A raíz de la restauración de la torre de la parroquia de Aculco, supe de algunos comentarios que criticaban la apariencia que ha adquirido de su primer cuerpo. "Parece queso de puerco", dijo alguno de los críticos, refiriéndose al aspecto parchado, con variaciones de color, que tiene ahora ese gran paramento cuya altura es prácticamente la misma que la fachada del templo y por eso resulta tan notorio.
En efecto, al ser restaurada esa área se tomó la decisión de tratar únicamente los aplanados de cal y arena donde se habían dañado irremediablemente o de plano se habían perdido. Esto ocurría especialmente en tres áreas: a) la parte más baja de la torre, donde la erosión había hecho desaparecer incluso una moldura de cantera que se repuso; b) la zona en que una gran cuarteadura se había intentado arreglar con un lamentable aplanado de cemento; c) la zona alrededor de la cruz y placa que conmemoran el cambio del siglo XIX al XX; y d) la parte alta más cercana al campanario, donde la pérdida del aplanado dejaba a la vista la mampostería de piedra con que está construida.
A estos nuevos aplanados se procuró darles un color cercano al de las áreas inmediatas sin reparar. Sin embargo, es natural que los nuevos aplanados se vean, precisamente, nuevos: carecen de la pátina que el tiempo, la lluvia, el musgo, han dado al aplanado antiguo. De ahí el aspecto que ha extrañado a algunas personas en Aculco.
Ahora bien, al dejarlo de esta manera, el arquitecto restaurador está aplicando a mi juicio tres criterios que son, de entrada, totalmente válidos: el primero, que las partes de un edificio histórico que no necesitan restauración no deben ser restauradas; segundo, que debe existir una diferencia visible para el observador entre las partes restauradas y las que no lo han sido; tercera,que aunque por motivos estéticos existía la posibilidad de dar a la parte antigua un acabado más cercano al de las partes restauradas, su conservación en el estado prístino en que se encuentra se justifica por la presencia de información que quedaría oculta o se perdería si hace de esa manera. En este último punto me refiero puntualmente a los ya muy tenues restos de decoración en forma de sillares pintados que alguna vez tuvo esta torre, que ya no serían visibles si se hace una igualación.
Con todo esto no quiero decir que los críticos carecen enteramente de razón, simplemente que existen criterios válidos para que se haya intervenido la torre de esta manera. De hecho, en la parte oriente de la misma, no visible desde el atrio, se uso un criterio distinto: ahí todo el color del paramento fue igualado. Pero esto se debió justamente a sus circunstancias particulares, ya que los daños al aplanado eran mucho mayores y la supervivencia de restos decorativos prácticamente inexistente.
Aunque para muchos no lo parezca así, conservar un muro con la pátina del tiempo, así sea parcialmente, tiene también un valor estético. Además, precisamente el tiempo terminará por hacer su trabajo y en algunos años igualará inexorablemente las partes viejas con las nuevas. Quizá sea en diez años, en 50 o en 100, ¿qué más da? Estas obras se hacen no para hoy, sino para los siglos.
En esta liga puedes ver un ejemplo de la aplicación de estos mismos criterios de conservación de las pátinas antiguas en un edificio histórico en España.