miércoles, 7 de junio de 2023

Una esclava rescatada por amor

El matrimonio criollo formado por Rita Ávarez Godoy y Juan González Rubio, junto con sus cuatro hijos, habitaba a mediados del siglo XVIII en la ranchería de Ruano, entonces parte de la jurisdicción de Aculco y hoy del municipio de Polotitlán. Infortunadamente, la mujer falleció en abril de 1759 y fue sepultada el día 25 de ese mes. Con tal motivo, el viudo acudió con el cura interino de Aculco, don Nicolás María de Arroyo, para cubrir los derechos parroquiales. En aquella reunión, sin embargo, el cura le comentó que su mujer había dejado "esclavos para su funeral", es decir, cautivos que debían venderse para cubrir los gastos de su sepelio.

No es claro dónde consignó doña Rita esta disposición acerca de sus esclavos. Tal vez estaba escrita en un testamento depositado en el archivo del templo (como se hacía frecuentemente en aquella época), o quizá simplemente lo había señalado de manera verbal al sacerdote. El caso es que González admitió que aquello era cierto, pero que la difunta, hallándose ya "en artículo de muerte", había ordenado que se dejara libres a esos esclavos. El padre Arroyo aconsejó entonces a González que se dirigiera al teniente de Justicia de Jilotepec para que éste les diera a aquellos pobres siervos -una mujer y sus dos hijos- su correspondiente carta de liberación.

González siguió el consejo y compareció ante el teniente, don Antonio de la Colina. Inesperadamante, éste desechó la liberación y le ordenó conducir a los esclavos a su presencia para sacarlos a pública subasta. El viudo no tenía evidentemente recursos para participar en aquel remate y, viéndose así "tan oprimido de la justicia", recurrió a un par de amigos más solventes, don Manuel Sánchez y don José Quintanar, para que compraran a su nombre a la madre y a un hijo, respectivamente, y le permitieran recuperarlos al saldar su deuda con ellos.

Sánchez, en efecto, obtuvo a la esclava en remate, pero no a nombre de González como éste quería sino al suyo propio. Por su parte, Quintanar también obtuvo a un hijo esclavo e incluso recibió del viudo 50 pesos que cubrían "su ínfimo precio", pero en una situación poco clara, mientras González sufría las fiebres de un tabardillo (tifus), sus familiares le entregaron el recibo de aquel monto a don Manuel Sánchez. De tal manera el teniente de Justicia escrituró los esclavos a don Manuel Sánchez por un monto total de 150 pesos. El intento de González de conservar a los esclavos para liberarlos parecía haber fracasado.

Pero don Juan no podía darse por vencido, por razones que veremos enseguida. Regresó con el cura de Aculco y le descubrió la raíz de su empeño en liberar a aquella mujer y a sus hijos: "haciéndole patente mi desdicha en la cual había caído como hombre en fragilidad", es decir, confesándole que mantenía relaciones con la mujer, le manifestó que deseaba su libertad para casarse con ella. Al arrebatársela, sospechaba el viudo, don Manuel Sánchez intentaba impedir ese matrimonio, ya que era su tío y seguramente no veía con buenos ojos una unión tan dispar.

El cura decidió dar cuenta de todo esto al teniente de Justicia de Jilotepec. Éste, comprensivo aunque severo, ordenó que la mujer y sus dos hijos le fueran entregados enseguida a Juan González, pero también que se le multara con 200 pesos. Esta cantidad no incluía el monto que Manuel Sánchez había pagado por ellos, de modo que se emitiría una nueva escritura, en que mediante fianza de don Diego González -hermano de Juan- le reconocería a Sánchez un adeudo por 150 pesos por los menores, mientras que a mujer se le daría carta de libertad.

Pero don Manuel no estaba conforme con aquello y se negó a comparecer para elaborar la nueva escritura. Es más, a causa de otro proceso judicial se vio en la circunstancia de huir de Aculco y se llevó los documentos, por lo que don Juan pidió al cura Arroyo que lo ayudara ante las autoridades civiles para, de no hallarse la escritura que daba propiedad de los esclavos a Sánchez, se elaborara "una detestación en forma para que en ningún tiempo [aquellas escrituras] valgan fe".

La situación, sin embargo, no obstaculizó que se celebrara el matrimonio de don Juan y la esclava, que por cierto era mulata y se llamaba Paula de Álvarez (su apellido, que coincide con el de la primera mujer de González, seguramente derivaba de él; además, curiosamente, el matrimonio de Juan y Rita había llamado María Paula a su última hija, nacida el 2 de marzo de 1755). Tras levantarse la información matrimonial en que declararon que deseaban casarse "de su libre y espontánea voluntad" y correr las amonestaciones, su boda se celebró en la parroquia de Aculco el 3 de febrero de 1761 ante el cura don Nicolás María de Arroyo, con Manuel Martínez y María Martínez como testigos y padrinos. Así, aquella pobre mujer cambió de estado y condición, para unirse legalmente a una familia que, sin ser necesariamente rica, pertenecía a los estratos sociales más altos de la región.

