para darles gloria, porque guardaron sus santos Mandamientos; y a los malos pena perdurable, porque no los guardaron.

Estos cuadros servían, pues, para recordar al creyente ese artículo de fe y con él las consecuencias que en la vida eterna tendrían sus actos de la vida mortal. Vistas con respeto (y aún algo de miedo) por muchas generaciones de aculquenses, fueron ambas almas al cabo condenadas, pero al olvido, por alguien que pensó, quizá, que con su crudeza herían la sensibilidad de los feligreses.

Ofrezco una disculpa a mis lectores por la mala calidad de las fotografías. Espero que en un futuro no muy lejano pueda cambiarlas por otras mejores.

 

NOTAS

(1) Sampayo, Domigo Gaspar. Aculco. Monografía municipal, México, Gobierno del Estado de México, 1987, p. 81.

domingo, 26 de octubre de 2014

Una cruz entre rejas

El pasado 16 de septiembre tuve la oportunidad de visitar la capilla de Santa María Nativitas, cuya restauración comenté aquí hace varios meses y que ha sido concluida ya. Sobre el resultado de esta restauración escribiré próximamente en este blog, ya que me parece que mi crítica anterior fue excesiva y quienes ejecutaron los trabajos merecen mejores comentarios que los que vertí entonces. Pero lo que quiero destacar ahora es el estado en el que encontré la hermosísima cruz atrial de este lugar, rodeada de una estructura metálica antiestética e innecesaria.

No me cabe duda de que la estructura ha sido colocada con las mejores intenciones, seguramente para proteger con un techo la cruz, junto con su bien labrado pedestal que lleva la fecha de 1678. O tal vez es sólo una protección para evitar que las personas se recarguen, o que los automóviles que a veces acceden al interior del atrio la golpeen. Y lo más probable es que esta estructura metálica cumpla muy bien su función. Pero desde el punto de vista estético, la idea es simplemente lamentable.

A lo largo y ancho del país existen cientos de cruces atriales virreinales de todos tamaños y diseños, algunas casi 150 años más antiguas que la de Santa María Nativitas. Pero, si se han fijado bien, ninguna de ellas (salvo las que están en algún museo) ha sido protegida por una estructura parecida a ésta, aún cuando sean mucho más valiosas en términos de antigüedad, calidad artística, valor histórico, etc. ¿Por qué? Pues simplemente porque no es necesario: la aplicación de un hidrofugante protege la piedra de la humedad y los daños que ésta le pueda ocasionar. Una solución barata, rápida y que permite contemplar este tipo de monumentos tal como sus constructores quisieron que se vieran, sin recurrir a adefesios como el que vemos ahora en el atrio de esta capilla. O si es que la reja es una protección contra los golpes, quizá una reja no tan estrecha y de menor altura, que no afecte su vista, habría sido una aportación mucho más sensata.

Este tipo de soluciones, improvisadas, sin conocimiento técnico, pero de buena fe, sorprenden sobre todo al considerar que la capilla acaba de ser restaurada por profesionales, a quienes habría sido conveniente consultar antes de tomar una decisión que sólo afea la bonita capilla.

domingo, 12 de octubre de 2014

La galería de los novicios

Ya antes hemos comentado en este blog que el ex convento de Aculco fue en dos ocasiones distintas administrado por una orden del clero regular. La primera vez por la orden fundadora, los franciscanos, entre 1540 y 1759. La segunda, por los agustinos recoletos, que estuvieron aquí desde 1951 hasta 1964.

Fue precisamente en esta última ocasión en que operó como convento, que los frailes agustinos establecieron en este lugar el noviciado de su orden, es decir, la casa destinada al período de prueba anterior a que el postulante tomara formalmente los hábitos. Según el Código de Derecho canónico "el noviciado, con el que comienza la vida en un instituto, tiene como finalidad que los novicios conozcan mejor la vocación divina, particularmente la propia del instituto, que prueben el modo de vida de éste, que conformen la mente y el corazón con su espíritu, y que puedan ser comprobadas su intención y su idoneidad".

