La fea entrada actual al panteón, reciente y ya deteriorada. La anterior no era notable, pero tenía al menos la ventaja de la sencillez.
No me entusiasman las celebraciones del Día de Muertos. Tampoco, por supuesto, del Halloween. No comparto esas ideas tan extendidas como aceptadas de que los mexicanos nos reímos de la muerte, que la vemos de manera distinta al resto de la humanidad y que sentimos que los muertos viven entre nosotros. Para quienes hemos sentido el verdadero dolor de una muerte cercana y no le hacemos coba a las figuraciones pseudoantropológicas y pseudonacionalistas, todo eso resulta francamente ridículo.
Tumba de mi tía Trinidad Lara. Cuentan que la tarde de su muerte los perros aullaban extrañamente.
No quiere esto decir que rechace o tema a la muerte, por lo menos no a la mía. Estoy convencido de que uno debe levantarse cada mañana dispuesto a entregar la vida, sin siquiera pedir al Cielo la oportunidad de un día más. Afirmando que la posibilidad de morir no se constituya en obstáculo para conseguir lo que uno quiere. Acaso, sólo deseando que la propia muerte no sea tan dolorosa, para que nuestra debilidad no le quite ni un gramo de dignidad. Pero tampoco se trata de llevarla como sombra, oscureciendo la vida; tan sólo, recordar de vez en vez que habremos inevitablemente de encontrarla.
Lápida de tía Genarita. Cayó muerta cuando colgaba una jaula en el corredor de su casa.
Más de una vez me han discutido mi negativa a participar de "nuestras tradiciones del día de muertos". Y de nada ha servido explicar que la mayor parte de esas supuestas tradiciones no son más que reelaboraciones y tergiversaciones de la auténtica costumbre de honrar a los difuntos (comunes, por lo demás, a todo el orbe cristiano) que se remontan apenas a la época cardenista, cuando el omnipotente estado revolucionario y su séquito de intelectuales y antropólogos se dieron a la tarea de crearle todo un folclor ajeno a su origen.
Monumento funerario de mi bisabuelo Juan, muerto en el desacarrilamiento del ferrocarril Cazadero-Solís el 5 de septiembre de 1927.
Así, se creó el "altar de muertos", se le puso el perrito que los guía al Mictlán, se integró al cempasúchil, se habló de los "muertos chiquitos", se imaginó un antecedente prehispánico y, en fin, perdonando el oxímoron, se inventó una tradición. Y por ello da tanta risa que no falte el mexicanito que se rasgue las vestiduras porque año con año estas costumbres medio inventadas estén perdiendo terreno frente al Halloween. Respecto a la verdadera historia de las tradiciones del Día de Muertos, recomiendo esta entrevista con la historiadora Elsa Malvido aquí una interesante entrevista con la historiadora Elsa Malvido y este artículo más detallado de la misma autora.
Toda esta larga introducción acerca del 2 de noviembre nos sirve en realidad de excusa para escribir un poco sobre el Panteón Nuevo de Aculco -aunque aquello de "nuevo" sea difícil de sostener 134 años después de que se construyera en 1876, el mismo año que Porfirio Díaz alcanzó la presidencia de la República-. Pero así preferimos nombrarlo ya que existió un cementerio anterior en el atrio de la parroquia, que sobrevivió con sus lápidas y sepulcros hasta la década de 1950.
Pedestales de pilastras, vestigios de la capilla inconclusa de los Basurto.
El sitio elegido para la edificación del Panteón Nuevo estuvo ocupado en tiempos coloniales por la Capilla del Calvario (cuya existencia documentó el cronista fray Agustín de Vetancurt por lo menos desde 1697), lo que daba pie a que la actual Avenida Manuel del Mazo, que conecta el centro de Aculco con el cementerio, se llamara precisamente "Calle del Calvario". Aquella capilla colonial fue derruida posiblemente a fines del siglo XIX, cuando el señor Rafael Basurto y su hijo Ignacio comenzaron a construir otra mayor a devoción suya. Con la muerte de Ignacio Basurto la obra quedó inconclusa, y aunque dejó algunos bienes para continuarla, parece ser que sus hijos no quisieron o no pudieron cumplir con su "superior y última voluntad" (Trinidad Basuirto. El Arzobispado de México, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, Toluca, 1997, pág. 21). Parece haber motivado a Rafael Basurto para iniciar esta capilla el descubrimiento que hizo de una mina de plata "en el cerro de las Cruces, pueblo de Aculco del distrito de Jilotepec", en mayo de 1873. Sin embargo, esta mina parece haber dejado más leyendas que utilidades (Anne Staples, Bonanzas y borrascas mineras, El Colegio Méxiquense, Zinacantepec, 1994, pág. 143).
