domingo, 8 de junio de 2014

El rancho de Chapala

El rancho de Chapala, situado a poco menos de seis kilómetros al sureste de la cabecera municipal de Aculco y en su territorio municipal, no tuvo vida independiente sino a principios del siglo XX, pues hasta entonces formó parte de la inmensa hacienda de Arroyozarco. Sin embargo, a partir de 1917 la dueña de esta finca decidió -se dice que por consejo del propio presidente Venustiano Carranza- fraccionar y vender a particulares los terrenos que conformaban la orilla de su finca, pretendiendo con ello crear una especie de "escudo" que la protegiera de reclamaciones agrarias y de su reparto en ejidos, como anunciaba ya la nueva Constitución promulgada en aquel año. La estrategia tuvo para los compradores resultados diversos: algunas de esas fracciones terminaron por ser expropiadas y entregadas a los agraristas -lo que, por lo menos en un caso, provocó el suicidio del propietario-, pero muchas otras se convirtieron en efecto en pequeñas propiedades y así subsisten, a veces completas y otras reducidas en extensión, hasta nuestros días. Fue el caso de la fracción 103, que dio origen, precisamente, al rancho de Chapala.

Esa fracción era una de las más extensas, pues superaba un poco las 250 hectáreas, y sus linderos eran los siguientes: "de la mojonera junto a la casa de J.M. Sánchez por la orilla de la barranca hasta un encino en línea recta, hasta un fresno en la orilla opuesta de la barranca llamada de Fondó. Se sigue al poniente teniendo por lindero hasta encontrar la cerca del lindero de Arroyozarco, se sigue por la cerca en setenta metros más o menos hasta encontrar una mojonera desde la que se miden, siguiendo la cerca, cuatrocientos noventa metros Norte dicienueve grados, cuarenta y dos minutos Oeste, en seguida una línea de dos mil quinientos treinta metros Sur, veintidós grados tres minutos Este, hasta ese punto se comienza una cerca que en una longitud de doscientos cincuenta metros en dirección sinuosa más o menos al Suroeste encuentra la cerca que limita el potrero de la Ciénega de la Hacienda de Arroyozarco; esa cerca sigue muy sinuosa de Noreste al Suroeste y se termina en el lindero de la Hacienda de la Loma; de ese punto al de partida hay una distancia de seiscientos diez metros, teniendo esa línea el rumbo Norte, dos grados veinticinco minutos Oeste".

El comprador de esta fracción fue el sobrino de la dueña de Arroyozarco, don Macario Pérez Romero (o Macario Pérez Jr., como acostumbraba firmarse para distinguirse de su padre), que como sabemos era hermano de doña Sara Pérez, ya para entonces viuda de don Francisco I. Madero. El precio de venta fue de $3,000 pesos, de los que doña Dolores recibió enseguida 600 y el resto sería pagadero en cuatro anualidades. La operación se formalizó ante el notario Agustín Montes de Oca el 4 de septiembre de 1918. Tiempo después, el 9 de septiembre de 1919, don Macario compró otra propiedad por el rumbo de Fondó que constaba de una casa "con una faja de terreno en forma triangular" en $1,500 pesos a los hermanos Patricio y Epifanio Sánchez y Ruiz, de la que desconocemos su ubicación pero probablemente era inmediata a su otro rancho.

No he podido encontrar indicios de que el nombre de Chapala haya sido anterior a la compra de Macario Pérez. Tampoco que la presa construida dentro de sus terrenos haya existido antes. Y, por cierto, tampoco que el rancho contara con construcciones más antiguas a 1918. Creo que lo más probable, a reserva de encontrar más datos sobre el tema, es que el mismo don Macario eligiera el nombre de Chapala y construyera la porción más antigua de la casa y sus anexos. Su siguiente propietario, don Miguel Valdés Acosta, seguramente mandó edificar también buena parte de las construcciones del rancho.

