lunes, 23 de marzo de 2009
El reloj de sol de la parroquia
Aculco tiene la particularidad de resguardar, en tres de sus inmuebles históricos, sendos relojes solares de los siglos XVIII y XIX. Uno de ellos, el más elaborado, se encuentra en el Hotel de Diligencias de Arroyozarco (edificado entre 1786 y 1791, aunque el reloj parece ser de hacia 1850); otro, el más rústico, sobre la entrada al atrio de la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, y el tercero, del que hablaremos esta vez, en el claustro del antiguo convento franciscano de San Jerónimo Aculco.
Si resulta notable la existencia de tres relojes de sol en un pueblo pequeño como Aculco, lo es más quizá su calidad, pues sin duda el de la parroquia de Aculco se cuenta entre los más hermosos relojes de sol dieciochescos construidos en toda la Nueva España.
Técnicamente, es un reloj del tipo meridiano, vertical, y consta de tres partes principales:
-El cuadrante, bloque cuadrangular de piedra con una cavidad en forma de medio cono trunco (troncocónica). En su borde semicircular se grabaron las cifras romanas de las horas del día, con el XII al centro. Al fondo de la cavidad surge el gnomon o estilete, varilla que proyecta su sombra sobre el cuadrante para marcar las horas.
-El pedestal, bloque también cuadrangular con una guardamalleta labrada al frente, sobre la que se talló la fecha de construcción del instrumento: "30 de abril de 1789 años", meses antes de que estallara la Revolución Francesa.
-El remate, que toma una forma de cabecera semicircular que complementa el círculo descrito por la cavidad del cuadrante y brinda unidad al conjunto. Lleva por adornos los relieves de una cruz sobre su pedestal al centro, y a los lados los monogramas de María y Jesús.
Aunque para 1789 había sido fundada ya en la cuidad de México la Academia de San Carlos y en el cercano Arroyozarco se construía el nuevo Mesón por arquitectos miembros de esa academia, el reloj de sol de Aculco es todavía ajeno a la "nueva" modas artística neoclásica y se adscribe todavía al barroco, como bien muestra su guardamalleta.
El reloj de sol fue colocado en uno de los contrafuertes del templo parroquial, mirando hacia el sur, lo que permite el mayor número de horas de iluminación solar y puede ser visto desde el claustro (aunque se le ve también desde el exterior del antiguo convento, en espcial desde la Plaza Juárez). En el año de su construcción era cura de Aculco don Luis José Carrillo, que lo fue por muchos años al final del siglo XVIII, y de quien se decía que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" Seguramente el reloj formó parte de esas obras, que incluyeron también la actual campana mayor (de 1788).
Hoy, el interesante reloj de sol de la parroquia de Aculco está a punto de cumplir 220 años de existencia. Sirva este texto para que su "cumpleaños" no pase desapercibido.
Copia moderna del reloj de sol de la parroquia de Aculco, que se encuentra en la llamada Casa de Hidalgo. En lugar de la fecha del reloj original, lleva la de 11 de noviembre de 1810 en relación con la estancia de don Miguel Hidalgo y Costilla en ese inmueble, que sin embargo no ocurrió entonces, sino entre los días 5 y 7 de aquel mes y año.
ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: Arriba, el reloj de sol entre el almenado de la parroquia en 1838, antes de la construcción de la bóveda y la cúpula del templo. Abajo, una vista parecida del reloj de sol desde el atrio parroquial en 1974.
martes, 17 de marzo de 2009
El Jacal de Ñadó, hacia la ruina
A poco menos de dos kilómetros de la casa grande de la hacienda de Ñadó y a orillas de la Carretera Panamericana, se levanta una importante edificación conocida como el “Jacal de Ñadó” o "El Gavillero". Esta construcción, que fue utilizada como almacén del carbón producido en el cerro de Ñadó, se levantó entre los años de 1912 y 1915, según muestran los Libros Diarios de Contabilidad de la hacienda, que detallan hasta el número de piedras, ladrillos y tejas empleados en ella. Tan sólo en el año de 1914 se gastaron $5,144.90 pesos en este edificio.
Fachada del Jacal de Ñadó hacia el noroeste. Desde el exterior se puede advertir su disposición en tres naves, la central de mayor altura. Su limpia sillería de piedra blanca y el óculo que ilumina su interior subrayan su apariencia vagamente románica.
Fachada suroeste del Jacal de Ñadó. Nótense los grandes guardacantonces en el acceso del muro perimetral, el portal destechado, la portada tapiada y los grandes hoyos en su tejado.
En esencia se trata de una gran troje de rústicos sillares de piedra blanca que ocupa una superficie de 800m2 y que en el terreno adjunto (cercano a las dos hectáreas) incluía anexos tales como despacho, bodegas, era, corrales y hasta una pequeña plaza de toros con su palco, todo rodeado por una barda también de sillería. El cuerpo principal es una construcción de tres naves, sostenida por pilares. Dos sencillas portadas laterales se abren al exterior y una ventana circular remata la cabecera de la nave central, reforzada con un par de contrafuertes. Su techumbre de dos aguas es de teja, apoyada antiguamente en una estructura de antiguas viguetas de fierro sujetas con remaches y tornillos que soportaban morillos y cintas de madera. Los pisos son casi todos de ladrillo, pero en una parte se observan todavía grandes losas de piedra.
Interior del Jacal. Los grandes pilares de sillería de unos ocho metros de altura que dividen las naves se apoyan en basas de piedra maciza (al parecer, recinto). Obsérvese al fondo la portada con cerramiento curvo tapiada con sillares del propio edificio.
A consecuencia del fraccionamiento de la hacienda de Ñadó, el Jacal pasó a otras manos pero se mantuvo en mediano estado de conservación hasta hace unos veinte años. Pero ahora, en 2009, el Jacal prácticamente se está derrumbando por el abandono.
Otra vista del interior.
En una de sus pintarrajeadas bardas ha aparecido un letrero que indica que está en venta, ojalá que su nuevo propietario se decida a recuperar el edificio y no a derrumbarlo por viejo o a modificarlo sin atender a su valor histórico y arquitectónico, como ocurre en tantas ocasiones.
Vista satelital del Jacal de Ñadó. Esta imagen permite conocer la distribución de los principales anexos de la troje y apreciar el deterioro de sus cubiertas.
ACTUALIZACIÓN, 27 de febrero de 2012.
El jacal de Ñadó, ya completamente destejado y en venta. No resulta alentador que al anunciarlo se le califique como "ruinas": significa que ya llegó cerca de donde iba, como señalábamos hace tres años.
