miércoles, 30 de noviembre de 2011

Lobos en Arroyozarco

Lobo Mexicano, grabado de The Naturalist's Library, de William Jardine, 1839

Domingo Revilla fue un escritor costumbrista, nacido hacia 1811, de cuyos textos mucho han aprovechado los más importantes historiadores de la charrería mexicana, como don Carlos Rincón Gallardo y José Álvarez del Villar. Este último, de hecho, transcribió entero en su obra Historia de la Charrería (Imprenta Londres, 1941) el artículo "Escenas de campo. Un coleadero", publicado originalmente por Revilla en la Revista Mexicana en 1846, en el que describe con gran detalle este tipo de eventos en la primera mitad del siglo XIX.

Originario de la región minera del actual estado de Hidalgo, pocos saben sin embargo que Domingo Revilla vivió en su infancia en la hacienda de Arroyozarco del municipio de Aculco (propiedad por entonces de sus tíos Juan Ángel y José Antonio Revilla), y de esta manera aparece listado en el Padrón Municipal de 1816 que existe en el Archivo Histórico del pueblo. Esta circunstancia parece haber marcado su vida, pues entre las líneas de sus escritos se traslucen el paisaje y las costumbres aculquenses, pese a que quienes los han leído descuidadamente han supuesto que se refiere exclusivamente a los sitios hidalguenses en que también vivió y su familia poseyó asimismo haciendas, como la de Coscotitlán (parte actualmente de la ciudad de Pachuca) donde escribió varias de sus obras.

Esta vez nos referiremos a un texto de Revilla que, como el del coleadero, es
parte también de su serie "Escenas del campo", escrito al que tituló "Una corrida de lobos", publicado en la Revista Científica y Literaria en 1846.


Los montes de Cañada de Lobos, Timilpan. Fotografía de h2martínez tomada de Panoramio.

En estos tiempos es difícil creer que en la región en la que se ubica Aculco existieron manadas de lobos que representaban una seria amenaza para el ganado e incluso para las personas, pero así fue en realidad hasta hace cosa de siglo y medio. La presencia de lobos dejó su huella incluso en la toponimia, en Cañada de Lobos (en los montes de Bucio, Timilpan), que formaba parte de las tierras del extremo sur de la hacienda de Arroyozarco. En 1773, el administrador de esta propiedad, don Bernardo de Ecala Guller, informó que faltaban 340 cabezas de ganado vacuno, "por comidas por lobos" (AGN, Indiferente virreinal, caja 5325, expediente 24, año 1773). Años más tarde, en 1782, el también administrador de Arroyozarco, Valero de Ayssa, escribió:

“También estamos experimentando mucho daño de animales y aunque he puesto los medios para desterrarlo, dando corridas para ver si se ahuyentaban sin embargo de haber cogido cinco lobos y varios coyotes y perros carniceros que son tan perjudiciales como los primeros, no me basta, he de estimar a Vm. se valga de algunos de sus amigos de Puebla para que me consigan un tercio de yerba* que sea del primer corte, y dando orden, se la conduzcan a México, que con su aviso mandaré por ella y remitiré su importe de costo y flete, pues sólo así podremos evitar los muchos daños que experimentamos” (AGN, Indiferente virreinal, caja 5682, expediente 5, año 1782).
*Se refiere a la llamada "hierba de la Puebla", también conocida como "hierba del perro" (scenecio canicida), utilizada en esos tiempos para envenenar perros, lobos y coyotes.

Todavía en 1854, la Estadística del Departamento de México, asegura que continuaban existiendo lobos en el territorio municipal de Aculco. Pero quien habló más extensamente del tema fue el ya mencionado Domingo Revilla. Si bien el cuerpo de su texto "Una corrida de lobos" no puntualiza que ésta se haya realizado en estas tierras, una oportuna nota añadida por él mismo permite asegurar que se inspira en lo observado precisamente en nuestra región:

"Los puntos inmediatos a la capital más a propósito para una corrida [de lobos] y en los que hemos presenciado, son: Cerro-Gordo y Arroyozarco: el primero está circundado de los llanos de las haciendas del Cazadero, célebre por las cacerías del virrey D. Antonio de Mendoza, y de Cuaxití, quedando enmedio un cerro pelado, que es el que lleva el nombre de Cerro-Gordo, y a donde se hacen replegar los animales; y el segundo presenta las ventajas de los inmensos llanos de Guapango, Petigá, y Quitaté, y las Águilas, sirviendo de barrera a los animales las aguas de la famosa presa de Guapango, que se extienden hasta siete leguas".


El Cerro Gordo de Polotitlán. Fotografía de José Luis Estalayo tomada de Panoramio.

Todos estos sitos, sobra mencionarlo, se encuentran en los terrenos que pertenecieron a la hacienda de Arroyozarco o que, como el Cerro Gordo ubicado en Polotitlán (en aquella época parte todavía municipio de Aculco), se hallaban aledaños a los límites de esta hacienda. Así, "Una corrida de lobos", texto tan vívidamente escrito, retrata sin duda las escenas que Revilla contempló en su infancia y juventud en estas tierras y resulta un testimonio invaluable para la historia de la región. Y también, por cierto, una sabrosa lectura para estos días de intenso frío en Aculco.

Panorámica desde Cañada de Lobos hacia el valle de Huapango, Timilpan. Fotografía de h2martinez tomada de Panoramio.



