sábado, 24 de diciembre de 2016

La Navidad de 1944 en Arroyozarco

En dos ocasiones en este blog me he aprovecahdo de los textos que escribió la española María José de Chopitea en su novela Sola, acerca de la vida de un personaje suyo durante algunos meses en la década de 1940 en Arroyozarco. No entraré esta vez en explicaciones acerca de quién fue esta escritora exiliada, ni de las razones por las que llegó a ese sitio de nuestro municipio, ni de por qué sus narraciones tienen mucha verosimilitud y en cierta medida se pueden tomar como autobiografía. Si quieren enterarse y conocer incluso algunas fotografías de Chopitea, pueden leer en este mismo blog los textos El ejido de Arroyozarco en la década de 1940 (versión novelada) y Las fiestas patrias de septiembre de 1944.

En esta ocasión, simplemente, y para acompañar estas fiestas decembrinas, quiero presentarles la sentida estampa navideña en Arroyozarco que ella traza en sus páginas:

Llevaba yo un mes de convivencia con Raquel cuando recibí, antes de lo que imaginaba, la noticia del nacimiento de un hijo de Cecilia. Le envié un nuevo giro y junté ropita nueva y usada para el recién nacido. También procuré animar a la joven madre y a las gentes que la rodeaban escribiéndoles cartas cariñosas, con el corazón abierto a los sentimientos más nobles y puros de que yo era capaz.

El día 24 de diciembre; me puse en camino hacia Arroyozarco, cargando conmigo un montón de obsequios humildes y sencillos para festejar allí la Navidad.

Encontré a Cecilia en casa de don Sebastián, atendida por la esposa de éste. Su estado físico era lamentable: me dijeron que tenía la fiebre puerperal. El niño tenía veinte días de vida y parecia un gatito recién nacido; lloraba en forma exasperante.

Al poco rato de mi llegada, varias mujeres me llamaron aparte:

-Se nos vió muy mala; no la dábamos por viva. Es un milagro que la madre y el niño no hayan muerto.

-Fíjese, señorita, que cúando le acercamos al niño para que le dé el pecho, ella lo tira.

-Sí; como lo oye; esta chamaca no le hace caso, lo tiene aborrecido.

No pude creer eso último. Después de hablar con ella y examinarle los senos les demostré que otra causa era la de aquella actitud. ¡Pobre madre primeriza!, tenía los pezones llagados; había en ellos focos infecciosos. Además, cuando la fiebre era excesiva, perdía la razón. El niño tenía las nalguitas escoriadas y el ombligo mal ligado y purulento. Necesitaba mayores cuidados y, sobre todo, nutrirse de otra leche que la materna, pues la que a duras penas lograba darle su madre -mordiéndose los labios y soltando quejidos desgarradores- le hacía más daño que bien. Sugerí que le dieran leche de burra y se lanzaron en su búqueda.

-Ni una desgraciada burra ha parido por estos contornos -me dijo uno de tantos emisarios fracasados.

-Probaremos de darle leche condensada -comenté, como dando una solución, y añadí: -Es necesario reanimar a la madre y al hijo para que puedan ir a México.

-Nomás que le bajen las calenturas, señorita. Es muy larga la caminata; no vaya a perder la razón y se tire del tren la pobrecita.

-Con la inyección que le puse y la que le pondré mañana, y con estas medicinas que va a tomar durante unos días, ya verán cómo se pone en condiciones para el viaje.

- Y aluego se va y se lleva al niño... Ni ellos ni asté ya se acordarán de este rincón del mundo, y nosotros que los queremos tanto...

-Pero, doña Casimira, no llore usted, en México nos tendrán a sus órdenes para cuando vayan. Además, nosotros vendremos por aquí: ¡A poco es cuestión de decirnos adiós? Nada de esto; quedamos para siempre amigos; yo los quiero a ustedes mucho. Conque, ¡a secar estas lágrimas!

Con la ayuda de varios chiquillos, procedí a instalar un gracioso "nacimiento". Las figuritas que traje de México eran muy sencillas -todas de barro-; pero guardaban cierta proporción unas con otras. En pocas horas, la estancia se llenó de olor a heno y pino y, no obstante la sencillez con que fue montado; todos alabaron la destreza. Mayores y niños desfilaron por allí, contentos de verme de nuevo e ilusioandos por aquel pesebre tan novedoso para ellos.