 

NOTAS

(1) Esta historia tiene como única fuente los libros sacramentales de la parroquia de san Jerónimo Aculco. El documento principal es una "Relación de todo lo que pasó en el discurso de este negocio, desde su origen hasta el fin", manuscrito anónimo y sin fechar que proporcionó sin embargo datos suficientes para hallar los registros que muestran el segundo apellido de Juan González, el entierro de su primera esposa y su posterior matrimonio con la ex esclava. Las referencias de estos documentos son las siguientes:

"Relación de todo lo que pasó": "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:9396-1Q96-1F?cc=1837908&wc=MGXY-MNL%3A164300601%2C164305102%2C165841601 : 21 May 2014), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Información matrimonial 1688, 1719, 1768-1770 > image 89 of 417; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

Registro de entierro de Rita Álvarez Godoy: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-QK7R-5?cc=1837908&wc=MGNZ-PT5%3A164300601%2C164305102%2C165570901 : 21 May 2014), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Defunciones 1679-1762 > image 549 of 1145; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

Información matrimonial de Paula de Álvarez, mulata esclava, y Juan González, español: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:9396-1QSC-8Y?cc=1837908&wc=MGX1-3TG%3A164300601%2C164305102%2C165945503 : 21 May 2014), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Información matrimonial 1759-1782 > image 129 of 591; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

Registro de matrimonio de Paula de Álvarez y Juan González: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-DB93-XQ?cc=1837908&wc=MGVW-16D%3A164300601%2C164305102%2C168343603 : 21 May 2014), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Matrimonios 1719-1789 > image 597 of 609; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

Registro de bautizo de María Paula, hija de Juan González Rubio y Rita Álvarez, 2 de marzo de 1755: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-DBQ7-Y?cc=1837908&wc=MGVW-6TG%3A164300601%2C164305102%2C164409701 : 8 December 2021), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Bautismos de hijos legítimos 1744-1763 > image 143 of 435; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico). Otra hija, María, nació el 4 de febrero de 1754: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-DBQW-1?cc=1837908&wc=MGVW-6TG%3A164300601%2C164305102%2C164409701 : 8 December 2021), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Bautismos de hijos legítimos 1744-1763 > image 124 of 435; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico). Una más, María de la Concepción, nació el 15 de diciembre de 1748: "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-DBQK-F?cc=1837908&wc=MGVW-6TG%3A164300601%2C164305102%2C164409701 : 8 December 2021), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Bautismos de hijos legítimos 1744-1763 > image 44 of 435; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

lunes, 5 de junio de 2023

El general Antonio López de Santa Anna en Arroyozarco

Ya alguna vez he comentado aquí que resulta un tanto elemental señalar que este o aquel personaje de la historia mexicana pasó por Arroyozarco. Esto porque la hacienda era sitio de tránsito obligado para quien viajaba desde la Ciudad de México hacia el Bajío y el norte del país, y las más de las veces el pasar por ahí no tenía nada de extraordinario. Esto no disminuye, hay que subrayarlo, la importancia de Arroyozarco como punto de encuentro de todos esos viajes, pues fue un lugar por el que pasó "todo México" desde el Virreinato hasta finales del siglo XIX.

Hubo viajes, claro, dignos de ser reseñados, como las tres veces que Maximiliano pasó por la hacienda. O el paso de Guillermo Prieto por estos parajes, de los que escribió magníficas descripciones costumbristas. Hoy les voy a hablar de una visita a Arroyozarco que dejó ciertamente menos huella, pero es igualmente interesante: la del general Antonio López de Santa Anna en 1844.

Santa Anna, uno de los personajes más importantes de nuestra historia y también de los más aborrecidos, nació en Xalapa en 1794. Formó parte del ejército virreinal y en 1821 se adhirió al Ejército Trigarante de Agustín de Iturbide para proclamar la independencia. En 1823 se rebeló contra Iturbide y lanzó en su contra el Plan de Casa Mata. En 1829 aplastó el intento de reconquista española en Tampico. Y en 1833 se convirtió por vez primera en presidente de la República. Pero Santa Anna era más un hombre en busca de gloria que de poder; prefería retirarse a su hacienda Manga de Clavo en lugar de ejercer la Presidencia, dejando el poder en manos de su vicepresidente, y de ahí solamente lo sacaban las ocasiones en las que podía aspirar a un mayor renombre. En 1836 creyó que la Guerra de Texas le permitiría cubrirse de honores, pero fue derrotado y hecho prisionero. En 1838 la suerte le permitió recuperar el honor, cuando resistió la primera intervención francesa en Veracruz y perdió una pierna en ese trance. Gracias a ello volvió al poder en 1839, 1841 y 1844. Ya sabemos que en 1847 participó en la guerra contra Estados Unidos y aunque peleó con valentía fue nuevamente derrotado, lo que costó a México más de la mitad de su territorio. Santa Anna salió al exilio y regresó a México hasta 1853, para coupar nuevamente la Presidencia. Esta vez su gobierno fue degenerando hacia la dictadura (fue cuando se autonombró "Alteza Serenísima") y terminó con el triunfo de la Revolución liberal de Ayutla en 1855. Salió nuevamente al exilio y se le permitió regresar a México en 1874. Murió pobre y enfermo en 1876.

Santa Anna estuvo en Arroyozarco varias veces, pero muy poco sabemos de esos momentos más allá de algunas fechas. Estuvo, por ejemplo, en 1833, en su campaña contra los generales Arista y Durán (1). Hacia abril o mayo de 1835 también habría pasado por ahí, rumbo a Zacatecas. Lo mismo en diciembre del mismo año, para ponerse al frente del ejército que combatió a los rebeldes texanos. Pero de su estancia en la hacienda entre el 2 y 3 de diciembre de 1844 sí se conservó algo más, una carta firmada en el lugar, dirigida al general guanajuatense Pedro Cortázar y Rábago. Veamos ese texto:

Exmo. Sr. D. Pedro Cortázar.— Arroyozarco, diciembre 2-3 de 1844.— Reservada.— Mi estimado amigo— Como la carta de V. que contesté desde San Juan del Rio cayó en manos de mi secretario, fué preciso que ella contestara en los términos que V. habrá visto; pues ya V. sabe que ciertos secretos no pueden fiarse á todos en momentos que hay su exaltación entre estos militares. Contesto, pues, á aquella agradeciendo á V. mucho sus amistosos consejos, hijos sin duda del afecto que siempre le he merecido, y queriendo darle una prueba de mi singular aprecio, acepto en todas sus partes la mediación en su persona para transigir la cuestión que hoy agita á la república. He dicho á V. que estoy muy ageno de querer desempeñar la presidecia que se me confirió por el voto legal de los pueblos, y si aun me presento reclamando mis prerogativas, mas bien lo hago por dignidad ó delicadeza, que por deseos de continuar con aquella investidura. Estoy, pues, dispuesto á renunciar los derechos que la ley me da como presidente de la república, y expatriarme luego, sin mas condición, que V, sea, como me ha ofrecido, quien se constituya responsable de ponerme sin vejámenes en el puerto donde me convenga embarcarme, acompañado de mi familia é intereses que pueda reunir. Supuesto lo dicho, he de merecer á V. se ponga en camino luego luego, pero sin comunicar á nadie el objeto que á V. lo trae por aquí; pues ya he manifestado que hay en el ejército su exaltación, y podia esta negociación entorpecerse. Quedo en su espera y entre tanto me repito suyo, amigo afectísimo, Q. B. S.M.—Antonio López de Santa-Anna. (2)

Como ya habrán podido deducir por esta carta, Santa Anna era entonces presidente de la República, pero había surgido una rebelión militar en Guadalajara que le disputaba el cargo. El historiador Luis Jáuregui hace un excelente resumen de las circunstancias en que ocurría esto:

En su ambición de ser dictador, el general veracruzano se enemistó con todos los grupos sociales. Se confeccionó una Constitución, la de las Bases Orgánicas de 1843, y él mismo la desobedeció a pesar de que, contrario a lo que él creía, tenía al Congreso de su lado.

Se enemistó con los extranjeros cuando les prohibió la venta al menudeo de sus productos y vendió, a precio reducido y a sus financieros favoritos, inmuebles que pertenecían a la Iglesia. También prohibió al clero la venta de propiedades sin permiso del gobierno. Modificó los términos de la deuda contraída con algunos prestamistas para favorecer a otros. Para arreglar la situación en Yucatán, otorgó exenciones fiscales tan excesivas que fueron interpretadas como una humillación del gobierno nacional. Manipuló el proceso electoral de agosto y septiembre de 1844 para la designación del nuevo Congreso.

Se cobraron múltiples impuestos, se solicitaron préstamos y se adoptaron medidas caprichosas y sin concierto mientras que a los empleados del gobierno no se les pagaron sus salarios y a los militares de bajo rango se les redujo su ración diaria. Ciudad de México, con su flamante estatua del veracruzano y un nuevo teatro acional, continuó siendo un lugar sucio y peligroso para vivir. Además, Santa Anna desafió las convenciones sociales de la élite que lo había colocado en el poder cuando, apenas a seis semanas de haber enviudado, se casó con la quinceañera Dolores Tosta.

Santa Anna también se enemistó con militares de alto rango en la República. Por una cuestión trivial, a inicios de 1843 se distanció del general Gabriel Valencia, quien lo había ayudado a deponer a Anastasio Bustamante en 1841. Por causas desconocidas, en abril de 1844 destituyó del Ministerio de Guerra a su mano derecha, el también veracruzano José María Tornel, el más fiel informante de Santa Anna de lo que ocurría en Ciudad de México durante sus ausencias. Más grave aún fue el agravio que años antes había hecho a Paredes y Arrillaga cuando, debido a una indiscreción de borrachera, le quitó sus poderes militares y políticos en Ciudad de México.

Fue Paredes y Arrillaga el general que se pronunció en Guadalajara en contra del régimen santannista. El 2 de noviembre de 1844 reclamaba la violación de la Constitución, el despilfarro y el desarreglo de la hacienda y el ejército. Santa Anna marchó en contra de los pronunciados sin percatarse de que ya no era popular en Ciudad de México. El 6 de diciembre, después del pronunciamiento militar en la capital republicana, el pueblo salió a las calles, tiró la estatua del general veracruzano y desenterró la pierna para arrastrarla por las calles gritando “¡Muera el cojo! ¡Viva el Congreso!”. (3)

Santa Anna, pues, se hallaba en Arroyozarco el 2 de diciembre de regreso de Silao, pues antes de enfilar hacia Guadalajara a sofocar la rebelión de Paredes y Arrillaga se enteró de que Valentín Canalizo, a quien había dejado como interino en la Ciudad de México, había suspendido el Congreso y comenzaban a estallar revueltas populares. El 6 de diciembre, el Congreso nombró un nuevo presidente, el general Herrera. El 14 de diciembre, el general Pedro Cortázar, a quien Santa Anna había enviado la carta desde Arroyozarco, se rebeló y lanzó su propio plan, que en su artículo segundo establecía "cesará en el poder ejecutivo el Excmo. Sr. D. Antonio López de Santa Anna, hasta que no responda de todos sus actos públicos, y deje satisfecha a la nación de su manejo durante la época de su administración provisional" (4). Al cabo de de unas semanas, las rebeliones triunfaron y Santa Anna fue capturado, aunque al final se le amnistió en 1845. Partió al destierro en Cuba, de donde regresó para combatir la invasión de Estados Unidos a México.

 

NOTAS

(1) "Luego que Arista y Durán avanzaron hacia Querétaro, salimos de Arroyo Zarco para San Juan del Río. Aquellos siguieron su camino para Guanajuato y nosotros entramos a Querétaro, cuya población estaba ya muy consternada, porque se esperaba ya la invasión del cólera morbo que en México estaba ya haciendo estragos horrorosos", escribió un médico del Ejército, Francisco J. Estrada. Estrada, Francisco J. 1992. "Guerra y cólera: la campaña de Santa Anna". Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 41-45. [En línea].

(2) Causa criminal instruida al Exmo. Sr. presidente constitucional general de división don Antonio López de Santa Anna. México, Imprenta de Lara, 1846, p. 60.

(3) Jáuregui, Luis. "Santa Anna y los impuestos", Relatos e historias de México, no. 147, enero de 2021.