Escenas del campo
Una corrida de lobos


La llegada del invierno en las haciendas de cría, y en las estancias de ganado y de caballada, es las más de las veces una verdadera calamidad: no hablamos sólo de aquellos años en que las aguas han sido tan cortas o tardías, que los abrevaderos y cañadas no han empastado, o si los campos han reverdecido, el hielo y el sol han tostado la vegetación, tanto que apenas ha nacido cuando ha muerto, y por cuya causa los ganados están sujetos a la mortandad, no sólo por lo mal surtido de sus aguajes, y por la falta de pastos, sino también por la de aquellos que, anque abundantes de estas dos cosas, indispensables para la manutención de los animales, la estéril estación y lo rigoroso de las nevadas, que constantemente cubren los valles y los bosques, todo lo marchitan y lo consumen, y parece que la naturaleza se reviste con el velo de la muerte.
El fúnebre espectáculo de esa estación se aumenta más con el triste silbido de los tildíos, o pájaros de hielo [chorlo tildío, Charadrius vociferus], y con el lastimero canto de todas ésas aves, que no habiendo emigrado, han quedado casi mudas. En vano el aire se puebla con numerosas parvadas de grullas, que han llegado de las tierras lejanas del Norte, porque si bien en un momento la vista se divaga al verlas hacer diversas evoluciones en el azulado fondo de los cielos, también la monotonía de su grita oprime el corazón.
El invierno lo limita a esto su imperio; el sol mismo, ese rey de los astros, parece que huye de la Tierra; y al alejarse, los días son cortos y las noches largas y pesadas. Un instante ha bastado para verlo perderse, ya en Occidente, ya tras las elevadas montañas, ya en las inmensas llanuras, o ya sumergidos en el Océano. El viento glacial, que sopló fuertemente en la aurora, vuelve enseguida haciéndose sentir más penetrante a la hora del crepúsculo, a esa hora sublime en que los celajes tienen un tinte de oro y escarlata con que los matizan los rayos de aquel astro.

Acaban de dar las cinco de la tarde, cuando los bueyes se dirigen a sus establos, y los demás ganados a sus abrevaderos, o a un árbol elevado para buscar un lugar abrigado en que pasar allí, o bajo éste, la noche. El caballo relincha y recoge su manada, cuidando que no falte ninguno de su numerosa familia: el toro muge, y también atrae a la suya. En las cañadas y en los bosques se escucha alternativamente el eco de las vacas y yeguas, que llaman a sus crías con tierna solicitud. El relincho y el barmido se prolongan en aquellas soledades; es porque han resonado las selvas y los montescon el terrible aullido del astuto coyote y del carnívoro lobo. Este último, en el invierno, ha descendido de las serranías. La melancolía de aquel cuadro de la naturaleza se aumenta con los horrorosos acentos de esos feroces animales; el uno falaz y traidor, y el otro sanguinario y homicida. Desgraciado el torete o ternera , el potrillo o yegua que se ha separado de su rebaño o manada, porque en el acto es destrozado por estos foragidos de los bosques para saciar su hambre; los prolongados gemidos que exhala indican que ha sido víctima de su voracidad.

Ataque de lobos al ganado. Grabado de 1849.

Apenas se ha sentido el lobo, cuando los toros se levantan, y reuniéndose a una partida de ganado, colocan dentro las vacas y los terneros, formando aquellos un círculo para defender a su rebaño. En las caballadas sucede los mismo; el caballo padre en el instante relincha, y como si su relincho fuese la voz de un general, todos se reúnen a él, situándose las yeguas, los potrillos y muletos dentro de la manada, y los potros grandes y las mulas en toda la parte exterior para recibir a la fiera, disparándole coces.
El caballo padre levanta su cabeza erguida, y su crin y su cola se esponjan; sus ojos se encienden y vibran como los de la serpiente: centellean como el relámpago: su relincho ha cambiado en un bufido, con el que expresa todo su odio, y que lo anima la más terroble venganza. Cuanto es valiente y esforzado, así se manifiesta prudente para no comprometer a la familia: algunas veces provoca la lid y otras la resiste. Para atacar a su enemigo se lanza hacia él con decisión, con denuedo, disparándole manotadas y coces: su contrario huye, y en su retirada aparentemente procura una sorpresa que le dé el triunfo: si el caballo se repliega, en este acto es cuando la astuta fiera da vueltas alrededor de la manada para desconcertarla y arrebatar un animal, al que acomete hiriéndole arriba de la corva. Mas a veces el caballo se ve obligado a hacer una retirada con su manada, y entonces mientras él combate, aquélla avanza y los potros y mulas resguardan a ésta, y algunos auxilian a éste; así, y como por escalones, van alejándose del terreno hasta que se ponen en un punto seguro.Hay circunstancias en que dos o más fieras atacan la manada o el rebalo, y entonces los toros o mulas, los potros, y el caballo padre, se ponen en el lugar más peligroso, sin dejar de vigilar los flancos, que cuubren con la mayor prontitud, y se defienden hasta la muerte. Si perece en la lucha alguno que no sea el caballo padre, se retira con orden la manada; pero si éste ha sucumbido, aquélla arranca en desorden, y aterrorizada se dispersa en las praderas.

Ataque de lobos al ganado. Óleo de William Aiken Walker (1859).

Grandes son los destrozos que el lobo hace todos los años en las fincas, por lo que no hay parte en que no se les persiga con varios arbitrios; los más comunes se reducen a formar loberas en diversas cañadas y senderos apartados, que no son otra cosa que unos hoyos profundos, en cuya boca se coloca una tabla, falsamente sostenida; en el aparato se pone algún animal muerto o vivo, para atraer a las fieras, las que pisando la tabla caen en el hoyo; o a preparar en alguna cañada, carril o paso estrecho, algunas redes, hacia las que, obligándoles a huir, se les coge en ellas; mas como estos dos medios no bastan a veces para exterminarlos, ni presentan la diversión que buscamos en las escenas de campo, se ha escogido entre los mexicanos otro, que reúne el placer a la utilidad, y es una verdadera caza: pero antes de hablar sobre las particularidades que se usan entre nosotros, en la de esta clase, referiremos el origen de tan placentera costumbre.
[Siguen aquí unos párrafos que hablan de la cacería en el Mundo, tanto como medio de subsistencia de algunos pueblos, como diversión de reyes y señores en Europa. No los transcribimos para aligerar el texto ya que no se refieren a México.]
Entre nosotros varía completamente este recreo; pues a más de que absolutamente está prohibido el uso de armas de fuego, el de los perros es limitado, y absolutamente no se guarda etiqueta alguna, porque aún la observancia estricta del orden de la corrida indica la popularidad con que se emprende y lleva a cabo.
Tres días antes del señalado, se circulan las disposiciones, que por común acuerdo se han tomado a cada hacendado, ranchero, arrendatario o colindante de la circunferencia del punto en que ha de ser el teatro de la corrida.

Posible imagen de un lobo en el Códice Florentino, l. 11.