A medianoche la campana de la capillita Se soltó a los aires y me dejé llevar hasta allí para tomar parte en los rezos. Era Nochebuena.

Desde que tengo uso de razón no recuerdo haber vivido una Navidad igual a otra. Mi memoria alcanza a recordar cuando mis abuelos fueron el centro de toda fiesta familiar. Era aquella época de la opulencia y la alegría. Al siguiente año mi abuela faltó. Después, el rostro -surcado de arrugas- de mi venerable abuelo ya no estaba con nosotros. Al otro año yo preguntaba: "¿y papá? ¿Por qué no está con nosotros mi papayet..." Una Navidad vivida en Suiza ha surgido siempre sobre todas las demás. No obstante hallarme, entonces, lejos de los míos y de mi patria, ese dolor fué un incentivo sentimental para gozarme en él. Maman suisse me prodigó tantos cariños y atenciones y, entre todos, le dieron a la fiesta un sabor tan nuevo para mí, tan lleno de paz y belleza, que puedo decir fue la Navidad más bonita de todas. De las vividas en México, la única que recuerdo es la de ese año en Arroyozarco, por la sencillez del ambiente, por ser todo parecido al espíritun humilde de la verdadera natividad de Jesús. Un nuevo niño venido al mundo se hallaba allí: el niño de Cecilia, envuelto en pobres pañales, al lado de su madre pálida y ojerosa. Ambos eran atendidos por la caridad de aquellas gentes que generosamente le dieron posada. En aquel verdadero "pesebre" convivían perros y agtos; había una gallina con sus polluelos corriendo por el suelo; cerca de la destartalada cama se oía el rebuzno de un jumento y el relincho de los caballos. El canto de los gallos y la luna desnuda de nubes daban al ambiente el verdadero encanto de una Nochebuena.

Al día siguiente, yo debía partir para México. No podía permanecer en Arroyozarco, pues el deber me llamaba a cumplir con mi trabajo.

Naturalmente Sola es una novela y la verosimilitud de muchos de sus pasajes no significan plena veracidad. Por ejemplo, ese indicio de que los "nacimientos" no entraban dentro del cuadro de costumbres tradicionales para la Navidad en estas tierras puede ser cierto, aunque por lo tardío de la fecha -mediados del siglo XX- lo más probable es que la tradición fuera muy conocida, aunque quizá no se pusiera en práctica con mucha amplitud.

Y aunque rastrear personajes de novela puede parecer ocioso, me puse a buscar en los registros de bautizos de Polotitlán (a donde, según esta historia, fue llevado a bautizar el hijo de Cecilia) un caso que encajara con el que relata Chopitea. Hay en efecto, un bautizo el 24 (no el 25) de diciembre de 1944 de una niña (no niño), nacido el 4 de diciembre como informa Chopitea, hijo de una mujer llamada Cecilia Becerril. ¿Sería esta niña, por lo menos en parte, el personaje de esta historia, el bebé desprotegido que duerme casi en un pesebre en una Nochebuena arroyozarqueña? Quizá nadie pueda decirlo.

jueves, 22 de diciembre de 2016

-¿Qué marca? -Pues las horas.

El chiste que sirve de título a este post es sin duda alguna bastante malo. Pero da pie a una cuestión que quizá pocos de nosotros nos hemos llegado a preguntar: ¿de qué marca es la maquinaria del reloj público de Aculco, colocada en su torre en 1904?

La respuesta seguramente se halla en las propias entrañas del reloj, pero también en la publicidad que la casa que lo fabricó, Hauser Zivy y Compañía, publicaba en la prensa mexicana a fines del porfiriato. Como se puede observar en el siguiente inserto que se publicó en el diario El País el 29 de febrero de 1908 y en que señalaba la ubicación de más de un centenar de sus máquinas, el reloj de Aculco figuraba entre ellas.

La firma Hauser Zivy y Compañía es mejor conocida como la Joyería La Esmeralda, cuyo edificio sede en la esquina de Madero e Isabel la Católica en la Ciudad de México existe todavía. Fue fundada en 1864 por las familias Hauser y Zivy, judíos alsacianos que emigraron a México, pero desde 1905 quedó en manos de sus parientes, la framilia Bloch.