Esta casa del rancho de Chapala fue levantada en un sitio muy pintoresco, a unos metros de la barranca de Fondó. Tal como estaba principios de la década de 1990, constaba de una casa habitación de dos plantas cubierta de teja a dos aguas que se extendía de norte a sur, con un pequeño anexo de una sola planta adosado en su fachada meridional. Inmediato asimismo a la casa por el lado norte, un cuerpo de construcción alargado también de norte a sur y con techo de teja de dos aguas, más extenso e igualmente de dos plantas pero de menor altura y con muros sin revocar, parecía ser un agregado posterior. A su frente se levantaba un portal sobre columnas de piedra blanca quizá más reciente aún y en la parte posterior existía un corral de no grandes dimensiones. No lejos de la casa se levantaban pequeñas construcciones que quizá habían sido habitación de los empleados, formando vagamente en conjunto el contorno de una plaza. Un pequeño acueducto conducía el agua hasta una fuente circular (o pila, que tanto monta) ubicada precisamente en este sitio. Algo más retirada, ya junto a las milpas, se encontraba una era para trillar el trigo. Las fotografías satelitales recientes parecen confirmar que todo se halla igual hoy en día.

Más que por otras razones, muchos aculquenses saben del rancho de Chapala porque en la década de 1940 el actor y cantante Pedro Infante estuvo muy cerca de comprarlo. Ya para entonces don Macario Pérez lo había vendido, como mencionamos arriba, a don Miguel Valdés y, tras la muerte de este señor, había quedado en manos de su mujer. Además, su extensión se había reducido de 250 a sólo 60 hectáreas, posiblemente por las afectaciones agrarias. Pero dejemos que sea un testigo de los hechos, don Miguel Lara Guerrero, gran amigo de Pedro Infante, quien nos relate esta anécdota:

Al año siguiente, en la primavera de 1947, regresamos a Aculco en varias ocasiones por el interés de Pedro de comprar un rancho cercano. Tenía unas sesenta hectáreas, algunos cultivos, tierras de pasteo, establo con un medio centenar de vacas de ordeña, una casa pequeña tipo hacienda, etc. La dueña, una señora viuda de "no muy malos bigotes" -con quien obviamente el comprador hizo muy buenas migas-, en cada visita para tratar el asunto, nos daba siempre muy buena acogida, invitaciones a comer, a almorzar, y en ocasiones era solamente Pedro, el "interesado" en asistir, y por supuesto lo hacía con plena libertad, poniendo así en práctica lo del "onceavo mandamiento", el de no estorbar. Se llegó en un principio al acuerdo sobre el precio al que Pedro un puso obstáculo alguno. Se fijó en el mismo que la señora había pedido desde un principio, la cantidad de $32,000.00 y aceptó otorgarle un anticipo equivalente a la mitad del precio, mismo que se cubrió a las primeras de cambio, pero la única condición que ponía el "nuevo dueño", era la de que ella permaneciera viviendo ahí, en fin, todo igual y nos recibiera ahí cada vez que llegáramos nosotros y nos atendiera como la primera vez. No se diga si él llegara solo, pues con toda seguridad se trataba ya de otra de sus innumerables conquistas. Hasta ahí aquel trato se seguía cumpliendo adecuadamente, pero la liquidación total de la "compra" del rancho, se alargaba cada vez más y más, aunque a nadie parecía importarle mucho el asunto, sin embargo los recibimientos que tuvimos ahí, al menos las veces que acompañé a Pedro, siempre fueron de lo mejor, pero supongo que no se comparaban con las otras donde únicamente llegaba él solo. [...] Nunca se llevó a cabo la compra total del rancho [...].

Miguel Lara Guerrero, Antes de que se me olvide, México, 2013, S.P.I., pág. 85.

En lo que fueron tierras del rancho no sabemos si lo siguen siendo) se construyeron dos presas: la mayor, conocida como presa de Chapala y una de menor capacidad llamada Juanita. La cortina de esta última habría sido comenzada por Valdés y concluida por su viuda. Una derivación de ella conducía el agua hasta la pila frente a la casa.

domingo, 1 de junio de 2014

¿Estuvo aquí un glifo-escudo de Aculco?

Un glifo es un signo labrado, pintado o escrito, que algunas veces puede tener valor fonético individual (es decir, que significa un sonido único), pero habitualmente representa palabras, frases o ideas más complejas. Los pueblos del México antiguo desarrollaron sistemas de escritura basados en glifos que, según señala el investigador David Wright, pudieron haber tenido además una interpretación común, pese a las diferencias de idioma, en la región central del país. Es decir, un códice quizá podría haber sido leído igual por un hablante de otomí que por uno de lengua náhuatl.