(4) Plan del general Pedro Cortázar, 14 de diciembre de 1844.

martes, 23 de mayo de 2023

"Aculco 1522": el vino que celebra los 500 años de este pueblo

La pasada Semana Santa estuve unos días en Aculco y una tarde fui a comer al restaurante Jäpi en la Plazuela Hidalgo, que se encuentra en lo que es posiblemente la mejor ubicación del pueblo por lo que respecta a la belleza del entorno y a la histórica casa que lo alberga. En ella se han aprovechado sabiamente los salones, corredores, patio y hornos para ofrecer un ambiente sosegado y amable, auténtico, que aunado a la deliciosa comida que ofrece (la tabla de quesos es una joya) invitan a regresar.

Nuestro anfitrión, Enrique Gutiérrez, nos atendió con la amabilidad que es parte esencial de su personalidad. Debo decir que conocí a Enrique apenas en septiembre, pero es una de esas personas de las que uno se hace amigo inmediatamente. Basta decir que nos despidió con un obsequio especial: una botella del vino "Aculco 1522" que él mismo está produciendo y que en su nombre conmemora los 500 años de la fundación de nuestro pueblo.

Este vino artesanal es toda una celebración del origen de Aculco: en su etiqueta vemos el glifo toponímico de Antamehe que proviene del Códice de Huichapan y que es el símbolo otomí de este lugar. En la parte posterior observamos que este antiguo nombre ha servido para bautizar a la casa productora, Bodegas Antamehe, título que aparece escrito con grafía parecida a la manuscrita del siglo XVII. "Néctar precioso del mestizo fruto, rica cosecha del suelo otomí, del alma aliento, dulce alimento", reza una frase en esta botella que revela el cariño que se ha puesto en su elaboración.

El vino se elabora ahora con uvas de la zona vinícola de San Juan del Río-Ezequiel Montes, pero existe el proyecto de producirlo en un futuro con uvas cosechadas en tierras aculquenses (hay antecedentes suficientes de producción de uva en Aculco para creer que es totalmente factible). Ojalá sea así y pronto se convierta en un clásico de nuestro pueblo.

El vino tinto "Aculco 1522" está a la venta en el mismo restaurante Jäpi (palabra otomí por cierto, que significa "bendición"). Además del buen sabor del vino, la botella es tan agradable a la vista que seguramente se convertirá por sí misma en un bonito souvenir, un buen regalo para amigos y familiares tras una visita al pueblo. Creo que esta iniciativa de Enrique Gutiérrez merece todo nuestro apoyo y difusión, pues contribuye a ampliar el abanico de productos propios de Aculco y lo hace con enorme dignidad y buen gusto.

viernes, 12 de mayo de 2023

Los pilares del Tixhiñú: los restos mejor conservados del Ferrocarril Cazadero-Solís

En mi libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia (Gobierno del Estado de México, 2009), cuento con bastante detalle la historia del Ferrocarril Cazadero-Solís, la única vía férrea para carga y pasajeros que llegó a tenderse en el municipio de Aculco. Quizá es oportuno recuperar aquí algunos párrafos de esta historia antes de hablarles ahora de los Pilares del Tixhiñú, vestigio de aquella vía:

El interés por construir un ferrocarril en esta zona databa de inicios del Porfiriato. La primera concesión, otorgada al señor Rodolfo Fink el 31 de mayo de 1882, no llegó a concretarse pues se declaró caduca en 1885, tras realizarse sólo algunos trabajos en los que, por cierto, se provocó un desorden y tumulto del que las autoridades de Aculco culparon a Bonifacio Arredondo, empleado del Ferrocarril Central. La construcción definitiva de la vía angosta no fue iniciada sino hasta 1895, cuando la emprendió don Felipe Martell, propietario de la hacienda de La Torre. Su objetivo principal consistía en enlazar las fincas de la zona y facilitar el traslado de la madera, el carbón y otros productos. Debe haberse tratado de una inversión compartida pues el permiso -sin subvenciones por parte del Gobierno- fue concedido a Guadalupe Guadarrama y al sanjuanense T. Melesio Alcántara por decreto del 9 de diciembre de 1893. La línea, que se constituyó ramal del Ferrocarril Central Mexicano, fue conocida comúnmente como “Ferrocarril Cazadero-Solís”, aunque también recibió los nombres de “Ferrocarril Cazadero, La Torre y Tepetongo” y aún “Ferrocarril Cazadero-San Pablo”. Esta variación de nombres obedece a una razón muy simple: aunque proyectado para establecer una conexión entre la estación Cazadero del Ferrocarril Central y la vía angosta del Ferrocarril Nacional (o Ferrocarril Sullivan) en un punto entre las estaciones de Solís y Tepetongo, la línea nunca alcanzó esos lugares y los trabajos se detuvieron en el rancho de San Pablo de la hacienda de La Torre. Algunas fuentes indican que la vía llegó a tener una longitud total de 57 millas (91.71 kilómetros), pero parece que en realidad se extendía por cerca de 59 ó 60 kilómetros, de los que en mayo de 1895 existían 30 y para 1897 se habían construido ya cuarenta y ocho.

Su trazo aproximado era paralelo al que sigue actualmente la Carretera Panamericana entre Ñadó y Palmillas, poco más o menos. La vía se bifurcaba, a partir de Ñadó, hacia el rancho de San Pablo ubicado precisamente al otro lado del cerro (punto alrededor del cual nacían treinta kilómetros más de vías portátiles Decauville que se iban desplanzado conforme el corte de árboles lo exigía) y a Llano Largo en Tixmadejé, Acambay, hacia el sur. Al concluirse su construcción, contaba con las estaciones de Cazadero, Taxhié, La Estancia, Cofradía, Ñadó, La Fábrica, Tixmadejé y San Pablo. De Cazadero a Ñadó, las estaciones daban servicio público de carga, correo y pasajeros, mientras que de Ñadó a San Pablo el servicio era sólo privado.

