La arquitectura de la parroquia de San Jerónimo Aculco y sus casas curales -convento franciscano hasta 1759- es el resultado de más de 450 años de construcción, adiciones, demoliciones, transformaciones, renovaciones y cambios de uso. De tal manera, aunque el primer establecimiento franciscano data probablemente de 1540, seguramente sólo hasta finales del siglo XVI -cuando se convirtió en verdadero convento- el conjunto adquirió alguna relevancia y se asentó su trazado general; luego, a fines del siglo XVII y principios del XVIII, una nueva etapa constructiva le dio la fachada del templo, claustros y sacristía que podemos ver hoy en día; en la década de 1740 se añadió la desparecida capilla de la Tercera Orden y sólo a mediados del siglo XIX pero se concluyeron la bóveda, cúpula y decoración de la nave. De ahí que la parroquia y el ex convento luzcan -y a veces también escondan- huellas de varios siglos de existencia y repetida reedificación en el mismo sitio, muchas veces con las mismas piedras, reutilizadas una y otra vez.
También los espacios de este conjunto religioso han sido varias veces "reciclados" y ha cambiado su vocación por las necesidades de la época, por las transformaciones de la liturgia, por las modas y por muchas otras razones. Es el caso de un sitio que pocos, salvo los más viejos aculquenses, identificarían con su uso original: el bautisterio viejo.
La ubicación del bautisterio viejo fuera del templo e integrado al volumen del ex convento -pasando la portería o portal de peregrinos, a mano derecha, antes de trasponer la puerta que da al claustro-, nos puede parecer hoy en día excéntrica, pero en realidad es una traza que se repite en numerosos conventos novohispanos, especialmente en aquellos construidos en el siglo XVI. Es el caso, por ejemplo, del convento de Zinacantepec, donde el bautisterio con su magnífica pila se halla justamente a la derecha de la portería-capilla abierta, de manera parecida al de Aculco. De hecho, las disposiciones de la Iglesia desde la antigüedad hasta nuestros días han puntualizado la conveniencia de que el bautisterio constituya un edificio separado al templo y, cuando esto no sea posible, se ubique en una capilla cercana a su entrada, con su piso a menor nivel que el de la nave y delimitado por una puerta o reja que debe cerrarse.
Las razones de esta intención por mostrar la separación entre el templo y el bautisterio debemos buscarla en el propio sentido de los sacramentos que se administran en cada uno de estos lugares. El templo es el sitio de reunión de la comunidad cristiana, la ecclesia (asamblea). A él sólo deben acceder los cristianos que lo son plenamente por haber recibido el bautismo para celebrar la eucaristía, confesarse, casarse, recibir la confirmación, etcétera. En cambio, el bautisterio es la matriz desde la que el catecúmeno nace a la cristiandad y sólo después de pasar por él tiene derecho a entrar al templo. La separación entre templo y bautisterio no quiere decir que se reste importancia a este último; por el contrario, se trata de destacar su importancia pues el altar y el bautisterio son considerados los dos lugares más sagrados de un recinto religioso católico. Esta importancia del bautisterio y la intención de singularizarlo cuando los recursos lo permitían es evidente, por ejemplo, en los monumentales battisteri de Pisa y Florencia, que ocupan un ligar destacado frente a las catedrales de estas ciudades italianas. En México existen también ejemplos notables, como el bautisterio del convento de San Diego Churubusco, del siglo XVIII, o el mucho más moderno bautisterio de la Basílica de Guadalupe.
En tiempos de la evangelización, destacar la importancia del sacramento del bautismo debió ser muy importante para los frailes ante las multitudes de indígenas conversos. Prueba de ellos son las magníficas pilas bautismales del siglo XVI que subsisten en toda la geografía mexicana (entre ellas, la del cercano Jilotepec, con hermosísimos relieves renacentistas). También debió ser importante el señalar claramente la separación entre el templo, sitio de la comunidad ya cristiana, y el bautisterio, que era la puerta a través de la cual el catecúmeno entraba a esa comunidad. De ahí su ubicación apartada como ocurre en Aculco.
En su estado actual, el bautisterio viejo de Aculco es un recinto rectangular, orientado de norte a sur, poca altura y dimensiones no mayores a las que tendría una habitación de la época, con el acceso al norte, una puerta posiblemente moderna de comunicación hacia las dependencias curales al sur y una ventanita enrejada que da hacia la portería, quizá no muy antigua pero que ya existía con seguridad en 1838. Su única ornamentación visible es el arco de entrada, el que por su basta molduración considero pertenece efectivamente al siglo XVI. El interior, convertido primero en parte de la casa habitación del párroco y actualmente en notaría parroquial, no ofrece en su arquitectura ningún detalle notable. Originalmente, por supuesto, la gran pila bautismal debió estar colocada en su centro y seguramente existió en sus muros algún óleo que representaba el bautismo de Cristo, como era costumbre. De hecho, se conserva en la sacristía del templo una pintura de regulares dimensiones, pero poco arte, de esta escena. Data posiblemente del siglo XIX.
A mediados del siglo XX, sin embargo, se decidió mudar el bautisterio para que tuviera comunicación directa con la iglesia. Para ello se construyó un nuevo recinto sobre los restos de la antigua capilla de la Tercera Orden, al norte de la nave, aprovechando precisamente el acceso enmarcado en cantera que había servido para comunicar el templo principal con aquella capilla y que se encontraba tapiado. Este nuevo bautisterio se adornó con un vitral central que muestra la conocida escena del bautizo de Jesús por san Juan en el río Jordán y un par de vitrales laterales abstractos. Se le colocó además una reja de baja altura y feo diseño que no cubría todo el vano de entrada. Allá se mudó entonces la pila bautismal, elaborada en cantera rosa, que data posiblemente del siglo XIX.
Pero, como escribía al principio de este texto, los espacios cambian y son reciclados por los gustos, las modas, las disposiciones litúrgicas... o por real gana. Así, el bautisterio nuevo fue también transformado hace relativamente pocos años en capilla del Santísimo Sacramento, colocándose en su interior un sagrario, una mesa de altar, bancas y reclinatorios para cumplir su nueva función. Sobre las dovelas de la portada de acceso se colocó incluso un letrero que informa su actual destino. La gran pila bautismal fue movida una vez más, ahora junto a las gradas del presbiterio, del lado del Evangelio. Estos cambios, más allá de opiniones personales, contradicen varias disposiciones litúrgicas, como la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis del Papa Benedicto XVI:
... en las iglesias donde no hay capilla del Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía, evitando poner delante la sede del celebrante. En las iglesias nuevas conviene prever que la capilla del Santísimo esté cerca del presbiterio; si esto no fuera posible, es preferible poner el sagrario en el presbiterio, suficientemente alto, en el centro del ábside, o bien en otro punto donde resulte bien visible.
De tal manera, hoy en día el sagrario, que debería estar cercano al presbiterio, ocupa en Aculco los pies del templo, mientras que la pila bautismal, que se situaba tradicionalmente en un sitio aparte, a la entrada o fuera de la iglesia, está ahora junto al presbiterio. En ello hay una lección evidente: antes de hacer un cambio en este tipo de recintos, que encierran un simbolismo y una experiencia de siglos, hay que detenerse a pensarlo un poco más.