En el estudio de estos sistemas de escritura prehispánicos tienen un lugar particular los glifos toponímicos, es decir, aquellos signos que se refieren a los nombres de los lugares. Ya antes en este blog me he referido al caso particular del nombre otomí de Aculco y su verdadero glifo toponímico, que representa una espiral de agua. Como señalé entonces, se conservan dos representaciones de raíz otomí de este glifo: una dibujada en el Códice de Huichapan y otra labrada en piedra que procede de Jilotepec y se encuentra en las bodegas del Museo Nacional de Antropología. Ambas parecen referirse bien a nuestro Aculco o a su "gemelo perdido", el pueblo de San Juan Aculco que se despobló a fines del siglo XVI o en los albores del siglo XVII. Pero, ¿existió también en Aculco una representación de su glifo toponímico? Como veremos en este post, es bastante probable que así fuera.

Contemplada desde nuestros días, a veces nos parece que la Conquista de México representó una ruptura cultural de tal magnitud, tan de tajo, que lo que sobrevivió entonces de las culturas prehispánicas fue puramente residual. Sin embargo en muchos aspectos esto no fue así y sus elementos se mantuvieron a lo largo de siglos. Entre ellos, de manera destacada, el idioma, pues en un principio no se consideró oportuno que los indígenas aprendieran español, sino más bien fueron los frailes encargados de su evangelización quienes se dieron a la tarea de comprender sus lenguas y codificarlas en el alfabeto latino. Es más, en los primeros años de la Colonia, la lengua náhuatl vivió una etapa de expansión al convertirse en una forma de comunicación común entre los diversos pueblos hablantes de una inmensa cantidad de lenguas incorporados al Virreinato de la Nueva España. Todavía en el siglo XIX, después de la Independencia, la mayoría de la población mexicana hablaba su lengua indígena materna y fue más bien el esfuerzo de las autoridades republicanas que el de los reyes españoles el que impuso al español como lengua común.

Empero, una vertiente importante de la comunicación, la escritura glífica, sobrevivió menos tiempo, pues se impuso rápidamente la escritura de las lenguas mesoamericanas en caracteres latinos. A pesar de ello dos tipos de glifos mesoamericanos mantuvieron por mucho más tiempo su vigencia: los glifos toponímicos y los calendáricos. El investigador Constantino Reyes Valerio, en su libro Arte indocristiano, detalla el sentido y localización de estas reminiscencias y algunas de otro tipo en la arquitectura y pintura novohispana.

Así, en los mapas coloniales elaborados por indígenas, por ejemplo, fue sumamente frecuente la utilización de glifos toponímicos. Un caso local es la representación del cerro de Ñadó en un mapa de 1596 que se halla en el Archivo General de la Nación, dibujado como una montaña sobre la que se ve el glifo "piedra" (tetl en náhuatl, do en otomí). En la arquitectura, los glifos toponímicos tuvieron una adaptación singular: de simplemente simbolizar el nombre de un pueblo o ciudad se transformaron prácticamente en escudos de armas a la manera española y, tomando algunas de sus características, aparecen con relativa frecuencia en lsa fachadas de conventos e iglesias del siglo XVI. Entre los mejores ejemplos de esta transformación están los conventos de Acolman e Ixmiquilpan, que muestran en su imafronte los glifos toponímicos de esos pueblos integrados con escudos españoles y de la orden agustina en su hermosa arquitectura plateresca.

Dentro del territorio de la antigua Provincia de Jilotepec, a la que pertenecía Aculco en el Virreinato, sólo existe un ejemplo conocido: se trata de la capilla del pueblo de Santa María Amealco, en el municipio de Chapantongo, hoy Estado de Hidalgo, situado a unos 33 kilómetros en línea recta desde nuestro pueblo (no confundir con el otro Amealco, municipio vecino situado en Querétaro). En la fachada de este pequeño templo existe una extraña lápida que data indudablemente del siglo XVI y reúne de manera singular símbolos prehispánicos y cristianos.