La producción silvícola del monte incluyó carbón, tablas, duelas, leña, hachas, vigas, morillos, planchones, cintas y pilotes de maderas de encino, ocote, aile y madroño. De la explotación forestal salió el equivalente a más de mil plataformas de vía ancha hacia la ciudad de México, cargadas con los pilotes de madera de pino utilizadas en la consolidación del subsuelo de algunos de los edificios emblemáticos del Porfiriato, como el Palacio de Bellas Artes y el inconcluso Palacio Legislativo, que terminó convertido en monumento a la Revolución.

Durante más de veinte años, los ferrocarriles Central y Nacional fueron dotados también con durmientes de encino y ocote para vías ancha y angosta provenientes de Ñadó. Cuando los grandes árboles se agotaron, comenzó a explotarse en gran escala el carbón de encino, pero de una manera tan salvaje que hubo áreas en las que aún las raíces de los árboles fueron utilizadas para producir carbón de arranque, sin dar oportunidad a que el bosque se recuperara con renuevos de los árboles talados.

El ferrocarril cesó operaciones y la vía comenzó a ser levantada en 1928 para reaprovechar el hierro. Sin embargo, quedaron a lo largo de su trazo algunos vestigios de piedra en diverso estado de conservación. De la estación de Ñadó quedaron sólo los cimientos, en la loma del Caxthí subsiste un puentecito esviajado, en Cofradía todavía existe la estación (semioculta por construcciones modernas), pilas de agua y otros restos, así como el Puente Piedad (cuyos pilares estaban completos, pero fueron mutilados por el Ayuntamiento de Aculco en 2001 a pesar de tratarse de un monumento histórico catalogado por el INAH). Y en una de las cañadas que descienden del cerro de Ñadó hacia el oriente, sobrevive lo mejor conservado de todo: Los Pilares del Tixhiñú, restos de un puente cuyo nombre original desconozco, pero que ahora se nombran así al encontrarse en tierras ejidales de esa comunidad.

Según los planos que se conservan de la construcción del ferrocarril, los Pilares el Tixhiñú corresponden al tramo de la vía que corría entre la hacienda de Ñadó y San Pablo, reservado sólo al transporte de carga. Si observamos con cuidado estos planos, veremos que al llegar a esa hacienda la vía, que hasta entonces corría de norte a sur daba una vuelta en U y comenzaba a ascender al monte virando poco a poco hacia el poniente. Es en este trayecto, en el punto en que debía atravesarse una cañada profunda, donde se construyeron hacia 1897 estos pilares que conformaban un viaducto ferroviario. Por cierto, parece ser que quien determinó el trazo sobre el que después se construyó la vía fue el renombrado ingeniero R. R. Swisher (ca. 1856-1906), según informa el Engineering News, vol. LVI, no. 24, 13 de diciembre de 1906, p. 630.

Se trata de cuatro pilares prismáticos de mampostería de cantera con los ángulos reforzados por sillares bien cortados. Casa uno consta de dos cuerpos, el inferior más ancho y de mayor altura, y el superior coronado por una cornisa recta. En la cara que da aguas arriba, cada pilar tiene su tajamar angular para cortar la corriente de agua en caso de una crecida. En ambos extremos, sendos estribos o contrafuertes edificados también con mampostería y sillares se unen a las paredes de la cañada. La distancia entre los pilares es mayor al centro y se va estrechando hacia los lados. Por encima de ellos corría una estructura muy ligera de vigas de hierro ya desaparecida, que soportaba los durmientes y los rieles. A simple vista, los Pilares del Tixhiñú semejan una versión en pequeño del Puente Piedad del mismo ferrocarril, pues aquel tenía doce pilares

Estos pilares se encuentran dentro del Ejido Tixhiñú, en la zona en que se realiza el aprovechamiento autorizado de recursos forestales maderables. Con muy buen sentido, actualmente se realiza el mantenimiento de la estructura, así como la limpieza de maleza en el sitio. La inicitiva de esta obra que realiza el propio ejido es de John Alexander, asesor técnico forestal, quien propuso esta actividad dentro de un programa de servicios ambientales que apoyan PROBOSQUE y CONAFOR para predios que tienen bosque. Desde hace pocos años el sitio ha comenzado a recibir algunas visitas turísticas y sin duda con estas acciones serán más las personas las que se acercarán al sitio a conocer este interesantísimo vestigio histórico en medio del bosque.

Si quieres ver en el mapa de Google la ubicación de los pilares, pincha aquí.

Y en este mismo blog encontrarás más información sobre el Ferrocarril Cazadero-Solís si pinchas acá.

Agradezco las fotografías de los pilares que me envió John Alexander.

 

ACTUALIZACIÓN, 7 DE JUNIO DE 2023

John me ha enviado más fotografías que muestran el avance de los trabajos de consolidación de los pilares, así como unas imágenes de clavos de riel y pernos que han sido hallados en sus inmediaciones por los ejidatarios del Tixhiñú. Les comparto aquí estos testimonios del gran trabajo que se está haciendo en ese lugar.

miércoles, 10 de mayo de 2023

La sacristía de la parroquia de Aculco

No sé por qué motivo -quizá por simple distracción- había dejado de describir en este blog los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco, cuando me había propuesto ir mostrándolos con cierta periodicidad hasta formar un recorrido completo por ese edificio. Quisiera retomar esa serie, hablándoles esta vez de la sacristía, que se ubica al lado de la epístola del templo (es decir, del lado derecho) y paralela a la Sala de Profundis, que precisamente se interpone entra aquella y el claustro. El siguiente croquis muestra claramente su ubicación.