Como se advierte en la publicidad, el reloj de Aculco resulta ser hermano de otros muy significativos. Por ejemplo, el ya desaparecido de Palacio Nacional, el que todavía existe en la antigua Basílica de Guadalupe, el del Museo de Geología, etcétera. Aunque con plena certeza el reloj aculquense debió ser uno de los modelos más modestos (una sola carátula, una sola campana), sin duda se trata de un aparato de buena calidad que para fortuna nuestra -y requieriendo reparaciones relativamente frecuentes- permanece aún y es uno de los símbolos del pueblo, tanto por su presencia como por su entrañable y sencillísimo repicar al señalar las horas.

ACTUALIZACIÓN: 24 DE ENERO DE 2017

Gracias a la generosidad de un buen amigo de este blog, quien me compartió estas fotografías de la maquinaria del reloj de Aculco, esta entrada queda completa. Como se puede observar, la maquinaria sigue siendo aquella de 1904 y conserva incluso la marca de sus fabricantes. ¡Gracias por tu aportación, amigo!

Vale la pena compartirles también la interesante descripción que este buen amigo hace del interior de la torre del reloj:

Al interior es muy pequeño pues los muros de cantera blanca son gruesos, sin ningun tipo de acabado; el espacio podría ser de aproximadamente de 1x1 metro. Para llegar a la maquina hay que subir varios escalones empotrado en la pared, de hierro, que sin equivocarme no son los originales a la contrucción. Una vez en la máquina (que está situada en la parte posterior a la carátula y cubierta con un tipo casco de lamina que no aparece en las fotos), el sentimiento al estar enfrente de ella es indescriptible, al verla trabajar con un sencillo y complejo a la vez sistema de engranajes, que se mueve por la acción del desenrollo del cable de los pesos (a los cuales hay que darles cuerda, es decir, enrollar nuevamente el cable), que hace que todos los engranajes se muevan al parejo. En una de las fotos observarás un alambre, debajo del relieve de un león. Este alambre se conecta con otro, que llega hasta la parte superior de la torre, por fuera, que acciona la campana (la cual no conozco aun) cada 15 minutos. De la máquina sale una especie de varila que llega a la caratula con otros engranes y un contrapeso donde se observa la viga que la sostiene, la cual sin equivocarme puede ser del mismo tiempo de la construccion. Así como esa viga, el techo de la torre aún conserva las vigas -tan sólo se removio una, sustituida por una de metal, si mal no recuerdo cuando se le hizo la intervencion donde eliminaron los remates de barro negro.

lunes, 19 de diciembre de 2016

El almenado perdido de la parroquia de Aculco

Como se puede observar en un dibujo acuarelado de 1838 -localizado en la Universidad de Texas en Austin- del que muchas veces me he servido en este blog para mostrar aspectos de la arquitectura de Aculco, la nave del templo parroquial estuvo coronada antiguamente por almenas, esos salientes verticales que inmediatamente solemos relacionar con los castillos medievales. Las almenas, no obstante, no se restringieron al medioevo europeo, sino incluso en el México colonial fueron sumamente abundantes, especialmente en el siglo XVI. De ello dan testimonio innumerables iglesias y conventos de esa centuria en todo el territorio de nuestro país.

Aunque varios historiadores del arte mexicano se dejaron llevar por el aspecto guerrero que las almenas y otros elementos arquitectónicos daban a los antiguos monasterios novohispanos, hasta el punto de adjudicarles la denominación de "conventos-fortaleza" e imaginar que habían sido construidos en efecto para defenderse de un ataque de indígenas sublevados, en realidad su presencia tuvo un carácter más ornamental y simbólico. De hecho, como han observado muchos expertos, las almenas de los conventos difícilmente habrían ayudado a presentar una defensa efectiva ante un ataque por su ubicación irregular, pequeño tamaño y poca solidez.

En las cercanías de Aculco quedan algunos ejemplos de templos almenados. Uno es la capilla del pueblo de San Agustín, Jilotepec, otro, la iglesia de San Francisco Soyaniquilpan (aunque algo modificado) e incluso dentro de la jurisdicción municipal y parroquial está la antigua capilla de Santa Ana Matlavat, con su ábside almenado. También existen varios atrios adornados con almenas, como el de Jilotepec y el de Tepeji del Río. Aunque pocos y aislados, tenemos también el ejemplo de almenas aplicadas a la antigua arquitectura civil en las haciendas de Arroyozarco y Ñadó, y en el panteón municipal.