Como se aprecia en la fotografía, un cordón franciscano que simboliza a la orden religiosa que evangelizó esta región rodea al resto de sus elementos. En la parte superior se observan sendos monogramas de Jesús (IHS) y Cristo (XPS) con marcos circulares. Ocupando casi todo el espacio que resta, aparece el glifo toponímico interpretado por los expertos como Coatepec (del náhuatl Coatépetl, de cóatl, serpiente y tépetl, cerro, "cerro de la serpiente"). En mi particular opinión, sin descartar que en su conjunto la interpretación sea válida, me parece que la representación del cerro encierra un significado más amplio. En primer lugar parece tener características de altépetl (palabra náhuatl que significa literalmente agua-cerro y que era utilizada para referirse a los señoríos prehispánicos), pues el glifo de cerro se muestra con un diseño en rejilla semejante al que se integraba a él para simbolizar el agua (aunque ciertamente sin los caracoles o puntos que debía llevar en cada "rombo"). El altépetl de la región era Jilotepec, por lo que estaría aludiendo a él. Esta interpretación se ve reforzada por la planta que nace en la parte superior del cerro, que si bien parece una flor de lis (o incluso el glifo ácatl-caña, o bien, sólo el "rizo" superior que a veces llevaba el glifo tépetl) podría estar simbolizando la mazorca de maíz tierno que individualmente o en par aparece en casi todos los glifos toponímicos de Jilotepec.

El observar por primera vez este relieve me trajo inmediatamente a la memoria una lápida con características similares que se ubica actualmente en la base de la torre de la parroquia de Aculco. Es evidente que a esta lápida aculquense le falta la parte inferior ya que el dibujo de su interior aparece trunco (llega hasta el borde de la lápida y se corta) y carece del enmarcamiento liso que poseen sus otros tres lados. Además, parece tratarse de un elemento reutilizado de alguna construcción anterior, ya que está labrado en un tipo de cantera más oscuro que el que se utilizó en casi todos los demás relieves de la fachada, levantada en 1701. Sin embargo, En su estado actual difícilmente podríamos ver en él la supervivencia de un glifo prehispánico y es sólo la comparación con el relieve de la capilla de Amealco el que nos da algunas pistas de lo que pudo haber en su parte perdida.

De entrada, llama la atención la semejanza en la calidad del labrado de las dos lápidas, lo que nos permite situar a la de Aculco con alguna certeza en el siglo XVI. La disposición de los monogramas es casi idéntica y la cruz, aunque es particular del relieve aculquense, lleva remates flordelisados que recuerdan el símbolo sobre el glifo tépetl de la otra piedra. Y, sobre todo, la base sobre la que se desplanta esta cruz no sólo tiene el perfil curvo de aquel glifo, sino también el mismo patrón en red que cubre su superficie. En vista de la semejanza entre estos relieves y considerando que el de Aculco está trunco, se puede afirmar con razonable seguridad que la parte faltante representaba, en efecto, el glifo tépetl, probablemente en su sentido de altépetl-señorío. Lo más probable es que tanto el relieve de Amealco como el de Aculco no sean copia uno de otro, sino que tuvieron un modelo común a partir del cual fueron elaborados. Este modelo común seguramente se hallaba en alguno de los dos conventos más importantes de la Provincia: Jilotepec o Huichapan. Al realizarse la copia, en Amealco se habría agregado, tal vez, la serpiente, mientras en Aculco se destacó por alguna razón la cruz, recuperando los relieves flordelisados que sin duda llevaba el original aunque no sabemos qué se quiso representar con ellos.

Y bien, ¿podemos suponer qué otros elementos contenía la parte faltante del relieve de Aculco?. Quizá sí: aventuro que, a cada lado del glifo tépetl, podrían haberse visto el par de mazorcas que simbolizaban el altépetl-señorío de Jilotepec, al que pertenecía Aculco. Quizá en la parte central del mismo glifo, o bajo él, habría estado el glifo toponímico de Aculco-Antamehe (su nombre, respectivamente, en náhuatl y otomí), en forma de espiral de agua. A semejanza de los de Acolman e Ixmiquilpan, este relieve seguramente se habría situado un lado de la ventana del coro del desaparecido templo del siglo XVI, o bien en las enjutas del arco de entrada como en Amealco, llevando como pareja para dar simetría a la composición, tal vez, un escudo franciscano.