Fachada del Jacal de Ñadó hacia el noroeste. Desde el exterior se puede advertir su disposición en tres naves, la central de mayor altura. Su limpia sillería de piedra blanca y el óculo que ilumina su interior subrayan su apariencia vagamente románica.
Fachada suroeste del Jacal de Ñadó. Nótense los grandes guardacantonces en el acceso del muro perimetral, el portal destechado, la portada tapiada y los grandes hoyos en su tejado.
En esencia se trata de una gran troje de rústicos sillares de piedra blanca que ocupa una superficie de 800m2 y que en el terreno adjunto (cercano a las dos hectáreas) incluía anexos tales como despacho, bodegas, era, corrales y hasta una pequeña plaza de toros con su palco, todo rodeado por una barda también de sillería. El cuerpo principal es una construcción de tres naves, sostenida por pilares. Dos sencillas portadas laterales se abren al exterior y una ventana circular remata la cabecera de la nave central, reforzada con un par de contrafuertes. Su techumbre de dos aguas es de teja, apoyada antiguamente en una estructura de antiguas viguetas de fierro sujetas con remaches y tornillos que soportaban morillos y cintas de madera. Los pisos son casi todos de ladrillo, pero en una parte se observan todavía grandes losas de piedra.
Interior del Jacal. Los grandes pilares de sillería de unos ocho metros de altura que dividen las naves se apoyan en basas de piedra maciza (al parecer, recinto). Obsérvese al fondo la portada con cerramiento curvo tapiada con sillares del propio edificio.
A consecuencia del fraccionamiento de la hacienda de Ñadó, el Jacal pasó a otras manos pero se mantuvo en mediano estado de conservación hasta hace unos veinte años. Pero ahora, en 2009, el Jacal prácticamente se está derrumbando por el abandono.
Otra vista del interior.
En una de sus pintarrajeadas bardas ha aparecido un letrero que indica que está en venta, ojalá que su nuevo propietario se decida a recuperar el edificio y no a derrumbarlo por viejo o a modificarlo sin atender a su valor histórico y arquitectónico, como ocurre en tantas ocasiones.
Vista satelital del Jacal de Ñadó. Esta imagen permite conocer la distribución de los principales anexos de la troje y apreciar el deterioro de sus cubiertas.
ACTUALIZACIÓN, 27 de febrero de 2012.
El jacal de Ñadó, ya completamente destejado y en venta. No resulta alentador que al anunciarlo se le califique como "ruinas": significa que ya llegó cerca de donde iba, como señalábamos hace tres años.
ACTUALIZACIÓN, 28 de diciembre de 2013.
Este es el aspecto actual del Jacal de Ñadó, destechado para vender la teja y con los muros de sillería que lo rodeaban dilapidados para venderse también como piedra de construcción. Así es como conserva este pueblo "sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO" sus construcciones históricas.
jueves, 12 de marzo de 2009
La cruz atrial de Santa María Nativitas
Por todo el territorio que antiguamente comprendía la Provincia de Jilotepec -repartida hoy entre los estdos de México, Hidalgo y Querétaro- subsisten innumerables y notables cruces atriales, la mayor parte de ellas poco estudiadas. Ciertamente, las que corresponden a los conventos de las capitales históricas de la Provincia, Jilotepec y Huichapan, son las que han recibido mayor atención de los especialistas y no podría ser de otra forma ya que se cuentan entre las más notables elaboradas en México en el siglo XVI. En este sitio puede leerse un interesante texto que se refiere a la cruz atrial de Huichapan, escrito por Marcela Zapiain.
Sin embargo, al lado de esas obras de primer nivel, existen otras ubicadas en los conventos de segunda categoría, en capillas de los pueblos de indios, en oratorios de ranchos y haciendas, etcétera. Normalmente, sus dimensiones son mucho menores que las de los grandes conventos, la calidad de su escultura denota al aprendiz o al oficial, casi nunca al maestro cantero, su carácter es más popular y sus influencias o relaciones estilísticas más difíciles de hallar. Y no por ello son menos maravillosas.
En el municipio de Aculco existen por lo menos nueve cruces atriales que guardan interés histórico y artístico. De dos de ellas hemos hablado ya en este mismo blog: la cruz atrial de la capilla de Nenthé (posiblemente del siglo XVI y labrada con los símbolos de la pasión), y la que quizá fue cruz atrial en el siglo XVIII en la iglesia de San Jerónimo, ahora empotrada en la torre de ese mismo templo. Hablaremos esta vez de la cruz de la capilla del pueblo de Santa María Nativitas.
Santa María Nativitas, llamado hasta el siglo XVIII en otomí Santa María Ximiní, se localiza a poco más de tres kilómetros hacia el oriente de la cabecera municipal, sobre la carretera que lleva a la Autopista México-Querétaro. Curiosamente, se le consideraba antiguamente barrio de Aculco, y no pueblo como ahora. A Santa María Nativitas se le relaciona frecuentemente con las leyendas de la fundación de Aculco, de las que habremos de hablar algún día, pues se supone que originalmente este pueblo iba a ser establecido ahí. Pero al percatarse de la existencia de los manantiales del Ojo de Agua, los fundadores decidieron trasladarse a aquel punto.
Capilla del pueblo de Santa María Nativitas. Sus volúmenes son muy semejantes a los de la parroquia de Aculco, no así su decoración que muestra una última renovación neoclásica de mediados del siglo XIX.
Menos legendario es otro episodio de su historia ocurrido en 1877, cuando en el contexto de la agitación indígena en todo el Distrito de Jioltepec por la reivindicación de las tierras comunales (privatizadas en 1856) y bajo la influencia socialista de organizaciones como la Sociedad de los Pueblos Unidos y el Congreso Indígena, fue sorprendida una reunión de indígenas en la sacristía de la capilla de Santa María Nativitas. Tanto miedo causó, que el Ayuntamiento de Aculco llamó enseguida a los vecinos a la "defensa de la población en la sublevación que infundadamente están proyectando los indígenas".
Lamentablemente, como tantos otros sitios históricos de Aculco, esa sacristía ya no existe: fue demolida hará unos 15 ó 20 años para levantar en su lugar una vulgar casucha de tabicón y concreto, que contrasta desfavorablemente con la capilla que afortunadamente se conserva en buen estado. Pero pasemos a hablar de la cruz atrial.
Cruz atrial de Santa María Nativitas, caras sur y oriente.
La cara poniente de la misma cruz atrial.