La sacristía es el lugar del templo donde los sacerdotes se revisten con las ropas litúrgicas y donde se guardan los ornamentos y otros objetos necesarios para celebrar la misa, como son las hostias sin consagrar, el vino, cálices y otros vasos sagrados, velas, etcétera. Por eso lo habitual es que la sacristía se ubique en un salón cercano al altar. El sacristán es el empleado encargado de mantener en orden la sacristía.

Viejos papeles de esta iglesia de Aculco hacían distinción entre la "sacristía vieja" y la "sacristía nueva" en el siglo XVIII, pero es difícil saber si esta última correspondía ya a la actual. Lo cierto es que aquella sacristía vieja debió ser la que se utilizaba cuando los franciscanos habitaban todavía el convento (edificada en 1708 y descrita como "de costilla", lo que parece referirse a la forma de su bóveda), mientras que la "nueva" sería una construcción realizada después de que se erigió la parroquia de Aculco en 1759. Dado que ambas sacristías coexistieron al mismo tiempo y no hay indicios de que la antigua haya sido demolida, me pregunto si el salón que he identificado como Sala de Profundis del convento habrá sido esa sacristía vieja.

En mi opinión, la sacristía actual de la parroquia de San Jerónimo Aculco data en su mayor parte precisamente de la segunda mitad del siglo XVIII, pero habría sido modificada hacia 1843-1848, cuando en el templo se realizaron la obras de edificación de la bóveda y cúpula. Así lo muestran ciertos detalles, como sus ventanas y la portada de cantera extrañamente oculta tras una alacena.

La sacristía se desplanta sobre un rectángulo de unos cuatro y medio o cinco metros de ancho por nueve o diez de largo en dirección norte-sur. En sus lados cortos, sendas entradas enmarcadas en cantera permiten acceder desde el presbiterio de la iglesia y desde el curato. Al lado oriente se abre un par de ventanas que miran a la antigua huerta, mientras que el lado poniente, salvo por la exigua entrada a la alacena a la que me referí antes, es ciego.

En el lado sur, a la izquierda del acceso hacia el convento, se encuentra el sacrarium: un lavamanos en que se limpian los vasos sagrados y que tiene salida directamente a tierra, con el fin de que cualquier partícula de la hostia o gotas del vino consagrados no se mezclen con el drenaje común. En la pared oriente se encuentra una alacena cubierta con un bonito par de puertas entableradas antiguas que seguramente servía para guardar copones, cálices, navetas, acetres, incensarios y otros vasos sagrados.

La sacristía está cubierta por un par de bóvedas de arista, separadas por un arco toral de cantera. A lo largo de la imposta corre una cornisa con resaltes justo donde se apoya ese arco. La molduración de la cornisa es de orden toscano.

Como mobiliario propio de este espacio hay que destacar la gran cajonera de madera con cerraduras de bronce en que se guardan las vestiduras sacerdotales. Ocupa poco más de la mitad del muro poniente, al que se encuentra adosada. Una cajonera más sencilla y pequeña, pero también de cierta edad, se encuentra al otro extremo del salón. Encima dela cajonera grande se suele colocar un par de atriles neoclásicos de calamina. Arriba, en el muro, se encuentra el magnífico cuadro de La Última Cena de Miguel Cabrera, joya de este espacio y de todo el inmueble. Al centro de la sacristía debió existir una gran mesa como era habitual, pero la que hay ahora es moderna y sin valor alguno. Subsiste sin embargo sobre ella un hermosísimo Cristo antiguo, quizá del siglo XIX.

La sacristía fue el sitio donde tradicionalmente se colgaron los retratos de los antiguos párrocos, de los que quedan seis. En tiempos relativamente recientes, se concentraton también aquí la mayor parte de las pinturas que se hallaban en otras partes del viejo convento.

Desmerece algo en esta sacristía su piso de pasta ajedrezado en blanco y negro de la década de 1950. No sé si el piso original era de madera como el del templo, o de ladrillo, como el resto de las dependencias del convento.

Hacia el exterior, la sacristía sólo tiene fachada hacia el oriente. Es de piedra blanca aparente, con tres contrafuertes del mismo material. Esta fachada se prolonga hacia la izquierda en una composición parecida, pero que se nota inconclusa. Malamente, esta prolongación de la fachada fue cubierta por una aborrecible construcción reciente, que en tiempos de mayor cuidado al patrimonio de Aculco deberá ser demolida. En el contrafuerte del extremo izquierdo de la fachada se incrusta el canal de cantera con ménsula que desagua la bóveda, pero que ahora, a causa de aquella misma construcción moderna, tiene un tubo de pvc en la boca para desviar los escurrimientos. Las ventanas se cubren con rejas del siglo XIX, adornadas con nudos de plomo.

Hace no muchos años y con muy mal criterio, se abrió un agujero en la bóveda de la sacristía para pasar una cuerda y tocar desde ella la campana que se encuentra a un lado de la cúpula de la iglesia. Esta cuerda puede verse en alguna de las fotografías que incluyo aquí.

viernes, 5 de mayo de 2023

El Querétaro aculquense, el Aculco queretano

Todos sabemos que el municipio de Aculco tiene una frontera bastante larga con los muncipios de Amealco y San Juan del Río del estado de Querétaro, cercana a los 30 kilómetros de longitud. Incluso podemos advertir en el mapa que, en la zona de San Pedro Denxhi, el territorio aculquense se adentra en tierras queretanas por casi siete kilómetros, como una península rodeada por profundas barrancas. Sin embargo, este trazo es relativamente reciente, tanto así que la última modificación a los límites estatales ocurrió apenas hace unos veinticinco años.