El paraje que se elige para la aventada, es un gran llano o un cerro que lo circundan por todas partes terrenos planos, y menos escabrosos. La circunferencia en que se da principio a la corrida es tan grande, como que su diámetro tiene a veces diez y más leguas. Todos los propietarios y habitantes de este inmenso círculo, y aun los de posesiones más lejanas, ocurren en el día prefijado. de antemano preparan sus diversos caballos, para que se encuentren ágiles y expeditos.
La víspera del día de la corrida [* Aquí se inserta la nota que habla de Arroyozarco como teatro de estas cacerías, que copiamos arriba], se matan algunos animales, que en cuartos se colocan en los puntos más frecuentados por los lobos o coyotes , los que olfateando la carne bajan en mayor número que el común, de las montañas o serranías. Como el lobo desciende de sus madrigueras entrando la noche, y se retira en la madrugada, la corrida se comienza antes de que se remonte. A las doce de la noche ya está puesto el gran cerco en una prolongada línea. Los hombres de a caballo se colocan en toda ella de distancia en distancia, y en los parajes escabrosos, en donde no pueden correr los caballos, los de a pie van con sus hondas y perros. A una señal convenida, que a veces es con cohetes, se da el grito, y así se da principio a la corrida. Cada hombre, constituido centinela, vocea fuertemente y da grandes chasquidos con un látigo para azorar a los animales, y obligarlos a huir hacia el punto en que se trata de cazarlos.
No hay idea que pueda expresar la uniformidad con que se emprende el movimiento y el celo que reina en aquel conjunto de hombres, en que cada uno procura llenar su deber; pero lo que más divierte al que por primera vez presencia aquella escena es, een el momento en que la aurora comienza a iluminar las cimas de los montes, las llanuras y los lagos. Todos aquellos hombres, que agobiados con un frío fuerte, y que en medio de las tinieblas han andado por un terreno desigual o entre precipicios, a la salida del sol se les ve alegres y llenos de animación.

Cacería de venado con reata, viñeta del libro Hombres y caballos de México, de José Álvarez del Villar (Panorama, 1981).

Cuando ya hay bastante luz, remudan sus caballos, y como la circunvalación se reduce más y más, según se avanza hacia el centro, luego que la línea está bien cubierta por todas partes, se van formando paradas de tres y cuatro hombres, que se colocan dentro del círculo cuanto más se avanzan, cuidando de que la línea y sus claros queden protegidos; atrás van quedando los jinetes menos expeditos, o que carecen de buenos caballos. Cada parada va marchando paralelamente y a distancias proporcionadas, para correr tras la fiera hasta el punto en que otra parada le sale al encuentro para cortarle la retirada, sin que ninguna parada traspase los límites de otra, con el objeto de que la caza sea más fácil y breve; así es que cuando algún animal pretende huir para fuera de la línea, parten tras él una o más paradas, según su colocación, hasta el punto en que están otras, lográndose de este modo que no se deje en descubierto el gran cerco, ni que los caballos se fatiguen, y que los de refresco de los otros le den a aquél alcance o caza. Los individuos de a pie, que han recorrido los breñales y senderos tortuosos y llenos de escabrosidades, se colocan con sus perros, de manera que no se les escape algún animal; así es que estrechándose más y más las distancias, las fieras se repliegan hacia el centro. Gatos monteses, venados, coyotes, uno que otro leopardo [i.e. jaguar u ocelote], y los lobos, huyen rabiosos o azorados. El coyote es el que con mejor instinto, intenta con mayor obstinación burlar las miras del cazador, pretendiendo romper la línea y escurrirse por entre los que lo acosan.
Mas sucede a veces que no se ha llegado a este momento, y por ser avanzada la hora hay una ligera tregua, la necesaria para que se tome alimento, y en toda la línea se suspende la marcha; para ello ha precedido una orden que se comunica de derecha a izquierda con la velocidad del rayo. Entonces cada cual queda en sus puesto y toma su alimento militarmente. Apenas ha pasado un rato, cuando vuelven los cazadores a montar: sus semblantes se animan, y en cada uno se percibe el ardiente deseo de dar caza a algún animal, y la confianza que tienen en su fogoso caballo. Colocadas nuevamente las paradas, se emprende simultáneamente la marcha y con la misma uniformidad.
Cuando se ha avanzado lo bastante, y el círculo es muy reducido, el cuadro completamente cambia: si en el punto señalado para la corrida hay algún cerro en que se han refugiado los animales, los de a pie suben a él para espantarlos y que bajen a la llanura; las fieras comienzan a correr en diversas direcciones. En el instante aqúel campo, que hacía poco estaba silencioso y sin animación, ahora está cubierto de innumerables jinetes, que con reata en mano, corren tras las fieras llenos de vigor y de emulación, compitiendo hombres y caballos como si estuviesen en una batalla en que se fueran a jugar los destinos de su patria o del mundo.

Cacería de venados en las inmediaciones de Orizaba. Litografía del siglo XIX.

En estos instantes ya no hay orden ni se obedece a voz alguna. La llanura es un torbellino de hombres a caballo que se lanzan de aquí para acullá en pos de la fiera, formando oleadas impetuosas: a los jinetes no los detienen los matorrales, los árboles, zanjas o cercas, pues corren ciegos y frenéticos tras el animal: multitud de reatas delgadas y a propósito, caen sobre el venado, que viene dando saltos por todas partes, sobre el coyote que se escapa ligero por entre las manos del caballo de alguno que lo persigue y lo deja atrás, mientras que otros jinetes le salen al encuentro, y sobre el fornido lobo, que con estupenda velocidad adelanta a los que lo siguen. Todos estos animales y las liebres que se diseminan, no hallan por dónde huir de sus adversarios; pero por mucha que sea la destreza para escaparse de la reata, caen las más veces bajo la que le ha lanzado una mano diestra. Apenas el venado se ha sentido sujeto, cuando dan un terrible salto y cae al suelo, volviendo a hacer un nuevo esfuerzo para escaparse. El coyote nunca quiere ceder, y lleno de ira y de despecho, por verse agarrado, pretende roer la cuerda, hasta que estropeado, se finge vencido, para que aprovechándose del más pequeño descuido, roer la reata y escaparse. El lobo, por el contrario, cuando se ve lazado, da un tirón tan fuerte como el de un toro o potro cerrero, y no vuelve a hacer más esfuerzo, humillándose luego.