De acuerdo también con dicho Código, "para que el noviciado sea válido, debe realizarse en una casa debidamente destinada a esta finalidad". Fue por ello que los agustinos destinaron el ala sur del convento a dicho fin, construyendo sobre esa fachada y mirando hacia un patio secundario interior una galería de arcos de dos plantas en piedra blanca que siguió con muy buen sentido las dimensiones y proporciones aproximadas de la arquería del viejo claustro principal, sin pretender hacer una copia de ella. A diferencia de aquél, por ejemplo, los antepechos del piso superior no son calados en forma de arquillos, sino ciegos. Carente prácticamente de más ornato que la propia piedra, la viguería y los detalles de ladrillo, se alegró un poco su austeridad con una hilera de canales de concreto para desaguar sus azoteas, vaciadas en forma de pez de manera semejante a las grandiosas gárgolas de cantera que exornan la fachada principal del templo y que son uno de sus grandes atractivos. De tal manera, esta galería de novicios se integró perfectamente al antiguo edificio.

Actualmente, la galería de los novicios del ex convento de Aculco, aportación plenamente agustina al antiguo edificio franciscano, se mantiene en pie bien cuidada y con modificaciones menores. Entre éstas está la construcción de un arco perpendicular a la galería en la planta alta, pero cerrado con cristal, para unirla con la fea casa que se construyó en ese mismo patio hacia 1996. Con dicho añadido se perdió también uno de los canales de concreto en forma de pez, que encontré tirado en el escombro con el que se rellenó el terreno anexo a la capilla de Nenthé hace unos años.

Los padres agustinos inauguraron su casa-noviciado el 9 de diciembre de 1951. Dos días después, en solemne ceremonia, ocho novicios pedían al padre Fabián Otamendi, comisario provincial, ser admitidos a la Orden de Agustinos Recoletos. Sin embargo, el noviciado duró pocos años en Aculco, pues cerró sus puertas en 1955 al pasar los últimos profesos a Querétaro el 25 de julio de ese año.

Inaccesible normalmente para el común de los visitantes visitantes, como patio que es de la residencia del párroco, este rincón es sin duda alguna uno de los más bellos, evocadores y desconocidos del antiguo ex convento. Por la dificultad de visitarlo personalmente, creo que a muchos de ustedes les habrá encantado recorrerlo a través de estas fotografías.

domingo, 28 de septiembre de 2014

El Alabado en la alacena

Hace varios años, después de mucho insistir, se me permitió tomar algunas fotografías en la sacristía de la parroquia de Aculco. Después de fotografiar dicho espacio con sus dos bellísimas bóvedas de arista, los cuadros que se encuentran ahí y todos esos detalles que hacen de este lugar uno de los más evocadores de todo nuestro pueblo, el encargado me dijo que había algo más, una sorpresa oculta: en el muro poniente me abrió la puerta de madera -sin gracia alguna- de una alacena. Al fondo sólo había viejos estandartes y algunos trebejos amontonados que parecían no tener mayor importancia.

La verdad es que me aquello me decepcionó, y más por compromiso que por verdadero interés tomé una fotografía de la mínima covacha. Eran todavía los tiempos de los rollos de película y esa fue la última exposición de las 36 con las que entré a la sacristía. Apenas había sonado el click, cuando me advirtieron, No, no: mira arriba. Entonces entré como pude a ese lugar y con la escasa luz que penetraba pude advertir que por donde había entrado era en realidad un acceso semitapiado, y que por dentro de la alacena se encontraba una excelente portada de cantería cuyos rasgos apenas se podían adivinar.

Pedí una lámpara al encargado para poder ver mejor, pero me dijo que no la había. Más bien creo que no me quería dejar solo. El rollo de la cámara se me había terminado y no podía ni siquiera intentar tomar una foto con flash para más tarde verla, ya impresa. Lo único que pude hacer fue disparar varias veces en vacío el flash de la cámara, y así a intervalos, casi como si estuviera a la luz de los relámpagos, recuerdo que pude ver una cornisa, una cruz y algunas letras.

Apenas el pasado miércoles 27 de agosto accedí nuevamente a aquella alacena misteriosa. Ahora ya tiene luz eléctrica y admirar la vieja portada resulta por tanto mucho más sencillo. Pero el espacio es tan pequeño en verdad, que tomar una fotografía resultó algo complicado, ya que ni siquiera podía arrodillarme para que cupiera completa en mi toma. A pesar de ello tomé varias fotografías que son las que ahora les muestro aquí.

Lo que se observa de esta portada es solamente una parte de ella, ya que no se advierten las jambas por estar empotradas en el muro y la oración labrada en su dintel se encuentra cortada por los extremos. Este dintel es monolítico, circunstancia extraña para la época a la que, por su estilo neoclásico, parece pertenecer el conjunto. Ello, junto con una casi imperceptible diferencia de color en la piedra me lleva a pensar que quizá el marco es más antiguo y sólo el entablamento se le añadió a mediados del siglo XIX.

