Desde hace varios años me ha llamado la antención el interés que los vecinos del pueblo de Santa Ana Matlavat han venido poniendo en su patrimonio histórico. Tienen, por ejemplo, la intención de restaurar su precioso y sencillo templo, que es quizá el más antiguo del municipio, y se han reunido con varios arquitectos calificados para evaluar el costo de esa obra. También quieren restaurar el retablo salomónico que existe en el interior de la capilla, que representa (junto con el retablo del pueblo de La Concepción) uno de los pocos restos de los altares coloniales que existieron en las capillas e iglesias de Aculco. Pero estas siguen siendo por el momento sólo buenas intenciones y lo que quiero mostrarles hoy es el resultado concreto de una de sus iniciativas: la restauración de la imagen titular de Santa Ana.
Esta imagen es una preciosa escultura estofada que quizá data de fines del siglo XVII o principios del XVIII. Este término, estofado, se refiere a una técnica artística que estuvo en boga en el México virreinal que consistía en aplicar a la escultura una fina capa de oro sobre la que luego se pintaba; más tarde, ciertas partes de la pintura se raspaba formando patrones, dejando a la vista el dorado subyacente con la intención de simular riquísimos ropajes tejidos con oro. Esta imagen de Santa Ana tiene una particularidad poco frecuente en su estofado: el metal precioso aplicado no es oro, sino plata.
La imagen nos muestra a la santa en su edad madura. Cubre su cabeza el pelo partido por la mitad... ¿o es una toca (característica en la iconografía para representar mujeres mayores) como sugieren los plisados a los lados de la cabeza y la falta de detalle en los cabellos?. Un par de agujeros a los lados del cuello indican quizá que alguna vez portó un collar. Viste una túnica rosada ceñida a la cintura, bajo la que asoman unas mangas verdes. Un ancho cuello blanco sobre la clavícula quizá evoca la toca faltante. La envuelve un manto plegado en su brazo izquierdo, con el revés rojo y el frente decorado con flores. Sus rasgos son finos: nariz recta, boca pequeña, pómulos marcados y unos ojos de cristal que parecen dirigir la vista hacia abajo, hacia los fieles. El brazo derecho se eleva en ángulo recto, con la mano entreabierta y el índice extendido (muchas imágenes de Santa Ana llevaban en esta mano un fruto, una flor o un libro, quizá ésta perdió el suyo). La mano izquierda, con la palma hacia arriba, porta una imagen de la Virgen María niña que es por sí misma una pequeña joya: la muestra sentada, con la cabeza sin cubrir, los brazos semiextendidos con las palmas de las manos hacia arriba y vistiendo una túnica rosa y un manto azul con vueltas rojas ricamente adornados con flores; su rostro es menos fino y más redondeado que el de su madre.
El tiempo y las malas intervenciones dejaron su huella en la imagen de Santa Ana. Además de las pérdidas de algunos dedos, el polvo y la mugre de siglos, la dañó muy especialmente una capa de pintura dorada aplicada en tiempos modernos. Esta pintura, por cierto, impidió que en la reciente restauración se pudiera recuperar mejor su vieja policromía. Con toda la buena intención, quienes se la aplicaron provocaron un daño permanente a la imagen.
A pesar de ello el resultado de la restauración es admirable. La escultura ha recuperado su imagen histórica, los valores artísticos de la época en la que fue elaborada, su colorido que contrasta con el lamentable y casi uniforme dorado que tenía hasta hace poco y sus partes faltantes. Incluso su peana luce otra vez sus colores verde y rojo originales. Los vecinos de Santa Ana Matlavat pueden estar satisfechos: han hecho las cosas bien, la escultura de su santa patrona luce recuperada y al mismo tiempo con el aspecto bajo el que la conocieron sus padres y abuelos desde siglos atrás.
Les comparto aquí abajo las páginas del informe de restauración y aprovecho para agradecer a Daniel Cano por haberme proporcionado el documento y las fotografías que acompañan este texto.