En realidad, la cruz es lo menos notable de este pequeño conjunto: lo verdaderamente intersante es su pedestal. Éste se desplanta sobre tres gradas de mampostería y ladrillo; lo forman tres cortas columnas casi en forma de cono trunco, con basa de recuerdo toscano y sin capitel, sobre lo que se apoya lo que podríamos llamar arquitrabe. Encima, a manera de friso y mirando hacia los cuatro vientos se desarrolla una curiosa composición escultórica, formada por cuatro atlantitos desnudos, patilludos, que en cuclillas y ubicados en los ángulos simulan sostener la parte superior de la obra. Precisamente los pequeños atlantes son una de las características que compartían muchas obras escultóricas en piedra, desde el siglo XVI al XVIII, en la Provincia de Jilotepec. Se les encuentra, por ejemplo, en la base de la cruz atrial de Huichapan, en la portada de la capilla de San Ildefonso Tultepec (Amealco, Qro.), en la parte baja de los machones de la fachada de la parroquia de Aculco, por mencionar sólo los que en este momento se nos vienen a la mente.
Detalle del "friso" con los atlantitos y las columnillas con capiteles corintios.
Entre estos atlantitos, en las caras oriente, norte y sur del pedestal, se encuentran unas columnitas con capiteles corintios muy rústicos. Sin embargo, la cara poniente muestra un raro relieve en que la Verónica -con gesto compungido y un extraño tocado en la cabeza- muestra del Divino Rostro de Cristo con corona de espinas y tres potencias.
Detalle del relieve de la Verónica.
Sobre el friso que hemos descrito, se halla una losa parecida a la que hemos llamado arquitrabe, sin mayor molduración. En ella, desarrollada a lo largo de sus cuatro caras verticales, se halla una inscripción que fecha todo este interesante monumento: "en 28 del mes de noviembre de 1678". Sobre esta losa se levanta la cruz, muy sencilla y que resulta poca cosa en realidad comparada con el pedestal. Es más, parece no ser la original pues su material y la precisión de su corte son muy distintos, y quizá data de tiempos muy recientes.
Como sea, con o sin cruz original, este pedestal es úno de los monumentos históricos más importantes de Aculco y uno de los mejores exponentes (el más temprano, quizá) del "barroco tequitqui" que caracteriza a su arquitectura religiosa del período virreinal.
Inscripción con la fecha de construcción de la cruz.
ACTUALIZACIÓN:
Hace unos meses, esta notable cruz fue "restaurada", operación que consistió en realidad en pulir la piedra y recubrir sus escalones con cemento. Aunque bien intencionada, esta intervención denota una preocupante falta de conocimiento del cuidado que se debe tener con este tipo de monumentos, ya que la abrasión de la piedra significa un indeseable desgaste y más bien debe efectuarse su limpieza con métodos como el uso de cepillo y jabón. De igual manera, el retiro de los ladrillos de su escalinata resta un rasgo de autenticidad a la cruz.
La cruz, "restaurada".
Sin embargo, al lado de esas obras de primer nivel, existen otras ubicadas en los conventos de segunda categoría, en capillas de los pueblos de indios, en oratorios de ranchos y haciendas, etcétera. Normalmente, sus dimensiones son mucho menores que las de los grandes conventos, la calidad de su escultura denota al aprendiz o al oficial, casi nunca al maestro cantero, su carácter es más popular y sus influencias o relaciones estilísticas más difíciles de hallar. Y no por ello son menos maravillosas.
En el municipio de Aculco existen por lo menos nueve cruces atriales que guardan interés histórico y artístico. De dos de ellas hemos hablado ya en este mismo blog: la cruz atrial de la capilla de Nenthé (posiblemente del siglo XVI y labrada con los símbolos de la pasión), y la que quizá fue cruz atrial en el siglo XVIII en la iglesia de San Jerónimo, ahora empotrada en la torre de ese mismo templo. Hablaremos esta vez de la cruz de la capilla del pueblo de Santa María Nativitas.
Santa María Nativitas, llamado hasta el siglo XVIII en otomí Santa María Ximiní, se localiza a poco más de tres kilómetros hacia el oriente de la cabecera municipal, sobre la carretera que lleva a la Autopista México-Querétaro. Curiosamente, se le consideraba antiguamente barrio de Aculco, y no pueblo como ahora. A Santa María Nativitas se le relaciona frecuentemente con las leyendas de la fundación de Aculco, de las que habremos de hablar algún día, pues se supone que originalmente este pueblo iba a ser establecido ahí. Pero al percatarse de la existencia de los manantiales del Ojo de Agua, los fundadores decidieron trasladarse a aquel punto.
Capilla del pueblo de Santa María Nativitas. Sus volúmenes son muy semejantes a los de la parroquia de Aculco, no así su decoración que muestra una última renovación neoclásica de mediados del siglo XIX.
Menos legendario es otro episodio de su historia ocurrido en 1877, cuando en el contexto de la agitación indígena en todo el Distrito de Jioltepec por la reivindicación de las tierras comunales (privatizadas en 1856) y bajo la influencia socialista de organizaciones como la Sociedad de los Pueblos Unidos y el Congreso Indígena, fue sorprendida una reunión de indígenas en la sacristía de la capilla de Santa María Nativitas. Tanto miedo causó, que el Ayuntamiento de Aculco llamó enseguida a los vecinos a la "defensa de la población en la sublevación que infundadamente están proyectando los indígenas".
Lamentablemente, como tantos otros sitios históricos de Aculco, esa sacristía ya no existe: fue demolida hará unos 15 ó 20 años para levantar en su lugar una vulgar casucha de tabicón y concreto, que contrasta desfavorablemente con la capilla que afortunadamente se conserva en buen estado. Pero pasemos a hablar de la cruz atrial.
Cruz atrial de Santa María Nativitas, caras sur y oriente.
La cara poniente de la misma cruz atrial.
En realidad, la cruz es lo menos notable de este pequeño conjunto: lo verdaderamente intersante es su pedestal. Éste se desplanta sobre tres gradas de mampostería y ladrillo; lo forman tres cortas columnas casi en forma de cono trunco, con basa de recuerdo toscano y sin capitel, sobre lo que se apoya lo que podríamos llamar arquitrabe. Encima, a manera de friso y mirando hacia los cuatro vientos se desarrolla una curiosa composición escultórica, formada por cuatro atlantitos desnudos, patilludos, que en cuclillas y ubicados en los ángulos simulan sostener la parte superior de la obra. Precisamente los pequeños atlantes son una de las características que compartían muchas obras escultóricas en piedra, desde el siglo XVI al XVIII, en la Provincia de Jilotepec. Se les encuentra, por ejemplo, en la base de la cruz atrial de Huichapan, en la portada de la capilla de San Ildefonso Tultepec (Amealco, Qro.), en la parte baja de los machones de la fachada de la parroquia de Aculco, por mencionar sólo los que en este momento se nos vienen a la mente.