Cacería de lobo con reata. Acuarela del pintor estadounidense Charles Marion Russell.

El que ha sido feliz en lazar algún animal, llega con su presa al punto de la reunión general, en donde lo esperan las miradas de multitud de curiosos que aplauden su destreza: se presenta ufano y satisfecho, y recibe los parabienes de sus conocidos y amigos, y demás concurrentes. Entonces se le presenta algún manjar y un vaso con licor, y dice lleno de entusiasmo, las más pequeñas circunstancias que mediaron para la aprehensión del animal. Sucesivamente van llegando los otros cazadores, más o menos alegres, según ha sido su fortuna, pues entre ellos ha habido quien sin haber lazado ningún animal, ha caído del caballo, con riesgo de su vida.
La corrida atrae una concurrencia numerosa de curiosos que vienen a participar de la diversión. También vienen vendedores de manjares y licores, con que se improvisan, después de la caza, banquetes por todas partes: la alegría reina en ellos, y en el semblante de cada individuo se advierte la satisfacción y el placer.
El aspecto de movimiento y agitación ha cambiado en el de la quietud de la mesa y de la conversación, en que se refieren varias anécdotas de valor y destreza de los cazadores, de la agilidad de los caballos y de la astucia y ligereza de los animales. Pero la admiración de todos se fija después en los caballos; y de los elogios que se tributan a los que poseen los mejores, por su velocidad, resulta que allí mismo se forman unas carreras, o se ajusten otras para los días de la Santa Cruz, la Ascensión, San Juan y Santiago, sin que esto obste a preparar una nueva corrida. El gusto por ésta y las carreras es muy pronunciado en los rancheros y hacendados, y con esos ejercicios se adiestran más en el uso del caballo. A éste le profesan una verdadera pasión, que contribuye notablemente a que se desarrollen en esas gentes las cualidades de hombres de a caballo.
Concluidas las carreras, en que ha habido sus apuestas de dinero, se retiran todos, y en el camino se forman grupos que corren tras los toros coleándolos, o a las manadas, para manganear un potro. Tal es el vicio que han contraído los rancheros por las escenas del campo, y a las que sólo la noche pone término, pues no tienen consideración a lo estropeados de sus personas ni de sus caballos.
Dignas son por cierto estas escenas de que las describiese una pluma como la de Walter Scott: pero por exacto que sea el cuadro, la idea que se forme no es tan completa como presenciándolas y participando de sus riesgos y de sus placeres.- Mayo de 1846.
D.R.


Seguramente las corridas de lobos en Arroyozarco no llegaron ya al siglo XX. No sabemos qué efecto tendrían cacerías como la descrita en la extinción de ésa y otras especies, pero lo cierto es que la explotación forestal de los montes de la zona a partir de 1890 no sólo los privó de sus bosques centenarios sino que acabó finalmente con buena parte de la fauna local. Sólo quedó para la memoria esta hermosa crónica, eco de un pasado perdido para siempre, de un Aculco que fue y ya no será.


NOTA: Gracias a Víctor Manuel Lara Bayón por las referencias sobre los lobos en Arroyozarco a fines del siglo XVIII.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima

Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima, relieve en la fachada de la parroquia de Aculco

Coronando la elaborada composición barroca que despliega la fachada de la parroquia de Aculco, se encuentra un relieve que es quizá la obra de mayor importancia artística de este pueblo, trascendental incluso como muestra de un patriotismo naciente entre los habitantes de la entonces Nueva España. Se trata de una obra que muestra los “desposorios místicos de Santa Rosa de Lima”, es decir, el momento en el que esta santa peruana -en uno de sus éxtasis- recibe la petición del Niño Jesús de convertirse en su esposa y ella accede. Seguramente fue labrado hacia 1701 cuando se concluían las obras de esta fachada.

El relieve dibujado de manera muy esquemática en una acuarela del año 1838

Vista del remate de la fachada, en el que ocupa el sitio principal el relieve de los Desposorios Místicos

Rosa de Santa María fue canonizada en 1671 (apenas treinta años antes de la probable elaboración del relieve aculquense) y, al tratarse de la primera santa del continente, su culto y popularidad se propagaron rápidamente en todos los ámbitos de la América hispánica como expresión del criollismo (es decir un vago nacionalismo) que terminaría por desembocar casi un siglo y medio después en la efectiva independencia de las antiguas colonias españolas.

Sobre la obra y su contexto, fue la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo la primera en interesarse y profundizar en su ensayo titulado “la Vicaría de Aculco” (recordemos que comenzó a ser parroquia en 1759) publicado en el número 22 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM en 1954, y que en su versión íntegra se puede consultar aquí. Aunque el texto de Vargas Lugo contiene varios errores de apreciación respecto al conjunto parroquial aculquense -que ya hemos comentado en otros momentos en este blog- lo cierto es que la parte correspondiente al relieve de los desposorios no ha sido superado todavía por ningún estudio mejor. Por ello copio a continuación algunos de sus párrafos que nos ayudarán a comprender mejor la obra y su importancia:

Fotografía del relieve como estaba en 1954 incluida en el ensayo de EVL

"El relieve... es la obra de máximo interés en la vicaría de Aculco, no sólo por su calidad escultórica sino por el contenido de su tema y concepción: no es nada más un simple pasaje religioso sino que es expresión viva propia y significativa del ser criollo, que en esos años buscaba expresarse en alguna forma para tratar de afirmarse históricamente. Esta obra representa una escena de la vida de Santa Rosa de Lima, santa criolla peruana terciaria de la orden dominicana, en el momento en que el Niño Jesús durante una de las numerosas apariciones con que según sus biógrafos favoreció a la santa le pide que sea su esposa y ésta extasiada le responde Tu esclava soy Señor mi Jesús.