Pero hace mucho más tiempo, antes de la independencia de México, una gran extensión de tierras ahora pertenecientes a Querétaro formó parte efectivamente de la jurisdicción de Aculco. Los pueblos ahora amealcenses de San Ildefonso Tultepec, Santiago Mexquititlán, San Pedro Tenango, San José Ithó, así como las haciendas de Santa Clara del Apartadero, Vaquería y San Nicolás de la Torre, dependían en lo religioso del convento de Aculco y en lo civil se les gobernaba desde esta misma cabecera (1). Incluso el pueblo de Santa María Amealco y el vecino de San Juan Dehedó, que formaban parte de la parroquia de san Juan del Río, habían intentado unirse a Aculco en 1724 (2).

Sin embargo, en el año de 1755 el arzobispo Manuel Rubio y Salinas creó la nueva parroquia de Santa María Amealco y para ello tomó lo mismo pueblos pertenecientes a San Juan del Río que otros más que formaban parte de la vicaría de Aculco. Fue así que los los poblados que mencioné antes dejaron de estar relacionados en su administración religiosa con Aculco (3). Luego, en 1820 y en plena Guerra de Independencia, el virrey Juan Ruiz de Apodaca ordenó que esos mismos poblados se segregaran también en lo civil de Aculco y se anexaran a Amealco, con la intención de reducir el territorio de la subdelegación de Huichapan "por informes siniestros que se le hicieron", seguramente relacionados con la rebelión insurgente (4). Aunque todas estas tierras continuaban siendo parte de la misma Intendencia de México, dentro de ella Amealco estaba sujeto al corregimiento de Querétaro, mientras que Aculco era parte de la subdelegación de Huichapan. Esto determinó que en los años posteriores a la independencia, al establecerse la nueva división política federal en 1824 y crearse el estado de Querétaro, las tierras separadas de Aculco quedaran además en un estado distinto al de su antigua cabecera.

Con esta separación, Aculco perdió los pueblos con mayor presencia otomí en su territorio, como se puede comprobar aún hoy en día. Esa zona es a lo que nos referimos al hablar de un "Querétaro aculquense": tierras y comunidades que por más de 200 años fueron aculquenses, y con las que el municipio comparte historia y cultura. Y aunque al cabo del tiempo de uno y otro lado de la nueva frontera prácticamente se olvidó su anterior pertenencia, lo cierto es que Aculco mantuvo por necesidad una fuerte relación con el nuevo estado de Querétaro, especialmente con San Juan del Río, con el que se comunicaba a través del Camino Real de Tierra Adentro. Porque hacia el Estado de México, sólo el camino que llevaba a Jilotepec era relativamente de fácil tránsito, y el viaje hacia la capital estatal, Toluca, difícil, tardado y accidentado, por lo que los vecinos de nuestro pueblo preferían evitarlo.

Esta cercanísima relación entre Aculco y San Juan del Río llevó a que en 1856, cuando se discutía la nueva Constitución que habría de regir al país por las siguientes seis décadas, el diputado Ignacio Reyes propusiera de plano que nuestro municipio se incorporara al estado de Querétaro. La mayoría de los constituyentes de la comisión de división territorial rechazó esta idea, pues según ellos Aculco estaría en una condición más precaria ya que su nueva cabecera de partido (San Juan del Río) quedaría más retirada que la anterior (Jilotepec), lo que "entorpecería considerablemente la administración judicial y la política". Con todo, algunos diputados (el propio Ignacio Reyes, José María Mata, Rosas, Francisco Zarco, Auza, Rojas, Ignacio Ramírez y López) emitieron un voto particular, que defendía la idea de esa agregación:

Si una buena y acertada división territorial se ha de calcar sobre las bases del interés común, de la posición geográfica y de la homogeneidad de elementos, debe pertenecer a Querétaro no sólo la muy reducida y pobre municipalidad de la que se trata [Aculco], sino la parte interesante conocida con el nombre de Mezquital: todo esto con Querétaro debiera formar un estado, porque la naturaleza, el interés, la comodidad recíproca e identidad de elementos los unen; pero pues no se trata de esto, no es oportuno tampoco encargarse ahora de los adelantos materiales, de la fuerza política y social que vendrían en pos de esta unión a Huichapan, a Ixmiquilpan, a Tecozautla, a Alfajayucan, Zimapán, San Juan del Río y a Querétaro. Sólo sí nos ocuparemos brevemente de las ventajas que trae a Aculco su anexión a Querétaro.

La muncipalidad de Aculco nombre se compone del pueblo desl mismo nombre, del naciente de Polotitlán, de cuatro o seis congregaciones de indígenas, y de algunas haciendas y rancherías que tiene un censo de ocho a nieve mil habitantes sobre un terreno frío e inmediato al distrito de San Juan del estado de Querétaro. Pertenecen en lo judicial a Jilotepec, distante siete u ocho leguas sobre un camino montañoso y difícil, y en lo político a la villa de Tula, a dieciocho o veinte leguas. Unidos a Querétaro, quedarán agregados indefectiblemente a San Juan del Río, de cuya ciudad distan muy poco, y por un camino carretero y fácil de practicarse en pocas horas. Allí hallarán a la prefectura para sus asuntos administrativos y al juzgado de primera instancia para los judiciales. Y allí por último encontrarán las comodidades que no les pueden ofrecer Tula ni Jilotepec.

Sus relaciones de tráfico y mercantiles, ya de la gente que se llama de razón, y ya de la indñigena, son con San Juan del Río, más bien que con las cabeceras de distrito y partido a que ahora pertenecen. Sus relaciones sociales son más activas seguramente en San Juan del Río, en donde muchos vecinos de Aculco y Polotitlán tienen casas, que en Tula y Jilotepec. La buena administración de estos pueblos y la analogía que existe de sus elementos de subsistencia con los de san Juan del Río piden su agregación a Querétaro. Hay, además, otro motivo: esos pueblos son hoy imperceptibles en el gran mapa del Estado de México; se pierden en él como se pierde una sombra pequeña, débil y opaca, colocada en uno de los ángulos de un cuadro de colosales dimensiones. Perteneciendo a Querétaro se harán visibles, se harán notables, no serán sombra. Comenzarán a figurar en una escala que no se presentará unidos a México y sus hijos, especialmente los que reciban educación, ocuparán los puestos del estado con más prontitud y facilidad que en el de México. (5)

No valieron sin embargo estos argumentos para crear un "Aculco queretano" y el municipio se mantuvo dentro del Estado de México. Más aún: cuando en 1869 se creó el estado de Hidalgo, efectivamente los municipios de la región del Mezquital se separaron de aquél para integrar la nueva entidad, pero Aculco (que todavía entonces incluía a Polotitlán) quedó también fuera de ella, justamente en su límite.