Detalle del "friso" con los atlantitos y las columnillas con capiteles corintios.
Entre estos atlantitos, en las caras oriente, norte y sur del pedestal, se encuentran unas columnitas con capiteles corintios muy rústicos. Sin embargo, la cara poniente muestra un raro relieve en que la Verónica -con gesto compungido y un extraño tocado en la cabeza- muestra del Divino Rostro de Cristo con corona de espinas y tres potencias.
Detalle del relieve de la Verónica.
Sobre el friso que hemos descrito, se halla una losa parecida a la que hemos llamado arquitrabe, sin mayor molduración. En ella, desarrollada a lo largo de sus cuatro caras verticales, se halla una inscripción que fecha todo este interesante monumento: "en 28 del mes de noviembre de 1678". Sobre esta losa se levanta la cruz, muy sencilla y que resulta poca cosa en realidad comparada con el pedestal. Es más, parece no ser la original pues su material y la precisión de su corte son muy distintos, y quizá data de tiempos muy recientes.
Como sea, con o sin cruz original, este pedestal es úno de los monumentos históricos más importantes de Aculco y uno de los mejores exponentes (el más temprano, quizá) del "barroco tequitqui" que caracteriza a su arquitectura religiosa del período virreinal.
Inscripción con la fecha de construcción de la cruz.
ACTUALIZACIÓN:
Hace unos meses, esta notable cruz fue "restaurada", operación que consistió en realidad en pulir la piedra y recubrir sus escalones con cemento. Aunque bien intencionada, esta intervención denota una preocupante falta de conocimiento del cuidado que se debe tener con este tipo de monumentos, ya que la abrasión de la piedra significa un indeseable desgaste y más bien debe efectuarse su limpieza con métodos como el uso de cepillo y jabón. De igual manera, el retiro de los ladrillos de su escalinata resta un rasgo de autenticidad a la cruz.
La cruz, "restaurada".
viernes, 6 de marzo de 2009
Las capillas posas de Aculco
De Wikipedia:
Capilla posa
Se le denomina capilla posa a la solución arquitectónica empleada en los conjuntos-monasterio de la Nueva España en el siglo XVI consistente en cuatro edificios cuadrangulares abovedados ubicados en los extremos del atrio al exterior de los mismos. Al igual que la capilla abierta, es una solución única y una aportación del arte novohispano al arte universal dada su originalidad y los recursos plásticos y estilísticos empleados en su ornamentación. Como ejemplos paradigmaticos se conservan las de Huejotzingo y Calpan en Puebla, México, que cuentan con un programa ornamental hecho con técnica tequitqui y basada en cánones estéticos medievales y renacentistas.
Existen varias teorías acerca de su función. Se ha propuesto que, siguiendo el camino procesional, las capillas posas servían para posar o descansar el Santísimo Sacramento cuando este era sacado en procesión por el atrio; el investigador Carlos Chanfón ha sugerido una función didáctica para alojar grupos de educandos que eran catequizados ya que una función del atrio en estos conjuntos era la enseñanza no solo de la religión sino de las normas y oficios de la vida occidental. También se ha propuesto su uso y relación con los cuatro barrios que se acostumbraba asentar en los pueblos y ciudades siguiendo la traza española típica y del que cada uno de ellos estaba encargado en su limpieza y manutención. Según Antonio Rubial pudieron servir como túmulos de gobernantes indígenas. y Margarita Martinez del Sobral ha propuesto su uso como ermitas para el aislamiento temporal de los frailes.
Su origen igualmente se ha propuesto de formas diversas. Carlos Chanfón ha propuesto su inspiración en los templos y ermitas primitivos.
A esta definición, tan clara y completa poco habría que agregar, sobre todo tratándose de un blog, excepto que su construcción no se limitó al siglo XVI (aunque de esa centuria datan las más importantes desde el punto de vista histórico y artístico), sino que llegó hasta el siglo XVIII con ejemplos tan notables como los de las misiones de la Sierra Gorda de Querétaro.
En el caso del convento franciscano de Aculco, que pese a haber sido una fundación de segundo nivel pareceh haber contado con todas las dependencias usuales en los monasterios mexicanos del siglo XVI, no podían faltas estas "capillas posas" o "capillas procesionales". Según la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo, la estructura de las posas de Aculco procedería de aquella centuria, aún cuando su decoración sólo sería ejecutada posteriormente. No sabemos si la primera parte de esa suposición es correcta, pero sí consta en documentos del archivo parroquial que las "ermitas" (como se les llamaba entonces y se les siguió llamando hasta nuestros días) fueron construidas o reconstruidas entre el 15 de febrero de 1707 y el 18 de abril de 1708, siendo fiscal (es decir, administrador de los fondos) el indígena otomí don Nicolás de los Ángeles.
Para entonces ya se había concluido la fachada principal del actual templo parroquial (terminada en 1701), y parece ser que los canteros que ejecutaron las capillas posas intentaron reproducir en ellas el barroco popular (yo prefiero llamarlo barroco tequitqui) que ostenta aquella. Sin embargo, dotados aparentemente con menores recursos técnicos y económicos, el resultado fue de una rusticidad que hoy nos parece encantadora.
De las cuatro capillas originales que debieron existir, una por cada ángulo del atrio, sobreviven tres, mientras que la cuarta es una bien realizada reconstrucción de la década de 1950. Todas ellas comparten rasgos como su estructura, formada por tres gruesos muros de piedra cubiertos por una bóveda de cañón, un arco de ingreso de cantera que coincide con el arco de la bóveda, una imposta que se prolonga hacia el interior de la capilla y un par de cortas columnas también de cantera que sostienen el arco. Al fondo, todas tienen un altar de mampostería. Las remataban antiguamente bendas cruces de piedra, de las que en 1954 quedaba solamente el pedestal y el mástil de una de ellas.
