Bajada del atrio de la parroquia hacia la Plazuela Hidalgo. Fotografía de jgarciamtz tomada de Flickr
(Para ver la fotografía original oprime aquí.)
Si tuviera que elegir una sola ruta para mostrar a algún visitante, en un recorrido breve, el Aculco auténtico, el Aculco de siempre, seguramente escogería alguna que tomara en cuenta la Plazuela Hidalgo, desde la entrada norte del atrio de la parroquia hasta la calle de Morelos. Porque ahí, salvo por los automóviles estacionados que suelen bloquear sus callejuelas, un transformador que nunca debió ser colocado ahí y algún letrero de dimensiones algo excesivas, la imagen urbana de este sitio permanece casi intacta desde hace cerca de medio siglo.
Las casas que forman este pequeño y agradable conjunto representan perfectamente la personalidad de nuestro pueblo, y casi no parece faltarle nada: un pequeño jardín con jacarandas, irregulares callecitas empedradas en declive, un monumento al Padre de la Patria, un sencillo portal con su tienda, tejados, balcones de cantera y piedra blanca, una hermosa portada del siglo XVIII con la virgen de Guadalupe en la clave y los anagramas de María y Jesús a sus lados, escalinatas, una entrada al atrio con sus remates neoclásicos...
Pero si hacia la plaza estas casas muestran a todos su sencilla e intacta belleza, sus interiores son en gran medida desconocidos para la mayoría de los aculquenses. Excepción de esto es quizá sólo la casa que durante muchos años albergó la panadería La Guadalupana, de don Félix Herrera, y que hoy es sede del Comité Municipal del PRI, y aún así creo que no han sido muchos quienes han pasado más allá del patio, hacia donde se encuentran sus hornos y corrales. En fin, no vamos a hablar hoy de esa interesante casa, sino de otra a la que yo nunca he podido acceder y que sólo en dos ocasiones, por haber estado la puerta abierta, he podido entrever.
Esta casa se sitúa en uno de los puntos más recónditos del centro de Aculco: en la bajadilla que conduce de la Plazuela Hidalgo al atrio, justo entre la casa de la panadería y la que actulamente alberga a Alcohólicos Anónimos, uno de los pocos callejones peatonales que quedan en el pueblo. Antiguamente formó una sola propiedad justamente con la casa de los Alcohólicos Anónimos, aunque fueron disgregadas por lo menos desde el primer tercio del siglo XX. Estas casas fueron propiedad de la familia De la Cueva y en la que ahora nos interesa vivió don Alfonso, de ese apellido, con su segunda esposa, la señora Benita Mondragón Buenavista y su hijo Salvador.
La propiedad lleva el número 3 de la Plazuela Hidalgo. Su fachada es de dos plantas, con un pequeño acceso en arco al lado derecho formado por sillares de piedra blanca y cantera rosa -una mezcla que, como veremos es frecuente en ella-. Al lado izquierdo se abre otra entrada de menor tamaño y calidad, pero con dintel monolítico. La planta alta tiene dos balconcitos que no se sitúan a eje de los vanos de la planta baja. En ellos hay que advertir que su dintel es también monolítico y de cantera mientras que sus jambas lo son de piedra blanca y el repisón es igualmente de cantera rosa.Sus medias rejas de fierro llevan adornos de plomo muy al uso del siglo XIX. En todo lo alto se observan los restos de un alero o tejadillo que ha caído.
Pero, como les decía, lo interesante para mí fue poder ver por segunda vez en mi vida, apenas el pasado 17 de septiembre, el interior del patio y, por primera vez, fotografiarlo. Creo que no exagero al decir que este patio, tal como se le puede admirar desde la calle, es uno de los sitios de mayor hermosura y más desconocidos en Aculco. Su rústica sencillez, lo pequeño de su extensión, su nada elaborada decoración, la sinceridad de sus materiales, hacen que rebose autenticidad, verdadera personalidad aculquense. Dan ganas, como escribió el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, de colocar aquí un letrero que diga: “En nombre de los poetas y artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”... y no sólo a este patio y a esta casa, sino al callejón y a la plazuela entera.
Quizá alguno se sorprenda de mi entusiasta elogio a esta construcción, por otra parte tan sencilla. Pero es que justamente la "magia" de Aculco reside más en estos lugares originales y auténticos, que en otros ya prostituídos por el comercio o el turismo, o alterados por el simple uso de materiales modernos para "remodelarlos".
En fin, aunque probablemente la fotografía hace innecesaria cualquier descripción, quiero hacerla por simple gusto. Como se observa, el oscuro "pasadizo" o cubo del zaguán se abre al pequeño coredor con un arco de piedra blanca apoyado en capiteles de cantera que se asemejan al orden toscano, pero sin el collarino (lo que refuerza su rusticidad). El patio se rodea de corredores arcados, pero tan breves que los que dan hacia el oriente y poniente tienen un solo arco, mientras el del norte tiene apenas dos. Se apoyan todos estos arcos en capiteles iguales a los ya descritos, que coronan sendos pilares de piedra blanca. Sólo uno de los pilares -el intermedio en el corredor norte- tiene sus ángulos achaflanados. Este mismo corredor norte es el único cerrado con un pretil. Los arcos, todos también de piedra blanca, resultan ligeramente irregulares: mientras el del cubo del zaguán es de medio punto, el del corredor poniente parece elíptico y el del corredor oriente ligeramente ojival, aunque asimétrico; parece tratarse más de impericia de su constructor que de algo intencional, pero el resultado es muy agradable.
Ojalá cuando pasen por aquí tengan algún día la suerte de ver abierta la puerta y admirar el patio. Algo difícil como puedo testificar, pero no imposible.