Base desmochada de una torre, posible vestigio de la antigua Capilla del Calvario. Al fondo asoma una almena del área de sepulcros de la familia Arciniega.
De la capilla de los Basurto se conservan los muros del lado de la epístola, levantados hasta media altura, suficientes para percatarse que su planta era de cruz latina, poco alargada y con cabecera rectangular. En la parte interna se conservan los pedestales, las bases y fragmentos de los fustes de las pilastras en cuyos labrados se observa una relativa riqueza. Al frente de la construcción se puede ver lo que seguramente fue una torre, pero que no parece estar inconclusa como el resto, sino más bien desmochada. Quizá es el único resto que subsiste de la antigua capilla colonial. En la década de 1970 se construyó, en medio de las ruinas pero al parecer sin afectarlas en nada, una moderna capilla simple y sin ambiciones que por lo menos se integra fácilmente al conjunto urbano al estar construida en la tradicional piedra blanca de Aculco.
La moderna capilla del panteón, construida en la década de 1970.
Pero nos hemos centrado en la capilla y hemos hecho a un lado lo que es propiamente el cementerio. Decíamos que fue establecido en 1876, en una época particularmente difícil para la economía aculquense. Ese mismo año se bendijo, después de haber delimitado un espacio para enterrar los cadáveres de quienes murieran fuera de la Iglesia mediante una zanja (Archivo Histórico del Arzobispado de México, secretaría arzobispal, parroquias, caja 98, exp. 19, Aculco). El Sr. Cura pide licencia para bendición del camposanto, año 1876.). La creación de este cementerio "extramuros" fue bastante tardía (incluso el cementerio de Arroyozarco es anterior), pues las ordenanzas para regular los sitios de entierro fuera de los templos y su entorno inmediato provenían desde finales del siglo XVIII, aunque fueron las Leyes de Reforma que establecían su secularización las que impulsaron definitivamente su creación no sólo en Aculco, sino en todos los rincones del país. Pero incluso con su construcción, el antiguo cementerio del atrio parroquial continuó en uso, sobre todo para quienes disfrutaban allá de espacio en los túmulos o monumentos familiares. Por tradición familiar sé que esto pudo suceder todavía hacia el año de 1900.
Aunque por lo relativamente tardío el Panteón Nuevo no llegó a alcanzar la monumentalidad de otros cementerios, no quiere decir esto que carezca por completo de interés. Por el contrario, subsisten varios sepulcros que ameritan una visita al lugar. Los más destacados sin duda por su aire antiguo son el par de monumentos de la familia Sánchez, ambos de estilo toscano, el mayor con dos molduras de este orden y el menor con un friso que incluye triglifos y metopas. Ambos se cubren con sendos chapiteles masivos de mampostería, rematados en cruces sobre esferas.
Tumbas de la familia Sánchez.
Tumba de la familia Sánchez. Obsérvense los triglifos y metopas del friso.
Llama también el alineamiento a lo largo de la calle central de los sepulcros de la familia Lara, todos dispuestos de manera parecida pero con detalles distintos. Básicamente están formados por un cuerpo horizontal de cantería sobre el que va colocada la lápida y un pilar en la cabecera rematado en cruz.
Sepulcros de la familia Lara. Al fondo, una nueva y deplorable capilla familiar que contrasta desfavorablemente con la austeridad de las antiguas tumbas.
Menos notorio pero sumamente interesante es el área destinada al entierro de la familia Arciniega. El espacio queda limitado al fondo por el muro de la capilla inconclusa, desde el que se proyecta hacia el frente un par de muros perpendiculares rematados con una almena a cada lado. Al frente, el terreno se cierra con una baja reja de hierro. Por dentro, un par de sepulturas más convencionales complementan el conjunto.
Sepulturas de la familia Arciniega.
Ya sin formar agrupamientos, existen otros sepulcros notables por su historia, por sus detalles o por los personajes que fueron enterrados ahí. Está, por ejemplo, la ssepultura del padre José Canal, cuyos restos por cierto ya no están ahí, sino colocados en un nicho oculto en la parroquia. También está el sepulcro estilo art-déco de Magdaleno Mondragón, fallecido en 1928. O aquella lápida de aspecto muy primitivo, que lleva labradas de manera invertida el alfa y la omega a los lados de una cruz... En fin, el Panteón Nuevo de Aculco, además de guadar los restos de nuestros antepasados, familiares y amigos, es también un sitio que resguarda una riqueza histórica y artística nada despreciable que es conveniente conocer.
La lápida con la alfa y la omega invertidas.
Tumba estilo art-déco de don Magdaleno Mondragón
Sepulcro (vacío) del padre José Canal.
GRACIAS por las fotografías a Víctor Manuel Lara Bayón.