Al centro del dintel aparece labrada, incisa, una cruz, y a sus lados se despliegan las frases [ALAB]ADO SEA EL SANTISIMO SACRAM[ENTO Y] LA CONCEPSION [sic] SIN MANCHA DE LA [VIRGEN MARÍA], que componen el Alabado, una oración o jaculatoria muy común en otros tiempos, que servía de preparación para las labores cotidianas y se utilizaba con frecuencia, rezada de rodillas, para dar principio a las reuniones no sólo de carácter eclesiástico, sino también civil e incluso particular. Al grabarla en este sitio, seguramente se hacía con la intención de que el celebrante y su sacristán recitaran la jaculatoria antes de la celebración de los primeros oficios litúrgicos del día.

Sobre este dintel está un entablamento sostenido en los extremos por un par de ménsulas muy parecidas a las que se pueden ver los balcones de varias casas aculquenses, como la Casa de don Juan Lara Alva, similares a los triglifos del orden dórico. Entre ellas se despliega una serie de ocho relieves inspirados sin duda en las metopas circulares de la arquitectura griega y romana, pero dispuestas con muy poco clasicismo en dos niveles distintos y sin estar alternadas con triglifos. Bajo estas pseudometopas corre un relieve todavía menos clasicista de óvalos continuos en bajorrelieve muy probablemente basados en las ovas que suelen adornar las molduras en el orden jónico. Corona la composición una cornisa de poco vuelo y escasa anchura.

De tal manera, aunque inspirada sin duda alguna en el arte neoclásico, esta portada resulta en realidad muy poco clásica por el desorden de sus elementos. Podríamos hablar, quizá, de un estilo neoclásico popular. Ello no le resta ningún interés como testimonio histórico, tanto por su elaborada talla que nos habla del gusto de la época en que se construyó, como por su inscripción que nos remonta a los usos de mediados del siglo XIX, y especialmente por su anómala ubicación.

Sobre esto último cabe, naturalmente, preguntarse, ¿qué hace ahí esta portada, guardada en una alacena? Es evidente, en primer lugar, que se trata de un acceso perdido a la sacristía, ya que se encuentra a eje con el centro de la bóveda norte de este espacio y mirando hacia el convento. Es decir, no parece ser un vestigio de alguna otra construcción. Es, además, con toda probabilidad, el acceso principal hacia el edificio conventual, ya que ni la entrada actual, ni la que da hacia el templo, tuvieron ornamentación semejante a la suya.

Pero, entonces, ¿por qué se bloqueó y ocultó? Creo que existen dos posibilidades: la primera, que al labrarse esta portada se tenía la intención de hacerla visible rompiendo el muro del salón contiguo, que probablemente era la sala De Profundis del cenobio. Al decidirse finalmente no hacerlo así, la puerta quedó sin uso y, en un arranque de practicidad, se decidió convertir el espacio en simple alacena. La otra posibilidad es que la comunicación con dicho salón sí haya existido en el pasado, incluso que haya durado muchos años, hasta tiempos relativamente recientes. Pero algún cambio en su uso determinó que se cerrara la comunicación y se condenara esta portada a dormir oculta, casi sería mejor decir escondida, por los siglos de los siglos.

 

ACTUALIZACIóN: 5 DE MAYO DE 2025:

Una fotografía publicada en Facebook en 2021 por Antonio Rogel Carreño me ha permitido ver mejor algunos detalles de esta portada, confirmar algunas de mis teorías y corregir ciertos errores en el croquis y en la transcripción de la oración inscrita en el dintel, que hasta donde se puede observar sería así: [ALAB]ADO SEA EL SANTISIMO SACRAMEN[TO Y LA LI]MPIA CONCEPSION [sic] SIN MANCHA DE PECADO OR[IGINAL]. En la fotografía también es posible observar que bajo las últimas dos palabras está inscrita una fecha algo difícil de leer, que el autor interpreta como es 1699, lo que es plenamente factible pues por aquellos años el templo estaba pasando por una reconstrucción completa. Esto confirmaría que el entablamento superior es un añadido posterior, como decía de mediados del siglo XIX, pues además de su estilo neoclásico popular, el color de su piedra y sus dimensiones son distintas a las del dintel. Por otra parte, la porción rugosa al extremo derecho inferior de este dintel indica que el vano fue originalmente menor, pues en esa parte se unía a su jamba. Finalmente, podemos ver que a la derecha del entablamento existe una metopa que no incluí en el croquis original y que resulta un tanto difícil de explicar en esa ubicación.