Pero para buscar un ejemplo realmente parecido al almenado que tuvo la parroquia San Jerónimo Aculco hay que ir un poco más lejos, al convento franciscano de Tula, o mejor aún, al agustino de Ixmiquilpan, ambos en el estado de Hidalgo. Al contemplar este último es posible tener una idea muy cercana al aspecto que debió guardar el templo de Aculco cuando estaba almenado, incluso en el ábside poligonal tan parecido al aculquense.

El almenado de la parroquia de Aculco desapareció con toda seguridad entre 1843 y 1848, cuando la cubierta de viguería fue reemplazada por la bóveda que existe actualmente y el presbiterio se cubrió con la cúpula. Pese a ello, quedan aún algunos vestigios del pretil sobre el que se erguían las almenas: en la esquina sur de la fachada se ve aún el inicio del mismo, que señala además la antigua altura de las azoteas, en tanto que en la fachada norte, a espaldas de la torre, existe todavía un tramo algo maltratado de dicho pretil. Quizá, incluso, el pretil que corona el ábside, circunvalando la actual cúpula, es tambien parte del original.

Y bien, ¿a qué época corresponderían dichas almenas? Aunque su desaparición, la destrucción asi completa del pretil y la reconstrucción completa de las cubiertas hacen muy difícil averiguarlo, considero que la existencia de ciertos vestigios del siglo XVI o principios del XVII ayudan a suponer que databan también de esos tiempos. Así, en cuanto a la época de construcción de sus muros y remates, y al aspecto que guardó hasta mediados del siglo XIX, el templo de Aculco bien pudo haberse inscrito bajo la denominación, equivocada como ya vimos, pero sugestiva, de "convento-fortaleza". Hoy, aunque sus gruesos muros siguen siendo los mismos, perdió con el almenado ese aire militar que tuvo durante, quizá, 250 años.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Elogio y crítica del FICTA

El pasado mes de marzo de 2016 se llevó a cabo en nuestro pueblo el Festival Internacional Cultural Tierra Adentro (FICTA). Un esfuerzo muy valioso -creo yo- para la vinculación del turismo que se busca llevar a nuestro pueblo con un programa de atracciones culturales, llevado a cabo en conjunto por el Ayuntamiento y la Secretaría de Turismo del Estado de México. De acuerdo con el folleto en que se presentó el programa de de este festival (con una redacción algo enredada):

El Festival Internacional Cultural Tierra Adentro (FICTA) nace con el firme propósito de convertir al municipio de Aculco, en la sede de uno de los festivales más importantes del país trayendo una selección de eventos culturales del alto nivel, para convertirse así, en un referente a nivel nacional sobre eventos culturales.

He tardado muchos en meses en ponerme a escribir en este blog mis opiniones sobre el FICTA, que iré desgranando brevemente en esta entrada. Pero déjenme adelantarles mi conclusión: estoy convencido de que un festival así, centrado en lo cultural, puede ser de gran beneficio para Aculco, que es justamente un sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO por sus valores culturales. Pienso además que la primera edición del FICTA se montó con solvencia en lo material, artístico, logístico, administrativo, etcétera, y por eso los organizadores merecen una sincera felicitación. Aclarado esto, quiero decirles que los puntos que subrayaré en adelante incluyen críticas, por supuesto, pero que no tienen otro fin que contribuir aunque sea un poco a que en los años siguientes el FICTA -que espero siga celebrándose- sea aún mejor.

Hablemos primero acerca de las fechas elegidas para el FICTA. Creo que fue un acierto darle al festival la duración que tuvo, del domingo 20 al miércoles 23, previo a los principales días de la Semana Santa, que es cuando Aculco recibe probablemente más turismo que en ningunas otras fechas a lo largo del año. Así, amplió los atractivos para el visitante y estimuló la pernocta. ¿Qué faltó? En mi opinión, vincular justamente las conmemoraciones de Semana Santa con el FICTA. No se trata de interferir o "apropiarse" de las festividades religiosas, ni de convertirlas en parte del programa, sino de sumar esfuerzos.

Por ejemplo, en esos mismos días de la Semana Mayor en que se presentó el festival -domingo al miércoles-, ocurre la conmemoración del Domingo de Ramos y las tradicionales procesiones en las que, con tambores, chirimías y cohetes, se llevan imágenes de santos desde diversas comunidades hasta la parroquia. Se trata de una expresión cultural auténtica y profunda que, sin soslayar su esencial importancia religiosa, aportaría gran valor contextual a un festival cultural. De tal manera, creo que debería abrírseles a estas expresiones un espacio generoso. No hablo, repito, de integrarlas al programa, pero sí de cosas tales como coordinar horarios para que en el momento en que ocurran ninguna otra actividad del festival se esté realizando y que la atención de los visitantes pueda concentrarse en ellas.

