En medio de las celebraciones por los 500 años de la fundación de Aculco, no podemos olvidar otros aniversarios varias veces centenarios que concurren precisamente este año. Es el caso del Molino Viejo, uno de los edificios civiles más antiguos del municipio, que ahora está cumpliendo cuatro siglos de existencia.
En efecto, un documento de 1622 del Archivo General de la Nación señala que las autoridades novohispanas concedieron ese año un permiso a la comunidad del pueblo de Aculco para la "hechura y fundación" de un molino en las tierras que poseían al norte del pueblo (que era toda la extensión que iba desde el Ojo de Agua hasta Gunyó), "en un sitio que tienen de propios de su comunidad con unos ojos de agua que en ellos nacen" (1). Con el tiempo y la instalación de otros sitios de molienda en la jurisdicción aculquense, aquél se ganó con justicia el bonito nombre de Molino Viejo. La tradición local nunca dejó de reconocerle su antigüedad y precedencia, como apuntó el escritor Rodolfo García Gutiérrez:
Varios sitios tiene Aculco de interés para el visitante. Citemos algunos como [...] el Molino Viejo, lugar donde fue instalada la primera aceña que hubo en los contornos, y donde, por cierto, hay magníficas huertas de perales, manzanos y membrillos. (1)
García Gutiérrez usó correctamente el sustantivo "aceña", pues ese fue precisamente el tipo de molino que se construyó ahí: un ingenio harinero situado a la orilla del río, con maquinaria impulsada por agua extraída de la propia corriente. Más allá de su antigüedad, el hecho de su fundación señala un hito de importancia en la historia de Aculco: el momento en que el mestizaje cultural y material hizo necesaria la molienda masiva del trigo, cuyo cultivo había venido desde Europa.
El edificio se encuentra un poco apartado del casco histórico del pueblo, al otro lado del arroyo que corre a mitad de la vega y justo en donde entronca el camino que comunica a Aculco y Gunyó con "La Calzada", o "La Ceja", hermosa vía bordeada de cedros que llevaba precisamente del Molino Viejo a la hacienda de Cofradía, y que fue construida cuando ambas propiedades pertenecían al mismo dueño, Macario Pérez Sr. (suegro de Francisco I. Madero), a fines del siglo XIX o principios del XX.
Hasta los años de 1940 o 1950, el molino tenía el aspecto de un viejo y destartalado caserón de dos plantas y cubiertas de teja a dos aguas. Frente a él, aprovechando un desnivel del arrroyo en el que se formaba una pequeña cascada natural, se había construido una represa (cuya cortina subsiste) de la que partía un pequeño acueducto con arcos que conducía el agua hasta la gran rueda de cangilones que movía la maquinaria. Pero en aquellos años su nuevo propietario, don Mateo Espinosa (hermano de don Ignacio Espinosa, filántropo y epónimo de la cabecera municipal) realizó en él importantes reformas para que, sin perder su rusticidad y encanto, sirviera de cómoda residencia. De esa época data la gran entrada principal y su portón casetonado de cedro, los corredores interiores con columnas de madera (al estilo de los porches de la arquitectura sureña de los Estados Unidos), el arreglo del jardín y las grandes huertas de peras, manzanas y otros frutos en las tierras vecinas a él.
De las manos de los Espinosa, el Molino Viejo pasó a las de don Alfonso Díaz de la Vega y, de las suyas, a unos inversionistas que le compraron esa y muchas otras fincas que le pertenecían en Aculco, en los años 80. Desde entonces, El Molino ha estado alternativamente ocupado por arrendatarios o en el abandono, lo que ha provocado el deterioro que ya acusa en muchos de sus rincones.
Para mayor daño, el arroyo comenzó a ser utilizado formalmente para el desalojo de aguas negras en 1974, cuando se construyó el drenaje de la cabecera municipal y todos los desechos fueron conducidos hacia esa corriente, que los llevaba a cielo abierto. Hace no muchos años intentó corregirse esta situación, grave por la contaminación y malos olores que producía, especialmente en tiempo de secas: se construyó un nuevo drenaje cerrado, que corre paralelo al arroyo y que lleva las aguas negras hasta una planta de tratamiento construida en un terreno aledaño a La Ceja. Esta planta, sin embargo, estuvo mucho tiempo detenida y no sé si ha vuelto a funcionar.
Como sea, para todos aquellos que pudimos ver todavía correr esas aguas limpias y precipitarse formando una cascada frente al Molino, en aquel rincón hermoso por su fronda y por el histórico edificio asentado a su lado, el abandono actual no puede ser más deprimente. Sin duda es uno de los puntos de Aculco que fueron más hermosos hasta hace poco más de cuarenta años, y que hoy se encuentran más degradados.
Como casi cada rincón del pueblo, el Molino Viejo tiene su leyenda: para evitar que los niños entraran a las huertas a comer la fruta, don Mateo Espinosa propagó el cuento de que en esa zona habitaba un extraño ser, al que yo imagino como un fauno, llamado el "patas de burro". No sólo los niños se creyeron la historia, sino aún muchos adultos, que pensaban que el grito de los pavorreales que vagaban por sus jardines era el de aquella criatura.
El Molino Viejo es un monumento histórico catalogado por el INAH, con números de ficha I-0011100096 (para el edificio del molino), y I-0011100095 (que corresponde a la cortina de la presa y el acueducto).
NOTAS
(1) AGN, grupo documental Mercedes, vol. 35, f. 163v.
(2) Rodolfo García Gutiérrez. Páginas dispersas, Biblioteca Enciclopédica del Estado de Mñéxico, 1982, p. 43.
ACTUALIZACIÓN, 13 DE FEBRERO DE 2023.
Unas fotografías actuales del ruinoso interior del edificio. Estos interiores son resultado de las modificaciones que sufrió a mediados del siglo XX. Tomadas del perfil de Joselyn Alcántara en Instagram.