La pintura de Nicolás Correa con el mismo tema del relieve aculquense a la que se refiere Elisa Vargas Lugo

"Iconográficamente el relieve está en estrecha relación con la preciosa pintura de Nicolás Correa de 1691... Aunque en Aculco existan más personajes en la composición, la Virgen, Santa Rosa y los ángeles son los mismos del cuadro de Correa. Nótese por ejemplo la forma en que están colocadas las cabecitas de los querubines a los pies de la Virgen: en la pintura, el del centro está boca arriba y la misma actitud tiene el mismo querubín en el relieve. Igual apreciación puede hacerse sobre la posición que guardan las manos de la Virgen de la Santa y del Niño en ambas obras. Además, las palabras que en relieve salen de la boca de Santa Rosa son las que aparecen también en el escudo cargado por dos ángeles en la pintura: ANCILLA TVA SVM DOMINE MI IESV que quiere decir: TU ESCLAVA SOY MI SEÑOR JESÚS, si bien en Aculco les salió sobrando una M al escribir la palabra DOMINE, lo cual es prueba de que se trata de una copia trabajada por artistas ignorantes que no entendían lo que copiaban y que seguramente eran indígenas otomíes.


El tema central de la obra: La Virgen, el Niño y Santa Rosa de Lima

"Finalmente hay que referirse a los personajes que fueron agregados en el relieve a la composición central que hemos comparado con la pintura de Correa. A pesar de su tema, como hemos visto muy criollo dadas las circunstancias, no pasa de ser un pasaje devoto simplemente, si bien de mucho valor pictórico. Es una pleitesía religiosa a la nueva santa americana. Sin embargo en Aculco se va más allá de esto. Se profundiza en el tema religioso y se traspasa combinándolo con lo nacional, como veremos.


El Padre Eterno

"En primer lugar, además de la Virgen y de la santa que son el tema original se encuentra presente la Santísima Trinidad formada por el Padre Eterno -que tanto nos recuerda las representaciones del XVI- en la cúspide del relieve: el Espíritu Santo, en su característica representación de paloma al centro del relieve, y el Niño Dios en el regazo de la Madre. Es decir, que se quiso exaltar el valor religioso de la santa criolla incluyendo la más alta concepción teológica del catolicismo. Qué otro sentido puede tener sino éste el conectar un concepto puramente teológico con una escena pasajera de la vida de una santa.


El indio que representa a México

"Por otra parte, aparece en el lado inferior izquierdo del conjunto un indio arrodillado que por la M que lleva grabado en su escudo es símbolo de México. Dicho sea de paso, es también característico del siglo XVII, otra prueba más de la época a la que pertenece la obra que hemos estudiado el representar a México o América en la figura de un indio vestido como el que está en el relieve, con faldilla corta, penacho de plumas y carcaj al hombro... La presencia simbólica de México devotamente arrodillado a los pies no sólo de la Virgen sino también de la santa significa la total aceptación por este pueblo del culto a Santa Rosa... El relieve es además de su alto e innegable valor artístico una obra de mayor y más profunda significación histórica... Es el reconocimiento de su valor como propiamente americano y por ende, en aquellos tiempos de incipiente y subconsciente nacionalismo, también mexicano. Es la identificación del criollismo mexicano con el peruano: la fraternización americana en contraposición a España, expresada en formas artísticas religiosas que siempre han sido adecuadas para acoger todo tipo de sentimientos aun los nacionalistas".


Sólo debemos agregar a lo escrito por Elisa Vargas Lugo tres cosas. La primera, que para ella pasó desapercibido un símbolo más, pleno también de significado: sobre la M puede percibirse una estrella incisa, figura que en la emblemática de la época representaba la evangelización de América, pero también a Santa Rosa de Lima y aún al otro y mayor baluarte del criollismo americano: la Virgen de Guadalupe. Así queda de manifiesto, por ejemplo, en el título de la obra La estrella del norte de México aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo Mundo de Francisco de Florencia (referente a las apariciones de la Virgen de Guadalupe y publicada en 1688), y también en Astro brillante en el Nuevo Mundo, biografía de Santa Rosa escrita por Leonarda Gil de Gama y publicada en Manila en 1755. En cualquiera de estas interpretaciones, la estrella refuerza el sentido americanista, criollo y proto-nacionalista del relieve de Aculco. Ahora bien, este símbolo pudo haberse tomado "prestado", no sólo en el caso aculquense sino en otras imágenes de Santa Rosa, del escudo de armas de Lima (la Ciudad de los Reyes), donde representa la Estrella de Belén que guió a los Reyes Magos.

Portadilla de Astro brillante en el Nuevo Mundo

Grabado de Santa Rosa de Lima en Astro brillante en el Nuevo Mundo. Obsérvese la estrella en el escudo de la parte inferior, como símbolo ligado a la santa peruana, sobre lo que podría ser una interpretación del escudo de armas de la ciudad de Manila.

La segunda cosa a mencionar es que, si bien el cuadro de Nicolás Correa guarda innegables semejanzas con el relieve aculquense que ciertamente hacen pensar en un mismo origen, seguramente un grabado como supone la propia autora del ensayo, existen otras obras pictóricas aún más cercanas a la que existe en Aculco. Tal es el caso del óleo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en Cantillana, Sevilla, de autor desconocido, que mostramos a continuación:

Los Desposorios de Santa Rosa en un óleo anónimo de la de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en Cantillana, Sevilla

Como puede observarse, este óleo, además de compartir con el relieve los detalles que EVL señaló en el cuadro de Nicolás Corrrea, posee algunos otros más como son el ángtel que porta la guirnalda, el reclinatorio sobre el que se apoya Santa Rosa, la filacteria sostenida por ángeles y la actitud orante del que se encuentra, entre ellos, en la parte superior, y la paloma del Espíritu Santo. De tal manera, se puede asegurar que el grabado origen de estas representaciones debió ser más cercano a la escultura de Aculco que al óleo de Correa.

Santa Rosa de Lima, grabado de 1711. Nótese el escudo de la ciudad de Lima, con las tres coronas de los Santos Reyes y la Estrella de Belén, que en el grabado anterior y en la obra aculquense deviene en símbolo de la santa.

La tercera cuestión concierne únicamente a señalar que existen otros ejemplos de la presencia de representaciones de indígenas en las imágenes de Santa Rosa de Lima. Es el caso de la estampa que mostramos aquí, de 1711, en la que aparece una mujer arrodillada que simboliza a América.