A pesar de sus semejanzas de composición y de estructura, en realidad cada una de estas capillas posas es distinta en su ornamentación. Los fustes de sus columnas, aunque de recuerdo salomónico, muestran superficies alternativamente cubiertas de relieves vegetales o de escamas. Los capiteles son distintos unos de otros, como sucedía en las arquitectura visigótica y románica. Precisamente con los estilos más primitivos del medioevo europeo podemos encontrar evidentes semejanzas con los relieves de estas capillas, pero no se trata de una relación directa, sino de una similitud de circunstancias: el bárbaro de la alta edad media que intentaba imitar la arquitectura romana obtuvo un resultado parecido al del indígena otomí que trataba de copiar los modelos renacentistas y barrocos españoles. Este fenómeno ha sido estudiado sobre todo en relación con la arquitectura mexicana del siglo XVI, denominada "tequitqui", pero estas capillas muestran que existió también un "tequitqui barroco" por lo menos hasta principios del siglo XVIII.
Capilla posa suroeste, hacia 1954. Era la única que conservaba restos de la cruz que las coronaba a todas antiguamente. Nótense también los restos de policromía en la bóveda y el guardapolvo.
La capilla en su estado actual. Todas ellas fueron cerradas con rejas en la década de 1980, debido a que eran usadas con frecuencia como excusados. A través de una puertecilla bajo el arquitrabe de esta capilla, se tiene acceso a la escalera de la torre del reloj municipal
Capilla posa noroeste como estaba a principios de la década de 1960. Nótense los restos de encalado en la piedra y, al fondo, los arcos invertidos del muro del atrio, medio cegados por el edificio del portal de las carnicerías, construido a principios del siglo XX.
Capilla posa noroeste en su estado actual. Obsérvese que los arcos invertidos del muro del atrio fueron cercenados en la remodelación de 1974. Nótense también las piedras con relieves en forma de óvalo, procedentes de sepulcros desaparecidos que estaban en el atrio, colocadas como remate de los elementos en forma de S.
La capilla posa noroeste es quizá la más bella y mejor labrada. Sus capiteles difieren del resto de las capillas, pues muestran róleos al lado de palmas o acantos semejantes a los de las otras. Ésta es la única que muestra huellas de haber tenido una puerta, pues sus columnas presentan una acanaladura presuntamente realizada con ese fin.
No sabemos si quedaría algún resto de la capilla posa sureste original, pero en la década de 1950 los padres agustinos, entonces a cargo de la parroquia, decidieron completar el conjunto de capillas posas con la construcción de la faltante. Como se puede ver, al mismo tiempo que buscó asemejarse en estructura, dimensiones, etc., sus relieves y la estereotomía de sus canteras son de mayor precisión, lo que permite distinguirla de las antiguas.
Capitel de la capilla posa noreste. Aislado del resto de la edificación, podría ser confundido con un capitel visigodo, como el que se muestra abajo.
Capitel visigodo de Recópolis.
Capitel de la capilla posa suroeste. Su ornamentación y sus proporciones la asemejan también a los capiteles visigodos.
Capitel de la capilla posa noroeste.
Capitel visigodo de Segóbriga.
jueves, 5 de marzo de 2009
Una inscripción perdida
De no haber sido por la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo, quien hacia 1954 copió la inscripción que se encontraba en una lápida junto a la entrada poniente del atrio de la parriquia de Aculco, nada sabríamos de ella. Ya no digamos de lo que en ella decía, ni siquiera de la existencia de dicha inscripción.
Por fortuna, Vargas Lugo incluyó el contenido de esa inscripción, junto con una fotografía de la piedra, en su ensayo
"La Vicaría de Aculco", publicado en el número 22 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Según la autora:
"Sobre la barda del atrio, en la parte exterior que mira a la plaza, hay una inscripción incompleta que dice lo siguiente:
"'...en ocho días del mes de marzo de mil setecientos sesenta y seis años siendo guardían (de esta casa) fray Joan D. Vázquez se hizo (ver)dadera dedicación de esta Santa Iglesia en presencia de fr. Francisco... Administrador general della."
"Esta inscripción, hecha siete años después de la secularización (1759), sin duda fue grabada para conmemorar y constar el cambio de dueños por el que pasó la vicaría (es decir, de la orden regular de los franciscanos a los sacerdotes del clero secular)."
Nosotros no creemos que, como escribió la historiadora, la lápida se encontrara incompleta. Y, en nuestra opinión, Elisa Vargas Lugo leyó mal la fecha, pues la despostillada palbara "setecientos" parece más bien haber dicho "seiscientos", lo que eliminaría su supuesta relación con la secularización de la parroquia y se situaría cercana más bien a la época de construcción de la mayor parte del conjunto conventual de Aculco, llevada a cabo entre 1685 y 1708. De hecho, la barda de la huerta del convento, que da hacia la calle de Matamoros y que limitaba al recinto en su extremo opuesto al de la barda en que se encontraba la inscripción, tiene labrado el año de 1699 en una lápida semejante a ésta.
Pero ese no habría sido su único error. Al examinar la fotografía, y tomando en cuenta que muchas de sus partes son definitivamente ilegiles, pensamos que la inscripción más bien dice:
"'...en ocho días del de marzo de … seiscientos y sesenta y seis aos siendo guar.dn de … fr. Joan de Vázquez se hizo … pader al cementerio desta S. Iglesia en presencia de fr. Francisco..."
Nos parece más sensata y sencilla esta interpretación, que hablaría sólo de la conclusión de la "pader" (sic pro pared) del atrio o cementerio de la Iglesia. Pero esto es ya imposible de averiguar cabalmente pues la lápida fue retirada de su ubicación y desapareció en 1974, cuando algún genial arquitecto del Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos decidió ampliar el acceso poniente al atrio de la parroquia. Esta acción rompió la unidad que presentaban hasta entonces las tres entradas del atrio -angostas, con sencillas jambas labradas, coronadas con pebeteros neoclásicos-, hizo desaparecer la escalinata original, de piedra muy bien labrada, destruyó varios enterramientos antiguos (entre ellos, el de la "muerta destapada" que sólo los muy viejos recuerdan ya) y, por supuesto, borró la inscripción a la que hemos dedicado este texto.
La entrada poniente del atrio hacia la Plaza de la Constitución ofrecía un aspecto muy semejante a éste (que corresponde a la entrada norte) hasta el año de 1974, cuando fue destruida. Junto a aquella entrada se encontraba la lápida desaparecida.
En esta fotografía se observan los restos del machón original de la entrada poniente del atrio, con la casa del Portal de la Primavera adosada a él. Esta casa, del siglo XIX, originalmente no contaba con la segunda planta, por lo que dejaba visibles los arcos invertidos de la barda atrial (ahora perdidos) y el remate neoclásico que adornó ese machón.