Y partiendo justo de esto último pasamos al siguiente punto: las locaciones. Comencemos con una crítica. ¿Alguno de ustedes no extrañó que en un festival cultural el máximo monumento histórico de Aculco, que es su parroquia y ex convento anexo, quedara relegado? ¿A nadie le pareció desagradable que la fachada de este edificio estuviera parcialmente oculta a la vista debido a la carpa que se coloca en el atrio? Nuevamente, se trata de sumar esfuerzos, de cooperación y coordinación. Bien se habría podido, por ejemplo, incluir en el programa alguna actividad musical (quizá música sacra de cámara) que obviamente con autorización del párroco se llevara a cabo en el propio templo o aún en la capilla de Nenthé. O bien, alguna de las exposiciones artísticas pudo haber tenido como marco el claustro del ex convento o incluso la portería del mismo que da hacia el atrio. Sitios sin duda más adecuados para ello que los Lavaderos Públicos, donde se presentaron algunas muestras. Y también pudo haberse negociado que la carpa frente a la parroquia no se erigiera hasta el Jueves Santo. Una actividad tal como un recorrido guiado por iglesia y ex convento pudo haberse programado también sin gran complicación. O, ya más complejo y moderno, un video mapping sobre la fachada del templo podría haberlo integrado al festival.

Ahora viene el elogio. Déjenme decirles que la selección de locaciones me pareció muy afortunada. La idea de establecer varios escenarios abiertos (la Plaza de la Constitución, la Plazuela Hidalgo, la Plazuela José María Sánchez y Sánchez, la Plaza Juárez) y cerrados (el Teatro Municipal, la que fue Casa de don Tiburcio Terreros, los Lavaderos Públicos) es magnífica a) porque permite apreciar que Aculco -a diferencia de muchos otros pueblos bautizados como "mágicos"- no tienen sólo de interesante su plaza principal, sino todo un conjunto urbano, pequeño pero valioso, y el visitante se ve impulsado a recorrerlo; b) porque distribuye a los visitantes en diversos puntos del pueblo, evitando así las aglomeraciones; c) porque la selección de actividades dio a cada yuno de esos escenarios una personalidad artística-cultural temporal, pero interesante; d) porque de esa manera generó la sensación de estar verdaderamente en un festival cultural variado, interesante y concurrido.

Hubo ciertos "negritos en el arroz" , quizá poco importantes pero que no costará gran esfuerzo corregir en siguientes ediciones si ahora se mencionan. Uno de ellos es el nombre que se dio a algunos de estos escenarios, que sin podérsele llamar equivocado sí resulta impreciso. Por ejemplo el escenario "Lavaderos" en realidad se ubicaba en lo que cualquier aculquense conoce mejor como el Ojo de Agua, o Plazuela del Ojo de Agua. Y, cuando en efecto en el programa una exposición de cerámica tuvo lugar dentro de los lavaderos, se le puso extrañamente "Zona de Lavaderos". De igual modo, el mercado expositor, informaba el programa, se pondría en la "Presidencia", cuando bien se pudo haber escrito con más precisión que su ubicación era la Plazuela José María Sánchez y Sánchez. De igual manera, la muestra de cine no se presentó propiamente en la Casa de la Cultura, sino en el Teatro Municipal.

Por cierto, suele ser muy ofensivo para los habitantes de cualquier lugar que se escriban mal los topónimos locales, porque se evidencia descuido o porque se percibe distancia con quienes cometen el error, como si no conocieran el lugar o no les importara conocerlo. Lo menciono porque en el programa apareció escrito "Ñandó" en lugar de "Ñadó".

