viernes, 16 de octubre de 2020

La epidemia de viruela de 1797-1798 en Aculco

Si algo caracterizó la salud pública durante los 300 años de la dominación española en México fue el embate de las epidemias. La historia es bien conocida: Un esclavo negro de nombre Francisco Eguía, llegado con las tropas de Pánfilo de Narváez en 1520, trajo consigo la viruela. Los indígenas, que carecían de cualquier inmunidad para ese virus, sufrieron una terrible mortandad que en buena medida determinó la caída del Imperio Mexica. Nuevas epidemias de distintas enfermedades desconocidas para los naturales asolaron a la población de la Nueva España a lo largo del siglo XVI, despoblando el país de tal manera que quizá sólo sobrevivió entre el 10% y el 20% de ellos. Durante los siglos XVII y XVIII, aunque las epidemias no provocaron tantos estragos como en el siglo de la Conquista, golpearon repetidamente a todos los novohispanos, no sólo a los indios sino a los de todas las castas. Fue hasta 1804 que estos males comenzaron a atacarse de manera más activa y sistemática, cuando el Dr. Francisco Xavier de Balmis introdujo en este país la inoculación contra la viruela mediante la técnica de brazo en brazo.

La epidemia de viruela de 1797-1798 fue la última importante del siglo XVIII. Resulta especialmente interesante porque el espíritu ilustrado de la época permitió que fuera registrada y estudiada con mayor precisión. Hasta la fecha siguen apareciendo estudios relacionados con ella, como el que puedes ver aquí, relativo a la parroquia tlaxcalteca de San Pablo Apetatitlan. Es importante señalar que mucha de la información sobre esta epidemia procede de los libros de defunciones de las parroquias, debido a que antes de la existencia de un registro civil la Iglesia era la responsable de llevar cuenta de nacimientos, matrimonios y muertes. Precisamente es el caso de los datos que sobre los efectos de esta epidemia en Aculco conoceremos hoy.

La primera advertencia del inicio de la viruela es una nota que el cura, bachiller don Luis Carrillo, dejó al margen del último registro de defunciones del año de 1797: "Hasta hoy han muerto de viruelas 12". A partir de ese momento, los registros de quienes fallecieron por esa enfermedad se acompañan de la nota "viruelas" y un número que se incrementa sin cesar, prácticamente sin interrupción entre un registro y otro, incluyendo "párvulos", hombres y mujeres adultos, ancianos, españoles e indios. Al terminar enero eran ya 131 los fallecidos (más los doce de 1797). El 21 de marzo, justo al inicio de la primavera que quizá traería mejores condiciones climáticas que disminuirían la propagación, el padre Carrillo decidió cerrar la cuenta y anotó: "366. 12 al principio. 378 murieron de viruelas". Y al otro extremo de la página: "Enfermaron de viruelas naturales 2512. Murieron 378. Sanos 2134".

Pero todavía se habrían de sumar algunos más: meses después, en un extraño apunte, consignó: "En el pueblo de San Pedro Denxhi, visita de esta cabecera se han hecho los entierros siguientes... Certifico que todos estos entierros que aquí se hallan se encontraron que los indios de dicho pueblo no los habían querido asentar ni se supo en la parroquia hasta que por una casualidad se descubrió que éstos habían sepultado ellos en su pueblo, y como no constaban en los libros de la parroquia sin embargo de que comprenden desde el año de noventa y seis hasta febrero de noventa y ocho se pusieron aqui juntos". Cinco de ellos habían muerto de viruela.

En aquellos años, la población total de la jurisdicción parroquial de Aculco podría estimarse en unas 4,000 personas (se habían contabilizado 3,000 en 1759). De tal manera, se puede considerar que esta enfermedad tuvo una altísima morbilidad de 62% (prácticamente llegó a la tasa considerada para la "inmunidad de rebaño"), la letalidad fue del 15% y la mortalidad habría representado el 9.5% de la población aculquense en apenas tres meses que duró la epidemia.

 

* Agradezco mucho a Jesús Chávez la información que me permitió escribir este texto.