La pregunta que muchos se estarán haciendo es, ¿qué pasó con el resto del relieve, que habría resuelto su misterio? Tengo dos teorías. La primera es que, al realizarse la reconstrucción de la iglesia entre 1685 y 1701, los franciscanos decidieron conservar la parte de la lápida que incluía solamente símbolos cristianos y desechar los prehispánicos, pues es posible que ya en esa época ninguno de los habitantes del pueblo pudiera interpretar su sentido toponímico y sólo se vieran como una descartable supervivencia prehispánica. La segunda teoría parte de una base contraria: que el simbolismo de la lápida era todavía conocido, y que por ello al reconstruirse el templo se le buscó a la parte en la que estaban los glifos de origen prehispánico un sitio más propicio, ya fuera en el mismo templo o quizá en algún otro edificio importante como las Casas de Cabildo. En todo caso se habría perdido más tarde. O tal vez, reutilizado con sus figuras vueltas hacia el interior o cubierto de aplanados, existe todavía por ahí, empotrado en algún ignoto muro de Aculco.

domingo, 25 de mayo de 2014

Santa María Nativitas: algo de historia y una crítica a la restauración de su capilla

En cinco ocasiones distintas, por lo menos, he escrito en este blog acerca de la capilla de Santa María Nativitas, que como todos ustedes saben se ubica a unos cuantos kilómetros al oriente de la cabecera municipal de Aculco. En esos textos me referí a la importancia de su cruz atrial, que data de 1678, la curiosa situación de su antigua plaza, a espaldas del templo y cómo esta misma plaza por una absurda decisión fue transformada en cancha deportiva, así como a la singularidad de la imagen de la Virgen en su fachada, que aparece pisando una serpiente de cascabel, reptil de origen americano.

Esta vez me referiré a los trabajos que se están realizando en ese templo y que tuve oportunidad de fotografiar al final de la pasada Semana Santa, pero antes de entrar en materia, vale la pena hablar un poco sobre la historia de este pueblo.

Viejas leyendas ligan con la fundación de Aculco a Santa María Nativitas (que recibía antiguamente también el nombre de Santa María Ximiní (probablemente del otomí xi'mini, cardón espinudo, o xaminí, un tipo de maguey). Un documento del Archivo Histórico Municipal fechado el 20 de octubre de 1923, afirma:

Por la tradición se sabe que el pueblo fue fundado por doce españoles que llegaron a lo que hoy es pueblo de Nativitas en donde pensaban fundar el pueblo de Aculco; pero que en vista de que carecían de agua se mostraban indecisos, y al ver una mañana que en punto de este lugar se levantaba una bruma, supusieron que debía existir agua, dirigiéndose en seguida al punto que les había llamado la atención encontraron un pantano. Que pretendieron fundarlo al lado norte del río; pero que, temiendo las inundaciones se decidieron por el lugar que hoy ocupa, habiendo encontrado bastante agua.

En efecto, crónicas mucho más antiguas parecen establecer una relación particular entre este poblado (al que se consideraba a principios del siglo XVIII barrio y no pueblo) y la cabecera. Incluso se le reconocía un origen simultáneo al de Aculco en la etapa de las congregaciones y la evangelización, como se puede entrever en el Expediente de composición de Tierras de Aculco, de 1712, que en copia de 1783 se conserva también en el Archivo Histórico Municipal:

No tenemos instrumento alguno más que la fundación de su asiento como pueblo formal donde fueron congregados muchos pueblos, o la cantidad de naturales de ellos para la educación de la Ley Evangélica en lo primitivo; por cuya razón este dicho pueblo con el barrio de Santa María, mediante el repartimiento que se les hizo de tierras por entonces, para sus labranzas y habitaciones, entrando las seiscientas varas que se asignan a los pueblos, tienen de longitud, como un [...] sitio de ganado menor y dos caballerías de tierra, sin tener demasías algunas.