Este es el aspecto que muestra actualmente la entrada poniente del atrio. Por darle mayor vista a la fachada de la parroquia desde la plaza, el acceso ha perdido todo su interés artísticio, histórico y epigráfico.
martes, 3 de marzo de 2009
La casa del padre José Canal
En el número 1 de la calle que lleva precisamente el nombre de José Canal desde 1912, en la esquina que forma con la de Matamoros, existe una de las más bellas, pero sobre todo más originales casas aculquenses. Según el dintel de una de sus ventanas data de 1899, aunque esta fecha podría referirse sólo a las modificaciones que le dieron su aspecto actual, ya que en muchas de sus partes parece remontarse, por lo menos, un siglo más atrás.
Ventana fechada en 1899
La casa pertenció desde fines del siglo XIX al padre José Canal, sacerdote de origen catalán que llegó al pueblo para hacerse cargo de la parroquia en 1886. Bien parecido, joven y rico de origen (pues su familia poseía viñedos en Cataluña), pocos creyeron que permanecería largo tiempo en un pueblo de la categoría de Aculco. Sin embargo, se quedó en él hasta su muerte ocurrida en 1906.
Don José Canal pasó a la historia aculquense por la caridad que mostró hacia viudas, huérfanos y las familias más pobres de su parroquia. Cuentan que llenaba canastos con comida y los enviaba a quienes carecían de ella sin más indicación que un simple "dile que Canal lo manda". Incluso arregló varias pequeñas casas del pueblo para que pudieran vivir en ellas las familias necesitadas. Pese a que era un amante de la cacería (en la que disparaba a las aves al vuelo y a los cuadrúpedos a la carrera, pues decía que Dios les había dado alas y patas como única protección que había que respetar), su caridad se extendía hacia los animales domésticos, que no soportaba ver maltratados.
Una vieja fotografía del padre José Canal, párroco de Aculco de 1886 a 1906.
Cuando falleció, el padre Canal legó sus posesiones, entre las que se contaban esta casa (que llevaba etonces el nombre de Casa de la Cruz), su rancho de Casellas (llamado así en honor de su pueblo, Les Caselles, en Gerona), una casa aledaña a la del Puente, así como otras propiedades a la beneficencia pública. La mala administración acabó con ellas, pero afortunadamente no con su recuerdo.
Primer sepulcro del padre Canal, en el Panteón Municipal. Sus restos se encuentran actualmente en la parroquia.
El rancho de Casellas pasó a manos de don Federico Castillo. La casa habitación de Canal -que es precisamente a la que nos referimos- fue vendida a la familia Mendoza, en cuyas manos se conservó hasta tiempos muy recientes, en que fue vendidad a don Pedro Rodríguez. Él, a principios de los años 90, la restaró con amor y cuidado, hasta el punto de traer con muchas dificultades y gastos decenas de vigas procedentes de Durango para reemplazar las ya muy dañadas de sus techumbres. De esta manera, es hoy una de las casas más esmeradamente cuidadas y respetuosas de su legado histórico en Aculco.
La casa del padre Canal, como todas las de Aculco, se desarrolla alrededor de un patio rodeado por corredores con pilares de mampostería y cubiertas de teja de barro. Originalmente sólo tenía el habitual par de corredores formando una escuadra, pero en la última intervención se le dotó de otros dos semejantes a los originales para cerrar completamente el cuadro. Bajo este patio, y con acceso a través de una trampilla de madera en una de las habitaciones, existe un interesante subterráneo con aspecto de cava, cubierto por bóvedas. Bien pudo ser ese el uso al que lo destinaba Canal, ya que su familia producía vinos en Europa e incluso él había plantado una parra en el patio de esta casa, pero las leyendas aseguraban que era sólo la entrada a un largo túnel que comunicaba con el rancho de Casellas, demasiado distante en realidad para que esto pueda ser cierto.
Debido al declive, las habitaciones estaban construidas sobre un terraplén que las ubicaba a un nivel superior al de la calle. Contaba con una sola planta, pero sobre las habitaciones existían trojes a las que daban directamente los techos de teja, y que quedaban separadas de aquellas por entrepisos de vigas y tablones. En la última remodelación, estos entrepisos se dejaron como tapancos a los que se accede por medio de escaleras desde cada habitación.
Vista general de la casa del padre Canal. Nótense las ventanillas de las trojes que se ubicaban encima de las habitaciones.
Al fondo de la casa y con entrada independiente para carros por la calle de Matamoros, estaban los corrales, bodegas y gallineros con los que solía contar toda casa aculquense. Pero lo más interesante de esta casa es su fachada principal, sobrela calle de José Canal. Hacia ella se abre un par de balcones enrejados de piedra blanca de Aculco (que corresponden a la sala) y una ventanita menor, sin marco, en la pequeña habitación esquinera que actualmente está destinada a capilla particular. El acceso principal, en el extremo derecho de la casa, tiene un hermoso marco de cantera al parecer del siglo XVIII y lleva encima una cruz que posiblemente es la que dio su nombre antiguo a la casa. A ella se accede por una pequeña escalinata que le presta especial encanto. La puerta casetonada que la cierra es parte de la restauración reciente.
Acceso principal a la casa.
Puerta de entrada al antiguo corral, sobre la calle de Matamoros.
Entre estos vanos, se levantan los siete contrafuertes ornamentales coronados por un remate mixtilíneo, que constituyen el elemento más interesante de esta fachada y que se encuentran también en la fachada secundaria. Aún cuando están construidos en la típica piedra blanca de Aculco, cosa que les permite integrarse perfectamente al entorno urbano, son en realidad únicos en el pueblo y cabe preguntarse si al edificarlos el padre José Canal tendría en mente alguna construcción de su lejana patria.
Placa que conmemora la imposición del nombre José Canal a la calle que hasat entonces se llamó Porfirio Díaz.
Vista de la calle José Canal hacia el poniente. En su trazo original, abarca sólo una cuadra entre la calle de Matamoros y la calle Juárez.
La calle José Canal se prolonga, hacia el oriente, a terrenos que hasta mediados del siglo XX eran solamente milpas y en los que ahora se encuentra el Hospital Concepción Martínez.
lunes, 2 de marzo de 2009
La casa de don Juan Lara Alva
Fachada principal de la Casa de don Juan Lara Alva, hacia la calle Juárez.
En el número 2 de la calle Juárez (hasta 1892 Calle del Águila), haciendo esquina con la del padre José Canal (que llevó el nombre de Porfirio Díaz hasta 1912), se encuentra una casa que seguramente es la más hermosa de Aculco. No fue así siempre; quizá fuera en su momento la tercera o cuarta casa de mayor interés histórico y artístico en el pueblo, pero la destrucción o mutilación de las que ocupaban los primeros lugares (la Casa de Ñadó, la Casa de los Terreros, la Casa de don Abraham Ruiz) la han ubicado en ese sitio.
ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: La casa de don Juan Lara Alva como estaba en 1909. Obsérvese el único balcón original y los avances de una segunda planta que nunca se concluyó.
La casa después de la Remodelación de Aculco efectuada en 1974.
Tradicionalmente, la casa de don Juan Lara Alva se ha fechado en 1656, debido a que un dintel lleva la inscripción "13 de febrero de 1656 Año del Señor" (desatando las abreviaturas). Este dintel se encontraba originalmente en las cocinas de la casa, no en su emplazamiento actual.
Como todas las casas aculquenses, la de don Juan Lara Alva se desarrolla con crujías alrededor de un patio ajardinado. Alrededor de él, se levantaron los corredores en forma de L con pilares de cantera y arcos de mampostería, de una sola planta. En la crujía principal, con fachada hacia la calle Juárez, se encontraban, de sur a norte, una habitación que se introducía en el predio contiguo, el cubo del zaguán, la sala y la habitación esquinera que en algún momento sirvió como bodega y tienda. En la segunda crujía, sobre la calle de José Canal, se encontraban, de poniente a oriente, una sucesión de cuatro habitaciones, de las que la tercera era utilizada como comedor.
Vista antigua de la casa desde la plaza Juárez. Se observa la entrada a la habitación esquinera y el nicho vacío de la esquina.
El costado oriente del patio estaba limitado por un cuerpo de construcción que constaba de dos plantas de poca altura. En la parte inferior se encontraban las cocinas y el pasadizo que llevaba a los corrales. La planta alta la ocupaba una vasta troje con techo plano de viguería y terrado, como el resto de la casa. En su costado sur, cerraba el patio un alto muro divisorio con la casa vecina, que correspondía a una enorme troje.
Vista antigua, desde el campanario de la parroquia, de la casa de don Juan Lara Alva y la casa de Juárez no. 4, antes de que fueran unidas.
A fines de los años de 1960 y principios de los 1970, el Dr. Juan Lara Mondragón adquirió esa misma casa vecina, que había sido propiedad de don José María Basurto, y unió los dos predios de Juárez números 2 y 4. Aprovechando la circunstancia de que en aquel tiempo la hermosa Casa de Ñadó estaba siendo demolida, el Dr. Lara adquirió buena parte de sus piedras para ensamblarlas de nuevo en su propiedad. Así, decidió demoler el cuerpo de construcción en que se hallaban las cocinas de la casa para extender los corredores sobre el área que ocupaban éstas. De la misma manera, demolió la troje que dividía ambas casas para hacer más extenso el patio y extendió el corredor principal hacia el inmueble vecino. En estas obras empleó los antiguos pilares de la Casa de Ñadó.
Corredores antiguos de la casa.
Los primeros tres arcos corresponden a los corredores originales de la casa. El resto, a la ampliación de éstos hacia la casa de Juárez no. 4, en la que se aprovecharon los pilares antiguos de la Casa de Ñadó.
Patio de la casa, como estaba en la década de 1930.
En sus fachadas la casa de don Juan Lara Alva también fue modificada: los balcones hacia la calle Juárez fueron unificados de acuerdo con las características que mostraba el balcón de la sala. La portada principal fue ampliada y su rústico portón de principios del siglo XX fue trasladado a otra casa de la familia, la de los Lara Mondragón, donde subsiste. En su lugar se colocó un gran portón casetonado de cedro, más reciente, que perteneció también a la Casa de Ñadó. En la fachada de la calle José Canal se abrieron varias ventanas que ya existían, pero que se encontraban tapiadas y se abrió un nuevo acceso en cuyas jambas y dintel se utilizaron piedras provenientes de la Casa de Ñadó. En él se colocó un hermoso y antiguo portón casetonado, del siglo XVIII, que perteneció también a esa casa.
ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: Fachada de la casa de don Juan Lara Alva, según un dibujo de 1838.
Así se veía la fachada principal de la casa en los años 60, poco antes de que fuera modificada.
Aspecto actual de la fachada. Compáraese con la fotografía anterior y obsérvese que las dimensiones del acceso principal han sido alteradas, y se han agregado balcones siguiendo el modelo del balcón central original.
Este acceso por la calle José Canal fue incorporado utilizando el hermoso portón del siglo XVIII proveniente de la Casa de Ñadó, así como las jambas y el dintel que lo rodeaban originalmente. La clave barroca, sin embargo, procede de la casa de Juárez no. 4.
Con esta obra la casa de don Juan Lara Alva perdió parte de su valor histórico, aunque ganó en estética y contribuyó a preservar los restos de una casa desaparecida de gran valor arquitectónico. Pero lamentablemente no se dio total conclusión a estas adecuaciones: las habitaciones que debieron construirse en los antiguos corrales nunca fueron edificadas, el jardín de la casa de Juárez 4 quedó convertido en un inculto jardín sobre los escombros de la troje divisoria demolida y el corredor oriente nunca fue adornado con la cornisa recuperada de la Casa de Ñadó que ostenta el resto.
Últimamente, se contruyeron unas habitaciones en la azotea, sobre la calle José Canal. Aún cuando en los dos vanos que se abrieron hacia la calle fueron colocadas sendas rejas del siglo XIX, las proporciones y los materiales con los que se construyeron estos cuartos son sobradamente inapropiados, por lo que aparecen como un pegoste lamentable para tan bella casa. Aún así y sobre todo en su parte más antigua, la Casa de don Juan Lara Alva es uno de los mejores ejemplos de lo que fueron las viviendas de los aculquenses prósperos entre los siglos XVII y XX.
Una hermosa vista del ángulo que forman los corredores de la casa. A la izquierda, se advierte la entrada a la sala. La vegetación aporta un ingrediente de belleza al patio.
Nicho en una de las pilastras del arco del cubo del zaguán. Posiblemente fue utilizado originalmente para albergar una vela, lámpara o alguna otra forma de iluminación.
Los balcones de la casa anexa de Juárez 4 muestran un estilo parecido a los mucho más elaborados y hermosos que corresponden a la casa de Juárez 2. Como se aprecia aquí, han sido reconstruidos en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos, por lo que sus piedras muestran calidades distintas, huellas de rejas de distintas dimensiones ya desaparecidas, etc.