Tal como habían argumentando los diputados constituyentes de 1856, las relaciones de Aculco en todos los aspectos, salvo los judiciales y políticos que eran obligatorios, siguieron siendo mayormente con San Juan del Río. Más todavía después de 1896, cuando el ferrocarril Cazadero-Solís enlazó las tierras aculquenses con la estación sanjuanense de la hacienda de Cazadero, del Ferrocarril Central Mexicano, desde la cual se podía viajar fácilmente a las ciudades de San Juan del Río y a Querétaro.

En el Congreso Constituyente de 1916-1917, el estado de Querétaro insistió en sus pretensiones territoriales sobre los municipios limítrofes del Estado de México. Esta vez se trataba ya no sólo de Aculco, sino de todo el distrito de Jilotepec: los municipios de Jilotepec, Aculco, Acambay Polotitlán, Soyaniquilpan, Timilpan, Chapa de Mota y Villa del Carbón. Los argumentos de los diputados constituyentes queretanos sonaban sin embargo más egoístas que en 1856: se quejaban sobre todo de la poca extensión territorial de su estado y de la falta de tierras cultivables, mientras que a las entidades vecinas les sobraban territorio y recursos. La respuesta del Congreso fue otra vez negativa, pero, además, algunos diputados jacobinos aprovecharon para fustigar a los queretanos por su religiosidad. El diputado Marcelino Dávalos, por ejemplo, dijo en la tribuna que si el Estado de Querétaro tenía una corta área, él mismo tenía la culpa, pues "toda la tiene invertida en iglesias; que las derrumbe para sembrar”. Un colega suyo afirmó que los queretanos, en vez de dedicarse a la producción, se dedicaban a enriquecer a la Iglesia, y que la mayoría de los habitantes de la entidad “rezan en vez de trabajar y se sienten satisfechos en su pobreza”. Un diputado guanajuatense señaló que la propuesta de anexión le parecía una broma de Día de los Inocentes(6).

Y si en el ámbito civil Querétaro tuvo este interés tan serio por incorporar al municipio de Aculco a su territorio, en lo religioso no lo fue menos. Cuando en 1804 y 1805 el cabildo de Querétaro solicitó al rey de España la fundación de un obispado con sede en esa ciudad, incluyó en el territorio propuesto para esta nueva diócesis a la Villa de León, San Miguel El Grande (hoy de Allende), San Luis de la Paz, los minerales de Maconí y El Doctor, Cadereyta, San Juan del Río, Jerécuaro, Salvatierra, Celaya, la ciudad de Querétaro y, precisamente, Aculco, que entonces pertenecía al Arzobispado de México (7). La diócesis de Querétaro se erigiría sólo hasta 1863, pero sin Aculco. Aculco, por su parte, pasaría en 1950 al obispado (luego arzobispado) de Toluca y en 1984 al obispado de Atlacomulco.

En 1928 cesó el servicio del Ferrocarril Cazadero-Solís y se levantaron las vías. Aculco cayó entonces en gran aislamiento, pues la estación de tren más próxima, la de Dañú, Hidalgo, distaba 28 kilómetros del pueblo y las carreteras de la época eran terribles para el tránsito de automóviles. Este repentino aislamiento fue en cierta medida lo que empujó a los habitantes del municipio a volver la cara hacia el Estado de México, actitud que se reforzaría después de 1950, cuando la Carretera Panamericana lo enlazó de manera más eficiente con Toluca, la capital del estado.

Hoy en día, muchos aculquenses acuden cotidianamente a Amealco, a San Juan del Río o a la ciudad de Querétaro por razones de educación, trabajo o comercio. Sin embargo, las ligas de Aculco con el estado de México se han reforzado mucho a lo largo del tiempo, por lo que la vieja aspiración queretana de anexarse a nuestro municipio es ya únicamente una anécdota curiosa, que probablemente no encontraría eco en nuestros días.

 

NOTAS

(1) Fray Agustín de Vetancurt. Chronica de la provincia del Santo Evangelio de México, México, imprenta de doña María de Benavides, 1697, p. 87.

(2) Rodolfo Aguirre Salvador. Un clero en transición : población clerical, cambio parroquial y política eclesiástica en el arzobispado de México, 1700-1749, México, UNAM, 2013, p. 163.

(3) Rafael Ayala Echávarri. San Juan del Río, historia y geografía, San Juan del Río, Gobierno del Estado de Querétaro, 2006, p. 82.

(4) Una carta en la que el Ayuntamiento de Aculco protesta por esta segregación existe en el Archivo Histórico Municipal de Aculco.

(5) Francisco Zarco. Historia del Congreso extraordinario constituyente de 1856 y 1857, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, p. 725 y 726.

(6) Carolina Hernández Parra. Querétaro en el Congreso Constituyente 1916-1917, México, INEHRM, p. 98-102.

(7) José Félix Zavala, "Historia de la Iglesia en la actual Diócesis De Querétaro" en línea, fecha de consulta: 4 de mayo de 2023, disponible en https://eloficiodehistoriar.com.mx/2021/01/02/historia-de-la-iglesia-en-la-actual-diocesis-de-queretaro/