En ese mismo documento se indica que Santa María Nativitas fue amparado en la posesión de sus tierras en tiempos del virrey marqués de Cerralvo (1624-1635) y que hacia la primera mitad del siglo XVII el "provisor de los naturales" don Manuel Bravo de Sobremonte mandó que sus vecinos reedificaran su iglesia y que ninguna persona se los impidiera. En la "vista de ojos" (es decir, una inspección presencial) llevada a cabo en 1712, la autoridad de la provincia de Jilotepec dio fe de sus condiciones por aquellos años:

... salí de este pueblo [de Aculco] el siete del corriente para efecto de reconocer este pueblo, con el barrio de Santa María, en compañía del Gobernador, Alcaldes y demás oficiales de República de este pueblo, Gerónimo de Medina intérprete, los testigos de asistencia y otras muchas personas, como a las siete de la mañana; y se fue reconociendo el pueblo todo bajando para dicho barrio que dista como media legua, y se llegó a él, donde hay como veinte ranchos de indios, y algunas milpas sembradas de maíz; y se reconoció lindar por el sur con tierras de una principala, por el norte con sitio de los mismos indios...

Sobre su capilla, existe evidencia material y documental de por lo menos cuatro etapas constructivas: el templo original, que debió datar del siglo XVI, su reedificación en la primera mitad del siglo siguiente, la construcción de su cruz atrial, que lleva labrado el año de 1678 y la renovación neoclásica que le dio su aspecto actual en 1850, fecha que aparece en una lápida de la base de la torre.

En 1877, en el contexto de la agitación indígena en todo el Distrito de Jilotepec por la reivindicación de las tierras comunales (privatizadas en 1856) y bajo la influencia socialista de organizaciones como la Sociedad de los Pueblos Unidos y el Congreso Indígena, fue sorprendida una reunión de indígenas en la sacristía de la capilla de Santa María Nativitas. Tanto miedo causó, que el Ayuntamiento de Aculco llamó enseguida a los vecinos a la "defensa de la población en la sublevación que infundadamente están proyectando los indígenas". Lamentablemente esa histórica sacristía fue demolida en la década de 1980 ó 1990.

Después de esta introducción histórica, vayamos al punto: el pasado 14 de abril observé que la capilla de Santa María Nativitas estaba pasando por un proceso de aparente restauración. El día 19 acudí a informarme y tomar algunas fotografías, pero por estar cerrada la reja de entrada al atrio sólo pude tomar algunas desde el exterior y no hubo nadie que me pudiera dar algún dato sobre las obras y quién las realizaba.

A primera vista, la restauración parece marchar por buen camino: se han eliminado agregados impropios, como un megáfono, una lámpara y el medidor eléctrico. La cúpula ha sido limpiada y en lugar de pintura roja luce su enladrillado original. Casi toda la capilla ha recuperado ya su acabado en color rosa salmón (sobre una base blanca) y por su textura parece tratarse de pintura a la cal, como corresponde a un edificio histórico de sus características. En suma: me pareció que la capilla de Santa María Nativitas estaba recuperando su belleza.

Sin embargo, al observar las fotografías a detalle, pero sobre todo al compararlas con otras tomadas en 2009 y antes, empecé a dudar de algunos de los criterios adoptados por los responsables de la obra. Al terminar mi revisión, concluí que son básicamente cuatro los puntos que considero cuestionables en esta restauración:

LA RESTITUCIÓN DE FALTANTES: En su estado anterior, la capilla tenía rupturas en las cornisas, molduras y otros elementos funcionales y ornamentales tanto de piedra como de argamasa. Se aplicó en buena parte de ellos el criterio de restituir estas partes perdidas pero con criterios diversos y creo que no siempre justificados. Por ejemplo, para las cornisas de piedra del remate quizá habría sido mejor aplicar una mezcla de resina y polvo de cantera que les permitiera conservar la apariencia de la piedra; en cambio, se les aplicó alguna clase de cemento y seguramente se les uniformará con pintura. En cambio, un aparente faltante en la parte inferior del nicho (que quizá no era tal, sino evidencia de un trabajo inconcluso) sí fue solucionado con cantera, por cierto deficientemente colocada, mientras las piedras vecinas aparecen malamente resanadas.