Vayamos ahora a las actividades que se presentaron. El programa fue sin duda alguna variado, extenso, interesante, de buen nivel y tuvo la virtud de que la palabra "internacional" incluida en el nombre del festival no quedara solamente en un calificativo pretencioso. Asimismo, la diversidad se redondeó con actividades que dieron sitio a grupos, artistas y productores locales, algo sin duda esencial en un festival de este tipo. Quizá le faltó sólo un poco de mayor sensibilidad hacia los asistentes al FICTA, especialmente los locales. Vivimos en Aculco, sin duda, tiempos culturales de transición en los que, al lado de personas que han viajado por el mundo, conocen de géneros artísticos y musicales cosmopolitas, encontramos a muchísimas personas aferradas a lo local que ven eso como extraño y ajeno. De tal manera, quizá para muchos aculquenses el FICTA pudo haber resultado culturalmente elitista o pudieron pensar que no estaba hecho para su disfrute, sino el del turismo. No estaría de más pensar en ellos e incluir en las siguientes ediciones actividades de carácter más popular que logren hacer de él un festival para todos los aculquenses. "Todo pudo haberse arreglado", me comentó alguien con quien reflexioné acerca de esto, "con un buen mariachi o un grupo de huapango".

Pasemos a los temas anexos. La promoción del FICTA fue muy efectiva. Pude verlo en redes sociales, en la prensa, en la difusión in situ a través de carteles, volantes y programas. El resultado fue la magnífica respuesta del público que, si no me equivoco, debe haber logrado récords absolutos de visitantes en el pueblo. Acerca de la logística y las instalaciones, efectivas para los propios espectáculos indudablemente, tengo dos observaciones: La primera, fue muy inconveniente que las camionetas utilizadas por los organizadores se estacionaran en la Plaza de la Constitución cuando no había necesidad de ello, quitando lugar para los vehículos de otras personas. La segunda, en el armado de iluminación y escenarios no se tuvo en cuenta a veces que se hacía sobre construcciones históricas y frágiles; por ejemplo, la iluminación en el escenario del Ojo de Agua se colocó innecesariamente sobre el tejado de los lavaderos, monumento histórico catalogado, removiendo tejas para que quedara fijo. Debo decir sin embargo que al retirarse dicha iluminación todo quedó ya en perfecto estado, pero pudo no haber sido así.

Finalmente, tratemos lo que para mí es algo que debe corregirse de raíz en las siguientes ediciones del FICTA: la cuestión del tránsito y de los estacionamientos. La marea de coches que invadió Aculco se volvió inmanejable. La Plaza de la Constitución, en lugar de lucir como un digno escenario de un pueblo en fiesta, fue más un enorme estacionamiento y una calle atascada. De por sí, es una pésima idea permitir a los automóviles que se estacionen en batería en el costado norte de la plaza, pero en estas circunstancias de tránsito el resultado fue verdaderamente lamentable y aún peligroso para las personas que asistieron al festival. No debe repetirse.

¿Cuáles son las soluciones? Creo que la idea del Ayuntamiento de señalar en mapas varios sitios propicios para estacionarse (como en las afueras del Lienzo Charro Garrido-varela) fue atinada salvo en un punto: no debió haber sido, como fue, una mera sugerencia, sino la única opción posible para los visitantes. Es decir, en esos cuatro días, en un horario preestablecido e informándolo a los vecinos para evitarles molestias, debió haberse prohibido el estacionamiento en todas las calles centrales del pueblo, restringido la circulación solamente a los vecinos para entrar o salir de sus cocheras, y anunciar a los visitantes, desde los accesos al pueblo, de ambas medidas, desviando el tránsito que entraba a Aculco hacia los estacionamienos señalados o hacia los libramientos norte y sur. Hay pueblos que lo hacen así de manera cotidiana y el resultado es maravilloso. Véase si no el pueblo de Bernal, Querétaro, que contando con un extenso estacionamiento a la entrada del pueblo puede darse el lujo de entregarle su centro histórico casi exclusivamente a los peatones y el beneficio para los comercios y restaurantes de esa área es enorme. ¿Quién no quisiera ver a Aculco así, aunque fuera sólo cuatro días al año?

viernes, 2 de diciembre de 2016

La plazuela José María Sánchez y Sánchez

Hoy en día, cuando se habla de la Plazuela José María Sánchez y Sánchez, seguramente la mayoría de los aculquenses menores de 50 años piensan en la explanada que se extiende a espaldas del Palacio Municipal. La costumbre lo ha determinado así desde 1974, cuando este espacio quedó configurado como luce actualmente, momento en el que dicha explanada se construyó a costa de arrasar los corrales de la llamada Casa del Quisquémel. La original Plazuela José María Sánchez y Sánchez, que no era otra cosa que la callecita que corre al norte de la explanada y baja desde la Plaza de la Constitución hacia la calle de Iturbide, multiplicó así su superficie. Aunque, vale la pena comentarlo, no era esa la intención definitiva de los constructores del nuevo Palacio Municipal, pues se pretendía edificar en el futuro un anexo a este edificio sobre la explanada (lo que nunca llegó a hacerse), con lo que la plazuela habría regresado a su corta extensión inicial.

