Quisiera continuar la descripción de los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco que empecé hace algún tiempo hablándoles ahora de uno de los recintos más importantes y olvidados: la Sala De profundis. En los conventos novohispanos, esta sala se hallaba normalmente en la panda oriente del claustro y solía estar adornada con pinturas murales u otras decoraciones. Tenía una función similar a la de las grandes salas capitulares de los monasterios europeos, es decir, servía para las reuniones de los religiosos para rezar, leer capítulos de la regla de su orden o para tratar asuntos de la comunidad. Sin embargo, fuera de las grandes ciudades los conventos no albergaban comunidades grandes de frailes (en el caso de Aculco no había más de tres o cuatro al mismo tiempo), por lo que estas salas De Profundis eran casi invariablemente menos importantes y ornamentadas que sus equivalentes del Viejo Mundo.
¿Pero por qué estas salas de reuniones recibían ese curioso nombre en latín, De profundis? Esto se debía a la costumbre de recitar en ellas el Salmo 129 antes de iniciar el encuentro, cuyo primer versículo dice textualmente: de profundis clamavi a Te Domine; Domine exaudi vocem meam, esto es, en español, "de lo profundo de mi pecho a ti clamo Señor; Señor mi grito escucha". Este salmo se recita en los oficios de difuntos, pues sus dolorosas palabras, que provienen de los israelitas exiliados en Babilonia, se interpretan como las de las almas desterradas en el Purgatorio que no pueden todavía entrar al Cielo. El sentido de su rezo en la sala de reuniones del convento sería el recuerdo y oración por los miembros fallecidos de la comunidad. De hecho, la Sala de Profundis servía a veces de lugar de entierro para los frailes.
No es difícil ubicar la Sala de Profundis en el convento de Aculco, pues se encuentra en el sitio habitual: formando la crujía este del claustro en la planta baja. Es un espacio rectangular orientado de norte a sur con unas dimensiones aproximadas de 9 por 4 metros. Su techo es relativamente bajo como todas las dependencias del convento, quizá se alza a unos tres metros sobre el suelo y es de viguería y tablones de madera. Un arco rebajado divide transversalmente la estancia en dos áreas casi iguales. El piso, que debió ser de ladrillo, es ahora de mosaico hidráulico rojo y blanco. La entrada principal se abre al pasillo que conduce del claustro hacia la sacristía. Tiene otros tres vanos: dos pequeñas ventanas (posiblemente de construcción moderna, por sus proporciones) que dan al corredor del claustro y una puerta que da hacia el angosto pasadizo por el que se accedía al púlpito del templo antes de que fuera retirado. Una puertecilla más da acceso a un pequeño trastero o alacena, semejante al que existe en la sacristía (ver "El alabado en la alacena" en este blog). El siguiente croquis explica esta ubicación:
Cuando de niño conocí este salón era simplemente una oscura bodega de trebejos. Luego, hará unos 25 o 30 años, se usó por un breve tiempo como capilla. Ahora es nuevamente almacén de todo tipo de cosas, desde las valiosas e interesantes como la urna del Santo Entierro hasta sillas y muebles modernos. Si bien sus paredes sólo lucen ahora su pintura blanca, creo muy probable que esconda vestigios de pintura mural bajo las capas de encalados. Ojalá algún día lo veamos restaurado, o por lo menos con algún uso menos lamentable; sólo queda esperar a que no se deteriore mucho antes de que alguien decida recuperar su dignidad.
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