LA PINTURA SOBRE LA CANTERÍA: Algo sabido entre los especialistas en arquitectura y restauración es que en la mayoría de los casos los edificios históricos de piedra, incluso aquellos labrados con la mejor calidad, recibían una capa pictórica (a veces un simple encalado) que servía a la vez de protección y muchas veces para darle una policromía que ciertamente choca a veces con nuestro gusto estético actual. Pocos se entusiasmarían hoy imaginando una catedral gótica pintada de rojo y azul o un templo griego en naranja, pero se sabe que edificios así recibieron en su origen esos colores. Así, la aplicación de pintura sobre los elementos arquitectónicos de piedra en la capilla de Santa María Nativitas que tienen evidencia de haberla tenido no es de ninguna manera cuestionable por sí misma. Pero sí lo es la aplicación de criterios distintos. Por ejemplo, tómese la cantería de la torre, que ocupa los pilares de los ángulos, las cornisas, capiteles y arcos. Ahora, nótese que en todos ellos existe evidencia de haber estado cubiertos de pintura. Ahora bien: ¿qué determinó que sólo las basas, capiteles y cornisas conservaran la piedra aparente? ¿Por qué mientras las cornisas del primer cuerpo muestran su piedra en las otras -particularmente en los dentículos- se aplicó una policromía azul? ¿Por qué se dejó libre de pintura la piedra fechada en 1850 de la fachada, simplemente por la fecha aunque tuviera evidencias de pintura como el resto?

LA POLICROMÍA: Si bien, como mencioné arriba, el restaurador mostró cierto interés en recuperar la policromía de la capilla más allá del rosa y el blanco en algunos de sus elementos, no es claro el criterio aplicado. Los dentículos de los dos últimos cuerpos de la torre y el cupulín se han pintado en azul, color que ciertamente aparecía en algunos de ellos pero no de manera uniforme. En cambio, elementos como las guirnaldas de las fachadas que evidenciaban haber estado pintadas en diversos colores (amarillo, rosa, azul) se uniformaron en rosa. La prolicromía en la imagen de la Virgen en el nicho parece haber sido eliminada, aunque quedaban rastros suficientes como para recuperarla. Por fortuna, el fondo del nicho, decorado con adornos vegetales, aparenta no haber sido tocada.

LA FALTA DE ATENCIÓN A ELEMENTOS ESTRUCTURALES O FUNCIONALES CON DAÑO: Antes de emprender la restitución de elementos ornamentales faltantes y de su pintura, debieron atenderse por lo menos dos de los problemas que presenta esta capilla: el primero de ellos, las rupturas en las gárgolas que desaguan su bóveda y que producen escurrimientos que dañan y ensucian sus fachadas; el segundo, la falla estructural en la pilastra suroeste del tercer cuerpo de la torre, que provocó en tiempos anteriores que se cegaran los vanos del mismo para evitar su colapso, pero que aumentó la carga sobre los cuerpos inferiores. De hecho, la torre entera está inclinada en esa dirección.

Así, he llegado a concluir que esta obra, más que la verdadera restauración que merece, es una simple "mano de gato" que le dará un buen aspecto a la vista, pero que ha dejado de lado la oportunidad de recuperar la apariencia original de la capilla de Santa María Nativitas. Esta crítica es, por supuesto, fruto únicamente de la observación de una obra todavía sin concluir y quizá los responsables de estos trabajos puedan disipar mis dudas y cambiar mi opinión. Es, naturalmente, lo que desearía.

domingo, 18 de mayo de 2014

La remodelación del Teatro Municipal

Entre los temas que dejé de comentar durante mi ausencia de este blog está la remodelación del Teatro Municipal, llevada a cabo en 2012, a fines de la administración encabezada por el presidente municipal Marcos Sosa Alcántara.