Pero incluso en esa que llamamos "su extensión inicial", la Plazuela José María Sánchez y Sánchez (bautizada así el 16 de septiembre de 1912 en honor de un benefactor del pueblo que hacia 1893 y 1894 constribuyó a mitigar una hambruna en la región con carros de maíz traído desde muy lejos, sin obtener beneficio económico alguno por ello) había comenzado a delimitarse más bien tardíamente. Originalmente esa zona formaba parte del límite occidental de la Plaza Mayor (hoy Plaza de la Constitución), pero su superficie en que afloraba la piedra blanca del subsuelo, un arroyuelo que en época de lluvias corría por ahí y el inicio de una pequeña barranca que servía como desagüe y vertedero, hacían de él más un baldío inútil que parte del espacio público de la plaza.

Así, sabemos que antes de 1769 las autoridades del cabildo indígena de Aculco decidieron vender un solar de este parte de la plaza a don Bernardo Ecala Guller, quien había sido administrador de la hacienda de Arroyozarco y fue quizá el personaje de más rancia nobleza que estableció su residencia en este pueblo. Este solar es el que ocupa actualmente una casa ya reseñada en este blog, que antiguamente albergó un comerció que llevó el nombre de El Faro. Luego, en 1769, el cabildo indígena vendió otro solar no edificado al mismo personaje, que se encontraba inmediatamente al sur del anterior, terreno éste que corresponde al sitio en que se ubica el actual Palacio Municipal.

No resulta muy claro cómo fue que el espacio entre los dos solares -que por los documentos conocidos se sabe se hallaban contiguos, sin calle ni espacio que mediara entre ellos- se dejó libre y dio origen a la plazuela de la que venimos hablando. Pero puede haberse debido simplemente a una razón muy práctica: el arroyuelo de temporal mencionado líneas atrás, corría precisamente por ese punto y no había forma de desviarlo fácilmente para que tomara nuevamente su cauce en la barranquilla. El caso es que a costa de los terrenos de don Bernardo Ecala quedó abierta una corta calle para tránsito público (aunque difícil de recorrer por el mal terreno) que por estar cerrada hacia el poniente -y con algo de exageración- se consideró en adelante una plazuela, aunque ciertamente era poco más que un apéndice de la Plaza Mayor.

De tal manera, en el siglo XIX la plazuela -que no sabemos si ya tenía algún nombre- quedaba limitada al norte por la casa de El Faro y el murete que ocultaba la barranquilla; por el poniente por la Casa del Puente y su portal; por el sur por la Casa del Quisquémel (edificada por Ecala), donde en la década de 1920 se le agregó además un portalillo con arcos; y por el oriente por la Plaza de la Constitución. La siguiente fotografía muestra la plaza justamente así, en la década de 1940:

Nótese en esa foto, al fondo, la Casa del Puente y, a la izquierda, el portalito de la Casa del Quisquémel que se añadió en los años veinte. Obsérvese también el piso de la plaza, formado por la roca viva. En primer plano se advierte un poste con una canasta de basquetbol de una cancha que existió en este lado de la Plaza de la Constitución. Era en verdad una plazuela sumamente pequeña, pero las viejas construcciones que la rodeaban le daban un gran sabor típico.

En esta foto se puede ver el aspecto actual del mismo sitio. Al fondo, la Casa del Puente ha desaparecido y sólo se conserva su portal y las portadas de cantera que a él se abren. A la derecha, El Faro vio modificado su tejado para cambiar de un agua a dos en la remodelación de 1974, bajo el Programa Ecvehevrría de Remodelación de Pueblos. Del lado izquierdo, la Casa del Quisquémel desapareció hasta sus cimientos para la construcción del nuevo Palacio Municipal en 1974. También se perdió su pequeño portal.

Esta fotografía de la plazuela fue tomada en la década de 1940 en sentido opuesto, desde la Casa del Puente y en dirección a la Plaza de la Constitución. Al fondo se aprecia la torre del reloj público. A la derecha, el pequeño portal de la Casa del Quisquémel -derruido en 1974- muestra sus dos arcos de ladrillo y cantera. Del lado izquierdo se puede observar un puentecillo que servía para salvar el arroyuelo de temporal que corría aquí y se vertía justo hacia el ángulo izquierdo inferior de la foto, hacia la barranquilla.