 

ACTUALIZACIÓN, 11 de septiembre de 2014:

Recientemente me he enterado de que existe un óleo de los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima en el templo de santo Domingo, en Puebla, que comparte muchos de los rasgos iconográficos del relieve con el mismo tema que se encuentra en Aculco y también con el cuadro de Cantillana del que hablé arriba. Pero aún más: a diferencia del óleo sevillano y a semejanza del relieve aculquense, se observa a su izquierda un indio arrodillado que incluso lleva también un escudo. En él se ven las coronas y la estrella de Belén que corresponden a la ciudad de los Reyes de Lima. Esto refuerza la idea de que, en el escudo del indio de Aculco, la M es un reemplazo para indicar a otra ciudad y otro reino -el de México- y la estrella una supervivencia que se conservó del modelo original. La M, pues, no correspondería a un símbolo Mariano, como han sugerido algunos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Un tramo de la calle del Pípila (o lo que queda de él)

La calle del Pípila, 1909.

El mismo tramo de la calle, en la actualidad.

Cuando encontré esta serie de fotografías antiguas de una calle aculquense en el Fondo Castillo Ledón de la Fototeca Nacional del INAH, sentí al mismo tiempo una profunda tristeza y una enorme curiosidad. Tristeza, porque definitivamente ya no existía lo que retrató en ellas el fotógrafo Gustavo F. Solís en 1909 para documentar visualmente la ruta insurgente de Miguel Hidalgo, viajando en compañía del historiador Luis Castillo Ledón; curiosidad, porque no me recordaba ninguna de las calles de nuestro pueblo, pese a que la inconfundible silueta del Cerro del Comal (que se recorta al fondo) demostraba que esas casas perdidas habían estado alguna vez aquí.

Tardé algunos meses en resolver el enigma. La primera pista para lograrlo era, naturalmente, la orientación de la calle, de este a oeste, indicada por la posición el Cerro del Comal. La segunda, que las casas se hallaban en el lienzo norte de esa calle. La tercera, la cerca de piedras al fondo señalaba que se encontraba a orillas del pueblo hacia el poniente. La cuarta, la pendiente de la calle mostraba que debía estar en la parte alta del pueblo, hacia el sur de la parroquia.

Detalle de la portada en la fotografía de 1909.

La portada sobreviviente, aunque mutilada para acortar su altura. Nótese en el muro de la izquierda la huella del tejado que señala la altura original de la fachada.

Las únicas dos calles de la traza antigua de Aculco que cumplían con estas características eran la calle José Canal y Pípila, aunque aún me resistía a descartar todavía la calle de Morelos, pese a que no está realmente en la parte alta del poblado. Eliminé entonces José Canal ya que el lienzo norte de sus dos tramos está ocupado por las bardas del antiguo convento y un terreno en el que se edificó sólo en tiempos relativamente recientes. Entonces recordé que sobre la calle del Pípila, en el tramo que corre entre la calle Juárez y la de Matamoros, justo en la casa señalada con el número 2, existe todavía una antigua portada de cantera que tiene un perfil semejante a la que destaca en las fotografía y una cruz labrada en su clave que correspondía al que muestran las imágenes antiguas.

Dintel de la portada, con su clave labrada y las fechas de 1813 y 1968.

Tenía fotografías de esa portada y al compararlas me sentí más cerca de haber llegado a la solución del problema. Como se puede ver en las fotografías, se trata de una bonita portada con su dintel en forma de arco rebajado, adornada con una cruz entre dos floreros o palmas. A su izquierda, una inscripción dice "año de 1813", mientras al otro lado se lee "año de 1968". La primera fecha la ubicaba temporalmente en el contexto de la Guerra de Independencia (1810-1821), lo que -sin coincidir plenamente- establecía una relación con el título con el que están registradas las tomas de Solís en la fototeca: "casa en donde se alojaron las tropas de Hidalgo en Aculco". Lo que definitivamente no encajaba era la altura de la portada, mucho mayor en altura en las antiguas imágenes.


La cruz de la clave en la fotografía antigua y detalle de la misma en la actualidad.

Tuve que esperar todavía algunas semanas para poder explorar el sitio y tratar de comprobar mi suposición. Como todos los lectores de este blog saben, el tramo de Pípila al que me he referido es actualmente un caos visual gracias a las construcciones modernas que le han dado diferentes alineamientos, un portalillo raquítico, alturas y texturas variadas, etc. Sin embargo, sobreviven también unos cuantos vestigios antiguos: la portada a la que nos hemos referido, una casita de teja y un tramo de barda, suficientes para intentar su interpretación.

Otra de las fotografías de 1909. En esta se aprecia mejor la silueta del Cerro del Comal, la esquina de la barda que sobrevive y, al fondo, las cercas de piedra.

La bella portada de cantera es el elemento central. La rebaja de su altura se puede explicar con la transformación que (posiblemente en 1968 como reza la inscripción) agregó ademas el par de castillos de concreto que la flanquean así como la marquesina que se extiende sobre ella. De hecho, si observamos la parte baja advertimos que la piedra se desplanta directamente sobre una trabe de concreto lo que demuestra que fue desmontada y vuelta a armar. Las marcas de un tejado desaparecido en el muro izquierdo confirman que en el pasado esta pared tuvo mayor altura y coinciden con lo que aparece en las fotografías de 1909.

Otra señal que indica que esta portada fue recortada es la proporción entre la anchura y la altura del vano, que resulta demasiado achaparrado.

La casita de teja que existe en el número 4 no existía aún en 1909 (Ver ACTUALIZACIÓN más abajo, donde explicamosq ue sí existía). Hasta hace pocos años mostraba sus paramentos de piedra blanca. Lo que aparenta ser una portada de cantera rosa son en realidad láminas modernas de ese material pegadas alrededor de la entrada.

Fotografiado el lienzo de norte de esta calle con un ángulo parecido al que captó Solís, otras coincidencias afloran, pese a lo esperado por las grandes transformaciones que ha sufrido el sitio. De hecho, a la izquierda de la portada de cantera todo lo antiguo ha desaparecido. Pero el muro a la derecha es el mismo, si bien disminuido en altura, y con el vano central tapiado y el derecho ampliado. La casita de teja que sigue hacia el poniente no existía todavía en 1909. La larga barda que aparece como remate de la calle se ha fragmentado, en parte para dar lugar a esta casita de teja y a otra más moderna, pero sobrevive la esquina. Al fondo, en lugar de las cercas de piedra asoman las casas que se han levantado en los terrenos que anteriormente pertenecían al Hospital Concepción Martínez y que tuvieron que venderse para saldar las deudas de su antigua administración.