En el número 2 de la calle Juárez (hasta 1892 Calle del Águila), haciendo esquina con la del padre José Canal (que llevó el nombre de Porfirio Díaz hasta 1912), se encuentra una casa que seguramente es la más hermosa de Aculco. No fue así siempre; quizá fuera en su momento la tercera o cuarta casa de mayor interés histórico y artístico en el pueblo, pero la destrucción o mutilación de las que ocupaban los primeros lugares (la Casa de Ñadó, la Casa de los Terreros, la Casa de don Abraham Ruiz) la han ubicado en ese sitio.
ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: La casa de don Juan Lara Alva como estaba en 1909. Obsérvese el único balcón original y los avances de una segunda planta que nunca se concluyó.
La casa después de la Remodelación de Aculco efectuada en 1974.
Tradicionalmente, la casa de don Juan Lara Alva se ha fechado en 1656, debido a que un dintel lleva la inscripción "13 de febrero de 1656 Año del Señor" (desatando las abreviaturas). Este dintel se encontraba originalmente en las cocinas de la casa, no en su emplazamiento actual.
Como todas las casas aculquenses, la de don Juan Lara Alva se desarrolla con crujías alrededor de un patio ajardinado. Alrededor de él, se levantaron los corredores en forma de L con pilares de cantera y arcos de mampostería, de una sola planta. En la crujía principal, con fachada hacia la calle Juárez, se encontraban, de sur a norte, una habitación que se introducía en el predio contiguo, el cubo del zaguán, la sala y la habitación esquinera que en algún momento sirvió como bodega y tienda. En la segunda crujía, sobre la calle de José Canal, se encontraban, de poniente a oriente, una sucesión de cuatro habitaciones, de las que la tercera era utilizada como comedor.
Vista antigua de la casa desde la plaza Juárez. Se observa la entrada a la habitación esquinera y el nicho vacío de la esquina.
El costado oriente del patio estaba limitado por un cuerpo de construcción que constaba de dos plantas de poca altura. En la parte inferior se encontraban las cocinas y el pasadizo que llevaba a los corrales. La planta alta la ocupaba una vasta troje con techo plano de viguería y terrado, como el resto de la casa. En su costado sur, cerraba el patio un alto muro divisorio con la casa vecina, que correspondía a una enorme troje.
Vista antigua, desde el campanario de la parroquia, de la casa de don Juan Lara Alva y la casa de Juárez no. 4, antes de que fueran unidas.
A fines de los años de 1960 y principios de los 1970, el Dr. Juan Lara Mondragón adquirió esa misma casa vecina, que había sido propiedad de don José María Basurto, y unió los dos predios de Juárez números 2 y 4. Aprovechando la circunstancia de que en aquel tiempo la hermosa Casa de Ñadó estaba siendo demolida, el Dr. Lara adquirió buena parte de sus piedras para ensamblarlas de nuevo en su propiedad. Así, decidió demoler el cuerpo de construcción en que se hallaban las cocinas de la casa para extender los corredores sobre el área que ocupaban éstas. De la misma manera, demolió la troje que dividía ambas casas para hacer más extenso el patio y extendió el corredor principal hacia el inmueble vecino. En estas obras empleó los antiguos pilares de la Casa de Ñadó.
Corredores antiguos de la casa.
Los primeros tres arcos corresponden a los corredores originales de la casa. El resto, a la ampliación de éstos hacia la casa de Juárez no. 4, en la que se aprovecharon los pilares antiguos de la Casa de Ñadó.
Patio de la casa, como estaba en la década de 1930.
En sus fachadas la casa de don Juan Lara Alva también fue modificada: los balcones hacia la calle Juárez fueron unificados de acuerdo con las características que mostraba el balcón de la sala. La portada principal fue ampliada y su rústico portón de principios del siglo XX fue trasladado a otra casa de la familia, la de los Lara Mondragón, donde subsiste. En su lugar se colocó un gran portón casetonado de cedro, más reciente, que perteneció también a la Casa de Ñadó. En la fachada de la calle José Canal se abrieron varias ventanas que ya existían, pero que se encontraban tapiadas y se abrió un nuevo acceso en cuyas jambas y dintel se utilizaron piedras provenientes de la Casa de Ñadó. En él se colocó un hermoso y antiguo portón casetonado, del siglo XVIII, que perteneció también a esa casa.
ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: Fachada de la casa de don Juan Lara Alva, según un dibujo de 1838.
Así se veía la fachada principal de la casa en los años 60, poco antes de que fuera modificada.
Aspecto actual de la fachada. Compáraese con la fotografía anterior y obsérvese que las dimensiones del acceso principal han sido alteradas, y se han agregado balcones siguiendo el modelo del balcón central original.
Este acceso por la calle José Canal fue incorporado utilizando el hermoso portón del siglo XVIII proveniente de la Casa de Ñadó, así como las jambas y el dintel que lo rodeaban originalmente. La clave barroca, sin embargo, procede de la casa de Juárez no. 4.
Con esta obra la casa de don Juan Lara Alva perdió parte de su valor histórico, aunque ganó en estética y contribuyó a preservar los restos de una casa desaparecida de gran valor arquitectónico. Pero lamentablemente no se dio total conclusión a estas adecuaciones: las habitaciones que debieron construirse en los antiguos corrales nunca fueron edificadas, el jardín de la casa de Juárez 4 quedó convertido en un inculto jardín sobre los escombros de la troje divisoria demolida y el corredor oriente nunca fue adornado con la cornisa recuperada de la Casa de Ñadó que ostenta el resto.
Últimamente, se contruyeron unas habitaciones en la azotea, sobre la calle José Canal. Aún cuando en los dos vanos que se abrieron hacia la calle fueron colocadas sendas rejas del siglo XIX, las proporciones y los materiales con los que se construyeron estos cuartos son sobradamente inapropiados, por lo que aparecen como un pegoste lamentable para tan bella casa. Aún así y sobre todo en su parte más antigua, la Casa de don Juan Lara Alva es uno de los mejores ejemplos de lo que fueron las viviendas de los aculquenses prósperos entre los siglos XVII y XX.
Una hermosa vista del ángulo que forman los corredores de la casa. A la izquierda, se advierte la entrada a la sala. La vegetación aporta un ingrediente de belleza al patio.
Nicho en una de las pilastras del arco del cubo del zaguán. Posiblemente fue utilizado originalmente para albergar una vela, lámpara o alguna otra forma de iluminación.
Los balcones de la casa anexa de Juárez 4 muestran un estilo parecido a los mucho más elaborados y hermosos que corresponden a la casa de Juárez 2. Como se aprecia aquí, han sido reconstruidos en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos, por lo que sus piedras muestran calidades distintas, huellas de rejas de distintas dimensiones ya desaparecidas, etc.
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