La antigua hacienda de Cofradía es sin duda la más pintoresca y conservada entre las viejas fincas de campo del muncipio de Aculco. Y si bien su valor histórico, artístico y arquitectónico es sumamente destacado (entre otras cosas, por ejemplo, gracias a sus pinturales murales ejecutadas por el pintor charro Ernesto Icaza), fue sólo a partir de mediados del siglo XX que adquirió plenamente su aspecto actual, cuando su entoncespropietario el banquero Armando Hernández la remodeló como casa de descanso, enriqueciéndola con nuevos anexos y multitud de detalles ornamentales.
Entre las construcciones que se agregaron entonces al casco de Cofradía estuvo la capilla, que se le integró armoniosamente a un lado de la pequeña calzada de acceso a la casa principal. Construida en mampostería de piedra blanca con detalles en cantera rosa, de una sola nave cubierta con un tejado a dos aguas, y coronada por una sencilla espadaña de un solo vano, su constructor acertó al levantar un edificio que cualquiera puede reconocer por sus formas y materiales como muy aculquense.
En la decoración interior de la capilla, la madera predomina sobre todo lo demás: desde la cubierta de viguería, los lambrines, puertas y altar entablerados, hasta las pesadas bancas. Sobre el altar se levanta, a contraluz con la ventana del ábside, un gran crucifijo de hechura moderna.
Menos notorio, pero muy interesante, un grupo de pinturas coloniales y del siglo XIX de pequeñas dimensiones adorna las paredes de la nave. Casi es seguro que ninguna de ellas perteneció originalmente a la hacienda, sino que fueron llevadas ahí precisamente para ornar la capilla. No hablaré en esta ocasión de todas estas pinturas, sino sólo de tres de ellas que coinciden en un tema que viene muy ad hoc en estos días previos a la Semana Santa: la pasión y muerte de Cristo.
Probablemente las tres pinturas son del siglo XVIII. Al parecer ninguna está firmada y sin duda fueron hechas por pintores distintos. En todos los casos se trata de óleos sobre tela, enmarcados (los marcos no son antiguos) y acusan cierto deterioro por desprendimiento la capa pictórica.
Comenzaré por describir el cuadro dedicado a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los Dolores. Como todos saben, esta advocación se refiere al dolor de la madre ante el sufrimiento de su hijo Jesús. En esta pintura, sobre un fondo oscuro, María aparece mirando hacia lo alto, las manos juntas en actitud de oración y rodenado su cabeza un nimbo formado por doce estrellas. Su túnica es rosa oscuro y el manto azul pizarra, a la manera habitual de las representaciones marianas. Nada más se observa en el cuadro, así de sencillo es. En las manos, mal dibujadas, y en el rostro con una nariz desproporcionada se advierte que el autor era bastante mediocre.
La factura técnica del segundo cuadro es también, estrictamente hablando, mala. Sin embargo, su mayor riqueza compositiva, colorido y sabor popular dan a esta pieza de carácter barroco un indudable atractivo. En él se observa Cristo con una rodilla en tierra y cargando la cruz, vistiendo una túnica azul con puños y bordes adornados en blanco. Tras él se despliega una cortina de color rojo, mismo color que el pintor utilizó para representar un cojín en el piso, en el que el Salvador apoya su mano derecha. A los lados, un par de ángeles arrodillados portan largas velas encendidas. En el piso, unas rosas que simbolizan la sangre de Cristo, su dolor y sacrificio completan la escena. Por el tipo de desgaste de la pintura de este cuadro me da la impresión de que estuvo algún tiempo almacenado y doblado antes de recibir su marco actual.
El tercer óleo no es rectangular como los anteriores, sino que su parte superior tiene forma ochavada o trapezoidal. Esta característica parece sugerir que proviene de un antiguo retablo, quizá dedicado todo a la pasión de Cristo. Muy pronto se advierte que esta pintura es de mucha mejor calidad que las anteriores, por al finura del trazo de las manos, rostros y ropajes que aparecen en él. Su tema es la Piedad, es decir, la Virgen María sosteniendo el cadáver de Jesús una vez que ha sido descolgado de la cruz. María, con la mirada en alto y gesto triste, sentada, toma con la mano derecha la cabeza del hijo que resposa sobre una sábana, mientras levanta la mano izquierda, suplicante. A la derecha, el apóstol san Juan, con la mirada perdida, levanta el brazo izquierdo de Jesús. Junto a él, María Magdalena arrodillada junta las manos y retira la mirada del Maestro muerto. En segundo plano se alza el mástil de la cruz y al fondo un desolado paisaje.
La Semana Santa de 2017 se acerca. Aunque la costumbre ya la ha vuelto para casi todos tiempo de descanso y de diversión, más que de recogimiento y reflexión, ojalá estas pinturas que les he mostrado aquí contribuyan a que los lectores recuerden aunque sea por un momento su verdadero sentido.