Las fotografías de Solís de 1909 mostraban una serie de casas con vestigios arquitectónicos de valor, pero en un estado de deterioro evidente en las ventanas tapiadas, las bardas dañadas y los tejados destartalados, todo lo cual debió haber contribuido para que desaparecieran o fueran modificadas en los cien años que han corrido desde entonces. Lamentablemente el estado actual de esta calle, aunque sea más sólido, no es en modo alguno más hermoso. Su valor histórico, por el que fue fotografiado a principios del siglo XX, está casi perdido, no sólo físicamente sino aún en el recuerdo de los aculquenses. Pípila es hoy sólo una calle más. La típica calle en la que el turista advierte que ha ido un poco más allá de la zona atractiva del pueblo y vuelve sobre sus pasos hacia un ambiente urbano más amable.

La Calle de Pípila, vista general de su lienzo norte entre Juárez y Matamoros. Al fondo, asoma apenas entre postes y nuevas construcciones el Cerro del Comal.


ACTUALIZACIÓN: 23 de noviembre de 2011

Gracias a un mensaje que nos envía Francisco Alcántara Peralta, hijo de los propietarios de la casa, puedo hacer algunas correcciones y precisiones sobre los escrito arriba:

1. La portada de cantera, en efecto, fue recortada, pero también reubicada más a la izquierda (de lo que yo no me había dado cuenta). De tal manera, el par de fotografías que pongo a continuación reflejan mejor el paralelo que existe entre la vista de 1909 y la actual del extremo este de la calle del Pípila:

La calle del Pípila, 1909.

La vista actual, ajustada. Nótese que la portada de cantera fue retirada del zaguán antiguo y colocada al extremo izquierdo de la casa.

2. Asimismo, la casa que sigue a la derecha del viejo zaguán sí se puede identificar con la casa que lleva el número 4, que por lo tanto sí existía ya a principios del siglo XX:

La casita de teja en 1909.

La misma actualmente.

¡Gracias, Francisco! Si tienes alguna foto de la casa antes de las modificaciones o del interior, puedes enviárnosla para enriquecer este texto.

martes, 15 de noviembre de 2011

La plaza de toros Garrido-Varela

La tribuna principal de la Plaza de Toros Garrido-Varela hacia 1930.

En los primeros años del siglo XX, un par de buenos aficionados a la fiesta brava tuvieron la idea de construir una plaza de toros en Aculco. Ellos eran Nicolás Garrido, sastre, y Luciano Varela, ebanista que además amaba el teatro y llegó a dirigir algunas obras presentadas en Aculco. Aunque sus recursos eran cortos, aportaron lo más que pudieron para lograr su fin y consiguieron también entusiasmar a los habitantes del pueblo, que cooperaron con dinero, materiales y mano de obra hasta ver coronados sus esfuerzos en 1903. Desde entonces y hasta nuestros días, a este coso se le llamó popularmente "el toril", aunque su nombre oficial rinde homenaje a aquellos dos primeros entusiastas.

El terreno en que se levantó la Plaza de Toros Garrido Varela era un árido tepetatal nombrado "El Huizache", que se encontraba en el último tramo de la larga Calle del Calvario (desde 1947 llamada Manuel del Mazo), casi frente al Panteón, en el barrio de San Jerónimo. Este sitio pertenecía a don Vicente Buenavista Espinosa, panadero de oficio, quien lo cedió generosamente al pueblo con ese fin.

Registros del censo de 1930. Como habitantes del "lugar nombrado Plaza de Toros" aparecen Vicente y Eustolio Buenavista.

La primitiva plaza debió ser poco más que el muro de piedra blanca que encerraba una circunferencia de unos 44 metros de diámetro -el mismo, por cierto, que tiene la Plaza México- y una tribuna principal, que se levantó en la parte más cercana a la calle. En las décadas siguientes se fueron agregando secciones de graderío -un poco irregulares, con asientos bastante estrechos- hasta que quedó totalmente concluido. A la tribuna principal se le agregó un sencillo barandal metálico (que permanecía ahí hasta hace poco), como protección y para destacar su importancia. Aunque la pendiente natural del terreno obligó a allanarlo, ciertamente el declive de sur a norte del albero fue evidente hasta su definitiva nivelación en el año de 1985.

Miembros de la Asociación Nacional de Charros en la Garrido-Varela, en septiembre de 1961. El tercer jinete de derecha a izquierda es Mariano Ramos, el torero charro, entonces de escasos ocho años de edad.

Prácticamente en ese mismo estado llegó la plaza de toros a la mitad del siglo XX. En esa época se vivía un auge de la charrería organizada en todo México. La primera agrupación charra del país, la Asociación Nacional de Charros, se había fundado en 1921 y ello había señalado la desaparición de la charrería histórica de un campo asolado por la Revolución y la Reforma Agraria, para convertirse en una práctica de carácter en realidad urbano, propia de espacios cerrados, reglamentada y relativamente costosa.

Charros de la Asociación Juvenil, en una charreada de la década de 1960.

Curiosamente, aunque en las primeras asociaciones de charros abundaban los antiguos propietarios de haciendas y otras personas añorantes del Porfiriato, el Estado revolucionario adoptó al charro como estereotipo nacional y contribuyó a su difusión en la República, así como al auge del que hemos hablado líneas arriba. Muy pronto los charros que habían participado en la Revolución empezaron a formar parte también de aquellas primeras asociaciones y a codearse con los antiguos porfiristas. El cine mexicano de la época, con sus comedias y dramas rurales, ayudó también a impulsar la figura del charro y el arte de la charrería.

Vista general de la plaza en 1973, al fondo, a la derecha, destaca la parroquia.

La primera escaramuza charra que existió en Aculco, durante su presentación en 1981. Al fondo asoma la capilla del Perpetuo Socorro.

