Hace unos días, mi buen amigo Benjamín Arrendo dedicó una entrada en su magnífico blog, El Bable, para destacar lo que él mismo llamó "los abrumadores números del tránsito de mulas por el Camino Real de Tierra Adentro durante la guerra de Independencia". Su texto hace referencia principalmente al Diario que el criollo queretano José Xavier Argomaniz escribió entre 1807 y 1826, en el que narra interesantísimos detalles de la agitada época que le tocó vivir, entre ellos precisamente la llegada y salida de los convoyes que transitaban por el Camino Real desde o hacia el interior del país, y que debido a los ataques insurgentes (principalmente de Julián Villagrán), se vieron obligados a agruparse y a viajar acompañados de soldados. En uno de los párrafos que incluyó Benjamín en su texto, Argomaniz se refiere a un enorme tren de mulas y carros que tardó nada menos que cinco días en entrar a la ciudad abajeña:
Julio 7, 1812.- De este día al 12 ha entrado el convoy de México comandado por el señor García Conde conduciendo carga del Rey y de particulares; han venido con dicho convoy muchas familias de esta ciudad y de otros lugares de Tierra dentro. Se hace cómputo de que han venido más de ocho mil mulas cargadas, ciento y pico de coches, siendo custodia de este convoy más de mil hombres de tropa. Se cree el que vinieron como cinco mil personas y como diez mil bestias.
La verdad es que nunca había relacionado estas líneas del cronista queretano con del historiador Carlos María de Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana, sobre un gigantesco convoy que resulta ser el mismo de Argomaniz, y del que este autor afirma que "jamás se había visto convoy de mayor magnitud". Las cifras que muestran su tamaño difieren entre Argomaniz y Bustamante, siendo mayores en este último. Sin embargo, debe observarse que mientras el primero describe lo que llegó a Querétaro, Bustamante habla de lo que salió de la ciudad de México y, por lo que se verá en su narración, la merma queda más que justificada por lo difícil de su tránsito por el camino, especialmente entre Calpulalpan y Arroyozarco. Pues bien, vayamos al texto. Después de hablar de la enconada defensa de un convoy con plata, ganado y víveres que venía desde Querétaro a la ciudad de México, a cargo del capitán Diego García Conde y Agustín de Iturbide, Bustamante escribe:
En esta ciudad [de México] había otro [convoy] de regreso para tierra adentro muy rico, que se confió al mismo jefe; componíase de doce mil mulas y ciento treinta y cinco coches; jamás se había visto convoy de mayor magnitud. Reforzóse la guarnición de García Conde con doscientos caballos, al mando del coronel Monsalve, quien tuvo orden de acompañarle hasta Querétaro, el que salió de México en días tan lluviosos como que en sólo el paso del puerto de Calpulalpan se gastaron tres días; hasta las mulas de los carboneros se cargaron excesivamente, de que resultó quedar muchas de ellas tiradas en el camino; la tropa se mantuvo apostada día y noche, en tanto que llegando las primeras recuas a Arroyozarco, descargaban, y volvían a salir para recoger los innumerables tercios que estaban tirados en el camino; este daño se remedió, porque de San Juan del Río salieron dos mil mulas para llegar hasta Querétaro, donde debía hacer nuevo ajuste de fletes para seguir adelante.
Apenas se puede imaginar en nuestros días, acostumbrados como estamos al exceso de población y al gigantismo del México actual, lo que significaban en ese entonces cinco mil personas, cien carros y diez mil animales en tránsito cargados de mercancías, pero se trataba prácticamente de una pequeña ciudad en movimiento. En los años que siguieron, por el Camino Real transitaron ejércitos que superaban incluso esa cantidad de hombres y bestias, pero hay que considerar que aquel convoy era principalmente comercial. Si jamás, como escribió Bustamante, se había visto un convoy así, tampoco nunca, hasta los tiempos modernos, volvió a verse por estas tierras algo que se le comparara en cuanto a tráfico comercial.