Este inmueble forma parte del conjunto de la actual Casa de la Cultura -la antigua escuela Venustiano Carranza edificada en 1947- y en su origen fue concebido para cumplir al mismo tiempo una doble función: auditorio de la propia institución educativa y teatro-cine para el público en general. Adosado al costado oriente de la escuela, su fachada principal mira a la calle del Pípila, una vía secundaria pero con gran valor patrimonial, especialmente en ese tramo. Su autor fue el ingeniero Armodio de Valle Arizpe, hermano del famoso cronista de la ciudad de México, Artemio de Valle Arizpe, y constructor de numerosas obras públicas en el Estado de México, como el Monumento a la Bandera en la ciudad de Toluca. Aunque aquel monumento lo construyó en 1941 en un sobrio estilo Art Déco, para el edificio aculquense eligió sabiamente un estilo neocolonial con reminiscencias barrocas y materiales propios de la arquitectura tradicional del lugar, como la piedra blanca y la cantera rosa.

El teatro naturalmente sobresalía por su altura respecto de los inmuebles vecinos, todos de una sola planta, y por encima de la propia escuela. El ingeniero De Valle Arizpe, antes que intentar disimular su elevación, la hizo resaltar aún más con una bella cornisa de piedra blanca con perfil mixtilíneo que corona su azotea por los cuatro costados. Por el contrario, su fachada se ejecutó con gran simplicidad y, más allá de los resaltes de los tres arcos que enmarcaban el acceso principal y dos ventanas a sus lados, no mostraba ornamentación alguna. Algo raro si se compara con la fachada de la escuela, con ventanas enmarcadas en cantera blanca y un gran acceso de cantera rosa que evoca las formas del siglo XVIII. Personalmente, siempre me pareció que había algo de inconcluso en ella, como si los recursos destinados a su construcción se hubieran agotado antes de poder darle un acabado más digno.

Su interior, más que simple, resultaba pobre: la entrada enrejada daba acceso a un pequeño vestíbulo al que se abrían dos puertas por las que se entraba al salón principal, que en suave declive llegaba hasta el proscenio; más allá de alguna molduración en los canecillos simulados en las vigas de concreto, el sitio carecía de toda ornamentación.

La remodelación efectuada en 2012 incluyó tanto el exterior como el interior del teatro. En su fachada principal, los resaltes de concreto fueron sustituidos por otros de cantera laminada que siguen el mismo trazo que tuvieron aquellos: tres arcos rebajados apoyados en pilastras-jambas sobre un pedestal ligeramente más ancho y moldurado. Por encima del acceso principal se colocó un escudo municipal también de cantera, orlado con la leyenda "TEATRO MUNICIPAL H. AYUNTAMIENTO 2009-2012". A sus lados, sobre la clave de los arcos que cobijan las ventanas, se colocaron sendos faroles de agradable factura. La reja del acceso principal también fue renovada, agregándole mayor ornamentación y, principalmente, un gran escudo nacional de lámina calada al centro de la composición.

En el vestíbulo, los accesos al salón fueron enmarcados también con cantera laminada, lo mismo que la entrada a los baños. Se les colocaron puertas de madera entablerada y labrados con formas florales. Una placa de cantera con el escudo municipal y el logotipo del CONACULTA conmemora aquí mismo la "rehabilitación" del teatro en octubre de 2012.

Al interior del salón principal, los páneles de madera de los muros, antes cubiertos de pintura blanca, fueron retocados y se les dio color de madera oscura. Se colocó nueva iluminación con lámparas colgantes y se colocaron balaustres de madera a las escaleras que acceden al proscenio. El arco de éste fue forrado también en madera. Se conservaron las viejas butacas de la década de 1940. El piso fue cambiado por losetas de cerámica comercial.

Probablemente se debió estudiar más la intervención en un inmueble como éste, obra de uno de los constructores más importantes del Estado de México a lo largo de cuatro décadas. Sin embargo, desde el punto de vista estético el resultado es muy agradable gracias al color de la cantera, su colocación cuidadosa y el reemplazo de elementos sin gran valor -barandillas, pisos, lámparas, puertas- por otros más acordes con la arquitectura neocolonial del edificio. La nueva reja, cuyo escudo nacional me parece evoca los viejos teatros de pueblo construidos durante el Porfiriato, en años cercanos al centenario de la Independencia, es también una curiosa muestra de arte popular, naïf, realizada con herramientas industriales, que a mí en lo personal me gusta. Sin duda, el nuevo aspecto del Teatro Municipal de Aculco es un acierto.