La Garrido-Varela hace pocos años. La plaza ha ganado el anillo, los cajones de jineteo y la caseta de jueces, la capilla del Perpetuo Socorro luce una nueva torre... y la publicidad ha recuperado espacio en sus muros después de ser expulsada desde la década de 1960.


El modelo de las asociaciones de charros se difundió -irónicamente- desde las ciudades hacia el campo en que habían tenido su más remoto origen. La primera de estas agrupaciones en ser fundada en Aculco fue la "Asociación Regional de Charros del Norte del Estado", hacia 1944. Sin embargo, para 1952 se decía que se encontraba "desorganizada y se trataba de reorganizarla con elementos que no son ni originarios ni vecinos de esta población". Luego, en 1960, surgió la "Asociación Juvenil de Charros de Aculco" y en 1964 la "Asociación de Charros de Aculco". Desde entonces no sólo se han multiplicado en este municipio los aficionados a la charrería, sino el número de asociaciones y lienzos charros para practicarla.

Pero estoy desviándome ya del punto central de este post, que es la historia material del coso principal de Aculco y no la de las asociaciones de charros o los toreros que pisaron la arena aculquense, temas que queremos tratar con detalle en otra ocasión. Por ahora, sirva esta introducción para explicar que, si bien la Plaza de Toros Garrido-Varela se utilizó naturalmente desde un principio para llevar a cabo jaripeos, lo cierto es que algunas suertes charras como los coleaderos tenían que realizarse en la llamada Calle de la Arena (un tramo de la actual Matamoros, a un costado de La Huerta). De ahí que en 1944 la Junta de Mejoras Materiales del municipio y la Asociación Regional de Charros plantearan la necesidad de anexarle un lienzo charro al viejo toril. Nuevamente, la obra se realizó por suscripción pública. Eustolio Buenavista Correa, hijo de Vicente, donó en 1946 otra fracción de terreno hacia el norte y se levantaron ahí las paredes del lienzo, aunque con mampostería de baja calidad. Una barda formada por sillares de cantera rosa procedentes de las ruinas del molino de Arroyozarco se levantó como división entre el partidero y la corraleta. En 1953 se montó la puerta que separa al lienzo del ruedo, donada por la Cervecería Modelo, que además colocó una curiosa escultura de cantera en forma de botella en una de sus jambas. Las obras en el lienzo se prolongaron por varios años hasta que el 30 de enero de 1955 fueron inauguradas por el ingeniero Salvador Sánchez Colín, gobernador del Estado de México.

Lápida que recuerda la inauguración de las obras de la Plaza Garrido-Varela en 1955.

La botella de cantera rosa, pintada con los colores de la Cervecería Modelo, en la primera mitad de la década de 1960. En la misma jamba estaba colocada la lápida de la fotografía anterior.

La botella, recuperada después de muchos años, como lucía en noviembre de 2010.

La misma botella, ahora pintada nuevamente con los colores de la Cervecería Modelo. Septiembre de 2011.

En 1974, durante las obras del Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos, se colocó en la fachada de la plaza el arco de piedra blanca de la entrada principal, así como dos contrafuertes a cada uno de sus lados. Los paramentos de los muros se aplanaron y encalaron. Luego, entre 1981 y 1984 se ampliaron los asientos de la parte central del graderío, se colocó una nueva cubierta de lámina en la misma zona y se construyeron baños y taquillas. Entre 1985 y 1986, con vistas a la eliminatoria de la zona norte del Estado de México del Congreso y Campeonato nacional charro, se niveló el ruedo, se edificó el anillo de piedra con lo que el ruedo adquirió las dimensiones reglamentarias de 40 metros y ganó el callejón, se construyeron los cajones de jineteo, la caseta de jueces, una nueva corraleta y se colocó la puerta de la entrada principal. En 1992, se comenzó a levantar el casino (con lo que desafortunadamente se destruyó uno de los contrafuertes de la fachada), edificio que sólo sería terminado en el año 2000. Después de ello se han realizo obras relativamente menores como la recuperación de la botella de cantera (aunque está mutilada y mal colocada), barandales en el graderío, la construcción de un techo de lámina estéticamente lamentable sobre las corraletas, etcétera.

Vista interior del arco de la entrada principal, construdido en 1974, como estaba en noviembre de 2010.

En esta fotografía tomada de Google Streetview se advierte claramente el ensanchamiento de la tribuna principal llevado a cabo a principios de la década de 1980.

Vista del Casino en Google Streetview. Su construcción significó la demolición del contrafuerte ornamental derecho de la fachada de la plaza. Al frente de este Casino se levantó un portalillo que reproduce la forma de las bases y columnas abombadas del portal de la Casa de los Terreros.

Últimamente, pudimos ver en la tradicional corrida de toros del 30 de septiembre de 2011 que la Plaza de Toros Garrido y Varela había sido repintada de manera bastante criticable: el lomo de toro del anillo, tradicionalmente encalado en las construcciones aculquenses, desluce ahora pintado en rojo; la herrería negra es ahora blanca y a las puertas del anillo se les colocó el logotipo del "Camino Real de Tierra Adentro". Y todo ello sin mencionar los anuncios publicitarios que envilecen sus muros desde hace varios años.

JLB dándole un trapazo a una vaca castaña de la ganadería de Cerro Alto, en 1991 o 1992.

Aunque la Plaza de Toros Garrido-Varela no es mencionada con frecuencia entre los atractivos de Aculco, lo cierto es que es una plaza muy bella. Y no sólo eso: aunque con múltiples añadidos y transformaciones, se trata de uno de los poquísimos ejemplos de plazas de toros de origen porfiriano que quedan en el Estado de México.

De manera significativa, por lo menos en tres ocasiones se ha intentado despojar de esta plaza de toros al Municipio, su legítimo propietario, en favor de las asociaciones de charros, lo que ocurrió en 1952, 1964 y 2002. Por fortuna, ninguna de esos intentos ha prosperado.


Contraste entre el graderío antiguo y el moderno.


La tribuna principal en noviembre de 2010.

La plaza en la actualidad, en la corrida del 30 de septiembre de 2011. No es ciertamente el mejor de sus momentos, por lo menos en lo que se refiere al colorido.

Si quieres ver algunas escenas de este festejo, subido a Youtube por 777chacho, pincha aquí.