Finalmente, esta fotografía muestra el punto preciso de la Plazuela José María Sánchez y Sánchez en que se abría una salida para que las aguas del arroyo cayeran hacia la barranca que existía aquí y a través de una cañería abierta se condujeran hacia la Calle de la Alberca.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Un ascenso a la torre de la capilla de Santa María Nativitas

Estas fotos no son recientes, las tomé hace casi exactamente dos años, cuando se concluyeron las obras de restauración de la capilla de Santa María Nativitas, pueblo que como todos saben se ubica al oriente de la cabecera municipal. Aproveché que se realizaría una ceremonia -no recuerdo si era un bautizo- para subir entonces a la torre siguiendo a un niño, improvisado campanero.

La torre de la capilla -construida total o parcialmente en 1856, como indica una lápida- es maciza en aproximadamente una cuarta parte de su altura total, de ahí que para poder subir al campanario exista en su parte posterior una escalera de mampostería de tres tramos con desgastados escalones de cantera. El último escalón, bastante más alto y un poco más ancho que el resto (y que por ello da en parte hacia el vacío) lleva a una entrada enmarcada en cantera, de tan poca altura que al regreso me di en ella un golpe en la cabeza.

Al trasponer esta entrada, se accede a una estancia de mínimas dimensiones iluminada apenas por un óculo a la que se abre por el lado izquierdo la puerta del coro. Al lado derecho se eleva una pequeña escalera de caracol con escalones angostos y desiguales que conduce al primer cuerpo del campanario.

Lo primero que llama la atención al llegar a este punto son justamente las tres campanas de bronce que ocupan los arcos del poniente, norte y sur. Estas dos últimas son antiguas, llevan ambas la fecha de 1863. Es algo que llama mucho la atención, pues México se hallaba en ese año en plena intervención francesa (la capital del país fue tomada el 10 de junio de 1863) y los tiempos de guerra no eran los mejores para hacer campanas, ya que en cualquier momento los templos podían ser saqueados y sus aquellas robadas para fundirlas y elaborar armamento. Como sea, este par de campanas sobrevivieron a la guerra. La campana moderna de esta torre es mucho más reciente: se hizo en 1993, 130 años después de sus hermanas.

Lo siguiente que llama la atención al visitante es la propia arquitectura del lugar. La torre de Santa María Nativitas repite la sucesión de cuerpos escalonados del templo parroquial pero su semejanza se limita a la estructura, no a la ornamentación. Aquella sigue los lineamientos del barroco del siglo XVII mientras que ésta es mucho más sencilla y cercana al neoclásico. Los machones de las esquinas llevan, por ejemplo, basas y capiteles de orden toscano que se unen con arcos de medio punto y sostienen la bóveda de arista (bóveda rota en parte para ascender al segundo cuerpo del campanario utilizando cuando se requiere una escalera de mano). El fuste de estos machones es también de cantera, pero por alguna razón en la última restauración fueron cubiertos con aplanados de cal y arena.

En cuanto a la vista, desde este primer cuerpo de la torre se pueden admirar el extradós de la bóveda, contrafuertes y cúpula de la capilla, que igual que la torre evocan las formas del templo parroquial pero en dimensiones reducidas. Poco se puede decir del paisaje, pues como todos sabemos Santa María Nativitas ha crecido mucho pero con un desafortunado urbanismo de pueblo-calle sobre el eje de la carretera que une a Arroyo Zarco con Aculco. A las orillas de esa vía se han construido casas, tiendas, escuelas y negocios de todo tipo, casi todos ellos sin atención a la imagen que debería prevalecer alrededor de un monumentos histórico como lo es la capilla. A ellos se suma el comercio ambulante, que en esta zona va siendo cada vez más nutrido los fines de semana. Este desafortunado aspecto es, por cierto, la que recibe al turista que se acerca a Aculco desde la dirección de la Ciudad de México.

Sólo dirigiendo la vista desde la torre hacia el norte se puede tener una idea de lo que fue Santa María Nativitas en tiempos pasados; en esa dirección las milpas llegan al pie del templo y las casas se levantan dispersas, entre los campos de cultivo.